14 de agosto del 2010 (Cerca de la medianoche)
Es salir del restaurante y soy consciente de que el vino me ha hecho más efecto del que yo pensaba. La verdad es que tres cuartos de litro para mí solo era una barbaridad, pero ya que lo teníamos pagado no íbamos a dejarlo allí y como Marianito con la palabra alcohol es incompatible, el resultado ha sido que me he puesto más contento que unas pascuas. Aunque si he de ser sincero, para lo que se me viene encima prefiero estar un poquito anestesiado, porque al “erre que erre” de mi amigo se le ha metido entre ceja y ceja que le explique porque me he comportado esta tarde del modo que lo he hecho… ¿Cómo si yo lo supiera? Si no fuera porque gracias a él no tengo el culo como el corazón de Alejandro Sanz, le iba a dar explicaciones quien yo me sé. En fin, ahora me tendré que poner a buscar en la enciclopedia de mi vida, el significado de todas y cada una de mis motivaciones… ¡Qué coñazo de tío!
—¡Parece que el vino te ha hecho más efecto del esperado!
—Sí, pero todavía controlo. ¡No es necesario que me lleves de la mano!
—No pensaba hacerlo, simpático… Pero el estar medio papao no te va eximir de darme una respuesta — a pesar de que mi amigo intenta ser intransigente conmigo, la firmeza de sus palabras no pueden ocultar su preocupación.
Lo miro de arriba abajo, es el ser más complejo que conozco pero también es uno de los más noble. Amigo de sus amigos, comprensivo con los que le hacen daño…
—¡Tío estás haciendo un mundo con todo eso! ¡Cuántas veces te tengo que decir que no pasa nada! ¡No tienes por qué preocuparte!!
Mi voz suena histriónica, el albariño que corre por mis venas parece que tiene mucho que ver en ello. Mariano mueve perplejo la cabeza un par de veces y tras carraspear un poco, se dirige a mí con el ceño fruncido y bastante cabreado me dice:
—¿Cómo que no pasa nada? Al señorito están a punto de violarlo dos tipejos, ¿y no pasa nada? ¡Esa eterna pose tuya de “jiji”, “jaja”, cada vez la entiendo menos!
Un absoluto silencio nace entre nosotros, como sé que la única solución es hablar de lo ocurrido, y aunque no me hace ni chispa de gracia, optó por empezar a mostrarle los demonios que me atormentan:
—Son los cuarenta, los llevo fatal.
Mi amigo levanta el entrecejo, hace un mohín extraño como intentando adivinar el significado de mis palabras y sin esperar pregunta alguna por su parte, prosigo hablando.
—Cada vez me cuesta más ligar… Es como si me hubiera convertido en un producto de un mercado para el que hay más oferta que demanda, y lo peor, es que tanto más ligo, más solo me siento.
Por la expresión de Mariano, puedo suponer que no preveía, ni por asomo, lo que acabo de decir. Silenciosamente me echa la mano sobre los hombros, y me mira con cara de circunstancia.
No sé si porque estamos en una ciudad desconocida (y le importa un pimiento el que dirán), o porque realmente lo cree necesario, su afectuoso gesto dura hasta que llegamos al hotel.
Es cruzar el umbral de la habitación y me dice:
—A todos se nos pasa el arroz, nadie está libre de envejecer y no por eso empezamos a jugar a la ruleta rusa sexual…
Las metáforas de este amigo mío, a veces pueden tener su gracia pero otras, como es el caso, simplemente me tocan los huevos. Haciendo uso de la máxima que la mejor defensa es un ataque, respondo a su aseveración:
—…le dijo la sartén al caso. ¡Hijo mío, que ha sido salir de Sevilla y soltar la mala puta que llevas dentro! ¿Con cuánto te lo has hecho desde que ha llegado a Vigo?
Sin perder su gesto característico, comienza a contar con los dedos y envolviendo sus palabras en toda la tranquilidad que es capaz y sin dar ninguna importancia a mi enfado, me contesta:
—Incluyéndote a ti, diez.
—Unos cardan la lana y otros crían la fama.
Mariano y yo nos miramos con una sonrisa de complicidad meciéndose en nuestros labios.
—¡Tío que estás muy raro, algo te pasa! —de nuevo su gesto y su forma de comportarse, me recuerdan que es mi bienestar lo que lo mueve a ser tan preguntón.
—Pues te puedo decir que lo único que se me ocurre es que me estoy haciendo viejo y cada vez que voy a un sitio de ambiente, las reacciones de la peña no hacen más que confirmarlo.
Lo cierto y verdad es que sí se me ocurre otra cosa, pero haciendo gala de mi “esquivar las cosas” habitual, me niego a hablar de ello ¿Cómo coño le explicas a tu mejor amigo que te lo has traído de vacaciones a Galicia con un plan oculto? Plan que cuando lo pienso fríamente, me parece una locura hasta mí.
—Hay algo más, que no me cuentas —insiste mi amigo mientras comienza a desnudarse.
