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Antonio y la extraña pareja

en Bisexuales

 

17/08/12

Débora, tras quince años sin aparecer por la tierra que la vio nacer, había regresado a su pueblo. Durante ese largo tiempo el único contacto que había mantenido con su familia fue telefónico, mayoritariamente con su madre, su hermano Javier y con su cuñada. Sus hermanas, en aquellos ocasiones que su llamada las había cogido de visita en el hogar paterno, se habían limitado a intercambiar con ella simples frases de cortesía. Su padre no había hecho ni eso. El día que sus principios morales le obligaron a desterrarla del pueblo, le dijo que no le volvería hablar en la vida y ha mantenido su pretérita promesa del modo más absurdo.

Su progenitor, un hombre de mentalidad cerrada y chapado a la antigua, tomo la decisión de retirarle la palabra a raíz del escándalo que se organizó en el pueblo y de lo ocurrido posteriormente con el marido de su tía. Desde entonces su actitud hacia ella fue la misma que se tiene con los muertos: olvidarla con el avanzar de los días. No obstante, el paso del tiempo no ha impedido que Manuel piense constantemente en su proscrita hija, ni que sea menos doloroso el recuerdo de prescindir de ella.

Nada más se instaló, junto con su marido, en el lujoso chalet que habían alquilado a en las afueras de Alcalá de Guadaira, llamó a su madre con la intención de pasar a tomar un café en su casa. Estaba deseando volver a ver a su gente y cerrar las heridas que la distancia no había podido curar.

—Ponte en contacto con Javier y las hermanas, que se vengan con los niños. ¡Tengo unas ganas locas de conocer a mis sobrinos`! ¿Qué pasteles llevo? —Le dijo Débora a su madre con una voz tan emocionada que rosaba un eufórico llanto.

Tras charlar brevemente con su progenitora, le pidió a su marido que se vistiera de un modo elegante, pero sin ser demasiado ostentoso. Ella hizo algo parecido y salieron para enfrentarse a los terrores del pasado que había dejado atrás.

De camino pararon en una de las reposterías del pueblo para comprar tres docenas de dulces, llegó a la conclusión de que era preferible que sobraran a que faltaran. Opinaba que sus sobrinos serían iguales de golosos que sus hermanos y ella de pequeños, por lo que siete bocas infantiles podían dar cuenta de un buen lote de pasteles.

La chica de la confitería era muy joven y no la reconoció, pero no así algunas de las clientas que al verla tan bien vestida y en compañía de un hombre tan elegante, olvidaron el sambenito de puta que le habían puesto en el pasado y la saludaron del modo más efusivo. No tanto porque se alegraran de verla, sino buscando algún jugoso cotilleo que poder contar en la peluquería durante las próximas semanas.

Las saludó y, tras presentarle a su marido, les contó una verdad a medias, pues dijo que era un conocido productor cinematográfico. No especificó que el tipo de cine que producía era el denominado para adultos, pensó que si alguien quería más información que usara San Google.  Ver como la envidia, de un modo retorcido, se dibujaba en la expresión de sus antiguas compañeras de Instituto, fue una sensación tan satisfactoria, que únicamente pudo compararla con el sexo.

El reencuentro con su familia no fue tan multitudinario como ella esperaba. Sus dos hermanas no hicieron acto de presencia, solo estaban sus padres, Javier, su esposa y sus dos hijos.  El patriarca de la familia, aunque se hallaba en la casa, no le dio la cara, simplemente la miró desde lejos como si no pudiera vencer el miedo de enfrentarse a ella.

Aunque él no sabía exactamente a que se había dedicado profesionalmente su hija, suponía que si no hablaba de ello, no debía de tratarse de un trabajo muy decente. No sabía si estaba más enfadado con ella, por cómo había conducido su vida o con él, por no haber sabido inculcarle unos buenos valores cristianos.

El buen hombre, parapetado en su butacón frente al televisor, oteó a la recién llegada y se limitó a observarla disimuladamente desde la distancia. Aunque para él siempre sería su niñita, poco quedaba en aquella mujer de treinta y tres años de la adolescente que echó de su vida y más tarde terminó largándose para no volver. Hasta ahora.

