21/08/12 08:30
(Ramón sigue recordando ante el espejo todos los pormenores de su relación con Mariano)
En los últimos meses, la vida que me había construido durante muchos años se había puesto patas arriba. No sólo había descubierto que dentro de mi matrimonio era más infeliz de lo que suponía, también había hecho su aparición el hecho de que me gustaba el sexo con los hombres y, lo más terrible, me estaba enamorando perdidamente de mi mejor amigo. Aunque esto último me lo negaba por activa y por pasiva, pero no siempre una mentira repetida mil veces se convierte en verdad.
Pese a que aún no tenía muy claro mis sentimientos (y mucho menos reconocerlos), las salidas con Mariano a tomar unas copas y charlar de nuestras cosas se habían convertido en una muy agradable parte de mi rutina diaria y comenzaba a sentirme con él como una especie de adolescente enamorado. Los ratitos de cada tarde que pasaba con él eran para mí como el cupón de los ciegos: la ilusión de cada día.
Pero la comprensión, el cariño y todo lo que conlleva está muy bien, pero desvincular una relación amorosa (pues por más que me cueste llamarla así, eso es lo que teníamos y lo que tenemos) del sexo es algo que servidor es incapaz de hacer. Tanto más tiempo pasaba con él, más ganas tenía de unirnos en un solo cuerpo, más ganas tenía de hacerle el amor…
A mis innumerables pajas en la ducha, había que unir las que me hacía viendo los furtivos, y cada vez más frecuentes, videos gays. Todas ellas terminaban teniendo la misma inspiración: Mariano. Al mismo tiempo que mi cuerpo se rendía al hedonismo, mi mente imaginaba mil y una manera de hacerlo disfrutar… Pero una vez que mi polla escupía el zumo de mis huevos, una tristeza me invadía, pues habían transcurrido casi dos largos meses desde la última vez que el fuera mío y yo fuera suyo.
A pesar de nuestro acercamiento, el tema del sexo había quedado como aparcado, como si, también en nuestra intimidad, este se hubiera imbuido de su carácter prohibido. Aunque el deseo entre los dos se podía cortar con un cuchillo, ninguno de los dos tenía los suficientes redaños para enfrentar la situación. Y como estaba claro que Mariano, por su carácter, dejaría que las cosas se solucionaran(o pudriesen) por si solas, a quien le tocaba hacerse con el mando de la situación era a mí.
Era evidente que con la lujuria encerrada en un cofre a dos metros bajo tierra, ni mi amigo ni yo éramos felices, por lo que no me quedaba más remedio que urdir un plan para seducirlo. Cosa que conociéndolo podría ser la cosa más fácil del mundo o la más complicada.
Aquella dos semanas con la cosa de ver en compañía de los colegas los partidos de la Eurocopa en el bar, nos estábamos viendo bastante, pero con una intimidad cero pues a los recelos habituales de Mariano por mostrar su afectividad hacia mí en público, había que unir la máscara de hipocresía que yo lucía ante los demás por el miedo a que alguien descubriera lo que realmente había entre nosotros dos. Cada vez me frustraba más disimular mis sentimientos, y entendía menos de donde sacaba fuerzas mi amigo para llevar esa doble vida y no volverse loco.
No dejaba de sorprenderme como la máxima de “Pan y circo” de los romanos seguía funcionando, la banca española estaba a punto (sino lo había sido ya) de sufrir un rescate, algo que podría cambiar para peor el devenir de la sociedad española en los años venideros y todos los españolitos de píe, entre los que me incluía yo, solo teníamos una idea en mente: Que la Roja ganara la Eurocopa.
La verdad es que Iniesta y compañía lo estaban haciendo bastante bien, tras empatar con Italia y vencer a Croacia en la primera ronda de la competición. Les esperaba un partido con Francia en Cuartos, que de perderlo todas nuestras ilusiones se irían al garete. La cosa para poder verlo, con toda la plebe que nos juntábamos y tal, estaba bastante complicada. El partido caía en sábado y el Bar de la Avenida estaría hasta la bandera de gente, lo que podía ser un coñazo. Incluso algunos de los habituales, argumentando lo incomodo de la situación, tenían pensado no quedar en un principio.