—Pues que me desinhibo fuera de mi hábitat natural y me da por comerme a toda presa que se pone a mi alcance…
—Eso mismo hago yo también —la contundencia de su voz es evidente —pero sé a quién no me tengo que acercar…¡Qué hay mucho pirado en el ambiente nuestro!
Como si reflexionara el significado de sus palabras callo durante un breve instante y bajando la cabeza digo:
—La verdad es que sí —aunque parece que tengo en mente a los dos holandeses, en realidad mis pensamientos están en otra parte: concretamente en quienes han propiciado que yo haga este viaje. Una verdad oculta para mi amigo y que más pronto que tarde, tendré que descubrir, pero crucemos los puente uno a uno…
Comienzo a desvestirme con la cabeza baja, la desazón se refleja en cada uno de mis actos, mis movimientos son tan automáticos como forzados, quisiera tener una frase ingeniosa de las mías para escapar de aquí pero todo lo que se me ocurre es inapropiado y opto por hacer una cita celebre:
—“Cada uno es artífice de su propia aventura”.
Mariano, quien únicamente lleva puesto un bóxer, tras parpadear levemente, me observa en silencio durante unos segundos y como si fuera una especie de duelo de frases del Quijote me dice:
—“Cada uno es como Dios lo hizo, y aún peor muchas veces”.
Intento averiguar que ha querido decir mi acompañante, pero él sin esperar que diga algo vuelve a la carga con otro pensamiento de Cervantes.
—“La estridencia de sus ladridos solo demuestra que cabalgamos”, “Confía en el tiempo, que suele dar salida a muchas amargas dificultades”, “No estas cursado en esto de las aventuras; ellos son gigantes”… —Mariano interrumpe su pequeño soliloquio mueve la cabeza, pone cara de circunstancia y en plan condescendiente concluye diciendo —¿Sigo recitándote el Quijote por Tweets, o hablamos como personas?
Sin dar mayor relevancia a sus palabras, coge un cojín, lo coloca sobre la almohada y se sienta en la cama, apoyando su zona lumbar sobre él.
El desconcierto me invade y aunque pueda parecer que me bordea no lo hace, lo conozco muy bien y él no es así. Su actitud me revela que la conversación solo ha comenzado. Una vez me quedo en ropa interior, cojo un cojín y emulo su postura. La situación sin ser tensa no es cómoda, yo parezco empeñado en no querer hablar del tema y él no en darme tregua alguna. Recurro a una patochada de las mías, en un vano intento de posponer lo inevitable.
—Entonces esto va a ser como lo de la serie de televisión “En terapia”, yo te cuento lo que pienso y juntos sacamos conclusiones.
—¡Hazlo como te salga de los huevos, pero hazlo!
Como parece que la paciencia y la gota que colma el vaso se han saludado, respiro profundamente y le digo:
—Si te he dicho eso de “cada uno es artífice de su propia aventura”, es porque creo todo lo contrario, las circunstancias a veces te empujan más de lo que tú puedes soportar, los acontecimientos te superan y, u optas por ser un amargado que se empeña en luchar con todos y contra todos, o te dejas llevar por la corriente…
—…que es lo que haces tú…
—Y tú también a tu manera…
—Pero no soy yo, quien está caminando a la pata coja al borde del precipicio…
—…dijo el rey de las metáforas…
—Bueno, ¡sigue!…Que me veo que nos quedamos dormidos y no me cuentas nada.
Como sé que no me voy a poder evadirme y que si lo hago, Mariano va a tener el morro hasta los suelos lo que resta de vacaciones. Cojo el toro por los cuernos y empiezo a hablar de una manera que si sorprende a mi acompañante, más me sorprende a mí.
—Estoy muy solo, mi único y verdadero amigo eres tú. Desde siempre he buscado la aceptación de los demás en el sexo, y ahora que con la edad son menos lo que se fijan en mí, he bajado a mínimos aceptables el nivel de lo que me llevo a la cama y si antes no hacia ascos a nada, ahora cada vez menos. Es como una especie de competición conmigo mismo…
La contundencia de lo que acabo de decir, sobrecoge a mi amigo que instintivamente agarra una de mis manos y la acaricia suavemente entre sus dedos.
—Muy solo también estoy yo, Jota…
—Mal de muchos…
Intercambiamos una mirada cómplice adornada por una sonrisa. Pero yo que ya he cogido carrerilla y he abierto la puerta a mis demonios internos, no estoy dispuesto a quedarme callado y prosigo:
—Lo peor es que cuanto más novedoso es el sexo y más tíos me ligo, más vacío me siento. Al final siempre me queda lo mismo, nuestras triviales conversaciones y mi eterna soledad. Los días pasan uno tras otro, y por mucho que intente evitar los acontecimientos estos me sobrepasan.
»Sé que debería pararme más y reflexionar las consecuencias de mis actos, pero si analizo donde estoy y a donde voy, cogería una depresión. Ya bastante dinero me he gastado en psicólogos y a veces opino que para nada.
—Para algo serviría, ¿no?
