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La mujer del carnicero

en Hetero: Infidelidad

¿Desde cuándo no has tenido una oportunidad como esta? Te atreverías a decir que nunca se te ha presentado una ocasión así. Es más, si alguien te hubiera dicho que el día se iba a suceder del modo y forma en que lo está haciendo, no te lo hubieras creído y te habrías burlado de él.

Comenzó siendo simplemente un sábado normal y corriente, tan aburrido como cualquier otro. Habías iniciado el fin de semana con el mismo rutinario ritual habitual. Te levantaste  una hora más tarde de lo que lo haces generalmente durante la semana,  te duchaste, te pusiste tu mejores ropas,  compraste el periódico en el kiosco de la esquina, cogiste tu coche  y fuiste a desayunar al bar que te gusta en un barrio al otro lado de la ciudad, donde no conoces a nadie y nadie te conoce.

Te sentaste en tu mesa de costumbre, una desde la que se pueda cotillear sobre todo aquel que  entra y sale, pero  alejada del bullicio de la barra. Te pediste  tu café con leche desnatada y sacarina, un zumo de naranja natural y  tu tostada con aceite de oliva, tomate y jamón. Te disponías a leer las páginas deportivas,  cuando la viste entrar en el local con su  tentador y  elegante andar.

Sin poderlo remediar levantaste la mirada  del periódico y no pudiste reprimir observar minuciosamente cada  detalle de su firme caminar, de sus contoneos, de su casi seductora forma de moverse. Bueno, tú y toda la clientela masculina, pues mujeres como ella no es algo que se vea todos los días y, aunque ya no cumple los treinta, la tía sigue estando de muy buen ver. No es solo  una morena la mar de guapa, sino que está  buena a rabiar.

Hoy lleva la melena alisada, del mismo modo que las veinteañeras que salen en las revistas del corazón que compra tu madre. Trae un vestido de flores por encima de la rodilla, que acentúan su pecho, su vientre y su culo de un modo espectacular, mostrando sus torneados muslos en todo su esplendor. Si, ya de por sí,  todo eso no fuera lo suficiente morboso, lleva puestos unos tacones no demasiado altos,  pero que  consiguen hacer sus  piernas mucho más esbeltas y le dotan de un aspecto de lo más sensual.  

Su marido y ella se mudaron al barrio  cuando estabas  terminando de estudiar  en la Universidad, por lo que la conoces de hace por lo menos diez años. ¿Cuántas veces has hablado con ella? Ninguna,  a pesar de vivir en el mismo bloque de pisos, como mucho habéis intercambiado los saludos y comentarios propios de cuando te encuentras con los vecinos en las paradas del autobús o en el ascensor.

No sabes que te extrañó  más, si verla allí o que te saludara tan efusivamente como lo hizo.  Se acercó a ti como si mantuviera contigo una relación de amistad de toda la vida y, sin darte tiempo a negarte, te pidió sentarse a tu mesa, argumentando que  odiaba tener que comer sola.

Su presencia te dejo tan anonado, que ni siquiera pudiste prestar atención a  los motivos que te dio para estar por aquella parte de la ciudad. Fue inhalar el suave aroma de su perfume y el pulso se te aceleró. Tu excitación llegó a un punto  tal que hasta te costaba trabajo pensar con claridad, por lo cual te limitaste a mover afirmativamente la cabeza  ante todo lo que te contaba, tal como si fueras un puto imbécil descerebrado.

Sin darte cuenta sus ojos se clavaron en ti y  te fueron escudriñando meticulosamente, invadiendo tu espacio personal de un modo casi intimidador. Nunca antes una mujer se había fijado en ti de aquella manera. Sentirte acosado de aquel modo propició que te sintieras deseado y, por momentos,  te fueras poniendo cada vez  más cachondo.

En el instante que se irguió en el asiento del bar, cabeceó levemente y se echó coquetamente el pelo hacia un lado, ya habías caído en su libidinosa red y no podías hacer otra cosa que asentir a sus caprichos. En parte porque era lo que querías, en parte porque te viste abocado a ello sin más remedio.

Una vez fuiste consecuente con lo que estaba pasando, que tenías a un pibón como la mujer del carnicero quien se te estaba insinuando de la manera menos sutil,  el pecho se te hinchó de orgullo. Máxime cuando notaste las sutiles miradas envidiosas de los hombres del bar, unos tipos que, en todos los años que llevas viniendo aquí, te han ignorado como el friki que ellos creen que eres. Solo unos pocos de ellos, y por educación,  se han dignado a dirigirte la palabra en todo ese tiempo, intercambiando triviales saludos y frases de puro compromiso.

Sentirte el centro de atención, y por una vez para bien, hizo que sacaras  a pasear tu vanidad de macho, te tragaste tu timidez e intentaste hacer creer a los presentes que entre aquella impresionante belleza y tú había una especie de vínculo íntimo. Transformaste tus inseguridades en firmezas y, haciendo gala de  un aplomo inusual en ti, comenzaste a tratarla como si fuera una especie de ligue.

