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Once machos con los huevos cargados de leche

en Gays

¿El cine porno imita a la vida o viceversa? La verdad es que en este momento no lo tengo muy claro. La escena que tengo ante mí ojos  bien podría ser parte del  rodaje de una peli para adultos,  pero os puedo asegurar que es real cien por cien.  JJ, en pelota picada,  se encuentra tumbado boca arriba sobre un par de mesas en el centro del salón del bar, con los brazos en cruz y las piernas en forma de uve.   En torno a  él se han situado los camioneros, el personal del local y el comercial,  formando una especie de coro de la patata, un coro de la patata morboso y libidinoso a más no poder. La pose que adoptan los fornidos machos  emana tanta fuerza y energía, que sus físicos me recuerdan a columnas que se lanzaran hacia el techo. Todos ellos, completamente desnudos, masajean con orgullo sus erectas vergas, precipitando sus cuerpos hacia el tobogán de la satisfacción onanista.

El placer de los once sementales pasa por  regar con su esperma a mi más que receptivo colega.  La natural impavidez con la que él está reaccionando ante ello me tiene maravillado. Me conozco de sobras ese afán suyo  de protagonismo. Su querer ser el niño en el bautizo, el novio en la boda y el muerto en el entierro, porque lo que me aventuro a sospechar que se lo está pasando de guinda siendo el centro de atención.

El primero en caer seducido ante el  abrazo del orgasmo es  Bernard, uno de los camioneros polacos. Cuando el momento supremo llega, unos espasmos recorren su cuerpo, manifestándose en su rostro con una mueca casi grotesca, oprime su  majestuoso y pálido pene entre sus robustos dedos,  deja que un abundante chorro de esperma mane de su rosada cabeza y empapa el pliegue interior del codo izquierdo de mi amigo con espesas gotas del pegajoso liquido blanquecino.  

El siguiente en evidenciar que está a punto de eyacular es  Borja, el agente comercial. Se aproxima al máximo a Jota y se  masturbar frenéticamente. Lo hace de un modo tan compulsivo que  ver su violáceo capullo salir y esconderse en el dorso de su mano me trae al pensamiento la imagen de  la cabeza de una tortuga asomándose y metiéndose en su caparazón. Al igual que el anterior, termina de ordeñar su enorme pollón y escupe toda la lefa sobre mi compañero de viaje. Concretamente sobre su mejilla derecha.

A continuación, son los dos maduritos vascos los que hacen ademan de estar a punto de expulsar la leche. El primero en terminar su solo de zambomba es Iñaki, quien acercando su oscuro cipote al pecho de Jota echa varios chorros de esperma sobre él. Para terminar, refriega el capullo burdamente contra sus pezones, con la única intención de vaciar las últimas gotas.  

Deslizo mi mirada sobre las facciones de  Nikolás  y veo como aprieta los dientes en clara señal de que está llegando al orgasmo. Sin poderlo remediar  mi mente empieza a vagar por lo ocurrido en las últimas horas.  Tal como hacían las antiguas cintas de VHS, rebobino  mis recuerdos hasta la génesis de los acontecimientos que han desembocado en el momento actual.

Tras nuestra estancia en Vigo, conducíamos en dirección a Villa de Camborro, un pueblecito de la costa gallega donde JJ había quedado con unos conocidos suyos con la intención de pasar unos días, y  paramos a desayunar en una estación de servicio. Nada más entrar, pudimos comprobar que en el bar el personal femenino brillaba por su ausencia y su clientela se  componía solo de atractivos y varoniles hombres. A los conductores de la escudería de camiones que estaban en los aparcamientos, había que sumarle el  personal de la barra   y un comercial trajeado,  todos estaban de toma pan y moja chocolate, por lo que  fue de lo más lógico que termináramos  deleitándonos con sus recios y uniformados cuerpos.

Juan José, con su habitual descaro,  se puso  a devorar con la mirada a los camioneros, como si aquello fuera una especie de mercado del sexo, donde todo lo que estaba a la vista se pudiera comprar. Estaba tan pletórico que incluso cometió la insensatez de seguir  a uno de ellos a los servicios. Evidentemente, no todo el campo es orégano, ni todo el mundo entra a mear  buscando ligar con el tío del urinario de al lado, por lo que no tuvo que transcurrir mucho rato para ver salir al camionero con él del cuello, bastante enfadado y profiriéndole toda clase de insultos por haberle mirado la churra. Formó tal escándalo que todos los clientes y  el personal del bar se acercaron a curiosear.

El jaleo que se armó en un momento fue tremendo, todos se aglutinaron alrededor de ellos dos y, como  buenos españoles, todos daban su opinión sobre lo acaecido aunque no se la pidieran.  La cosa se puso tan calentita que yo ya me veía con aquellos cafres tirándonos desde lo alto de un campanario, sin embargo la temperatura se fue elevando en otra dirección  y la cosa acabó por otros derroteros bien distintos.

En un momento determinado Alain, pues así era como se llamaba el chofer a quien mi colega había estado  atosigando en el baño, se metió mano soezmente al paquete, tras pedir a los camareros que cerraran el local, se sacó un colosal rabo y   dio de mamar  a Jota delante de todos.

Llevando a sus últimas consecuencias la frase de culo veo culo quiero, los otros diez tipos, al comprobar lo bien que se lo estaba pasando el vasco con  la buena comida de polla que le estaban metiendo, se pusieron tremendamente  cachondos y aquello concluyó  con todos ellos dándole el bibí a mi compañero de viaje, quien dicho sea de paso hizo un master de “Mil y una maneras de comer una polla” y no desperdició  ni una sola gotita de la caliente leche. ¡Vaya atracón que se metió el muy cabrón!

