21/08/12 08:30
(Ramón sigue recordando ante el espejo todos los pormenores de su relación con Mariano)
—Sí, dime.
—¡Hola tío!, ¿qué pasa?
—Pues nada… por aquí… de vacaciones… ¿Y tú?
—Mi hermana Marta vuelve el miércoles por la tarde y el jueves tiramos para Fuengirola… Hasta después del puente de la Virgen.
—Yo, si Dios quiere, me voy mañana para Sanlúcar.
—¿Te da igual irte el miércoles?... Me gustaría verte mañana.
—¡Tío es que voy a comer todo el tráfico de primero de mes!
—¡Anda, enróllate! Tengo algo que contarte que no puede esperar. ¡Venga, porfa!
Un silencio se hizo al otro lado del auricular, creí entender que fue por la sorpresa así que proseguí hablando:
—Nada más termine mi turno, paso a recogerte. Nos tomamos unas cervezas con tapas en el bar de la avenida y hablamos.
—¿Me queda otra opción?
—No —Acompañé a mi negación con una leve carcajada.
De vuelta a casa, no pude evitar tener sentimientos contradictorios. Me encontraba feliz por haber dado un paso importante en aclarar mi situación con Mariano. No obstante, me sentía un poco mezquino y no solamente por haber tenido sexo con Sergio, el musculitos del gimnasio, era más bien por todo mi comportamiento de las últimas semanas.
El sexo con hombres se había convertido en una especie de obsesión para mí. Me quería auto convencer de que era para aclarar mis sentimientos hacia mi mejor amigo, sin embargo, en mi fuero interno yo sabía que había algo más. Pese a todo, estaba claro que por mucho que me satisfacía la variedad sexual con todos sus añadidos, tenía y tengo claro que lo que encontraba en mi furtiva relación con Mariano, no lo hallaba en ningún otro. Con él todo parecía bien distinto y el sexo quedaba nublado por su capacidad de hacerme sentir.
Me muero por explicarte
Lo que pasa por mi mente,
Me muero por intrigarte
Y seguir siendo capaz de sorprenderte.
Menos mal que Ervivo no tardó demasiado en marcharse con viento fresco, porque se había empeñado en contarnos todas las batallitas del día y cuando se le calienta la boca, se pone de un pesado que no hay quien le aguante. Además, me toca los cojones cuando tiene el descaro de auto denominarse fachorro.
Si decidí quedar con Mariano, fue porque necesitaba hablar con él antes de irnos ambos de vacaciones y no para escuchar, una y otra vez, lo poco que le ha jodido la crisis a Ervivo, por lo listo que había sido a la hora de montar su empresa. El tío es buena gente pero desconoce el significado de la palabra empatía y discreción.
No todos han tenido su suerte y los que trabajamos en la calle todos los días, nos vemos obligado a ver cosas que, hace unos años, ni nos imaginábamos. Gente honrada a la que la avaricia de unos pocos no solo le han arrebatado sus sueños, sino la esperanza de un mañana mejor.
He de confesar que, en un principio, me vino que ni pintada la presencia del jeta de nuestro amigo. Enfrentarme a Mariano, después de lo que había hecho, me fue más fácil en su compañía. Por más que lo intentaba, no podía borrar de mi mente mis dos “infidelidades”. No obstante, ya tenía cierta práctica en ocultar mi lado oscuro a mi familia y aplicar la misma táctica con él, no tuvo mayor complicación.
Le di su refresco y pegué el prime buche de mi caña de cerveza. Lo miré intuyendo que mi confesión iba a cambiar nuestras vidas para siempre y que, conociéndolo, podía optar por lo que hace siempre: salir huyendo y no enfrentarse a los problemas. Por lo cual, me dejé llevar por mi sentido egoísta y decidí que no le diría nada hasta el final de la tarde.
Si algo me gusta de Mariano, es su discreción. Le había pedido que cambiara sus planes por mí, con la excusa de que tenía que contarle algo importante. Cualquier otro, nada más llegar, me habría acribillado a preguntas para calmar su curiosidad. Él no, simplemente se limitó a darme generosamente mi espacio y mi tiempo.
—Es curioso cómo cada cual cuenta la feria como le va —Dije en un intento claro de dejarle claro que todavía no tocaba el tema que teníamos pendiente.
