Y es que vuelvo a verte otra vez
Vuelvo a respirar profundo
Que se entere el mundo que
De amor también se puede vivir
De amor se puede parar el tiempo
No quiero salir de aquí
Porque vuelvo a verte otra vez
Vuelvo a respirar profundo
Que se entere el mundo que no importa nada más.
(Pablo López)
21/08/12 08:30
(Ramón sigue recordando ante el espejo todos los pormenores de su relación con Mariano)
Mientras los últimos goterones de la esencia de mis cojones se derramaban sobre las sabanas, no pude evitar reflexionar sobre cómo se estaba descontrolando todo y de qué modo.
Mis vacaciones en Fuengirola, debido a una memez que mi esposa vio como algo de lo más transcendental, habían desembocado en drama familiar. Aquello unido al distanciamiento que me mostró Mariano cuando intenté refugiarme en él, dio como resultado que una agobiante tristeza me hiciera compañía durante los días siguientes. Últimamente he descubierto, muy a mi pesar, que cuando me deprimo soy incapaz de tener la churra quieta y busco en un buen polvo la sal que le falta a mi existencia, en esta ocasión la calentura me llevó a la sauna San Miguel de Torremolinos. Allí descubrí dos cosas: La primera que aquel antro de depravación no era el puto paraíso sexual que mi amigo me había vendido (ni que yo me había imaginado) y la segunda, que el sexo mezclado con la dominación me ponía una cosa loca.
Me había dejado seducir tanto por aquella variedad sexual que, desde que supe que iba a poder estar con mi amigo, mi mente no había dejado de elucubrar posibles usos al aparato fálico y fetichista que le compré en el “sex-shop”. Estaba tan entregado a conseguir hacer aquella fantasía realidad que mientras Mariano me realizaba un satisfactorio beso negro, yo había dejado volar la imaginación, lo había visionado entregándoseme de los modos más sumisos y en los escenarios más sórdidos que mi mente se atrevía a recrear.
La mezcla de sensaciones que me aportó el mundo onírico y la realidad, consiguieron que mi polla, de forma desmedida, terminará escupiendo la blanca prueba de amor.
Mi amante reparó en que estaba eyaculando y se tendió a mi lado, como si quisiera deleitarse viendo como el placer me abandonaba. Su mirada, aunque lujuriosa, rebosaba de cariño. Se quedó absorto contemplándome, tal como lo hace un niño con un sabroso pastel. Cogió mi mano, por cuyo dorso corrían varios surcos de espeso y blanco semen. Suplicante, buscó la complicidad en mis pupilas, sin esperar una reacción por mi parte, chupó uno por uno de mis dedos, limpiando minuciosamente los restos de esperma que quedaban en ellos. Fue tal la sensualidad con la que lo llevo a cabo, que al sentir como su boca envolvía y chupaba cada una de mis falanges, no pude evitar que, de nuevo, me envolviera un inconmensurable placer y retornaran las ganas de compartir mi cuerpo con él.
Lo observé detenidamente, había tanta ternura en su semblante que el perverso acto de tragarse mi corrida lo vi como algo hermoso, una prueba de entrega total. No sé qué fibra removió en mi interior que no pude reprimir acariciar su barbilla, lo examiné como si quisiera absorber su imagen en mi memoria y concluí uniendo sus labios a los míos. El sabor agrio de los restos de mi esperma aún latente en su paladar, lejos de parecerme algo desagradable, me excitó notablemente y lo que surgió como una pequeña muestra de afecto se convirtió en un pequeño torbellino de pasión.
Apreté su cuerpo entre mis brazos como si lo quisiera hacer uno con el mío. Nuestros dedos se entrecruzaron con fuerza, al tiempo que nuestras bocas hicieron el intento de fundirse. Desde mi juventud no me había sucedido algo así, acababa de eyacular y seguía con ganas de más. Cada vez tenía más claro que las sesiones de sexo con mi amigo era el mejor descubrimiento que había hecho en los últimos años y la mejor de las decisiones, convencerme a mí mismo de que lo que sentía por él se llamaba amor.
Del mismo modo repentino que el deseo comenzó a cabalgar descontroladamente sobre nuestros cuerpos, dejó de hacerlo. Acerqué su pecho al mío y tras darle un tierno beso, le eché el brazo sobre los hombros y me tendí juntó a él. Disfrutar de momento de paz como aquel, hacían que todos los riesgos, todos mis problemas de consciencia por seguir manteniendo una relación furtiva y socialmente mal vista, merecieran la pena.
—¿Cómo coño quieres que no te diga que te quiero? —Dije rompiendo un momento digno de “paseo de ángel”.