—Sí, pero una terapia no es la panacea para todos los males, en una hora o dos a la semana, alguien que ha estudiado el comportamiento de la mente y sus soluciones, por mucha empatía que emane hacia el paciente, en una sociedad tan competitiva y elitista como la nuestra, poco puede hacer.
—¿ Nunca me has contado por qué comenzaste a ir al psicólogo?
—Para solucionar, por así decirlo, las secuelas que me dejo el “acontecimiento terrible”…
—¿Sirvió para algo?
—Sí, tío. Lo que pasa es que los maricones cuando tenemos que enfrentar a traumas psicológicos, la gente nos miran doblemente como a bichos raros: por zumbaos y por lo otro…
A pesar de la dureza de mis palabras mi amigo no puede evitar sonreír muy levemente por debajo del labio, lo que me da más confianza para seguir desnudando mis sentimientos ante él.
—Lo que peor llevo es el tema de mi familia. Aunque mi padre prácticamente me trató como un apestado después de lo ocurrido, Mi madre y mis hermanos siempre se portaron bien conmigo. Hasta que Gertrudis se casó, el ceporro de su marido hizo todo lo posible para que mi hermana se despegara de mí… Es más, al muy cabrón se le nota mucho que no quiere que me quede solo con sus hijos…¡No vaya ser que les meta mano!
—Es mucha incultura y mucha leyenda negra la que hay alrededor de la gente con nuestra tendencia —las palabras de Mariano, aunque tienen ese tufillo conciliador tan característico de él, están impregnadas de ira e impotencia.
—¡Mira tú!, mi hermano Juan que parecía más “brutote” y tal, parece haberlo aceptado como la cosa más natural del mundo
—Una cosa JJ, siempre dices “el acontecimiento terrible”, pero nunca me has contado que pasó exactamente.
—Porque no es muy agradable… —lo miro e intuyo que si no se lo cuento hoy, será como lo de las bodas que tendré que callar para siempre, y si hay alguien que se merezca saber con pelos y señales ese episodio de mi vida es él, así que hago de tripas corazón y poniéndome mi traje de clown de los lunes le digo —Pero como el señor me cae bien, ¡pero que muy bien!, se lo voy a contar.
Julio de 1984
Una semana después de la festividad de San Juan, se celebraban las fiestas de mi pueblo. Las clases habían quedado atrás, en mi arrogancia me creía un adulto hecho y derecho, pues como la EGB había quedado atrás, ya era mayor: Era un chico de Instituto.
Aquel año, como todos, mis primos Francisco y Matilde habían venido a disfrutar de la Feria. Al final de la noche su hermano Ernesto vendría a recogerlos, así que mi madre no puso ninguna pega porque me quedara con ellos hasta última hora.
Nada más llegamos a la feria, mi prima, tras quedar con nosotros a una hora pertinente, se fue con un chico de mi pueblo con el andaba ennoviada por aquel entonces.
Francisco y yo vimos el cielo abierto, sin la presencia de su hermana la noche era nuestra y el recinto ferial un lugar como otro cualquiera para hacer el ganso. Nos fuimos directos a la zona de las atracciones, compramos las fichas para los coches locos y nos pusimos a esperar que quedara alguno libre.
Mientras aguardábamos que algún chaval dejará algún coche libre, observe que había unos chicos con uniforme de soldado sentados en uno de los bancos de los laterales. Tenían pinta de ser forasteros y no parecía que estuvieran allí para montarse en los autos de choque, ni nada por el estilo.
Aparentaban unos veintitantos año largos, por lo que deduje que eran militares profesionales y no reclutas de reemplazo. Uno de ellos el más moreno, casi agitanado, era muy ancho de espaldas y dejaba ver bajo la camisa verde un ancho pectoral del que rebozaba una inmensa mata de pelo, aunque lo que más me llamó la atención de él fueron sus anchos bíceps.
Su compañero, de cabello oscuro pero más blanco de piel, también tenía un cuerpazo, el cual el uniforme se encargaba de resaltar en la justa medida.
Por aquel entonces era de lo más indiscreto y la costumbre que tenía de pequeño de mirarle el paquete a todo el mundo, en la adolescencia era un inconveniente de lo más peliagudo, pues inconscientemente gritaba en silencio por dónde se encaminaban mis gustos sexuales y aunque intentaba disimularlo, pues sabía que no estaba bien, mis instintos me gastaban más de una mala pasada.
No sé hasta qué punto llevé mi impertinencia con aquellos dos tipos, pues uno de ellos, el de piel más oscura, al ver como tenía mi vista clavada en su bragueta, se metió mano al bulto de su entrepierna de un modo de lo más descarado. Avergonzado desvié la mirada, pero como polilla ante la luz volví a ceder a mis impulsos primarios. Esta vez los ojos del soldado buscaron los míos y, tras gesticular una sonrisa canalla, me guiñó un ojo.
Su respuesta me dejó bastante trastocado, era joven pero no tonto. Aquel gesto me pareció una insinuación en toda regla y, a pesar de que el forastero me atraía una barbaridad, en vez de seguirle el juego como él esperaba, hice acopio de toda la sensatez que era capaz y volqué toda mi atención en mi primo.