Ella se dio cuenta de que estabas luciéndote ante la galería, pero en vez de cortarte las alas y ponerte en tu sitio, se comportó de manera más insinuante aún: tocándose coquetamente el pelo, acariciándose el cuello, abriéndose muy disimuladamente el escote y adoptando poses de lo más sugerentes. Estaba claro que era muy mujer, conocía de su atractivo y lo usaba como arma  de seducción para  conseguir que los hombres accedieran a sus caprichos.  

Tú, a quien los  muchos palos que la vida le ha dado,  te han hecho ser  un desconfiado talla XL, en principio pensaste que te estaba dando  más cuerda para que te terminaras ahorcando  con ella y, aunque  te bañaste en las aguas placenteras de su coqueteo, guardaste la ropa pues lo más seguro que lo único que conseguirías sería un tremendo dolor de huevos. Tenías más que asimilado que  las tías como ellas no se acercaban a ti  ni para preguntar una dirección.  

—¿Cómo es que vienes a desayunar tan lejos del barrio, Samuel? —Te preguntó sin dejar de sonreír como si estuviera posando para un “selfie” que fuera a colgar en Instagram

—Me gusta el café, las tostadas y el ambiente —Le respondiste mintiéndole a ella, en la misma medida que a ti mismo.

¿Cómo le ibas a contar la verdad? Ya es difícil reconocer ante ti mismo que lo haces porque  huyes  de tus conocidos del barrio, que aunque aquí todos te miran por encima del hombro, no tienes que soportar las constantes bromitas por tu sobrepeso o por lo poco que ligas, ni que la palabra más cariñosa con la que se dirijan a ti sea la de pringao.   Aunque en día como  hoy hubieras dado todo el oro del mundo por ver la cara que ponían Roberto y sus amigos al verte  en compañía de  Chari,  la mujer del carnicero. Una mujer que había servido de inspiración  a más de uno para cascársela.

En principio, por muy melosa que ella se pusiera, por mucha risita tonta que sacara y por mucha confianza que te diera, no pensaste que la cosa fuera  a más de tomaros una tostada, un café y una charla agradable. Eso sí, él poder pavonearte de ello delante de todo la clientela del local, era lo mejor que te había pasado en los últimos años. No todo los días desayuna uno con una hembra de primera como ella y supusiste  que durante un tiempo no tendrías que visionar videos guarros en tu ordenador para pajearte, pues Chari se convertiría en la musa para tus más que frecuentes momentos onanistas.

Nunca entendiste que hacia una hembra de bandera con un individuo como el “Hamburguesero”. Un tío calvo, mal parecido y antipático como él solo. Si a su falta de atractivo y mal carácter, se le unía su enorme altura y su voluminoso cuerpo, no te sorprendía  que en el barrio la gente se burlara de ellos, refiriéndose a ellos  a sus espaldas con el apodo de  “La bella y la bestia”.

Tampoco es que se pudiera haber casado con él por su dinero, pues simplemente era un currante con negocio propio. Su único patrimonio era una carnicería de barrio, a la que la gente, mayoritariamente, venía  a comprar sus hamburguesas, las cuales tenían un ingrediente secreto que las había hecho famosas en toda la ciudad. De ahí, que se le conociera por el “Hamburguesero”. No le faltaba la clientela y vendía bastante. Como no tenían hijos, vivían holgadamente y se podían pegar algún caprichito que otro, pero poco más. Ni viajes, ni coches, ni ropa cara… nada por lo que una tía como ella estuviera al lado de un impresentable como aquel. Con lo que todo el mundo bromeaba diciendo que el carnicero debería tener algún secreto oculto, haciendo alusión al tamaño de su miembro viril.  

—Tú todavía vives con tu madre, ¿no? —Te preguntó Chari sonriendo picaronamente, como si hubiera dicho una gracia.

—Sí —Contestaste entre dientes y reprimiendo el ponerte colorado.

—¿Tienes novia?

—No.

Aquella especie de tercer grado te comenzó a incomodar, nunca te había hecho gracia que la gente se metiera en tus cosas y si no la mandaste al carajo fue por lo mucho que te atraía.  Ella, quien no tenía ni un pelo de tonta, pareció percatarse de ello y, sin dejar de sonreír, sustituyó las preguntar por los halagos:

—Pues será porque no quieres, porque guapo eres un montón. Yo porque ya me has pillado casada, que si no te tirabas los trastos.

Lo primero que  pensaste  fue que se estaba mofando de ti. Siempre habías supuesto que si las chicas no te hacían caso, era porque  eras un rarito de cojones, por tu sobrepeso y por tu falta de atractivo, y no precisamente en ese orden. Así que lo de que eras un montón de guapo, no te cuadraba para nada  con el concepto que tú tenías de ti mismo.

Tras buscar en su mirada algún atisbo de falsedad y no encontrarlo, llegaste a la conclusión de que no te mentía. Puede que le agradaran los hombres metidos en carnes  y voluminosos como tú. No había más ve que con el adefesio que se había casado.

Por lo que habías leído en Internet, a algunas tías les ponían los hombres con tetas enormes, barrigas y “lorzas”. Por cómo te miraba y te hacia ojitos, cada vez  parecías tener  más claro que la mujer del carnicero pertenecía a ese minoritario grupo de féminas.