—Tú puedes decir lo que te venga en ganas, pero lo que no quiero es que hagas ninguna tontería, que ya bastante complicada es la vida para que nos la compliquemos nosotros más. Lo nuestro, tal como está, ¡va estupendo! ¿Ok?
—No creo que vaya tan estupendo—Bromeé.
—¿Por?
—Porque yo me he corrido y tú todavía tienes la polla mirando al techo.
—Por eso no te preocupes, ahora tú me ayudas, que seguro que lo haces muy bien —Una picaresca sonrisa se pintó en su semblante, acercó su rostro al mío y me dio un afectuoso beso en la mejilla.
—No hay problema, tú sabes que siempre estoy a tu entera disposición. Pero hoy va a ser distinto a otras veces.
—¿Qué? —Respondió un poco escamado— ¡Miedo me das cuando te pones así! ¡Que tienes más peligro que una caja de bombas!
—No te asustes hombre — Para calmar su desconfianza, adorné mis palabras con la mejor de mis zalamerías—, que verás cómo te gusta.
—¿Qué me va a gustar? ¡No sé yo que decirte! ¡Que de tus sorpresitas no me fio un pelo!—Dijo regalándome una amplia sonrisa — ¿Qué peliculitas has estado viendo tú este verano!
—Ninguna—No sé porque le mentí, quizás porque me sintiera avergonzado de mi experiencia en la sauna—, pero se me ha ocurrido una cosita que sospecho no te va a desagradar.
—Sabes que me tocas los huevos cuando te pones así…—Aunque no estaba enfadado, hacerme el interesante para conseguir llamar su atención le estaba haciendo perder un poco la paciencia — ¡Suelta prenda ya, cojones!
—Primero contéstame a una pregunta.
—¡Pregunta ya y déjate de misterios!
—¿Confías en mí?
—Pues claro que sí, ¡a buenas horas mangas verdes!
—¿Harías todo lo que te pidiera?
—¡Claro que sí, cabrón! Después de comerte la polla y el culo, yo a ti te como el corazón si hace falta.
—Aunque es algo diferente a lo que hemos hecho hasta ahora, no es nada tan radical como devorar un corazón, pero es evidente que se te ve dispuesto.
—Bueno, ¿me lo vas a decir ya?
He de reconocer que para lo nervioso que me hallaba ante cualquier reacción negativa por su parte, me hice dueño de la situación y aparenté, con cierta solemnidad, tenerlo todo bajo control. Con un ademan poco natural, posé un dedo sobre sus labios y le dije:
—¡Chisss! ¡Calla!, todo a su debido tiempo.
El paso que me encontraba a punto de dar era sumamente arriesgado, inconscientemente había olvidado los sentimientos que me atormentaban antes de llegar a verlo, me llegué a sentir tan mal que hasta creí que podía llegar a perderlo. Incluso, no sé por qué, me había montado una película en la que Mariano se había echado un novio en la playa y abandonaba nuestra relación por siempre jamás.
Ignoro si fue porque había corroborado que las cosas seguían igual entre nosotros, o por la seguridad que él me aportaba en la cama, donde todo era admisible y nada estaba prohibido entre nosotros. Fuera por lo que fuera, me disponía a pedirle sutilmente que se sometiera a mis deseos y participara en un acto de dominación, aunque intuía que a él también le podía atraer aquello, no las tenía todas conmigo y del mismo modo que lo nuestro había vuelto a encauzarse en la dirección correcta, podía descarrilarse y quedar destrozado sin remedio. Sin embargo, decidí correr el riesgo.
Estaba claro que mis ganas de experimentar algo que se me antojaba sumamente placentero, el “no va más” en el ámbito sexual, había nublado mi raciocinio y, haciendo alarde de las mejores de mis dotes de manipulador, comencé a embaucar a mi amante para que entrara por el ojo de la aguja que, sobre la marcha, fui preparando para él, haciendo alarde de las mejores de mis artimañas.
—¿Qué me dirías si te dijera que me gustaría vendarte los ojos?
La estupefacción inundó por unos momentos su expresión, no daba crédito a lo que estaba escuchando, y, sorprendentemente, me respondió esbozando una tímida sonrisa.
—Es algo que nunca he practicado, pero no veo nadie mejor con quien iniciarme.
Su actitud sumisa admitiendo que le cubriera los ojos con un tupido trozo de tela, despertó mi libido de un modo bestial y sentí como la sangre fluía por mi pene, haciéndolo aumentar de tamaño. Un estado de nerviosismo pareció envolverme y aunque intentaba disimular todo lo que podía, era más que evidente que la emoción me podía. Estaba tan feliz como un niño con un juguete nuevo.