No obstante aquello pareció no importarle al agitanado tipo, que dejando a su amigo solo, se dirigió hacia nosotros con unos andares tan chulescos que parecía que la polla no le cupiera entre medio de las piernas. Me sentí un poco atemorizado, pues lo primero que pensé es que el tío me iba a soltar una fresca o algo parecido. Me quedé sin saberlo, pues Francisco tiró de mí para que fuera tras de él:
—¡Pepito, corre! ¡Qué aquel coche se queda libre!
La oportuna intervención de mi acompañante me salvó de la posible bronca del militar, pero también me dejó sin saber qué carajo pretendía aquel tipo guiñándome el ojo y demás. Me volví levemente hacia atrás y aunque mi ingenuidad no podía descifrar exactamente lo que encerraba su ceñudo rostro, me dio la impresión de que estaba algo así como frustrado, como si le hubieran arrebatado algo…
Durante las muchas vueltas que dimos en coche por la pista de choque, varias veces nos acercamos por donde ellos se encontraban. No hubo ni una sola vez que, al ser consciente de mi presencia, el militar no se tocase el paquete de manera insinuante.
La arrogancia con la que aquel tipo se magreaba sus atributos, despertaba emociones contradictorias en mí: por un lado el soldadito me atraía como la miel a las moscas, mientras que del otro, estaba horrorizado solo de pensar las nefastas consecuencias que aquello me podía acarrear.
Una vez agotamos las fichas, mi primo decidió irse con la música a otra parte pues aquello de chocar un coche contra otro estaba comenzando a parecer aburrido. Al pasar por el lugar donde estaban los dos soldaditos, pude comprobar con alivio, que estos ya se habían marchado.
Francisco, como buen jovencito tenía las hormonas bailando al son del Don’t go de los Yazoo, por lo que propuso ir a dar una vuelta, con la única intención de ver algunas chavalas guapas y echárnosla de novia. Si de manera individual no es que fuéramos unos tíos por los que las chicas volverían la cabeza, juntos parecíamos la versión cateta de Laurel y Hardy, por lo que cada vez que nos acercábamos a un grupo de muchachas, más que un “Hola, ¿qué tal?” y los dos respectivos besos, su saludo se asemejaba a un “¿Qué coño queréis, pringaos?
Desilusionados decidimos comprarnos una hamburguesa y una Coca-Cola en uno de los tenderetes que llenaban el recinto ferial.
—¡Vaya tarambainas que están hechas las niñas de tu pueblo! —dijo mi primo sin dejar de masticar —. En la feria del mío, seguro que a estas horas ya tendríamos cada uno una novia bien guapa.
—¿Cuándo son?
—Dentro de tres semanas. ¿Tú te vendrás a mi casa?
—Seguramente, lo tengo que hablar con mi madre, pero tratándose de vosotros no creo que haya problemas.
Tras comer, nos fuimos a la zona de las tómbolas y las atracciones de tiro al blanco. Francisco estaba deseoso por fanfarronear delante de mí, de lo bien que le habían enseñado sus hermanos a disparar.
He de admitir que se daba muy buenas trazas, y aunque era evidente que el feriante, para disminuir el número de dianas, había saboteado levemente tanto el brocal, como el punto de mira de sus escopetas, mas mi primo se adaptó rápidamente a aquella deficiencia y tras unas cuantas tiradas, consiguió ganar un juego de vasos para su madre.
Al tiempo que mi acompañante recogía su merecido premio, sentí como alguien apoyó fuertemente su pelvis contra mi espalda, instintivamente me volteé para ver quién era y al encontrarme de lleno con su rostro, un escalofrío recorrió mi espalda: era el soldado agitanado, quien sin cortarse un pelo me cogió sensualmente por la cintura y muy sutilmente refregó el bulto de su entrepierna por mi coxis.
—¿Qué pasa chaval? —su acento dejaba claro que no era de la región y su aliento, que se había tomado más de un par de copas.
—Aquí… Tirando con las escopetas…
—Tirando no, mirando como tu amigo tira — la chulería de sus palabras me dejaron claro que hacía tiempo que me estaba observando.
—Mi amigo… no mi primo —casi farfullé, pues hablar con un tipo clavado a mis espaldas y al que me era difícil verle la cara se me hacía de lo más incómodo.
—¡Vámonos Pepito! —de nuevo Francisco me volvió a salvar de una situación que se me antojaba tan atrayente, como terrorífica.
Me despedí del hombre con un gesto, este me mostró su mejor cara de malote y me sonrió, a la vez que pegaba una calada al cigarrillo que se estaba fumando y lanzaba el humo en mi dirección. Seguí a mi primo a donde quiera que fuera, y sin poderlo evitar volví la mirada hacia donde estaba el militar. Este y su amigo, me dijeron adiós con la mano al tiempo que de manera provocativa se magreaban el paquete, de nuevo la atracción y el miedo hicieron mella en mi persona.
—¿Quién era ese? —preguntó mi primo sin dejar de mirar el juego de vasos que había ganado, como si fuera la cosa más maravillosa del mundo.