Tras aquel espontaneo “bukkake” Alain, promotor de toda aquella movida, y quien  tras correrse  se había mantenido un poco apartado, volvió  a tomar cartas en el asunto, se acercó al grupo, cacheó sonoramente el culo de JJ y, dirigiéndose al camarero,  sugirió follárselo con una apabullante tranquilidad.

—¡Chiqui, tráete un par de cajas de condones de los buenos! ¡Que ese culo no pase hambre!

Si hasta aquel momento que once tipos heterosexuales (supuestamente) se dejaran chupar tranquilamente el nabo por un tío me parecía de lo más inaudito, cuando no pusieron ninguna pega a la inapropiada propuesta del madurito vasco, miles de alarmas empezaron a encenderse en mi raciocinio y me costaba admitir que para algunos fuera la primera vez que estaban con un tío. No tuve más remedio que rendirme a la evidencia y  admitir que había gran parte de verdad en  leyenda urbana de que en las áreas de descanso hay “tema”.

Pepiño, el camarero, apareció con dos cajas de condones y un bote de lubricante vaginal. Alain cuando lo vio se sonrió y dijo:

Chiqui, veo que has pensado en todo, pues por muy caliente que este el culo del mozo, una ayudita no viene nunca mal.

Lo que estaba pasando en aquel bar me  estaba superando por completo, el sexo siempre había tenido su parte tabú para mí y si no iba acompañado de sentimientos me parecía nauseabundo, algo indigno y que terminaba por sacar  lo peor de la gente.

JJ no parecía tener mis problemas de consciencia  y no daba señal de estar ni ligeramente preocupado. Se empezó a desvestir con una manifiesta  naturalidad, sin mirarme siquiera para buscar mi complicidad, como si no le importara  lo más mínimo lo que yo pudiera opinar al respecto. Lo observé y, por la forma de contonearse a la hora de quitarse los pantalones y los “slips”, me dio la sensación de que se estaba luciendo un poquito, por lo que me quedó claro que estaba más que a gusto que un cochino en un charco con la situación. A pesar de que el miedo a una posible reacción adversa del grupo se había ido difuminando, todavía no las tenía  todas conmigo, pues aquellos tipos eran como un polvorín de testosterona, cualquier contrariedad los podía hacer estallar y nosotros dos, al ser los “diferentes” y minoría,  tendríamos todas las de perder en una posible trifulca.

Una vez JJ se quedó  como su madre lo trajo al mundo (pero con cuarenta años más), los once machotes se quedaron mirándolo como niños a un dulce  en una pastelería. Por la libidinosa expresión que se pintó en la cara de algunos de aquellos tipos, pude discernir  quienes conocían de sobra  el placer que daba meterla en un agujero estrecho  y quienes no lo habían catado en su puñetera vida. La cara de perro en celo de Alain, dejaba claro que  la cabina de su camión había sido testigo de algún que otro escarceo con alguien de su mismo sexo.

El primero en tomar la iniciativa, al igual que a la hora del sexo oral, fue  Nikolás. Sin reparos de ningún tipo, se quitó el uniforme de trabajo y le pidió un preservativo a Alain. Mientras se lo colocaba alrededor de su regordeta polla, me fije detenidamente en su portentoso físico. El tío tenía pinta de estar muy  golpeado por la vida, un rostro erosionado por un reguero de arrugas y  una abultada barriga cervecera eran una muestra obvia de ello. No obstante, sus anchas espaldas, un pecho voluminoso con dos enormes pezones morados,  sus musculosos brazos y una calva prominente, le daban un aspecto de macho rustico que lo hacían la mar de deseable.

Jota al ver como se acercaba, se apoyó sobre la mesa que tenía delante,  encorvó levemente la espalda  y sacó el pompis sumisamente. Por el pequeño mohín que hizo, supuse que temía por el daño que aquel  cacho de bestia le pudiera hacer.  Creo que Alain llegó a la misma conclusión que yo  y, con cierta sorna, lo detuvo antes de que se la metiera.

—¡ Qué berzotas eres a veces! ¿Se la pensabas meter en seco y ya está? Anda, no seas bruto y  échate un chorro de esto—Dijo señalando el bote de gel que había traído el camarero.

Nikolás puso cara de no entender muy bien porque tenía que juntarse aquello  sobre en el preservativo, pero cuando sintió el agradable tacto de la crema no hizo falta explicarle nada y  sonrió complacido por debajo del labio.

Sin más dilación, se fue para mi amigo, colocó el cipote a la entrada de su ano y se la intento meter de golpe, pero JJ lo paró diciéndole:  

—¡No tengas prisa y ve despacito! Que si lo haces bien te va a dar mucho más gusto. ¡Déjame que, al principio, sea yo quien lleve el ritmo!

Su condescendiente  promesa pareció calar en el varonil individuo, quien  sacó su lado amable y se dejó hacer. Poco a poco, con un suave movimiento de caderas y de glúteos, mi amigo fue adaptando su ano al grosor del cipote del vasco. En el momento que consideró  que aquel garrote de carne estaba preparado para entrar y salir sin hacerle daño, le gritó:

—¡Ya te puedes mover como te salga de los cojones, campeón!

Aquella especie de orden pareció ser el pistoletazo de salida para el fogoso macho y comenzó a empujar como si le fuera la vida en ello. Automáticamente unos quejidos placenteros de JJ rompieron el silencio, quejidos que fueron acompañados por unos guturales gruñidos por parte del cacho bestia que lo estaba penetrando. Aquella forma de practicar el sexo, buscando el disfrute de los cuerpos y sin implicación alguna, me resultaba de lo más impersonal  Sin embargo, mentiría si dijera que no me excitaba y sacaba  fuera mi parte más animal.