Tras cerciorarme que mi amante estaba cegado por completo a lo que le rodeaba, como si fuera su dueño y señor lo hice subirse a la cama, lo ayudé a ponerse de rodillas sobre la parte superior de esta y después empujé su cuerpo contra el inmenso cabecero metálico. Su silencio ante aquella invasión de su voluntad, me dejó claro que tenía su consentimiento para hacer con él cualquier cosa que me apeteciera.
Aunque le he dado muchas vueltas al asunto, soy incapaz de descifrar cuales fueron extraños impulsos me llevaron a taparle los ojos. Puede que me viera influenciado por la puta película que vi en la sauna, pero ni tenía nada previamente en mente, ni había hecho nada nunca parecido y si de algo hice acopio, fue de la improvisación. Verlo ante aquella especie de reja que era la parte alta de su cama, me inspiró la idea de atarlo a ella y así lo hice, de un modo tan automático e impersonal, que pareciera que alguien movía los hilos de mi cuerpo desde las sombras.
Sigilosamente y sin hacer ruido alguno busqué un par de corbatas en el interior de su armario, una vez las localicé, procedí a atar sus manos a los dos adornos que culminaban sobre el brillante armatoste de hierro forjado. Me sorprendió sumamente que, con lo dado que es a dar su opinión de todo, no dijera una sola palabra y se dejara llevar hacia donde yo lo conducía.
Una vez lo amarré, me alejé un poco de la cama para verlo en perspectiva. A pesar de su robusta apariencia y de su musculado físico, postrado bajo aquella especie de barrotes, incapaz de moverse y ajeno a lo que le rodeaba, no era fortaleza lo que emanaba, sino todo lo contrario. Aquel leve aire de fragilidad, me hizo creer que era mío en todos los sentidos e, incompresiblemente, me excite todavía más.
Su absoluta entrega hizo que borrara de mi mente una posible negativa por su parte y me volcara por completo en hacer realidad mis perversas fantasías, al tiempo que disfrutaba y hacia disfrutar al pedazo de ser humano que me acompañaba. Lo observé detenidamente, su cuerpo se me antojaba una de las cosas más apetecibles que había contemplado nunca. Seguramente por lo calenturiento del momento, deslice la mirada hacia su trasero. Instintivamente acaricié su culo, deleitándome con el tacto de su piel entre mis dedos. Su dureza y firmeza me pareció algo espectacular. Deslicé un dedo por el canal de sus cachas, hasta llegar a la entrada de su ano, una vez allí, me puse a hacer pequeños círculos sobre el caliente orificio.
—¡Jo, Marianito que buen culo tienes tío! A todo el mundo con los años se nos comienza a caer para abajo y a ti se te está cayendo para arriba.
Mi amigo se dispuso a responderme con alguna patochada de las suyas, pero como temí que mi momento amo-esclavo se difuminara si empezábamos a bromear, lo mandé a callar. Estaba tan metido en el papel que mis palabras sonaron altisonantes, pues use el mismo tono autoritario que uso con los delincuentes.
Saberme dueño de la situación fue una de las sensaciones más gratificantes que había tenido a la hora de practicar sexo con alguien. Deje que el silencio fuera el único sonido reinante entre aquellas cuatro paredes y me dediqué a observarlo lascivamente, mientras me acariciaba soezmente el paquete.
En un casi absoluto silencio cogí mi bolsa y extraje de ella el objeto fálico que le había comprado en el sex-shop de Torremolinos. Acto seguido, saqué del cajón de la mesilla el bote de lubricante e impregné mis dedos con ellos con una buena cantidad. Esparcí el pegajoso líquido sobre el ojete de mi amigo, quien se tensó un poco ante el inesperado contacto y, como si fuera el siguiente paso de una ensayada coreografía, comencé a introducir mi índice en su interior.
A pesar de la parafernalia de la que había rodeado todo aquello, lo último que deseaba en el mundo era hacerle dañó, fui metiendo el dedo muy poquito a poco, aguardando la reacción de su cuerpo, más fue sentir como horadaba mi falange sus esfínteres y el pene de mi amante reaccionó como un soldado ante la orden de firme.
—Te está gustando, ¿ein? ¡Pero que guarrísimo eres! —Bromeé rompiendo el veto que yo mismo había autoimpuesto.
Lo que sucedió a continuación, me sorprendió incluso a mí. Unos meses antes, desconocía por completo como conseguir dilatar un ano y en aquel momento lo estaba realizando con tal maestría, que parecía que no hubiera hecho otra cosa en mi puñetera vida. A un primer dedo le siguió un segundo y finalmente un tercero. Percibir como el recto de mi amigo se dilataba a mi antojo, me tenía con el corazón bombeando a más de mil y mi polla se zarandeaba como el mástil de un barco en medio de una tempestad.