Dado que sabía que Mariano no tenía a su madre con él, pensé en que podíamos quedar para ver el partido en su casa. Sin meditarlo mucho se lo sugerí delante de unos cuantos colegas, con lo que, haciendo alarde de esa generosidad innata suya aceptó mi proposición. Aunque si hubiera tenido puñales en la mirada, me hubiera acribillado allí mismo, pues le acababa de colar un señor marronazo.
El partido sería la doble excusa perfecta: podría volver a casa más tarde de lo habitual y tras el partido, intentar llevarme a la cama a Mariano. Sé que puede sonar muy ruin, pero como dicen: “las oportunidades la pintan calva”. Sí tras la euforia de la victoria y con unas cuantas copas de más no tenía cojones para entrarle a mi amigo, dudo que pudiera encontrar otra ocasión mejor.
Bueno, también pudiera pasar que perdiéramos y tras la depresión de la derrota las ganas de echar un polvo fueran nulas. Pero para eso estaba el “Plan B”, al día siguiente Elena y las niñas iban a un cumpleaños por la mañana, lo cual me dejaba hasta el mediodía libre y en ese par de horas le haría a Mariano la visita tan largamente propuesta y que tanto se merecía.
Pero sabiendo como es mi amigo, preferí verlas venir y no vender la piel de oso antes de cazarlo, pues no vaya ser que me saliera con uno de sus discursos conciliadores y me recordara que lo que hacíamos no es que estuviera ni bien ni mal, sino que era terrible en todos los sentidos.
Y llegó el día D. El sábado veintitrés de Junio la casa de mi amigo alojaba una juerga futbolera. Estábamos todos los de siempre: Oscar, Jaime, Pepe, Manuel,“Ervivo”, Mariano y yo, unidos bajo una insignia: La Roja. Me asombra la necesidad que tenemos los seres humanos de formar parte de algo, da igual que pertenezcas al club de fans de “The bing bang theory”(aunque en ese caso el apelativo de “friki” va incluido en el lote) o que formes parte de los hermanos de una Cofradía de Semana Santa, el caso es pertenecer a un grupo donde todos compartan nuestras aficiones. Si esta afición se llama futbol, sus adeptos se cuentan por miles y está admitido socialmente enfadarse o alegrarse por su resultado. Lo bueno de los partidos internacionales es que el rival está a miles de kilómetros de distancia y la persona que tienes al lado desea tanto como tú que tu equipo logre la victoria, lo que hace el momento doblemente mágico.
¿Cuántas veces nos hemos abrazado con un desconocido cuando nuestro equipo ha metido un gol? Pues imagina la de abrazos que nos metimos siete colegas de toda la vida cuando vimos a San Xavi Alonso meter un gol en la portería de los gabachos. Ni que decir tiene que el más efusivo de todos fue el que le metí a mi deseado Mariano, a la vista de todos hice algo, que en el fulgor del momento pasó desapercibido, que si me lo cuentan no me lo creo: refregué mi paquete con el suyo. Las ganas que tenía de pillarlo tenían mucho que ver, pero la libertad que nos dan unas cuantas cervezas también.
Tras el primer tiempo, Mariano fue a la cocina a prepararnos algo de comer. Los señorones de nuestros colegas fueron por la cerveza y volvieron al salón, dejando al pobre anfitrión con todo el trabajo. Me quedé en la cocina con él para echarle una mano con el condumio, pero fue verlo de espaldas a mí cortando la chacina y mi mirada se clavó en su culo. Miles de imágenes visitaron mi mente, algunas vividas, otras fantaseadas al compás de una masturbación, automáticamente mi polla se puso dura como si hubieran apretado un resorte. Comprobé que la peña estuviera a lo suyo y con la ayuda del valor que nos da el néctar de cebada, me acerqué sigilosamente a él y le restregué, de nuevo, mi paquete, esta vez por la parte de su anatomía que vuelve más loco: su culo.
Perplejo lanzó una mirada al salón, pues temía que alguien nos hubiera pillado, al comprobar que no es así se dirige a mí en un tono sarcástico y cariñoso a la vez, me dice:
—¿Ya estas borracho?
—“Matao” a pajas es lo que estoy… —Le contesto de un modo que es de todo menos sutil—¡No veas como echo de menos esos ratitos nuestros!
