¿De qué va esta historia? Pepito tras descubrir que a lo que jugaban los albañiles era a “los médicos” (todo gracias al superlisto de su primo Francisquito). De casualidad, se entera de que el repartidor de Butano tenía una churra como la de los negros... Llevando a límites su curiosidad llega a contemplar el despropósito de la naturaleza que era el miembro del butanero; pero para su desilusión a pesar de ser muy grande; no era negra.
Más eso no le importo a nuestro amiguito, que al enterarse que los amigos del Rafita y éste, jugaban al juego de “las pajas”; hizo todo lo posible por averiguar en qué consistía el dichoso juego. Pero antes de llegar al escondite de la vieja ermita, fue descubierto por el Pepón; corriendo como alma que lleva el diablo, huyó para su casa.
De camino a esta, vio como el Genaro “jugaba a los médicos” con el Diego el Gitano. Aunque, lo que vio lo dejo muy triste: el butanero tenía que pagar para que jugaran con él. Y eso, él sabía que no era guay.
Los descubrimientos de Pepito
Quinto episodio: “¡Se nos va!”
(Este relato es continuación de “La excursión campestre”)
El guerrero samurái no estaba dispuesto a quitarse de en medio y dejar que liberara a la hermosa princesita. En sus ojos se podía ver la maldad, sólo conseguiría mi objetivo por encima de….
-¡Pepito, Pepito! ¡Despierta! - a pesar de la suavidad de la voz de mi hermana y la poca brusquedad que puso al zarandear mis hombros, un pequeño sobresalto invadió mi ser. Y es que no pasa uno de guerrero samurái a niño, con tanta facilidad.
Cuando conseguí volver en mí, miré su rostro fijamente; lo primero que pensé fue: ¡Qué coraje tener que ir al “cole”! Pero después, caí en la cuenta de que estábamos en Semana Santa, y no había clases.
Busqué en los ojos de mi hermana, alguna explicación, de aquel súbito despertar. Estos estaban enrojecidos, como si hubiera llorado; pero dado que una preciosa sonrisa iluminaba su cara. Supuse que algo le había entrado en el ojo o que había estado pelando cebollas.
-Pepito guapo, vístete. Que el Tito Paco, va a venir a buscarte
-¿Para qué?- dije yo con una voz, que ni me salía ni del cuerpo.
-Para que pases los días de Semana Santa con ellos.- contestó mi hermana, con una dulzura mayor de lo habitual
-¿Por qué?- pregunté sin reparos, y es que el concepto de niño redicho, ganaba muchos enteros en mi persona.
-¿No quieres ir a pasar unos días, con la prima Matildita y el primo Francisquito?
-Sí, claro. Pero es que nunca voy a su casa. ¿Ha pasado algo especial?
Mi hermana me miró durante unos segundos, y como si las palabras no fueran capaces de salir de su garganta, movió la cabeza en señal afirmativa.
-¿Qué ha pasado? - insistí, pues no había nada que me molestara más que me ocultaran cosas, porque pensaran que era un niño chico.
-No te lo puedo contar- dijo mi hermana con una voz medio rasgada.
Tras esto, se incorporó y me dejo sólo, no sin antes decirme con total entereza: “¡No seas perezoso y arréglate ya, que el tito Paco está al venir!”
Una vez me puse la ropa que mi hermana me había preparado. Me dirigí al cuarto de baño; pues tenía ganas de hacer pipi. Además tenía que peinarme, lavarme la cara y los dientes.
Antes de entrar a asearme, comprobé que toda mi familia estaba en el salón, incluida mi madre; la cual hablaba por teléfono. A pesar de que todos parecían ligeramente alterados; mostraban una silenciosa y triste calma.
Cuando llegué al salón, mi madre seguía hablando por teléfono, por su tono y sus palabras; contaba algo muy triste.
-... lo han traído para su casa, para que se vaya en compañía de los suyos. Y es que se nos va Micaela, ¡Se nos va!... Pobrecita mi hermana... ¿Qué va a ser de ella ahora?... ¡Se nos va Micaela, se nos va!
Al ver a mi madre llorar como una magdalena, comprendí lo que estaba pasando: mi tío Demetrio, se estaba muriendo.
Las preguntas con las que había atiborrado a mi hermana murieron en mi garganta. De pronto comprendí, porque me mandaban a casa de mi tío Paco, porque mi hermana parecía que había estado llorando y el porqué de su negativa a contestarme, sobre lo que estaba ocurriendo.