Durante unos segundos dejaste volar tu imaginación, fantaseaste en cómo sería tocar aquellos pechos, sus caderas, sus nalgas… aspirar el olor de su coño y tenerla encima cabalgándote, apretando tu rabo entre sus muslos.  Inevitablemente la polla se te llenó de sangre y un vergonzoso bulto terminó señalándose en tu pantalón.

No sabes si fue porque te apresuraste a intentar ocultarlo, o porque ella había notado que te habías empalmado, el caso es que durante unos segundos un incómodo silencio envolvió la mesa en la que estabais sentado. Completamente abochornado eras incapaz de decir o hacer nada.  Quien, de nuevo, volvió a romper el hielo fue Chari, quien tras  relamerse ligeramente los labios te dijo:

—Ahora es cuando menos me creo lo que me has contado…

—¿Qué?

—Que no tengas novia

—¿Por? —Respondiste con una voz casi inaudible, pues tu perplejidad iba aumentando por segundos.  

—Por eso que tienes entre medio de las piernas. Si el bulto que se te marca tiene que ver con el tamaño que te gastas,  a más de una la podrías volver loca.  

Lo que dijo, fue tan directo y te cogió tan de sorpresa, que  casi consiguió que te engolliparas con el  sorbo de zumo de naranja que acababas de dar.

Nunca antes una mujer, sin haber un precio de por medio, te había hablado tan a las claras del tamaño de tu polla. Aunque sabes que no la tienes pequeña, tampoco es para echar cohetes, por lo que por temor a desilusionarla te retrotrajiste un poco y te mostraste un poco menos gallito de lo que lo habías venido haciendo hasta el momento.

No obstante, aquella mujer no solo era exuberante y atractiva como ella sola, también estaba demostrando ser bastante espabilada y tener un don natural para relacionarse con la gente. En lo que a ti se refería, daba la sensación de tener un sexto sentido, pues fue como si te leyera el pensamiento y, antes de que te desinflaras por creer que no ibas a dar la talla ante ella, añadió:

—Aunque las mujeres que sabemos disfrutar del buen sexo, sabemos que lo del tamaño es una patraña machista. Los hombres que saben cómo  amar a las mujeres,  no necesitan tener un miembro enorme  para dejarnos plenamente satisfechas. Aunque pueda sonar a tópico, el tamaño no importa, lo que hay es que saber usarla.

Te quedaste mirándola con la boca abierta, la facilidad con la que se estaba poniendo en bandeja te tenía anonadado. Esas cosas solo pasaban en el cine  para adultos. Ese  que consumías para tener tu momento de “amor propio”, algo que últimamente se había vuelto una  rutina diaria.

Desde que haces unos meses, aquella  colombiana del burdel de carretera te pegó ladillas, la única variedad sexual que habías practicado era la masturbación. Después de la vergüenza que pasaste explicándole a tu médico de cabecera lo que te ocurría, le habías cogido un poco de miedo a lo de ir de putas y te habías jurado no volver a pisar un club de alterne por siempre jamás. Promesa que estás cumpliendo del modo más estricto.

Era más que obvio que la  tía que tenías delante era bien diferente    a todas aquellas putitas de tres al cuarto de los puticlub baratos que habías frecuentado. Estaba para chuparse los dedos, parecía sana y decía  gustarle por cómo eres, no por los billetes que llevabas en tu cartera. Algo como lo que te estaba sucediendo, no es  que fuera un golpe de suerte, sino que  tu hundida autoestima lo necesitaba como el respirar. Aun así, incapaz de coordinar una frase coherente, no te decidiste a dar el primer paso y te quedaste como petrificado en el tiempo.

Chari,  adoptando la actitud juguetona de una gata en celo, encorvó su espalda ligeramente y acercó su cabeza al centro de la mesa. Tú, en un acto instintivo hiciste lo mismo, y vuestros rostros se aproximaron de un modo  que te resultó de lo más perturbador. Una vez tuvo tu oído cerca de su boca, con una voz de lo más sensual, te susurró:

—Está claro  que como no sea yo la que dé tome lo iniciativa,  no va ser posible lo de echar un buen polvo juntos. Así que ya puestos… ¿qué me dices?

Cuanto más atrevida se volvía ella, más cobarde te volvías tú. Estuviste tentado de decirle que  no por el temor de que el bruto de  su marido se enterara, pero caíste en la cuenta de que en aquella parte de la ciudad lo más probable es que nadie conociera al “Hamburguesero”,  ni nadie sabía cuál era vuestra relación.  Así que decidiste coger el toro por los cuernos y echarle valor, si tuviste cojones para obtener la Licenciatura de Historia y para sacarte la plaza de funcionario de Correos, porque no lo ibas a tener para enfrentarte a un bombón como Chari.

—¿Qué te voy a decir? —Hiciste una silenciosa pausa  mientras le sonreías, intentando imitar a los chicos malos de la pelis americanas —¡Pues claro que  sí!, estaría loco si renunciara a estar con una mujer tan hermosa como tú.

Con su cara tan pegada a la tuya, estuviste tentado de besar sus labios, sin embargo una cosa es ser el protagonista de una imaginaria película pornográfica y otra cosa bien distinta era dar un espectáculo en un lugar público. En el local había familias con niños y darse el lote delante de ellos no era una cosa que compaginará demasiado con tu mentalidad conservadora.