—Eso mismo lo dice delante de Jaime y, ¿qué quieres que te diga?... Con el tiempo que lleva su hermano en el paro y lo apurados que están en su casa para echarle una mano…
—Ya… Jaime con lo prudente que es, no le hubiera dicho nada pero no hubiera estado bien…¡Cuándo tiene la barriga llena, nadie se acuerda de los que pasan hambre!
—Y es que el que más o el que menos está sufriendo los efectos de esta crisis.
—¡Que nos lo digan a nosotros que cada vez trabajamos más y cobramos menos! … ¡Putos recortes!
—La verdad es que yo salgo para adelante, porque mi hipoteca es pequeña y no tengo cargas familiares… Lo que no sé es cómo tú te apañas.
—Pues quitando un poquito de aquí, y otro poquito de allá. Elena y yo llevamos un tiempo que no nos pegamos ni un puñetero capricho… De vacaciones nos vamos, porque es el piso que nos dejó mi padre, ¡que si no!
—Hombre y las niñas también tienen derecho a disfrutar de la playa.
—Por ellas los hace uno, porque a mí no me hace ninguna gracia llegar en Septiembre, tener que tirar de tarjeta para comprarles los uniformes y demás para el colegio.
—Son los tiempos que nos ha tocado vivir.
—Resultado de vivir por encima de nuestras posibilidades.
Mi amigo al escuchar con el retintín que dije aquello último, me miró taciturno y guardó silencio, en un gesto de su evidente conformismo.
—¡Mira Mariano! Yo de economía y de números estoy pegao, pero lo que sí tengo claro, es que como sigan con esta puta austeridad de los cojones, nos vamos a llevar de crisis hasta que mi Betis gane la liga.
»Si cada vez la gente gana menos dinero, menos dinero tiene para gastar y cuanto menos gasten menos venden las empresas, con lo que el crecimiento que hace falta para que salgamos de esta crisis, ¡no la veo por ningún lado!
—Hombre, me imagino que los que están tomando las decisiones saben mucho más que nosotros de esto…
—Si tíos como ese del Fondo Monetario Internacional, quien ha tenido que dimitir por supuestamente violar a una camarera, son los que tienen que tomar ese tipo de decisiones, ¡no sé yo qué decirte! Me da la sensación que no estamos en las mejores manos.
—Muy indignadito te veo yo a ti.
—¿Indignado? ¡Mejor hasta los huevos!
—Pues no te veo yo de perro flauta y con los pelos del Melendi.
La capacidad que tiene Mariano de trivializarlo todo y hacer que los problemas pierdan importancia, es una de sus dones. Lo miré y no pude más que sonreír ante su ocurrencia. Si en los días anteriores había albergado alguna duda sobre lo que sentía hacia él, estas se diluyeron de repente.
Recordé la tontería que le dije a mis niñas dos días antes y cada vez tenía más claro que, por quien sentía cosquillas en la barriga era por la persona que me acompañaba. No pude evitar cabecear levemente haciendo un gesto de simpleza. Mi amigo se percató de ello y me preguntó sorprendido:
—¿Qué te pasa a ti?
—Cosas mías —dije sin salir de mi ensimismamiento.
Me muero por abrazarte
Y que me abraces tan fuerte,
Me muero por divertirte
Me voy perdiendo en tus labios que se acercan
Susurrando palabras que llegan a este pobre corazón,
Voy sintiendo el fuego en mi interior.
Al salir del bar, le insinué que quería ir a su casa para despedirme en condiciones de él y la cara de pasmarote que se le quedó, no se la saltaba un guardia.
Su expresión de perplejidad dio paso a una de alegría. Me sonrió por debajo del labio, tímidamente, como si le diera vergüenza lo que nos disponíamos hacer.
Nos miramos de forma cómplice y como si el resto del mundo no tuviera ningún sentido, encaminamos nuestros pasos hacia nuestro eventual picadero.
Durante el camino, apenas cruzamos palabras, solo vaguedades y cosas sin importancia. No sé cómo se encontraría él, pero yo tenía una legión de mariposas revoloteando en la barriga. No veía el momento de demostrarle todo lo que me hacía sentir.
Lo observé, me pareció tremendamente atractivo. Nunca había mirado a los hombres como algo sexual y aunque he de reconocer que a chavales como Israel o Sergio me dan ganas de ponerlo mirando para Cuenca, con él era distinto. Cuando lo tengo ante mí, cualquier gesto suyo despierta mi ternura. Solamente contemplarlo y ya me es difícil pensar en otra cosa que no sea sentir mi cuerpo dentro del suyo.