Yo a mi tío Demetrio, no es que lo quisiera mucho; lo veía muy poco, una o dos veces al año lo sumo y a diferencia, de mi tío Paco, que era un hombre cariñoso como él que más, mi tío Demetrio era un hombre seco y al que parecían que los niños le gustaban poco. Siempre que venía a mi casa, mi madre me decía lo mismo: “¡Pepito, no molestes al tito Demetrio!”
Si me daba un poco de pena, era por mi tía Elvira, la hermana de mi madre, quien era muy dulce y cariñosa. Siempre que íbamos a su casa, nos daba leche y tarta de chocolate. La hace ella y ¡está de buena!
A mi corta edad, la imagen que tenia de las viudas, era de mujeres tristes, desvalidas y vestidas de luto. El negro, como obligada vestimenta, funcionaba como un espantapájaros, para las alegrías y las risas. Con lo que el respeto por el fallecido, se convertía en una muerte en vida para sus congéneres; sobre todo para los femeninos.
Aunque por aquella época, ya el luto empezaba a estar en desuso, esa moda todavía no había llegado a la Extremadura profunda. Dónde que se te muriera un familiar, significaba lapidar parte de tu existencia, bajo el yugo del qué dirán.
Al poco la casa se comenzó a llenar de vecinas, que venían a ofrecer a mi madre su ayuda, en lo que pudiera hacer falta.
-... Mi marido comerá en la fábrica. Mi Juan se va a ir a casa del novio de Gertrudis... y el niño se va a casa de mi cuñada Enriqueta, así quito a la criaturita de que lo pase mal...- explicaba mi madre, a toda aquella que ofrecía su casa, para lo que fuera menester.
¿Por qué los mayores, hablan delante de nosotros como si no estuviéramos? No sé, si es descuido o es ignorancia. Una vez aprendemos a hablar, entendemos casi todo lo que dicen. Sobre todo, aquello que no quieren que nos enteremos.
Media hora más tarde llego mi tío Paco, mi madre al verlo llegar se abrazó a él, dando rienda suelta a un llanto largamente contenido. El padre de Francisquito, la tranquilizó como pudo; pero aunque sus palabras eran de consuelo, el gesto en su rostro denotaba una gran impotencia. Pues estaba claro, que cualquier cosa que dijera o hiciera, era en vano.
Tras saludar a la familia, mi tío vino hacia mí. Se agachó para poner su rostro a mi altura. A pesar de la dureza del momento, aquel noble hombre, hizo de tripas corazón y me dedicó la más maravillosa de sus sonrisas.
¿Te he dicho que mi tío Paco era muy guapo? No porque fuera rubio y tuviera unos rasgos agradables, sobre los que reinaban unos preciosos ojos azules. Era guapo, porque se notaba que era buena persona y ese halo de generosidad, fluía en cada unos de sus gestos; mi madre decía que de joven quitaba el hipo.
-¿Te quieres venir conmigo para jugar con Francisquito y Matildita?
Asentí, moviendo la cabeza, a la vez que le regalaba una de mis mejores sonrisas de granuja.
Mi hermana Gertrudis le dio una maleta, con ésta en una mano y conmigo en otra, nos despedimos de la familia y abandonamos la casa.
Los dos besos que me dio mi madre, me calaron muy hondo. Siempre la había visto como un ser omnipotente, pero al posar sus labios sobre mi cara, me pareció el ser más vulnerable y cariñoso del mundo. Creo que hasta aquel día, no llegué a descubrir lo mucho que me quería y lo mucho que yo la quería a ella. Pues un sentimiento contradictorio, crecía en mi interior; estaba feliz, porque iba a jugar con mi primo Francisquito, pero me daba mucha pena, ver a mi madre sufrir.
Mi tío consciente de que estaba un pelín triste, antes de montarme en el coche me dijo:
-Pepito, por el tío Demetrio no se puede hacer ya nada. Pero no te pongas muy triste, pues pronto estará con nuestro Señor.
Lo miré de arriba a abajo, aquel hombre a diferencia de todos los hombres mayores que conocía, parecía que le importaban los demás. Y si su envoltorio, unos pantalones de trabajo azules con peto, una camiseta blanca de manga larga y unas botas marrones de trabajo, le daban un aspecto igual al de todos los demás. Su forma de hablar y comportarse, le daban cierta singularidad.