Ver aquel  viril templo de testosterona cabalgar de aquella manera a otro hombre se me antojó un espectáculo digno de ser contemplado. Sin embargo, parecía que no era el único que pensaba de aquella manera, pues, salvo Alain que estaba con la mirada perdida pensando no sé qué, el resto de los hombres no perdían detalle de la tremenda follada. No sé por qué, pero tuve la sensación de que intentaban quedarse con la “copla” para después emularlo.

En un momento determinado, Iñaki se puso de píe sobre la mesa, acercó su pelvis al rostro de Jota y, sin pedir su opinión,  le encajó su regordete y cabezón carajo entre los labios. Aquel gesto por parte del camionero vasco hizo que la temperatura dentro del local se elevara aún más y comenzara una pequeña batalla silenciosa por ver quién sería  el siguiente en subirse en el carrusel sexual que parecía ser la boca y el culo de mi colega. Todos se tocaban la polla de manera obscena y miraban de reojo al que tenía al lado, intentando evidenciar su supremacía en una especie de  implícita competición.   

Hasta el momento,  y para mi gusto, el ambiente había sido un poco tenso, pues para unos cuantos podría haber  sido su bautismo en las relaciones homosexuales, sin embargo el clima se había vuelto  más distendido y, entre los tipos que aguardaban su turno, empezaron a circular bromas groseras sobre la forma de follar o por cómo se le estaba poniendo de gordo el cipote con lo que estaban viendo. Chanzas muy comunes entre el género masculino y que formaban parte de  la disputa ancestral por demostrar quién de todos era el más macho. Los únicos que no entraron en aquel  subliminal juego, y supongo que por timidez, fueron el camarero y el cocinero, aunque no por ello aparentaban estar menos ansiosos que los demás por meterla en caliente.

Los primeros en mover fichas y hacer valer su hombría frente al resto,  fueron los polacos que, al igual que hiciera Nikolás, se comenzaron a desprender sin pudor  de su ropa de trabajo. El improvisado strip-tease a tres que se comenzó a desarrollar a escasos metros de mí, hizo que se me acelerara el pulso y mi corazón latiera tan deprisa que me dio  la sensación de que se iba a  salir  de mi pecho. La cosa no era para menos, ver aquellos tres individuos desnudarse y no tener el valor de acercarme para tocarlos, se convirtió en la peor de las torturas.  

Adam, con la polla cimbreando orgullosamente de lado a lado, se acercó a Alain y le pidió un preservativo. Una vez lo tuvo debidamente colocado, echó un poco de lubricante sobre él, caminó  orgulloso los pocos pasos que le separaban de  la mesa donde se encontraban los dos vascos con Jota y le pidió a Nikolás que le dejara ocupar su sitio. Este lo miró un poco enfurruñado, y muy de malas ganas, se apartó.

No sé si por el cambio de calibre o por la potencia propia de la juventud, la cara de mi colega dejó entrever una mueca de dolor, dolor que, a los pocos segundos de traqueteo, se transformó en una perturbadora satisfacción. Era fascinante la imagen de aquel semental  rubio taladrándole el ano, mientras él devoraba la verga de Iñaki. En un momento determinado, Nikolas, que de  tan caliente como iba no estaba dispuesto  a prescindir por completo de su dosis de sexo, le hizo un gesto a su compañero de trabajo, ocupó su lugar sobre la mesa y puso su cipote a disposición de la boca de mi amigo.

Adam se  había agarrado fuertemente  a la cintura de JJ y movía las caderas compulsivamente tras sus glúteos. Profería de vez en cuando alguna palabra en su lengua natal, palabras que no había que ser un versado en  el idioma polaco para intuir que podrían significar.  De buenas a primeras paró, supongo que porque no se quería correr tan pronto, hizo un gesto a Bernard y le cedió su  puesto.

Ver caminar desnudo  a mi polaco favorito fue de lo más morboso, su pecho, su culo, sus piernas temblaban de manera vigorosa a cada paso que daba. Observar cómo se colocaba   tras las  nalgas de JJ y cuidadosamente iba introduciendo la verga en su ano, consiguió que mi polla vibrará ligeramente  y, de nuevo, sintiera un poco de envidia por no ser yo quien tuviera sexo con aquel Brad Pitt de la Europa del Este.  

Nikolás, ante la petición de Adam de cederle su puesto, respondió  de muy malas ganas que se esperara un poco. El joven polaco, imaginé que porque  preferiría tener la fiesta en paz, no le dijo nada y se echó a un lado. Estaba claro que el madurito vasco se lo estaba pasando como hacía mucho tiempo que no y no tenía intención alguna de compartir aquella caliente boca con nadie.

Bernard, a diferencia de su paisano, follaba de un modo más pausado y contundente. Pese a que en su rostro se dibujaba la lascivia, también había un pequeño lugar para algo de ternura.  Una vez consiguió introducir el supositorio de carne  en todo su esplendor, comenzó a mover las caderas lateralmente como si con ello fuera a conseguir mayores cuotas de satisfacción. Cuando le pareció sacó su rosado rábano y lo volvió a meter con contundencia, lo que propició que Jota lanzará un largo bufido de placer.  Repitió la operación unas cuantas veces y cuando lo consideró oportuno, le pidió a Dominik que se aproximara.

Ni hizo ademán de pedirle a Nikolás que le dejara colocarse donde él, ignoro si porque quería reservarse para más tarde o porque no tenía ganas de darle al vasco la satisfacción de soltarle una brusca negativa. Se echó a un lado y junto con Adam, se puso a contemplar como su compatriota taladraba a mi compañero de viaje.