Me voy perdiendo en tu aroma,
Me voy perdiendo en tus labios que se acercan
Susurrando palabras que llegan a este pobre corazón,
Voy sintiendo el fuego en mi interior.
Bajo el agua de la ducha no pude reprimir mis instintos y apreté su cuerpo contra el mío. La dureza de sus músculos, la calidez de su cuerpo y el aroma que emanaba su piel me sedujeron absolutamente. Lo abracé con fuerza y lo besé, primero imbuyendo mis labios en ternura y después dejando que la pasión se hiciera dueña del espontaneo acto.
Los quince días que habían transcurrido desde que tocara el cuerpo de la persona que más quería en el mundo, me habían parecido una eternidad. Aunque había poseído otros cuerpos e incluso besado otros labios, la excepcionalidad de lo que en aquel momento sentía no tenía comparación. Dicen que todos tenemos una persona que nos completa, nuestra media naranja. Muy a mi pesar, estaba descubriendo que mi otra mitad tenía lo mismo que yo entre las piernas.
Me había costado un mundo aceptar lo que sentía por él, negándome la mayor y, buscando una respuesta que solo me podía dar yo, había destrozado algo dentro de mí, que desconozco si alguna vez se recompondrá del todo. Desfilar por el borde del abismo y no caer, es extraordinariamente difícil.
La excitación visitó nuestros cuerpos de forma palpable, los soldados de nuestra entrepierna, listos para el combate, chocaron como si fueran espadas de esgrima y con tanto ímpetu como la cornamenta de dos ciervos en época de celo.
Separados por la leve película de espuma que nos cubría de arriba abajo, entrelazamos nuestras manos mientras dejamos que nuestros tórax se fundieran en uno solo, nuestras bocas se pegasen como ventosas y nuestras lenguas zigzaguearan una danza que no parecía tener fin.
La pasión estaba presente en cada uno de nuestros gestos, pero no era la protagonista del momento. Por primera vez desde que iniciamos nuestra historia, sentía el cariño que Mariano me profesaba. No sé si porque no había sabido verlo o porque yo me estaba entregando en igual medida. Dejar de mentirme sobre lo que realmente sentía, me estaba sentando muy, pero que muy bien.
Aparté su rostro del mío y lo atrapé tiernamente entre mis manos. Clavé mis ojos en los suyos buscando algo de lujuria y solo hallé nobleza. Escudriñé cada rasgo de la persona que tenía pegada a mí y no pude reprimir el pensamiento de que era lo más hermoso que me había ocurrido jamás. Irreflexivamente, lo volví a besar.
Sus manos recorrieron mi espalda, paseando los dedos por la parte central. Un agradable escalofrío recorrió mi columna vertebral. Liberar mis sentidos de cualquier lastre, estaba resultando ser de lo más gratificante.
Pegué mi cuerpo todo lo que pude al suyo. Invadimos, en la medida que nos era posible, el espacio del otro, como si quisiéramos fundirnos en uno solo.
Besarnos hasta desgastarnos nuestros labios
Y ver en tu rostro cada día
Crecer esa semilla,
Crear, soñar, dejar todo surgir,
Apartando el miedo a sufrir.
—¡Siéntate en el sofá!
—Mejor te sientas tú…
El asombro volvió a asomarse a las facciones de Mariano. Aunque no se podía creer lo que le estaba proponiendo, no puso ninguna pega e hizo lo que requerí.
Me agaché ante él, me coloqué cómodamente entre sus piernas y acerqué mi cabeza a su pelvis. Durante unos segundos, mi nariz era un puente que unía mi mirada con el erecto miembro de mi amigo. Lo cogí suavemente entre mis dedos y lo masajeé con cuidado, como si, a pesar de la virilidad que rebosaba, fuera algo frágil. Aproximé mis labios a su glande, le regalé unos cortos besos, aspiré el aroma que irradiaba y dejé que este gobernara mis sentidos.
Alcé la mirada con la única intención de ver la reacción de mi amigo, la estupefacción no se había marchado de su semblante y los ojos parecían querer salírsele de las orbitas. Estaba encantado con lo que le estaba pasando, pero tenía cara de que en cualquier momento iba a decir aquello de: “¡Pellízcame, que estoy soñando!”