—Tú no tienes sitio, ¿no?

—No, pero podemos ir a una pensión que conozco.

Tu respuesta no pareció  gustar mucho a Chari, quien, un poco contrariada, volvió a sentarse en su postura original y se mostró un poco desairada ante tu proposición.

—¿Qué te pasa, mujer? —Preguntaste con una voz entrecortada, temiendo haber estropeado una oportunidad irrepetible.

—Nada, que por la forma de actuar tan decidida que has tenido, me da la sensación de que me has mentido y esto te ocurre más a menudo de lo que me has dado a entender. Creo que tras esa fachada de chico tímido y de no haber roto nunca un plato,  hay un golfo de cuidado. ¿Cómo si no ibas a conocer una pensión de esas?

Aquel inesperado ataque de celos por su parte fue lo que  precisaste para quedarte con las piernas colgando. Estuviste tentado de excusarte, pero sabías que eso sería visto como una muestra de debilidad por ella. Así que, con voz firme, le preguntaste:

—¿Dónde me sugieres que vayamos?

*********

En teoría todavía deberás esperar diez minutos en la entrada del polígono en las afueras de la ciudad. Hoy sábado hay poco movimiento, te has situado en un lugar en el que estás poco visible, pero en el que podrás localizar su automóvil en cuanto  aparezca por allí.

La espera se te hace eterna y hasta llegas a pensar que te va dar plantón, que todo se trata de otra broma pesada más. Pese a que estás acostumbrado que la vida te regale estas nefastas situaciones, no pierdes la esperanza y oteas el horizonte en busca de su vehículo.

No te pareció muy correcto lo de venir a echar un polvete a la  pequeña nave industrial que le sirve a su marido de matadero. Aunque ella te argumentó que los sábados tiene mucho lio en la tienda y no va  nunca por allí, no estás del todo tranquilo y temes que el bruto del carnicero os pueda pillar en plena faena. No obstante no le pusiste ninguna pega y asentiste a todo como un corderito. Bien lo dice el dicho popular: «Cuando la de abajo se pone tiesa, no se piensa con la cabeza».

Si te ha extrañado algo de su conducta es que, con lo descarada que ha sido insinuándosete delante de toda la clientela del bar, haya querido dejar media hora entre tu salida y la suya. Ese extremo cuidado a que nadie os pudiera ver salir juntos del local, no te cuadraba con el modo tan desprendido con el que se ha comportado todo el tiempo. Como desconocías donde estaba el local comercial de su marido, quedasteis en veros a la entrada del polígono industrial en el que está ubicado.  

Pese a que te pareció extraño, accediste a su petición. Tampoco es que te esfuerces en comprender a la gente, y mucho menos a las mujeres, así que aunque no le viste lógica alguna, lo interpretaste como una pequeña excentricidad  por parte de Chari.

Unos pocos minutos de espera más tarde, tu desasosiego desaparece pues ves llegar su coche  Ella se acerca  a ti, baja la ventanilla y te hace un gesto para  que la sigas con el tuyo.

Tanta cautela y tanto misterio como se trae entre manos, te hace creer que estuvieras viviendo una historia de policías o espías. Un toque de aventura y peligro que no consigue otra cosa que excitarte aún más.

Las callejuelas por las que te mete son difíciles de transitar, con muy mala calidad del firme y bastante estrechas. Tanto misterio y tabú propicia que tu cuerpo vaya liberando adrenalina de forma desmesurada.

En un momento determinado, detiene su vehículo delante del tuyo y te pide que aparques. Podrías suponer que has llegado, pero te parece un lugar demasiado desolado para que haya cualquier tipo de negocio ubicado en él.

Estás tentado de cuestionar su decisión, sin embargo recuerdas su reacción cuando la contrariaste durante el desayuno y la dejas pasar. Tu entusiasmo por poseerla es mayor que tus dudas, por lo que decides acceder a sus deseos sin más.

Si hasta el momento todo te estaba pareciendo demasiado enigmático, cuando te pide que te subas a su coche es cuando ya no entiendes nada. No obstante, cualquier pregunta que tuvieras queda apagada en tu garganta, pues nada más sentarte en el sillón del copiloto, lleva su mano a tu muslo y de allí a tus genitales. Te mira mordiéndose lascivamente el labio inferior y aprieta suavemente el bulto de tu entrepierna.

—¡Jo, chico, qué dura la tienes! ¡Qué feliz me vas a hacer!

De nuevo los piropos consiguen silenciar tu cerebro y, como un caballo que sigue la zanahoria, borras de tu mente cualquier pensamiento que no sea tener sexo con la magnífica hembra que conduce junto a ti. Sin poderlo remediar, comienzas a construir en tu mente  el tremendo polvo que le vas a echar cuando lleguéis al local del carnicero.      

Entiendes que habéis llegado a vuestro destino porque aparca el automóvil y, tras cerciorarse que no sois vistos por ojos no deseados, te invita a entrar  de forma solapada en la pequeña nave.

