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Autopista al infierno.

en Gays

21/08/12  08:30

(Ramón sigue recordando ante el espejo todos los pormenores de su relación con Mariano)

Comencé aquellas vacaciones en Fuengirola bastante  ilusionado. Fue sincerarme, por fin, con mi mejor amigo,  contarle lo que realmente sentía por él y la pesadumbre  por descubrir que me había enamorado de un hombre se había sosegado en su justa medida.  Compartiendo mi “problema” con Mariano, su peso se me hacía más llevadero, no lo percibía  tan inmoral  y me sentía menos mezquino.

Aunque en el transcurso de aquellos días en la playa lo eché de menos durante todo el tiempo, la nostalgia de su ausencia la suplían con creces mis dos niñas: Carmen y Alba. Mi cariño hacia ellas, me hacía replantearme mi peligroso romance, pero si algo tiene los sentimientos es que no son objetivos. Cada vez que la razón me recordaba que era un padre de familia, el corazón me gritaba que no había un lugar mejor donde estar que junto a Mariano. Más miraba a mis dos retoños y no tenía más remedio que admitir que ni estaba tan loco, ni era tan valiente para tomar una  decisión de esa envergadura.

A pesar del infierno que encerraba en mi interior, me había convertido en un ágil equilibrista capaz de moverme entre mis dos vidas sin despeinarme. Cuando estaba con mi amigo era el más cariñoso de los hombres y el más apasionado de los amantes. En el seno familiar seguía siendo un entregado padre y de no haber sido por la locuacidad de Alba, las vacaciones hubieran sido una magnifica balsa de aceite.

Si algo tiene mi hija pequeña es que no se calla una. Un día, al ver pasar a una mujer embarazada, le contó a su madre que yo le había explicado de dónde venían los niños y que no era precisamente de París. Elena consideró que aquello era una inmoralidad, un ataque a la decencia y no sé cuántas cosas más. Con lo que la calma chicha de nuestros días de descanso, se transformó en la peor de las tempestades.

No era tan grave su enfado, como su empecinamiento  de plantar los cojones sobre la mesa y demostrar quien  tenía la última palabra en la educación de nuestras hijas. En la cual, por lo visto,  yo parecía no tener ni voz ni voto, pues  solo existía un único criterio valido y posible: el suyo.  Y es que mi queridísima esposa, nunca se había caracterizado por respetar en demasía la pluralidad de opiniones.

Al mismo tiempo que mi mujer dejó de mostrar su cara más amable, comprobé que la bestia de mi entrepierna iba por libre y, por mucho que yo me empañara en lo contrario,  no quería saber nada de mi amor por Mariano. Esa parte de mi anatomía parecía ir tan por su cuenta, que simplemente era pensar en bocas y culos voraces, en probar nuevas modalidades del sexo entre hombres y la sangre fluía rápidamente a través de ella, provocándome una dolorosa erección.

Por esas casualidades de la vida, el mismo día de la discusión.  descubrí donde se encontraba una sauna de Torremolinos, lo discreto de su ubicación, unido a lo anónimo que le podía resultar a cualquier viandante de la zona, propició que comenzara a surgir en mí la irracional idea de visitar aquel lugar. Un lugar que mi calenturienta imaginación presentía  como el mayor antro de perversión y donde cualquier libidinosa fantasía podía ser posible.

La idea de traspasar la puerta aquel garito, en principio, me pareció absolutamente inviable. Entre otras circunstancias, porque no quería prescindir de la compañía de mis niñitas. Más una serie de acontecimientos propiciaron que tuviera el tiempo suficiente para adentrarme en aquel territorio gay y  comprobar de cerca cuanto había de verdad en las palabras de Mariano. He de reconocer que desde que me contó con pelos y señales su experiencia con el catalán en la sauna de Sevilla, en mi mente no había dejado de bullir la curiosidad por ver de primera mano un local con esas características.  

Ni que decir tiene que las conversaciones con mi mujer, a partir de aquel momento, se convirtieron en una cadena de monosílabos. Los “Sí”, “No”, “Puede” y algún que otro “Tú sabrás” eran nuestros diálogos más frecuentes, sazonados con violenta frialdad. Por mucho que lo intentaba no me podía relajar y estaba todo el día en absurda tensión.  Mis veinticuatro horas en familia pasaron de ser mero esparcimiento y disfrute, a ser  casi tan agobiantes como las del Jack Bauer ese de la tele.

Si a eso sumamos lo distante que se había mostrado Mariano cuando lo llamé por teléfono. Era inevitable que una sensación de abandono me invadiera. Me sentía solo, casado con una mujer que pocas veces me regalaba muestras de cariño, enamorado perdidamente de mi mejor amigo y sin huevos suficientes para hacer lo que me pedían las tripas: enviar todos los convencionalismos sociales al carajo e iniciar una nueva vida con él.

Evidentemente, con todo esto no pretendo justificar lo que hice, aunque si las eventualidades  que lo propiciaron. Aunque sé que de no estar en mi naturaleza, no hubiera sucedido nada.  Cada vez tengo más claro que caminar por los  sórdidos callejones del sexo, me gusta más de lo que quiero admitir y cualquier excusa me es válida para hacerlo.

No olvidaré aquel sábado once de Agosto en la vida. Mis suegros habían venido con la intención de llevarse las niñas a su casa de Nerja todo el fin de semana.  Si la situación entre nosotros hubiera sido distinta, Elena y yo los habríamos acompañado de mil amores, pero si algo tiene mi esposa es que le gusta guardar las apariencias con sus padres y nunca hace alarde de que las cosas van mal en nuestro matrimonio. No sé si premeditadamente o no, se buscó un pretexto para no ir con ellos, dejándome con su distanciamiento, campo libre para lo hacer lo que me viniera en ganas.

Con Carmen y Alba con mis padres políticos y Elena en casa de una amiga de la parroquia, estaba claro que era mi oportunidad ideal para ir a la sauna de Torremolinos. Desde que vislumbre el hecho de que  mi fantasía se podía hacer realidad, me puse tan cachondo como ansioso. Era elucubrar lo que me podían deparar aquellas cuatro paredes y mi polla crecía involuntariamente.

Una vez me quedé de Rodríguez, cogí el coche y me fui a las inmediaciones de la Carihuela. Con la única intención  de hacer  tiempo hasta la hora del almuerzo, me di una vuelta por el barrio.  

Como quien no quiere,  mis pasos me llevaron a un “sex shop” que había por la zona. A diferencia de otros que había visitado, aquel parecía orientado al público homosexual. Desconozco si por la sensación de libertad que me cautivaba o porque me había echado a la poca vergüenza, entré en él sin meditar lo más mínimo en sus consecuencias.

