Mi primera vez.
20/08/2012(Pasada la medianoche)
-Por cierto, Mariano. Mi novio ha contado su primera vez, yo también lo hecho. Sería lo justo que tú contaras la tuya ¿no?
Tras escuchar la propuesta de su novio, una mueca de descomposición invade el rostro de JJ. Y antes de que yo pueda decir esta boca es mía, recrimina a su novio, aunque usa un tono jocoso, sus palabras están cargadas de seriedad:
—Pero cariño, tú no te has tomado hoy las vitaminas para el cerebro ¿no? —Un gesto de extrañeza se pinta en la cara de Guillermo al escuchar esto. A continuación hace un gesto clarividente a su novio de no saber de qué va la película, por lo cual éste termina de explicarse —Pero, ¿tú no has visto la cara que se le ha puesto esta mañana cuando se ha hablado de Enrique?
Al oír esto último, el novio de mi amigo encoge el rostro, en un claro ademán de querer que se lo trague la tierra, es lo que suele pasar cuando metes la pata hasta el corvejón. Pero como el cabrón de Enrique ya ha ocupado bastante protagonismo en estas vacaciones, lanzo un capotazo verbal, en pos de quitarle importancia al asunto. Pues lo último que deseo es que Guillermo se sienta mal por lo que ha dicho.
—¡Nunca he visto unos homosexuales tan machistas!—Aunque mi tono es cordial, intento crear expectación con mis palabras— ¿Solo se puede considerar primera vez cuando te penetran?
Si quería llamar la atención de mis dos amigos, lo he conseguido y con nota. No sé si lo que diré a continuación, será una chorrada o no, pero el caso es que ha surtido efecto: Guillermo ya no está preocupado por haberme disgustado.
—¡Bueno suelta ya lo que tengas que decir! ¡Y deja de hacerte el interesante!—Dice JJ que me conoce mejor que la madre que me parió.
—Yo lo que digo es que le dais mucha importancia a ser penetrados —Digo reanudando con bastante euforia la elucubración que había dejado a medias — Por eso dije que sois unos machistas. ¡Que! ¿Los homosexuales acaso no perdemos la virginidad también cuando penetramos a alguien por primera vez?
Por la cara que ponen mis dos acompañantes, la chorrada disfrazada de pensamiento filosófico que acabo de soltar los ha terminado convenciendo.
—... entonces... —La voz de JJ suena apagada, como si la emoción danzara entre sus cuerdas vocales.
—Sí, para mí, mi única primera vez fue cuando penetré a alguien —Mi voz intenta mantenerse tranquila, pero los recuerdos hacen que las últimas palabras suenen un poco más apagada, por eso cuando digo “A ti” mirando a JJ, el sonido apenas sale de mi garganta.
1994
Por aquel entonces yo todavía no tenía muy clara mi homosexualidad y lejos de entenderla como una forma de vida, la entendía como un juego en el que me gustaba participar. Era comienzos de verano, esa semana había hecho el examen de selectividad y estaba eufórico. Eufórico y libre de toda atadura, la novia estaba pasando unos días en el pueblo de sus padres. Así que decidí salir del pueble e irme a Sevilla, a buscar la aventura. Me puse la ropa con la que me veía mejor: un polo caro y de marca y un pantalón vaquero descolorido que me hacía un buen culo, por aquel entonces no practicaba culturismo y lo único que tenía bien desarrolladas era las piernas, las cuales tenía marcadas y torneadas, producto de los lotes de hacer footing que me pegaba.
Mi objetivo en la capital era ir a un bar de ambiente que se llamaba Svilia, estuve una vez en él con un tío que se me ligó en mi pueblo. Tardé en localizarlo porque no es lo mismo llegar en autobús que en coche y por aquel entonces la verdad es que conocía poco la ciudad. Cuando me personé en el bar, mis expectativas se fueron difuminando poco a poco, el local estaba casi vacío (la peña llegaba más tarde según pude entender) y todo el glamour que recordaba de aquella noche, tan lleno de gente, se me antojaba frio y decadente. Y allí estaba yo, un joven atractivo e inocente con cara de no haber roto un plato, más perdido que la aguja del pajar.
Me pedí una copa más por corte que por necesidad, me agarré del vaso como si fuera una brújula y me fui a dar una vuelta por el local. No recorrí ni unos metros cuando tres tíos, me abordaron cerrándome el paso.
—Hola. ¿Dónde va una cosita tan linda? —El que así hablaba era un hombre de unos cuarenta años bastante poco agraciado, muy amanerado y que vestía poco consciente de que ya no tenía dieciocho años y en cambio sí bastante kilos de más.
—Hombre, ¡no le hables así al chiquillo que lo vas a asustar!— Dijo uno de sus amigos, el cual parecía un clon rejuvenecido del primero, como intentando congraciarse conmigo.
-Somos feos, pero no tanto. ¿A que no cariño?— El tercero, gordo, hortera y feo como él solo, hacía gala de tener más plumas que sus amigos y también las manos más larga , mientras hablaba me pasaba los dedos por el pecho.
La situación me superaba, acorralado por las tres lobas que si lo que pretendían era ligar, solo habían conseguido intimidarme. Intenté escaparme de ellos, pero no estaban dispuestos a dejar huir a una presa tan suculenta y siguieron interrogándome de la manera más absurda. Yo contestaba con monosílabos y cada vez más nervioso y agobiado, pero esto a ellos no le importaba, parecían tener una extraña competición entre ellos, como si hubieran apostado previamente quien se llevaba el gato al agua. Y lo peor de todo, es que el gato era yo.
–¡Ah, estas aquí! ¡Vente para la puerta que nos están esperando!—Me dijo un tío echándome el brazo por los hombros, no lo conocía de nada, pero le seguí la corriente completamente.
—Muchas gracias —Le dije en cuanto estuvimos fuera del alcance de las tres arpías —. Me tenían ya hasta los cojones.
—Siempre están así. Compensan la falta de sexo puteando a los demás —Dijo aquel buen samaritano con una amplia sonrisa en los labios.
Mi salvador era bastante atractivo, moreno, con los ojos color miel, con unos labios que estaban diciéndome bésame, cara de ser muy buena persona, aunque con un pero: muy delgado para mi gusto. Pero tengo que reconocer que a pesar de todas esas cualidades, de lo elegante que era y lo bien que le sentaba la ropa de diseño, si no hubiera tenido ese gesto conmigo, no habría reparado en él ni un segundo. No era el tipo de hombre que llamara mi atención.
—Me llamo Juan José y tú —No acabé de pronunciar mi nombre y ya me había estampado dos besos en la cara, el gesto me sobrepasó, máxime porque estábamos en el exterior del local y a la vista de todo el mundo—¿Vienes mucho por aquí?
—No, es la segunda vez que vengo, pero la otra vez había más ambiente.
—Se llena más tarde. La gente queda aquí después de cenar, se toman unas copas y después se van al Itaca.
—¿Itaca, que es eso?
—¡Pues sí que eres nuevo! Cuando sean las dos así, nos vamos para allá que ya estará “ambientao”.
—Es que el último autobús sale a las doce. No tengo coche
Me pregunto qué de que pueblo era, me dijo que él era de uno de Badajoz que su empresa lo había trasladado y le habían dado a elegir entre Córdoba y Sevilla y se había venido a la capital hispalense. Su verbo era fluido, no lo conocía de nada pero ya me caía bien. Decir que era amable y simpático era quedarse corto. Yo tampoco le tuve que caer mal, porque siguió dándome conversación todo el rat, con el solo objetivo de que me sintiera cómodo.
—Oye, se me está ocurriendo una cosa. ¡Sin pretensiones de ningún tipo! ¿Por qué no te vienes a mi casa a dormir? Y así puedes conocer Itaca y te vas mañana por la mañana para tu pueblo.
No supe que decir, la proposición me superó y tuve que poner cara de no saber que estaba pasando pues JJ soltó una de sus frases suyas que te dejaban todavía más descolocado.
—El único problema es que si ligo y me llevo alguien a casa. No podrás salir del cuarto de invitados, por si me da por hacer cositas en el salón.
—Bueno en esa caso, sí —Dije sonriendo —, pero déjame que llame a casa para decirlo.
Cuando volví de hablar con mi madre, la cara de mi recién conocido amigo era un poema.
—Oye,¿tú que edad tienes? —Dijo en un tono casi inquisidor
—Diecinueve voy a cumplir, ¿por?
—Hombre, como te veo llamando a mamaíta.
—Si vivo con ellos tengo que aceptar sus reglas. ¿No te parece? —contesté dejando clara mi postura.
—¡Oh Dios, el único niñato responsable de Sevilla y me tiene que tocar a mí ! —Dijo con total sarcasmo.
—No me digas niñato, hombre, que tú no eres mucho más mayor que yo.
—Cinco años más, lo suficiente para considerarte un niñatillo — Bromeó levantando un dedo en tono autoritario.
El resto de la noche en su compañía fue de lo más agradable, cuando lo consideró oportuno, me dijo de irnos para Itaca. Yo estaba deseando conocer aquel antro y no tenía ni idea de que me podía encontrar. Una vez allí, Juan José como si de un cicerón se tratara me internó en el local, mostrándome todo lo que ofrecían. Lo que más me impresiono fue un salón privado (solo podían acceder a él los hombres) en cuyo interior había una pequeña barra y una enorme pantalla de video donde se exhibían películas pornográficas. ¡Porno gay! Mis ojos se pusieron como platos ante semejante espectáculo y lo que más me asombró es que la gente se portaba con total normalidad. ¡No se sentían bichos raros!