—Un soldado que está de paso, me ha preguntado por la caseta del ayuntamiento.
No sé porque le mentí a mi primo, quizás porque me sentía culpable por las atolondradas ideas que bullían en mi mente, quizás porque inconscientemente sabía que lo que aquellos dos esperaban de mí no me desagradaba por completo.
Sin poderme quitar a los dos uniformados de la cabeza, la noche pasó sin nada reseñable. Bueno sí, la Fefi nos dijo que la dejáramos tranquila que ni aunque fuéramos los últimos hombres del mundo nos haría caso. Eso viniendo de ella, que era de las más gordas y feas del pueblo, nos hizo sentir que habíamos caído de lo más bajo, por lo cual aquella noche dimos por concluido lo de intentar ligar.
A la hora convenida nos fuimos para la entrada del recinto ferial, que era donde habíamos quedado con Matilde. Al poco se presentó esta con su chico dados de la mano, el chaval, temiendo la llegada de mi primo Ernesto y como todavía no eran novios formales, le dio un beso a mi prima y se despidió de nosotros.
Mientras esperabamos, pasaron por allí mis amigos del pueblo: el Richar, el Jaime, el Manolo, el Javi y el Rafita. Al verme con mi prima, se acercaron para que se la presentara, tras los dos pertinentes besos de mis colegas a mi prima, no pude reprimir preguntarles a donde iban.
—¡A lo de las bolas de trapo, a ver si le llevo a mi hermana un peluche! —contestó un poco eufórico el Jaime.
—De buenas ganas me iba con ustedes, pero mis primos se van ya— mi voz estaba cargada de una triste resignación.
Francisco pareció sentirse culpable al escucharme y tras consultar a su hermana con la mirada me dijo:
—Pepito, si quieres quedarte, ¡hazlo!
—Pero es que mi madre me va a echar la bronca padre si no aparezco con vosotros.
—No se tiene porque enterar… —dijo mi prima con una sonrisa —Ya se lo diré a mi madre, para que no meta la pata. ¡Qué un día es un día!
Al comprobar que tenía hasta el beneplácito de mi prima, no pude evitar sonreír hasta con la mirada y dirigiéndome a mis amigos les dije:
—¡Esperadme en lo de las pelotas, que ahora voy para allá!
—¿Por qué no te vas con ellos directamente? —se extrañó mi prima.
—Porque quiero saludar a tu hermano, que hace mucho tiempo que no lo veo.
Cinco minutos después apareció mi primo Ernesto por allí, cuando le dije que me quedaba en la Feria, no le hizo mucha gracia pero por no contrariarnos, cedió ante nuestra petición.
Es curioso, mis primos Ernesto y Fernando, como buenos gemelos, eran idénticos en todo menos en su carácter. Ernesto era más tímido y moldeable, Fernando era más extrovertido y más intransigente. De haber sido él a quien le hubiera correspondido ir a recogernos, no hubiera consentido que me quedara, si me hubiera montado en el coche con ellos mi vida hubiera sido bien distinta. Pero se ve que la mariposa que me tocó en suerte aquella noche, aleteó con el único objetivo de joderme la existencia.
Nada más se marcharon mis primos, me dirigí hacia los puestos de las pelotas. Al pasar por la tómbola, me encontré de nuevo con los dos soldados quienes al igual que mi primo y yo, parecía que no tenían suerte con las mujeres pues la hija de la Jacinta y su amiga, ponían cara de asco ante sus requiebros.
Los dos veinteañeros, al verme pasar por su lado, dejaron en paz a las dos atractivas muchachas y, tras pegarse un codazo de complicidad, me siguieron.
No sé porque hice lo que hice, en vez de aligerar el paso hacia el tenderete donde estaban mis amigos, me paré en seco y con ese no amedrentarse ante nadie tan mío, me volví, henchí mi pecho de aire y les dije:
—¿Qué quieren? ¿Por qué me siguen?
Mi aparente valentía los dejó descolocados por completo, pero como hombres de mundo que eran supieron darme una rápida respuesta, tan convincente como falsa.
—Pues nada, que no conocemos nadie aquí y tú nos has parecido simpático —dijo el de piel más clara, mostrando las más seductora sonrisa.
—Bueno, ¿y qué? —contesté yo dejándole claro que no me tragaba aquella especie de rollo patatero.
—Pues nada, que como hemos visto que tu primo no está contigo—el que así hablaba era el agitanado —, hemos pensado que te podrías venir con nosotros a dar una vuelta… Creo que nos lo podemos pasar bastante bien.
Mentiría si dijera que era tan ingenuo como para no saber interpretar el doble sentido de sus palabras. Aunque mi primera reacción fue mandarlos a paseo, el duende travieso que jugueteaba con mis desconocidos deseos me aconsejó que aceptará su proposición.
—No me importaría ir con vosotros, pero es que he quedado con mis amigos…
—No nos va a llevar mucho tiempo… En una hora a lo más tardar estamos de vuelta —quien así hablaba era el uniformado de piel más oscura.