Habían cambiado muchas cosas en ella: su sonrisa, su forma de mirar, hasta vestía distinto… Quizás lo único que se seguía manteniendo de aquel entonces fuera su color de pelo: un rubio platino explosivo, que la hacía parecer aún más guapa de lo que siempre había sido.

Donde antes hubo una chiquilla delgada, se hallaba una mujer esbelta y con curvas, tan elegante, que parecía salida de una película de cine. Le costaba admitirlo, pero, a pesar de la mala vida que el imaginaba que había llevado, su hijita parecía haberse convertido en toda una refinada señora.

Fue tan mal educado que ni se acercó a saludar a Eduardo. En su interior había germinado la idea de que, si lo hacía, rompería una absurda penitencia personal que se había autoimpuesto.

Su nuevo yerno le parecía todo un señor: elegante, alto, educado… Su aspecto fornido y su cabeza rapada era algo que le confería un aspecto menos distinguido, pero que, al padre de Débora, le inculcaba un mayor respeto; el mismo que le infundieran los patrones de la fábrica en la que estuvo empleado durante más de cuarenta años y a los que nunca tuvo valor de replicar, por muy nefastas que llegaran a ser las condiciones bajo las que le obligaban a trabajar.

A Eduardo le hubiera gustado poder comprender porque su esposa había acudido con tanta premura a visitar a su familia. Es como si confiara que su padre, en un alarde compresión que no había demostrado nunca, le abriera su corazón, o que al menos sus dos hermanas dejaran de mostrarse tan distante con ella y acudieran al reencuentro.

Más, como él se temía, nada de eso había ocurrido e ignoraba que le daba más rabia, si no haber sabido inculcarle la mala idea que era aquella visita o lo mucho que terminó sufriendo su mujer por el desplante de algunas de las personas con las que se crio. Disimular la frustración y su dolor delante de los pocos asistentes, fue una actuación digna de un Oscar.

Las horas que pasó en la casa que antaño fuera el hogar de su esposa, se fueron convirtiendo para él en un martirio y cada vez le costaba más disfrazar su incomodidad ante los presentes. A pesar de que su cuñado, su suegra y demás estuvieron de lo más agradable, la mirada inquisidora del anciano que a ratos parecía ver la televisión, a ratos parecía vigilarlos estrechamente, no le permitió  bajar la guardia  y no pudo relajarse lo más mínimo en ningún momento.

Sobre las nueve de la noche decidieron regresar al chalet que habían alquilado. Durante el camino Débora permaneció en un absoluto mutismo. Su marido, que la conocía bien, no quiso decir nada, pues sabía que, según su terapeuta, era ella quien, sin ayuda de nadie, debía resolver sus conflictos internos. Ella había decidido ir a ver a su familia de aquel modo repentino y ella era quien debía enfrentar las consecuencias de sus actos, del modo que considerara oportuno.

En el momento que su marido cogió el desvió que llevaba a su eventual residencia, Débora dejó de darle vueltas a su cabecita y rompió el molesto silencio.

—Cariño, ahora cuando lleguemos al chalet, no metas el carro en la cochera y apárcalo fuera.

—¿Y eso?

—Después de cenar, me voy arreglar para dar una vuelta —Responde dejando claro que no quiere que su marido la acompañe y que no admite discusión al respecto.

—¡No mames! ¿Crees que es una buena idea? —Vuelve a preguntar Eduardo, entre sorprendido y contrariado.  

—Sí, hemos venido con el cometido de rodar la maldita película y cuanto antes comience a contactar con los posibles participantes mejor.

—Entonces, ¿lo que platicamos de esperar a mañana para contactar con Antonio?

—Prefiero hacerlo ahora, después de lo sucedido en casa de mis padres, no me voy a poder quedar dormida sin saber si todo este maldito viaje y si todo el tiempo y dinero que hemos invertido en él, ha merecido la pena o no.

La firmeza de la que empapó sus palabras era algo inusual en ella, Eduardo llevaba unos meses conviviendo con una persona distinta a la que se casó. Donde en un primer momento había dudas e incertidumbre, después se encontró con decisión y certeza. No le podía gustar más esa versión nueva y renovada de la mujer de la que se enamoró. Todo aquel tremendo cambio a mejor, se debía al inmejorable trabajo de Gloria, su terapeuta.