La singular forma con la que aquel machote  de piel clara introducía la polla en el recto de Jota  llamó mi atención. Había aferrado fuertemente sus manos a las caderas de mi amigo y movía su pelvis contra sus glúteos con repetidos golpes,  tan cortos como rápidos. Aquel insólito modo de practicar el sexo me recordó al de los conejos.

Unos intensos minutos más tarde, un golpe en el hombro por parte de Pedro, el madrileño, le hizo saber que su turno había concluido. Con una expresión mitad satisfacción, mitad resignación interrumpió su cabalgada hacia el placer y se unió a sus dos paisanos al otro lado de la sala.

El treintañero de ojos verdes estaba como un queso y él lo sabía, en su forma de comportarse y mostrarse ante los demás había vanidad a espuertas. Tras ponerse el condón, caminó con cierta chulería hacia la mesa donde estaba JJ, quien dejó de mamar el nabo del vasco y volvió levemente  la cabeza para calmar su curiosidad. Al ver que era Pedro quien se disponía a perforar su ano, dejó que una sonrisa picarona se pintara en su rostro y prosiguió con lo que estaba haciendo.  

Mi amigo hizo un gesto a Nikolás para que se bajara de la mesa y una vez esta estuvo libre,  se tendió boca arriba sobre ella. Abrió las piernas y dobló las rodillas, invitando pecaminosamente con ello a que el erecto mástil  del  guapo conductor madrileño profanara sus esfínteres.

No sé si Pedro conocía del sexo anal con hombres o no, lo que si pude comprobar es las buenas mañas que se daba para ello. Sin abandonar esa sonrisa cancina suya, acercó su polla a sus glúteos, apretó los muslos de Jota y se la clavó casi de golpe, propiciando que un quejido seco explotara en los labios de mi sumiso amigo.

Una vez su cuerpo asimiló las embestidas del macizo camionero, buscó con la mirada  a Nikolás, quien se había quedado con cara de desangelado, y le pidió que se acercará. Sin pensárselo ni un minuto, el robusto conductor se colocó junto a su boca, hizo un poco de malabarismo esquivando el pico de la mesa, le metió su oscuro rabo en la boca y comenzó a mover sus caderas frente al rostro de mi colega. De nuevo la mirada del vasco se enturbió de lujuria.

Durante unos minutos los dos hombres aplastaron su pelvis contra el rostro y las nalgas de JJ.  Sus dos complacientes agujeros se tragaban la masculinidad de  ambos de una forma asombrosa. Eché un vistazo al resto del grupo y todos miraban absorto como las dos enormes trancas invadían aquel culo y aquella boca.

Enfoqué mi mirada en la expresión de Pedro y era de plena satisfacción. Tenía los ojos cerrados,  la cabeza ligeramente echada para atrás y su perenne sonrisa pintada en los labios. Tuve la sensación que en esa ocasión, a diferencia de otras, la alegría que mostraba era de  lo más  sincera.

Albert, quien ya se había desnudado, pegó las dos o tres zancadas que lo separaban de la mesa, le pegó una cariñosa palmada en el culo a su compañero de curro y le pidió con un gesto que se desplazara.

Ver al niñato catalán en pelotas despertó en mí sensaciones ambivalentes. Era más que obvio que el tío era poseedor de un cuerpo espectacular, capaz de avivar en el más pintado los más recónditos deseos: Un pecho fornido, unos brazos musculados, un vientre plano, un culo redondito y firme… Sin embargo, había algo en él que me atraía y me repelía por igual. Ignoro si era  ese aire suyo  de creerse la última Coca-cola del mundo o esa sensación que me daba de ir  puesto de todo en todo momento. Fuera lo que fuera no me terminaba de cuajar.

Creo que en parte era culpa mía, de siempre me habían encantado esos tíos tan seguros de sí mismo que rozan la prepotencia, mi mala experiencia con ellos me terminó desenganchado de sus encantos y me ha hecho aborrecer un poco a ese tipo de individuos tan pagados de sí mismo. Aun así he de reconocer que el tío tenía un morbo que se lo pisaba y echar un casquete con él no debía estar nada mal.

Con total arrogancia se agarró el pollón, lo colocó en la puerta del ano de mi  colega y empujó con fuerza. Intuí que había insertado su grueso cipote de una manera bastante brusca, pues JJ apretó sus dientes y dejó escapar sendos gruñidos de dolor. Escudriñé el rostro de mi amigo,  en sus ojos se dejaba ver el brillo de la lujuria y, pese a la mueca de dolor, en su cara asomaba un exultante placer.

De nuevo,  y por la forma tan resuelta de afrontar el sexo homosexual, llegué a la conclusión que Albert no era la primera vez que toreaba en aquella plaza. Alternaba unos movimientos frenéticos de caderas, con unos propios de Elvis Presley. Agarraba fuertemente los muslos de mi amigo, como si quisiera introducir mayor porción de su caliente falo en su recto. De vez en cuando, se paraba, profería algún insulto del tipo: “¡Qué buen culo tienes, cabrón!”, le daba una cachetada en las nalgas y proseguía con su cabalgar. En todo eso, Nikolás seguía dándole de mamar de un modo bestial. Ver entrar y salir su morena polla impregnada por un brillante reguero de babas, ¡me ponía a mil por mil!