La tienda estaba ubicada en un lugar discreto, intentando preservar con ello el anonimato de sus posibles clientes. Una puerta opaca y un  pequeño escaparate eran sus escasas señas de identidad.  De no ser por los artículos que se mostraban en este último: cajas de  preservativos de fantasía, algún que otro tanga masculino, juguetes eróticos… todo muy ambiguo y nada explícito. Ni un cartel en el exterior, ni nada  que pudiera hacer pensar que dentro se vendían objetos de moral dudosa para un público exclusivamente masculino.  

Al entrar me quedé un poco cortado, pues no había ningún cliente. Solo encontré a un chaval joven detrás de un pequeño mostrador, quien me saludó, levantando momentáneamente la mirada del móvil. Una vez comprobó que mi presencia no entrañaba ningún peligro para él, prosiguió con lo que fuera que estuviera haciendo.

El local era pequeño, unos cien metros como muchos. Su escasa iluminación le  daba cierta atmosfera intimista, la cual se difuminaba por el fuerte olor a ambientador barato, que me recordó al cutrerío de los puticlubs de carretera.

Tres extensas estanterías con cristaleras ocupaban su parte central y sobre las paredes se agolpaban los artículos colocado de forma estratégica para llamar la atención de los posibles compradores. Tras el mostrador una gran variedad de artículos, empaquetados y minuciosamente ordenados. Completaban el decorado del local, una cortina roja que, supuse, sería la antesala de un almacén.

Pensamientos extraños y discordantes torpedearon mi cerebro. Ni sabía realmente que hacía allí, ni que me empujaba a recorrer sus vitrinas como si buscara algo. El morbo de lo desconocido tenía su peso, pero no era lo único que me llevaba a ojear los objetos que allí se exponían.  No solo estaba empezando a ver la homosexualidad como algo habitual, sino que me agradaba enormemente  esa especie de halo pecaminoso que emanaba todo lo que la rodeaba. Tenía la misma sensación  como cuando de pequeño mis padres me prohibían hacer algo y, a la menor oportunidad, desobedecía su orden.

Observar aquella  multitud de juguetes sexuales despertaba en mí deseos perversos.  Ineludiblemente, al ver unas enormes pollas de látex,  no pude evitar pensar en Mariano y en su querido “Lenny”. Fue vislumbrar su rostro en mi imaginación y sentí como si lo traicionara. Más como tenía la firme convicción de que estaba pegándose el lote padre con otro (u otros) en la playa, borré cualquier atisbo de culpabilidad de mi mente. Con la certeza de que me estaban corneando a diestro y siniestro,  me sentí impune de tener que dar cualquier explicación de mis actos y proseguí curioseando.

El surtido de artículos de la tienda era de lo más variado, ropa interior, cremas lubricantes, DVDs, consoladores de todos los tamaños y colores, etc… Pero a lo que la tienda dedicaba una mayor porción de espacio era a los artículos de sado maso: cadenas, látigos, arnés, artículos de cuero...

El fetichismo que representaban algunos de aquellos objetos despertaba mi libido  de un modo bestial. De nuevo mi amigo, volvió a ser el centro de mis pensamientos, elucubrar su cuerpo atado y sometido a mis caprichos me excito notablemente. Tanto, que sentí como mi “hermanito pequeño” se desplazaba lateralmente bajo mis calzoncillos,  al tiempo que aumentaba de tamaño.

A la incomodidad que suponía tener mi verga erecta en un lugar público, se unió la actitud servil del dependiente quien, inesperadamente,  interrumpió mi taciturno paseo.

—¿Le puedo ayudar en algo?

Mire al muchacho de arriba abajo y he de reconocer que me pareció follable cien por cien. Así que el primer pensamiento que se me vino fue: “Me podrías pegar una mamada y bajarme la empalmadera que tengo”. Sin embargo, procuré  todo lo educado que mis padres me enseñaron a ser y le dije:

—Simplemente estoy curioseando un poco.

—Si necesita algo, no dude en pedírmelo.

No sé si por el ambiente pecaminoso del lugar o por lo caliente que me había puesto en un momento, noté cierto matiz de coqueteo en sus palabras y supuse que estaba flirteando conmigo. Circunstancia que no me pareció del todo desagradable. Dado que  hasta la hora de comer no tenía otra cosa mejor que hacer, seguí fisgoneando entre los artilugios eróticos que, cuanto más los contemplaba, más placer sin límite me sugerían.

Miré por el rabillo del ojo al muchacho, quien continuó Whatseando, completamente ajeno a mis intenciones. Tendría unos veintipocos años. A lo sumo veinticinco. Aunque era sumamente delgado, se le veía buena forma física, seguramente practicaría algún deporte de tipo aeróbico.  Poseía unos brazos  y unas piernas largas que, a pesar de ser un poco más bajo que yo, lo hacían parecer más alto.

Aunque tenía unas facciones insípidas y sin gracia alguna, no me resultaba falto de atractivo. Sus  carnosos labios me parecían un lugar de lo más adecuado para calmar el fuego de mi entrepierna. Es más, cuanto más construía en mi mente un posible escenario en el que el chaval cerrara la puerta del local y me pegara una buena mamada, más real consideraba esa posibilidad.

Prolongué mi inspección al surtido de la tienda, sin dejar de lanzar una visual al dependiente de vez en cuando. Este, ensimismado en la pantalla de su “i-phone” como estaba, si había advertido mi tonteo con él, parecía no coscarse. Dado que no las tenía todas conmigo, vestí mi calentura de prudencia, me tomé las cosas con calma y procuré que la situación no se me desbocara inapropiadamente. 

En mi escalada por echar un polvo con el espigado chaval, me lleve la mano al paquete y me mordí provocativamente el labio. Me disponía a dar un paso más allá, cuando el sonido de una cortina al ser descorrida me sacó de mi  momento “a este me lo tiro sí o sí”.

Localicé con la mirada de donde venía el ruido y ante  la entrada de lo  que yo había supuesto un almacén había un tipo de unos cincuenta años. Grande, grueso y con un semblante que me resultó grosero. El tipo, al igual que yo, era un cliente de la tienda, por lo que mi fantasía de polvo mañanero con el veinteañero se fue a la mierda.

Desinhibido como estaba, me dirigí al chico y le pregunté por lo que había detrás de la puñetera cortina.

—Es la zona de las cabinas de videos —por su tono me pareció un poco molesto.   Ignoro si era porque lo estaba interrumpiendo con sus puñeteros “WhatsApp”, o porque se había percatado de mis jueguecitos.

—¿Puedo pasar?

—La entrada cuesta siete euros.