La noche avanzó y mi agradable acompañante me invitó a una copa, yo habitualmente nunca bebo alcohol pero me pidió un gin tonic y no se lo quise rechazar. Cada vez nos sentíamos más confianza, sus manos cada vez gesticulaban más y hacían más por tocarme. Hasta que sucedió lo inevitable: sus labios me robaron un beso. No tuve que poner buena cara, pues su primera reacción fue pedir perdón.
—No, si me ha gustado. Lo que pasa es que me da corte delante de tanta gente.
—Si quieres nos vamos a mi casa —Dijo encantadoramente.
—Pues sí, así no tendré que dormir en el cuarto de invitados.
Cuando llegamos a su casa la pasión nos desbordaba, prácticamente nos arrancamos la ropa entre besos y caricias. Yo estaba súper cortado, no porque no quisiera hacer lo que estaba haciendo, sino por temor a no estar a la altura, por mi falta de experiencia. Entonces puse en práctica una táctica, que con los años sigue funcionándome: Me deje llevar.
Si él me abrazaba mientras me besaba, yo lo abrazaba a él con más ímpetu; si el buscaba mi polla, yo hacía lo mismo con la suya...Estaba muerto de miedo porque nunca había pasado una noche con nadie, lo más un polvo rápido en algún coche. Nunca nadie había tenido que compartir la culpa que me invadía después de traicionar todos los códigos morales en los que me habían instruido, tanto de forma explícita como implícita. JJ tuvo que notar mi nerviosismo (por mucho que yo lo tratara de disimular), porque se detuvo en seco, me cogió las manos delicadamente y mirándome a los ojos me dijo:
—Tranquilo, hijo. Si no quieres no tenemos que hacerlo
—Sí, sí quiero... Lo que pasa es que...
—¿No has estado nunca con nadie?
—Hombre, sí. Me la han chupado y eso, alguna pajilla. Besos y magreos... Pero esto no…
—¡Joder, me acaba de tocar la lotería! —Dijo con una sonrisa que se le iluminó hasta los ojos — Tranqui, que te va a salir estupendamente.
Sus manos comenzaron a acariciarme tiernamente, como si fuera algo sumamente delicado a lo que había que tratar con primor. Sus besos pasaron de la pasión al refinamiento. Yo creía por momentos, que tocaba el cielo con los dedos.
Antes de pasar a la cama, nos duchamos juntos, sus manos caminaban por mi cuerpo descubriendo zonas erógenas desconocidas para mí. El agua se derramaba por nuestro cuerpo, dejándonos impolutos de los aromas de la noche. Cada vez más y gracias a la sutileza de mi acompañante, tenía más seguridad. Mi temor a estropearlo todo se esfumaba por segundos y solo pensaba en disfrutar del momento.
Caminamos hacia la habitación, mi polla se hinchaba a cada beso y cada caricia que JJ me propinaba durante el pequeño trayecto. Una vez allí, me empujó a sentarme en la cama y se agachó entre mis piernas. Sus labios buscaron mi glande, escupió sobre él y comenzó a masajearlo, lubricándolo y a la vez abriendo una puerta de placer desconocida para mí. Cuando lo consideró oportuno, me la comenzó a mamar, su boca caliente y húmeda me pareció el paraíso en la tierra. Su lengua en mi nabo, provocaba continuos gemidos de placer que escapaban de mi cuerpo. Mientras chupaba aquel miembro erecto, sus dedos buscaron el agujero de mi culo. Lo detuve antes de que empezará a hurgar por allí.
—No, eso no. No me gusta— Dije con un tono mezcla de enfado y de ruego.
—¿Qué eres activo?
—Sí —En aquel momento lo creía firmemente, aunque con el tiempo descubriría esa parte de mi sexualidad que me estaba perdiendo y la disfrutaría ¡Y como!
—¡No hay problema, soy versátil y mi culito no va a pasar hambre hoy ! — Dijo JJ incorporándose y tocándose los glúteos de un modo casi obsceno.
Cuando me quise dar cuenta, me había puesto un preservativo y se había untado crema en el ano. Se sentó sobre mí, poco a poco fue abriendo su esfínter para abrirle paso a mi polla, que temerosa pero firme intentaba entrar en aquel estrecho agujero. La sensación fue distinta a las percibidas anteriormente, estaba caliente como un coño, pero sus paredes apretaban mi pene de una forma sumamente satisfactoria. Una vez la cavidad anal se hizo a las dimensiones del miembro viril, JJ empezó a cabalgarme, relajé todos mis sentidos y gocé de aquel dulce y a la vez salvaje trotar.
Cada vez mi cuerpo estaba más cómodo y me dejaba llevar por los acontecimientos. Mi boca busco sus pezones y paseó por ellos de forma circular, como consecuencia de ello los movimientos verticales de mi ocasional amante aumentaron su intensidad. Resistí aquel embate todo lo que pude, pero mi cuerpo se rindió a la dicha y me corrí. Una porción de tiempo después el esperma de JJ resbalaba por mi pecho.
Agotados como estábamos, nos pegamos una ducha y nos dormimos abrazado el uno al otro.
Después de aquel día estuvimos un tiempo tonteando, venía a recogerme al pueblo, cuando dejaba a la novia en su casa, me introdujo un poco en el ambiente de Sevilla, el cual se conocía al dedillo. Pero era tanto su pasión por mí, que con el tiempo se cansó de su alternancia con mi novia y dejamos de acostarnos, pero las circunstancias hicieron que siguiéramos viéndonos y llegáramos a ser muy buenos amigos. Los mejores. El uno para el otro, desde entonces hasta hoy.
Vida de este chico.
Mi amigo y yo intercambiamos mirada. La nostalgia mece nuestros sentidos y dejamos que nuestros cuerpos hablen por nosotros. Tras la silenciosa charla, a ambos se nos quedan unos ojos brillantes, fiel reflejo de la emoción que acabamos de evocar.
En momentos así, me siento mal por la pareja de mi amigo, es tanta la complicidad que acumula el tiempo a nuestras espaldas, que en instantes como estos, temo se pueda sentir un poquitín relegado. Pero si algo sé de JJ, es que Guillermo es lo más importante en su vida. Así que sin pensárselo dos veces, rompe aquella empalagosa escena y dirigiéndose a su novio, suelta una de sus teatrales paridad.
—¡Cariño! ¿Quieres decirle al pavo este que deje de ponerse tierno? Pues como siga así, en vez de relatos eróticos, va terminar escribiendo los guiones de la telenovela de la tarde.
Sé que a JJ le pone ridiculizarme, en otras circunstancias hubiera entrado en su juego y nos hubiéramos enredado en eternas burlas. Pero ver como Guillermo se acopla a nuestra conversación y se ríe con nosotros, me satisface plenamente y lo dejo estar.
Acompañamos la copa con una amena charla, media hora después salimos del bar. Mientras caminamos hacia el hotel, JJ se me queda mirando pensativamente y me dice:
—¡Oye “Machirulin”! ¿Sabes que la primera vez que me follé a un tío también fue un poquito curiosa?
Guillermo lo mira de reojo y, dirigiéndose a mí de modo condescendiente, me dice:
—Mariano, creo que aquí el colega te quiere contar algo.
24 años antes.
Érase una vez que se era, un chico de dieciocho años llamado Juan José, que tras las vacaciones de navidad, dejaba su pueblo en Extremadura y volvía a su internado en Madrid.
En las vacaciones JJ había aprovechado para ver a su familia, estar con sus amigos de la infancia, pero sobre todo había hecho las paces con sus oscuras pasiones, enfrentado sus primitivos deseos con sus miedos más ocultos. Por su cara de satisfacción, era evidente que los segundos habían salido derrotados.
Pero no había luchado solo, había contado con la ayuda de sus primos gemelos Ernesto y Fernando. Ambos, con toda la naturalidad del mundo, lo habían iniciado en los placeres de la carne, logrando con ello que el “acontecimiento terrible” solo fuera un borrón en su pasado.
De su atracción por las personas de su mismo sexo, JJ había sido conocedor desde muy pequeño. Pues siendo muy niño, pudo observar el sexo entre hombres y, desde aquel momento, aquel acto se le antojó como un placentero juego de mayores.
Pero al pasar los años, no hubo un momento en su corta existencia en el cual los demás, con sus comentarios sobre los maricas y demás, no le hicieran sentirse como un bicho raro y, dada la poca permisividad de sus congéneres con dicha alternativa de vida, tendió por ocultar su verdadero yo al mundo. Negando la realidad, hasta que pasó, lo que pasó... Y ya no pudo esconder más su verdadero sentir de las opiniones ajenas.
A partir de aquel fatídico día, en el cual las cartas se pusieron sobre el tapete, todo el pueblo supo del píe que cojeaba Pepito. Pero como ojos que no ven, corazón que no siente. Su padre, decidió relegarlo a un internado de la capital de España. Lejos de ellos, podrían olvidar su singularidad y proseguir con sus normales y rutinarias vidas. Aunque con ello, parte de su alma se le desgarrara. Pero no se le ocurría otra solución, si no querían luchar contra una sociedad donde tan importante es el concepto que los demás tengan de uno mismo.
Pero pese a todo, el internado no hizo de Pepe un chico más “normal”, al contrario rodeado de problemáticos adolescentes, el muchacho cruzó la acera mucho antes de que llegara su hora. Porque si algún secreto a voces albergaba las paredes de su centro de estudios: era la facilidad y asiduidad con la que se realizaba el sexo entre ellas.