El siguiente en desnudarse por completo y pedir su turno fue Iñaki. El madurito sin ropa perdía un poquito, aunque no estaba gordo, tenía un poquito de tripilla cervecera que lo desmerecía. Por el contrario, sus brazos, su torso, sus piernas y su culo me parecían impresionantes. Aunque lo que más me llamaba la atención era su polla regordeta y cabezona, un amasijo de venas azuladas sobre el que culminaba un suculento champiñón,  saborearlo debía ser toda una delicia.

Albert dejó su lugar a Iñaki. Él se situó de manera ceremoniosa entre las piernas de Jota, buscó con los dedos el caliente orificio, el contacto de sus dedos con la gelatinosa piel  propició  en él una sonrisa de maliciosa satisfacción, aproximó su pelvis un poco más a las nalgas de mi amigo, colocó su torso entre las rodillas de este  y fue metiéndosela muy despacio. A pesar del extremado cuidado con él que lo estaba penetrando, le dijo:

—Si te hago daño me lo dices, que a mí a bruto no me gana ni Dios.

—No te preocupes —Respondió mi compañero de viaje con voz apagada.

Amigo de los contrastes como soy, la aparente ternura y comprensión que transmitía aquel tosco individuo me tenía absorto. Desde un primer momento me había caído en gracia, al ver con la energía y cuidado que penetraba a JJ, comprendí porque. Debajo de aquella carcasa de masculinidad y de rudeza, parecía haber alguien que se preocupaba por los demás, alguien  a quien parecía no ser  indiferente el dolor que pudiera perpetrar a un desconocido. Alguien, que como supuse de un primer momento, con quien echar un polvo tenía que estar de puta madre.

Fije la atención  en su expresión, a diferencia de algunos de sus compañeros que cerraban los ojos intentando negar la realidad, él miraba a JJ, guiñándole el ojo  de vez en cuando, como si su satisfacción dependiera de la suya. Una sonrisa sincera asomó durante todo el tiempo en un rostro que se me antojó rezumaba nobleza por los cuatro costados. 

Alain, al ver que los dos chavales no se decidían a dar el paso para desnudarse, los apremió diciéndoles:

—¿Qué pasa con vosotros, chiquis? ¿No tenéis ganas de meter la longaniza en caliente?

Los dos veinteañeros intercambiaron un gesto  de perplejidad, miraron al corpulento camionero y comenzaron a desnudarse con cierta resignación.

Dividí mi curiosidad entre la descomunal follada de Iñaki y la timidez de los dos muchachos. La forma de entregarse al acto sexual del camionero vasco me tenía anonadado, pues a pesar de su rudeza y  la fuerza con la arremetía su cuerpo contra mi colega, había cierta complicidad y cariño entre ellos; el modo de desvestirse de los dos chicos nada tenía que ver con el alarde de hombría del que habían hecho gala los demás. Su recato no podía ser mayor, sobre todo en Antoñino, el cocinero, quien no podía disimular los enormes complejos que le ocasionaba su aparente sobrepeso.

Pepiño es un adolescente con pinta de hombre que tira  de espaldas. Es guapo hasta decir basta y a eso ayudan mucho unos ojos azules que reinan en su rostro con el inusual brillo de juventud. Su físico, lejos de los ciclados cuerpos de gimnasio, es proporcionado, musculado y sin una chispa de grasa. Lo más inusual de él es su polla, ligeramente torcida hacia arriba, lo cual le proporciona un aspecto de lo más morboso y apetitoso.

Su compañero de curro, Antoñino, es el clásico jovencito para el que  jugar a la   “Playstation”  significa practicar un deporte y su concepto de dieta sana pasa por que las hamburguesas y las pizzas no estén caducadas. Es ancho de espaldas, pero una blanda barriga y una acumulación de grasa en sus costados le dan un aspecto bastante fofo  y le resta bastante atractivo. Aunque el tío es bastante guapo, su poco cuidada forma físico lo hacen de los once hombres el menos apetecible. Si a eso se le suma que su polla es corta y ancha, el sexo con él no es algo que me parezca ni siquiera apetecible.

Una vez se desnudaron, Alain le dio un preservativo a cada uno. El nerviosismo estaba presente en ambos, pero mucho más en el cocinero quien ni siquiera atinaba a ponerse el condón. Una vez se encontraron perfectamente “vestidos” para follar. El organizador de todo aquello le pegó una voz a su compañero:

—¡Iñaki, deja  de pegarte el lote y haz hueco para que el camarero le dé también gusto a la pichorra!

El cuarentón miró a mi colega e hizo un gesto de fastidio, dándole a entender que no es que él quisiera parar, sino que lo obligaban. Con una mueca de resignación, abandonó su lugar en favor de Pepiño.

El joven camarero avanzó los pocos pasos que lo separaban del culo de JJ. Aunque quería aparentar seguridad era incapaz de ocultar lo nervioso que estaba, cosa a lo que no ayudaba para nada el tener  todos los ojos de los allí presentes pendientes de él. Con movimientos torpes intentó meter la churra en el agujero, pero no acertaba. Mi amigo alargó la mano y le colocó en su sitio.  

—¡ A partir de ahora, hijo mío,  lo único que tienes que hacer es empujar! —Dijo Jota con su guasa particular, sacándose momentáneamente la verga de Nikolás de la boca.

Aquellas palabras parecieron ser el acicate que necesitaba el muchacho para animarse, pues una vez comprobó que su chorizo entraba con facilidad en aquel “pan”, metió las manos bajo los glúteos de mi coleta, levantó levemente su pompis  y comenzó a mecer su cuerpo de una manera que sin ser frenética, desprendía cierto vigor.