Me mira con esa cara que pone cuando te va a soltar un discurso de los suyos, pero lanzado como estoy no piso el freno y acelero hasta la meta:
—Si quieres, cuando termine el partido, si España le gana a Francia, me quedo y celebramos la victoria.
Desconozco si por la brusquedad de mi proposición o por lo mucho que esta la agrada, pero mi amigo se pone de los nervios y está a punto de cortarse un dedo. Lo que me deja cristalino que no es el momento oportuno para seguir con mis provocativas insinuaciones, y como no quiero acabar la noche en urgencias, vuelvo con la peña.
El partido fue de lo más emocionante, se me secó tanto la garganta de gritar que no tuve más remedio que tomarme por lo menos cuatro cervezas más, lo que dio como resultado que tras la victoria de España sobre Francia me sintiera el Rey del Mambo y mi fijación por follarme a Mariano se acrecentara más aún.
Nunca unos cubatas se me habían hecho tan eternos, deseando que los colegas se marcharon. El último en marcharse fue el pesado de “Ervivo” quien estaba dispuesto a tomarse todos los gin-tonic que hicieran falta, pero fue insinuarle levemente que nos ayudara a recoger la casa y le entraron unas prisas tremendas. ¡Qué ni se te terminó de tomar la copa!
Fue quedarnos solos y el salido que vivía en mi interior se mostró en todo su esplendor. Con la polla a punto de reventar bajo los pantalones, hice gala de toda la poca vergüenza que la vida me había enseñado, cogí la mano de mi amigo y me la llevé al paquete.
—¡Mira cómo estoy por tu culpa, cabrón!
Los mirada de Mariano al sentir mi verga palpitar bajo sus dedos era una amalgama de sorpresa y satisfacción. Ganó la primera por goleada y apartó la mano de mi entrepierna, negándose el placer que le suponía acariciar mi miembro viril.
—¿Qué pasa? ¿No te apetece? — Mis palabras aunque intentan ser amables, están sazonadas con un poquito de chulería(Es lo que tiene las cervecitas, sacan lo peor y lo mejor de uno).
Mariano frunció el ceño y tras guardar silencio unos breves segundos me dijo:
—¿Y mañana qué? Cuando ya dejes de estar eufórico por los efectos del alcohol… Otra vez a sentirse culpable y a evitarnos, porque tú y yo sabemos, que esto que hacemos es inapropiado.
¡Hijo de puta! Su aplastante sinceridad, como siempre, me dejó sin habla. Cuando mi mente encontró palabras para plasmar lo que sentía le dije:
—Perdona tío… Te tengo tanta confianza que a veces se me olvida que esto es cosa de dos. ¿De verdad piensas, que si quiero estar contigo es porque estoy borracho?
Quien calla otorga y el silencio de mi amigo dejo claro lo que pensaba. ¿De qué habían servido el acercamiento y el sincerarnos el uno con el otro de las últimas semanas? De nada. Estaba claro que a pesar de lo mucho que mi amigo sabía de mí y de mis esfuerzos por quebrar sus infundados miedos, él seguía sin fiarse de mí y aquello me desilusionó un montón. Pero como Mariano no era el único que sabía poner todas las cartas sobre la mesa, sin recapacitarlo demasiado le solté todo lo que sentía:
—¡Pues estás equivocado! Sí, quiero volver a estar contigo… Es porque me apetece. ¡No sabes la de veces que me he tenido que pajear, recordando las veces que te he follado!
La brusquedad de mis palabras sirvió para que mi amigo bajara sus defensas y aunque no sonrió, el brillo de su mirada evidenció que mi parrafada le había agradado:
—¡Vale, me has convencido! ¿Qué tienes que hacer mañana por la mañana?
Estuve tentado de decirle: “Tenía previsto echar un polvo contigo si España perdía”, pero decidí no jugármela y le contesté otra cosa bien distinta:
—A eso de las doce tengo que llevar a Elena y las niñas a un cumpleaños…Pero una vez las deje en el sitio, por lo menos dos horas de libertad tengo. ¿Por?...
