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Fuera de carta

en Gays

Enero de 1985

 

Aquellas navidades no las olvidaré jamás, fueron las primeras vacaciones  que viví lejos del seno  de mi familia. Todo el sentido de paz y armonía de las  que el rito cristiano hace alarde en estas fiestas por la presencia renovadora de Jesucristo, para mí se había convertido en una loza aplastante. Había conocido los peores rostros del ser humano, empezando con mi familia que no había  terminado de perdonarme un pecado que solo cometí de palabra y pensamiento, terminando por el decálogo de hipocresía que resultó ser el internado donde había ido a parar.

Aunque sé que se les partía el alma con aquello. Mis padres, en su enorme cobardía, antes que enfrentarse al qué dirán de los vecinos del pueblo, habían decidido prescindir de mi presencia en días tan importantes. Tener un hijo maricón y  vivir en la Extremadura rural, eran dos cosas altamente incompatibles por aquella época.

A la tristeza de mi soledad y  a no sentirme correspondido por mis seres queridos,  se sumaron una serie de descubrimientos sobre lo que sucedía “entre bambalinas” en aquel internado. En primer lugar estuvo lo de  Don Anselmo,  un  mezquino sacerdote que disfrutaba sonsacando a Ignacio, un compañero de mi curso, para que le contara con pelos y señales los abusos a los que fue sometido por un tío suyo de pequeño. En mi ingenuidad creí que había solucionado el problema y, de paso, me había ganado un colega. Al pobre chaval la vida lo había tratado tal  mal que ante aquel generoso gesto, no sé si porque sentía en deuda o realmente yo  le caía bien,  se convirtió en mi sombra y en mi mejor amigo.

Más tarde averigüé que Gregorio, uno de los guardias de seguridad del centro y al que había empezado a coger cierto aprecio, resultó que tenía las mismas predilecciones sexuales (o parecidas) que yo. Él y el Pequeño Nicolás, uno de los pinches de  la cocina, hacían un uso del almacén de víveres bastante diferente del para que había sido ideado.  Me defraudó enormemente ver como aquel varonil individuo sometía  sexualmente al muchacho, a la vez que le gritaba insultos denigrantes.

Si pillar a aquel hombretón follando con el delicado ayudante de cocina no hubiera sido lo suficiente traumático. Días después supe, por boca de unos de los implicados en una brutal orgia, que los alumnos del último curso también  gustaban del sexo homosexual. Pese a que lo acontecido fue muy parecido a lo que me sucedió a mí con los dos de Cañete, no podía entender que la victima de todos aquellos abusos se excitara y disfrutara con ello. Como no soy muy amigo de las preguntas sin respuestas, mi cabecita no dejó de reinar en como acercarme al Bombilla, el chico del que abusaron, para saber de primera mano los motivos de su extraña complacencia.

Un par de días después de que Gonzalo me contara lo sucedido en la habitación de Blas,  intenté indagar en lo que pasaba por el cerebro de Luis el Bombilla y volví a acosarlo en la intimidad de su habitación. Al igual que la vez anterior se encontraba leyendo, en esta ocasión era un libro de la biblioteca y, como a diferencias de los comics para adultos no estaba prohibido,  al sentirme llegar no  hizo el amago de esconderlo. Fue percatarse de mi presencia, apartó sus ojos  de entre las páginas impresas, giró la cabeza hacia donde yo me encontraba y me regaló una mirada que significaba: “¡Lárgate por dónde has venido!”

—¡¿Cómo hay que decirte a ti  las cosas para que  me dejes en paz ?!

Sus palabras eran cualquier cosa menos una bienvenida, por lo que permanecí en silencio durante unos segundos, dado que  llevaba todo lo que tenía que decir más que memorizado, aguardé a que se serenará un poco y le solté mi más que preparado discurso.

—No sé lo que pasó en la fiesta de Blas y ni me importa. Aun así  quiero que sepas que no me gustan como te tratan él y sus amigos. Si alguna vez lo necesitas, quiero que sepas que Felipe y Juan Carlos, los madrileños, son mis colegas…

—¡Vete a la mierda enano! —Me interrumpió de muy malas maneras

Sin aguardar reacción alguna por mi parte y haciendo caso omiso de cada una de mis palabras,  prosiguió con la lectura, ignorando por completo que yo estuviera allí.

Bastante defraudado por el poco éxito de mi misión, abandoné la entrada de su habitación con la perplejidad martilleando cada uno de mis sentidos. ¿Qué le pasaba a aquel chaval? ¿Tan jodido estaba que no era capaz de ver cuando alguien le tendía una mano desinteresada?

Aquella tarde, al llegarme a buscar a Gonzalo, me contó que había quedado con Blas y compañía. Sin nadie de mi clase con quien charlar  y con los de segundo y tercero rehuyéndome como la peste (Y eso que a más de uno de ellos alguna vez que otra los había ayudado con los deberes de Matemáticas). Aunque no me trataban mal, ni nada de eso,  con ellos el concepto de “hola” y “adiós” parecían tener el mismo significado. Así que me  vi obligado a pasar toda la tarde en la soporífera  y única compañía de mi persona. 

Dado de que todavía quedaban varias horas para la hora de la cena y como no me apetecía meterme entre las cuatro paredes de mi cuarto,  me dediqué a deambular como un alma en pena por las instalaciones del centro.

Juntar aburrimiento y adolescencia puede ser algo netamente peligroso. Sin nadie con quien hablar, decidí pasarme por la cocina para charlar un poco con Pedro, el jefe de cocina, pues en mis rondas con Gregorio había hecho buenas migas con él y era un tío que siempre había ido de legal conmigo.  

En períodos lectivos alrededor de los fogones había sobre quince personas, pero en aquellos días eran escasamente tres. Por lo que yo sabía: mi amigo, Elías y Tomás.