Los observé detenidamente, aunque por aquel entonces todavía no tenía muy claro mis preferencias sexuales, mis inexpertos ojos veían a aquellos dos tipos sumamente atractivos y pese a ser dos completos desconocidos, su uniforme militar, insólitamente, despertaba mi confianza. “¿No estaban los soldados para proteger a la gente?” —pensé.
—¿ Entonces, estaremos de vuelta en una hora?
—No creo que tardemos más —me contestó el de piel clara colocándose bien la polla bajo el uniforme.
—Pues esperadme un momento que se lo voy a decir a mis colegas.
Aceleré mis pasos y me dirigí al tenderete en el que estaban mis amigos. Al llegar allí, vi que el Jaime era el único que estaba tirando pelotas para derribar las geométricas formaciones de dados de tela y los demás se encargaban de animarlo. La verdad es que era muy difícil echarlos abajo, pues estaban rellenos de arena mojada y el único de los allí presente que tenía suficiente fuerza para hacerlo era el fortachón de Jaime.
—¿Vais a estar aquí mucho tiempo? —dije con los nervios vibrando en cada una de mis palabras.
—No sé, el tiempo que este tarde en conseguir el peluche para su hermana —contesto el Richar señalando a nuestro amigo.
—¿Y después de aquí? ¿Dónde vais a ir?
Mi persistencia pareció molestar al Rafita quien respondió a mis preguntas con otra:
—¿Todavía no han venido a recoger a tus primos?
—No, no es eso. Es que hay unos forasteros que me han preguntado cómo se va al pueblo y les voy a acompañar —la facilidad con que fui capaz de inventarme aquello me sorprendió hasta mí.
—¿Y qué? ¿No sabes indicarle derecha, izquierda y to tieso? —la reprimenda de aquel repelente adolescente lo único que buscaba era herir mi amor propio, no obstante yo estaba tan eufórico por la proposición de los veinteañeros que me dio igual.
—Prefiero acercarlos, pues desde aquí no me sé explicar muy bien. ¿Dónde se vais a ir después de aquí?
—Seguramente a los coches de choque, pero si no estamos allí en la caseta de mi padre...
—Bueno… ¡Pues si no nos vemos en un sitio en otro! — tras esto y dejando al Rafita un poco con la palabra en la boca, me dirigí a los otros chicos —¡Hasta luego tíos!, que me voy a acercar a estos dos al pueblo.
Del mismo modo estrepitoso que llegué me fui. Era consciente de que estaba haciendo algo malo, pero el sabor de lo prohibido hacia que ignorara mi sentimiento de culpa. Los dos tíos que me esperaban eran dos absolutos desconocidos y aunque sospechaba que era lo que buscaban, mi ignorancia no sabía dimensionar el alcance de sus deseos y, mucho menos, el fregado en el que me estaba metiendo. Agarrándome al salvavidas que para mí suponía la supuesta bondad de sus uniformes, me lancé viento en popa a toda vela a la aventura que implícitamente me proponían.
Al llegar a la tómbola, comprobé que me aguardaban fumando un cigarro y pegando visualmente un repaso al culo y las tetas de toda la que pasaba, al tiempo que le regalaban unos piropos de lo más grosero:
—Morena, si tu culo fuera un banco te la metería a plazo fijo.
—¡Tienes un polvo que no te lo quita ni el “Centella”! —se creció su compañero, ante el improperio del agitanado.
Al verme llegar dejaron de molestar a las paisanas y cruzando entre ellos una mirada maliciosa, adoptaron una pose marcial y caminaron hacia mí.
—No ves cómo te dije que venía —dijo el más moreno a su compañero, haciendo un mohín de complacencia.
—Sí, se ve que el muchacho es un hombre de palabra.
Aunque estaba tan excitado que el estómago parecía que se me iba a salir por la boca, opté por encogerme de hombros y mirarlos expectante.
—¿Cómo te llamas chaval? —dijo el de piel más clara, con el claro objetivo de que rompiera mi silencio.
—Juan José… Juan José Jiménez… Pero todos mis amigos me llaman Pepe.
—Pepe pues… —el soldado me tendió la mano y yo le ofrecí la mía, el breve momento en que se cruzaron, sus dedos acariciaron sutilmente la palma de mi mano —Yo me llamo Miguel, y mi amigo Ángel.
—Choca esos cinco —me dijo el agitanado apretando mi mano entre la suya, de un modo netamente sensual.
Cada vez tenía más claro lo que aquellos tíos buscaban de mí, pero la familiaridad con la que me trataban me hacía sentirme bien y aunque todos sabemos que la curiosidad mató al gato, nadie escarmienta por cabeza ajena, ni se vuelve más cauto ante el peligro.
—¿Eres del pueblo? —me preguntó Miguel.
—Sí, desde que nací —mi sonrisa era una muestra clara de que comenzaba a estar a gusto con ellos, como si los conociera de toda la vida.
—Ángel y yo somos de Cañete.
—¿Cañete?