Como no decía nada, mi tío me tocó la cabeza levemente y me dijo, en un tono tranquilizador:
-¡Veras, como cuando estés con los primos se te olvida todo!
Me abrió la puerta trasera de la furgoneta y tras despedirnos de nuevo de mi familia, nos fuimos.
Es curioso como una canción de moda, un paisaje a través de una ventanilla, hacen que nos olvidemos de las cosas que no nos agradan. No habíamos recorrido ni cinco kilómetros, del total del trayecto que separaban mi casa de la de Francisquito, y la preocupación por mi madre y la tristeza por la muerte, se habían esfumado. Ahora un único pensamiento llenaba mi mente: contarle a Francisquito, lo de las inyecciones del Genaro.
Como el trayecto hasta su casa era largo y los campos florecidos, ya me parecían todos iguales. Mi vista empezó a viajar por el cuerpo de mi tito Paco y como quien no quiere la cosa, mis ojos se clavaron en su casa del pajarito.
Por la prominencia que se le marcaba bajo la cremallera del pantalón de trabajo, parecía que tenía una cosa tamaño caña de lomo; fui recorriendo con la mirada el cuerpo de mi tío, quien a pesar de su aspecto tosco y campechano, tenía todos los atributos para ser una estrella de cine.
Era guapo, porque sí. No estaba ni gordo, ni delgado; yo diría que al igual que sus hijos estaba bastante fuerte: hombros anchos, brazos fuertes, poca tripa y unas piernas, que pese a estar tapadas, se me antojaban como la de un futbolista.
Estaba claro que mis primos Ernesto y Fernando, salían a él. Pero si era así, no me cuadraba que la pilila de mi tito fuera tamaño caña de lomo. Pues la de mis primos, eran tamaño fuet y si se parecían tanto a mi tío… ¿Por qué esa diferencia? ¿Sería que los pantalones a veces, aumentaban el bulto?
El resto del viaje, mi mente no paró de darle vueltas al transcendental enigma. ¿Serían los pantalones como una especie de lupa para los pitos de los mayores? Y si era así... ¿Por qué la del Genaro no se veía tan enorme cuando tenía puesto el mono de trabajo? Lo único que podría dar respuesta a mi problema, sería ver la pilila de mi tío Paco. Tenía tres largos días para ello.
Al llegar a su casa, Francisquito y Matildita nos estaban esperando en la puerta. ¡Qué alegría me dio verlos! ( Bueno a mi prima no tanto, que tenía mucha guasa la reina de corazones)
Me acomodaron en el cuarto de Francisquito. ¡Qué guay! ¡Con la de cosas que le tenía que contar!
La mañana fue la mar de aburrida, pues su mamá nos pidió que jugáramos con Matildita. Y la verdad, que jugar a las comiditas, ser el marido o el hijo, es muy, pero que muy aburrido. Y es que las niñas son tontas babas, se ponen a guisar comidas que no existen, a tomar de tazas de té vacías y todo el tiempo, haciéndose las finolis y las importantes.
Los niños somos muchísimo más listos, nos pegamos tiros con pistolas de juguete (a veces un palo te puede servir) y nos caemos al suelo cuando nos aciertan. ¡Bang! ¡Bang! ¡Estás muerto Johnny Carasucia!
Como mi tía tuvo que terminar de arreglarle el traje nuevo a la reina de corazones. Después de comer, tuvimos toda la tarde para nosotros. ¡Qué bien me lo pase con Francisquito! Nos matamos por lo menos dieciocho mil novecientas veces... Pero como éramos muy buenos pistoleros, revivíamos antes de tocar el suelo.
Cuando se nos gastaron las balas... (¡Es que correr uno detrás del otro y el otro detrás del uno, cansa una barbaridad!) Nos sentamos, debajo de unos árboles que había frente a la casa. Mi primito, cogió el palo-pistola y se puso a hacer círculos en el suelo. Como no tenía nada mejor que hacer, para no aburrirme, me puse a hacer lo mismo.
Entre círculo y círculo, mi mente empezó a bullir como una olla a presión y viendo que él no estaba por darme mucha conversación. Le lancé una importantísima pregunta:
-Francisquito... ¿Puedo confiar en ti?
-Pues claro, Pepito. Somos primos, pero también somos socios.- me contestó sin levantar la mirada de la maraña de líneas.