—Pues cuando las deje... Te vienes para acá... Así te cojo fresco que después de tanto tiempo, te quiero en plena forma. — La pasmosa facilidad con la que cambia mi amigo de actitud no deja de sorprenderme, si momentos antes había discutido sobre la no idoneidad de volver a acostarnos, en aquel momento parecía haber borrado aquel argumento de su decálogo moral y por su expresión, lo único que le interesaba era llevarme al catre.
Yo por mi parte no podía estar más contento y aunque el plan A no había surtido efecto, el plan B estaba a la vuelta de la esquina. Con la satisfacción que da el salirse con la suya y con una sonrisa de pillín le dije:
—¡Venga vale!
Estaba tan feliz, que la alegría se me salía hasta por las orejas cuando Mariano me dejó en casa. En aquel momento no entendía porque me sentía tan dichoso, pues simplemente iba a echar un polvo al día siguiente. Hoy, con la perspectiva que da el pensar las cosas en frio, sé que mi vida matrimonial se había vuelto una agotadora rutina y los momentos que pasaban con él eran, para mí pesar, los únicos que aportaban algo de ilusión a mi existencia. Bueno, luego estaban mis niñas… Pero estaba claro que si mis hijas cubrían mis carencias afectivas, Mariano lo hacía con creces tanto con estas, como con mis necesidades físicas…
Al día siguiente me levanté más contento que unas Pascuas, tanto que hasta tuve que disimular delante de Elena para evitar que no sospechara nada.
En la ducha estuve tentado a pegarme un desahogo por aquello de aguantar más tiempo en la faena, pero pese a que quería que todo después de tanto tiempo saliera perfecto (y cuanto más tiempo mejor) lo desestimé por aquello de llegar con los huevos hasta arriba de leche.
—¿Seguro que no te quieres quedar allí con nosotros? —preguntó mi mujer mientras terminaba de desayunar.
—No, los niños se meten en la sala de juego y no me apetece estar dos horas aguantando la charla de las madres… —Dije mientras echaba un poco de aceite a la tostada de pan.
—No solo habrá mujeres… Estará Fernando.
—¡Peor me lo pones! —Acompañé mi exclamación con un mohín clarividente de lo mucho que me desagradaba aquel tipo.
—Pues antes charlabas con él. —Refunfuño mi esposa.
—Tú lo has dicho “antes”.
—Hijo mío, con los años estas…
—… más viejo y más pellejo. —Adorné mis palabras con una generosa sonrisa. —Además, como te he dicho quiero aprovechar para ir a casa de Mariano y que le eche un vistazo a la declaración de Hacienda, no me convence mucho lo que tengo que pagar.
Fue nombrar la palabra Hacienda y el rostro se le torció a mi esposa que sigo con su persistente interrogatorio:
—Entonces, nos deja y no apareces por allí ¿no?
—No y si no tienes quien te traiga de vuelta, me llamas y voy a recogerte, porque este Mariano, ya sabes cómo es, se pondrá a mirarlo todo muy detenidamente y nos darán las uvas…
—Eso y la cervecitas que os vais a tomar después- Dijo Elena sonriendo levemente.
—Pues también, ¡para que negarlo!
Aunque la sinceridad no era una habitual compañera en nuestras conversaciones, no dejaba de maravillarme mi modo tan falso de actuar ante Elena, enmascarando un acto ruin y egoísta como la infidelidad con la facilidad más pasmosa. Sabía que mi proceder era detestable pero solo se vive una vez y a veces, demasiado rápido.
Una vez terminamos de desayunar, arreglamos a las niñas y salimos hacia la dichosa fiesta de cumpleaños.
El modo en que la globalización golpea nuestro mundo no deja de sorprenderme. Mis cumpleaños transcurrían en mi casa, con una tarta y golosinas como único acompañante de una diversión que consistía en pasar horas y horas jugando en un patio a lo que la imaginación infantil fuera capaz de improvisar.
Hoy para conmemorar el aniversario de un nacimiento, metemos a nuestros hijos en un recinto diseñado para jugar donde un impersonal monitor se encarga de dirigir sus pasos para que consigan divertirse. No tengo conocimientos psicológicos para saber si esta alienación pasará cuenta a mis hijas o no, pero visto lo visto con la generación “whatsapp” sospecho que sí.