Aunque la mayoría de las relaciones eran entre iguales, alguna vez que otra salto el rumor de que menganito estaba con el profesor tal o el profesor cual, incluso hasta con el bedel, el encargado de mantenimiento o el guardia de seguridad. Pero como digo, solo eran rumores.
JJ había probado las mieles del sexo con varios compañeros, pero de todos ellos con quien prefería estar era con Benito. Benito era el clásico niñatillo de dieciocho años: guapo, buen cuerpo, aire de canalla y un poquito chulito. Tenía todas las actitudes para volver locas a las chicas, pero en el limitado hábitat que era aquel internado, se conformaba con traer de calle a todo aquel que le pudiera proporcionar placer y entre aquellos muros, dicho sea de paso, nunca le faltaban candidatos.
Se dice, que hay un momento en la vida de todo adolescente que marca de manera especial cómo será su futuro. Para Pepe habían sido aquellas vacaciones de navidad, pues de sentirse culpable por cada vez que daba placer a Benito o a algún que otro chico. Había pasado a sentirse orgulloso de cómo era. No es que fuera a gritarlo a los cuatro vientos, ni mucho menos, pero estaba en paz consigo mismo y nunca más volvería a llorar después de haber tenido un miembro viril entre sus manos o entre sus labios. Ya nunca más se prometería entre sollozos que sería la última vez, aunque supiera de antemano la imposibilidad de cumplir su palabra, pues quienes gobernaban en los momentos de lujuria eran sus efusivas hormonas. Y éstas, en aquellos días de juventud, eran las que seguían marcando sus pasos.
Estaba ansioso por llegar al internado, sabía que Benito estaba allí. Por una serie de historias, sus padres habían tenido que marchar al extranjero y no tuvo más remedio que permanecer en la escuela durante las vacaciones de Navidad. Ese fue uno de los dos motivos por los que Pepe adelantó su vuelta en un par de días. El otro fue que no podía soportar por más tiempo ver la tristeza en el rostro de su padre. Su voz no decía nada, pero sus ojos cargaban con una extraña culpa. Como si los gustos sexuales de su hijo fueran la resulta de algo que el pobre hombre hubiera hecho mal.
Cuando llegó al internado fue atendido por Raimundo, el guardia de seguridad. Raimundo era un hombre de unos treinta y muchos, alto, fuertote, con aspecto de buena persona. A Juan José, le caía bien y por sus gestos, el muchacho no le desagradaba del todo a él.
Mientras seguía sus pasos, el jovencito clavó sus ojos en él y, como de costumbre, empezó a lucubrar sobre lo que escondía bajo el uniforme el enorme vigilante. Y es que si algo le había proporcionado placer desde su más tierna infancia, había sido imaginar que escondía la gente bajo sus ropajes.
Al bueno de Raimundo, lo imaginaba muy peludo, con un bello rizado y negro cubriéndole todo el cuerpo. Pepe intuía esto, pues en el momento en que hacia buen tiempo, el hombre se quitaba la chaqueta y una atractiva pelambrera se fugaba entre los botones de su cuello. Lo cierto era que en mangas de camisa, el guardia lucia mejor, se apreciaba mejor su potente pectoral, sus enormes brazos, fruto de levantar pesas muchos años, y sobre todo dejaba al descubierto su paquete y su apretado culo. Todo en él aquel armario de testosterona se le antojaba delicioso, pero el respeto hacia una persona mayor, unido a un miedo a ser rechazado y con ello puesto en evidencia ante todos, hicieron que las lujuriosas fantasías del muchacho con el vigilante alcanzaran su plenitud bajo el agua de una fría ducha o en forma de mancha en las sabanas.
El centro escolar vacío se presentaba como un paisaje desolador, tanto que el trayecto hacia los dormitorios se le hizo eterno al joven extremeño.
A pesar de que Juan José contestaba correctamente a las educadas preguntas que le hacia el agradable vigilante, su mente ya no estaba en cómo se encontraba su familia, si lo había pasado bien o mal con ellos, o si le habían hecho muchos regalos en Navidad. Sus pensamientos vagaban imaginando en todos los momentos indecorosos que, si sabía jugar bien sus bazas, tendría tiempo de vivir con su deseado Benito, hasta que volvieran el resto de sus compañeros.
Una vez en la zona de los dormitorios, se encontró al muchacho deambulando por los pasillos, cuando éste lo vio aparecer se sorprendió y lo saludó con desdén, aquello dolió en gordo a Juan José, quien esperaba por parte del engreído chico un recibimiento un poco más efusivo. Pero parecía que Benito seguía la máxima de más vale solo que mal acompañado pues, por su gesto, la llegada del muchacho no pareció hacerle ni pizca de gracia.
Ya en su dormitorio, Raimundo se despidió de él, no sin antes ofrecerle su ayuda para todo aquello que necesitara. Juan José no pudo evitar un malicioso pensamiento: “¡Ay, Raimundo si supieras lo que realmente me hace falta!, no creo que estuvieras dispuesto a dármelo ¿o quién sabe?”
Mientras sumido en sus cavilaciones, deshacía el equipaje. El joven extremeño recibió una inesperada visita: Ignacio. Si había alguien de quien era sabido por todos su facilidad para tragarse vergas por todos los orificios: era él. Pues entre aquellas mudas paredes, si alguien en algún momento había precisado de un desahogo, en Ignacio había encontrado un bondadoso receptáculo. Pues sus manos, su boca y su culo siempre estaban a la disposición de cualquiera.
Juan José no entendía muy bien las motivaciones de este chico, para entregarse a todo aquel que se lo pidiera. Si lo hacía para obtener su amistad, iba errado, pues después de satisfecho sus más bajos instintos, lo trataban de la peor manera posible. Hubo hasta quien se sintió tan culpable por lo sucedido, que después de calmar sus ansias sexuales, le propinó una paliza. Hecho que, a pesar de ser un secreto a voces, nunca tuvo consecuencias y los gestores del centro miraron para otro lado, como si no enfrentar el problema propiciara que este se solucionara por sí solo.
El caso, que por todo ello, Ignacio era persona non grata entre el alumnado. Solo se acercaban a él buscando sus favores sexuales y el justo tiempo de éstos. Si había alguien entre sus compañeros, que el desdichado de Ignacio pudiera considerar su amigo era JJ, el cual, ya por aquel entonces, hacia alarde de ese noble corazón que Dios le había dado.
—¿Qué haces aquí Ignacio? — Le preguntó sorprendido.
—No me pude ir al final. Mi abuela se ha puesto muy enferma y mis padres están en un hospital de Jaén con ella. Así que me he quedado aquí, pues no era plan...
—¿Está muy enferma?
—Mis padres dicen que quizá no salga de esta. No han querido ni que yo vaya a verla, dicen que prefieren que la recuerde mejor con el aspecto que tenía cuando estaba buena.
—¡Vaya por Dios! Lo siento hombre —Dijo JJ levemente afligido por la noticia que le acababa de dar Ignacio.
Un lapidario silencio se abrió entre los dos, como si seguir hablando del tema fuera a empeorar, la de por sí ya grave enfermedad de la abuela de Ignacio.
A la vez que recogía sus cosas, Juan José observo al tímido e infeliz muchacho. A excepción de sus grandes ojos verdes, carecía de cualquier atractivo, no es que fuera feo o tuviera mal cuerpo, pero todo en él era insípido y falto de gracia. Su rostro era el reflejo de su estado anímico, un montón de ruinas destrozadas por todos los desagravios que le hacían sufrir sus compañeros. El único que le hacía sentir medianamente bien, era JJ, por eso cuando lo vio aparecer fue en su busca sin pensárselo dos veces.
No habían vuelto a cruzar siquiera una palabra entre ellos, cuando el desolador mutismo fue roto por la llegada de Benito.
—¡Anda que te ha faltado tiempo para venir a lamer el culo del extremeño! — Reprochó el muchacho a Ignacio.
Ignacio desvió la mirada y busco la de Juan José, como intentando escudarse en este. Por lo que el “extremeño” no tuvo más remedio que salir en su defensa.
—Yo también me alegro de verte, Benito. ¿Qué tal has pasado las vacaciones? —Le dijo en un tono que dejaba claro que, por mucho que le gustara, no se iba a amedrentar ante él. Máxime, con la despectiva bienvenida que la había dispensado.
Benito miro a JJ de arriba a abajo, su desparpajo le había roto todo los esquemas y lo dejaba sin argumentos. En otras ocasiones habría recurrido a la violencia y a las amenazas para dejar patente, su posición de macho dominante, pero sin ningún motivo aparente, contestó a su pregunta sin más:
—Pues ya ves, bien aburrido, de nuestra clase solo estamos este y yo... ¡y el tío es un muermo! —El tono del muchacho estaba cargado de toda la maldad de la que era capaz, con el único fin de intentar humillar, más si cabe, al pobre Ignacio.
—Algo habréis hecho para pasar el tiempo —contestó JJ sarcásticamente, dando a entender algo que era un tema tabú entre los alumnos: el sexo. Pues este se practicaba, pero no se hablaba.
Benito lo miro desafiante, estuvo tentado de cogerle por el cuello de la camisa y amedrentarlo para sacarle por las malas que es lo que había querido decir. Pero había un extraño brillo en la mirada de JJ que le intimidaba, como si en estas navidades hubiera madurado a pasos agigantados. Así que optó por hablar del secreto a voces. “Tampoco iba a pasar nada”, pensó, “si solo estaban ellos tres”.
-Pues sí, hemos aprendido muchas cosas en estas vacaciones. Cuando nadie te molesta, uno da rienda suelta a la imaginación —La chulería con la que dijo aquellas palabras intentaba acobardar a JJ. Pero él, en lugar de achantarse, le echó valor al tema y le dijo con una seguridad abrumadora:
—Tres dicen que son multitud. Pero si todos se saben comportar, no. Como ves, yo también he aprendido cosas en estas navidades.
