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Perdiendo mi religión.

en Gays

21/08/12  08:30

(Ramón sigue recordando ante el espejo todos los pormenores de su relación con Mariano)

“La vida es más grande que tú.

Y tú no serás nunca yo

¿Podré sobrevivir a la distancia de tus ojos?

Ya estoy hablando demasiado”

Aquel domingo de Julio fue de lo más contradictorio. Había pasado prácticamente  todo el día con la persona que (muy a mi pesar) estaba descubriendo que amaba: Mariano. No obstante, por lo que pude intuir, la excepcional circunstancia me había puesto más feliz  de lo habitual y  mi madre (a quien no se le va una) se percató de ello comenzando a indagar sobre el motivo de aquel cambio en mi estado de ánimo. Aunque la llegada  de mi hermano David con su familia,   me exonerara  de  tener que dar las  explicaciones pertinentes, conociendo lo pertinaz que es la buena señora, en cuanto tuviera ocasión volvería a insistir con la dichosa cantinela. Tenía claro dos cosas: ni la podía engañar porque se daría cuenta de ello, ni le podía contar la verdad, pues ni yo mismo estaba preparado aún para afrontarla.  

Aterrado ante el cumulo de mentiras  en el cual se  estaba transformando mi vida, pasé la noche en vela intentando ordenar mis ideas, buscando una puerta al callejón sin salida en el que me estaba internando cada vez más. No quería prescindir de mi familia, no quería renunciar a “la relación” con mi amigo… Cualquier decisión que se me ocurría, no solucionaba nada. Me sentía como una especie de súper héroe al uso previendo un plan de escape, en  el caso desafortunado que se descubriera su identidad secreta y en este caso, era  la Tía May quien se disponía a descubrir quien se ocultaba bajo la máscara de Spiderman.

Me sentía mal conmigo mismo por haber sucumbido al sexo con Mariano, pero contradictoriamente era de las pocas cosas que  en aquel momento  daban sentido a mi malograda vida. No obstante, esconder mis sentimientos  no había sido nunca una de mis habilidades y, o empezaba a aprender a hacerlo, o mi mundo particular se vendría abajo. ¿Podría soportar la mirada de mi madre cuando supiera lo que estaba haciendo? Es más, ¿podría seguir mirándome al espejo cuando todo saliera a la luz? Pues si hay algo que tenga las patas muy cortas, son las mentiras.

Sobre las diez, llegó Elena con las niñas, descargamos el equipaje de la playa y nos fuimos para casa de mi madre. Allí mi hermano y su familia lo tenían todo listo para marcharse y cedernos el  “testigo” del cuidado de  nuestra madre.

Alba y Carmen nada más llegar se volcaron en colmar de atenciones a su abuela enfermita, no solo la atiborraron de besos, sino que le contaron una y otra vez todo lo que había hecho en Fuengirola y lo bien que se  lo habían pasado, mi progenitora encantada de la vida con sus nietas se olvidó por completo de la conversación que teníamos pendiente.

“En cada susurro de cada hora en vela

Me gustaría elegir mis confesiones

Intentando no perderte de vista,

Me siento tonto, herido, perdido y ciego

Ya estoy hablando demasiado”

Aquel turno  se presentaba de lo más aburrido, nos habían asignado la zona de Nervión y, salvo algún incidente menor (prostitución callejera, algún hurto o niñatos de botellona…) era un barrio muy tranquilo, si a todo eso se le añadía que era lunes por la noche, el servicio se me antojaba de mil y una conversaciones para arreglar España, el mundo y el resto del universo conocido.   

Mi compañero en aquel entonces era Vladimiro, un tipo de unos cincuenta años, divorciado y más caliente que el pico de una plancha. Vladi, pues así es como gusta que lo llamen, es un tipo bastante alto (me puede sacar unos diez centímetros) y bastante corpulento. Pese a su edad, se mantiene bastante en forma y todavía hay constancia en él del deporte practicado a lo largo de toda una vida. Si a eso le unimos una pelambrera morena sin ninguna cana, el tío aparenta unos cuantos años menos (Aunque de esto último, por mucho que él lo niegue,  yo tengo mis serias sospechas de que su color sea natural, sino más bien teñido).  

Pese a que no es mal parecido y que su apariencia de tipo duro le hace tener cierto éxito entre las féminas, su mal carácter con una copita de más, da como resultado que, frecuentemente, las mujeres se alejen mucho más rápido de lo que se  acercan.  La verdad es que cuando no lleva el uniforme, más que un miembro de la seguridad  del estado, parece un matón venido a menos. Entre sus muchas “cualidades” cuenta con la de ser un jeta integral que solo busca su propio beneficio,  motivo por el cual la mayoría de los compañeros no lo soportan,  no obstante yo era de  la opinión de que  como siempre había sabido ponerlo en su sitio, no había tenido demasiados problemas con él. Además, no sé porque extraña circunstancias, yo a él le caía bien y era una baza que jugaba a mi favor en nuestro día a día.

Normalmente sus  conversaciones se limitaban a tres temas: al futbol, los putos recortes y lo buena que estaban  las tías. Pero como desde que “mi Betis” había ascendido a primera, como buen Sevillista  que era, había dejado aparcado temporalmente el tema del futbol y solo se limitaba a hablar del poco dinero que tenía gracias a los ajustes del gobierno, de lo mucho que le gustaba follar, de lo poco que lo practicaba desde que se divorció  y de lo caliente que estaba.

—… últimamente con la mierda de la pensión de mi mujer, no me queda pasta ni para irme de putas, tengo la polla  como un puto adolescente, con los dedos marcao de tantas pajas que me hago…

Aparté levemente la mirada de la carretera y le respondí con una forzada sonrisa, Vladi se tuvo que dar cuenta de que se estaba poniendo un poquitín pesado y se quedó callado durante unos segundos, pero como el silencio y mi compañero eran incompatibles, rápidamente, volvió a emprender su interminable parloteo:  

—¿Oye a ti que te ha pasado con el nuevo?

