Luís ha salido tarde de casa y conduce más acelerado de lo habitual en él. Ayer noche volvió a discutir con su hermana Aurora por la herencia familiar, ambos se dijeron de todo y nada de lo que se dijeron fue bonito. Cuando se fue a la cama, le costó un montón conciliar el sueño. Esta mañana, irremediablemente, se le han pegado un poco las sabanas.
Está cansado de esta puta vida que le ha tocado vivir, de tener que trabajar por un mísero sueldo, de aguantar la prepotencia de su jefe y ahora, desde que falleció su padre, tiene que soportar, un día sí y otro también, a su hermana exigiéndole que venda las tierras del pueblo. Unos terrenos por los que su progenitor luchó muchísimo y de los que él no quiere desprenderse tan fácilmente, máxime con unos precios de mercado tan a la baja como están. Piensa que no le corre prisa ninguna y que para venderlos “regalados” siempre hay tiempo.
El vehículo que va delante del suyo se para con el semáforo en ámbar. Tras tocarle el claxon, le grita un par de improperios por la ventanilla y los insultos se convierte en la necesaria terapia que precisaba para desahogar la rabia que llevaba acumulando en su interior desde la pasada noche.
Oscar escucha como el tío que va detrás de él le grita gilipollas y unas cuantas palabras mal sonantes más que no llega a oír del todo bien. El motivo no puede ser más insulso: haber detenido su coche unos segundos antes. «“La gente es idiota”, piensa, “¿Acaso no saben lo peligroso que este cruce.”»
En otras circunstancias se habría bajado de su automóvil, se había enfrentado a él y le habría cantado las cuarentas, pero ya ha empezado el día con bastante mal píe, como para tener que añadir una barriobajera pelea sin sentido y con, lo que parece ser, un imbécil descerebrado.
El causante de su mal estar es Manuel, su hijo, quien se ha negado a desayunar porque según el chico: «No mola». Otra moda estúpida más que sumarle a su curriculum de adolescente problemático. Su mujer, en vez de darle la razón a él, ha intercedido en favor del chaval, argumentando que ya es mayor y que tiene todo el derecho a decidir cuando quiere comer o no.
Al final, lo que debería haber sido una reprimenda de un padre a su hijo, se ha terminado convirtiendo en una bronca familiar en toda regla.
A pesar de las objeciones de su mujer, le ha quitado el móvil al chico, dejando claro quien tiene los cojones en la familia. Para eso él es quien gana todo el dinero con el cual se pagan todas las facturas de la casa.
Manuel está hasta los huevos del pelma de su padre. No le importa los problemas que pueda tener su padre para estar siempre tan amargado. A él lo único que le interesa es que no pague los cabreos con él, lo demás se la suda.
Tiene unas ganas locas de tener un par de años más, cumplir la mayoría de edad y poder hacer lo que le salga de la punta de la polla.
Mientras este momento llega o no, se limita a pagar su frustración con los raritos de su clase y su profesora de inglés, a los que fastidia siempre que se le ofrece una oportunidad.
Su profesora es una mujer que nunca ha tenido lo que hay que tener para imponer su autoridad. Circunstancia que es demasiado evidente y de la que algunos chavales se aprovechan un día sí y otro también.
Manuel ha boicoteado con sus incesantes bromas de mal gusto más de una vez sus clases. Sabe que corre el riesgo de ir al despacho del director, pero le mola que todos lo vean como al más guay del grupo y que todos flipen con sus chistes. Es tal el subidón que le merece la pena el castigo.
Marta piensa que nunca ha obtenido de la vida lo que se merecía. Ser de los primeros de su promoción, y con el título de Filología Inglesa bajo el brazo, le podría haber abierto cualquier puerta profesional: ser traductora en una embajada, trabajar para una editorial… Sin embargo para cualquiera de estos empleos debería ser valiente, enfrentarse a los problemas sola y perder la seguridad que le daban su familia, sus amigos, su novio… Un novio que la dejó a la primera de cambio por otra, en la opinión de Marta, más guapa, más facilona y bastante menos lista que ella. A partir de aquel momento, no ha vuelto a tener un compañero con quien compartir su soledad pues no se fía de ningún hombre. Es más, ha empezado a creer que las relaciones sentimentales y el amor están sobrevalorados.