-Tiene que ver con el juego de los médicos- dije dándole cierta “intrigulis” a mis palabras.
Mi primo dejo de dibujar en la tierra, levantó la mirada y me lanzó una mirada inquisidora, para decirme en un tono que rozaba el “mosqueo”:
-¿No habrás jugado? ¡Qué te dije que eso es muy peligroso! ¡Que te llevan al reformatorio!
-¡No, no, que va! Te jure por mi madre, mi padre y mis hermanos que no lo haría y no lo he hecho. Además, no creo que me guste- Sentencie, con mi voz más responsable.
-¿Entonces, qué...?
-He visto dos veces jugar a los médicos-mi voz sonaba apagada, como si me diera un poco de vergüenza.
Mi primo Francisquito se levantó de repente del suelo, se colocó frente a mí y, cuando creí que me iba a echar la bronca, frotándose las manos me dijo:
-¡Cuenta, cuenta!
Lo puse al día de lo ocurrido con el Genaro y la viuda; sin dejar de contarle lo del Diego, el gitano, con el repartidor de butano y como éste le pago por jugar a los médicos. Cuando concluí con mi relato, mi primo se quedo pensativo y con una voz de persona mayor me dijo:
-Lo que hizo el Genaro con la Carmela, no se llama “Jugar a los médicos”, se llama “cometer actos impuros”. Lo sé, porque me lo explicó mi catequista, cuando le pregunté por el Sexto mandamiento.
¡”Osquite”! ¡Cuánto sabía Francisquito! Con él, todos los días aprendía una cosa nueva. A mí la verdad, que aquello de meterle la pirila por el chochete me extraño un montón y estaba claro porque: aquello no era jugar a los médicos. Aquello se llamaba: cometer actos impuros.
-Si los actos impuros se cometen dentro del matrimonio,-añadió, poniéndose muy serio- se llama hacer el amor y entonces es cuando el hombre deposita la semillita en la barriga de la mujer...
A mi aquello de la semillita en la barriguita me sonaba a rollo patatero. Pero si lo decía mi primo Francisquito, ¡con lo listo que era!, algo de razón debía de tener.
-¡Oye Pepito! ¿Tan grande era la churra del Genaro ese?
-Sí, tamaño morcón.
-¿Tamaño morcón?- preguntó extrañado mi primo.
Observé a mi primo, durante unos segundos. ¿Cómo era posible que yo supiera algo y él no? ¡No me lo podía creer! Respiré hondo durante unos segundos, y cargando mi voz con la importancia que tenía, lo que me disponía a contar, comencé a recitarlo, como si fuera la tabla de multiplicar:
-Sí, tamaño morcón. Son las más grandes. Así- dije yo separando las manos, como intentando dar una medida del tamaño del pito del butanero- Después están las tamaño caña de lomo, que son un poquito más pequeña. El tercer modelo son las tipos fuet, que son más o menos como las de tus hermanos. Y por último, están las tipos salchichitas, que es lo último que se despacha...
El asombro no se había borrado de la cara de Francisquito, cuando dije algo, que le enfado un poco.
-Tú la tendrás tamaño fuet, como tus hermanos, porque cada familia tiene su marca.
-¡Eso no es verdad! Porque mi padre la tiene más grande y más gorda que los gemelos.-contestó un pelín enojado, por mi comentario.
Me disponía a preguntarle como sabía el tamaño de la pilila de su padre. Cuando mi tía Enriqueta, nos llamó para que nos ducháramos para ir a ver las procesiones.
Mi tía nos duchó a mi primo y a mí, juntos. Mientras nos secábamos, se ve que tuve que ser muy descarado, mirando la cosita de mi primo, porque en cuanto su madre nos dejo sólo, Francisquito me soltó algo que me dejo estupefacto.
-Hasta que no llegué a la pubertad. No sé me pondrá grande. Hasta entonces no se sabrá de qué marca la tengo.
No tenía ni idea de donde estaba aquel sitio llamado pubertad. Pero cuando me disponía a preguntarle, su mamá abrió la puerta pidiéndonos que nos diéramos prisa, pues ellos tenían que ir al velatorio.