Nada más abrir la puerta el olor a sangre y a matanza,  mezclados con lejía y otros productos de limpieza, impregna tus papilas olfativas. El local está compuesto por dos pequeñas habitaciones y lo que parece una cámara frigorífica. En la que supones que es la sala principal se puede ver una gran mesa donde, por lo que intuyes, se despedazan las piezas de ganado, en la otra, bastante más pequeña, se pueden ver varias máquinas industriales para picar carne.

No es el sitio más idóneo e idílico para echar un polvo, pero a pesar del fuerte olor se ve que la limpieza impera en él, por lo que los inspectores de Sanidad poco o nada tendrían que denunciar allí.  Siempre has sido de sangre muy caliente, pero esta tía te tiene como una moto desde que se acercó a ti y, de llevar tanto tiempo empalmado, hasta te está doliendo la polla. El  añadido de ponerle los cuernos al cabroncete del carnicero en uno de sus lugares de trabajo, no tiene precio, por lo que el nabo se te pone aún más duro de solo imaginarlo.  

La ves muy tranquila, como si estuviera segurísima de que su marido no va aparecer por allí. Nada más cierra la puerta tras de sí, a la adultera esposa parece faltarle tiempo para abalanzarse sobre ti como una leona en celo y pegarte un muerdo de película.

¿Desde cuándo  no te ves en una como esta? Su lengua se abre paso entre tus dientes de un modo brutal, te aprisiona contra sus labios con tanta pasión que, en un momento determinado, hasta te falta el resuello. Pones el cerebro en modo “off” y te dejas llevar completamente. Te preocupa tanto hacer algo incorrecto y estropearlo todo, que te pliegas a sus deseos de la forma más sumisa.

Enreda sus brazos alrededor de tu cuello y, sin dejar de morderte los labios, se va pegando  a ti como una lapa. Primero clava ligeramente sus turgentes senos contra tu pecho y después arrima  su pelvis contra la suya, para terminar rozándose contra ti de un modo  de lo más provocador.  Te pones tan cachondo de buenas a primeras, que crees que te vas a  terminar corriendo  allí mismo. Así que para evitar  que el polvo se convierta en un visto y no visto, te pones a pensar en cosas que te sean desagradables. Con la mente inmersa en algunos de los  muchos momentos que los chicos del barrio se pitorreaban  de ti, tus ganas por alcanzar el placer disminuyen enormemente.

Recuperado del calentón inicial, llevas tus manos a sus glúteos. Tal como pensaban están durísimos. En esas nalgas, además de la labor de la madre naturaleza, hay muchas horas de spinning y de Pilates. Bajas las manos hacia sus muslos y estos no hacen más que confirmar lo que pensabas: la mujer del carnicero es una amante del ejercicio físico.

«Ejercicio físico el que yo te voy a dar» —Piensas mientras metes las manos bajo su falda y comienzas a rozar la tersa piel con la punta de la yema de tus dedos.

Ella, por su parte, ha bajado sus manos hasta tu barriga. Tras acariciarte la tripa de manera contundente,  se para en tu cintura,  y mientras con una mano te acaricia la polla por encima del pantalón, con la otra va desabrochando tu cinturón.

Descorre la hebilla impetuosamente, como si estuviera ansiosa por tener tu verga entre las manos. Te baja el slip con cierta brusquedad y te comienza a masturbar. A ratos es suave y tierna, a ratos es trepidante y contundente. Su  maestría a la hora de proporcionarte placer es  tal que, de nuevo, crees que vas a correrte sin remisión.

Para evitar que te siga pajeando, te haces dueño de la situación y  le bajas las bragas con la intención de meterle un dedo en el coño.  Cuando desnudas su sexo, la visión de este te vuelve a poner como una moto: lo tiene completamente rasurado a excepción de una pequeña mata de vello oscuro  en la parte superior, sin meditarlo un segundo introduces tu índice en su interior. Al principio, no está muy mojada pero conforme sigues acariciando su botón de placer, nota que las paredes de su vulva se van humedeciendo a tu contacto.  

Sin dejar de acariciar su sexo, con la mano que te queda libre le bajas las tirantas del vestido, para terminar besando de manera compulsiva sus hombros desnudos. Es sentir su delicada piel bajo tus labios y de nuevo la pasión se va apoderando de ti.

Preso de una frenética lujuria, vas   bajando hasta sus pechos. Estos se presentan ante ti como dos cúspides que tuvieras que explorar meticulosamente. Intentas quitarle el broche trasero del sujetador, pero estás tan nervioso que  te conduces del modo más torpe y ella es la que termina desabrochándoselo. Sin el impedimento de las flexibles copas de lycra, comienzas a acariciar uno de sus senos mientras pegas pequeñas mordiditas en los otros. Sus rígidos pezones son una muestra de que Chari está gozando con todo esto casi tanto como tú.  

No sabes si estás más emocionado que excitado o al revés, lo que sí tienes claro es que notas que tienes el carajo más duro que nunca. No solo la tía está buena para hacerle la ola, sino que gime como te gusta que lo hagan las putitas y eso consigue ponerte más cachondo todavía.