Una vez consideré que aquel caliente agujero estaba preparado para recibir el remedo de polla que descansaba estratégicamente cerca de mí, lo paseé morbosamente por la raja de sus glúteos, para colocarlo adecuadamente a la entrada de su culo y comenzar a empujar. Al principio, por sus dimensiones (aproximadamente tendría unos dieciséis centímetros de largo y unos tres o cuatro de grosor) creí que me iba a costar un poco introducirlo, no obstante, comprobé que había efectuado bien mi trabajo a la hora de dilatarlo y la parte superior entró con una pasmosa facilidad.
La imagen de aquel oscuro objeto de látex internándose en su ano, era sumamente morbosa, una vez conseguí introducir hasta más de la mitad, me deleité observándolo. Me excite tanto, que me llevé la mano a la polla y comencé a masturbarme.
Mientras estaba disfrutando del espectáculo, Mariano se dispuso a decir algo, volcado como estaba en mi rol de amo, le grité con furia que permaneciera en silencio. Me metí tanto en mi papel, que mis voces lo amedrentaron una barbaridad.
—¿Pero qué mierda es esto? —Proseguí haciendo uso del poder que tenía en aquel momento sobre él —Presumes de saber disfrutar, de que el sexo no tiene barreras para ti y cuando se te exige un poco más, te achantas. Si quieres gozar de todo el placer que un hombre es capaz de darte, deberás quedarte quietecito y calladito,… ¡todo el tiempo que a mí me venga en ganas! ¡Entendido!
Desconozco de donde saqué aquella palabrería, me oía y no daba crédito, era como si otra persona hablara por mí, quizás mi yo perverso y oscuro que había tomado el mando. Sin embargo, como un potro desbocado no podía parar y dejaba que los acontecimientos se sucedieran del mismo modo que, durante los días previos, se habían ido construyendo en mi cabeza.
Inesperadamente una idea asaltó mi pensamiento, sin meditarlo procedí a llevarla a cabo. Tras comprobar que mi “regalito” estaba perfectamente encajado en el ano de Mariano, me incorporé. Como no podía colocarme ante él sin desatarlo, procedí a desanudar uno de sus brazos, una vez me colé por la estrecha abertura, volví a amarrarlo de nuevo.
Mi única intención posicionándome ante él, era obligarlo a que me practicara una mamada de las suyas. La sensación de someterlo sin consultar su parecer, me pareció de lo más sugerente. El placer que experimentaba era más mental que físico. Con total brusquedad agarré su cabeza y le hice tragarse mi cipote de golpe.
Sentir como mi glande chocaba contra su campanilla, fue de lo más alucinante. Tanto, que no podía parar de resoplar una y otra vez. A pesar de no ser sensaciones desconocidas para mí, las que experimentaba en aquel instante me resultaban completamente novedosas. Normalmente, a la hora del sexo oral, era él quien marcaba el ritmo y yo me dejaba hacer, en aquella ocasión, quien dominaba la situación era yo. Introducir y sacar mi verga de entre sus labios al brutal ritmo que imponía mi pelvis, me parecía de lo más libidinoso. Sobre todo, cuando mi amigo era incapaz de zafarse de mis salvajes embestidas.
A cada empellón de mi pelvis contra sus morros, le sucedían unas pequeñas arcadas de babas por su parte. Babas que resbalaban por mi miembro, empapándome hasta los huevos y goteando sobre la cama. Aunque sabía que en otras ocasiones había engullido mi vergajo hasta la base, y sin dificultad alguna, en aquel momento tragárselo le estaba ocasionando ciertos problemas. La postura y la fuerza con la que mis caderas empujaban hacían que no pudiera respirar bien del todo y su capacidad para contener mi polla en el interior de su cavidad bucal fuera cada vez menor.
Dos pruebas evidentes de que le faltaba el aire eran sus ojos, los cuales parecían querer salirse de sus cuencas, y los abundantes lagrimones que recorrían su cara. En otras circunstancias, habría detenido mis movimientos pélvicos ante su rostro y le hubiera permitido recuperarse. Sin embargo, en aquel preciso instante, la simple idea de tenerlo subyugado a mis caprichos podía más que cualquier pensamiento razonable. Pese a que sabía que no le hacía daño alguno pues se hallaba muy excitado, prueba de ello era que seguía con la polla tiesa como un palo, el mero hecho de percibir que Mariano comenzaba a sentirse incomodo me ponía un montón.
Era tanta la lujuria que almacenaba en mi interior que sabía que de un momento a otro, de seguir así, iba a volverme a correr. Así que, con la misma brusquedad con la que metí mi churra en su boca, se la saqué. Observé el rostro de mi amante y en él reinaba el desconcierto, a cada segundo que pasaba lo percibía más como un títere sometido a mis deseos, una persona moldeable a mi antojo.