El jefe de cocina tendría unos treinta y pocos años. Era de aspecto regordete, pero de complexión fuerte. Siempre llevaba  barba de dos o tres días, lo que junto con sus ojos azules le daba un aspecto de bonachón. Tenía esa aura agradable que tienen las buenas personas y que te hacen sentir bien con solo mirarlo.  Sabía que contaba con su amistad porque su trato hacia mí era bastante correcto y muy respetuoso. No sé si porque Gregorio le habló bien de mí o porque  realmente le había caído en gracia,  el caso es que era bastante simpático  y atento conmigo.

A Elías, su ayudante, y a Tomás, el pinche, los había tratado bastante menos, pero no se veían malas personas. Del primero lo que más me llamaba la atención era lo alto y lo corpulento que era, y del segundo que era enormemente fuerte pues, según me contó un día,  practicaba   judo y boxeo con frecuencia. La verdad era que para tener solo cuatro o cinco años más que yo, tenía unas espaldas que era el doble de la mía y unos bíceps tan anchos como mis muslos. Los dos se portaban estupendamente conmigo también.

Al llegar a la cocina, no había ni un alma en él, circunstancia que me extrañó bastante pues aunque los comensales éramos escasos y tenían poca faena, siembre encontrabas alguien en aquellas instalaciones.  Dado que algunas veces había entrado con Pedro en el  cuartillo de la despensa  ubicado en la parte interior, supuse que estarían allí y  encaminé mis pasos hacía   aquel lugar. Tras recorrer el estrecho y largo pasillo que unía la cocina con aquel pequeño habitáculo, me encontré con que también estaba vacío.

Con la pregunta de “¿Dónde demonios se habrán metido estos?”,  todavía tintineando en mi cabeza, oí gritos provenientes de la cocina. Temiendo que me regañaran por haber entrado en aquellas  dependencias sin permiso, salí del cuarto de provisiones haciendo el mínimo ruido para intentar pasar desapercibido.

A la medida que me fui acercando, fui distinguiendo con mayor nitidez las voces de la cocina y   caí en la cuenta de  que eran cuatros. Fue reconocer que una de ellas era la del Pequeño Nicolás y permanecí inmóvil entre las sombras del pasillo que unían la cocina con la habitacioncilla de los víveres.

Podía ser joven, pero no tonto. Ver allí al pinche de cocina, me puso las “antenas” tiesas e intuí rápidamente de que allí estaba pasando algo raro. El chaval estaba de vacaciones y si lo habían hecho venir habría sido por alguna razón importante.  Me hice uno con las sombras y, con el corazón en un puño, permanecí a la expectativa de averiguar el motivo de su aparición.

—¿Se puede saber para qué coño me habéis hecho venir en mis días libres? —El tono de voz del Pequeño Nicolás estaba desnudo de amabilidad —Yo pensé que aquí el Tomasito se había puesto enfermo y que por eso la urgencia.  

Sus compañeros de trabajo se miraron entre sí, esbozaron una sonrisa de complicidad y dirigieron su atención al recién llegado.

—¡Que queríamos hablar unas cosillas contigo! —Respondió con total desfachatez Elías.

—¡Pues podríamos haberlo hecho telefonicamente o esperarse al día siete! ¡Anda que os den! —Dicho esto hizo ademán de irse por donde había venido, pero Pedro lo cogió por el brazo y lo detuvo en seco.

—No te vayas hombre, que lo que  te vamos a decir, sospecho te puede interesar.

El joven miró a su superior con perplejidad, el modo agradable y respetuoso con el cual se había dirigido a él contrastaba con la fuerza que lo había agarrado del brazo. Frunció el ceño, clavó su mirada en él y le exigió con un ademán iracundo que se explicara de una vez por todas.

—¡Elías, Tomas, cerrad las puertas, por favor! Lo que tenemos que hablar con Nicolás es mejor que quede entre nosotros.

La cara de pasmo del amanerado pinche fue en aumento. Me dio la sensación de  que yo tenía más idea de lo que estaba sucediendo que él. Observó a sus compañeros  en busca de algún gesto  o algo que le diera una pista sobre lo que allí estaba pasando, pero no debió hallar ninguna porque volvió a sacar las uñas, defendiéndose de lo que él consideraba una especie de ataque.

—Espero que no sea una de las putas bromas de Eli.

 

El robusto ayudante de cocina se fue para su enfadadísimo compañero, le echó el brazo por los hombros y lo apretó fuertemente contra su pecho.

—¡No, no es ninguna broma mía! —Sus palabras rebozaban sorna por los cuatro costados —¿Sabes? ¡No sabía yo que fueras tan picajoso!

Nicolás se zafó del abrazo de aquel gigantón como buenamente pudo y con cara de muy malas pulgas dijo:

—¡No me vaciles! ¡Que ya nos vamos conociendo! ¡Qué carajo os traéis vosotros tres entre manos!

—Cada uno el suyo, ¡de momento! —Dijo con una pasmosa tranquilidad el cocinero a la vez que le ofrecía un botellín de cerveza al más que cabreado muchacho.

Uno a uno, Pedro fue ofreciendo una birra a  sus compañeros de trabajo y por último abrió otra para él.

Fue hacer circular el alcohol y el ambiente se volvió más distendido, circunstancia que hizo que el Pequeño Nicolás dejara de estar tan quisquilloso y reticente. Aunque me parecía que no tenía idea alguna de lo que tramaban sus colegas,  ya no estaba tan a la defensiva y estaba notablemente más recesivo.  

—Bueno, ¿me vais a contar de una puta vez que mosca os ha picado?

Sus dos subalternos dirigieron sus  miradas hacia Pedro, esperando que fuera él quien explicara los motivos de citar allí al pinche en sus días libres. Sabiendo que a quien le correspondía romper el hielo era a él, pegó un sorbo al botellín que tenía en la mano y, tras preguntar de nuevo si las puertas se encontraban  bien cerradas, se dirigió al amanerado joven de un modo que me pareció hasta solemne:

—Nico, tú sabes que a los tres nos caes muy bien y nos da igual lo que hagas con tu vida. Nosotros no nos metemos en esas cosas. Como sé que no eres tonto,  supongo que sabes que la gente habla a tus espaldas  y dice cosas que no sé si serán ciertas. Aunque, como te he dicho, no nos importa como seas…

—Pedro, ¿quieres ir al grano? —Lo interrumpió el pequeño Nicolás bastante ofuscado.