Pero egoístamente en aquel momento mis preocupaciones no pasaban por lo mejor para mis hijas, únicamente estaba interesado en dejar a mi familia en aquel “Juguetelandia” y disfrutar de mi ansiado momento con mi amigo.
No sé si por engañar a mi mujer o por lo inasimilable que se me hacía querer tener sexo con un tío, llegué a casa de Mariano como cohibido. Tras los saludos de rigor me hizo pasar al dormitorio, torpemente evité un beso suyo en los labios (¡Qué imbécil podemos llegar a ser las personas a veces!).
Menos mal que en aquel momento “Mr. Hyde” era la personalidad que gobernaba a mi amigo, quien con un enorme descaro me metió mano al paquete, corroborando que llevaba el nabo duro como el cemento.
—¿Quién se va a comer esta polla?
—¡Tu culito, cabrón, tu culito! —Dije haciéndome participe de su desfachatez.
Sin hacerme esperar, saqué mi polla y la mostré como si se tratara de un trofeo. ¡Dios!... Es recordar de nuevo el momento en que se metió mi nabo en su boca y no puedo evitar excitarme. Sus húmedos labios cubrieron poco a poco mi glande, para terminar hundiendo mi verga hasta el fondo de su garganta. Fue sentir el calor de su lengua y mi cerebro se desnudó de toda cordura. Mientras mi amigo me regalaba una buena mamada no pude contener el incontenible deseo de tener su culo entre mis manos, le bajé las calzonas y le metí una cachetada de las que hacen época. Él por su parte seguía regando mi cipote con su baba, poniendo en ello todo el mimo posible.
Mientras me dejaba llevar al paraíso al cual me conducían sus labios, mis dedos acariciaron la raja de su culo e inexorablemente fueron a parar a su estrecho botón, este se me antojaba más dilatado que las anteriores veces que lo había acariciado. Con el valor que da la confianza, solté algo que hasta resultó gracioso por inapropiado.
—¡¿Tú has estado follando?!... ¡Este culo está muy abierto!
Mariano se sacó momentáneamente mi cipote de la boca y con una absoluta tranquilidad me dio una negación por respuesta. Cómo no me convenció mucho, lo seguí interrogando:
—¿Entonces?
Sin dejar de acariciar mi endurecido miembro, mi amigo levantó la vista, buscó mi mirada y cuando la encontró, me dijo en un tono picaresco:
—Uno que tiene sus métodos.
La contestación de mi amigo pareció la de un político: despertaba más preguntas que respuestas. Mi rostro debía ser un derroche de perplejidad, pues sin necesidad de cuestionarle más nada, prosiguió explicándose:
—Sabiendo que venías hoy y con “lo que te gastas”, —Hubo una inflexión cómica en su voz al decir esto último. — para que no me hicieras daño, preparé mi culito anoche con un consolador.
La palabra consolador evocaba en mí imágenes que iban de lo más sucio a lo más excitante. Tuve que poner una cara bastante extraña, tanto que mi amigo por un instante denotó sentirse incómodo.
—¿Es muy grande? —Pregunté morbosamente, con lo que disipé todas sus dudas sobre si aquello del consolador me parecía oportuno o no.
Sin darme tiempo a reaccionar Mariano se incorporó y de manera decidida se dirigió al armario, donde localizó una caja y sacando de ella su contenido, se dirigió hacia mí.
—Este es “Lenny”, mi compañero de polvos solitarios. —La frescura de sus palabras solo era comparable al desparpajo con la que mostraba aquel armatoste negro.
Mientras diseccionaba con la mirada aquel enorme cipote negro, mi amigo volvió a la tarea de proporcionarme placer con su boca. Aquella descomunal verga artificial despertaba en mí una excitante sensación, no sé si por la libertad plena y absoluta que me daba las relaciones sexuales con Mariano o por el morbo inherente en todo ser humano, aquella churra de goma se me antojaba como un caudal de nuevas y satisfactorias posibilidades. Cuanto más la miraba más imposible me parecía que aquello pudiera entrar en un agujero tan estrecho, cuanto más la miraba más caliente me ponía y más disfrutaba el momento, cuanto más la miraba más duro se me ponía el cipote…
Como sabía que si mi amigo seguía caminando por aquel sendero, en breve llegaría a la meta e inundaría su boca de leche, y como mi deseo no era otro que aquella carrera fuera lo más parecido a una maratón, con un gesto le pedí que se levantara.