—Sí, un pueblo de Cuenca muy pequeñito —aclaró Ángel — Pero ahora nos han destinados al cuartel de Muñoz Castellanos, así que si quieres cada vez que nos den permiso nos podemos pasar por aquí.
Las palabras de aquellos dos tipos no solo me reconfortaban, sino que me hacían sentirme importante, ¡muy importante! Aparqué mis dudas y al tiempo que me dejaba seducir por sus palabras, bajé la guardia por completo. Hasta tal punto empezaba a sentirme cómodo con los dos militares, que incluso ignoré las caras de sorpresa de la gente del pueblo cuando me vieron pasear en su compañía.
Las palabras y zalamerías de los dos de Cañete me tenían como hipnotizado, tanto que cuando dijeron de abandonar el recinto ferial no puse ninguna pega. Una vez nos internamos en el bosque de encinas cercano, mis labios se sellaron, como si lo de ir allí fuera una especie de pacto entre caballeros.
Nada más la penumbra nos envolvió, el agitanado me echó el brazo por los hombros de un modo sumamente afectuoso. Hasta aquel momento no noté su fuerte olor corporal, aunque no era un sudor agrio debido a la falta de higiene, su olor no era agradable. Acercó su cabeza a la mía y me susurró algo al oído que no entendí, al preguntarle por lo que me había dicho, sus labios sellaron los míos con un beso.
Me quedé como petrificado, nunca nadie antes me había besado en la boca y aunque muchas veces había fantaseado con hacerlo con alguna chica, no me había preparado para que mi garganta fuera visitada por la lengua de un tipo al que el aliento le apestaba a alcohol barato. Pese a que aquello me estaba resultando de lo más incómodo, no puse ningún impedimento y me deje hacer con el mismo dinamismo y voluntad que un muñeco de trapo.
Viendo que no ponía ninguna pega a sus arrumacos, como si fuera un juguete compartido me cedió a su compañero que al igual que Ángel transpiraba un fuerte olor y sus besos sabían a alcohol de garrafón.
Los acontecimientos se sucedieron de un modo vertiginoso, cuando me quise dar cuenta era una loncha de jamón de york y los dos militares las rodajas del sándwich. Miguel me besaba apasionadamente y Ángel restregaba el bulto de su entrepierna por mis glúteos. Sabía que aquello no estaba nada, pero nada que bien, pero en vez de negarme seguía dejándome mimar por aquellos dos brutos, que más que acariciar mi cuerpo lo que hacían era sobarme de un modo casi violento.
—Has visto, está tan tiernecito como una jovencita —el que así era Ángel, quien por la dureza que sentía en mi culo estaba excitado a más no poder.
—Lo único que le falta son unas tetitas y un coñito, para que sea perfecto —le contestó Miguel, ignorando mi presencia por completo.
Aunque todavía no dimensionaba correctamente lo que era la homosexualidad como forma de vida y tal, el que me compararan con una mujer no me hizo ni chispa de gracia y en mi pecho empezó a rugir una tormenta de rebeldía.
Sin darme tiempo a reaccionar, Ángel se desabrochó el cinturón y abriendo la bragueta sacó su churra fuera, he de reconocer que el tipo estaba bien dotado. Ver su polla negra y cabezona hizo que inconscientemente me excitara, circunstancia que fue apreciada por Miguel quien restregaba su sexo contra el mío, a la vez que me mordía los labios con una pasión desmedida.
—A la muy putita, le está gustando se le ha puesto la chorra tiesa.
Sí escuchar cómo me comparaban con una chica me molestó, el que se dirigieran a mí con el apelativo de putita, enervó mis ánimos. Mas los acontecimientos me superaban tanto que no hice, ni dije nada para contrariarles.
Al sentir su miembro desnudo rozar mis nalgas, una placentera y desconocida sensación me invadió. Ángel, sin esperar mi aprobación me bajó el pantalón y los slips mientras su amigo me colmaba de atenciones con sus besos y su sobeteo. El agitanado pegó su pelvis a mis cachas y restregó su miembro entre el canal de mis glúteos, al tiempo que clavaba de manera desmedida sus dedos en mi cintura.
Si en algún momento su forma de actuar me había podido parecer cariñosa, aquella sensación se fue esfumando poco a poco y por completo. Ver como Miguel sacaba su erecto pene fuera y pretendía metérmelo en la boca fue la gota que colmó el vaso.
—¡No! —mi grito sonó contundente.
—¿No te gusta chuparla? —dijo Ángel apartando levemente las manos de mis caderas —Al menos te gustara recibir.
Aterrorizado negué con la cabeza. Los dos hombres tras intercambiar una mirada de perplejidad se dirigieron a mí:
—¿Qué pretendías viniendo aquí con nosotros?
—¿Pegarnos un calentón?
La violencia que rezumaba las palabras de los dos hombres, hicieron que toda excitación abandonara mi cuerpo y las palabras se negaran a salir de mi boca.
—Pues cómo está claro que eres una putita y te gustan las pollas, nosotros aunque no quieras te la vamos a dar —Ángel al decirme esto cogía su miembro con una mano y me lo enseñaba como si fuera un arma.