—Pues eso, que nos gustaría saber una cosa….

—¿Queréis saber si soy marica?  —El tono del muchacho era bastante desafiante.

El cocinero y sus dos ayudantes movieron la cabeza afirmativamente  casi al unísono.

—Sí, desde que tengo uso de razón, ¿algún problema con ello? ¿¡Pero a vosotros qué os pasa!?

—No, no tenemos ningún problema con ello —Prosiguió hablando el mayor de los tres hombres con la amabilidad y tranquilidad que lo caracterizaba —Simplemente queríamos saber si eran verdad los rumores que habían llegado a nuestros oídos. Por lo que nos dices, vemos que son ciertos. 

—¿Y para eso me hacen venir? ¡Vosotros estáis muy raros!

—Que mejor día para hablarlo que hoy. De profesores solo están don Roberto y don  Martin, que como sabes están a sus cosas y no aparecen  por la cocina hasta la hora del papeo. Serafín, rara vez se pasa por aquí  en sus rondas y en la cocina solo estamos Elías, Tomas y yo.

Aquella forma de hablar y de exponer las cosas del cocinero escamó al debilucho pinche que se quedó mirándolo y con total desparpajo dijo:

—¿Por qué necesitabais de tanta intimidad para hablar conmigo? No sé por qué, pero   lo primero que habéis hecho es cerrar las puertas ¡A mí esto me huele a chamusquina! — Dijo dejando que en su rostro se volviera a pintar la furia y alzando un poco el tono de voz.

—¡Tranquilízate hombre, que no pasa nada! Simplemente, que no queríamos que ninguno de los “salvajes” nos molestaran mientras charlábamos—Intervino Elías, quien siempre que no lo oíamos,  y para referirse a los alumnos,  usaba el apodo despectivo de los “salvajes”.

—¿Y qué coño es lo que tenemos que hablar? —Dijo el pinche bastante enfadado por la poca claridad  que demostraban sus compañeros de trabajo hacia él.

El ayudante de cocina se  le acercó, cuando lo tuvo frente a frente, hinchó su pecho de aire y se dirigió a él en tono chulesco:

—Nada, chiquitín. Que tenemos curiosidad por saber qué cosas  son las  que os molan a los gays.

No sé si por la actitud del corpulento individuo, o porque en su interior empezaban a surgir las sospechas de hacia dónde iba todo aquello, el chico, quien hasta el momento se había mostrado bastante antipático, apartó su cabreo y comenzó a seguirle el juego a sus colegas.

—¡Pero que cabrones sois! A vosotros lo  único que os pasa es que estáis  más aburridos  que una ostra en el curro y queréis que yo os cuente las cochinadas que hago por ahí.

“Por ahí y en el internado también”, pensé yo, que todavía tenía grabada a fuego  en mi memoria la imagen de Gregorio penetrándolo salvajemente.

Los tres hombres permanecieron en silencio, expectante ante lo que pudiera salir de los labios del desvergonzado chaval, que en vez de cortarse  ante sus compañeros se puso a lucir orgulloso su amaneramiento  y de un modo bastante exagerado, para mi parecer.

A cada segundo que pasaba, tenía claro que lo de esconderme había sido la peor de las ideas, por lo que solo me restaba rezar para que no me descubrieran, pues el ambiente se iba caldeando cada vez más y después de lo visto y oído  en los últimos días, lo que iba a suceder allí me parecía de lo más previsible. No quería pensar en las consecuencias, si por un casual me pillaban. Así que me limite a fundirme con las sombras y contener la respiración todo lo que pude.

—Evidentemente, si queréis que os ilustre entre el sexo entre hombres —Prosiguió Nicolás con cierta chulería —, deberéis prometerme que de cualquier cosa que cuente, de aquí no va a salir nada. Porque aquí  los jefes son todos de Comunión diaria y me juego el puesto. ¿Ok?

—Por eso no te preocupes, que ni Pedro ni yo vamos a hablar por la cuenta que nos trae y el Tomasito, que es un buen colega tuyo, tampoco.

Complacido ante la promesa de Elías, el Pequeño Nicolás  giró el cuello como si estuviera estirando las cervicales y se dispuso a hablar. Desde yo estaba la imagen que ofrecían los cuatro trabajadores era bastante peculiar, el joven pinche estaba en el centro de la sala, mientras que sus compañeros apoyados sobre las encimeras de la cocina y agotando los últimos tragos de cerveza, hacían una especie de circulo alrededor de él. No sé si por la sensación de ser el centro de atención o porque sospechaba a donde podía confluir todo aquello al chaval se le veía exaltante.

—Veo que el motivo por el que me han hecho venir es porque quieren saber a qué dedico el tiempo libre.

—Más que a que dedicas el tiempo libre, que es lo que haces con los tíos que te vas —El carácter pausado, unido a la voz ronca de Elías hicieron que aquella frase me sonara hasta deliciosamente seductora.

—Hombre, creo que sois mayorcito y lo más seguro que sepáis que el sexo oral es igual con un hombre que con una mujer. Yo diría que mejor…—Esto último el joven pinche lo dijo con cierta picardía —Después está el sexo anal que es igual. Salvo que no tenemos chocho, ni tetas… Con un gay, como yo,  un tío macho puede hacer lo mismo que con una mujer.

El descaro con el que  concluyó de hablar, sacó una sonrisa a Pedro y compañía quienes cruzaron una mirada de connivencia.

—¿Os ha quedado claro ya lo que queríais saber? —Prosiguió Nico con cierta zalamería.

—Por mera curiosidad —Intervino el cocinero —¿Has estado con muchos tíos?