Lo miré con cara de no entender a quien se refería.

—¡Israel, el madrileño!

—Algo que solo le importa a él y a mí —respondí en un tono bastante cortante y seco.    

El mutismo volvió a mi compañero,  quien se quedó un poco cortado ante mi respuesta, pero no cejando en su empeño, prosiguió metiendo el dedo en la llaga:

—Hombre, tampoco es para que te pongas así… El chaval me ha contado lo que te pasó con él y no lo veo para tanto.

Uno está curado de espantos y no se asusta de nada, pero oír que Israel había comentado por ahí lo sucedido a la salida del gimnasio me puso de mala hostia, `¡y a quien fue a decirselo, nada menos que al bocazas del Vladimiro, la indiscreción personificada!

—¿Qué te ha dicho el niñato ese? —Mi voz sonó cargada de furia.

—Nada… Lo que pasó…

—¿Y qué fue lo que pasó según él?

—Pues que te invitó a que te follaras a Rodrigo, su putita, y tú te pusiste a gritar  como un energúmeno…

La familiaridad con la que mi compañero hablaba de aquel tema, hizo que pusiera las “antenas” tiesas, se me hacía extraño y además impropio de Vladi, quien podía ser cualquier cosa menos una mente abierta y tolerante. Lo seguí escuchando en silencio, aguardando oír hacia donde encaminaba la conversación.

—…el muchacho lo único que te estaba invitando era a un desahogo baratito, que el tal Rodri además de tener un culito tragón, la mama de vicio.

Despegué la vista un momento de la carretera y lo miré de reojo, estaba a punto de preguntarle cómo diantres sabía aquello, cuando sus palabras me dieron la respuesta.  

—…las dos semanas que lo tuve de compañero, el chaval cogió bastante confianza conmigo y me contó lo que te había pasado con él…Yo le dije que no te echara cuenta, que eres buena gente pero muy convencional y chapado a la antigua, ¡que ya se te pasaría!...

La retahíla de mi compañero no tenía desperdicio, no solo quitaba importancia a un tema tan espinoso como el mariconeo, sino que encima me tachaba a mí de tener la mente cerrada. Si  la curiosidad por saber todo lo que tenía que contar no me hubiera carcomido, le habría soltado dos buenas frescas.

—…a mí las visitas al mariconcillo ese me están viniendo de puta madre, ¡pega unos lavados de cabeza que quitan el sentio!Su culo no es un chocho, pero para un alivio  bien me vale.

No daba crédito a lo que estaba oyendo. Vladi no solo estaba admitiendo,  sin perjuicio de ningún tipo, que había accedido a la proposición de Israel, sino que reconocía abiertamente que le había gustado. No sabía si enfadarme, si echarme a reír…

—…tenías que haber visto la cara que se le quedo a la putita de Israel cuando me vio llegar con él a su casa. Al principio, al vernos a los dos con el uniforme, pareció que se jiñó un poco, pero nada más que el Isra le dijo que yo iba para lo mismo que él, el muy maricón se abalanzó a mi polla, al ver lo bien que calzo,  me saco la churra y me hizo una mamada allí delante del madrileño…

He de reconocer que pese a lo incomodo que estaba ante la actitud de mi compañero, escucharlo hablar con tanta desenvoltura de sus escarceos homosexuales me tenía atónito y en vez de pedirle que se callara de una vez por todas, permanecí en silencio dándole a entender que me interesaba sus batallitas.

—…se la tragó entera de golpe, a los pocos segundos sus babas me resbalaban por los huevos…

Sin querer me deje envolver por la chabacana historia y comencé a imaginarme la polla de Vladi empapada de saliva y el sumiso muchacho tragándosela en toda su plenitud…

—… Israel al darse cuenta que como siguiera así me iba a correr, le pegó un tirón de la cabeza y le dijo: “Cabrona no le saques la leche tan pronto, que te tenemos que partir el culo antes”…

Escuchar como mi compañero me relataba como se follaron a  Rodri, hizo que mi subconsciente me traicionara y mi entrepierna comenzó a crecer de forma palpable.

—¡Quillo, tu mucho rollo con cabrearte con el chaval y todo eso, pero el bultaco que se te ha puesto, no es porque no lleves el arma reglamentaria en el bolsillo ! —dijo señalando mi bragueta, a la vez que se reía maliciosamente.

No pudiendo negar lo obvio, carraspeé sutilmente y en un tono recio  le dije:

—No te voy a negar que escuchar hablar de follisqueo me pone burro, pero Israel está soltero y tú, divorciado.

—…¡Y tú estás casado! ¡Cojoncito ciego, yo también he estado “cazado”, he disparado la escopeta por ahí y de las perdices que he matao  nadie se ha enterao!

Aprovechando que estábamos en un semáforo, clavé mi mirada en él e inspeccioné su rasgos, no sé porque jodido interés particular me había contado aquello, pero a pesar de la chulería de su expresión, intuí que no tenía dobles intenciones, sino que buscaba algo de mí y si en aquel momento hubiera averiguado de lo que se trataba, no hubiera podido reprimir las carcajadas.

—¿Quiénes son los que conocéis   el “tema” del niñato ese?

—Israel y yo solos, —la voz de Vladimiro sonó contundente— a mí me lo contó cuando le metí los dedos para preguntarle porque te habías cabreado con él. Le dije que si no le importaba, a mi gustaría visitarlo y ya he ido a su casa tres veces.

—¿Qué vas solo?

—No, el muy maricón parece que está enamorao del Isra, y como no sea con él delante no traga ni de coña.