Para que fuera consciente de cual real era lo que estaba ocurriendo, en lugar de retorcer entre mis dedos un trozo de su piel, introduje su capullo en mi boca y lo succione levemente. Volví a buscar la cara de mi amigo y era evidente que ya no pensaba que aquello fuera una fantasía. Sin pensármelo demasiado, introduje su polla en mi boca y comencé a darle una mamada como Dios manda.
Su sabor me agradaba más que la de Sergio, el joven culturista a quien se la chupé por primera vez. No sé si porque ya mi subconsciente había asimilado aquel pequeño toque amargo, o porque si realmente su gusto era distinto. Fuera como fuera, estaba disfrutando bastante más que en aquella ocasión y me entregué a lo que estaba haciendo sin cortapisas.
Mentiría si dijera que no estaba gozando con sentir el vigor de aquella erecta verga entre mis labios, pero era un placer distinto al que estaba acostumbrado, quizás más mental que físico. El sexo oral, según lo veo, tiene más de generoso que de egoísta. Volcar todos los sentidos en que la otra persona gocé plenamente, es un acto que, para mí, se relaciona más con la palabra dar, que con la de ganar.
Tan súbitamente como empecé a engullir aquel trozo de masculinidad, dejé de hacerlo. No quería que se corriera y no estaba yo todavía muy puesto en aquella variante sexual. Ignoraba que hacer para prolongar el momento y, mucho menos, cuando detenerme o proseguir. Así que opté por parar antes de meter la pata.
Seguidamente, sin darle la menor importancia a lo que acababa de hacer, me levanté y me senté a su lado.
—¿Qué tal lo he hecho?
—¡Estupendamente!
Sin darme tiempo a reaccionar, se levantó, me mostró un rostro en el que había de todo menos sorpresa, se agachó ante mí y, mirándome a los ojos a la vez que sonreía sinvergonzonamente, me dijo:
—Pero no le llegas ni a la suela de los zapatos al maestro.
Ver cómo hundía su cabeza en mi entrepierna y, sin cautela de ningún tipo, se introducía centímetro a centímetro mi vergajo en la boca hasta el final, fue suficiente para que me rindiera sin reservas a sus mimos. Mis primeros suspiros me recordaron porque el sexo oral con Mariano me sacaba tan fuera de mí.¡ El puñetero es la leche de bueno! Ni Rodri, ni Sergio supieron mamármela de un modo tan exquisito, rozando la perfección.
Ninguna sensación es comparable a sus labios aprisionando mi polla entre ellos. A veces con una delicada furia, a veces con un vigoroso cuidado, pero siempre buscando un objetivo: mi satisfacción.
El calor de sus babas envolviendo mi pene en todo su esplendor, resbalando por mi escroto y empapado los pelos de mi pubis, el rozar de mi glande con la estrechez de su garganta, las pequeñas arcadas que valientemente soportaba, señalaban un camino de sobra conocido por mí, pero a cuyo destino no me importa volver.
Sin querer, mi parte animal se apoderó de mí y entre quejidos solté algo, cuando menos, inapropiado:
—¡Joder tío, có-mo la ma-mas!
Mariano, sin dejar de lamer mi capullo, levantó la mirada y un brillo de lujuria encendió sus ojos. Complacido ante mi grosera exclamación, volvió a tragarse mi cipote, desde la cabeza hasta el tronco y tal como si no hubiera un mañana después, se dejó llevar por una desenfrenada pasión. Fue tanto el empeño que puso en cada movimiento de sus labios, que me vi obligado a despegar su cabeza de mi entrepierna. Volví a sujetar su rostro entre mis manos y me pareció la persona más hermosa del mundo. Sellé la ternura del instante con un prolongado beso.
Mas por mucho romanticismo que hubiera en el ambiente, la bestia de mi entrepierna se había revelado y pugnaba por ser protagonista en aquella contienda. Instintivamente llevé mis manos a los duros glúteos de mi acompañante y los apreté fuertemente, sin gentiliza de ningún tipo. Un bufido de satisfacción escapó de sus labios.
—¿Sabes lo que quiero? —susurré a su oído.
—¡Síii!
—¿ Me lo vas a dar?
Asintió con la cabeza y cogiéndome de la mano me dijo:
—Sí, pero vayamos a la habitación que estaremos más cómodo.
—No, tengo una idea mejor —dije señalando la mesa del salón.