Oír a aquel hombre hacer una pregunta tan impropia de él, rompió mis esquemas por completo. Aunque tenía muy claro dónde podía desembocar todo aquello, y pese a que podía fantasear con Elías y Tomás realizando actos obscenos con Nicolás,  me era imposible  imaginarme a un tipo bonachón y generoso como Pedro en aquellas circunstancias.  Según avanzaba mi estancia entre aquellas cuatro paredes, más próximo estaba a llegar a dos conclusiones: Ni mis preferencias sexuales eran tan rara avis, ni las apariencias tenían que ver con la realidad.

—¿¡De verdad me estás preguntando que cuantas pollas me he comido!?—El pinche hizo una leve pausa, adoptó una pose despreocupada y prosiguió —Pues la verdad que no llevo la cuenta, pero  muchas menos de las que me hubieran gustado.

Aquellas palabras encendieron aún más  el, ya por si, tórrido ambiente. No tenía claro si todo estaba siendo un paripé de los tres tipos para tener sexo con el delgaducho chaval, lo que si era más que evidente es que él no  le daba la debida  importancia a sus posibles artimañas   y seguía haciendo  gala de su capacidad para calentarlos con cada uno de sus movimientos. Como si estuviera sumergido en un ritual de seducción.

Elías, en un leve arranque pasional,  soltó la botella de cerveza sobre la encimera y se fue hacia Nicolás. Una vez lo tuvo frente a frente, se metió mano al paquete de un modo que me resultó soez y le dijo:

—¿Tienes ganas de comer algo? Fuera de carta tenemos el chorizo de Almendralejo al infierno. ¡Está calentito, calentito! ¿Quieres probarlo?

Si hasta aquel momento, toda la conversación  me había parecido algo completamente fuera de lugar y cada vez eran más evidentes   mis sospechas, fue ver al voluminoso ayudante de cocina hacer aquello y  mis suposiciones se hicieron una con la dura realidad. En aquella cocina  iba a haber tema, sí o sí.

Lo asimétrico del  joven pinche frente a su enorme compañero de trabajo era de lo más sugerente, me recordaron a los David y Goliat del viejo testamento, pero aderezado por  una fuerte tensión sexual. Fantasear con ellos dos teniendo sexo, consiguió que mi polla, la cual llevaba todo el tiempo con una leve erección, se pusiera dura como una roca.

Nicolás buscó los ojos del hombre que tenía frente a sí, le sonrió por debajo del labio y, poco a poco, fue aproximando la mano  hacia  su entrepierna. Cuando sus dedos chocaron con la prominencia que se marcaba bajo el pantalón de trabajo, un gesto de asombro se pintó en el rostro del jovenzuelo.

—¡Vaya la sorpresa que me tenías reservada! ¡No había imaginado yo que estuvieras tan bien dotado!

—¡Déjate de mamoneo y cómetela ya!

A pesar de lo tosco de sus palabras, la voz de aquel tipo tenía cierto magnetismo animal que conseguía elevar mi libido. Irreflexivamente me lleve la mano a la bragueta y apreté mis genitales buscando un poco de placer.

El debilucho chaval apartó la mano del paquete de Elías, se arrodilló   ante el enorme y corpulento individuo, sin reparos de ningún tipo descorrió la hebilla del cinturón, bajó la cremallera del pantalón  y sacó bruscamente su polla fuera de los “slips”.

Aunque desde mi escondite no se veía con mucha nitidez aquel miembro viril, no había que tener ojos de lince para saber que la herramienta sexual de aquel tipo estaba lejos de ser pequeña. Sin preámbulos de ningún tipo, el Pequeño Nicolás acerco sus labios a ella y  se la metió en la boca casi por completo.

Tal como si de un espectáculo porno se tratara, Pedro y Tomás se aproximaron para verlo mejor. Contemplar como el cocinero se pasaba la mano por el paquete de un modo burdo, me resultó extraño en un principio, pero resultó ser una de las fantasías que, posteriormente,  más evocaría en mis momentos onanistas.

Sin dejar de mirar como su compañero de trabajo se tragaba hasta la base el desmesurado rabo, Pedro sacó su verga y le hizo un gesto con la cabeza a su joven pinche para que  hiciera lo mismo. El muchacho no se lo pensó, se bajó la cremallera y extrajo su pene  fuera.

El treintañero, tal como imaginaba,  tenía un miembro viril acorde a su físico: regordete y voluminoso. Tomás tampoco se quedaba atrás y tenía un cipote que si no era muy gordo, era bastante largo y con un formidable capullo.

Como si fueran  las dos colosales lanzas de unos cazadores  y el Pequeño Nicolás su presa, aproximaron sus inhiestas pollas al rostro del muchacho, quien, al percatarse de su presencia, agarró cada una en una mano, sin detener  por ello la colosal mamada que le estaba pegando a Elías.

El gigantón echó los brazos por encima a su jefe y a su compañero y, guiñándoles un ojo, les dijo:

—¡La mama mejor que una tía!

Aquella aseveración animó a los otros dos hombres que se aproximaron aún más, como si con ello fueran a conseguir que su turno para disfrutar de las caricias bucales fuera a llegar antes. Observé el rostro de ambos y en ellos se podía observar  un brillo que no había visto en ellos antes, estaban tan pletóricos de contentos que se les veía eufórico.

El joven pinche, consciente ya de que todo había sido una maldita encerrona, se soltó un poco más el pelo, abandonó el vibrante pollón de Elías y envolvió con sus labios el regordete pollón del cocinero, quien al sentir el calor de la boca de Nicolás no pudo reprimir soltar unos prolongados gemidos. Tan potentes que yo, desde donde me encontraba, los pude oír con total claridad.

Por lo que pude ver, al principio se detuvo concienzudamente en el glande, dándole unos contundentes sorbetones, observé el rostro del agradable cocinero, había cerrado los ojos y su expresión evidenciaba contundentemente que se lo estaba pasando de miedo. Si siempre su rostro era característico de alguien  bonachón y gentil, sumido en aquel baño de lujuria no lo era menos. Lo percibí tan relajado y feliz que incluso me pareció más guapo. Por unos segundos, deseé ser yo quien se tragara aquel caliente embutido.