Me quedé un momento pensativo, Vladi era cualquier cosa menos el prototipo de gay e Israel tres cuartos de lo mismo. Si a ellos le gustaba follarse el culo de un tío, ¿por qué no me iba a gustar a mí?  Es más, puede que la falta de sexo  con mi mujer me estuviera nublando las entendederas y, lo que yo creía enamoramiento, no fuera nada más que un sentimiento de afecto o amistad mal interpretado  y puede que  todavía hubiera una  “solución” para mí.

—Entonces, ¿te animas a venir con nosotros?

—¿Al chaval no le importará que yo vaya?

—No, estará encantando de conocerte—al decir esto mi compañero sonrió astutamente, como si maliciosamente me ocultara algo.

—¿Qué día tenéis pensado ir?  —proseguí preguntando sin darle mayor importancia a lo que Vladi se guardaba.

—El jueves, es el día que el chaval libra en el bar en el  que trabaja.

“He sido desmesurado al hablar

O no he dicho lo suficiente

Creí escucharte reír

Creí escucharte cantarle a otro

Ya estoy hablando demasiado”

 

Los días siguientes fueron para de lo más desconcertantes,  a ciencia cierta sabía que  el único interés de Vladi al contarme sus andanzas era manipularme y lo había conseguido. Estaba tan ansioso, como aterrorizado porque llegara el puñetero jueves y  solo manteniendo la mente ocupada, lograba no darle vueltas al maldito asunto.

Lo más curioso de todo esto era que, con el paso de los años me  creía más sabio y maduro para afrontar los avatares de la vida, pero nada más lejos de la realidad. Mi preocupación por el irreflexivo paso que me disponía a dar se reducía a no estar a la altura de las circunstancias, ser capaz de follarme a aquel niñato delante de mis compañeros y demostrarles lo “macho” que era.

Ni por un momento pensé en que todo aquello se pudiera saber y tuviera consecuencias tanto en mi vida laboral, como en mi vida familiar… En ningún instante tuve en mente que me disponía ser de nuevo infiel a Elena, ni que estaba traicionando mi amistad con Mariano. Egoístamente solo pensé en el sexo y en las posibles respuestas a mis incomprensibles sentimientos hacia Mariano. Me era mucho más fácil concluir que el culo de un tío me ponía a mil por mil, que aceptar el hecho de estar enamorándome de mi mejor amigo.

Estar a la altura de las circunstancias se volvió tan obsesivo para mí que ni siquiera me masturbé aquellos días, pues quería llevar los huevos repletos de leche.

“Considera esto el consejo del siglo

Considera esto el desliz que me hizo arrodillar decepcionado

Cuando todas mis fantasías se van cayendo

Ahora  estoy hablando demasiado”

—Sabía que al final te atenderías a razones —dijo Israel haciendo alarde de esa arrogancia  suya tan habitual.

Lo miré de arriba abajo, no aguantaba  lo más mínimo la chulería de aquel niñato, verlo con sus aires de superioridad y  su actitud  de sabelotodo, me enervaba la sangre. Estuve tentado de decirle un par de cosas, pero Vladi, intuyéndolo, me pegó un suave toque en el brazo y me miró haciéndome una mueca  reconciliadora.

La bravuconería de aquel jovenzuelo me sacaba de mis casillas, su engreimiento y sus aires de importancia cada vez se me hacían más insoportables.

Vladi quédate por aquí un ratillo, que como nos vean subir a los tres juntos se van a pensar que venimos a hacer una redada o algo parecido.

La Barriada de los Pajaritos  había pasado de ser un barrio tranquilo de gente trabajadora, a una zona de Sevilla donde la droga circulaba entre portales de manera escandalosa. No sabía porque la insistencia de Israel en venir con el uniforme, cuando de paisanos hubiéramos pasado más desapercibido. Mas como  aquella tarde la cordura se había tomado vacaciones y la lujuria manejaba todos mis actos, asentí a su petición sin hacer demasiadas preguntas.

En la distancia analizo todas y cada una de las líneas  rojas que crucé al ir a casa de Rodri y soy incapaz de saber qué carajo pasó por mi mente para hacer lo que hice, ¿cómo pude ser tan inconsciente?  Dicen que a veces cuando sentimos no pensamos, yo añadiría cuando la de abajo se pone tiesa, no se piensa con la cabeza.

La  parte baja de la fachada del bloque de pisos estaba sucia, la pintura gastada y algún que otro desconchón recordaba la pobreza que habitaba en su interior. De ser un hogar humilde, aquel edificio se había transformado en un techo para infortunados.

Fue solo traspasar el portal, y un olor mezcla a inmundicia y lejía barata invadió mis pupilas. Unos destrozados buzones, unos azulejos despegados de la pared y un suelo repleto de mugre no era la mejor  de las antesalas del paraíso pasional que me habían vendido mis compañeros. Tenía la sensación de que me dirigía, más que a un oasis de lujuria, hacia el estercolero de las bacanales.  

Mientras subíamos las escaleras, no puede evitar observar con deseos el culo del joven madrileño, ¡tan redondo!, ¡tan duro!, ¡tan apetecible!...  Desde que entrené con él en el gimnasio y vi sus musculosos glúteos, la imposible idea de partirle el culo había rondado una vez que otra por mi cabeza. No tanto por la atracción en sí, sino por un poco demostrarle quien  era el que mandaba y que por muy hinchado que tuviera los bíceps, quien tenía la polla más gorda y más grande era el menda lerenda.  Un pensamiento tan absurdo como superfluo, pero que consiguió que la polla se me hinchara de sangre.

El piso del tal Rodri estaba en la tercera planta, una puerta  de madera con la pintura descascarillada de arriba abajo, un timbre roto deseando despegarse de la pared y una alfombrilla donde el barro cubría casi por completo un desgastado  “Bienvenido”, una antesala que describía perfectamente la naturaleza del lugar donde estaba a punto de entrar.