Miré con detenimiento la cara del camarero, su expresión denotaba que se lo estaba pasando de miedo. Lo más seguro es que tuviera novia o alguna amiga con la que mantenía relaciones sexuales con cierta regularidad, pero nada comparable a que un hombre le comiera la polla o petarle el culo a un tío como estaba haciendo en ese momento. Por lo menos, esa fue mi impresión al ver el satisfactorio estupor que asomaba en su semblante.

Otra vez el chaval demostró tener poco control sobre  su eyaculación, pues le basto dos minutos de salvaje folleteo para que su cara y su cuerpo convulsionaran con los espasmos propios del orgasmo. Durante unos segundos cerró los ojos y  se derrumbó sobre las piernas de Juan José, lo sacó de su ensimismamiento un grito de Alain.

—¡Chiqui, no te duermas que esto es cucharón y paso atrás!

El camarero, como si la palabra del camionero fuera ley para él, cedió sin rechistar su lugar a Antoñino.

Si Pepiño había mostrado dudas antes de ponerse a follar delante de todos, el cocinero no fue menos. Caminaba con un paso lento, como si le costara trabajo levantar los pies del suelo, su porte evidenciaba  la  enorme vergüenza que le daba enfrentar todo aquello, sin embargo,  víctima de la calentura que lo embargaba, su recortada polla seguía mirando al cielo.

Una vez estuvo junto a JJ, probó a  meterle  la polla sin éxito. La verdad es que para la barriga del muchacho y el tamaño de su miembro viril, la postura escogida no era la más idónea. Tras tres intentos fallidos, mi colega, le pidió que se sentara en el suelo.

El muchacho no entendía muy bien que pretendía con aquello y buscó la mirada de Alain, como si este tuviera la respuesta. El madurito vasco le hizo un gesto, dándole a entender que obedeciera y adoptara la posición solicitada. El cocinero colocó su desnudo culo sobre la baldosa, de muy malas ganas, pero lo hizo.

Juan José se deshizo de la polla de Nikolás, se levantó de la mesa y una vez se incorporó, se acuclilló  como buenamente pudo sobre el regazo del cocinero. Pese a que la postura en principio parecía bastante molesta, supo acomodarse con facilidad, tras indicarle con la mano a la polla el camino que debía de seguir, le echó los brazos por el cuello al chaval y comenzó a cabalgarlo, en un principio despacio, para  después pasar a hacerlo más frenéticamente.

Busqué la expresión de Antoñino para intentar averiguar  qué tal le estaba pareciendo aquello de petar un culo, pero no tuve éxito. Había ladeado la cabeza, ignoro si  para evitar ver el rostro de JJ o impedir  de que este le diera un beso,  pero lanzaba unos quejidos entrecortados. Con lo que, aunque no pude ver la cara que ponía, llegué a la conclusión de  que se lo estaba pasando de puta madre.

Mientras mi amigo subía y bajaba de la pequeña pértiga que tenía incrustada en el ano. Borja, el comercial trajeado, comprendiendo que llegaba su turno, se empezó a desnudar. Se quitó la chaqueta, la dobló muy bien y la colocó sobre una silla, lo mismo hizo con los zapatos y el pantalón. La imagen que ofrecía  con la camisa, la corbata, los bóxer y los calcetines de ejecutivo  era impresionante. Poseía unas hermosas  piernas, producto quizás de jugar mucho al futbol, estaban cubiertas por un fino y rizado vello rubio que le proporcionaba un aire de lo más sexy.

Se desprendió de los calcetines con cierta calma, como dándose a querer, pues sabía que alguno que otro lo miraba con cierta envidia. Se quitó la corbata con cierto aire teatral, como si desanudara el lazo de un imaginario regalo. La camisa blanca marcaba un torso  que en mi imaginación ya había bautizado de perfecto, perfección que se fue haciendo realidad en el momento en que se fue desabrochando los seis botones. Un pecho musculado, sin un vello, un abdomen firme y sin grasa fue lo que quedó al descubierto cuando se desprendió de la camisa.

Tras colocar la camisa cuidadosamente sobre la silla, se quitó los bóxer y dejó al descubierto una polla con unos huevos de los que quitaban el sentío. Aunque, salvo Antoñino, todos estaban bien servidos de rabo. Mis favoritos seguían siendo los  de Borja y Bernard. Ese cipote con las venas marcadas y ese capullo morado era de lo más suculento. Por primera vez, y debido a que no dejaba de lanzarme miradas seductoras, sopesé entrar en el juego, pero una vocecita en mi interior me gritaba fuertemente que no lo hiciera y la obedecí diligentemente.  

Mi amigo, al ver como el imponente rubio caminaba en su dirección, se levantó de la grupa del cocinero, quien no tardó en ponerse de  pie y unirse al grupo de los que ya la habían metido en caliente. En el momento que Borja llegó junto a JJ, este adoptó una pose de dócil complacencia y  dejó ver que estaba a su entera disposición.

Borja lo miró, le puso una mano sobre su hombro derecho y lo empujó suavemente hacia abajo, diciéndole:

—Me apetece que, antes de petarte el culo, me comas el rabo bien comido.

Obedeciendo de manera sumisa la orden dada, JJ se arrodilló ante el imponente semental y se metió el enorme tranco en la boca de golpe, sin preámbulos de ningún tipo. Unos segundos más tarde el treintañero le tiró de los pelos de la nuca, dándole a entender que tenía ganas de otra cosa. Mi amigo se dispuso a levantarse, cuando el atractivo comercial le dijo en un tono bastante chulesco:

—¡No, no, no te levantes! Te la voy a meter a cuatro patas.

Ver como Borja se arrodillaba tras mi amigo y le metía casi de golpe su tremendo pollón, propició que mi pene pugnara otra vez por querer salir de mi pantalón. Era como ver una película porno, pero en riguroso directo.