Lancé una visual a los otros dos y no apartaban los ojos de la singular mamada. Elías, quien  ya había tenido su sesión de sexo oral, estaba exultante y se agarraba sus atributos fuertemente,  tal como si blandiera un arma blanca en su mano. Tomás, por su parte, tenía  puesta una  carilla de no creerse nada de lo que estaba pasando, aun así no paraba de masajearse su erecta estaca de arriba abajo.

En un momento determinado, Pedro hecho el brazo por encima al chaval que tenía al lado y cerraron una especie de circulo alrededor del Pequeño Nicolás. El joven pinche al sentirse cercado, se sacó el miembro viril del cocinero de la boca y en tono jocoso dijo:

—¡Tíos, tranquilos que no me escapo y no me voy a ir sin comerme las tres pollas!

—¿Solo nos va a comer la polla? —Preguntó Elías con cierto descaro.

—¿Queréis algo más?

—Hombre, a mí ya puesto me gustaría saber si tu culo es capaz de tragarse esta —Al decir esto último mostró su polla con el mismo orgullo que un cazador muestra una presa.

—Te podrías sorprender con lo que soy capaz. Pero primero me gustaría probar el sabor del  nabo  de Tomasito.

Con total desdén, abandonó la morcilla de Pedro y arrastrando sus rodillas  durante el corto espacio que separaba a un hombre de otro, se colocó delante del benjamín del grupo, agarró su miembro viril y se quedó mirándolo fijamente durante unos segundos, me dio la  sensación de que estaba calibrando  su dureza con la mirada. Segundos después,  el tieso mástil era absorbido por el agujero negro que parecía ser su boca.

El rostro del musculoso muchacho se comprimió en una mueca que más de gozo, me pareció de dolor. Echó la cabeza hacia atrás y sin dejar de cabecear, exclamó:

—¡Hooooostiaaas!¡Pero qué bien la chupa el cabrón!

El desmedido gesto del joven pinche provocó una sonrisa de complicidad entre Elías y Pedro, quienes se aproximaron un poco más y cerraron casi completamente el círculo en torno a Nicolás. De tener una buena perspectiva de lo que estaba sucediendo entre aquellos cuatro, pasé a poder ver solo las espaldas del cocinero y su ayudante.

Ciego ante lo que estaba haciendo el delgado pinche con el cipote de Tomasito, me recreé observando  a los dos fornidos individuos. La altura de Elías era bastante considerable, yo aseguraría que pasaba el metro noventa, tenía unas espaldas anchas y  una complexión bastante atlética. Por su parte Pedro, con el  pantalón bajado a media rodilla y  mostrando unas nalgas peludas, se me antojaba más atractivo de lo habitual. Aunque sabía que era inapropiado y esos deseos  solo me habían traído complicaciones, no podía reprimir el fuego que brotaba bajo mi piel y me relamí golosamente el labio inferior, tras meterme soezmente mano al paquete.

Unos minutos más tardes (los cuales se me hicieron eternos) los hombres dejaron salir de su “encierro” al fervoroso pinche, quien se incorporó pasándose un dedo por los morros de modo despreocupado. Una vez  fue consciente de que había conseguido colmar la atención de sus tres compañeros, adoptó una pose propia de quien domina la situación por completo y  se dirigió a ellos.

—Por lo que he podido entender Elías,  me quieres follar, ¿no?

El fornido ayudante de cocina movió la cabeza con un poco de perplejidad, como todos los allí presente, conocía bien lo atrevido y echado para adelante que podía llegar a ser el Pequeño Nicolás, sin embargo, la actitud altanera  de la que hacía gala en aquel momento no dejaba de sorprenderle.

Buscó con la mirada a su jefe, como si tuviera que pedirle permiso para contestar a la más que obvia provocación. Pedro sonrió por lo bajini y asintió con un leve movimiento de cabeza, que no pasó desapercibido al descarado muchacho.

—Si tenéis algún problema por  hacerlo en el lugar de trabajo, podemos quedar luego. Tengo unas ganas locas de pillarte y  te juro que es una oportunidad que no voy a dejar pasar.

–No, Nico. No hace falta que quedemos después,  los tres lo hemos hablado y tenemos  una enorme curiosidad por saber lo que se siente metiéndosela por el ojal a un tío…

—Claro está, Nico, si a ti te apetece —Concluyó de manera amable el jefe de cocina.

El desvergonzado jovenzuelo apoyó sus manos sobre su escuchimizado trasero, sacó orgullosamente pecho  como un pavo e  inspeccionó con la mirada a los tres hombres que tenía delante durante unos breves segundos. Por el gesto de complacencia que hizo, la sugerencia de ser penetrado por los tres le parecía de lo más suculenta. Tras desperezarse un poco, como si con ello diera a entender que aquello no le importaba lo más mínimo, dijo:

—La verdad es que los tres tenéis una polla muy rica y no me importaría que me dierais caña de la buena con ella.

—¿Entonces va? —Preguntó Tomás, quien sostenía su cipote como si fuera una especie de trofeo que tuviera que enseñar a todo el mundo.  

—Sí, ¿por qué no? Tampoco es que esta tarde tuviera nada mejor que hacer…

—¿Quién empieza? —Preguntó Pedro, a quien la emoción que lo embargaba le tenía un poco ansioso.

El debilucho pinche se quedó mirando a su jefe, tal como si le perdonara la vida. Estaba claro que a pesar de haber sido un plan urdido en su contra, él había conseguido darle la vuelta y era quien estaba manejando la situación a su antojo.  Ser la diana del deseo de sus compañeros de trabajo le hacía crecerse y se jactaba de ello en cada uno de sus ademanes,  daba la sensación de que se creía  el ombligo del mundo. Los tres semidesnudos individuos, quienes en otra circunstancia no le hubieran permitido ni la más mínima chulería, le dejaban lucirse, pues, según deduje, lo más importante en aquel momento era probar el culito del Pequeño Nicolás.