Al abrirse la puerta pude conocer a “la putita” de Isra: un muchacho de unos veintiuno o veintidós años como mucho, bastante flaco y de aspecto frágil. Aunque no era feo, unos pómulos excesivamente marcados y unas ojeras herederas de sus abusos nocturnos, le restaban bastante atractivo. Llevaba el pelo al uno por la parte de atrás y en la parte superior lucía un cabello de punta, engominado primorosamente.  Vestía una camiseta amarilla con un montón de letras de colores y un pantalón vaquero de pitillo, que evidenciaba todavía más su delgadez.

El jovencito al verme  me observó minuciosamente y con un impropio descaro. Tras pasarme revista de pies a cabeza, sonrío complacidamente y dijo:

—¿Tú eres el famoso Ramón?

—Me llamo Ramón, pero que fuera famoso lo ignoraba —respondí sonriendo generosamente con el único fin de romper el hielo.

El muchacho se echó las manos a la cintura y con una pose falta de masculinidad dijo:

—¡Si supieras la de cosas que me han contado de ti! ¡Famoso, famoso del todo!

Puse cara de no saber de qué iba la cosa, el muchacho miro a Israel en busca de su aprobación, pero mi compañero lo reprendió:

—¡Cállate putita y no seas más bocaza!

Las ofensivas palabras del madrileño hicieron mella en el ánimo del delicado joven, a quien pareció írsele la alegría del rostro de golpe y porrazo.

Aguardamos a que Vladi llegara y pasamos al salón de la pequeña vivienda. Tal como supuse,  en aquel hogar habitaba el desorden y la falta de higiene era palpable. El único mobiliario era un cochambroso  mueble de madera  con varias repisas sobre el que  descansaba un televisor, una mesa pequeña y un sofá de tres plazas.

Sobre la mesa campaban a sus anchas varios envases de pizza, vasos sucios y algún que otro envoltorio de bollería industrial. En el sofá, acompañando a unos cojines blancos  manchados de grasa se podían ver unos mandos de una video consola y un ordenador portátil.

Rodri acarició sutilmente el pectoral de Israel, lanzándole una mirada libidinosa, el madrileño apartó su mano con desdén y agarrándole la barbilla de forma violenta le dijo:

—¡Déjate de mamoneo y cámbiate! Quiero que el amigo Ramón vea lo perra que puedes llegar a ser.

El afeminado chico sin decir nada, salió corriendo en dirección a lo que parecían los dormitorios, miré a mis compañeros en busca de alguna explicación y solo obtuve una respuesta sarcástica por parte de Vladi:

—¡Espérate un momento, veras como te gusta nuestra perrita!

No había pasado ni dos minutos, cuando escuché lo que parecían unos ladridos, miré en la dirección de donde provenían y  vi aparecer al dueño del piso, iba  desnudo,  caminando a cuatro patas e intentando  remedar los movimientos de un perro. Una correa ancho de cuero, de la cual colgaba una larga cadena de acero, se ceñía a su cuello y de su culo emergía una especie de cola negra de plástico que, tal como intuí, perforaba su recto.

No le veía erotismo alguno  a la deplorable imagen del muchacho lanzando pequeños gruñidos y moviéndose como si de un chucho se tratara, es más, me parecía tan patético como falto de sentido. Volví a mirar extrañado a mis acompañantes, pero ambos estaban disfrutando tanto con el pequeño teatrillo del muchacho, que me ignoraron por completo. Cada vez entendía menos lo que pasaba, pero una curiosidad malsana empezó a gobernar mis sentidos y me deje llevar por ella.

Isra se agachó ante Rodri, agarró la cadena metálica que   pendía de su cuello  y tiró fuertemente de ella, arrastrando al débil muchacho de un modo violento por el suelo. Las facciones de la “perrita” se contrajeron en una mueca de silencioso dolor. El madrileño  una vez  lo tuvo a sus pies, le gritó enérgicamente:

—¡Límpiame las botas perra!

El calzado de mi compañero, después de toda una jornada laboral, estaba bastante sucio, mas eso no pareció importarle al sumiso joven que, sin reparos de ningún tipo, lamió gustosamente la negra superficie como un cachorrillo lo hace con un plato de leche.

La imagen del escuchimizado chaval, prostrado ante el impresionante cuerpo de mi compañero trajo a mi memoria imágenes de sexo enlatado. Recorrí detenidamente con la mirada a Israel y constaté que su físico  no tenía nada que envidiarles a los actores de aquellas películas

El madrileño era metro noventa de masa muscular, por el tamaño de su cuello y de sus bíceps sospeché que se había metido un poco de chasca.  Todo su cuerpo era un inmenso mazacote, enfundado en el oscuro uniforme su aspecto era de lo más imponente. No era mal parecido y su mandíbula cuadrada terminaba dandole  ese puntito canalla que tanto gusta a las tías.

 Inconscientemente, paseé la mirada por su bragueta y, por lo abultado de esta, intuí que doblegar a Rodri a su voluntad lo estaba poniendo como una moto. Cubierta por la oscura tela, se dejaba entrever una erecta barra de carne que pugnaba por salir.

Una vez se cansó de que el chaval lamiera sus botas, volvió a tirar contundentemente  de la correa y bajando la mirada le gritó:

—¡Limpia las botas de Ramón, perra!

Contemplar al muchacho avanzar hacia mí a cuatro patas, tal  como si fuera un servicial perrito despertó en mi interior unas sensaciones extrañas, sentirme dueño de la situación me excitaba de un modo que iba más allá de lo sexual. No sentía atracción de ningún tipo  hacia el joven que lamía el sucio cuero de mi calzado, pero ver como se subyugaba ante mí elevaba desproporcionadamente mi  lujuria.

Israel me cedió el control de la cadena y, sin decir nada, se internó en el fondo de la vivienda  con una familiaridad pasmosa.

Me paré un momento a mirar a Vladi, el caliente cincuentón  sin despegar la mirada de mis pies no paraba de tocarse el paquete el cual parecía crecer más a cada momento. Sin pensármelo, obligué al sumiso muchacho a que chupara el cuero de sus botas.

