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Un casquete después de la siesta

en Gays

Ignoro durante cuánto tiempo estuve en los brazos de Morfeo. Me dieron ganas de besarlo, pero no quise despertarlo. Me recosté a su lado y, completamente desinhibido, me dediqué a contemplar como su ancho pectoral se inflaba y vaciaba, al ritmo de unos suaves ronquidos. De vez en cuando, sigilosamente, acercaba el oído a su pecho, con el fin de escuchar los latidos de su corazón.

A pesar de lo tierno del momento, al bajar la mirada desde aquella posición,  me era muy difícil no sucumbir al deseo; pues un lujurioso manjar  descansaba a escasos centímetros de mis labios. No obstante fui un niño bueno y contuve mis oscuros impulsos y disfruté cada segundo de aquel irrepetible momento.

Un leve movimiento de cabeza de mi acompañante me sacó de mis cavilaciones.   Paulatinamente abrió los ojos, frunció el ceño ligeramente y, al verme acurrucado a su lado, una generosa sonrisa asomó en su rostro. Tras darme un corto beso en la mejilla me dijo:

 —Quillo, ¡es que estaba reventao!   

Su espontanea reacción tocó de lleno mi parte más sensible, por lo que no pude evitar sonreírle al tiempo que le acariciaba dulcemente la mejilla.

—¡No me toques, qué no respondo! —dijo en tono jocoso, señalando a su polla que, al igual que su dueño, parecía volver a la vida a pasos agigantados —. ¡Si es que tienes poderes! ¡Mira como me has puesto!

 Aunque pueda parecer un poco exagerado lo que argumentaba mi amigo de mis “poderes”, me tuve que rendir a la evidencia y pensar que era cierto, pues su verga que segundos antes se hallaba en completo reposo, comenzaba a tomar forma y se encontraba en perfecta condición de revista

Instintivamente, alargué mi mano hasta aquel inhiesto vergajo y, tímidamente, lo acaricié con mis dedos, propiciando que vibrara a mi contacto. Su respuesta me satisfizo tanto que deje que mis dedos viajaran plácidamente, desde la punta hasta el tronco, por aquella maravilla de Dios. Sentí como una mano de Ramón resbalaba por mi columna vertebral hasta llegar al final de mi espalda. Una vez allí, masajeó fuertemente mis glúteos. En un instante habíamos pasado de estar en “servicios mínimos” a tener los cinco sentidos danzando al compás de la lujuria. 

Hice ademán de lanzarme a devorar su cipote, pero Ramón me detuvo. Nos miramos levemente y, tras abrazarme, me dio un leve beso en los labios. Con su beneplácito, hundí mis labios en su pronunciado tórax, paseé mi lengua por todo su pecho dejando un surco de caliente baba desde su cuello hasta su entrepierna. Una vez tuve la erecta porra ante mi cara, la impregné completamente de saliva.

Dado que en la posición que se encontraba no atinaba a tocarme, se sentó en la cama,  me pidió que me arrodillara ante él y prosiguiera chupándole la polla. Una vez acaté su grata orden, Ramón  jugueteó  morbosamente con sus dedos  por el canal de mis glúteos, con la única intención de  encontrar mi agujero, una vez lo tuvo localizado lo acarició con movimientos circulares, haciendo sucumbir mi cuerpo a un tipo de gozo que ya  creía olvidado. Todo el placer que él me regalaba, yo se lo devolvía con creces: mi boca regaba su nabo con un caudal de babas que se deslizaban desde su tallo hasta sus huevos. Tras unos frenéticos minutos en que su cipote y su dedo taladraban mi cuerpo al unísono, apartó mi cabeza de su entrepierna y de un modo que rozó la súplica me dijo

 —¡Cabrón! ¿No querrás que me corra ya?, y menos sin probar ese culito tuyo. Por cierto, hoy está más cerradito que la última vez.

—Es que yo sé que así te gusta más.

—Pues tráete el lubricante ese que tienes por ahí, que te lo voy a poner a punto de caramelo —me contestó, guiñándome un ojo.

Saqué el bote de crema del cajón y se lo di,  mostrándole mi más cachonda expresión, él cargando su voz con toda su virilidad,  me pidió que me colocara a cuatro patas sobre la cama. Una vez accedí a su petición, se agachó tras de mí, colocó sus manos sobre mis glúteos y, por segunda vez aquella tarde, pasó su lengua por mi ano.

Tras las primeras húmedas caricias en mi rasurado agujero, tensó los músculos de su lengua e imprimiendo una dureza poco común, golpeo el caliente orificio con ella. Pensar que mi amigo estaba poniendo todo su empeño y dedicación en proporcionarme satisfacción, hizo que disfrutara más del momento y propició que la bestia de mi entrepierna vibrara como si tuviera vida propia.

Inesperadamente, sin dejar de darme el mejor de los besos negros, Ramón alargó la mano hacia mi polla y comenzó a masturbarme. Poco después retiró brevemente su mano, para reanudar la tarea unos segundos después: esta vez su palma estaba impregnada de saliva, la fricción del caliente líquido contra mi polla propició que unos entrecortados gemidos escaparan de mi garganta.