Abrir todas tus puertas
Y vencer esas tormentas que nos quieran abatir.
Tras lubricar concienzudamente su orificio y con mi polla dura como una piedra, procedí a ponerme el condón. Verlo tendido sobre la mesa, dando muestras de una fogosa pasividad, alimentó aún más mis salvajes ganas de penetrarlo. Más sabía que debía ser cuidadoso y tomarme mi tiempo, si no quería hacerle daño.
Me acomodé entre sus muslos, apoyé mis manos sobre ellos y acerqué ligeramente sus nalgas a mi pelvis. Empujé suavemente la punta de mi vergajo al interior de su ano. A diferencia de otras veces, lo logré traspasar sin apenas dificultad. Un pensamiento mal sano me sobrevino, más callé pues no me veía muy legitimado para pedirle cuentas (Ni siquiera a bromear con ello). Máxime con mi comportamiento de los últimos días.
Como si fuera una camisa sudada, me desprendí de todo concepto que no fuera él y yo, entregándome plenamente a la tarea de compartir nuestros cuerpos.
De un modo paulatino, mi masculinidad fue introduciéndose en su interior por completo. Moví mis caderas con frenesí y tanto más friccionaba mi cipote contra las paredes de su recto, más dichoso me encontraba, tanto más limpiaba mi mente de todas mis mierdas represivas, más unido me sentía al hombre que tenía ante mí.
Abandonado como estaba a los juegos sexuales, presentí como un orgasmo deseado casi me viene a visitar. Con un control inusual en mí, paré el metesaca y mientras rechazaba el estallido que pedían a gritos mis cojones, jugueteé ensalivando sus pezones.
Desconozco cuánto tiempo estuve penetrándolo, solo sé que de vez en cuando paraba y apretaba sus húmedas tetillas, dándome el respiro necesario para que mi cuerpo no terminará despeñándose hacia el éxtasis.
Cada vez tenía más claro que si había un lugar en el mundo en el que prefería estar en aquel momento, era allí, dentro de él. No recordaba estar tan fascinado por el sexo desde la adolescencia, no recordaba disfrutar tanto de la compañía de una persona, ni siquiera con aquella que me casé. Aparté de nuevo los fantasmas de mi mala consciencia y centré todos mis sentidos en disfrutar del momento.
Mariano me contemplaba fijamente con una expresión mitad ternura, mitad lujuria. Al sentirse observado me sonrió bobaliconamente. Paseé la mirada por su torso hasta llegar a su abdomen y lo que encontré me sorprendió: una pequeña mancha de semen empapaba su ombligo. ¡El muy cabrón se lo estaba pasando tan bien como yo! ¡O más!
A pesar de que como en el chiste, me pegaba de aquel modo no solo la ida, sino la vuelta. Sucumbí a lo que mis sentidos no paraban de implorarme, deje que mente y cuerpo se deslizaran por el tobogán del placer y tras unos salvajes envites, sentí que me iba a correr. Como en la mejor de las películas porno, me quité el preservativo, esperé que él se corriera y, tras una leve masturbación, expulsé el contenido de mis huevos sobre su abdomen. Ver como mi esencia se mezclaba con la suya, me pareció tan hermoso, como morboso.
Con la curiosidad de un bebé ante lo novedoso, mojé mis dedos en el pequeño lago blanco que se formó en su ombligo. Me mordí el labio morbosamente al tiempo que los introducía en la boca de Mariano. Él, como si fuera la recompensa por su buen trabajo, lo succionó como un caballo los azucarillos.
Aquella mezcla blanquecina de vida muerta no había desaparecido de sus labios, cuando mi lengua atravesó la cavidad de sus dientes y golpeó a la suya. Abandonándome a mis instintos primitivos, lo abracé como si fuera la última vez que pudiera hacerlo.
Sentir cada día
Ese flechazo al verte,
Que más dará lo que digan
Que más dará lo que piensen
—Ramoncito, ¡cada vez me follas mejor!
Escuchar el termino follar dicho por Mariano y aplicado a nuestra relación, me hizo sentirme mal conmigo mismo. No sé si por lo mucho que me molestó o porque me parecía lo apropiado para ir creando ambiente para nuestra conversación pendiente, dije algo, cuanto menos inusual en mí:
—Yo a ti no te follo. Yo a ti te hago el amor.