Rebusqué en el monedero la cantidad solicitada y se la  aboné al dependiente. Persistiendo en mi empeño por ligármelo, intenté ser cordial y bromeé levemente con él.

—Si no me gusta la película, ¿me devuelves el dinero?

Hizo un mohín de desaprobación y encogió la nariz como si estuviera oliendo a mierda de vaca. Se quedó pensativo durante unos segundos  y rompiendo su silencio con cierta sequedad, me dijo:

—Una  vez entres, no te puedo devolver el dinero. ¡Tú veras!...

La antipática y descarada respuesta del dependiente me dejo claro que ni de lejos me iba a comer la polla y que si quería echar mi polvo pre-almuerzo debería buscarlo en otra parte. Intuyendo que la habitación tras la cortina podría ser un sitio idóneo para tal cometido, me adentré en su interior.

Aunque por mi profesión estoy acostumbrado a lo inesperado, aquel pequeño viaje a lo desconocido produjo que  una sensación de desazón bullera en la boca de mi estómago.

Fue atravesar la roja tela y lo que me encontré, aunque no me escandalizó, si me sorprendió por sus dimensiones y su ambiente enrarecido. El habitáculo que se me presentaba era bastante mayor que la tienda y por el que, pese a la hora tan temprana que era (las doce de la mañana), se podían ver deambular, al menos, media docena de individuos.

Tuve la impresión de que la mirada de todos los allí presente se clavaron en mí de repente. Me sentí como un caramelo en el patio de un colegio. Más del mismo modo que la curiosidad les instó a inspeccionarme fugazmente, dejaron de hacerlo para no incomodarme, o porque seguramente no era su tipo.   

Una vez roto el hielo del decoro, hice gala de mis dones  de caradura  y comencé a recorrer con la mirada todos los rincones de la sala. Las paredes no estaban perfectamente enfoscadas  y en algunas partes se dejaba entrever los ladrillos de sus muros, ignoro si por dejadez o con intenciones decorativas. Fuera como fuera, aquel detalle le daba un aspecto urbano y salvaje por igual.

Nada más entrar había un pequeño pasillo en cuyo lateral izquierdo había un pequeño baño y a la derecha una máquina expendedora,   de la cual se podía obtener tabaco de las marcas más populares, algunas bebidas y preservativos. Esto último fue señal fidedigna de que mis conjeturas eran ciertas: allí se follaba, ¡y mucho!

Pasado la pequeña entradita  que comunicaba la tienda con aquella parte del local, se podían ver una serie de cabinas  adosadas a ambos lados de un largo pasillo. Las conté y comprobé que había las mismas a la derecha que a la izquierda. Cada una debía rondar el metro de ancho, con lo que quedaba claro que su interior podía albergar más de una persona.

Por lo que pude constatar, había tres ocupadas y el resto se encontraban vacías. Me asomé a una de las  que estaban libres y curioseé lo que había dentro. Las paredes del interior estaban pintadas de un azul claro. Desprendía un olor fuerte a lejía que no conseguía enmascarar la podredumbre y el vicio que se podía respirar en él. En una esquina del pequeño  cuarto había  colgado un televisor, estratégicamente situado para que no fuera demasiado molesto verlo sentado desde un taburete sin respaldo que había ubicado en su interior. Completaba su  escaso mobiliario un expendedor de toallas de papel. No había duda alguna, aquello era el paraíso de los pajilleros, un habitáculo hábilmente diseñado para hacerse una gallarda, ya fuera solo o acompañado.

Inspeccioné con la mirada a los tipos que, al igual que el menda lerenda, vagaban por el largo pasillo. Todos eran bastante mayor que yo. No obstante, no era su edad lo que más me repelía de ellos, eran la poca bondad que transmitían sus rostros. En la expresión de todos ellos había algo que estaba muy acostumbrado a ver en mi trabajo. Si los ojos son las ventanas al alma, el paisaje que había tras lo de aquellos tipos solo tenía un nombre: mezquindad.  

Sinceramente, no sabía qué carajo hacia  allí. El chaval de la tienda me había puesto cachondo y ante la imposibilidad de un contacto sexual con él, entré buscando un sucedáneo. Ninguno de los que pululaban junto a las cabinas de video me parecía adecuado para desahogar mi entrepierna.  Todos estaban a años luz de Mariano y  no tenían nada que ver con Sergio, ni siquiera con Rodri.

 

Hasta aquel preciso momento no fui consciente de cuán bajo estaba cayendo, dejando que mis más bajos  instintos gobernaran mis actos. Del mismo modo que me adentré en aquel territorio de perversión, lo abandoné.

El dependiente al verme salir tan apresurado, levantó levemente la mirada de la pantalla del  móvil y de un modo impersonal me dijo:

—¿No te ha gustado?

Negué con la cabeza, a la vez que intentaba disimular lo enfadado que estaba conmigo mismo.

—Pues, como te dije, el dinero  no te lo puedo devolver.

—No te preocupes —respondí con  cierto desdén. Aunque habían sido los siete euros más mal gastados de mi vida, no eran, ¡ni mucho menos!, la causa de mi mal humor.

Me disponía  a marcharme con viento fresco, cuando de repente algo en el interior de una estantería llamó mi atención de manera notable. Era un objeto negro con forma de falo, pero sin ser la clásica  imitación de polla de plástico. Estaba casi escondido detrás de un sinfín de simulaciones de penes erectos y por eso no lo había visto a lo largo de mi  “ruta turística” por la tienda.

Aquel trozo de plástico me sedujo de un modo bestial, no sé si porque me recordaba a Lenny y por ende a Mariano o porque mi mente calenturienta se portaba como un elefante en una cacharrería y  a cada paso que daba, destrozaba más los enceres de la ética de mi vida.   

Sin meditarlo, me volví hacia el mostrador y le pedí al dependiente si me lo podía enseñar. Cuando lo tuve en la mano, ni le pregunté cuanto costaba, simplemente dije: “¡Me lo llevo!”

De camino al coche, no pude evitar sonreír al pensar la cara de pasmado que pondría Mariano cuando se lo diera. Estaba claro que aunque lo había comprado pensando en él, ambos nos beneficiaremos de mi adquisición. Estaba indignado con él, debido a su “imaginaria” infidelidad, pero quizás porque era la única persona que me daba afecto en la cama, no podía pensar en un mañana sin él.

Tras guardar cautelosamente el “regalo” para mi amigo en el coche. Me di otra vuelta por la manzana, haciendo tiempo para comer.