Instintivamente llevé una mano a mi entrepierna, tenía la polla dura como una roca, aquello me excitaba de sobremanera de un modo que ni quería, ni podía comprender.

El madrileño regresaba de lo que parecía los dormitorios llevando en una mano lo que parecía un bote de lubricante y una caja de preservativos y la porra reglamentaria en la otra. Al llegar junto a nosotros, maquinalmente desenvolvió un preservativo y cubrió  el negro utensilio con él,  tras echar un chorro de lubricante sobre el envoltorio de látex, se agachó, sacó el dildo en forma de cola de perro del ano de Rodri, escrutó meticulosamente el dilatado orificio  con los dedos y dando una sonora palmada en las nalgas del desvalido chico, se dirigió a mí diciendo:

—Lo que más me gusta de esta putita es lo obediente que es, le tengo dicho que no quiero un puto pelo en el culo, ni en los huevos, pues lo último que quiero es que una maricona me pegue bichitos de esos—hizo una inflexión al hablar mientras tocaba los genitales del muchacho— y ¡no me veas como me obedece!…

Volvió a golpear el trasero del muchacho, como si arreara la grupa de un caballo y de un modo tan brutal como salvaje comenzó a introducir el fálico instrumento en el recto del debilucho chico.

Pese a que supuse que estaría acostumbrado a aquel tipo de brutalidades, el muchacho no pudo evitar encogerse de dolor cuando la porra comenzó a desgarrar sus entrañas y una mueca lastimera asomó a su rostro, entrelazó sus brazos alrededor de las piernas de  Vladimiro y apoyó su cabeza entre ellas.

Observé detenidamente a Israel, una expresión de satisfacción reinaba en su rostro, el muy cabrón estaba disfrutando de lo lindo con aquello, cuanta más porción de aquella artificial prolongación de su virilidad conseguía meter en el ano del muchacho, más se regocijaba en ello. El chaval tal como decían tenía un culo bastante tragón y poco después, sin demasiado trabajo, el negro sucedáneo de verga desaparecía casi por completo en sus esfínteres.

Con la porra encajada en su culo, sobrepasado los primeros espasmos de dolor, fue subiendo las manos a lo largo de las piernas de Vladi como si trepará por ellas, con la única intención de alcanzar su entrepierna. Al tocar el abultado paquete, saco la lengua bobaliconamente y comenzó a lamer el surco que formaba la verga de mi compañero bajo el uniforme. La morbosa escena me excitó de tal manera que, mientras la observaba detenidamente, frotaba  por encima del pantalón e mi endurecido miembro.

El niñatillo se veía que era un experto en poner caliente a la gente, pues se tomó su tiempo en agrandar el miembro del salido cincuentón, quien gemía descompasadamente.

Considerando que el cipote de  mi compañero estaba ya preparado para recibir una mamada, se dispuso a desabrochar la bragueta cuando lo interrumpió Israel tirando de la correa y gritándole en un tono desagradable:

—¡So perra, no querrás que te rompamos el culo aquí con lo sucio que está todo! Mejor vayamos al dormitorio, que he visto que has cambiado las sabanas.

Dócilmente apartó las manos de la cremallera y, imitando los andares de un chucho, se encaminó hacia las habitaciones del fondo. El madrileño nos hizo una señal para que lo siguiéramos y, como si se tratara de un tipo de orden, fuimos tras sus pasos.  Vladi ante mi mutismo, me miró ladeando ligeramente la cabeza  y me dijo:

—¿Qué te está pareciendo?

—No está mal —contesté sonriendo con aparente desgana.

—¡Pues ahora se va a poner mejor!

La trivialidad de sus palabras y el  carácter lúdico que mis dos compañeros le daban a todo aquello me sobrecogía y, a la vez,  su plena aprobación a mis actos,  me daba la seguridad que precisaba. Nunca antes (ni  siquiera con Mariano), había dado tanta rienda suelta a mis fantasías sexuales y aunque me daba un poco de grima todo aquel rollo de amo-esclavo, también me excitaba sobremanera.

Nos adentramos en el dormitorio y, tal como señaló Israel, estaba bastante más decente y limpio que el resto de la casa. Rodri, tal como si la escena anterior hubiera quedado interrumpida, se volvió a abalanzar sobre el mayor de mis compañeros y reanudó la  puesta a punto de su cipote.

Por el tamaño de su paquete, se podía vislumbrar que la polla de Vladimiro permanecía erecta, pero no por ello,  y con la única intención de calentarlo aún más,  el jovencito dejó de sobar la prominencia que se marcaba bajo el uniforme. Una vez lo creyó oportuno acerco su boca y regó  con sus babas el contorno de lo que parecía un enorme salchichón.

Tras juguetear un poco con él, procedió a liberar  el erecto miembro de mi compañero de la presión de la ropa interior y, sin ningún pudor,  se lo metió en la boca. La polla del cincuentón era de un tamaño bastante aceptable, más ancha que larga y con  una cabeza regordeta que el fogoso chaval chupaba como si fuera un enorme chupa-chups.

Hubo un cruce de miradas  con Israel y él me guiñó un ojo en un claro gesto de complicidad. Se manoseó  el paquete, indicándome que estaba completamente empalmado. Yo le respondí  con una sonrisa burlesca y paseé los dedos sobre el cilindro que se marcaba bajo el tejido de mi pantalón, haciéndome participe de su perverso juego. 

—Por lo que veo, te alegras de haber venido, ¿no?

Asentí con la cabeza y volví a recrearme con la espectacular mamada que el muchacho estaba propinando a mi compañero. Se deleitaba tanto que, por un momento, tuve la sensación de  estar inmerso en un espectáculo porno en directo. De buenas a primera paró, y se dirigió gateando torpemente en dirección a mí.