Sacas el dedo impregnado de sus flujos vaginales, como el guarro salido que eres te los llevas a la nariz, aspiras su aroma para terminar chupándolo de forma golosa. Ella te sonríe lascivamente y aprieta los labios. Con una impúdica mueca pintada en su rostro, se agacha ante ti y, tras probar con una lametada el sabor de su  capullo, va introduciendo, poco a poco,  tu erecta tranca en su boca.

Es simplemente sentir el calor de sus labios envolviendo tu virilidad y lanzas un prolongado bufido. Tu ocasional amante, espoleada por tus satisfactorios quejidos, te coge los huevos con una mano y empuja a tu gordo cipote hacia el interior de su cavidad bucal. En unos segundos su nariz roza tu  pelvis y unos chispazos de electrizante placer te recorren de la cabeza a los pies. Nunca antes habías disfrutado tanto, cada vez te cuesta más pensar y te vas hundiendo, sin poderlo remediar, en las pantanosas aguas de la lujuria.

Notar como tu glande choca con su campanilla te tiene en el séptimo cielo. Bajas la mirada y te encuentras con la de ella, quien, con los ojos volteados hacia arriba, no deja de observar tus reacciones ante la magnífica mamada que te está suministrando. La sensación de poder que te da ver a una hembra como ella, agachada sometiéndose a tu masculinidad, no tiene parangón y te empujan a querer exprimir el momento al máximo.

Eyacular mientras te la chupan no es una cosa que te desagradé, pero no es comparable a hacerlo ensartando con tu mástil una caliente raja como la de Chari. Solo de imaginarlo se te acelera el pulso y el corazón te empieza a palpitar como si quisiera salirse de tu pecho. Con una respiración entrecortada, sacas tu pene de entre sus labios y le dices:

—Para… para… que si sigues así me voy a terminar corriendo… y quiero disfrutar de tu cuerpo.

Ella alza la mirada, la visión que ofrece con los pechos al descubierto y subyugada ante ti,  la dotan de cierta vulnerabilidad, pero ni aun así te sientes fuerte ante ella. Es tal el  influjo que posee sobre ti que, hasta que no te sonríe silenciosamente y se levanta, no estás seguro de no haberla contrariado.

Te mira haciendo unos bobos morritos, te coge de la mano y te lleva hasta la enorme mesa que se encuentra en el centro  de la sala principal. Cuando la ves tenderse sobre ella como si fuera una especie de lecho, el hedor que emana la desgastada madera deja de importarte, en tu mente solo hay lugar para un pensamiento: clavar tu cipote hasta lo más hondo de aquel hermoso coño.

Mientras envuelves tu polla con un profiláctico, paseas tu mirada por el cuerpo de la hermosa mujer que se ha derrumbado sobre la inmensa tabla. La imagen que ofrece con sus piernas en forma de uve mostrándote provocativamente su sexo y sus pechos desparramándose libremente sobre  la degastada madera no puede ser más perturbadora. Una madera  donde la huella de múltiples hachazos y cuchilladas se dejan ver de forma más que evidente.  El contraste del impecable físico de Chari con  la lacerada mesa,  te parece de lo más sugerente.  De nuevo vuelves a pensar en su marido y el sabor de lo prohibido empapa tu raciocinio. El morbo de arrebatarle, aunque sea por unos efimeros momento, la mujer al “Hamburguesero” te excita de sobremanera y tu polla vuelve a cimbrear  como si tuviera vida propia.

La penetras muy suavemente, a pesar de que está demostrando ser una perra salida, su aspecto delicado y ese poder que parece ejercer sobre ti te tienen un poco cohibido, por lo que procuras no ser brusco y te tomas tu tiempo. Llevas las manos a sus pechos y los masajea contundentemente, ver como tus caricias consiguen que ella ronronee como un gatito, te da seguridad y empujas una porción más de ti hacia el interior de su vientre. El brusco empellón va acompañado de un ronco suspiro por parte de Chari. 

Conforme tu verga se va adentrando en su caliente cueva, tus pensamientos son menos coherentes y te comienzan a gobernar tus impulsos más primarios. Si en un principio los movimientos de tus caderas eran lentos, conforme la lascivia te va envolviendo, vas aumentando la fuerza con la que arremetes contra ella. Unos placenteros quejidos sordos por su parte, es lo que precisabas para seguir embistiendo tu pelvis contra la suya  a un ritmo más frenético aún si cabe.  

Atrapas su estrecha cintura entre tus rudos dedos y posas tu mirada en su rostro, tiene los ojos cerrados y se relame cada vez que tu polla profundiza en el interior de su coño. Con la imagen de aquella diosa hecha carne como inspiración, comienza a cabalgarla más trepidantemente.

Notas como vuestra respiración se va acelerando cada vez más, de su boca sale un instigador «¡Sigue, sigue!», que es lo que necesitas para lanzarte por el desfiladero que te llevara al placer.

Agarras sus caderas fuertemente entre tus gruesas manos y comienzas a cabalgarla estrepitosamente. El aire de la habitación se llena de prolongados suspiros de placer que es roto por un brutal: «¡Me corro!».

Sacas tu polla de su interior, te arrancas burdamente el preservativo y terminas de echar tu blanca semilla sobre su vientre. Algo que a ella parece satisfacerle tanto como a ti, pues te regala una bribona sonrisa.   