Todavía al día de hoy es todo un misterio para mí, saber de dónde coño saque la entereza para decir aquello. Mariano frunció el ceño como si hubiera dicho algo inadecuado y tras observarme unos intensos segundos en silencio, me pregunto:
—¿Y eso?
Sabía que lo que me disponía a decirle, transformaría por completo nuestra relación. Incluso, si las cosas se torcían, podía llegar a perder su amistad, pero las últimas semanas habían sido una locura y callar podía aun ser más desastroso (Estaba claro que el consejo de Sergio se me quedó bien grabado). Aparqué mis miedos y, como si fuera un discurso ampliamente ensayado, deje que las palabras salieran de mi boca de forma contundente:
—Por lo que se ve, hay que explicártelo todo.
De nuevo la incertidumbre se dejó ver en el semblante de Mariano. Parecía no tener ni zorra idea de lo que me disponía a decirle.
—Si he quedado contigo, no ha sido solo por el sexo (¡Que también!)… Si lo he hecho, es porque hay una cosa que llevo dándole vueltas desde Febrero.
Hice una pausa, buscando cualquier contrariedad en su rostro, pero me miraba atento, dándome a entender que lo que le tenía que contar le interesaba.
—He de admitir que solo de pensar que esto me estuviera pasando a mí, me dolía la barriga.
Volví a guardar silencio durante unos segundos, ni era tan valiente como yo pensaba, ni treinta y tantos años de convicciones sociales se borraban tan rápidamente. Me armé de coraje y proseguí:
—Lo he meditado mucho y considero justo que lo sepas…
—¿No estás dándole demasiadas vueltas a lo que sea?
—¿No te imaginas lo que puedas ser?
—No, pero si lo nuestro te supone algún problema. Lo podemos dejar.
—¿Dejar lo nuestro? ¡Y una mierda!
La mueca que se pintó en el rostro de Mariano, ante mi pequeño enfado, le dio un nuevo sentido a la palabra perplejidad. Por lo que proseguí con mi pequeño discurso:
—Con lo listo que eres para algunas cosas, miarma, ¡qué torpe eres para otras!
—¿Quieres soltar ya lo que tengas que soltar? ¡Me estás poniendo nervioso!
—¿Desde cuándo nos conocemos?
—Desde el colegio, pero eso creo que ya lo sabes —Respondió bastante fastidiado.
—¿Quién ha sido mi apoyo siempre?
—¿Yo?
Asentí con la cabeza, circunstancia que él aprovecho para meter una cuña de las suyas.
—¡Tiene muchos huevos la cosa! Toda la vida pensando que tú eras mi apoyo y ahora resulta que es al contrario.
—¿Te quieres callar? —Dije levantando levemente el entrecejo para proseguir como mi “turno de preguntas” —¿Hay alguien en el mundo con quien yo tenga más confianza que contigo?
Se quedó pensativo un momento, cabeceó levemente y encogiendo la barbilla dijo:
—Antes pensaba que con Elena… Pero visto lo sucedido en los últimos meses, creo que no.
—¿Cuántos momentos buenos y malos hemos compartidos?
—La gran mayoría, tú fuiste de los pocos que estuvo a mi lado cuando la muerte de mi padre.
—Lo pasaste muy mal y era lo menos que podía hacer.
—La verdad es que nunca me has fallado.
—¿Por qué crees que sigo manteniendo estos encuentros furtivos contigo, a pesar de que lo arriesgo?
—Por.. que te gus…ta.
—¿Cómo puedes estar tan ciego? —La ironía estaba patente en cada una de mis palabras —. Si continuo viéndote, no es solo por el sexo. Si continuo arriesgando mi seguridad familiar por verte, es porque hay algo más…
—No te entiendo.
—¿Y me entiendes si te digo que eres la persona que más quiero en este mundo?
Una inmensa tranquilidad recorrió todo mi cuerpo, tal como si con aquella frase me hubiera quitado de mis hombros toda una inmensa carga.
Los ojos de Mariano se abrieron como platos, no sé si estaba más impresionado que satisfecho. Se levantó rápidamente, se colocó de píe ante mí, se agachó, hasta dejar su cara frente a la mía, tiró delicadamente de mi mentón y me besó. Agarré su cintura, tiré de su cuerpo hacia mí e hice que se sentara sobre mi regazo. Si al principio nuestros labios se unieron movidos por el afecto y el cariño, fue acomodarse sus glúteos sobre mis rodillas y la pasión nos abrazó por completo.