De nuevo las alarmas de “este tío ha hecho esto antes” saltaron en mi interior. La pasmosa facilidad con la que el aquel tipo arremetía contra mi amigo, la naturalidad con la que entraba y salía de su cuerpo, dieron lugar a que  pensara que el atractivo comercial tenía un pequeño master en “Como penetrar el culo de un hombre”. Master que, por lo bien que lo hacía, debería haber superado con una excelente nota.

Si aquella prueba no había sido suficiente, para vencer en ese duelo imaginario que tenían todos por demostrar quien follaba mejor, el comercial se levantó, colocó el cuerpo de JJ entre sus piernas, se agachó de manera que su polla tuviera acceso a sus esfínteres y se la metió desde arriba. Ver como aquel mástil de carne se introducía paulatinamente en el ano de mi colega, era una visión de lo más excitante. Excitación que fue en aumento cuando resonaron insistentemente  unos gritos de placer.  

—¡Chilla, perra! Disfruta de la polla de tu hombre…

Sin quitar la mirada de la tremenda follada, Alain se fue desnudando con cierta tranquilidad, tuve la sensación de que se sentía observado por mí, porque en un par de ocasiones, mientras se quitaba los pantalones y los slips, lanzó disimuladamente un par de fugaces ojeadas hacia donde yo me encontraba. Mi reacción no fue otra que ponerme  más nervioso de lo que ya estaba e, incapaz de mantenerle la mirada, bajé avergonzado la cabeza.  

La verdad era que el tío estaba para mirarlo, remirarlo y volverlo a mirar.  No sé qué me gustaba más él, si su atractivo rostro al cual las incipientes canas y una descuidada barba de pocos días lo envolvía en un aura entre madurez y misterioso o si su enorme pecho cubierto por una pequeña manta de vellos que te pedían que lo acariciara. No solo tenía unos brazos enormes y unas espaldas anchas, sus fuertes piernas te recordaban que en otro tiempo gustó de practicar algún deporte. Luego estaba su culo redondo y peludo que te entraban unas ganas de pellizcarlo y esa polla tan grande y ancha, con esa enorme cabeza que te daba unas ganas locas de devorarla.  Estaba bueno con avaricia y me fue imposible  evitar desear su cuerpo.  

Con la  arrogancia propia de los que se saben guapo, pidió a JJ que se tumbara de espaldas sobre la mesa. A continuación,  Se colocó entre medio de sus muslos y, agarrándolo fuertemente por la cintura, insertó su tranca en el ya baqueteado ano.

Desde mi posición solo podía imaginarme como el enorme falo entraba y salía de entre las cachas de mi amigo, pero, en cambio,  sí podía ver como las firmes nalgas de Alain se contraían y expandían con cada estocada que arremetía contra el sumiso cuerpo que tenía delante.  Por su forma de comportarse, me dio la sensación de que aquel tío también había hecho un cursillo de  cómo follarse un culo peludo, no había ningún recato en sus movimientos, sino que, por el contrario, su entrega era absoluta y, a diferencia de los demás, no solo estaba interesado en su disfrute, sino que se esmeraba porque Jota se lo pasara bien.

En un momento determinado se detuvo en seco. Llegué a pensar que se había corrido, cosa que sus palabras me negaron:

—¡Vayas pues como se te ha puesto el ipurdi! ¡Vaya pedazo de agujero que se te ha puesto, chiqui! ¡Cojones, si te cabe hasta un dedo con mi polla dentro y todo!

—¡Un dedo y otra polla! —Apostilló desvergonzadamente Juan José.

No sé la cara que pudo poner  Alain, pues se encontraba de espaldas a mí. Pero en el rostro de los demás aquella afirmación dio lugar a una expresión de sorpresa, sazonada con una lujuria desmedida.

—¡Te quieres ir ya! ¡Tú me estás vacilando! —Respondió con cierta chulería el madurito vasco tras unos segundos de silencio. Por lo que  pude deducir  la afirmación de mi amigo lo había cogido con la guardia baja y en principio no supo que contestar sin evidenciarlo.

—No te miento. Si quieres te lo puedo demostrar —Recalcó con cierta sorna mi compañero de viaje quien, definitivamente, estaba demostrando tener un rostro de cemento armado.

Si la anterior aseveración levantó expectación entre aquel grupo de hombres, aquella proposición hizo que todos se miraran entre ellos con cierto estupor, no dando crédito a lo que estaban escuchando.

—Venga va… —Alain se salió de su interior. Se puso junto a él, movió la cabeza   dándole a entender   que no tenía ni puta idea de cómo se hacía una doble penetración y, para  que terminara tomando la iniciativa, le hizo un gesto con la cabeza diciéndole — ¡Dale pues!

Jota estaba exultante, tenía a once varoniles hombres pendientes de él. Consciente de su momento de gloria, se levantó y caminó entre ellos como si fuera una estrella en la alfombra roja de los Oscar. El improvisado casting terminó con mi colega señalando a Pepiño, el camarero. El muchacho, pese a que cada vez se mostraba menos tímido, aquello le cogió completamente de sorpresa, y de no ser por las miradas de envidia que levantó entre los demás, puede que hubiera estado tentado de negarse.

Tras colocarle un preservativo y untarse copiosamente el ano con gel lubricante. Mi amigo le pidió al chaval que se sentará en el suelo, para después colocarse a horcajadas sobre su pelvis. Una vez consideró que la postura que tenía era la idónea, dirigió la verga del muchacho hacia el interior de sus esfínteres. Al principio, como el cipote de Pepiño estaba ligeramente torcido, le costó un poco metérsela hasta el fondo, pero superada esa pequeña adversidad, entró hasta la base sin dificultad alguna.