Acostumbrado al sexo con tarifa como estás, ni se te pasa por la cabeza darle un beso después de haber compartido vuestros cuerpos. Instintivamente, comienzas a vestirte de un modo casi despreocupado, como si todo hubiera llegado a su fin.

—¿Qué haces, guapetón? —Te dice incorporándose sobre la mesa,  haciendo alarde de toda la picardía que es capaz —¿Tienes prisa?

—Yo, no… ¿Y tú?

—Ninguna, Ramiro está en la tienda y después ha quedado con unos proveedores. Así que tenemos todo el día para nosotros.

No sabes que cara debes poner, porque ella, haciendo gala de su habitual desparpajo te dice:

—¡No te preocupes,  hombre! Paramos un poquito y después seguimos —Mientras habla saca unas toallitas húmedas de su bolso y te ofrece una — ¿Te lo estás pasando tan bien como yo?   

Asientes con la cabeza, mientras dejas que en tu rostro se pinte una sonrisa de satisfacción. 

—Mientras nos vuelven las ganas, podíamos tomar una copita.

Abre la puerta de la cámara frigorífica y se adentra en su interior. Absorto todavía por todo lo que está pasando, ni te coscas ante el incómodo olor a animal muerto que emana de aquel cementerio de carne congelada.

Unos minutos después sale llevando en la mano dos vasos tubo de whisky con hielo. Sin preguntarte  siquiera si te gusta, te lo ofrece diciendo:

—¡Chin, chin! Por nosotros.

*********

Abres los ojos y te despiertas con un tremendo dolor de cabeza. Tratas de moverte pero no puedes. Conforme vas volviendo a la realidad te percatas de que estas tumbado sobre la mesa del carnicero, maniatado de pies y manos. Haces el amago de gritar, pero notas una especie de bola de plástico que te tapona la boca. Pruebas de nuevo a mover una mano y compruebas para tu pesar que  te es imposible. Por el peso que tira de tus muñecas, consideras que estás encadenado.

Intentas recordar lo último que sucedió: estabas tan animado hablando con ella, bromeando, jugando a excitaros… Cuando notaste que, poco a poco, todo te daba vueltas, se lo achacaste en principio a tu falta de costumbre de beber alcohol. No obstante, en el momento que te caíste al suelo en redondo, fuiste consciente de que  Chari te había puesto alguna droga en la bebida.

La postura en la que te encuentras no puede ser más incómoda: estás completamente desnudo, tu torso descansa sobre la mugrienta mesa, tus manos están colocadas en forma de cruz y encadenadas una a cada pata delantera, tus piernas, por lo que puedes suponer, están en forma de uve y tienes los tobillos encadenados también. Si pudieras gritar, lo harías, pero también se te ha negado esa opción.

Transcurre unos minutos hasta que la puerta de la entrada se abre. Por el sonido de sus voces, llegas a la conclusión de que son dos personas: una mujer y un hombre. La voz femenina es la de Chari, la masculina supones que la de su marido.

—… ha sido más fácil de lo normal… El pobre folla menos que la estatua del parque y mientras lo hacíamos hasta me ha dado un poquito de pena… ¡Se ve tan inocente!

—Sé que ha sido muy arriesgado… Pero es que cada vez que lo veía pasar, tan gordito, con ese culo tan apretadito…¡Me ponía como una moto!

—Pues no te preocupes, que  he tomado toda clase de precauciones nadie nos vio salir juntos del bar y de aquí a que localicen su coche abandonado va a pasar un tiempo… ¡Oh, pero si nuestro amigo  está despierto!

Se coloca en la parte delantera de la mesa, en una posición donde puedas verla con facilidad. Tus ojos, de los que está a punto de rebozar un mar de lágrimas, se quedan contemplandola suplicantes. No obstante, aquello no parece tener efecto en la mujer con la que hace poco has estado follando. Ya las miradas que te dedican no están cargadas de pasión, sino que por el contrario son bastante desdeñosas.

—¡Ramiro, has visto a nuestro vecinito! El pobre de un momento se va a poner a llorar como una Magdalena.

—Sabes que cuando lloran y sufren me pone mucho más —Dice el “Hamburguesero” poniéndose al lado de ella y llevándose la mano a la entrepierna.

Si hasta hace un momento estabas más confundido que aterrorizado, en este instante el pánico se ha apoderado de ti y notas como un sudor frio te resbala por la espalda.

—¿Te preguntaras qué haces aquí? —Quien ahora te habla es el carnicero, su dicción resulta un poco confusa pues tiene un palillo en la comisura de los labios, que no para de mordisquear con los colmillos —Yo aquí donde me ves, soy bisexual. No solo me gusta un buen coño como el de mi mujercita, sino que también me vuelven locos los culos de los tíos… sobre todo si estos son gorditos y grandes. Meter el salchichón entre tanta carne me pone mogollón, sobre todo cuando el agujerito está  aún por estrenar. ¡Veras lo bien que nos lo vamos a pasar cuando te la meta! 

—A mí también me ponen cantidad los gorditos —Interviene su mujer haciendo gala de una ordinariez que te había ocultado hasta el momento —,  y aunque es obvio que  tengo mi gordito particular, de vez en cuando me gusta cambiar las lentejas por otro plato.