—¿Alguno de vosotros ha sodomizado a alguien?

—¿¡Cualo?! —Exclamó Tomás, dejando claro que lo de “sodomizar” le sonaba a chino.

—¡Qué si le hemos dado por el culo a alguien, botarate! —Dijo Elías dándole una pequeña colleja en la cabeza al chaval.

—Yo no —Intervino Pedro impregnando a sus palabras de bastante seriedad—La mujer no me deja y querría probarlo.

—Yo tampoco —Añadió tímidamente el más joven del grupo.

—Yo sí. Un par de veces a una novieta que tuve de más joven. La muy puta quería llegar virgen al matrimonio y no consentía que se la metiera por el chochito.

Nico se puso las manos en la cintura y tras mover la cabeza dándose ciertos aires de importancia, dijo:

—Sí, pero eso es mucho tiempo Eli

 

—¿Qué quieres decir con eso?

—Como está claro que un coche no se aparca igual en una cochera más grande, que en una más pequeña. Supongo que os voy a tener que dar  unas pequeñas clases de como gozar metiéndola en un culito calentito.

Elías, cachondo  como estaba, se llevó burdamente la mano  a la verga  y la mostró diciendo:

—¡Con esta sí que vas disfrutar tú!

—¿Quieres ser tú el primero? —A la vez que le preguntaba, el joven pinche se acercó a su fornido compañero y le pasó la mano por el pecho.

Elías buscó de nuevo la aprobación de Pedro.  El cocinero, fiel a su carácter bonachón, movió la cabeza afirmativamente, diciéndole:

—¿Por qué no? Alguien tiene que empezar, ¿no?

—Una cosa, Pedro ¿tenéis condones?

—Sí, hemos comprado una caja.

—Veo que lo teníais todo preparado. ¿Qué hubiera pasado si os hubiera dicho que no?

—Era algo que ni siquiera se me había pasado por la cabeza, o te crees que no te he pillado más de una vez mirándome el paquete  a mí o a Pedro, o  el culo a Tomás.

—He de admitir que me ponéis mogollón —Dijo Nico esbozando una tímida sonrisa— Pero ya sabéis el refrán: “Donde tengas la olla no metas la po…”

Pedro, como si hubiera tocado un resorte secreto que le retorciera las tripas, cambió el gesto hacia uno más serio. Guardó silencio unos breves segundos y dijo:

—Evidentemente, lo de hoy lo llevamos planeando ya un tiempo, y si no te hemos propuesto antes nada es porque no nos hace ninguna gracia que nos pillaran en plena faena, pero te puedo asegurar que  los tres tenemos unas ganas locas de… ¿cómo has sido lo que has dicho antes?

—Meter el coche en la cochera…

—¡Pues eso! Elías, Tomasito y yo estamos deseando meter el coche en una cochera más estrecha y hemos buscado el día y el momento adecuado para hacerlo.

—¿Desde cuándo lleváis planeando esto? —Dijo el Pequeño Nicolás poniendo una mueca que era mitad fastidio, mitad sorpresa.

—Bastante tiempo, ¡no quieras saberlo! —Sentenció Elías.

—¿No me digas que habéis acordado el turno con la única intención de follarme?

Un otorgante silencio fue la única respuesta que consiguió. Por la cara que puso el amanerado pinche, no supe si le había sentado bien o mal el puñetero plan que habían urgido sus compañeros. Antes de que pudiera sacar a relucir lo que pensaba al respecto, Elías se  fue para él y, metiéndole un salvaje magreo en el culo, le espetó:

—¡Nico, si quieres  ya te daremos todos los detalles más tarde! Ahora lo que quiero es que te bajes el pantalón y me muestres ese culito que tienes ahí.

El muchacho, que hasta el momento había hecho alarde de tener todo bajo control, cambió automáticamente de proceder, adoptó una postura más servil y se bajó el pantalón tal como le habían pedido.

Pese a que sus movimientos se asemejaban a los de un autómata y estaban vacuos  de sensualidad, los tres tipos que tenía frente a sí,  estaban tan ávidos de sensaciones que lo observaban sin perder detalle, tal como  si el culo de aquel delgaducho joven fuera la panacea para el supremo placer.

Con total desparpajo, el joven pinche se apoyó sobre una de las encimeras, sacó  provocativamente el pompis hacia fuera e invitó a su robusto y enorme compañero a que lo penetrara:

—Elí,  ponle el traje  de gala a tu amiguito para que pueda entrar en el restaurante.

El corpulento individuo hizo un ademán de complacencia y alargó la mano hacia el trasero del pinche.  Tras hurgar con sus dedos en el ojete durante unos segundos, no pudo reprimir exclamar:

—¡Joder, Nico! Tienes el culo completamente rasurado —Se mojó los dedos en los labios y los volvió a llevar al agujerito —. ¡Ummm! ¡Qué rico! Creo que antes de entrar en el “restaurante”, voy a probar los entremeses.

El voluminoso y atractivo ayudante de cocina giró la cabeza como buscando algo sobre la estantería que tenía ante sí, una vez lo encontró, alargó la mano  y se lo mostró a su compañero.

—¿Por qué me enseñas ese bote? —La voz de Nico sonó bastante estridente, como si estuviera cansado de tanta bromita por parte de Elías.

—Tío, tienes un culo  para comérselo, pero tú sabes que yo a todos los postres le echo caramelo líquido. ¿Puedo?

No sé por qué, pero la circunstancia de que le pringaran el ano con aquel menjunje, al delgaducho chico le pareció de lo más excitante y tras sonreírle generosamente, asintió intensamente.  

—Pues ábrete  bien el culo con las manos, ¡que te voy a poner el ojete rico, rico!  —Dijo Elías arrodillándose tras él y agitando con energía el dulce aderezo.

Una indescriptible mueca se pintó en el rostro de aquel hombre mientras apretaba el bote y pringaba con su contenido el ano del Pequeño Nicolás, sus ojos resplandecían con un malévolo brillo y todo su cuerpo parecía henchido de  lujuria. Localicé su hermosa polla y  esta se encontraba erecta como el mástil de un barco.