Durante el solitario almuerzo, analicé los pros y los contras de ir a la sauna.  Tras lo decepcionante que había sido lo del sex-shop, mil dudas me sobrecogieron. ¿Qué pasaría si lo que encontraba allí era una colección de maricones indeseables? ¿Merecería la pena? ¿Me debería replantear mi decisión? En ningún momento me planteé si era moral o no visitar aquel local de depravación. Durante todo el tiempo solo pensaba egoístamente en mí, como si mis acciones no tuvieran consecuencia para las personas de mi entorno más cercano.

Seguramente por mi agitado estado de nervios, dos escasas tapas fueron lo único que conseguí comer. Mientras me tomaba un café, solventé mi lucha interior decidiendo que haría aquello que había venido a hacer. Me encontraba en una terrible encrucijada y debía elegir entre pasar sed o morir envenenad, y escogí lo segundo.

Aunque era obvio que estaba loco por meterla en caliente, no era el único motivo que empujaba mis pasos hacia aquel antro, la curiosidad por conocer de primera mano lo que se cocía en un sitio de aquel calado también  tenía mucho peso. Descubrir cuanta parte de paraíso sexual  y cuanta de vertedero de amor. Si no encontraba nadie que me pareciera lo suficientemente atractivo para echar un polvo, me contentaría con la experiencia nueva que supondría visitar una sauna.  

I'm on the highway to hell

Highway to hell.

Anudé la toalla alrededor de mi cintura y me puse las chanclas En la zona de las taquillas no había demasiado movimiento, una o dos personas a lo sumo. El señor de la entrada me dijo que todavía era un poco temprano, que la mayoría de la gente empezaba a venir a partir de las cuatro.

Alimenté mi vanidad mirándome en una de los espejos que había próximo a  los vestuarios. La verdad es que para mis treinta y siete años no estaba nada mal.  Una poquita tripita y poco más. Sin ser un adonis, me consideraba bastante resultón. Mi complexión atlética y mi metro ochenta seguían siendo una buena tarjeta de presentación. Irreflexivamente, me metí mano al paquete, como si quisiera corroborar que todo seguía en su sitio. Sin ningún motivo aparente, mi verga estaba ya un poco morcillona.

Comprobar que  el aspecto de los primeros tipos con los que me cruce no tenían nada que ver con los que hallé en la “sex-shop”, me tranquilizó. Vi lo que supuse eran los baños y entré a echar una meada.

Estaba vaciando mi vejiga de cerveza, cuando vi que un tipo un poco más joven que yo se puso en el urinario contiguo. Al principio, no le di mayor importancia pero cuando noté como fisgoneaba intentando captar una “instantánea” de mi polla con la mirada, me sentí un poco contrariado.

De haber estado en otro sitio más normal, le hubiera increpado. Sin embargo, opté por considerar aquello un daño colateral de estar entre aquellas cuatro paredes. Terminé de orinar, me  sacudí la churra y salí de los servicios sin dedicarle la más mínima atención a lo ocurrido.

Cerca de los baños había unas duchas. Colgué la toalla en una pequeña percha que había en la pared y procedí a borrar el sudor de la mañana de los poros de mi piel. Mientras me estaba enjabonando, llegó el mismo tío que me importuno en los servicios  y se colocó, cual mosca cojonera, en el compartimiento contiguo. Si en la anterior ocasión su presencia me molestó, no lo fue menos en aquella. Me di la vuelta para darle a entender que lo que vendía no me interesaba.

Mi gesto fue mal interpretado por él, pues en vez de dejarme tranquilo me cogió el culo sin ningún pudor.  

—¡Las manitas quieta! —Le dije frunciendo el ceño y en un tono que rozaba lo violento.

—¡Perdón! —Me respondió con una voz casi  temblorosa. Agachó la cabeza, cerró el grifo y se marchó.

La actitud de aquel tipo me incomodó bastante, fue como si diera por sentado que, por el mero hecho de estar allí,  cualquiera me pudiera meter mano. ¿Eso es lo que tenía que soportar una mujer cuando un tío la acosaba por el mero hecho de llevar escote o minifalda? Me sentí por momentos como esas chicas que cruzan por delante de un bar y todos los tíos la piropeaban groseramente. Mientras quitaba la espuma de mi piel,   no pude evitar llegar a la conclusión de que entrar allí estaba resultando ser una mala decisión.

Tras secarme, me encaminé a lo que parecía la zona de cabinas y de las saunas propiamente dichas. Fue una especie de suerte que no hubiera demasiada gente en el local, pues mi vergüenza por enfrentarme a un ambiente como aquel fue bastante menor. Estaba acostumbrado a afrontar cualquier tipo de contingencia y saber moverme en entornos hostiles, pero  era  más que evidente, que una toalla atada a la cintura inculcaba mucho menos respeto  en los demás que un uniforme de policía.

La atmosfera del lugar era increíblemente sugerente. La poca luz unido a la pecaminosa actitud de todos los que me encontraba por aquellos pasillos, dio como resultado que mi mente se desprendiera de cualquier convicción moral y  comenzara a sumergirse en el fango de mis deseos más oscuros.

Avancé a lo largo del espacioso pasillo, observando fugazmente el interior de las cabinas.  A pesar de la tenue luz que reinaba en ella, pude dimensionar claramente su tamaño y contenido.  Guardaban mucho parecido con las habitaciones de algunos burdeles de carreteras, no demasiado amplias, pero lo suficiente para albergar una  especie de camastro, donde echar un buen casquete.

Algunas ya se encontraban ocupadas. Los tipos que había dentro de ella, al verme pasar, adoptaron poses provocativas e hicieron alarde de sus encantos. Unos se metían mano al paquete de modo soez, otros sacaban la lengua y la paseaban por la parte externa de sus labios, otros me miraban fijamente de modo insinuante… Se asemejaban a las prostitutas callejeras, mostrando lo mejor de ellas a sus posibles clientes. Irremediablemente pensé: “¿Se comportará Mariano de un modo tan vulgar cuando visita sitios como este?”

En mi afán por conocer todo lo que encerraba aquellas instalaciones fui a parar a lo que parecía una sauna finlandesa. Sin reparos de ningún tipo, tiré de la puerta de madera y entré. Aunque su iluminación era bastante escasa, te dejaba ver claramente lo que había dentro. Entre los elementos que la  conformaban había dos bancos de madera a distinta altura, que formaban un ángulo recto con la esquina frente a la puerta y una estufa cubierta de varias piedras incandescentes que proporcionaban  vapor a la estancia.

En su interior únicamente había  un tipo bastante corpulento que, debido a la penumbra reinante, no pude distinguir claramente su aspecto. Aunque lo saludé escuetamente, no se tomó la molestia de responderme. No sé si porque no se percató o porque era así de mal educado.  Me senté a una distancia prudencial e intenté que la calurosa atmosfera cumpliera con su propósito y me relajara.