Nunca un silencio había dicho tanto, si bien no había transcurrido ni cinco minutos desde que había estado dentro de él, la forma en que sus brazos me tocaban, su tórax se pegaba al mío, nuestros labios se fusionaban era completamente diferente. No solo sentía cada latido de su corazón como si fuera mío. Fue, como si mi breve declaración, hubiera roto una barrera que le impedía a mi amigo entregarse de la manera que lo estaba haciendo.
Sin reservas de ningún tipo, proseguí acariciándolo, abriéndole las puertas no solo de mi cuerpo, sino de lo que sentía en mi interior. Nunca olvidaré aquel beso, aquellas caricias, aquel intento por fusionarnos en un solo cuerpo. No había palabras que pudieran definir lo que sentía en aquel momento, simplificarlo a que me encontraba feliz como pocas veces, me parecía una nimiedad, porque para mí fue bastante más.
Que más dará lo que digan
Que más dará lo que piensen
Si estoy loco es cosa mía
Y ahora vuelvo a mirar el mundo a mi favor,
Vuelvo a ver brillar la luz del sol.
La sensación de frescor que me dio la ducha, se desvaneció nada más tocar la calle. Finales de julio en la provincia de Sevilla, la cinco de la tarde no era la mejor hora para salir, pero la excusa que me había buscado con Elena no tenía más recorrido y debía volver a casa.
Solo tuve que andar una manzana desde el hogar de Mariano a donde había dejado estacionado mi vehículo, pero hacía un sol de justicia y la espalda de la camisa se me empapó rápidamente de sudor.
Fue montarme en mi coche y nada más arrancarlo puse el aire acondicionado a tope. Mientras esperaba que, por lo menos, la parte delantera se pusiera fresquita, me puse a reflexionar sobre el atrevido paso que acababa de dar.
No sé si por el transitar en lo cotidiano que se había convertido mi matrimonio, o porque se había esfumado la chispa de pasión que nos unió en la juventud, mi mujer solo despertaba en mí respeto y cierto cariño. De la mujer de mi vida, había pasado a ser la madre de mis hijas y, a veces, un contendiente con la que desahogar mis frustraciones.
No toda la culpa era mía, ella se había enroscado en una relación donde el sexo era un mal necesario y cualquier excusa era buena para crear un conflicto que me quitara las ganas de “exigir” mis “derechos” conyugales.
Si no fuera por Alba y Carmen, me habría liado la manta a la cabeza y nos habríamos separado. Es más, hacía ver a todos que nada pasaba para que mis hijas no sufrieran las consecuencias de vivir en un hogar donde el amor entre sus padres se había esfumado. Siempre que podía, evitaba discutir con Elena y nunca delante de ellas.
La aparición de Mariano en el plano sexual, me descubrió una parte de mí que desconocía y que agradaba una barbaridad. Aunque me hice muchas pajas mentales (aún sigo haciendo tonterías, que me hacen más mal que bien), aquel día tuve que admitir que lo quería más que a nada y que la vida sin él, sería bastante bien distinta.
En aquel momento cuestiones trascendentes asediaron mi pensamiento y me obligaron a pensar con racionalidad ¿Estaba dispuesto a dejar a mi mujer y a mis hijas para compartir mi vida con él? ¿Podría contarle a mi familia y, sobre todo a mi madre, que quería a una persona del mismo sexo? ¿Sería capaz de enfrentar los dimes y diretes de los que me rodean solo por buscar la felicidad?
Las preguntas se quedaron sin respuestas, ni sabía, ni quería responderla. Todo era como una tremenda madeja que cuanto más hacia por desenredarla, más se embarullaban sus hilos. Tenía claro que como estaba no podía seguir, pero tampoco sabía si un paso al frente no me haría más desdichado.
Aun hoy en día no sé de qué modo voy a solucionar la difícil papeleta que tengo ante mí. De tener una vida hecha y de acuerdo con lo que todo el mundo espera de mí, he pasado a anhelar un día a día que la mayoría no entiende y ve como una perversión mal sana. Sin embargo, lo que tengo muy claro es que una de las piezas fundamentales de mi vida es Mariano, que nunca he querido a nadie como a él, por lo que (aunque no sé cómo) sé que lucharé por él, pues merece la pena.
Crear, soñar, dejar todo surgir,
Apartando el miedo a sufrir.