Observé a Pedro y a Tomás, ambos, sin dejar de masturbarse lentamente,  estaban pendiente de todo lo que hacían  sus dos compañeros. En un momento determinado, el cocinero pegó un codazo a su subalterno e intercambiaron una sonrisa de complicidad.   A pesar de la absoluta sorpresa que se dibujaba en su rostro, tuve la impresión de que estaban más que satisfechos pues los acontecimientos se estaban desarrollando mejor de lo previsto.

El corpulento Elías hundió su cabeza entre las nalgas de Nico, quien,  al sentir como la rasposa lengua lamía su pegajoso trasero, no pudo evitar gemir como un poseso.

—¡Caaaabrón, que bien lo haces!  ¡Mmmmm…!¡Joooder que pedazo de comida de culo me estás pegando! ¡Hoostiiias, eso es un beso negro y lo demás son tonterías!

Excitado ante lo que acontecía ante sus ojos, el jefe de cocina agarró el bote de caramelo líquido y echó un chorreón sobre su regordeta polla. Acto seguido se subió a la encimera y se puso de pie sobre ella, de manera que dejó  su cipote justo delante de la boca del amanerado jovenzuelo.  Este sin necesidad de que este le dijera nada, se metió el azucarado trozo de carne en la boca y comenzó a hacerle una felación en toda regla.

Tomas, imitando a su jefe, se embadurnó la verga con la pegajosa sustancia y se colocó junto a él. Nicolás al ver que tenía otra polla a su disposición, abandonó la de Pedro y dedicó sus atenciones al falo de su musculoso compañero.

La escena de los dos hombres subidos sobre el mueble de cocina, como estatuas de un parque, dejándose comer el nabo por el joven pinche, a quien le estaban devorando el ano, consiguió que mi erección perdiera el carácter de placentera y pasara al de dolorosa.

Una vez Elías calmó su hambre de beso negro, se incorporó, rompió el envase de un preservativo con la boca y se lo colocó debidamente.  Sin pedir siquiera la  opinión del muchacho, colocó su polla en la entrada del culo que había devorado con ansias segundos antes e intentó meterla de golpe.

—¡Calma tío! —Gritó el Pequeño Nicolás, encogiendo un poco el pompis —Así en frio no entra ni de coña, ensalívalo un poco antes.

—¿Ensalivarlo? —El vigoroso ayudante de cocina se quedó pensativo durante unos segundos, esbozó una sonrisa de niño malo  y dijo —Tengo una idea mejor.

Se subió los pantalones hasta la cintura y camino hacia la nevera, para sorpresa de sus compañeros que lo miraban expectante sacó una tarrina de mantequilla y cogió también  una pequeña botella de aceite de oliva.

—¿Qué coño vas a hacer con eso? —Le preguntó Pedro que no daba crédito a las extravagancias  de su ayudante.

—¿No has visto “El último tango en Paris”? Sí a Marlon Brando le funcionó, no sé porque a mí no.

La natural chulería con la que se mostraba aquel tipo me dejó un poco descolocado, pero no más que a los dos hombres que estaban subido encima de la tarima, quienes, tras observar el vulgar desparpajo con el que actuaba su compañero, se miraron atónitos y se sonrieron picaronamente.

Elías tras untar el orificio del delgaducho pinche  con mantequilla, echó un chorreón de aceite sobre el látex que cubría su miembro viril.

Observé al Pequeño Nicolás, tenía los ojos cerrados, mamaba el nabo de Tomás muy lentamente y actuaba como si estuviese ausente. Toda la furia que segundos antes había sacado a relucir parecía haberse esfumado, se mostraba dócil y encorvaba su espalda con la intención de que  el potente semental que tenía detrás lo ensartara con su cipote.

Sin dejar de saborear el mástil que tenía en su boca, y tal como si fuera un puto replicante de “Blade Runner”, agarró el pringoso pollón de un modo impersonal y le señaló el camino. Una vez comprobó que su chorizo estaba debidamente colocado a las puertas del embadurnado agujero, el fornido ayudante  empujó concienzudamente sus caderas hacia delante y la unión de la mantequilla con el aceite consiguió que su larga  verga entrara sin apenas dificultad y, por lo que pude intuir, hasta la base.

Fue tan  fuerte la  embestida, que  propició que el muchacho se sacara la polla que tenía en la boca y pegará un fuerte bufido de placer. Sin soltar el miembro viril de Tomás, alargó la mano hacia el rodillo de carne y sangre de Pedro y comenzó a pajearlos a los dos simultáneamente. Tanto más empujaba la pelvis de Elías contra sus glúteos, más pasión le inculcaba a la doble masturbación.

—¿Lo estoy haciendo bien cabrooón!

—No está mal, Elí —Farfulló el joven pinche mordiéndose levemente el labio inferior —,  pero seguro que me la puedes meter aún mejor.

Aquella más que aparente provocación consiguió hacer mella en el corpulento semental que tras apretar fuertemente su cintura y, tal como si estuviera poseído, comenzó a mover las caderas de un modo frenético.

La potencia con la que aquel hombre lo estaba penetrando dio como resultado que  el Pequeño Nicolás dejara de proporcionar placer a las pollas de sus compañeros y se agarrará a ellas como si fuera una especie de asidero con la única intención de no caerse.

Nunca antes había visto una follada tan salvaje,  aquel hombre emanaba tanta testosterona que por momentos deseé ser yo el que ocupaba el lugar de su eventual amante, por momentos olvidé la cabronada que me habían perpetrado los dos de Cañete y pensé en lo que veía como un acto meramente físico y  sexual, un acto con el que abrazar el placer.