Cuando ambos decidieron retirarse de actuar en el cine para adultos y él montó la productora, el exceso de tiempo libre sacó a relucir los monstruos del pasado de Débora. De ser una mujer divertida y jovial, se fue convirtiendo, poco a poco, en un ser amargado y depresivo.

Su estado anímico cada día iba a peor y cualquier cosa que hacía para alegrarle la vida tenía poco éxito, pues su esposa sonreía con los labios, pero una tristeza de lo más desconsoladora no paraba de navegar a la deriva en el fondo de su mirada.

Desesperado, le buscó ayuda profesional, como no quiso atiborrarla de fármacos que terminaran por inhibir del todo o en parte la personalidad de la mujer que amaba, decidió contar con los servicios de una psicóloga de renombre y bastante cara. Una profesional cuyos innovadores métodos habían demostrado ser bastante efectivos con pacientes con psicopatías de lo más complicadas.  

Nunca había creído demasiado en la psicología como ciencia curativa y siempre la había considerado un caprichito de gente adinerada, sin embargo, no tuvo más remedio que admitir que las sesiones con su psicoanalista estaban siendo muy beneficiosas para Débora.   

Según determinó Gloria, la génesis de todos sus problemas anímicos estaba en el día que participó en una orgía con tres chicos de su pandilla y su mejor amiga Vanesa.

Aquello que podía haber sido una simple travesura, se convirtió en un antes y un después en su vida. La otra chica, con la única intención de hacer daño, pregonó lo sucedido entre sus amistades y la noticia no llegó solo a los oídos de las novias de los participantes, sino que sus padres, al igual que toda la gente del pueblo, también terminaron por enterarse.

Incapaces de comprender en que habían fallado con su pequeña y, con la única intención de quitarla del peligro, la mandaron a vivir a la capital sevillana con sus tíos.

Un lugar lejos de su hábitat natural y de las malas compañías que frecuentaba,    que se terminó convirtiendo en una especie de prisión, una prisión donde tuvo que aguantar la tortura del acoso del marido de su tía, acoso que culminó con ella siendo sometida a la fuerza por aquel malnacido, un malnacido que se limitó a negarlo todo y la culpó de lo ocurrido, alegando que era ella quien   no paraba de insinuársele como una vulgar buscona.

Marcharse a vivir a Madrid fue la peor idea de su vida, comenzó trabajando como camarera y terminó bailando desnuda en un “sexshop”. Aun así tuvo la “suerte” de acabar ejerciendo como actriz porno, periodo en el que llegó a conocer al que es ahora su marido.

Según su psicoanalista, el único tratamiento de choque para su depresión era recrear lo sucedido según los designios de Débora y la mejor manera de conseguir ese objetivo, era rodar una película de ello. Con tal fin, Débora debería asumir el rol de directora. Algo que no había hecho hasta el momento, pero con lo que está bastante entusiasmada.

Los motivos que han traído a Eduardo y a su mujer a Sevilla no ha sido solo los de filmar la orgia, sino buscar la participación  de las personas que intervinieron en ella: Fernando, un guaperas de familia adinerada cuyo negocio familiar se había visto abocado a la ruina, Antonio, un golfo bastante juerguista a quien el desempleo, la pensión de su  ex mujer y las deudas mantenían  en una  bancarrota continua e Iván, un ex de Débora,  quien había montado  por su cuenta recientemente un taller, negocio que no terminaba de arrancar, por lo que podía estar abocado al cierre, sino recibía  la inyección económica necesaria.  

Era obvio que los tres antiguos amigos de su esposa estaban pasando una mala racha. Una situación nefasta de la que los antiguos actores pornográficos pensaban sacar partido.

Entre aquellos quienes se asoman al abismo de la desesperación, suele ser más habitual encontrar los que no se cuestionan una ganancia fácil. Si había un dinero que no era complicado de ganar, era los generosos honorarios que le ofrecían por su participación en la película. Eso sí, tendrían que olvidarse de todas los preceptos morales y sociales que les habían inculcado, pues los iban a trasgredir todos y cada uno de ellos.