Probé a dejar mi mente en blanco, borrar cualquier ápice de culpabilidad por lo que estaba haciendo, mas no resultó. Me sentía ruin por el modo en que me estaba comportando. ¿Se merecían mis hijas un padre así? ¿Podría volver a mirar a Mariano después de aquello? No sabía (o no quería)  dar respuesta a mis preguntas.  Con lo único que  egoístamente era consecuente en aquel momento era con dos cosas: estaba  preso de una agobiante soledad y había decidido que el sexo con un desconocido podía ser la panacea para ello.

Abrí los ojos levemente y la realidad me abofeteó de pleno, sacándome de mi ensimismamiento. El tipo que me acompañaba se había abierto la toalla y había comenzado a masturbarse, en un claro gesto de insinuación hacia mí. Por lo que  pude entrever, el tío andaba tan caliente como yo y no se cortaba un pelo en mostrar su erecto cipote, como si fuera mercancía que vender en un mercado.

Me dejé llevar por la situación e hice lo mismo que él, me saqué la polla y comencé a pajearme. Aquel espontáneo acto sirvió para el voluminoso hombre se levantara y se dirigiera hacia donde yo me encontraba.

Una vez lo tuve junto a mí, pude discernir mejor su rostro, tendría más o menos mi edad, como mucho un par de años mayor, una poblada barba  risada y morena cubría por completo su rostro. Su  voluminoso pecho estaba cubierto de una enorme mata de vello, su abultada barriga también era peluda, al igual que su pelvis de la que emergía una gruesa y larga polla.

Creyendo contar con mi beneplácito,  aquel individuo empujó mi cabeza contra su entrepierna. Me zafé como pude y en actitud desafiante le dije:

—¡Ni de coña!¿Por qué no me la chupas tú a mí?

Movió la cabeza con perplejidad ante mi desfachatez  y bastante contrariado respondió a mi pregunta:

—¿Por qué va a ser? ¡Porque no me gusta!

—A mí tampoco —Respondí sonriendo.

—Pues entonces, creo que los dos venimos buscando lo mismo.

Si cuando abrió la boca la primera vez, sospeché que el tipo era andaluz. Fue escucharlo un poco más y me quedó mucho más claro. Suponiendo que nuestro sentido de humor no le chocaría para nada  añadí:

—Pues ya se saben lo que dicen: Pan con pan comida de tontos.

El tío  me sonrió por debajo del labio y volvió a su sitio. Como la situación resultaba, ya de por sí, un poquito tensa, me anudé de nuevo la toalla y salí de aquella casa de vapor, sin decir esta boca es mía.

Si en algún momento, por lo que me contó Mariano, yo había imaginado las saunas masculinas como una especie de jauja del sexo entre hombres, la realidad no podía ser más desilusionante. Con ninguno de los dos  tíos que se me habían acercado, había cuajado tema alguno. Uno porque no me parecía atractivo ni para que me la chupara, el otro porque sus preferencias sexuales eran semejantes a las mías. Era más que evidente, que echar un polvo me iba a ser más difícil de lo que intuía en un principio.

Proseguí deambulando por el recinto, como si tuviera que completar una especie de turné, me encontré con una pequeña escalera. Sin saber a ciencia cierta que me disponía a encontrar, subí por ella,   noté como mis fosas nasales se impregnaban de un notable olor a cloro, un calor húmedo comenzó a impregnar mi piel y, sumido en aquel pequeño torbellino de sensaciones, se mostró ante mí lo que parecía la joya de la corona de aquel lugar de depravación: el jacuzzi.

Aunque no era demasiado grande, a primera vista resultaba sumamente  ostentoso.  Sobre una especie de bañera de unos dos metros de largo  por un metro de ancho y con forma de pentágono,  reinaba un  llamativo y enorme tapiz de azulejos  de “Gresite”,en el cual se dibujaba un entramado bastante abstracto de tonalidades azules. La cerámica de la  piscina, en consonancia con el dibujo de la pared, alternaba distintas gamas del mismo color. La luz y vivacidad que emanaba aquella estancia, contrastaba con la penumbra de las zonas de cabina y las saunas.

Como no vi a  nadie en su interior, colgué la toalla en una especie de percha que había en una de paredes laterales y, vestido con el traje de Adán, me introduje en sus aguas sin pensarlo ni un segundo. Fue acomodarme en un rincón del jacuzzi y descubrí que no estaba tan solo como suponía  A la izquierda de donde me encontraba, y sumergidos bajo el chorro de una ducha, había dos individuos desnudos que, aprovechando lo desierto del lugar, se besaban y abrazaban de forma desmedida.

El aspecto de los dos tipos estaba lejos del prototipo de marica que la sociedad me había hecho asimilar. Al igual que el tío que me abordó en la sauna, aquellos dos eran masculinos y viriles de los pies a la cabeza. No sé si al hablar perderían aceite, pero en apariencia resultaban ser muy machos.

Uno, el más alto, estaba casi rapado al cero, muy  moreno de piel, un poblado vello rizado cubría casi todo su cuerpo y, por lo que pude intuir, tenía un trabajo que precisaba gran esfuerzo físico,  pues aparentaba  estar en  buena forma, sin llegar a ser el típico musculito carne de gimnasio.

El otro individuo  era castaño,  tirando a rubio, aunque no era tan robusto como el otro, tampoco tenía planta de niñita, pese a que estaba depilado de arriba abajo y tenía cierta apariencia de metrosexual. Se encontraba de espaldas a mí y sus nalgas prietas, rasuradas a conciencia, me parecieron de lo más follable.

Contemplar como aquellos dos se liaban delante de mí sin cortapisas, me puso tremendamente cachondo. Ignoraba como debía de actuar en circunstancias como aquellas, si acercarme o esperar que ellos me invitaran a unirme a la fiesta.  No obstante, fuera cual fuera la costumbre,  no quería parecer descarado e intenté seguir contemplándolos,  con  todo el disimulo del que fui capaz.

No había que ser muy perspicaz para darse cuenta de que los tipos habían advertido mi presencia. No obstante, aquello no freno sus impulsos sexuales y en vez de cortarse un poco al sentirse observados, se volcaron con más ímpetu en lo que hacía, como si quisieran lucirse ante mí.  Como si les pusiera ser visto realizando el acto sexual.

Si hasta aquel momento simplemente se besaban y restregaban sus cuerpos. Al ser consciente de que yo estaba allí, el más bajo se agachó ante el  más fornido, comenzó a mirarme por el rabillo del ojo y  se metió de una tacada su rabo en la boca.