—Si tu culo y tu polla van a rebosar de leche —dijo Miguel acorralándome.
La situación no podía ser más caótica, yo con el culo al aire y los pantalones bajados hasta las rodillas, los dos militares con la polla en posición de firme y dispuestos a disparar su semen en mí. Intenté huir, pero el terror entorpecía mis movimientos. Grité pidiendo ayuda, pero el bullicio de la feria ahogó mis suplicas.
Si hasta aquel momento los dos de Cañete habían mostrado su cara más dulce, a partir de aquel momento me enseñaron cual perversos eran. Miguel me inmovilizó y me tendió en el suelo, para que no gritara me puso el codo sobre el cuello, intenté revolverme como pude pero dos puñetazos en la boca del estómago de Ángel me recordaron quien mandaba allí.
No olvidaré nunca aquella expresión de sadismo en el rostro del soldado agitanado mientras me quitaba el pantalón y toqueteaba mi culo. Nunca podré borrar de mi mente, aquella satisfacción en su rostro cuando comprobó lo cerrado que estaba.
—Miguelito, me parece que esta noche hemos tenido doble suerte pues no solo vamos a follarnos un culito, sino que lo vamos a estrenar. ¡La putita está por desvirgar!
La furia que nacía en mi interior hizo que intentara liberarme, lo que me valió dos potentes puñetazos: uno en el pecho y otro en la cara. Dolorido y con el labio manando sangre, me dispuse a aceptar mi destino, pero lo peor estaba aún por venir: mi cuerpo se negaba a que un cuerpo extraño entrara en él.
A pesar de que lo había lubricado con una crema que traían, mi ano no dejaba pasar la morena polla de Ángel quien cada vez se mostraba más enfadado e irascible.
—¡Mariconazo, por tu bien será mejor que te relajes!
Si mi cuerpo y mi mente habían ignorado en aquel momento el significado de la palabra relajarse, sus constantes gritos no ayudaban. Dominado por la cólera, me golpeó con el puño cerrado en el pecho, en los brazos, en la cara, donde alcanzara…
El dolor adormecía mis sentidos, pero mi estrecho agujero no parecía querer albergar el proyectil del soldado. De pronto, cerró el puño lo levantó enérgicamente y, como si se tratara de un martillo, golpeó mi frente. Durante unos segundos un sabor metálico navegó por mi paladar, después me abrazó la oscuridad…
Continuara en: “La sombra de una duda”
Acabas de leer:
Sexo en Galicia
Episodio XX: La voz dormida.
(Relato que es continuación de "Si yo tuviera una escoba"
Hola, llegados a este punto siempre pido que por favor valoréis y comentéis el relato. Este relato ha sido difícil de “parir”, por lo que más que nunca pido vuestra opinión.
Sí es la primera vez que entras a leer un texto mío y te ha gustado, en su momento publiqué una "Guía de lectura" que te puede servir para seguir el orden cronológico de mis historias.
Para los amantes de la cronología de la historia dos aclaraciones:
1)El momento de Galicia está situado un año antes de que JJ conociera a Guillermo y de que Mariano comenzara su relación con Ramón, por eso lo “alocado” de su comportamiento.
2)El Flashback se sitúa seis años después de “Los descubrimientos de Pepito” y cuatro años antes de “Desvirgado por mis primos gemelos”.
Sin más preámbulos agradecer las valoraciones y los comentarios de “Follando con mi amigo casado” y a modo particular: a Luis Arismendi: No sé porque, pero creo que relatos como el de hoy, no son de los que más te gustan; a Keegan: Ya lo comenté en la guía de lectura que publiqué hace poco; a hasret: Es una revisión, con bastantes añadidos puedes leer la versión anterior aquí. ; a Zoele: Es uno de mis relatos más populares, marca un antes y un después en la relación de Ramón con Mariano, ¿Qué te ha parecido el de hoy?; a pepitoyfrancisquito: El Triunfo de la Santa Cruz, no tiene nada que ver con ese virus troyano que se ha metido en TR y que es como el turrón, siempre vuelve a casa por el ejercicio. ¿Os ha parecido Terrible el Acontecimiento?; a CORAZONSALVAJE001: Me alegro que te sigan gustando mis relatos, el de hoy no es muy erótico que digamos pero es que cada historia es distinta, por cierto me es más difícil escribir Marilucho, que Machirulo, ja, ja,ja; a mmj: Con respecto al anterior relato, espero que pillaras el detalle de la furgoneta de Molestar y en cuanto al de hoy, creo que no te habra dejado indiferente. De todas maneras queda mucho que contar de JJ después de esto y lo voy a contar a continuación, alternándolo con la historia de Ramón. ¿Qué te parece? Y a bicrod: Como escribes de tarde en tarde no sé si habras leído la historia de Ramón que empieza en “Valió la pena”. Creo que te puedo encantar.
Con esto me despido hasta dentro de quince días, que volveré con una historia especial, para celebrar, por así decirlo, mi segundo año escribiendo en esta página. No me falten.