El halo de misterio con la que el joven recién llegado acompañó a sus palabras, supieron crear la expectación en sus dos acompañantes.
—...cosa nuevas... ¡Me gusta! —Dijo Benito poniendo un gesto de absoluta satisfacción —. A que no te atreves a enseñárnosla a nosotros, a cambio nosotros te enseñaremos las que hemos aprendido.
—¡Trato hecho! Pero te puedo asegurar que conocer mundo es mucho más didáctico que la investigación en laboratorio —Al decir esto JJ alargó su mano hacia el engreído chico, el cual, con una sonrisa en su cara, la apretó diciendo:
—¡Eso ya se verá! —Contesto desafiante el atractivo muchacho, adoptando una pose bastante chulesca.
—De todas maneras, compartir conocimientos nunca ha hecho retroceder el progreso —Dijo JJ dirigiendo una pequeña visual a sus dos compañeros.
¡Cuán distintos eran los dos! La timidez de Ignacio contrastaba con la altanería de Benito. Y mientras los ojos se le iluminaban por la lujuria a este último pensando en los “nuevos juegos” que había aprendido JJ, una gran tristeza llenaba por completo la cara del otro chico. ¿Pudiera ser que no disfrutara del sexo con sus compañeros?
Nuestro joven protagonista se despidió de los otros dos muchachos, quedando con ellos para verlos durante el almuerzo. Pero fue tanta la importancia que el chico dio al tema de la insatisfacción de Ignacio, que en toda la mañana se lo pudo quitar de la cabeza.
Almorzaron en el comedor, en compañía de los pocos que habían permanecido allí durante las vacaciones. Al ser menos, la comida parecía de mejor calidad, pero poco se le podía pedir al cocinero, quien no ocupaba el puesto por sus méritos culinarios, sino por ser primo de alguien influyente.
Tras la comida, Benito sacó el ansiado tema de una forma que sorprendió tanto a JJ como a Ignacio:
—¿Sabes Pepe? Estoy deseando que nos enseñe eso que has aprendido. Solo de pensarlo se me pone la polla como una piedra—Al decir esto último, se tocó el paquete señalando lo evidente — Como no puedo esperar más, me voy para el sótano y allí os espero. Id primero uno y después el otro para no despertar sospechas.
El sótano, como lo llamaban los alumnos, no era tal, sino una especie nave que en un principio iba a ser unos billares. Pero alguien con bastante peso decisorio en la junta escolar fue de la opinión que un lugar como aquel únicamente sería un antro de perversión para los alumnos, por lo que las obras quedaron paralizadas a la mitad. Como ninguno de los directores posteriores, ni nadie en la junta escolar supo buscarle una utilidad al recinto, permaneció cerrado por siempre jamás.
Pero como en este mundo, no hay nada mejor que un adolescente para idear, inventar y sacar provecho a lo prohibido. La clausurada nave servía tanto como fumadero de los furtivos cigarrillos, como lugar donde el sexo acampaba a sus anchas. A veces era una masturbación colectiva al calor de una revista pornográfica (eso si cada uno con la suya, que esas cosas no se prestan). Otras la iniciación-humillación de alguno de los más pequeños que atemorizado con las cincuenta mil barbaridades que le iban a practicar si hablaban, se sometían entre lágrimas a los libidinosos deseos de los alumnos mayores, la mayoría de las veces una paja, pero en ocasiones alguno que otro fue obligado a practicar una mamada.
Pero si de algo era escenario aquellos muros, era de las sesiones de sexo de los mayores quienes se valían de algún que otro alumno, tipo Ignacio, para dar rienda a sus caprichos más recónditos. Era una conducta que, sin ninguna intención por parte de los chicos, respondía a muchos de los cánones de las relaciones amos-esclavos.
Cuando JJ, llegó al sótano buscó a Benito, hallándolo en uno de los escondido rincones donde se llevaban a cabo las citadas prácticas.
El muchacho estaba apoyado sobre uno de los mugrientos muros, tenía los pantalones y los calzoncillos bajados hasta las rodillas, movía sus caderas con la única intención de hacer cimbrear su erecto miembro. Lo hacía de manera tan vulgar y chabacana que el erotismo quedaba enterrado a dos metros bajo tierra.
Nuestro protagonista lo miró, de que aquel tío era un canalla que solo buscaba su propio interés y el único ser en el planeta que le importaba era el mismo, no tenía ninguna duda. Pero su atractivo bestial, le hacía bajar las defensas. Y no es que fuera muy guapo, tenía unas facciones normalitas, de las que únicamente destacaban sus enormes y carnosos labios. Y aunque su cuerpo bien proporcionado, sin ninguna gota de grasa despertaría los deseos de cualquiera, no era lo que más llamaba la atención de JJ. Lo que, misteriosamente, ponía a latir a mil por mil el corazón del joven extremeño, no era otra cosa que su condición de chico malo.
Juan José, sin mediar palabra con el engreído muchacho, se agachó ante él, apartó su mano de la esplendorosa herramienta sexual y, sin más, se la metió poco a poco en la boca. El miembro de Benito era de dimensiones respetables, ancho, largo y duro. Para JJ era un placer poder saborear aquel miembro entre sus labios, examinando con su lengua cada pliegue de su majestuosa piel.
Cuando Benito, comprobó la maestría del muchacho, no pudo reprimir una observación hacia él:
—¡Pues sí que has aprendido en estas vacaciones!
Lo cierto era que aunque parecía que nuestro protagonista había hecho una especie de master sexual en las vacaciones de Navidad, nada más lejos de la realidad. Si bien era cierto que en los encuentros con sus primos en la casa de campo, ellos le habían regalado la sapiencia de su experiencia, no era ahí donde se encontraba el cambio que apreciaba Benito; la diferencia estribaba en lo que a la hora de introducirse aquel pedazo de carne en la boca fluía en el interior de JJ.
Anteriormente, cuando practicaba sexo con alguno de sus compañeros, una losa de culpa pesaba sobre él. Pero desde que compartiera sus deseos con sus primos, una sensación de libertad imperaba en sus sentidos. Y si antes se cohibía y reprimía cuando introducía en su boca el pene de algún compañero. Ahora estaba dejando emanar sus instintos primitivos, para suerte de su compañero de juegos.
Cuando Ignacio llegó se sorprendió un poco, pues nunca el extremeño había sido tan lanzado. Pero la sorpresa fue en crescendo, pues JJ, sin apartar los labios de la babeante bestia, le invitó con un gesto a que se uniera a la fiesta.
Antes de que el tímido muchachito se acoplará a la sexual escena, Benito, haciendo alarde de su “agrado” natural, le soltó uno de sus habituales improperios:
—¡Inútil de mierda...! Pepe, sí que sabe mamarla, ¡no tú! Así que fíjate y aprende.
Cuando JJ oyó la agresividad con la Benito había proferido sus palabras, estuvo tentado de abandonar lo que estaba haciendo y coger por el cuello al engreído chico, pero hizo de tripas corazón y se contuvo. Había esperado tanto tiempo aquello que no iba a dejar que nada ni nadie se lo estropeasen. Así que optó por callarse y seguir chupando el majestuoso mástil que tenía ante sí.
Una vez el maltratado muchachito se incorporó a la escena, ambos empezaron a lamer al unísono el duro y caliente trozo de carne. Sin decir ni mu, los dos adolescentes se acoplaron perfectamente en la placentera tarea, a veces era Ignacio el que pasaba la lengua por los testículos mientras JJ se dedicaba a succionar el glande, otras intercambiaban los papeles. Pero lo que más placer daba a Benito era cuando ambos al unísono pasaban sus lenguas a lo largo del tronco, cuando esto último sucedía los quejidos de satisfacción del muchacho se tornaban casi en pequeños rugidos.
Llegado el momento en el cual su miembro viril estaba a punto de explotar de complacencia. Apartó de manera ruda a los dos muchachos de la prominencia de su entrepierna vociferando y en un tono bastante desagradable:
—¡Parad! ¡Parad cabrones! Quiero correrme follándome al mierdecilla este —Dijo señalando a Ignacio.
Lo que sucedió a continuación dejó atónito a nuestro protagonista. El vejado muchacho, en vez de sentirse ofendido, se levantó y, de manera reveladora, adopto una actitud de sumisión absoluta. Se bajó los pantalones y los slips hasta los tobillos, y encorvando la espalda en pos de sacar su pompis hacia fuera, se apoyó contra la sucia pared. Sus movimientos eran precisos, casi automáticos, como si formaran parte de una coreografía largamente ensayada. Al verlo tomar la mencionada pose, Benito volvió a dirigirse a él de manera violenta:
—¿Pero tú eres idiota? ¿Y Pepe, qué? ¿Nos toca las palmas mientras tanto? ¡Ponte ahí en medio y mientras yo te la meto, se la chupas!
Que Ignacio le proporcionará placer con la boca no era lo que tenía en mente JJ. Él hubiera preferido que el trinquete de Benito hubiera perforado su interior. Pues una vez perdido el pánico a ello con sus primos. Deseaba disfrutar de aquella práctica sexual, todo lo que pudiera y durante todo el tiempo que restaba de internado.