Desde hace unos meses ha cogido por costumbre visitar una página de contactos sexuales bajo el Nick de “Chochitohúmedo”. Tiene lleno su perfil con auto fotos tórridas en las cuales no se les consigue ver el rostro, pero capaces de despertar los más libidinosos deseos en los usuarios masculinos de la página.
Ni busca amor, ni busca sexo, por lo que tiene claro que ninguna de las guarradas que presume saber hacer llegará a materializarse. Convertirse por unas horas en alguien tan distinta a la reprimida que es en su día a día, aumenta su mermada autoestima y consigue a la vez pueda escapar de una realidad que tanto detesta. Aunque sepa que para ello deba mentir y crear ilusiones falsas en gente que no le han hecho ningún daño. No obstante, esa son las reglas no escritas del mundo virtual: nadie conoce a nadie.
Daniel no considera que tener una cuenta en la página web “Follahora!” sea una infidelidad. “PichaBrava” nunca va a tener una cita con “Chochitohúmedo”, pues chatear con ella y enviarse mutuamente por privado fotos guarras es lo más lejos a lo que van a llegar. Jugar con lo prohibido enciende su libido de una forma bestial, le hace sentirse joven y atractivo otra vez, convirtiendo su vida virtual en su secreto más íntimo. Un secreto que procura salvaguardar de ojos extraños bajo innumerables contraseñas e historiales borrados.
Aurora está harta de estar atrapada en su matrimonio con Daniel. Ella no fue educada para fregar suelos, cocinar o lavar la ropa, ella vino al mundo para ser una señora a la que se lo pusieran todo por delante.
Siempre se creyó alguien especial, alguien con derecho propio para disfrutar de todos los lujos de la vida.
Se casó enamorada. Su chico era un tío bastante guapo, un triunfador con empresa propia y un futuro prometedor.
Sus primeros años de vida en común fueron ideales, eran la pareja perfecta, la envidia de todas sus amistades. Joyas, ropa cara, vacaciones de lujo…
No obstante, nada dura para siempre y todo su mundo se trastocó con la maldita crisis. Su tren de vida pasó de ser el que ella se merecía, a ser otro bien distinto y peor. No han tenido nunca dificultades para llegar a final de mes, pero ya no se puede permitir ningún caprichito caro como antes.
Con un cuerpo y rostro que los años se han encargado de convertir en artículos de segunda clase, de la noche a la mañana la princesa se convirtió en Cenicienta. Pasa las mañanas viendo la televisión, engordando un cuerpo que cada vez pisa menos el gimnasio y tiene menos interés en cuidar.
Piensa que si al menos el gilipollas de su hermano Luis accediera a vender los terrenos del pueblo, con ese dinero ella podría volver a llevar la vida de antes. Pero no, él se niega en redondo. Es un pobre desgraciado como su padre, quien se llevó toda la vida trabajando como un esclavo para no tener apenas nada. Seguramente, con ese empleo mal pagado de mecánico que él tiene, se morirá sin tener donde caerse muerto.
Mientras se levanta del sofá para coger otro paquete de Chee-tos, piensa que esta noche lo volverá a llamar. Sabe que, como siempre, se pondrán a parir, se dirán cosas que hieren, pero eso a ella no le importa con tal de salirse con la suya.
“Se le llama seis grados de separación a la hipótesis que intenta probar que cualquiera en la Tierra puede estar conectado a cualquier otra persona del planeta a través de una cadena de conocidos que no tiene más de cinco intermediarios (Frigyes Karinthy) “
Si te ha gustado y quieres leer más relatos de este estilo, a principio de año publiqué una guía de lectura, donde en el apartado Microrelatos están los links de todos los publicados hasta el momento.
Si te has quedado con ganas de leer más, ahí te dejo los dos relatos que he subido este año y que no están recogidos en el anterior link.
Barrigas llenas, barrigas vacías
Hasta la próxima y muchas gracias por leerme.