Con los años supe, que durante aquella tarde, los días de mi tío Demetrio, habían llegado a su fin. Por ese motivo, mis dos primos y yo, nos quedamos al cuidado de sus dos hermanos gemelos, quienes nos llevaron a ver las procesiones de Semana Santa, que salían por el pueblo. ¡Qué guay eran Ernesto y Fernando! Nos llevaron a comer a un Burger y todo.
De vuelta a casa, nos dijeron que ni su papá ni su mamá vendrían en toda la noche, pues estaban acompañando a mi tía Elvira.
Ernesto se ocupo de meter a Matildita en la cama, mientras que Fernando hacia otro tanto con nosotros dos. Una vez comprobó que nos quedábamos dormidos, se marchó. La verdad es que yo estaba que me caía de sueño, pues me habían hecho madrugar mucho. No me había todavía transformado en guerrero samurái, cuando oigo la voz de mi primito, quien casi me susurraba al oído:
-¿Sabes Pepito? Quizás lleves razón y cuando las pichas son muy grandes no sean supositorios, sean inyecciones; pues duelen más.
Escuchar como Francisquito me daba la razón, lleno mi pecho de orgullo. ¿Podría ser que yo llegara a ser alguna vez tan listo como él?
-Si te esperas un poquito- prosiguió- podemos ver a los gemelos jugar a los médicos.
La simple idea de volver a ver a mis primos practicando el dichoso juego. Hizo que abandonara el Japón medieval y me despertara por completo.
Mi primito, al ver cómo me incorporaba de mi recién iniciado sueño. No espero respuesta por mi parte y continúo hablando:
-Además, ahora hacen cosas nuevas. Creo que te van a gustar.
-¿Cosas nuevas?- dije poniendo los ojos como platos.
-Tiene que ser una especie de tratamiento. Se llama el sesenta y nueve. Lo sé porque Fernando se lo dijo un día a Ernesto.
-¿En qué consiste?- mi ansia de conocimiento, me impedía estar callado.
-Es muy fácil. Se tienden en el suelo, uno para arriba y otro para abajo, y se toman la temperatura al mismo tiempo.
-¡Que guay!
-Debe ser un tratamiento muy bueno. Porque ha habido veces que no han necesitado ni ponerse el supositorio, para echar los virus...
-¿Se han echado los virus en la boca?- en mi cara había un gesto mitad sorpresa, mitad asco.
-Sí, pero no es malo. Porque al ser gemelos y tener el mismo tipo de sangre; los virus son como una especie de vacuna. Así, que no hay ningún problema porque se trague el uno, el del otro.
¡Jolines, cuánto sabía Francisquito! Era como el libro Gordo de Petete, pero en niño. Y lo mejor, que cuanto más tiempo pasaba con él, más inteligente me volvía yo.
Al poco, me dijo que lo siguiera. Abrió la puerta del armario, el cual era uno de esos empotrados en la pared. Era enorme, con un montón de pisos, donde había de todo: cajas de juguetes, mantas, zapatos... Lo ayudé a sacar unas cajas grandes que había en la parte baja. Al quitarlas, dejo a la vista un panel delgado de madera, el cual dejaba pasar una tenue luz. Francisquito apagó la luz de nuestro cuarto, al principio me dio un poco de miedo. Pero me di cuenta, que era para que no nos descubrieran en la habitación de al lado. Poniéndose un dedo sobre la boca, me indicó que mirara por una de las pequeñas grietas del panel. Al asomarme descubrí, que éstas comunicaban con la habitación de los gemelos. Y lo que era mejor, las rendijas dejaban ver perfectamente las dos camas de la habitación. Era como ver el cine de verano, desde el balcón de tu casa; no oías muy bien la película, pero verla, lo que se dice verla, perfectamente.
Clavamos los ojos en sendas fisuras de la pared y nos pusimos a ver el espectáculo. Por lo que se podía intuir, ya habían empezado. Es lo que tiene tener dieciocho años, ya eres mayor de edad y puedes jugar a los médicos.
Del boca a boca, habían pasado al reconocimiento corporal. Fernando pasaba sus manos por el pecho de su hermano, mientras le olía el cuello. ¡Qué bonito era el cuerpo de mi primo Ernesto! Parecía un Geyper-man, anchos hombros, brazos fuertes, sin barriga. Pero lo que más me gustaba era el color de su piel, pese a ser muy rubio; debido a tantas horas como pasaba en el campo al sol, la tenía de un color marroncito claro. No he vuelto a ver unos brazos como aquellos: tan fuertes y tostaditos, y para más inri, cubiertos por completo, de un bello rizado y rubio.
