Prefiero que pienses que soy una puta...
Te tengo delante, mis veinte años contigo son lo mejor que me ha ocurrido. Tu inocente sonrisa fue como una luz para mis horas oscuras... Hacerte forma parte de mis días fue la más acertada decisión de mi vida.
Aunque las circunstancias en las que llegaste no fueron la consecuencia de ningún plan, todo lo que me has dado, ha suplido con creces lo que sufrí desde que mis pies caminaron por donde no debían.
Era la última década del siglo pasado, ser la primera de mi promoción en mi licenciatura me facilitó la entrada en un mundo de hombres por la puerta grande. Aunque tenían en cuenta mis conocimientos y mi buen saber hacer, mis compañeros nunca me supieron (o quisieron) tratar como un igual. Si a eso se le sumaba lo poco coqueta que era, no era extraño que la mayoría de ellos me miraran simplemente como a un ratón de biblioteca.
Tras una exitosa presentación de nuestros productos en la capital del país, decidimos celebrarlo tomando unas copas en los bares de moda, conforme el alcohol fue ahogando hipocresías y dejando paso al deseo, sentí como los hombres me hacían hueco y, al darse cuenta que en aquel ambiente juvenil unos cuarentones no tenían nada que hacer, decidieron marcharse a un lugar donde su cartera les permitiera comprar lo que sus lujuriosas entrepiernas le reclamaban.
Abandonada con falsas cortesías y con un gin-tonic a medias, decidí dar la fiesta por concluida. Tonteando con los cubitos de hielo, sentí como una mirada se clavaba en mí. Sutilmente busqué el dueño de aquellos ojos que me escudriñaban con deseo. Al sentirse correspondido, levantó la copa para saludarme y me sonrió de un modo tan seductor como halagador.
A pesar de mi juventud, yo sabía que la belleza no era una de mis cualidades y pocas veces los tipos como él se fijaban en mí. Al principio pensé que era una especie de broma, pero aquel atractivo treintañero, con la sonrisa más encantadora que había visto jamás, se acercó a mí y me empezó a cortejar.
Nunca antes había hecho una cosa así, no obstante como si creyera que en un mundo de hombres las mujeres debiéramos comportarnos del mismo modo que ellos, llegué a la conclusión de que si mis compañeros se habían ido de putas, ¿por qué coño no podía yo ligar con un desconocido?
Media hora de charla nos bastó para tener claro lo que ambos queríamos y decidimos acabar la noche en mi hotel. Cruzado el umbral de mi habitación, las sensaciones que me inspiraban desaparecieron y donde antes había visto enormes cualidades, solo era capaz de ver defectos. Tras unos primeros besos que me supieron a tabaco y a alcohol, decidí pedirle que se marchara.
Mi seductor príncipe se transformó en furioso ogro. Su primera reacción fue dejarme claro que no estaba dispuesto a admitir un no por respuesta, me llamo puta, calienta pollas y no sé cuántas obscenidades más. Se echó sobre mí, me cogió por el cuello y usando el filo amenazante de una navaja que se sacó del bolsillo, me obligó a tener sexo con él.
Todo pasó muy deprisa, lo único que recuerdo es su aliento repugnante en mi cara y la dolorosa punzada de su pene desgarrando mi sexo. Su placer significó el final de mi suplicio. Mientras se vestía, me volvió a insultar y, antes de marcharse, me gritó entre dientes que me había dado mi merecido por zorra.
Cuando se marchó me eché a dormir, como si los dinosaurios no fueran a estar cuando despertara.
No conté nada a nadie por vergüenza, me sentía responsable de lo que me había sucedido y dejé que aquel cruel acontecimiento marcara mi futuro.
Cuando supe de tu existencia, todas mis inseguridades salieron a flote e incluso estuve a punto de hacer una locura. Sin embargo, una vocecita en mi cabeza me dijo que debías formar parte de mi solitaria existencia. Desde aquel momento fuiste como la estrella de David que marcaste mi camino, la razón que me hacía levantarme cada mañana.
Me gustaría decir que si eres tan buen chico es porque yo te lo he inculcado, pero me es difícil saber quién ha aprendido más de quien. Tenerte conmigo me ha hecho mejor persona, pues por primera vez he hecho todo por alguien de forma desinteresada.
Hoy a tus veinte años de edad, me preguntas abiertamente que quién es tu padre. Yo me he limitado a contestarte que no lo sé, que tuve una juventud muy alocada. Tu mirada de desaprobación juzgando mi pasado, me ha dolido tanto como el duro sexo de tu padre profanando mi vientre. Sin embargo, prefiero que pienses que tu madre es una promiscua, a que sepas que el acto que te engendró no fue de amor, ni siquiera de pasión, sino de monstruoso dolor.
Te quiero ignorante de la verdad, aunque para ello puedas llegar a pensar que tu madre fue inmoral en su juventud. Si tu felicidad pasa por eso, prefiero que pienses que soy una puta.
Si estás por aquí me gustaría que me dieras tu opinión sobre este pequeño experimento narrativo. Gracias por leer.
Si te ha gustado te dejo los link de otros microrelatos de mi autoría y que si no conoces puede que te apetezca leerlos.