Abandoné mi recatada actitud y adopté una postura vigilante ante la escena. Observé meticulosamente al que estaba de píe. Si en un principio me había parecido algún tipo de obrero, fue contemplarlo en toda su plenitud y el sambenito de albañil no se lo quitaba ni Dios. El otro por su modo de actuar  un poco más refinado, se me ocurrió que podía ser pintor. No sé por qué, pero me lo imagine hasta subido en una escalera pintando la fachada de una vivienda.

Paseé la mirada por la anatomía  del “albañil” y, tal como pensaba, estaba lejos de ser una débil damisela. Era tan varonil como cualquier tío normal. Aunque lucía una tripa un poco más  acusada que la mía, sus brazos, su pecho y hombros estaban muy trabajados y estaba lejos de parecer el típico gordo. Si aún conservaba alguna duda sobre su hombría, el tamaño de su  polla terminó por borrarla de golpe.

La imagen de los dos hombres teniendo sexo delante de mí, era de lo más excitante. Ver como el tipo rubio se tragaba hasta el fondo  el cipote de su eventual amante, me puso como una moto y mi pene comenzó a vibrar entre las calientes aguas.

En un momento determinado, los dos individuos se pusieron de perfil. El que estaba agachado cogió la polla del otro y, girando el rostro hacia donde yo me hallaba, me la mostró  para que la viera en todo su esplendor. 

Por lo pude deducir,  pues no tenía las clásicas marcas del bañador, el tío tomaba el sol desnudo y  lucia una polla tan tostada como el resto de su cuerpo. Esa circunstancia, unida al grosor fuera de lo habitual y lo morado de su glande, me recordó la picha de un negro. Su eventual amante, sin dejar de clavar su mirada en mí de un modo insinuante, comenzó a chupar aquel oscuro capullo como si se tratara de una piruleta.

La visión de aquellos dos entregados al sexo oral me pareció de lo más sugerente. Contemplar, a tan escasa distancia, como aquel gordo y moreno trabuco se hundía en la boca del “pintor”, me pareció de lo más estimulante. Tal como si estuviera disfrutando de una película porno, me metí mano al vergajo y me lo empecé a masajear debajo del agua.  

El “albañil”, al igual que estaba haciendo su acompañante, no paraba de ojear el lugar de la piscina en el que me encontraba. En un momento determinado, apartó la cabeza de su ocasional ligue de la entrepierna y me mostró su enorme carajo con total descaro.

Envuelto en una película de babas,  aquel cipote se mostraba ante mí con un aspecto reluciente. El fornido calvorota cruzó una mirada conmigo, se mordió morbosamente el labio y volvió a empujar con brusquedad la cabeza del otro tipo contra su pelvis, favoreciendo que volviera en engullir aquel erecto falo desde la cabeza hasta la base.

Era más que evidente que aquellos dos hombres querían que me uniera a su juego. Pese a que mi “hermanito pequeño” estaba loco por compartir aquellos labios, no me era tan fácil borrar de golpe y porrazo todos los formulismos sociales que me habían inculcado. El hecho de que allí fuera un completo desconocido, no me daba el suficiente valor para practicar sexo en un lugar donde pudiera ser visto. A pesar de lo morboso y sugerente que se me antojaba, una parte de mí se negaba a salir de la piscina y participar en la  lujuriosa contienda.   

Como quien no quiere la cosa me acordé de Sergio, el chaval del gimnasio, por lo que él me contó era bastante excitante follar en un sitio donde pudieras ser pillado. Barajé la idea en mi mente y aferrándome firmemente  al “nadie conoce a nadie”, me dispuse a salir del jacuzzi y unirme a ellos.

Pero a la hora de  tener sexo sucede como en la mayoría de las cosas de la vida. Mientras yo desojaba mi margarita de “me lo follo” o “no me lo follo”, apareció el grandullón barbudo de la sauna. Venía dispuesto a meterse en la enorme bañera, pero al ver a los dos tíos pegándose el lote padre en la ducha, desistió.

Ni corto ni perezoso, se dirigió hacia ellos,  con la misma espontaneidad  y descaro que se acercó a mí anteriormente, se colocó junto al  “rapado” y comenzó a blandir su polla cerca de la cara del rubio que seguía postrado a sus pies, de un modo tremendamente sumiso.  

La aparente normalidad con la que aquel hombre, sin dejar de mamar el carajo del “albañil”, agarró el miembro viril del otro tipo y comenzó a pasear su mano desde el capullo hasta la base, me dejo perplejo. No habían intercambiado palabras alguna y se disponían a hacer algo que siempre había supuesto sumamente íntimo. El único gesto de afecto entre ellos fue que el barbudo le sonrió y  acarició levemente su nuca.

Desconozco si aquellos tres sujetos se conocían ya, lo que si pude comprobar es que entre los tres había surgido una complicidad casi familiar y se comportaron con una  pasmosa naturalidad.  Lo que me hizo llegar a la conclusión de que, entre aquellas cuatro paredes, existía una especie de regla no escrita de cómo comportarse ante situaciones de aquella índole. 

La tentación no dejaba de susurrarme al oído que me uniera a ellos. Sin embargo,  hice caso  nulo de mis instintos primitivos y  me mantuve a distancia. Estaba muy a gusto vigilando cada uno de sus movimientos y me podía más la expectación por saber hasta donde serían capaz de llegar, que el deseo de practicar el sexo en grupo. Una curiosidad malsana comenzó a dominar mis actos, como si quisiera grabar en mi memoria todo lo que sucedía entre aquellos tres fornidos individuos.  

Lo siguiente que pude ver fue como el pasivo del trio se metía la churra del recién llegado en la boca, era un poco más grande que la del “albañil” pero aquello no supuso ningún problema, se veía que el tío tenía buenas tragaderas y la devoró hasta que sus labios tropezaron con la pelvis del barbudo. Lo debía estar haciendo de puta madre, porque el recién llegado posó las manos sobre la cabeza del “pintor”,  cerró los ojos, dejando ver en su rostro una expresión de sumo placer y gimió prolongadamente.

No contento con lamer aquel palo de carne, tiró del erecto miembro del otro hombre  y lo aproximó a su rostro. Una vez lo tuvo lo bastante cerca, comenzó a alternar las atenciones de su boca entre los dos inhiestos falos. La depravación que se pintaba en los ojos del “pintor” era de lo más sugerente, irreflexivamente lleve la mano a mi verga y pude comprobar que seguía teniendo una muy buena  erección.

La escena me pareció lo más vicioso que había contemplado en mucho tiempo.  El calvorota  y el barbudo se habían abrazado por la cintura para acercar aún más sus vergas a la boca del obediente mamador, quien  simultaneaba sus labios entre los dos cipote, tal como si estuviera poseído. Incluso hubo un momento en que intentó tragarse ambas a la vez. El roce de un miembro con otro, propicio que los hombres se miraran de un modo tan cariñoso, que incluso llegué a pensar que se iban a pegar un muerdo.