Volví a repetir el ritual de desanudar la corbata de su mano izquierda y una vez salí de aquel incomodo encierro, lo volví a atar. Me bajé de la cama y caminé hacia la puerta de la habitación, con la única intención de verlo desde lejos. Contemplarlo tan desvalido, tan a merced de mis tropelías, hizo crecer en mi interior el anhelo de ocasionarle un poco de daño. Un daño controlado que le proporcionara más placer que dolor.
Rebobiné en mi memoria la sesión de sexo enlatado del policía con el reo y me entraron unas ganas locas de golpear su pecho, e incluso de fustigar su espalda con una fusta. Sin embargo, aunque por mi profesión sabía dónde pegar exactamente para dejar fuera de combate a un adversario, nadie me había enseñado nunca como atizar y no hacer daño. Como tampoco tenía un látigo a mano, opté por algo más rudimentario y de lo cual ya conocía sus consecuencias de sobra: darle una soba en el pompis.
Cautelosamente me aproximé a la cama, acaricié lascivamente sus nalgas, deleitándome en su agradable textura, en su redondez y dureza que tan cachondo me ponía…. Súbitamente, como si pulsaran un interruptor en mi cerebro, comencé a golpear sus glúteos del mismo que se hace con la grupa de un potrillo al que se azuza. En un principio, mi intención era que mi zurra fuera más efectista que dolorosa, pero se ve que mis bofetadas contra su trasero no solo sonaban estruendosamente, sino que le estaban ocasionando daño, lo constaté por lo enrojecido que se tornaron sus cachas y como se contraía su zona lumbar a cada impacto de mi mano.
Consecuente con el hecho de que si seguía con mi ronda de cachetadas podía lastimar a Mariano, contuve la bestia que llevaba dentro y tiernamente comencé a acariciar su trasero, como si quisiera aliviar con el delicado roce de mis dedos la lacerada piel. Al tocar la raja central, tropecé con el aparato que se encontraba alojado en el interior de su recto. Aunque lo estaba viendo en vivo y en directo, me parecía imposible que algo de aquellas dimensiones hubiera entrado en un orificio aparentemente tan estrecho, como si quisiera probar los límites de mi amigo, empujé un poco más adentro el gigantesco y oscuro falo. Por su forma de comportarse, entendí que tener aquel trozo de látex en su interior le resultaba más placentero de lo que yo había imaginado en un principio.
Procurando hacer menor ruido, busqué en el cajón un preservativo. Una vez lo tuve oportunamente colocado, saqué la falsa polla del ano de mi amigo y rellené el hueco dejado con la mía. El cambio pareció no gustarle a Mariano, quien hizo amago de protestar. Como no estaba dispuesto a que sus quejas estropearan aquel morboso instante, le tapé la boca con la mano para evitar que de sus labios saliera lo más mínimo.
Sentir como mi masculinidad invadía sus entrañas al tiempo que sometía su voluntad de un modo tan vehemente, fue una de las sensaciones más satisfactorias y a la vez más extrañas que había sentido en mucho tiempo. Por un lado, mi mente obligaba a mi cuerpo a realizar el sexo más guarro y depravado que era capaz de imaginar y por otro lado, no podía dejar de pensar que la persona a la que estaba sojuzgando era la que hacía latir mi corazón y a la que más echaba de menos en mis horas bajas.
Envuelto en pensamientos tan ilógicos como contradictorios, bajé la mirada para observar la facilidad con la que su ojete se tragaba, y casi por completo, mi verga. La excitante visión consiguió ponerme aun todavía más cachondo, sin quitar mi mano derecha de su boca, lo cogí por la cintura y lo comencé a taladrar con un ritmo in crescendo de movimiento de caderas. Percibir como las paredes de su recto se abrían al paso de mi cipote me tenía como una moto, y dado que no deseaba eyacular aún, detuve ipso facto la salvaje follada.
Puesto que mi intención no pasaba porque Mariano dejara de gozar por tener su culo vacío, ocupé el hueco dejado por mi cipote con el sofisticado falo de plástico.
—¡Aggg! ¡Me haces daño! —Su voz sonó como quebrada.
—¡Calla! ¿Te he dicho yo que tienes permiso para hablar? ¿Por qué coño hablas?
En perspectiva, he de admitir que me pasé un poco, aunque para mí solo era un juego y nada de lo que decía tenía más trascendencia que imitar una pantomima que había visto hacer a unos actores unos días antes, reconozco que mi amigo ignoraba cuales eran mis motivaciones y, tal como me dijo más tarde, pasó un poco de miedo ante mis inapropiadas reacciones.