Aunque ansiaba ser atravesado por el miembro de Benito, no dijo nada. Quizás porque aún no estaba tan libre de culpa como él creía y aún le daba vergüenza tocar el tema de manera tan directa; o quizás fue porque pensó que si accedía a ser penetrado, el borde de Benito lo metería en el mismo saco que al infeliz de Ignacio. Y si algo tenía claro por aquel entonces JJ, era que poner el culo no era someterse a los caprichos y deseos de nadie, sino comulgar carnalmente con la otra persona. Y eso, visto lo visto, parecía que era imposible con el canalla de Benito.
JJ había “jugado” en el sótano con los compañeros en otras ocasiones, pero pocas veces fueron las que coincidió con chavales tipo Ignacio y las veces que lo hizo nunca tuvieron lugar el acto de la penetración. Por eso, cuando vio con la poca delicadeza que Benito introdujo su miembro en el ano del muchacho. Una sensación de repelús recorrió su médula. ¡Y es que no era para menos! Un par de escupitajos sobre los glúteos, un salvaje empujón y todo para dentro de golpe. El trozo de carne duro y erecto se empotró por completo entre las paredes del esfínter de Ignacio, quien, con un gesto de contenido dolor, acercaba sus labios al miembro de JJ.
Mientras sentía el calor de la boca del desvalido muchacho en su pene, observó al otro adolescente: se había desabotonado la camisa, mostrando un lampiño y perfecto pectoral que terminaba en un vientre plano. Sin dejar de empujar su enorme miembro al interior de las entrañas del muchacho, Benito se mordía morbosamente el labio de abajo y resoplaba como una mala bestia.
Un insólito deseo invadió a Juan José, ya no ansiaba ser taladrado por el caliente mástil de Benito. En su lugar, quería era sentir aquello que hacía que el rostro de éste se estremeciera de gozo, quería penetrar a su amigo Ignacio. Cuanto más veía a Benito golpear con su pelvis los glúteos del desvalido muchachito, más hervía la libido en su interior. Observar aquel casi perfecto cuerpo ejecutar el acto sexual, hacía que su corazón latiera cada vez más deprisa. Y si a eso, se le sumaba como su viril miembro era regado por caliente saliva, el momento era de los que había que dejarse llevar, pues todo lo que no hicieras en ese momento, más pronto que tarde te arrepentirías.
Detuvo su mirada en el rostro del bueno de Ignacio, acariciaba con los labios su pene, de arriba abajo, de abajo a arriba. La herramienta sexual de JJ no es que fuera tan enorme como la que atravesaba su recto, pero era de un tamaño considerable. A ojo de buen cubero pudiera medir de largo entre diecisiete o dieciocho centímetros. Y aunque el muchacho quería emular lo que JJ había hecho a Benito, su torpeza le impedía introducirse en toda su plenitud, aquel trozo de carne, al cual de manera inconsciente, regaba con un mar de blanquecinas babas.
En el momento que nuestro protagonista consideró que iba a llegar al techo del placer, retiró su pene de la caliente boca y dijo apresuradamente:
—¡Benito “porfa” déjame a mi ahora!
El prepotente adolescente, sin parar de mover sus caderas, miró a JJ de arriba a abajo como si le perdonara la vida y le dijo:
—Pues te vas a tener que esperar a que me corra.
—¿No te correrás dentro? —Preguntó sorprendido JJ ante la aseveración de su compañero de estudios.
—No, ¿te has creído que soy gilipollas?
—No sé, como te veo que se lo estás haciendo sin condón —Dijo JJ, con un claro tono de reproche.
—Es que mientras no me corra dentro, no pasa nada— La seguridad era patente en las palabras del engreído jovencito, quien mientras hablaba seguía empujando su pelvis contra el trasero de Ignacio, el cual seguía en la misma postura sin inmutarse.
—¿Y eso en que libro de medicina lo has leído? — La pregunta de JJ era todo un desafío y, sin darle tiempo a explicarse a su interlocutor, prosiguió con su discurso —. Mis primos, que saben bastante del tema, me han dicho que no es solo el Sida lo que se puede contraer al hacerlo sin protección, que hay infinidad de enfermedades venéreas. Si hasta puedes coger una infección al llenarte de mierda.
Nuestro protagonista, no sabía si era el momento de soltar aquello o no soltarlo, pero ver como aquel chico realizaba el acto sexual sin precaución de ningún tipo le había puesto los vellos de punta, pues, en más de una ocasión, el miembro de Benito se había internado en su boca.
Fuera o no fuera el instante idóneo, lo que si evidenció fue que sus palabras habían molestado en gordo al prepotente adolescente. Quien de muy mala manera, sacó su miembro del ano de su compañero.
—¡Tío, con tantas gilipolleces me has “cortao” el rollo! ¡Anda fóllatelo tú si quieres! — Al decir esto último, levantó la mano en un claro desplante hacia JJ.
Nuestro joven protagonista no acababa de entender lo que pasaba por la mente del arrogante Benito. Primero, no comprendía porque se había enfadado cuando lo que estaba dando era un consejo y segundo, no percibía con qué derecho se veía sobre Ignacio, para decidir quién estaba con él y quién no.
Todavía estaba intentando asimilar lo acontecido, cuando Benito prosiguió con su desagradable parrafada:
—Aunque después de lo que he se tragado ese “mojino”, con la tuya ni se entera —Al hablar sostenía su erecto pene entre las manos como si fuera un trofeo. Si la prepotencia fuera delito, Benito pasaría toda su vida en la cárcel.
JJ lo miró, mientras pensaba algo ocurrente con lo que destrozarle todos los esquemas, pero sus pensamientos fueron apagados por la luz de una linterna que los sorprendió y deslumbró por igual.
Tras el halo de luz apareció Raimundo, el vigilante de seguridad, el cual no parecía extrañado ante la visión de los adolescentes entregados al sexo, al contrario, por la forma de avanzar hacia ellos, es como si lo que acababa de encontrarse, fuera algo que ya tuviera previsto.
Ignacio, en un gesto reflejo e inútil, se tapó los ojos, como si con ello fuera a evitar ser visto por el guardia. Juan José, se quedó petrificado, aquel hombre no solo le caía bien, sino que le imponía muchísimo respeto. Estaba sumamente avergonzado. Deseó por momentos que se abriera una brecha en el suelo y que se lo tragara; desaparecer y borrar aquel momento de su vida.
Pero si ya en el gesto de Raimundo, JJ había intuido que no había demasiada sorpresa. Observó que su forma de avanzar hacia ellos no era la de alguien que tiene que enfrentarse a la difícil tarea de amonestarlos. Al contrario, sus pasos eran pausados, como si se pretendiera lucirse en todos y cada uno de sus movimientos.
Nuestro protagonista buscó el rostro del guardia de seguridad, intentando discernir por su gesto cuál era su estado de ánimo y al ver una leve sonrisa asomar por la comisura de sus labios, el joven no supo que pensar. Bueno sí, pero no le entraba en la cabeza que pudiera estar sucediendo.
Al llegar a su altura, el hombre se dirigió directamente a Benito, al cual había abandonado por completo toda su altanería y se mostraba ante él con una sumisión tal que sorprendió enormemente al joven extremeño.
—Amigo Benito. No sé porque, pero suponía que estarías aquí — Su tono era amigable y distendido —Lo que no sabía es que también incluyeras en tus juegos a Pepe, el extremeño.
Nuestro protagonista fue incapaz de asimilar de golpe lo que Raimundo había revelado con su parrafada. No solo demostraba ser conocedor de lo que sucedía en el “sótano”, sino que parecía verlo como algo normal. Pero si la información recibida hasta el momento le había superado, tras escuchar a Benito, su mente se quedó sumida en una maraña de pensamientos contradictorios.
—... es que estábamos caliente… — la voz del engreído adolescente sonaba débil y dubitativa — ...además... Pepe nos contó... que había aprendido cosas nuevas…
El robusto treintañero cogió su porra con su mano derecha y empezó a golpear con ella su palma izquierda, a la vez que hacia esto comenzó a dar vueltas muy despacio alrededor de Benito.
-¿Y se puede saber, qué cosas son esas?
El muchacho, el cual parecía que había perdido toda su prepotencia de golpe, miraba hacia el suelo, esperando que fuera JJ el que contestara a la pregunta de Raimundo. Pero este no dijo esta boca es mía.
Como el guardia no vio aclarada sus dudas. Volvió a clavar su mirada en Benito y le dijo:
—¡Chaval, no te cortes conmigo! ¿Ya no me tienes confianza? —Las palabras del buen hombre no destilaban ninguna acritud y, a pesar de su pose autoritaria, hablaba al chico como a un igual, de tú a tú.
Cuanto más avanzaba la conversación, más tenía la sensación JJ de que entre aquellos dos había algo más que una relación de amistad. Pero lo que no terminaba de asimilar, por muy evidente que fuera, era la pose de sumisión que adoptaba el chulo de Benito ante el campechano guardia.
—Perdona Ray, pero es que no te esperaba —Dijo el muchacho recuperando la compostura —. Además, me da un poco de corte hablar de “nuestras cosas” delante de estos dos “pringaos”.
—Pues no te de cortes, pues por lo que se ve, no tienes nada que esconder con ellos. Además, no te preocupes, hoy me apetece tener un poco de público —Al decir esto último, el viril guardia utilizó el mismo tono impersonal de un vecino al hablar del tiempo en el ascensor.
Cada vez nuestro amigo JJ tenía más claro que aquellos dos guardaban esqueletos en el armario. Pero no por ello, la actitud de Raimundo al desvelar su secreto con semejante naturalidad, dejaba de romperle todos los esquemas. ¿Qué pretendía?
Y si extrañado estaba nuestro protagonista, no había más que mirar la cara de Benito para comprender que a él le pasaba algo parecido.
—¿...público...? —Dijo moviendo la cabeza en señal de incredulidad.