No obstante, ninguno de aquellos  dos corpulentos y peludos hombres estaban por la labor de hacerse cariñitos, ni bajar la guardia ante el afecto y, si como yo pensaba, el deseo de unir sus bocas surgió entre ellos, quedo apagado por la lascivia del momento.

Era más que evidente que, si el “pintor” proseguía chupando sus pollas con tanta efusividad, terminarían corriéndose, como estaba claro que ninguno de los dos quería eyacular de aquel modo, el  barbudo optó por  separar su nabo de entre los labios, metió las manos bajo sus axilas y tiró de él para que se levantara.

Nada más consiguió ponerse de píe, se arrodilló tras él e hizo una señal al otro hombre para que hiciera otro tanto por la parte delantera. El barbudo me miró fijamente y me hizo una señal con el dedo para que me uniera a ellos, como decline amablemente su oferta, no volvió  a insistir y prosiguió con lo que estaba haciendo.

En unos segundos el hombre que en el trio estaba funcionando como pasivo, pasó a ser el centro activo de él. Mientras el calvorota le pegaba una buena mamada, el otro tipo hundía su cabeza entre sus glúteos. Imagine que se lo tenía que estar pasando de miedo, pues no solo se contraía en espasmos de satisfacción, sino que, para no caerse,  se tuvo que apoyar sobre la pared de azulejos, pues pareció que las piernas le temblaran de la emoción.

Indudablemente,  el hecho de que no fuera todavía  la “marícón” en punto y el público fuera más bien escaso,  tenía sus ventajas. Para ellos, la de no ser molestado por moscas cojoneras y para mí, la de tener el privilegio de disfrutar de un espectáculo que, a cada instante que transcurría, más caliente me ponía, tal como si estuviera asistiendo al rodaje de una película porno. Los tres hombres actuaban con tal precisión, que sus movimientos más que responder a sus  espontáneos instintos naturales parecían estar hábilmente diseñados por un coreógrafo sexual.

La situación entre ellos fluía con una brutal naturalidad. El “albañil” había sacado un par de preservativos (no sé de dónde) y le dio uno al barbudo. Sin darle tiempo siquiera a este último de abrir el envase, se puso el profiláctico, echó un escupitajo sobre él, puso al “pintor” contra la pared, colocó su polla a la entrada de su ano y empujó sin remilgo alguno.  

El rostro del sumiso individuo al ser penetrado y  de un modo tan brusco, se estremeció en una mueca de dolor. Aquello no pareció ni importar a ninguno de los dos hombres que estaban con él, el calvorota prosiguió penetrándolo como si tal cosa y el barbudo tiró de su cabeza para que se la chupara.

Adoptando una pastura digna de un contorsionista, el rubio dobló su espalda y se tragó su cipote, al tiempo que empujaba las caderas para detrás, como si consiguiera con ello que la polla que tenía en su interior, se introdujera más aún en su interior.  

—¡Toma polla puta! —Gritó el  rapado “albañil” al tiempo que le pegaba una cachetada en el pompis.

Ver como aquel hombre, en apariencia varonil, era tratado como una puta y era  ensartado por dos pollas de forma simultánea, me recordó a mis dos compañeros de trabajo  con Rodri. Pero conforme fueron sucediéndose los acontecimientos comprobé que aquella forma de subyugar y dominar a otra persona, era  bien distinta a la que viví en su momento.

Aunque había mucho dejarse hacer en aquel individuo, su pasividad nada tenía que ver con la del amigo de Isra. Su actitud estaba lejos de ser un mero y simple juguete para sus dos voluminosos acompañantes y su proceder tenía mucho que ver con disfrutar del momento. A pesar de los insultos, de la ostentación de  dominación, había un respeto implícito hacia el individuo pasivo del grupo. Respeto, que en ningún momento, mis compañeros de curro mostraron hacia el chaval de  la barriada de Los Pajaritos.  

Al ver que no apartaba mis ojos de ellos, el barbudo  hizo un gesto a los otros dos. Detuvieron sus juegos sexuales por un momento,  salieron del efímero cobijo que le daba la ducha y se colocaron a escasos metros míos con la única intención de que disfrutara mejor del sórdido espectáculo.

En esta ocasión, en vez de permanecer erguido, el rubio se puso de rodillas sobre el suelo, adoptando una postura parecida a la del perrito. El calvorota se acopló detrás de él y le clavó la verga con una total falta de delicadeza, que propició que el hombre gritara levemente. Sin darle tiempo a reaccionar, el barbudo atravesó sus labios con su cipote. A pesar de que el “pintor” era robusto, la fuerza con la que aquellas enormes bestias peludas arremetían contra él, lo hacía empequeñecer notablemente, mostrando una imagen de alguien débil y doblegado.

Los tres hombres sincronizaron sus movimientos como si fuera un mecanismo de relojería. El  mismo ritmo con el que el supuesto “albañil” penetraba la parte trasera, era con la que el rubio inculcaba a sus labios para mamar el nabo del otro individuo. Contemplar como ambas pollas entraban en aquel culo hasta el tope de los testículos, era de lo más estimulante. De nuevo sopesé la idea de unirme a ellos, pero la vergüenza y la culpa eran dos grandes piedras que me lastraban e impedían que salieran de aquel jacuzzi.

El barbudo acercó su rostro al calvorota y le dijo algo al oído. Tras sonreírle generosamente, pegó dos fuertes enviones al culo del “pintor” y tras guiñarle el ojo con cierto desparpajo,  le cedió  cortésmente su puesto.

Una vez se puso un condón, sin remilgos de ningún tipo le clavo el rabo, con un ímpetu poco común. Un grito de dolor escapó de los labios del rubio, quien me dio la sensación con lo entregado que estaba, que no chillaba por lo que le habían metido, sino por la porción que  se había quedado fuera.

Yo seguía debatiéndome entre salir o quedarme en la piscina. Estaba tan excitado que mi carajo palpitaba bajo el agua como si fuera un ente independiente.

Sin dejar de clavar insinuantemente sus ojos en mí, el “albañil” comenzó a pajearse delante del rostro del rubio. Su expresión era un compendio de las variedades de lujuria que era capaz de reflejar un rostro humano. A cada movimiento que su mano atizaba a su miembro viril, su pecho se inflaba como el de un pavo. Unos minutos después, un tremendo chorro de esperma resbalaba desde la  frente del “`pintor”  hasta su nariz y su boca. El contraste visual del blanco esperma con su tostada piel me pareció de lo más sugerente.