La posición elegida permitía que, desde donde estaba, los pudiera ver con una absoluta nitidez. JJ había empezado a cabalgar contundentemente al veinteañero, dejando que su culo se tragara y vomitara el erecto falo de un modo impetuoso. La cara del veinteañero era todo un poema, lo mismo apretaba los dientes que suspiraba poniendo cara de no creerse lo que le estaba pasando.

En un momento determinado, detuvo el salvaje trotar sobre el erecto mástil y le hizo una señal a Alain para que se incorporara detrás de él.  Por el  escéptico gesto que hiso, comprendí que el atractivo vasco no las tenía todas consigo de que su polla pudiera entrar en el ocupado orificio, aun así se agachó tras JJ y puso su cipote a la entrada de su culo.

En un primer momento, parecía que compartir el caliente recto iba a ser una misión imposible, no obstante, tras un par de intentos infructuosos aquel ano pareció expandirse de un modo asombroso y dejó pasar a la enorme estaca.

—¡Coño, qué ha entrado! —Gritó Alain a la vez que resoplaba y movía la cabeza en señal de perplejidad.

—Ahora… qui..en se de..be mo..ver eres tú.

Haciendo caso de la sugerencia de mi colega, a quien el tremendo placer de ser taladrado por dos pollas a la vez casi no lo dejaba hablar, el viril camionero comenzó a marcar el ritmo de la tremenda follada.

Como si fueran las piezas de un  impúdico rompecabezas los tres hombres se había acoplado de un modo bestial. Pepiño y JJ permanecían inmóviles ante los empellones de Alain, quien se encargaba de mecerlos  a ambos de un modo brutal. Aquel cuarentón emanaba tanta testosterona, que no pude evitar excitarme más de lo que ya estaba, tanto que irreflexivamente me mordí  lascivamente el labio inferior.

Deslicé la mirada por el rostro de los tres y una amalgama de variadas emociones se reflejaba en ellos. El rostro casi impávido de Pepiño que, incapaz de soportar tanto placer,  se limitaba a resoplar de vez en cuando;  el gesto de dolorosa satisfacción de JJ, quien de vez en cuando apretaba los dientes, cerraba los ojos y movía la cabeza de lado a lado y, por último,  la mueca de furia contenida con los que Alain acompañaba cada movimiento de caderas.

Mi asombro era ínfimo comparado con el de los otros hombres que contemplaban incrédulos lo que sucedía ante sus ojos. Una perplejidad que no hacía que su calentura bajara, pues sus pollas seguían como fusiles en un desfile militar.

De nuevo Alain se paró en seco. Se salió del interior de mi amigo y le tendió la mano para que se incorporara. A continuación, le pidió  a dos de sus compañeros que unieran dos mesas.

—Tiéndete sobre ellas, que te vamos a regar con nuestra leche.

Una vez Jota estuvo tumbado, los onces hombres se fueron arremolinando en torno a él. Aquello parecía un concurso para ver quien se corría antes y más abundantemente.

******

Salgo de mi ensimismamiento para ver  como Albert se corre  sobre su frente, el pegajoso líquido resbala por su nariz hasta llegarle a los labios.

Si no me fallan las cuentas, el único que queda por eyacular es Alain. Sin embargo, no parece que  sea una cosa que esté en sus planes inmediatos, pues deja de masturbarse y  mira hacia donde yo estoy sonriendo picaronamente.

Su gesto pasa inadvertido para los demás tipos, quienes sobrepasados por el placer vivido, permanecen como con la mirada ausente.

Iñaki, al ver que no se termina de pajear, lo mira extrañado y le pregunta:

—¿No te corres pues?

—No, me pienso reservar para algo mejor —Responde Alain casi mecánicamente y apartándose del grupo.

—¿Lo qué? —Insiste su compañero de trabajo que no termina de enterarse de lo que sucede.

Haciendo caso omiso de la pregunta de Iñaki, dirige sus pasos hacia mí. Mientras lo veo aproximarse con paso firme y con un gesto de jactanciosa  arrogancia, una especie de  desconcertante terror me invade, pues ignoro por completo cuáles pueden ser sus pretensiones.

Al llegar junto a mí, apoya las manos sobre la pared encerrándome entre sus fornidos brazos  y  acerca obscenamente su cuerpo al mío. Mi primera reacción es pegar al máximo la espalda a la pared, como si con ello pudiera escapar de su acoso.

Roza su cara con la mía, su aliento es fuerte y húmedo y su piel emana un aroma seco en el que se difumina  los restos de unas gotas de  perfume barato. Mientras deja caer el peso de su pecho sobre el mío,  me empieza a susurrar muy cerca del oído.

—¿Cabrón, te lo estabas pasando bien mirando?

No respondo, él clava su mirada en la mía con cierta prepotencia. Tras dejar claro quién manda aquí, baja uno de sus brazos y me agarra  la muñeca izquierda. Al principio me resisto un poco, pero el vasco tiene la capacidad de hacer mi voluntad pequeña y cedo ante su fuerza. Sin apartar sus ojos de los míos, me sonríe lascivamente. Lleva mi mano a su verga, es notar su virilidad entre mis dedos y un bufido de placer escapa de mis labios.

—¿Te gusta mi cipote  pues?—Susurra con una voz ronca.

Preso de la confusión y seducido por la testosterona que emana el ejemplar de macho que tengo literalmente encima de mí, asiento con la cabeza.

—Es todo tuyo pues. Haz lo que te venga en ganas con él.

Continuará dentro de dos viernes en: Un nuevo sumiso para los empotradores.

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