—Sí, porque Pepe nos va a explicar a ti y a mí lo que ha aprendido en estas vacaciones, para que tú puedas llevarlo a la práctica conmigo.
Al oír aquello se le cogió un nudo en el estómago. ¿Raimundo pretendía que le explicara, que había aprendido a dar placer con la boca y el culo a la misma vez? Aquel hombre le caía bien, pero su confianza cubría solo lo banal y superficial. Le daba muchísima, pero que muchísima vergüenza siquiera admitir sus prácticas homosexuales con una persona mayor y mucho menos, dar detalles sobre ello. Todo aquello le parecía una enorme locura, y lo peor, que como en las novelas de Lewis Carrol, las cosas se complicaban más a cada instante.
Intentó buscar la complicidad de Ignacio, en pos de que éste le explicara qué demonios pasaba allí, pero el débil chaval seguía arrodillado en el suelo, cubriéndose los ojos con las manos, cual remedo de los monos de Gibraltar.
—¿Qué te pasa Pepe, se te ha comido la lengua el gato? —L dijo Raimundo con una pícara sonrisa que iluminaba todo su rostro.
Como JJ no contestaba, avanzó hacia él con la misma pose adoptada anteriormente con Benito. El guardia de seguridad se puso ante el muchacho y, de forma solemne, empezó a golpear una de sus manos con la porra. Decir que al joven extremeño se le aceleró el pulso y el corazón le comenzó a latir de forma desmesurada, sería simplificar el cumulo de sensaciones que lo embargaban. “¿Qué habré yo para merecer esto?”, pensó mientras tragaba saliva, en espera de lo que pudiera acontecer.
—Pepe, hijo no te cortes. Esto es una academia y aquí se viene a aprender y a compartir conocimientos —Dijo el guardia en un tono campechano, a la vez que se paraba a escasos centímetros del avergonzado chico adoptando una postura militar.
La cercanía del fornido guardia, sosteniendo de manera morbosa la porra frente a su rostro, hizo que el muchacho, pese a sentirse incomodo con la situación, empezará a entusiasmarse observando al atractivo hombre. Consecuentemente, su miembro viril, el cual seguía a la intemperie, volvió a crecer de manera desmedida. Raimundo se dio cuenta de ello y soltó un comentario jocoso.
—Veo Pepe, que aunque tú estás calladito. Tu hermano pequeño está dando su opinión — Al decir esto último, sonrió ampliamente y señaló a la entrepierna del chaval.
JJ seguía sin contestar, él sabía que las relaciones sexuales en el centro eran tremendos icebergs, cuya parte oculta era inmensamente mayor que la que se mostraba. Pero el suceso actual superaba de largo sus expectativas, aunque lejos de amedrentarse como el bueno de Ignacio, el joven ató los machos y se armó de valor para enfrentar la situación, que por otra parte no le iba a traer más problemas de los que ya tenía. Además, se le antojaba el sexo como un pecado pasado de moda, del cual había que disfrutar.
A continuación miró fijamente a Raimundo, para lo cual tuvo que levantar un poco la mirada. El robusto hombre bajó la mirada y clavó sus ojos negros en las enormes pupilas del jovencito.
La tensión entre ellos se podía cortar con un cuchillo. El guardia, sin dejar de mantener el duelo de miradas con JJ, desabotonó su chaqueta, dejando vía libre hacia su entrepierna, la cual, presa de la excitación, evidenciaba un enorme bulto. Comprobado que el adolescente no se decidía a dar rienda suelta a sus instintos, agarró su mano y la llevó hacia el caliente paquete.
Al comprobar la dureza del miembro de Raimundo, un escalofrío tremendo recorrió todo el cuerpo de JJ. Consecuentemente su pene vibró con palpable contundencia. Roto el hielo, la mano del joven extremeño acarició en toda su magnitud el garrote del guardia, que, por lo que podía intuir, era de muy buenas dimensiones.
La escena, aunque dantesca, no dejaba de ser excitante. Un joven delgado de dieciocho años manoseando el miembro de un fornido guardia de treinta y largos años, cerca de ellos, un atractivo adolescente se acariciaba su pene como respuesta ante el caliente cuadro y, por último, de rodillas a pocos metros de ello, un inseguro Ignacio había pasado de estar aterrorizado a estar sorprendido, pero seguía sin estar a gusto, pues siempre que las cosas se desmadraban, a él le tocaba siempre la peor parte.
A cada suave apretón que los dedos del muchacho daban al bulto de Raimundo, de los labios de éste salían unos incontenibles y placenteros quejidos. JJ acaricio morbosamente la prominencia que se marcaba sobre la tela del pantalón, buscó la mirada del guardia, cuando la encontró se relamió sensualmente el labio superior. Sin esperar respuesta por parte del hombre, se agachó y comenzó a pasar los labios sobre la tela.
La descarada escena seguía siendo observada por Benito, el cual agitaba su pene en una suave y lenta masturbación, tras JJ, Ignacio seguía invadido por la perplejidad, su mente era incapaz de asimilar que aquello estuviera pasando en realidad.
Nuestro protagonista había limpiado su mente de cualquier escollo de sentimiento de culpabilidad y daba rienda suelta a sus naturales instintos. Sentir como su boca paseaba por la delgada tela, despertaba en Raimundo sensaciones desconocidas, por un lado estaba tentado de pedir al muchachito que se dejara de monsergas y sacara su miembro fuera, pero por otro lado nunca había sentido nada igual. Ni de lejos.
Una vez se cansó de impregnar el pantalón con su caliente saliva, el joven comenzó a juguetear con sus dedos sobre la dura herramienta, cuando lo consideró oportuno, buscó la cremallera, la bajó, para a continuación dejar frente a su rostro la inmensa porra de carne del guardia de seguridad.
Con ella ante sus ojos y la altura de su boca, gastó unos segundos en observarla detenidamente. Aquel trozo de carne era una tentación para los sentidos, su piel oscura estaba cubierta de pequeñas venitas, era gorda y grande, no siendo mucho más ancha en la cabeza que en el tronco. JJ echó suavemente su prepucio hacia atrás para contemplar con mayor detenimiento el hermoso glande, impregnando con ello sus dedos de unas espesas gotas de líquido pre seminal. Estuvo tentado de lamer sus dedos para comprobar su sabor, pero aún quedaban murallas de pudor en algún sitio de su mente.
De todas maneras, no pudo contener más sus deseos y, sin pensarlo más, introdujo el húmedo glande en su boca. Nada más sintió el calor de la boca del chaval, el hombre suspiró vaciando de golpe sus pulmones. Una vez asumió el raudal de placer que invadió su cuerpo, hizo un gesto con el dedo a Benito para que se acercara. El engreído chico no puso reparo alguno y fue hacia ellos. Una vez allí, sin inmutarse, se agachó junto a JJ y, con un gesto silencioso, le pidió compartir el exquisito manjar.
El joven extremeño, al igual que hiciera con Ignacio un rato antes, facilitó el acceso de Benito al maravilloso instrumento. Segundos después, dos bocas y dos lenguas daban cuenta de aquella oscura porra de carne. Por la reacción de Raimundo, parecía que nunca antes había sentido algo parecido, los dos muchachos, como si compitieran entre ellos, se esmeraron de manera prodigiosa en suministrar placer al guardia. El cual lo recibía encantado de la vida.
Todo había sucedido tan deprisa que el hombre no se había despojado aún de su pantalón (permanecía abotonado, pues se había limitado a sacar su pene por la bragueta). Esta circunstancia ocasionaba cierta molestia a los jóvenes, los cuales no podían terminar de tragarse la enorme vara de carne. Para hacerle más fácil su cometido, el guardia pidió a los chavales que se detuvieran un segundo y procedió a quitarse los pantalones.
La caliente visión que ofreció el fornido hombre al colocarse los pantalones en los tobillos, dejo a nuestro protagonista sin habla. Las piernas de Raimundo no solo eran hermosas y fuertes, sino que estaban cubiertas por un abundante vello negro. Pero si las piernas gustaron a JJ, el enorme tamaño de sus testículos hizo que el pulso se le acelerara tanto que, sin reparo alguno, lamió delicadamente cada pliegue de la peluda bolsa, mientras Benito succionaba la cabeza de la carnal porra.
Tan sumido estaba disfrutando el momento que el guardia se había olvidado del tercer chico: Ignacio. Este, arrodillado sobre el empedrado suelo, no apartaba la mirada de la arrebatadora escena. Una parte de él le gritaba que se fuera, pues hacerlo con el guardia solo le podría traer problemas y otra parte de él le susurraba con voz sensual que se uniera a la fiesta, pues donde chupan dos, chupan tres y la porra de Raimundo se prestaba a ello.
Pero el tímido joven hizo caso omiso a ambas voces y permaneció inmóvil sin despegar sus ojos del placentero juego en el cual se encontraban sumidos los dos muchachos y el guardia.
Hubo un momento, en el cual Raimundo pegó un leve respingo hacia atrás y apretó fuertemente su pene, como si intentara con ello contener la erupción que emanaba de su interior.
—¡Cojones, casi me corro! —Musitó con una voz ronca, para continuar diciendo con una sonrisa — Y tú Benito, ¿no querrás que me corra todavía? Y menos así... ¿no?
Nuestro protagonista clavó sus ojos en el rostro de Benito, aguardando su reacción. El muchacho, al sentirse examinado, no supo responder ante el comentario del fornido hombre.
La reservada actitud del joven no pasó inadvertida para Raimundo, el cual en vez de echarle una mano y correr un tupido velo sobre el tema, insistió con la pregunta, como si buscará humillar un poco con ello al prepotente chico.