Durante unos interminables segundos, mantuve un combate conmigo mismo. Un ramalazo de cordura se enredó con la locura del momento y permanecí como congelado. Incapaz de frenar el fuego que ardía en mi interior, proseguí con aquella sesión de sexo tan poco ortodoxa. Observé a mi amante, estaba asustado, dolorido… No obstante, volví a mirar a su entrepierna y tenía el “soldadito” mirando al cielo. Cada vez tenía más claro que toda la parafernalia de sumiso-dueño lo excitaba tanto como a mí o más.
Con la imagen de su sexo vibrando ante mis ojos, mi calenturienta mente ideó otra perversidad. Olvidándome del sigilo, abrí su cajón secreto y cogí a “Lenny”, su consolador negro. Sin meditarlo, me tendí tras él y comencé a masturbarlo. Rompiendo de nuevo mi regla autoimpuesta, bromeé sobre lo dura que la tenía. En esta ocasión, mi amigo (quizás porque había conseguido aterrorizarlo de verdad) permaneció mudo por completo.
Mientras pajeaba a Mariano, me deleite mirando su miembro viril. El tío no es que tenga un rabo tamaño XL, pero se le pone tan dura y tan tiesa que da gusto masajearlo. No obstante, como quería que se corriera con “Lenny” dentro, detuve el tremendo pajote y centré toda mi atención en su retaguardia.
No fui nada delicado, saqué mi “regalo” de su interior y automáticamente comencé a sustituirlo por el consolador negro. La única respuesta que encontré por su parte, fue un pequeño respingo. Poco a poco su ano fue dejando pasar al enorme carajo de látex, hasta que el tope con forma de testículos tropezó con su perineo.
Tras satisfacer su culo, volví a cogerle la polla. Estaba tan excitado que unas gotas de líquido pre seminal brotaban de su punta. Satisfecho por el placer que le estaba proporcionando, me mordí el labio y reanudé la paja que dejé inconclusa.
La lujuria que me embargaba era tan inmensa, que mientras lo masturbaba, sentí como si su polla fuera una prolongación de mi cuerpo y en vez de estar haciéndome una gallarda con la churra de otro, imaginé que era la mía. Fue tanta la pasión que puse en mi mano que no tardó en sacudirse entre espasmos de placer, para concluir corriéndose en mi mano.
—¡Así me gusta, que disfrutes y te corras a gusto! Ahora me toca a mí.
Fue percibir que su miembro viril había terminado de vomitar todo el esperma que aprisionaba en su interior y me subí sobre la cama. Me coloqué tras su espalda y, con la mano impregnada de la esencia vital de Mariano, me comencé a masturbar. Lo morboso de la situación, así como lo cachondo que yo ya iba, dio como resultado que necesitara poco para expulsar el contenido de mis cojones. Tres enormes trallazos de esperma volaron desde mi glande hasta la espalda de mi amigo, tras aquello me arrodillé sobre la cama y cerré los ojos.
Relajado como estaba, perdí la constancia del tiempo durante el que estuve adormilado. Cuando abrí los ojos, no pude por menos que ser consciente de que la locura en que me había sumergido y a la que había arrastrado a una de las personas que más quiero.
Con la cabeza fría intente analizar los pros y los contras de lo que había hecho. Busqué alguna explicación que darle a Mariano sobre lo que había sucedió, pero sobre todo intenté encontrar palabras para calmar la furia que nacía en mi interior. En silencio, observé detenidamente el rostro de mi amigo. En él ya no había rastro alguno del pánico que le había hecho sentir unos momentos antes. Simplemente había paz, una más que evidente paz.
Tal como supuse desde un primer momento, él había llegado a gozar con aquel juego tanto como yo. Comprobar que se encontraba bien, me llevó a valorar que experiencias sexuales como aquella podrían tener cabida en nuestra relación. De golpe y porrazo, todos mis problemas de consciencias se difuminaron y mi mentalidad tradicional dio un paso más hacia donde fuera que esta nueva forma de ver la vida me llevara.
Dando mi batalla interior por concluida, fui consecuente con la situación de Mariano. El pobre seguía con los ojos vendados, atado al cabecero de la cama y, obedeciendo aún las tajantes ordenes que le di al inicio de nuestro jueguecito, permanecía en absoluto silencio.
Me incorporé y comencé a desatarlo. Lo primero que le quité fue la tela que cubría sus ojos. Aguardé a que volviera un poco en sí y cuando la confusión lo abandonó, volví a ver ese brillo, esas ganas de vivir tan propio de su mirada.