Observé al muchacho detenidamente y,  con la correa al cuello, la porra ensartándole el ano, comportándose como si fuera un perro y, por más que lo intentaba,  me era difícil percibirlo como una persona real. Al trepar sus manos por mis muslos, bajé la mirada y me encontré con algo tan artificioso, como excitante, en sus movimientos no había nada hermoso o eróticos, su aspecto y comportamiento eran pornografía pura: tan estimulante, como obsceno. Su rostro emanaba una desmedida lujuria, que llegaba a su punto álgido cuando sacaba su enorme lengua de forma provocativa.

Al tocar mi vergajo el muchacho no pudo reprimir su sorpresa e, imitando los jadeos de un perro en celo, se volvió hacia Israel quien le dijo:

—No ves putita, como no te mentíamos con respecto a lo que  el amigo Ramón tenía entre medio de las piernas.

Escuchar que mis compañeros habían hablado del buen tamaño de mi polla me enorgulleció y me molestó por igual. Me enorgulleció porque alimentó mi ego de macho y me molestó, porque el que se hablara de mis partes nobles era como si se invadiera, en cierta forma, mi intimidad. Estuve a punto de decir algo, mas estaba tan metido en disfrutar al máximo del  oscuro momento que no dije esta boca es mía.

Rodrí sacó mi polla del interior del bóxer y, como si fuera una especie de reto, intentó metérsela de golpe en la boca. A pesar de la facilidad del muchacho para devorar enormes manubrios, mi ancho capullo chocó con su campanilla y fue incapaz de tragársela al completo. Aun así no desistió y siguió intentándolo una vez y otra, hasta que se tuvo que rendir a la evidencia.

Al sentir como su boca envolvía mi verga, no pude evitar pensar en Mariano y en cómo me hacía gozar cuando me la mamaba. Sin embargo, tan rápido como pude lo aparté de mi pensamiento, pues no sé porque extraña gilipollez mi mente y mi cuerpo únicamente querían huir  de cualquier complicación y disfrutar del momento.

Al comprobar como mis compañeros observaban expectantes  si el jovencito conseguía lograba engullir mi tranca por completo, un singular sentimiento de orgullo hinchó mi pecho, que unido a el  espectacular “lavado de cabeza” que me estaban realizando, hizo que mi mente cediera ante mis instintos primarios y se olvidara de todo lo que no estuviera en aquella habitación.

He de reconocer que Rodri era un maquina chupando la polla, sabía dónde te tenía que tocar con la lengua para que disfrutaras el máximo, cuanta presión tenía que insuflar a sus labios para que gozaras como un condenado, cuando tenía que ir más despacio o más rápido… La boca del flacucho muchacho era un volcán y yo me estaba dejando incendiar a destajo.

De repente, con un tirón de pelo Israel lo apartó de mi polla diciéndole:

—¡ Se ve que te ha gustado el pollón del amigo Ramón! Pero si quieres que esta —se agarró el paquete burdamente—te taladre el culo, tendrás que ponerla a punto de caramelo.

Con ademanes violentos llevó la cabeza del  chico a su bragueta y la apretó dolorosamente contra sí, una vez Rodri consiguió  zafarse de la violenta opresión, llevó las manos a la portañuela de mi compañero  y, sin dilación alguna, procedió a sacar el vibrante pene de su cautiverio.

El vigor de la juventud era  más que palpable en aquella verga que podría medir, a ojo de buen cubero, unos diecinueve o veinte centímetros. Unas venas gordas azuladas recorrían su tronco desde el  glande hasta el escroto. El  enclenque chaval, como si se tratara de un terreno conocido de sobras por él, paseó su lengua por los surcos de aquella inhiesta columna,  para culminar lamiendo con mimo los depilados testículos.

Con la misma “delicadeza” que mi insufrible compañero lo  acercó a su entrepierna, lo apartó de ella, dejando al descubierto un nabo firme y chorreante de babas.  Tiró de su correa y se dirigió hacia la cama.

—¡Ponte en pompas, para que el amigo Ramón vea lo abierto que tienes el culo!

Del mismo modo que un perro obedecía la orden de su amo, el chico se subió a la cama, arqueó la espalda y sacó el culo hacia fuera. La imagen que ofrecía, con la porra incrustada en su recto, era un poco dantesca. Me sentía como si estuviera viendo un denigrante espectáculo y Rodrí  fuera una especie de fenómeno circense.

Sin ningún miramiento, mi joven compañero sacó el oscuro instrumento de sus entrañas y,  alardeando como si se tratará de una gran  proeza, me llamó para que me acercará a verlo.

El diámetro de aquel enrojecido ojete era más que considerable, un escaparate del vicio que aquel cuerpo era capaz de regalar. Penetrar aquel trozo de carne humana se me hacía netamente apetecible, mis pensamientos fueron rotos por una  jocosa y morbosa observación de Vladi.

—¡Al cabrón se le ha puesto el culo como el bebeero de un pato! Hubo una vez que se relajó tanto, que conseguimos metérsela los dos a la vez.

Imaginar la posibilidad de ver como aquel orificio era taladrado por dos falos al mismo tiempo, y que uno de ellos fuera el mío, despertó en mi interior una parte de mí que no conocía y, si hasta aquel momento, me había comportado con cierta mojigatería, aquella variedad sexual abrió en mí, de par en par,  las puertas del “todovale”. Busqué el rostro del muchacho, lo cogí  autoritariamente por el mentón  y le pregunté:

—¿Estás lo suficientemente relajado hoy?

Rodri movió la cabeza afirmativamente, a la vez que mostró una débil y complaciente sonrisa.

Al tiempo que yo hablaba con él, el mayor de mis compañeros se había puesto un condón y, sin consultar al muchacho, colocó su verga entre las nalgas del muchacho. Un salvaje envite después el jovencito era atravesado por la gruesa polla de Vladi.