Continuara en: “Cuando el tiempo quema”
Acabas de leer:
Historias de un follador enamoradizo
Episodio XLII: Sin miedo a nada.
(Relato que es continuación de “Dios odia a los cobardes.”)
Como siempre, llegado a este punto, agradecerte que hayas leído mi relato (Confío en que te haya gustado). Si te apetece escribe un comentario y deja tus impresiones sobre el mismo, ya sean positivas o negativas.
Si por casualidad es la primera vez que entras a leer un relato mío (cabe esa posibilidad), hace poco publiqué una guía de lectura con enlaces a los distintos episodios de las cuatro series que tengo en curso. Está muy currada y creo que te puede servir de ayuda, si quieres seguir leyendo cosas mías.
Para los amantes de la cronología:
Lo sucedido en este episodio se narró (desde el punto de vista de Mariano) en el recopilatorio: “Follando con dos buenos machos: Iván y Ramón”.
Los versos insertados en el relato corresponden a la canción de Alex Ubago y que interpretó junto a Amaia Montero “Sin miedo a nada”.
Paso a contestar y agradecer los comentarios de “¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?”. A nunius: Me alegro que todavía sigas por ahí. En cuanto al episodio de hoy, espero no haberte defraudado. Ya solo quedan cinco episodios para que concluya la historia de Ramón, si soy capaz de plasmar debidamente lo que tengo en mente, creo que te pueden gustar; a Zarok: Es bastante reconfortante ver como algunas de las frases de mis relatos os llegan. En cuanto a la inspiración, no tengas problema pues tengo prácticamente planificado hasta el verano. Yo me hubiera gustado que los Reyes me hubieran traído más tiempo libre; a hasret: La idea era esa hacer un regalo de Reyes a los lectores (El día estaba escogido a adrede). Espero que el de hoy, te haya alegrado el día en la misma medida. Te puedo decir ¡que ganas le he puesto!; a Pepitoyfrancisquito: No sé si os habrán traído la bicicleta, pero si es así no creo que sea debido a la recuperación económica. Yo creo que pasa con ella como con los documentales de la dos, todo el mundo habla de ellos pero nadie los ve (¿A quién se le ocurre ponerlos a la hora de la siesta?) En cuanto a vuestras quejas de que las historias de los Caños y Galicia no avanzan, creo que lleváis toda la razón, pero iré haciéndola avanzar en la medida de lo posible; a bricod: Pues la verdad que no he llegado todavía a ese cielo de los intelectuales que me dices, me dijeron que estaba la segunda estrella a la derecha y luego directo hasta al amanecer. Pero me tuvieron que indicar mal porque ando bastante perdido.:DD En lo referente a que no te contesto, yo diría más bien que no me lees con toda la frecuencia que me gustaría a mí. Tte dejo un par de relatos para que compruebes que sí que te he contestado (seguro que hay más): “A propósito de Enrique” y “La voz dormida”. De todas maneras un lujo saber que te sigue gustando lo que escribo, pues tú estás por aquí casi del principio; a Rosloff: La verdad es que suelo avisar en cada episodio, del título y de los protagonistas del siguiente. Es bastante complicado llevar cuatro series como hago yo y, algunas veces, para los lectores puede ser frustrante. Lo intento hacer lo mejor que mi tiempo y mi capacidad me permite. Como habrás visto en el relato de hoy, la segunda parte de tu comentario (la de que Mariano mandara a Ramón a parir espinas) no podía estar más equivocada. Es pero te esté gustando como se está resolviendo los acontecimientos; a Vieri32: El que se alegra realmente de contar contigo en esta aventura narrativa, soy yo. Tus aportes (muchas veces sin tú saberlo) me han hecho crecer y a Tragapollas Manchego: Me alegro que te haya gustado la reunión de los alumnos, en el relato original se hablaba de pasada y quise retratar como un homosexual se enfrenta a la “normalidad exitosa” de sus antiguos compañeros de clase. En lo que no estoy de acuerdo es con que llames “pájaro” a lo de Ramón, yo diría que es más bien un avestruz. :DD
Volveré en quince días, con la revisión del relato: ¿Por qué lo llaman sexo si quieren decir amor’”. Donde la historia desde el punto de vista de Mariano, se complementara con la que se ha contado hoy.
Hasta entonces, disfrutad de esa cosa llamada vida.