—¡Ponte de rodillas sobre la cama! —Mi voz, muy a mi pesar, sonó casi autoritaria.
—Si me vas a follar, hazlo con cuidado, por favor. — A pesar de sus recelos mi amigo, obedientemente, adoptó la postura solicitada sin rechistar.
Con la lujuria gobernando cada uno de mis actos, comencé a restregar el inanimado pollón por la raja de su culo. No sabría explicar bien porque, pero aquello me resultaba sumamente morboso y me estaba deleitando plenamente en ello. A mi memoria vinieron algunas escenas de sexo enlatado que furtivamente veía en casa y a las que me estaba empezando a aficionar más de lo que me gustaría. Me sentí protagonista de algunas de aquellas escenas y deje que la testosterona hiciera el resto.
Por mi cabeza paseó la idea de comprobar si aquel pequeño orificio era capaz de albergar aquella inmensa churra negra, sin reflexionar sobre sus consecuencias y acariciando de un modo soez aquel instrumento de placer, lancé una pregunta:
—Hoy vas a tener dos pollas para ti. ¿Cuál quieres primero? —La chulería que inculqué a mi voz fue a posta, en un acertado intento de excitar aún más a mi acompañante.
Sin esperar una contestación por su parte localicé un preservativo, embutí en él el oscuro aparato y tras embadurnarlo con la crema de follar que tenía Mariano sobre la mesita de noche (¡Que chico más precavido este!), coloque el enorme cipote a la entrada de su culo.
Al principio creí que no iba a entrar pues parecía resistirse un poco y no dilataba lo suficiente, pero sorteada la entrada del caliente musculo, este se expandió dejando pasar, para mi sorpresa, el consolador en toda su dimensión.
Ver entrar aquel ancho y largo cipote de goma en las entrañas de mi amigo estaba sacando la parte más perversa de mí. Una vez estuvo dentro del todo lo saque de golpe, el orificio anal de Mariano se había ensanchado de una manera bestial, dicho vulgarmente, lo tenía como el bebedero de un pato. Mi hermanito pequeño, ante la visión del enrojecido agujero, comenzó a babear desmesuradamente.
Las más sucias fantasías tomaron vida en mi mente, aquello me parecía salvaje, morboso y hasta un poco violento. De mi boca comenzaron a salir frases guarras e incoherentes, lo más fino que le dije fue que “Le iba a dejar el culo que no se iba a poder sentar en una semana”, palabras que removían lo más sombrío de mi persona y, a las que de forma impúdica, mi cipote respondía irguiéndose aún más si cabe.
Estaba tan fuera de mí que nada parecía estar prohibido, la permisividad de Mariano a todos mis actos enervaba mi lado soez y obsceno. Mi cerebro volvió a tirar de la hemeroteca pornográfica y rompiendo todas las barreras morales y sociales de mi encorsetada educación, agarré a mi amigo por la barbilla, abrí su boca rudamente y olvidando toda sutileza lancé un escupitajo en su lengua. El acto, hoy en la distancia, me parece guarro y vacío de cualquier emotividad, pero en aquel momento puso mi lívido por las nubes. Con la lujuria dominando mis sentidos proseguí con el, casi mecánico, “meteysaca”.
Jamás en la vida pensé que utilizar un juguete sexual me podía excitar tanto, y mucho menos que la victima de mis caprichos fuera una persona de mi mismo sexo. Estuve metiendo y sacando el negro cachivache hasta que mi verga empezó a dolerme de lo dura que estaba, interpreté aquello como una señal de que quería tener mucho más protagonismo y saqué por completo el dichoso “Lenny” del culo de mi amigo.
Mientras me ponía el preservativo, observé la postura netamente sumisa de mi amigo y, aunque no me van esos rollos peyorativos de los roles y tal, su visión provocó que me encendiera aún más.