Unos minutos más tarde, con el único propósito de no correrse aún, invitó con un gesto a Israel a que ocupara su lugar. El engreído muchacho,  a la vez que se colocaba un preservativo, me daba uno a mí.

—No, eso no me están buenos. ¡Pero no te preocupes!,  he traído un par de los míos —mis palabras estaban impregnadas de una palpable chulería.

—¡Es que lo que tú tienes en medio las patas, no lo tiene ni el burro de mi pueblo! —dijo  jocosamente  Vladi, sin dejar de contemplar atónito mi erecto y babeante cipote.  

El joven madrileño se me quedo mirando, empujó sus caderas y penetró violentamente al sumiso jovencito, quien profirió un leve gemido. Una vez comprobó que aquel agujero albergaba por completo su pene, comenzó a recrearse moviendo su pelvis y concluyó diciendo:

—¡Lo que hay es que saber usarla!

La arrogancia de Israel no tenía parangón, más por los quejidos placenteros que emitía Rodri, era obvio que  le estaba haciendo un buen trabajito. Ver de cerca como su polla entraba y salía del estrecho orificio era de lo más excitante, busqué un condón en mi cartera, enfunde mi cipote con él e hice un gesto al madrileño para que me dejara ocupar su sitio.

Aquel ano estaba enormemente dilatado, en un primer momento había tenido la porra allí metida durante un  buen rato y tras las dos folladas que le habían metido mis compañeros, su diámetro había aumentado de forma palmaria. Haciendo alarde de la misma rudeza que mis antecesores, agarré su cintura fuertemente y, sin ninguna sutileza, le introduje mi vibrante miembro de golpe.

Una sensación de calor recorrió mi verga, aunque las paredes de sus esfínteres se comprimían sobre ella era una sensación diferente a la de hacerlo con mi amigo y, bastante distinta, a follarse un coño. Era como una intersección entre ambos extremos, ni era tan amplio como un coño, ni tan apretado como  el ano de Mariano. Desconozco si la  tremenda fuerza que infringía a mi pelvis le hacía daño, es más, creo que en aquel momento  no me importaba lo más mínimo.

Egoístamente solo pensaba en mi placer personal y en demostrar que era mucho más hombre que los dos allí presente: por tamaño y por maña. Me puse tan bestia que hubo un momento en que el chico se contrajo de dolor, sino pidió que se la sacara fue porque creo que también lo estaba disfrutando y, también,  por temor a las represalias de mi compañero Israel, con quien parecía que le unía una insólita relación de amo-esclavo. 

Como tampoco quería destrozarle el culo al muchacho, cedí mi puesto a Vladi, quien se la volvió a meter sin contemplaciones. El muchacho hizo un mohín de fastidio ante la diferencia de tamaño, me buscó con la mirada  y me sonrió tras morderse morbosamente el labio, con la única intención de dejarme claro que le había agradado el tenerme dentro.

Si en el primer asaltó el cincuentón se contuvo un poco para no correrse, aquello pareció dejar de importarle. Agarró  enérgicamente al chaval por la cintura y comenzó a moverse descompasadamente.

De vez en cuando golpeaba  sonoramente las nalgas del muchacho  y le profería impulsos en femenino, su rostro comenzó a mostrar extrañas expresiones que iban desde el dolor a la alegría. Unos minutos después, frenó el ritmo de sus caderas y aprisionando fuertemente las caderas de Rodri, profirió un grotesco: “¡Me corro!”.

Sin dar tiempo a que Vladi se recuperara del placentero momento. Israel me pidió que me tendiera en la cama, aunque no tenía ni puta idea de lo que pretendía, intuí que me gustaría y lo obedecí sin cuestionarlo.

—¡Perra, siéntate sobre él y clávatela hasta el fondo!

El subyugado chico hizo lo que exigieron de una manera fría e impersonal, si en algún instante corroborar los rumores sobre el tamaño de mi polla  le había producido cierta alegría, esta se había esfumado por completo, pues, a diferencia de mí, tenía muy claro cuál era el siguiente y doloroso acto.

A pesar de la poca pasión que había en su semblante, el joven apoyó la planta de sus manos sobre mis muslos, y usando estos como punto de apoyo, comenzó a cabalgarme de un modo salvaje, impasible sentía como mi cipote atravesaba su dilatado recto. De vez en cuando el traqueteo hacia que mi carajo escapara de su cautiverio, sin embargo las hábiles manos de Rodri volvían  a mostrarle el camino para que pudiera perforar sus entrañas. 

De repente sentí que alguien subía  al colchón de la cama, levanté ligeramente la cabeza y me encontré con Israel, quien se unía a la fiesta de una manera, cuanto menos, sorprendente. Contemplar como aquella gigantesca masa de músculos se acoplaba tras el delgado muchacho,  propició en mí emociones  tan dispares como la furia o el desconcierto.

En principio, sentí como unos dedos rozaban mi churra y la apartaban para abrirse paso, la sensación  de como las paredes de aquel ano apretaban mi cipote fue netamente libidinosa. No obstante, cuando meticulosamente fue introduciendo su polla por el hueco que había abierto y comenzó a rozarse con la mía, un placer inexplicable recorrió todo mi ser. Mi verga estaba comprimida entre el miembro de mi joven compañero y los músculos del recto de aquel muchacho. Israel al comprobar que el orificio había dilatado lo suficiente para contener ambos falos en su interior, comenzó a moverse llevándome con su vaivén a un paraíso del vicio que desconocía.  

Mentiría si dijera que al frotarse aquella polla con la mía no sentí placer, la sensación de sus venas acariciando las mías era algo indescriptible y plenamente satisfactorio. Busqué con la mirada a Rodri, en su rostro asomaba una sensación de dolor, pero, por contra,  sus gemidos daban a entender que se lo estaba pasando en grande.