—¿No me has oído? ¿No me vas a decir como prefieres que me corra? —Su tono, aunque amable, estaba cargado de autoritarismo.
El muchacho volvió a mirar a JJ, quien le lanzaba una desafiante e inquisidora mirada. Benito estaba en una horrible tesitura, pues si contestaba al guardia lo que él quería escuchar, la apariencia de tipo duro que se había montado de cara a sus amigos se desmontaría de un plumazo, pero si callaba, no sabía cómo podía ser la reacción de Raimundo. Como pensó que su reputación estaría a salvo (pues amedrentar a los dos allí presente, no le supondría ningún problema), contestó al hombre, al cual, dicho sea de paso, le tenía más miedo.
—...prefiero, que te corras en mi culo... — Casi susurró el muchacho.
Aquello superaba cualquier expectativa que JJ hubiera tenido y es que Benito había resultado ser un espejo donde no mirarse, el típico espécimen de la raza humana que te quita las ganas de pertenecer a ella: despiadado con los débiles y sumiso con los fuertes. ¡Toda una bellísima persona! (¡Por los cojones!).
—Ese es mi niño. Demuéstrale a tus amigos, la facilidad de tu culito para tragarse mi polla.
El desparpajo y naturalidad, con la que aquel hombre hablaba del sexo tenía desconcertado a JJ, primero, porque nunca pensó que a Raimundo le pudieran ir aquellos temas y segundo, porque aquel hombre se suponía que debería estar trabajando. Aquel día, el joven extremeño aprendió una máxima con la que chocaría más de una vez a lo largo de su vida: “Cuando la de abajo se pone tiesa, nadie piensa con la cabeza”.
Benito actuaba de manera rutinaria, se bajó los pantalones y los slips hasta los tobillos y se puso de espaldas ante el fornido guardia. Éste pellizcó suavemente su trasero y, en un tono que rozó de cerca lo chabacano, le dijo:
—¡Vaya culo que tienes cabrón! Si mi mujer tuviera un culo como el tuyo, me iba a llevar todo el día haciendo el trenecito. Pero por suerte para ti, ni lo tiene, ni me deja usarlo.
A JJ no le cuadraba nada en aquel hombre, su carácter amable y su aparente heterosexualidad parecían dos enormes mascaras. Como si el mundo real donde vivía fuera una farsa teatral y la persona tras el actor se mostrara en la especie de camerino que era aquel sótano. No es que el verdadero yo de Raimundo le desagradará, es que era otra persona distinta a la que acostumbraba a tratar.
Dada la situación, ponerse a hacer análisis psicológico no le pareció lo más idóneo, así que despejó su cabeza de ideas inútiles y se centró en lo que acontecía ante sus ojos, lo cual como podrán suponer no tenía desperdicio.
Desde donde se hallaba el precoz adolescente veía como las rudas manos del hombre acariciaban golosamente los glúteos del muchacho, de vez en cuando, sus dedos rebuscaban en su hoyo, obteniendo un leve quejido como respuesta por parte de Benito. Buscó algún resquicio de insatisfacción en el rostro de éste y no lo encontró. Por lo que se intuía, aquello le gustaba ¡Y mucho!
Raimundo escupió en la planta de su mano y restregó el caliente líquido por el orificio del muchacho, introdujo un dedo para comprobar su dilatación para a continuación poner su oscura verga en el trayecto y empujarla hacia su interior. No había entrado siquiera la cabeza del colosal miembro, cuando el chaval le pidió que se detuviera.
—¿Te he hecho daño? — Preguntó extrañado el varonil guardia.
—No,es que quiero que te pongas un condón.
—¿Un condón?
Ante la sorpresa del hombre, Benito le soltó toda la retahíla que momentos antes le soltara JJ. El gesto del hombre cambió por completo, la ignorancia le había hecho jugar con fuego y el peligro a las llamas nunca había estado en su mente.
—Pues lo vamos a tener que dejar —Dijo con un semblante triste —.Pues no tengo condón.
—¡Yo tengo! —Quien así hablaba era JJ, el cual alegremente mostraba un profiláctico que acaba de extraer de su bolsillo.
Cuando se acercó al guardia para dárselo, observó que el miembro viril de éste se había agachado. Sin decir palabra, mostrando un inusual desparpajo, se lo metió en su boca y comenzó a suministrarle todo el placer que sus labios y lengua le permitían. Al poco, la herramienta sexual recobraba su vigor y vibraba como una bestia salvaje.
—¡Ahora está mejor!—Dijo descaradamente el muchacho para, a continuación, proceder a poner el preservativo sobre él.
Una vez terminado los prolegómenos, Raimundo escupió sobre su miembro y reanudó la interrumpida tarea. La potencia con la que empujó su porra de carne contra el aparentemente estrecho agujero, hizo que ésta entrará casi por completo de la primera embestida. El segundo empujón propició que aquel mástil sexual terminara de ser engullido por completo.
El espíritu voyeur de JJ disfrutaba de lo lindo con la imagen que tenía ante sí. La escena no solo le era excitante por lo que acontecía en ella, los actores también provocaban en él el resurgir de sus más bajos instintos, pues en más de una ocasión ambos habían protagonizado más de una de sus fantasías sexuales, las cuales habían acabado derramándose sobre su pelvis. Ver como el fornido guardia introducía su enorme miembro en el interior del dechado de “virtudes” de Benito no tenía parangón. Aunque todo su cuerpo hervía de emoción, era su erecta polla la que alcanzaba mayor temperatura.
Por un momento, deseó formar parte de aquella locomotora sexual. Imaginó como sería estar delante de Benito, sentir su tieso y enorme miembro atravesar sus entrañas al ritmo que marcaba el guardia. Tampoco le hubiera importado ser el vagón central y dar placer a Benito a la vez que recibía la enorme porra de carne en su interior. Pero si algo ocasionó que su pene se moviera de manera dolorosa, fue el simple pensamiento de clavar su miembro en el peludo y redondo trasero de Raimundo.
Pero no entraba en los planes de ninguno de los dos hacerlo participe de su particular combate sexual y la leve sesión de sexo oral sería lo único que obtendría aquella tarde de ellos. Pensó que algo debía hacer para calmar la ardiente bestia de su entrepierna. En principio acarició la idea de masturbarse tomando como inspiración el ardiente espectáculo, pero el tentador pensamiento tal como vino se fue, al contemplar al desolado Ignacio.
Era tal el mutismo en el que el maltratado muchachito se había sumido, que JJ se había olvidado hasta de él. Lo miro fijamente, buscando algún atisbo de erotismo en él, pero el pobre de Ignacio, tras la visión de los otros dos se le antojó carente de atractivo alguno.
El joven extremeño no podía arrancar de su mente el caprichoso deseo de entrar en el cuerpo de otro hombre y estaba claro que ni Benito, ni Raimundo accederían a ello. Dicen que a falta de pan, buenas son tortas. ¡A Ignacio se le estaba poniendo una cara de torta!
Sin pensarlo, avanzó hacia el callado chaval. Al verlo caminar hacia él y con su pene mirando al cielo, tuvo un poco de pánico. Si Juan José se comportaba como el resto de los demás, no le quedaría nadie en quien refugiarse cuando las cosas fueran a la deriva, no tendría nadie a quien poder llamar amigo.
Lo que sucedió a continuación rompió todos sus establecidos esquemas. El joven a quien consideraba su amigo se agachó ante él. Le dio un beso en la mejilla y, casi con un susurro, le dijo:
—Me gustaría hacerte el amor.
Lo que acababa de decir JJ no se correspondía exactamente con el sentimiento que albergaba en su interior, pero sabía que si la primera vez que penetraba a alguien iba a ser a aquel chico, este debía disfrutar plenamente. Sabía que si la cosa quedaba solo en una salvaje cabalgada. El momento seria olvidable y el ansiaba sentir algo, un sentimiento al cual amarrarse en las noches de soledad.
Ignacio se quedó sin palabras ante la inusual proposición, su única respuesta fue un movimiento de asentimiento con la cabeza.
Ante la aprobación del muchacho, nuestro protagonista tiró de él hacia arriba y lo envolvió tiernamente entre sus brazos. Miró sus hermosos ojos verdes e, instintivamente, buscó los carnosos labios del tímido adolescente. En principio, un beso le pareció algo desagradable e hizo ademán de rechazarlo, pero la frase de JJ de “hacerle el amor”, aún resonaba gratamente en sus oídos y se dijo: “¿Por qué no? Si me han obligado a hacer cosas peores”.
Las sensaciones que invadieron a Ignacio a partir de que unió sus labios con los de JJ fueron las más maravillosas que había sentido nunca. Aquel apasionado acto, carente de violencia y dominación, logró que, por primera vez, entre las cuatro paredes del sótano, el acomplejado muchacho se relajara. Quedando a un paso del placer.
Raimundo, quien seguía desfogando la bestia de su entrepierna en el ano de Benito, al ver como los dos jóvenes se enredaban en un fogoso beso, no pudo reprimir soltar una parida:
—¡Tíos, dejaros de besos y mariconadas!
Benito, el cual estaba levemente encorvado con las palmas de sus manos apoyadas sobre la pared, abrió los ojos y lanzó una pequeña visual a sus dos compañeros. A continuación, devolvió una picara mirada a Raimundo, el cual supo entender rápidamente lo que pedían sus ojos.
El robusto hombre abrazó tiernamente el tórax del muchacho y, tras pasear su lengua a lo largo de su cuello, le dijo en un tono que iba de lo cariñoso a lo sarcástico:
—Pero si mi niño quiere que hagamos mariconadas, yo las hago.