——¿Cómo te lo has pasado? Todo esto se me ocurrió viendo el otro día una película…— Durante unos segundos estuve sopesando decirle donde la había visto, pues no quería tener secretos con él. Pero dado que mi estancia en la sauna no era algo de lo que me sintiera orgulloso, opté por ocultárselo de momento, me puse la mejor de mis caretas sonrientes y proseguí hablando como si tal cosa— …llevo unos cuantos días dándole vueltas al tema y estaba deseando verte para poder hacerlo¿¡ No me digas que no te ha gustado!?
—Gustarme, gustarme…Bueno sí, ¡bastante! Pero tendrás que reconocer que te has pasado un poquito con todo el rollo ese de las voces.
—En parte era lo que pretendía —Bromeé
—No sabía yo que tuvieras tanta mala leche acumula —Me saca la lengua, siguiéndome la broma.
—¿Mala leche? ¿Mala leche...? No sé yo que decirte, pero un poquito cabrón sí que he sido, ¡ja, ja, ja!
A pesar de lo distendido de la conversación, él permanecía atado a la cama todavía, por lo que, haciendo alarde del mismo tono ceremonioso que use para amarrarlo, desanudé sus muñecas. Su primera reacción al verse libre fue buscar el objeto con el que lo había estado penetrando. Como si el juguetito tuviera sobre él un extraño influjo, y sin preocuparse lo más mínimo por poder mancharse, Mariano lo cogió entre sus manos y tras observarlo absorto durante unos segundos, me preguntó extrañado:
—¿Todo esto me has metido tú? ¡Pero qué bruto eres!
—No protestes, que te ha gustado una barbaridad.
—No si como gustarme me ha gustado, pero es que me tienes tan estupefacto que no puedo cerrar la boca. ¡En la vida me hubiera esperado esto yo de ti!
Por lo que sé de él, es una persona que ha tenido una extensa y variada vida sexual, por eso escuchar que lo había sorprendido, me complació un poco. Aquella observación por su parte me dio seguridad y volví al ataque con mis bromitas:
—¡Quillo, si quieres empiezo yo por enumerar todo lo que no me esperaba de ti. El cacharrito lo vi en un sex-shop en Málaga y te lo he traído de suvenir.
— Pues muchas gracias hombre —No ha terminado de decir esto, acerca sus labios a los míos y me dio un muerdo de lo más tierno.
Tras ducharnos pasamos al salón donde nos tomamos una copa mientras conversábamos de temas familiares: su madre, la mía, sus hermanos, mis niñas. Dado que al día siguiente había que levantarse temprano para ir a ver a la Virgen de los Reyes a Sevilla, decidimos irnos a la cama. Era la primera vez que iba a pasar una noche con él y estaba un poco nervioso.
Mientras cambiábamos las sabanas de su cama, mi mente divagó por la multitud de cambios y de problemas de consciencia que mi relación con él había traído a mi vida. Echando la vista atrás tenía que admitir que desde el primer momento que estuvimos juntos en el escampado, me encariñé un poco de él, pero mi educación y el saber guardar las apariencias habían cerrado cualquier puerta que mi corazón pudiera abrir. He de reconocer que hasta un poco antes, tenía la firme convicción de que amar a Mariano era lo más parecido al pecado que mi mente era capaz de discernir. En aquel momento, observándolo por el rabillo del ojo comprendí que pecado era tenerlo al lado y fingir que nada sentía.
Una vez terminamos de hacer la cama, me fui para él y lo besé. Mientras dejaba que nuestras lenguas danzaran entre sí, me dije que, también, de amor se puede vivir.
Continuará en: Si no pueden quererte.
Acabas de leer:
Historias de un follador enamoradizo
Episodio XLVII: De amor se puede vivir.
(Relato que es continuación de “Los gatos no ladran”)
Hola, si lees esto. Me gustaría que me dejaras un comentario o me enviaras un e-mail con lo que te ha parecido mi nueva aportación a la página. Es como únicamente los autores sabemos si el tiempo que le estamos dedicando a esto nos merece la pena, o por el contrario está cayendo en saco roto, sobre todo una saga de tan largo recorrido como esta.
Si es la primera vez que entras en un relato mío y te has quedado con ganas de leer más, hace poco (quince días concretamente) publiqué una guía de lectura que te puede servir de ayuda para seguir su orden cronológico.
Lo narrado en este episodio se narró en “el MUNDO se EQUIVOCA” desde el punto de vista de Mariano.
Antes de pasar a responder a los comentaristas, me gustaría aclarar un par de cosas:
—La historia de Ramón, a la que solo le quedan ya un par de episodios (él último será una especie de epílogo) me está costando mucho trabajo terminarla, por lo que las fechas que vienen en la guía de lectura no se van a cumplir ni de coña.