En otras circunstancias saber que Chari ha estado contigo porque le atraías te hubiera reconfortado, pero con la expectativa de que vas a ser violado por su marido,  ese detalle se convierte en una absurda nimiedad. Tiras fuertemente de las cadenas, pero estas no se ceden ni un ápice. Mueves la cabeza compulsivamente, tus ojos inyectados de furia parece que se te van a salir de las cuencas… pero todo en vano.

—Sabes lo mejor, Samuel. La follada que te va a meter mi marido es de la que hacen historia—Mientras ella habla, el “Hamburguesero” se va desprendiendo de su ropa —. No es solo bueno haciéndolo, sino que tiene una polla grande y gorda como ella sola.  Fíjate que yo, para que no me reviente por dentro, le tengo que poner un pañuelo a la mitad. Contigo no va a tener tantos miramientos y te la va clavar hasta los huevos.

Alzas la mirada y buscas al carnicero. A excepción de unos diminutos calzoncillos, que dejan entrever un buen bulto, está completamente desnudo. Si siempre te ha parecido feo, ahora te parece terrorífico.  Desnudo, mostrando unas tetas peludas, una barriga enorme y unas piernas atrofiadas por el exceso de peso, te parece el ser más horroroso del mundo.

Cuando se quita la prenda interior compruebas que lo que decía su mujer era cierto, el pollón del carnicero no es solo grande y gordo, sino que un amasijo de venas, semejantes a las raíces de los arboles, recorren su ancho tronco y  le dan un aspecto de lo más asqueroso.

Intentas revolverte sin éxito ante la atrocidad que se disponen a hacerte, no sabes que te preocupa más, si el dolor o ese ataque contra tu hombría. Chari saca a pasear ese sexto sentido que tiene contigo, te acaricia la cara y te dice, con un tono entre irónico y sarcástico:

—Sé lo que estás pensando… Lo mucho que te va a doler que mi maridito te meta el cipote por el culo… Sin embargo, lo que más miedo te da es que te guste y tener que vivir con ello. Pues no te preocupes, no tendrás que hacerlo. Esta experiencia homosexual, va a ser la última de tu vida, pues después de esto te vamos a matar.

Oír con la pasmosa frialdad con la que se refiere a finiquitarte, hace que hagas acopio de toda tu rabia. No obstante, al igual que las ocasiones anteriores, lo único que consigues es hacerte daño en las muñecas y en los tobillos.

—Como te la voy a meter hasta los huevos y eso no es algo que haga todos los días con alguien del barrio donde vive —Dice el carnicero poniéndose un preservativo y untando este con una gruesa capa de grasa animal —, te voy a contar un secreto. Sabes que mis hamburguesas son famosas por su sabor, por el ingrediente especial que les pongo y que todo el mundo desconoce cuál es.

»Salvo mi mujer y yo, nadie tiene idea de ese ingrediente secreto que no es otro que: unos gramos de carne humana. Lo que comenzó siendo una forma de ocultar el cadáver de la primera vez que salimos a “cazar”, se convirtió en una fuente de ingresos para nosotros. Pues a nuestra clientela le terminó gustando tanto que, cuando nos quedamos sin carne, tenemos que salir a buscar una nueva víctima.

»Una vez al mes, según la demanda, Chari sale en busca de una presa. Ella los caza, los dos follamos y yo lo despedazó. Así matamos tres pájaros de un tiro, ella se folla un tío nuevo, yo me follo un culo redondito y mantenemos nuestra fuente de ingresos. Y ya sabes, si no hay cadáver, no hay delito.

—Esto normalmente lo hacemos fuera del barrio, con desconocidos —Interviene Chari haciéndose la interesante —, pero aquí mi maridito se obsesionó con tu culito y yo no tengo un no para Ramiro.

Siente como la baba te recorre la comisura de los labios, la boca te empiezan a doler un montón. Con los ojos brillantes de pánico, le vuelves a implorar piedad. Ella, con una tremenda frialdad, se limita a decirte:

—Otra cosa, mi maridito,  ahí donde lo ves, es un monstruo en la cama. Es capaz de llevarse cerca de una hora follando sin parar.  

—Sí, pero con las ganas que lo voy a coger —Esta vez no ves al carnicero, simplemente escuchas su voz procedente de la parte trasera de la mesa —, seguramente tarde un poquito más de la cuenta.

Chari se sienta al lado de tu cara y comienza a acariciarte la cabeza como si fuera un perrillo. Mientras su esposo se coloca en la retaguardia

Percibes como hurga con uno de sus dedos tu culo, para segundos más tarde sustituirlo por su enorme verga. Al principio, los músculos de tu ano ponen un poco de resistencia, pero la grasa animal y la fuerza con la que embiste contra ti consigue que aquel descomunal apéndice sexual se interne en tus entrañas.

Notas como si te estuvieran introduciendo un hierro caliente en el interior, el dolor es tan intenso que los ojos se te llenan de lágrimas y de tu boca escapa un quejido sordo.

¿Quién te iba a decir a ti que esta mañana iba a ser el último día de tu vida?

FIN

 

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