A la vez que comenzó a besar a su joven amante, las manos del guardia de seguridad se aferraron fuertemente a su cintura, como si con ello pudiera introducir más porción de su miembro viril en las entrañas del chaval.
Mientras los dos atractivos hombres seguían con su especie de lucha sexual, a pocos metros de ellos JJ acariciaba los glúteos de Ignacio al tiempo que besaba cariñosamente su cuello. El desafortunado chaval, poco habituado a esas muestras de afecto, se encogía como un gatito, mientras sonreía tímidamente.
Nuestro protagonista estuvo tentado de acariciar el pene de su compañero, pero recordó que mientras Benito lo penetró su miembro estuvo completamente flácido, creyó que podía tener un problema de erección y se contuvo de hacerlo, por aquello de no romper la magia del momento. Pero (¡Oh sorpresa!) al abrazarse a Ignacio, todas las dudas sobre la virilidad quedaron borradas, pues su entrepierna daba muestras de muy buena salud.
Impulsivamente alargó su mano hacia el erecto miembro, al mismo tiempo lo volvió a besar en los labios, esta vez de manera más apasionada.
Tras el beso, JJ se agachó ante Ignacio. Una vez a la altura de su pene lo observó, era regordete, cortito y cabezón. Introducirlo por completo en su boca no fue ningún problema para el joven extremeño, el cual tardó el mismo tiempo en introducirlo que en sacarlo, pues los exagerados gemidos de su compañero parecían el vaticinio de un inoportuno orgasmo y no había que ser un Sócrates para intuir que era la primera vez que le practicaban el sexo oral.
Dado que si Ignacio alcanzaba el éxtasis, significaría el fin de partida. Nuestro protagonista abandonó lo que estaba haciendo. Se incorporó y, al poco, sacó un preservativo de uno de los bolsillos de su pantalón, sin decir palabra alguna se lo mostró a Ignacio, el cual volvió a asentir con la cabeza, aunque esta vez sus ojos brillaban de emoción.
Una vez envuelto su pene para la ocasión, JJ procedió a penetrar a su compañero, el calor que emanaba aquel pequeño agujero hizo que el corazón se le acelerara vertiginosamente. Si su primer impulso fue entrar en el cuerpo de su amigo poco a poco, las circunstancias le impulsaron a empujar vertiginosamente su miembro hacia el interior. Los dos muchachos estaban muy excitados. Ignacio porque nunca antes alguien lo había tratado tan bien, JJ porque era la primera vez que su miembro viril inspeccionaba los interiores de otro cuerpo. La fogosidad que los impregnaba hizo que aquel intenso momento fuera tan profundo como leve. No transcurrieron ni unos segundos y el joven extremeño alcanzaba el orgasmo, a la misma vez que Ignacio se derramaba entre quejidos.
El entusiasmo del primer momento dio paso a un estado de satisfactorio relax. Nuestro protagonista abrazó desde atrás a su ocasional amante, lo besó en la mejilla y a continuación le susurró al oído:
—¿Has disfrutado?
—Sí —Musito con un hilo de voz Ignacio.
Abrazados el uno al otro, los dos muchachos apuraban el placentero momento. A pocos metros de ellos, la garganta de Raimundo lanzaba un quejido seco, en clara señal de que había llegado a lo más alto del placer. Ante él, Benito se convulsionaba derramando sus jugos sexuales sobre el empedrado suelo.
Sin dejar de acariciar y abrazar a Ignacio, nuestro protagonista clavó sus ojos en el guardia de seguridad, quien permanecía con los brazos sobre el pecho de Benito. Era tal el fuego que desprendía su mirada, que el guardia se percató de ello y respondió burlescamente:
—¡Pepe, no te cortas un pelo! ¡Es que no tienes vergüenza ninguna!
El muchachito lejos de amedrentarse siguió observando de manera provocadora al guardia, quien dejo de abrazar a Benito y subiéndose los pantalones a media pierna avanzó hacia él.
—¿Te has quedado con ganas de más? —A la vez que hablaba se pasaba su mano morbosamente por el paquete.
Juan José, al ver el gesto de Raimundo, se relamió levemente los labios.
—Pepe, la chupas de puta madre y no te creas que me importaría probar ese culito tuyo —Al decir esto el guardia acariciaba la barbilla del joven extremeño —, pero uno no tiene veinte años y hoy no hay más “tutía”.
—No importa, quedan casi seis meses de curso —Dijo Juan José sin cortarse un pelo —Además, para el año que viene quiero ir a la universidad y allí no puedo entrar con asignaturas pendientes.
—Lo que yo diga: ¡No tienes vergüenza ninguna! —Dijo Raimundo sonriendo ampliamente, a la vez que movía la cabeza.
Decir que aquellas paredes albergaron más encuentros entre los cuatro, sería señalar lo evidente. Pero eso, como supondrás: Es otra historia.
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Tras terminar de oír el relato de JJ, se hace un abrumador silencio entre nosotros tres, silencio que es roto por mi amigo, el cual está impaciente por conocer que nos ha parecido su historia.
—¿Qué pasa? No decís nada.
Lo miro, sonriendo por debajo del labio, lo que ha contado me ha excitado y sobrecogido de manera, hace rato ya que he decidido que lo escribiré. Pero conociendo lo “pocoyo” que es a veces mi amigo, permanezco en silencio, haciéndome querer, ¡que sufra un poquito!
—Entonces ¿lo vas a escribir o no? ¡Contesta ya! —Al decir esto último me coge por el hombro y me zarandea como si con ello fuera a obtener más rápido mi respuesta.
—¡Contéstale ya, colega! —Me dice su novio sonriendo—. Porque como no lo hagas, no te deja un hueso sano.
Miro a Guillermo y, sin que JJ sea consciente de ello, le guiño un ojo, haciéndole cómplice de mi broma.
—La verdad es que no está mal —Digo condescendientemente —, pero yo si público es para que la gente me lea, no para que deje de leerme.
—¿Entonces no te ha gustado?—Al decir esto, una sombra de tristeza se dibuja en el rostro y la voz de JJ.
—Sí, pero es muy previsible.
—Cariño, lleva razón Mariano. La historia está como muy trillada, eso del internado, el sexo entre adolescente,...—Dice Guillermo, entrando a saco en la pequeña comedia que me estoy montando.
—...pero, es que fue como me pasó... — Dice mi amigo un poco desilusionado —... esas cosas pasan...
—Sí, pero yo me debo a mis lectores. Tengo que escribir cosas originales, no puedo andar contando lo típico que cuenta todo el mundo: cosas como que si te has tenido sexo con el mecánico, con el técnico de ADSL,… Incluso si has follado con tu mejor amigo, el cual para más inri, está casado. Eso no le interesa nadie — Al decir esto último no puedo evitar contener una sonrisa.
Cuando JJ capta la ironía de lo que estoy contado, se da cuenta que le estoy vacilando y, en un desorbitado gesto, me dice:
—¡Cabrón, tú te estás quedando conmigo! TE HA GUSTADO.
—Pues sí y mucho —Digo satisfactoriamente.
—¿Qué te ha gustado más?—Al decir esto JJ está eufórico, como un niño al abrir un regalo.
—Dile que todo, porque o si no nos tiene aquí hasta mañana —El el que así habla es su novio, el cual le está sacando partido a eso de burlarse de JJ.
—Ignacio —Digo de manera solemne —. Me vas a tener que contar más cosas de este chaval. A ver si puedo escribir algo más.
—Cuando quieras. Considera que lo que te he contado pasó en Enero y el curso terminó en Junio.
—Pero se lo cuentas o-tro di-a ¿Ok cielo? Que si no me veo pasando la noche en el descansillo y servidor tiene sueño.
Ante la salida de tono de su novio, JJ me mira haciendo un mohín de extrañeza, ignorando que tripa se le ha salido a Guillermo.
—Vale, vale. Se lo cuento otro día, pero tú no te vas a ir a dormir sin pagar prenda —Al decir esto último coge a su novio por la cintura, pega su pelvis a la espalda de este y le da un beso en el cuello.
—Si estoy muy cansado —Dice Guillermo con un tono que denota fatiga.
—Pero si tú sabes que después con dos carantoñas tu “amiguito” quiere que lo saquen a pasear.
Hay dos cosas que nunca dejan de sorprenderme de JJ: Su descaro y su entrega sin condiciones a los que quiere. Guillermo es un hombre muy, muy afortunado. Espero que él lo sepa.
Cuando llegamos al Hotel, algo que llevo ya rato intentando disimular sale a la luz: me duele terriblemente el estómago. JJ al ver la mala cara que se me está empezando a poner, no puede remediar preguntar si me pasa algo.
—Me duele un poco la tripa —Digo intentando quitarle importancia al tema.
—¡No te va a doler! ¡Si es que comes como una lima sorda! —Me reprende cariñosamente JJ.
—Sí, la verdad es que me he pasado un poco comiendo.
—Yo traigo unas pastillas muy buenas para la digestión —Me dice Guillermo —¿Las quieres?
Acepto el ofrecimiento de Guillermo y tras tomarme un par de píldoras, me despido de mis dos amigos, deseándole sarcásticamente unos dulces sueños. Sueños que, por el estado de mi tripa, creo que yo no voy a disfrutar de ellos.
Este recopilatorio es la tercera parte de tres del arco argumental: “Follando por primera vez.
Incluye los relatos originales:
“Mi primera vez” publicado en TR con fecha 12 de Junio del 2.013.
“Vida de este chico” publicado en TR con fecha 06 de Junio del 2.013.