Dejé que mi mirada recorriera a Elías de pies a cabeza, parándome en sus ojos pardos que brillaban de lujuria, en su boca, en unos labios gruesos  que se me antojaban como algo lo que saborear minuciosamente, su voluminoso torso que a pesar de estar tapado por su ropa de trabajo era de lo más sensual, su trasero peludo que pedía a gritos ser acariciado, su vigoroso cipote, que de vez en cuando salía de su encierro y  que imaginaba como el más delicioso de los manjares…

Un gutural bufido me saco de mi ensimismamiento. El descomunal individuo había dejado de mover sus caderas, tras agarrar fuertemente al Pequeño Nicolás por la cintura, apretó fuertemente los dientes durante unos segundos y, como si fuera una especie de desahogo, gritó:

—¡Me coooorro!

 

Continuará en: “Meter toda  la carne en el asador”

 

Acabas de leer:

Juego de Pollas

 Episodio VIII: Fuera de carta.

 

 (Relato que es continuación de "El ser humano es raro")

Como siempre hago al pie de los relatos, me gustaría pedirte que dieras tu opinión al respecto.  El número de visitas y las valoraciones son importantes, pero conocer con tus propias palabras las sensaciones que he podido despertar en ti lo son más. Así que anímate y escribe algo. Son solo cinco minutos.

Si es la primera vez que entras en un relato mío y te has quedado con ganas de leer más sobre la vida del protagonista (Pepe), hace un tiempo publiqué una guía cronológica de sus historias titulada: “Mis problemas con JJ”. Está un poco desactualizada pero te puede servir de ayuda.

Si te quedaras con ganas de seguir leyendo más historias mías, en septiembre  publiqué una guía de lectura que te puede servir de ayuda para situarte  a la hora de leer las distintas series.

Como siempre agradecer a todo aquel que leyó, valoró y comentó. Los gatos no ladran. y a modo particular: a hasret: La verdad es que una saga tan larga como la de Ramón es laborioso de escribir, cuando uno echa la vista atrás y ve la cantidad de lectores que, o se han quedado en el camino o no comentan, uno no sabe si está haciendo las cosas de la manera debida, así que no sabes cuánto se agradece que la gente se tome cinco minutos de su tiempo y escriba un comentario; a Alejandro: Pues con la revisión que publicaré en Diciembre, ya solo quedan cuatro capítulos. Espero que disfrute lo poco que queda; a keegan13: No, no lo había publicado. Se había contado desde el punto de vista de Mariano, pero no desde del Ramón. De todas maneras, como le he dicho a Alejandro, la historia ya está a punto de terminar y ya queda muy poco para saber el desenlace. Espero no defraudarte; a ozzo2000: Como habrás podido leer este mes no le tocaba ni a Iván, ni a Ramón. Este mes le tocaba al joven JJ, ¿qué te ha parecido el episodio de hoy? Sé que lo he cortado en el momento culmen, pero es que tampoco quería hacerlo muy largo; a Tragapollas Manchego: En respuesta a tu pregunta de:” ¿A qué juegas Machi?” tiene fácil respuesta: A quedarme un poco con el lector. Me explico. El relato de “TE comería EL corazón” se publicó originalmente a finales del 2.012 (lo que has leído ha sido la revisión), como el relato se me quedó con muy poco sexo (un beso negro, solamente), decidí incluir la “primera vez” de Ramón. El relato tuvo bastante éxito y seguí jugando con lo improbable (nunca más de una vez por año, para no cansar). La siguiente vez fue en 2.013 con: ¡No es lo que parece!  y la última en el 2.015 con  Cuando el tiempo quema. Sabes el apego que  intento que mis relatos tengan a la realidad, hay cosas que el lector está deseando leer (y yo contar) lo de recurrir al mundo onírico es una forma de que esto se materialice, sin que los personajes saquen los pies del tiesto. Sé que leerlo los dos  casi seguidos (fallo mío), te ha podido parecer repetitivo, pero no era esa la intención. En cuanto a que te han parecido muy heteros los pensamientos de Ramón, me alegra un montón que me lo digas pues hasta el título del relato iba en relación a eso: Estará enamorado de un tío, pero no ha cambiado la concesión que tiene de las cosas  y a mmj: A ti que has leído todas mis historias, no hace falta que te diga que es lo que viene ahora, pero sí. Ramón va a entrar de lleno en su lado oscuro y va a coger a Mariano de la mano. Estate atento al próximo.

Quiero a ver si me llega la inspiración y publicar el clásico relato de Navidad. Por sí o por no, nos vemos en tres semanas con una revisión de un relato de “Historias de un follador enamoradizo” titulado “el MUNDO se EQUIVOCA” protagonizado por Mariano y Ramón. ¡No perdérselo que es de los buenos! 

Hasta entonces, disfrutad de esa cosa llamada vida o por lo menos intentadlo.

Mas de machirulo

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Fácil

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Follando con el mecánico y el policía (R) 2/2

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Putita

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El ciprés del Rojo

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Follando por primera vez (R) 1/3

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Once pollas para JJ

Prefiero que pienses que soy una puta

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Follando: Hoy, ayer y siempre (R)2/2

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¡Ven, Debora-me otra vez!

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Porkys

Autopista al infierno.

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El sexto sentido.

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¿Por qué lo llaman sexo cuando quieren decir amor?

Sin miedo a nada.

¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?

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El rumor de las piedras.

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Guía de lectura segundo semestre 2.014.

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Unos condones en la guantera.

La voz dormida.

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Bésame, como si el mundo se acabara después.

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Guía de lectura primer semestre dos mil catorce.

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La lista de Schindler.

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Valió la pena

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¿Por qué lo llaman sexo cuando quieren decir amor?

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¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?

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Follando con mi amigo casado (R)

“.... y unos osos montañeses)”

El padrino

... Bubú.....

El blues del autobús (Versión 2.0)

El parque de Yellowstone (Yogui,....)

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Sexo, viagra y ... (2ª parte) y última

Before siesta

Sexo, viagra y unos pantalones anchos (1ª parte)

El bosque de Sherwood

El buen gourmet

Como la comida rápida

Pequeños descuidos

¨La lista de Schindler¨

El blues del autobús

Celebrando el partido