—Dentro de quince días publicaré el primer episodio del siguiente arco argumental de “Sexo en Galicia”, titulado “Dos en la carretera”. Constará de cinco episodios y los publicaré todos seguidos (alternándolos con la historia de Ramón, más o menos uno al mes), por lo que las otra cuatro historias se quedaran parada de momento. Por lo que las fechas dadas en la guía, tampoco se cumplirán para el resto de las series..
No sé si me habré explicado bien, pero si alguien tiene alguna duda que pregunte para eso está mi e-mail visible y la sección de comentarios.
Ahora paso a responder a los comentaristas de “Dos hermanos” y “Duelo de mamadas”, muchas gracias a todos por tomarse un tiempo en escribir unas líneas: a mmj: La de los dos gemelos era una historia que me llevaba rondando un tiempo la cabeza y como he tenido esa especie de bloqueo con el episodio de hoy, la terminé de escribir y la publiqué. Tengo preparada por ahí unas cuantas historias auto conclusivas para cuando me vuelva a pasar lo mismo. Una de ellas estará protagonizada por Paloma (por eso, he republicado sus relatos pues los estuve retocando). Por cierto, ¿se ve distinto este episodio del mismo contado por Mariano? Ha sido lo que he ido buscando; a 3dimensión: La verdad que cuando he leído tu Nick, me he llevado una grata sorpresa, en el momento en que yo empecé a escribir eras de los comentaristas más populares de la página. Una alegría saber que me lees. En cuanto a tu petición, está planificada pero tardará un poco. De todas maneras, tengo por ahí una historia protagonizada por “Rodri” que publicaré pronto, que creo que te puede gustar; A vieri32 : No me extraña que te guste este relato más que el otro, esta historia lleva gestándose en mi cabeza desde que publiqué “Adiós, Francisquito, Adiós” (la escena de los dos primos charlando en la habitación es el atenuante), la otra es una especie de impulso que prefiero compartir a guardar en un cajón. Me alegro que te haya gustado el “filial”, como ves no hay abusos, ni una parte se aprovecha de la otra, es una relación entre iguales (Y tan iguales, ja, ja); a Pepitoyfrancisquito: Lleváis toda la razón del mundo, pero os prometo que en cuanto terminé la de Ramón, retomo la historia de “los caños”. La verdad es que tengo bastantes bocetos y lo tengo bastante adelantado, lo más probable es que, llegado su momento, ofrezca un arco argumental completo de corrido, con lo que la historia se adelantará bastante (Ahora con la dimisión de una de las protagonistas, seguramente tenga que cambiar el nombre de una de las travestis; ¡si es que en este país no gana uno para sustos!). En cuanto a vuestras peticiones me tomó nota del Genaro (lo mismo os sorprendo más pronto que tarde) y en lo referente al cura de la Eulalia me habéis dejado perplejo, ¿Quién os ha dicho que aquella historia sea mía? Aquello lo escribió el autor “Ejercicio”, no yo. (Nota a mí mismo: ¡Manda cojones, uno intentando olvidarse de que su teclado salió aquella bazofia, vienen estos dos y me lo recuerdan! ¿Qué he hecho yo para merecer esto?); a THE CROW: Yo tampoco soy muy amigo de las sagas, de hecho me cuesta un mundo leerlas. Las mías surgieron por la comodidad de usar personajes que ya había utilizado, pero siempre intento que el lector se lleve un concepto de cada historia y no le haga falta leerla en su totalidad. Me alegro de que te gusten mis pequeñas charlas con los lectores al final del cuerpo del relato; a zorro: No sabes la alegría que me ha dado ver un comentario en un relato de lo de una de mis categorías preferidas y más de que te haya gustado. Hacerte unas pequeñas aclaraciones: el narrador (que por cierto se llama Mariano) tiene un pasado nefasto con Enrique por eso esa sensación rara al hablar de él(muy buena observación); lo de en crescendo llevas razón está mal y debería ser como tú dices o in crescendo, nunca como lo he escrito; la idea de que haya una pareja gay enfrente de una pareja heterosexual practicando sexo oral me pareció súper morbosa, así que no sabes cómo me alegro de que tú lo hayas visto y a ozzo2000: Pues esta semana que viene publicaré la segunda parte( del mismo modo que este solo el apartado sexual por así decirlo). Espero que te haya gustado el episodio de hoy. ¿Se ve distinto al que se publicó desde el punto de vista de Mariano?
La semana que viene publicaré una especie de guía de lectura de “Sexo en Galicia” para que los lectores se sitúen un poco (La historia está parada desde Septiembre) y dentro de quince días publicaré el episodio “Somos lo que somos”, protagonizados con JJ y Mariano.
Hasta entonces, procurad disfrutad de esa cosa llamada vida.