Al mismo tiempo que la última gota de leche brotó de la uretra, sus ganas de seguir mirándome desaparecieron.  Ante su indiferencia, volví a concentrar mi atención en los otros dos. Por la forma de moverse del barbudo, comprendí que estaba ya a punto de correrse. Mis sospechas no podían ser más certeras,  porque unos segundos más tarde sacó el cipote del culo del rubio, se quitó el condón y roció copiosamente con su esperma su zona lumbar. 

El último en correrse fue el pasivo del grupo que bajo la atenta mirada del barbudo, el “albañil” y la mía propia, se hizo un pajote soltando una abundante corrida sobre los baldosas cercanas a la piscina.

I'm on the highway to hell

Highway to hell.

Continuará en: “La ética de la dominación”.

Acabas de leer:

Historias de un follador enamoradizo

Episodio XLIV: Autopista al infierno.   

(Relato que es continuación de “Cuando el tiempo quema”.)

Llegado este punto me gustaría agradecer que hayas leído mi relato y, si no es mucho pedir, dejes un comentario sobre lo que te ha parecido. Es la única manera que tenemos los autores de saber si lo que escribimos te llega o no. Gracias de antemano.

Si por casualidad es la primera vez que entras a leer un relato mío, hace poco publiqué una guía de lectura  con enlaces a los distintos episodios de las cuatro series que tengo en curso. Está muy currada y creo que te puede servir de ayuda, si quieres seguir leyendo cosas mías.

 Uno apuntes más, por si te lo hubieras perdido o se te han olvidado: 

—Cuando Ramón habla de “Lenny” se refiere al consolador negro de Mariano, que se pudo ver en “Celebrando la victoria”.

—El suceso con Rodri y los compañeros de trabajo que recuerda un par de veces Ramón es la orgia de dominación  que montaron los tres policías  en “Perdiendo mi religión”

Sin más paso a dar las gracias y a responder los comentarios dejados en “José Luis, Iván, Ramón y otra gente del montón” y “El repasito”: A mundo: No sé si leerás esto, pero me he encontrado comentarios tuyos en relatos antiguos y supongo que estás descubriéndolos. Como bien indicas, hay relatos que, está mejor y otros peor. No siempre uno consigue transmitir lo que tiene en mente (¡Qué más quisiera! Ja. Ja);a Dedmundo: Evidentemente tengo algunos cabos sueltos y estoy intentando solucionarlo en la medida que me lo permiten mis posibilidades.  Los problemas de ir haciendo una historia sobre la marcha e ir aprendiendo de los errores. De hecho, la historia de Iván  que comenzó en el último episodio era un cabo suelto que quedó al final de “Lo imposible” y que mucha gente estaba pidiendo. En cuanto a lo que reclamas, voy a ir por parte. La historia de Galicia continuara una vez concluya el primer año de internado de Pepe (todavía queda un poco, pero está en mis planes). La conversación entre los dos primos que quedó pendiente en “Lo estás haciendo muy bien” tardará en verse y lo hará en un arco argumental que recogerá ese verano entre el internado y la universidad de Pepe. La historia de los Caños de Guillermo, JJ y Mariano (donde se ha insinuado el trío), continuará nada más finalicé la de Ramón (cuatro episodios más después de este). En cuanto a mencionar la presentación de José Luis, lo hice porque el relato sustituye al antiguo y está pensado con la idea de que sea la primera vez que el lector nuevo se encuentre con él. Sé que a los que lleváis más tiempo os puede chocar, pero es la solución que se me ha ocurrido. Comenta de vez en cuando, tus observaciones siempre son interesantes; a Varianza: La continuación tardará un poquito, pues tengo que alternarla con las demás series, pero tendrás tu ración de mecánico de vez en cuando. Espero no defraudarte con ninguno de los episodios; a rebalaje68: El resto de episodios serán un poco más corto, pero el primero como tenía que presentar a los personajes y poner al lector en situación, reconozco que me ha quedado un poco largo. Me alegro de que te haya merecido la pena; a ahram: Lo cierto y verdad es que tengo un estilo narrativo muy poco ortodoxo, hay lectores a los que le gusta mucho (como es tu caso) y a quienes no le gusta nada. Como habrás podido ver, si estás leyendo esto, la historia de hoy es completamente diferente al anterior relato;   a Arismendi: Habrá más relatos como este, lo que pasa que me gusta ir alternándolos con otros de temática diferente, para no hacerme muy pesado. Ja, ja…; a ozzo2000: La verdad es que tenía miedo de volver a tocar el personaje de Iván, pero parece que no me he desviado mucho de lo que esperaban los lectores. Solo decirte que tengo los borradores hechos de la historia y, si soy capaz de contar bien las cosas, te va a gustar bastante; a mmj: Toda la historia de Iván, se publicará en Bisexuales. Avisaré de antemano como esta vez para que no tengáis problemas, pero en este caso concreto publiqué una guía explicativa de la serie en gay, que me da la sensación de que  te la  has perdido. El trio de Mariano, Iván y Ramón no se va a hacer realidad (de momento), pero en mis historias no va a faltar el sexo grupal (Confío que el de hoy te haya gustado) y a Pepitoyfrancisquito: La verdad es que lleváis toda la razón del mundo, con  eso de que voy cambiando la  presentación de la historia sobre la marcha y es bastante complicado seguir la pista de esta. De ahí las guías de lecturas. Esta última se ve que le molesto mucho a este señor y de más de cincuenta relatos que se publicaron aquel día me tocó a mí. ¡No sabéis lo cansado que es cargar con un troll durante todo el real de la Feria! Me he tenido que reír un montón con lo del “agroporno”. Curiosamente a Iván lo he hecho oriundo del mismo pueblo sevillano de los Chanclas. ¿Será casualidad su parecido físico con Pepe Bejines o me habrá traicionado el subconsciente?

El próximo relato lo publicaré en quince días. Será de la serie “Sexo en Galicia” y continuara con la historia de Pepe en el internado. Llevará por título: “Porkys”.

Disfrutad de esa cosa llamada vida.

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Follando con 2 buenos machos: Iván y Ramón (R)

El MUNDO se EQUIVOCA

Historias de un follador enamoradizo.

Living la vida loca

Sexo en galicia con dos heteros (R)

¿Por qué lo llaman sexo cuando quieren decir amor?

Comer, beber... charlar.

Los albañiles.

¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?

Regreso al pasado

Follando con mi amigo casado (R)

“.... y unos osos montañeses)”

El padrino

... Bubú.....

El blues del autobús (Versión 2.0)

El parque de Yellowstone (Yogui,....)

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El bosque de Sherwood

El buen gourmet

Como la comida rápida

Pequeños descuidos

¨La lista de Schindler¨

El blues del autobús

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