Sin embargo, aquella no fue la única sorpresa que me tenía preparada mi amigo y, sin dejar de empapar con sus lametones  mi ojete, empujó mi pene hacia atrás, hasta conseguir poner mi glande a la altura del perineo y, a continuación, pasó la lengua por él. Sentí un placer tan intenso, que de seguir así terminaría corriéndome.

Sospecho que Ramón también era de mi misma opinión y presintiendo que si seguía así la fiesta concluiría, dejó de mimar mi polla y mi culo e impregnó sus dedos con el acuoso líquido lubricante y lo extendió por todo mi hoyo.

Con el ano empapado de crema, sus dedos comenzaron a dilatarlo poco a poco. Al primer dedo mi cuerpo no opuso resistencia alguna, la entrada del segundo costó un poco más de trabajo y el tercero me ocasionó un poco de dolor. Ramón se tomó su tiempo en hacer que mi esfínter se agrandara, dejando que fuera mi cuerpo el que respondiera ante los estímulos que el provocaba, y no al contrario. Unos minutos después, tres dedos traspasaban aquel agujero con facilidad, prueba indiscutible de que estaba preparado para albergar su enorme cipote.

Sin dejar de jugar con mi culito, mi amigo se puso un preservativo y colocó su glande a la entrada de mi recto. Sin prisa pero sin pausa, fue introduciendo su polla a través del estrecho agujero. A pesar de la lubricación y de la dilatación previa, el musculo anal parecía resistirse un poco; mas una vez traspasado el primer anillo, el inmenso vergajo hizo de mi trasero su templo, entrando y saliendo de él sin la menor dificultad.

A cada empellón que su pelvis propinaba contra mis nalgas, más profundo se introducía aquel proyectil en mí, proporcionándome cotas de satisfacción desconocidas. Unos intensos minutos después, Ramón me pidió que me sentara sobre  él.

Seducido por  la lujuria del momento, accedí a su firme petición con una sonrisa de granuja en mi rostro. Le indiqué que se sentara sobre la cama y, como si no hubiera hecho otra cosa en mi vida, de frente a él,  me acuclillé sobre su pelvis y tras situar el erecto carajo en la entrada del ya más que dilatado orificio, dejé que mi culo fuera engulléndolo poco a poco. Una vez confirmé que sus testículos hacían de tope, puse en práctica algo que nunca me había atrevido a hacer: comprimir intermitente las paredes de mi esfínter, con el fin de apretar, aún más,  entre ellas  el miembro viril de Ramón.

A pesar de mi reticencia, pude comprobar que no lo estaba haciendo nada mal  pues mi amigo, tras morderse satisfactoriamente los labios en un par de ocasiones, no pudo evitar proferir una especie de insulto.

—¡Pero qué puta eres, vida mía!

A continuación apretó rudamente los cachetes de mi culo y, como si fuera una especie de premio, me obsequió con un prolongado beso. Creí que alcanzaba la gloria, por un lado la pasión de su verga taladrando mis entrañas, por el otro sus labios insuflándome todo el cariño del que era capaz. La dicha nos rebosaba hasta por las orejas y se reflejaba en el brillo de nuestras lujuriosas miradas.

Llevé mi libido al límite, mis manos se agarraron fuertemente a sus hombros y cabalgué sobre su polla, iniciando un viaje hacia la fruición que deseaba no finalizase. Mas mis deseos se truncaron cuando, de un modo tan imprevisto como intenso, mi semen se derramo sobre su pecho. No había salido de mi asombro por haberme corrido sin tocarme siquiera, cuando sentí como el cuerpo de Ramón se estremecía al alcanzar el orgasmo. Extasiado, me derrumbé sobre su pecho cual muñeco roto.

Mientras nuestras respiraciones intentaban volver a su ritmo normal, mi amigo cogió mi cara entre sus manos, como si intentara decirme algo y, no sé porque motivo, lo silencié con un beso.

De un modo que se me antojo casi rudo, Ramón detuvo el zigzagueo de nuestras lenguas y, cogiéndome suavemente por los hombros, me apartó de encima de él. Se levantó, me agarró de la mano y  me llevó al cuarto de baño. Una vez allí, como si de una maniobra militar se tratara, me pidió con un gesto que me metiera en la placa de ducha.  

—¡Agáchate, que te voy a dar lo tuyo! 

Al decir esto en su cara se pintó una sonrisa morbosa, su mirada desnuda de toda ternura se infló de vicio al comprobar como su  flácida polla regaba mi pecho. Fue sentir el oloroso liquido caliente resbalar desde mi pecho hasta mi pelvis y mi pene volvió a su estado de rigidez. Ramón al constatar mi lujurioso estado me dijo:

 —Dúchate, que esa parece que tiene ganas otra vez de juerga y esta no se la va negar—al decir esto último se agarró sus genitales de un modo soez.  

Minutos después, mi ano dejaba entrar a su polla en él, pero esta vez, nuestros cuerpos alcanzaron pronto el orgasmo. Poco después nos duchamos, Ramón se vistió, charlamos un poco y tras un prolongado beso de despedida se marchó, no sin prometerme antes que sacaría tiempo para verme cuando regresara de las vacaciones.

FIN

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Hasta la próxima y procurad sed felices.

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