Tras unos intensos momentos compartiendo aquel estrecho orificio, el cuerpo de Israel dio señales de alcanzar el  clímax, como si aquello  fuera una especie de señal de salida deje que mi cuerpo partiera hacia el orgasmo  y poco después me corrí como una mala bestia.

“Ese soy yo en el rincón

Ese soy yo en el centro de atención

Perdiendo mi religión

Intentando mantener mi contacto contigo

No sé si podré lograrlo

Creo que  estoy hablando demasiado”

De vuelta al cuartel Vladi me contó entre bromas que todo había sido una especie de “encerrona” pues  el madrileño, no sabía cómo y porque, le habló a su “putita” de mí y de la buena polla que gastaba,  a “ella” le hizo tanta ilusión que casi le imploró que se lo trajera un día. Cuando él empezó a frecuentar al tal Rodri, este seguía erre que erre con la idea de conocerme, en cuanto me pusieron de compañero con él, tanteó el tema poco a poco  y sin darme cuenta me fui dejando embaucar.

En otras circunstancias, descubrir cómo alguien cercano me había manipulado me habría puesto de mala hostia, no obstante mi mente estaba ocupada en otros quehaceres y los que más protagonismo tenían, eran los problemas de consciencia.

Una gratificante ducha limpió mi cuerpo de los restos de la escabrosa orgia, pero por mucho que restregara mi cuerpo con  jabón y agua caliente me sentía sucio de pies a cabeza.

Desde que decidí internarme en el sexo homosexual, todo había ido cuesta abajo y sin freno, por un terreno cada vez más abrupto. Si en los primeros encuentros con Mariano, mi identidad sexual es la que se vio dañada. Con lo sucedido aquel día, quien se vio perjudicada  fue mi moralidad y mi integridad como persona.

Me sentía como si hubiese bajado al infierno y hubiera paseado de la mano con mi parte más oscura, con mis pasiones más recónditas, y lo peor es que me había gustado.  Deseaba culpar a alguien de mi malestar, pero me era imposible pues a ciencia cierta sabía que yo había sido el verdugo de mis decisiones.

¿En qué lugar de mi mente albergaba el deseo ante las aberraciones que había cometido? ¿Cómo podía disfrutar subyugando y dominando a otra persona, aunque fuera con su consentimiento? ¿Dónde estaba el límite de mi malsana perversión?

Pese a que en aquel momento no tenía la respuesta a ninguna de mis preguntas, tenía claro que no volvería a estar con Rodri, pues  solo era un polvo y, por muy bien que me lo pasara, no compensaba mi malestar posterior.

A mis treinta y siete años estaba  conociendo facetas de mi personalidad que desconocía, si mi relación con mi amigo la había empezado a asimilar como una especie de mal menor, la brutal orgia de aquella tarde había hecho descarrilar mis principios, mi moral… Aunque mi credo seguía siendo mi amor por Mariano, había perdido mi religión.

Continuar restregando mi cuerpo con agua y jabón, no me haría sentirme menos sucio, solo un poco más arrugado.

“Creí escucharte reír

Creí escucharte cantarle a otro

Pero eso fue solo un sueño

Transformado en pesadilla

Como siempre  estoy hablando demasiado”

 

Continuará en: “Como un lobo”

 

Acabas de leer:

Historias de un follador enamoradizo

Episodio XXXIX: Perdiendo mi religión.

 

(Relato que es continuación de "Si pudieras leer mi mente" )

Si sigues por aquí, es que te lo has terminado de leer. ¡Muchísimas gracias por perder tu tiempo leyendo estas cosas que yo escribo! Si te apetece deja un comentario, es la única manera que tenemos los autores de saber si lo que hacemos te llega o no. Máxime en una serie que lleva tantos episodios como esta.   

Si es la primera vez que entras a leer un relato mío (todo es posible) hace poco publiqué una guía de lectura que te puede servir de ayuda.

Antes de pasar a agradecer los comentarios unas pequeñas aclaraciones:

—El texto en verso es una traducción/adaptación de la letra del clásico del grupo REM, "Losing my religion" .

—Los personajes de Vladimiro y Rodrigo son nuevos. Israel hizo su primera aparición en el relato: "Entre dos tierras".

—Desde el punto de vista de Mariano., estos acontecimientos tienen lugar entre "Follando con mi amigo casado y "Pequeños descuidos" (no el flash back, sino el momento del encuentro con el mecánico en la playa).

Sin más paso a agradecer los comentarios dejados en "Adiós, Francisquito Adiós": a Tragapollasmanchego: La idea era esa transmitir desde la inocencia de Pepito que, sin saberlo, el sexo femenino le era indiferente. Espero que este haya colmado tus ansias de sexo. Je, je…; a Zoele: La conversación de los primos dará mucho de sí, tengo un boceto realizado de un relato que se titulará “El banquete de bodas” donde se narra el enlace de los dos gemelos con sus respectivas, lo que no sé cuándo podré publicarlo;  a mmj: Lo de los Scalextric  se me ocurrió buscando dibujos animados de la época y cuando vi lo de los autos locos lo encadené todo, la verdad es que aunque TR no sea el sitio más indicado para publicar estas historias (el sexo cada vez tiene menos importancia), me lo paso de miedo escribiéndolos. Gracias por seguir aquí desde el principio y a Pepitoyfrancisquito: Me alegro que os haya gustado, ahora os “dejare” un tiempo descansar pues la verdad que aunque me lo paso muy bien escribiendo “vuestras” historias, es un poco agotador expresarse como un crio. Por cierto no sé quién es la Penélope Glamour esa, ¿alguna famosa del “Sálvame”?. Seguramente os vuelva a sacar antes de fin de año, espero que el relato de Ramón de hoy os haya dejado “patidifusos”, ¿no?

Bueno, volveré en aproximadamente diez días, esta vez con una “revisión” de un relato antiguo: “El padrino”, donde concluye la historia del mecánico con Mariano. Hasta entonces sed felices.

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