Y si guapo me parecía Ernesto, más me lo parecía su gemelo. Porque a pesar de ser iguales, Fernando tenía una simpatía en la cara, que parecía que sus ojos eran más azules aún que los de su hermano. Puede que en la pichilla no, pero en eso; si salía a su padre.
Tras el reconocimiento corporal, Ernesto se tendió en la cama. Fernando hizo lo mismo pero de manera contraria a como se había puesto su hermano. Me extrañó mucho aquello, despegué los ojos de la rendija y tiré del brazo de Francisquito. Éste en un tono de voz, tan bajito, tan bajito, que hasta me costó trabajo oírlo me dijo:
-Eso que van hacer ahora, es el tratamiento sesenta y nueve.
Volví a clavar la mirada en los dos jóvenes desnudos que estaban sobre la cama. Al principio entre el barullo de brazos y piernas, no terminaba de ver muy bien lo que estaban haciendo... Pero fue fijarme un poco y lo pude ver claramente; tanto mi primo Ernesto, como su hermano Fernando tenían la cosita del otro en la boca. Francisquito llevaba razón como siempre: el tratamiento sesenta y nueve, era tomarse la temperatura mutuamente. La verdad es que no estaba mal pensado; así ahorraban tiempo.
Ver a mis primos jugar, era más guay que ver al Genaro con el Diego. Eran más guapos y los dos querían ganar. ¡Cuánto empeño ponía mi primo Ernesto! Parecía que en vez de un termómetro, lo que tenía en la boca era una piruleta. Lo que más me gustaba, es cuando se la sacaba del todo y le pasaba la lengua desde la parte de abajo, hasta llegar a la cabeza. Cada vez que hacía esto, mi primo Fernando ponía cara de “gustirrinín”.
Otra cosa que me llamo la atención, del dichoso tratamiento, es que lo mismo se podía comprobar la temperatura tanto por delante, como por detrás. Hubo un momento, que Fernando se saco la pilila de su hermano de la boca, levantó a éste un poco en el aire y paso su boquita por sus huevecitos. Lo que dicho sea de paso, eran muy bonitos y cubiertos por ese bello rubio suyo, tan característico. Para mí, que no sólo paso la lengua, sino que le pegó algún bocadito, pues escuché a Ernesto quejarse.
Una vez se cansó de jugar con los huevecillos. Fernando, ni corto ni perezoso, puso las manos sobre las nalgas de su hermano y estiró de ellas como si quisiera abrirlo por la mitad. Desde donde yo estaba, se podía ver perfectamente el mohíno de mi primo, aunque estaba cubierto de pelos, a mi no me pareció que fuera feo; al contrario.
Tan rápido como se cambia de ropa Superman, su hermano metió la lengua en agujerito. ¡Qué pedazo de lengua tenía Fernando! ¡Parecía una serpiente! Con un lengüetazo, lo dejo empapado de saliva por completo. Pero se ve que no se quedo harto, pues siguió chupa que te chupa un buen rato. Hubo un momento, que hasta metió un dedo y todo. ¡Si es qué eran la caña jugando!
Por su parte, Ernesto, seguía con el termómetro en la boca, se ve que no tenía mucha prisa por saber si su hermano tenía fiebre o no. Pues cuando parecía que iba a pitar, se lo sacaba y otra vez tenía que volver a empezar.
Una cosa que me llamó bastante la atención fue, que mientras su hermano lo inspeccionaba, mi primo había cogido su pilila y le daba una especie de masaje. ¡Le debía picar, como le pasaba a los albañiles! Pero como dice mi madre, el comer y el rascar todo es empezar... Y Ernesto, había empezado pero no terminaba, y cuanto más se rascaba, más colorada se le ponía la cabeza de su cosita. Pero ni por eso paraba, de darle para arriba y para abajo. ¡Parecía que le hubieran dado cuerda!
Hubo un momento en el que Fernando despegó la cabeza del trasero de su gemelo. Dijo: “¡Ernesto que me vengo!”. Yo no entendí muy bien, que quería decir con aquello, pero el caso es que su hermano, no le hizo ni caso. El siguió a lo suyo, rasca que te rasca y chupa que te chupa. Al poco Fernando comenzó a moverse como si le dieran convulsiones. “¡Está echando los virus!”- pensé.