¡Qué distinto fue penetrarlo aquella vez a las anteriores! Con el camino preparado por el consolador, mi cipote se introdujo de golpe y con una asombrosa facilidad, fue sentir el calor de su interior, una especie de corriente eléctrica pareció recorrer todo mi cuerpo y se me erizaron hasta los pelos de la nuca. ¡Dios, cuanto tiempo había esperado aquel momento!
El muy cabrón intentó pajearse mientras lo penetraba, pero como mi intención era alargar la fiesta lo máximo posible, para evitarlo, cogí su mano y se la puse sobre la espalda.
El recuerdo que guardaba del acto en sí, no era nada comparable con la multitud de emociones que visitaban mi cuerpo… ¡Cada vez me gustaba más!, y por su forma de comportarse creo que a él también.
Pese a que mis huevos chocaban con su perineo en cada embestida, movía mis caderas intensamente como si con cada movimiento de pelvis intentará entrar un poco más en él. Sumido como estaba en aquella danza sexual, casi dejo que mi cuerpo se rinda al caos del gozo…No sé de qué manera conseguí controlarme y en un intento de frenar lo inevitable le pedí que se cambiara de postura.
—Tiéndete sobre la cama. Quiero metértela de lado, con las piernas hacia arriba.
Mariano acató mis órdenes sin decir esta boca es mía, la posición que adoptó se me antojó de lo más sensual, por lo que sin dilación de ningún tipo, me tendí a su lado, busqué con mi capullo la entrada de su culo y, dejando que la euforia del momento gobernara mi cuerpo, empujé de un modo carente de delicadeza alguna.
No sé si era la postura o era la calentura mental que llevaba, pero tuve la sensación que mi polla llegaba aún más adentro. Unos quejidos de satisfacción emanaron de los labios de mi inseparable colega, con lo que me quedó claro que a pesar de mi rudeza estaba disfrutando tanto como yo.
De nuevo me asaltó la impresión de que me iba a correr, por lo que le pedí que se tendiera boca abajo en la cama. Al introducírsela en aquella nueva posición volví a sentir la incomprensible sensación de que el recorrido de mi polla en las entrañas de mi amigo era aun mayor.
Desconozco de donde saqué la idea, pero adoptando la postura militar de las flexiones proseguí metiéndome en su interior al ritmo de los movimientos gimnásticos del mismo. Aquello fue tan agotador como placentero.
Fue tanto el desenfreno sexual que me embargó, que por más que lo intenté, no pude reprimir por mucho más tiempo el chorro de leche que pugnaba por salir de mi cuerpo. En un último esfuerzo, salí de mi amigo y con la lujuria golpeando cada fibra de mi cuerpo, me quité el condón, me arrodille ante su cara y le solté toda la esencia de mis huevos contra su cara.
Obscenamente impregné uno de mis dedos en la mancha blanca que descansaba sobre sus mejillas y volviendo a hacer su voluntad mía, lo introduje en su boca. Ver como mi amigo lo saboreaba sin pudor alguno, lejos de darme asco o algo parecido, me pareció de lo más estimulante.
Absorto en el gratificante placer que recorría cada fibra de mi ser, egoístamente casi me olvido que mi amigo seguía entero y que a pesar de nuestra intensa sesión sexual, sus huevos seguían sin vaciarse.
—Artista, tú no te has corrido ¿no? ¿Cómo te quieres correr?
—¡Quiero que te mees encima de mí, mientras me pajeo!
Si en algún momento de aquella tarde había tenido la sensación de haberme pasado un poco con mis palabras o mis actos, ese sentimiento se difuminó por completo al escuchar la insólita e inapropiada petición de Mariano. Los momentos íntimos con él, estaban demostrando ser cualquier cosa menos aburridos y su forma de sorprenderme no era comparables a nada. Aunque en un principio me quedé un poco perplejo, su solicitud la vislumbraba como algo inmundo y satisfactorio por igual y dado que no tenía la vejiga demasiado llena, opté por pedirle una cerveza.
Me tomé el contenido de la lata rápidamente y nos fuimos al baño. Fue verlo arrodillarse en la placa de la ducha, con la polla mirando al techo, lanzando una mirada suplicante a mi entrepierna y me entraron unas ganas locas de orinar.