Lo que sucedió a continuación me dejo con los ojos como platos; no pude ni pestañear. Era tal el chorro de líquido blanco, que este se le escapaba por la comisura de los labios, pero a mi primo no parecía importarle, más parecía que le gustaba un montón, pues unas gotas cayeron sobre el ombligo de Fernando y las chupó, como si fuera la tapa de un yogurt.
Tan ensimismado estaba mirando la lengua devora todo de Ernesto, que no me di cuenta siquiera de que le había echado los virus sobre el pecho de su hermano. ¡Qué cantidad más grande echó! ¡Pues si que estaba malito!
Como si se le hubieran acabado las pilas, se quedaron quieto de repente, uno sobre el otro, respirando muy fuerte; como cuando yo, hago una carrera muy larga.
Poco después, mi primo y yo, sin hacer ruido abandonamos el hueco del armario.
Mientras me metía en la cama, medité sobre lo aprendido en aquel día:
1) El tamaño de picha no se hereda. Tu padre la puede tener tamaño morcón y tú la puedes tener salchichita.
2) Las mujeres y los hombres, no juegan a los médicos. Cuando un hombre mete la pilila en un chochete, lo que hace es un acto impuro.
3) La mejor forma de empatar jugando a los médicos, es el tratamiento sesenta y nueve.
A pesar de todo, aún me quedaba una duda. Así que ni corto ni perezoso, le lancé la pregunta a mi primito:
-Francisquito... ¿Tú sabes lo que son las pajas?
Continuara en “Las pajas en el pajar”
Sí, estás por aquí. Gracias por leerme y si te apetece, valora el relato o deja un comentario. Es la única forma, que los autores de esta página tenemos de saber tu opinión sobre lo que escribimos.
Si es la primera vez, que apareces por uno de mis relatos y te ha gustado. La cronología de esta historia, la publiqué en una Guía de lectura, que puedes encontrar en mi perfil.
A propósito, con el anterior relato,”Lo imposible”, esperaba algún que otro comentario negativo, por aquello de que todo había sido un sueño. Como yo no creo en las mayorías silenciosas, puedo suponer que a todos ha gustado un final tan rocambolesco. (Tenía mis dudas, pues era muy arriesgado) Gracias a todos, por estar ahí para compartir mis historias…
Mi agradecimiento a todos los que en ese relato, perdieron un momento, en dejarme un comentario; y a modo particular. A Hasret: Me alegro que te haya gustado el final a tres bandas. (Se me ocurrió estando de vacaciones, ja, ja ) En cuanto a pretensiones, si que las tengo: Hacer que mis lectores se pasen un buen rato; a elbotiija10 En el trío con Ramón e Iván, a ti había algo que no te cuadraba. En un comentario, dijiste algo sobre Ramón, que Iván era el segundo hombre con el que estaba. Como ves, sigue siendo Mariano su primer hombre (de momento); a Ozzo2000: Sé que un sueño compartido, se sale un poquito de la norma de realidad que intento plasmar en mis historias. Pero es una pequeña licencia, que me servirá de excusa para lo que tiene que venir. ¿Qué es eso de que has visto mis relatos en otra web? Cuenta, cuenta…; a pepitoyfrancisquito, Como veis, a pesar de los sueños estrambóticos que me monto, no me porto tan mal, os he traído de vuelta y todo; a varianza: Cuando planifiqué la historia, fuiste uno de los lectores que tuve en mente; por tus comentarios, soy conocedor de que Iván es tu personaje preferido. Espero no habértelo destrozado. De todas maneras, tengo en mente otra historia con el mecánico y esta vez, no es un sueño; a gippal Eres de los lectores, que lee entre líneas, muy liado has tenido que estar, para no darte cuenta de la broma. :))) Y a Karl, ¿Pornohumor? Creo que usted no me toma en serio… yo tampoco. Ja, ja… Espero que este, aunque no te haya “excitado”, si te haya sacado una sonrisa.
La semana que viene, publicaré el tercer recopilatorio de la serie “Sexo en Galicia”. Mis habituales, nos vemos en quince días aquí, con el primer episodio de “¿Sabes lo que hicimos el verano del 2012?”, llevará por título: “1,4,3,2”(Con ese título, seguro que no entra a leerlo ni Dios, ja, ja )
Hasta entonces, consumir de la mejor manera cada segundo de vuestras vidas. Un saludo.