¿Qué placer hay en ver como el contenido de tu vejiga impregna a otro ser? ¿Qué satisfacción obtiene una persona cuando un caliente liquido mal oliente empapa su cuerpo? No tengo lo respuesta, lo único que sé es que fue sentir el contacto de mi orín con su piel y Mariano se corrió plenamente.
Mientras terminaba de escurrir mi churra sobre él, medité levemente sobre lo que habíamos hecho y no me parecía algo desdeñable, sino todo lo contrario. En aquel preciso momento comprendí que cuando la pasión y el cariño se dan de la mano, cualquier variante sexual deja de ser reprobable (Habría que seguir investigando).
Continuara en: “¿Y cómo es él?”.
Acabas de leer:
Historias de un follador enamoradizo
Episodio XXXIII: ¡Voy a por ti!
(Relato que es continuación de “Vivir al Este del Edén”)
Hola, como siempre digo llegado este punto: Deja tu comentario, valora, escribe un e-mail… Los autores es el único baremo de saber que lo que hemos escrito te ha llegado.
Sí es la primera vez que entras a leer un texto mío y te has quedado con ganas de continuar leyendo más. En su momento publiqué una Guía de lectura que te puede servir para seguir su orden cronológico.
Antes de pasar a responder y agradecer los comentarios, me gustaría comentar que el pasado día 21/02/2014, el autor Vieri32 publicó “Entrevista a Machirulo”, la cual no deberías perderte si quieres conocer un poco más a la persona que escribe estos relatos (Ya me dirás…).
Y sin más mi respuesta a los que han dejado un comentario en "Lo estás haciendo muy bien" y "Celebrando la derrota" A Albany: Nunca he pretendido que la cronología fuera un problema para nadie, lo que he intentado siempre es que el lector se monte la historia en su cabeza con los datos que yo voy dando y que, como tú bien dices, disfrute del momento; a Longino: Ignoro si estás leyendo este relato, pero si es así habrás visto que aquí si había lugar a esos comentarios sociales que tanto te gustan; a cuco curioso: Como sé que eres seguidor de “Los descubrimientos de Pepito” te gustará saber que el próximo episodio está bastante adelantado y se publicará(por aquello de cuadrar los acontecimientos con las fechas) poco antes de Semana Santa; a Zoele: Francisco volverá y cogerá bastante protagonismo, pero tardará un poquito. De todas maneras, Ramón creo que tampoco te desagrada mucho ¿no?; a ozzo2000: Me alegro de saber que nunca te has ido y de despertar todas esas sensaciones en ti. Uno de los motivos que me impulsó a escribir estas cosas fue alimentar fantasías, por lo que tus palabras me son doblemente gratificante; a mmj: Pues si Francisco te ha sorprendido hasta ahora, lo que queda por contar no te va a dejar indiferente. ¿Qué te ha parecido este momento de Ramón y Mariano, contado desde el punto de vista del primero? ¿Me he repetido o suena diferente? ; a Pepitoyfrancisquito: Ni hay que estudiar carrera alguna, ni opositar nada, simplemente encontrar a alguien que quiera ser tu paciente (¡ Estáis hecho unos granujas de marca mayor!); a Zarok: Es curioso lo que ha pasado con la frase de la moneda, me salió de manera espontánea y la metí sin más. Otras con las que intento impactar y hacer pensar al lector, pasan desapercibida. Lo de poner títulos homenajes a películas, canciones y demás es uno de los motivos por lo que no numero las series. Me alegra mucho que hayas hecho mención a ello; a Aleixen: Las frases últimas de este relato están inspiradas en los e-mails que intercambiamos; a gatacolorada: Tu comentario tan conciso y directo casi me ha dejado sin palabras. Y no, tú no puedes escribir así: Tú lo haces muchísimo mejor y a dantralo: Seguramente no estés leyendo esto, pero si incluí el relato en bisexuales es porque uno de los protagonistas lo es y si partimos de la premisa que la mayoría de los lectores que entran en dicha sección, fantasean con una relación de este tipo ( sexo con su mejor amigo), no veo motivos para que no esté en dicha categoría.
Bueno, nos vemos en unos quince días, con la continuación de este relato que llevará el título “¿Y cómo es él?”, protagonistas Mariano y Ramón. No me faltes que pienso pasar lista.
Hasta entonces.