Con motivo de proponerles su participación en el rodaje, han organizado una especie de casting sorpresa en el que los antiguos amigos de su esposa deberán tener sexo tanto con ella como con él. Sabía que no sería una empresa fácil y podría encontrarse con problemas, primordialmente, tratándose de una gente tan bruta y cerrada a nuevas experiencias, como parecen ser los antiguos amigos de su mujer. No obstante, se ve incapaz de negarle nada a Débora, máxime si es por prescripción facultativa como es el caso.

En principio la pequeña encerrona a su amigo iba a ser al día siguiente, pero Débora se había enfadado tanto con el recibimiento que su familia había dado a su marido y a ella, que necesitaba tener, y lo más pronto posible, la certeza de que no había sido en balde su periplo de América a España.

Habían escogido a Antonio en primer lugar porque era quien se encontraba en peor situación económica. Desde que lo despidieron de la empresa de construcción donde trabajaba como encofrador, no había tenido un empleo decente. Si a eso se le añadía que su mujer lo había dejado por sus constantes infidelidades, tanto con un sexo como con otro. Era la presa idónea para inaugurar las pruebas sorpresas para el insólito rodaje.

Eduardo y su esposa se sentaron a cenar con la incómoda compañía de un tenso silencio. No obstante, él se esforzó por mostrar a la mujer de su vida la mejor de sus sonrisas y esta respondió apretando los labios suavemente.  

—¡Cari, no te pongas así!, sabes muy bien lo que debo hacer.

—No me pongo de ninguna manera, pero la neta que me parece muy precipitado y las prisas no son buenas, mi amor.

—¡No te preocupes, cari, veras como todo sale bien!

—Si das con el pendejo, ¿cómo lo sé?

—Ya haré lo posible para llamarte sin que él se entere. Si lo hago, te preparas tal como hablamos.

—OK, OK…

Tras cenar, Débora dio un prologando beso a su marido y se metió en la ducha. Estaba tan empapada de tristeza, que ni un fuerte chorro de agua caliente fue capaz de borrar la desazón que la consumía por dentro.

Mientras se vistió y se maquilló para salir a cazar, a pesar de que la rabia no dejó de palpitar en su cerebro, Débora no pudo reprimir excitarse al pensar en Antonio. Recordó la buena verga que se gastaba el pelirrojo, su modo de comportarse tan rudo, lo morboso y cachondo que era en su juventud. Aunque se acicaló a conciencia para poder seducir mejor a su viejo amigo, pensó que si seguía siendo el mismo salido de siempre, igual le iba a dar que fuera vestida de monja de clausura. Conseguir que cayera en sus redes iba ser pan comido, con tal de meterla en caliente no le iba importar el envoltorio,

Antes de partir, dio dos besos a su marido, cogió su barbilla entre los dedos y, mirándolo a los ojos, le dijo un silencioso: « ¡No te preocupes, todo va a salir bien!».

Con aire majestuoso, se montó en el coche y, tras arrancarlo, se lanzó a la aventura de intentar localizar al amigo de su juventud en los bares y pubs de la noche del pueblo que la vio nacer, Los Palacios y Villafranca.

Aunque habían pasado quince años, seguían abierto todavía la mayoría de los locales de los que ellos frecuentaban en su adolescencia. Algunos habían cambiado de nombre, otros había cambiado su decoración, pero en todos ellos la nostalgia estaba presente de un modo abrumador.

En los dos primeros que visitó, una clientela excesivamente joven y con la que consideró que Antonio tenía poco en común, le llevo a pensar que esa noche le iba a ser imposible encontrar a su amigo. Sin embargo, en el tercero de ellos, de charla con dos chavales de veintipocos años a los que fue incapaz de reconocer, encontró a Antonio.

Aunque el local tenía un cartel en la puerta ahora que ponía “Charlotte” y lucía una estética acorde al siglo XXI, para ella sería siempre el “Palermo”, un refugio de los adolescentes de su juventud, donde podían fumar y beber en absoluta libertad, lejos del yugo paterno. Pese a que la decoración estaba muy cambiada y la clientela era muy distinta, una estridente música noventera que sonaba de fondo sin parar, propició que navegara por un mar de recuerdos y tiempos más felices.

El bar estaba frecuentado mayoritariamente por hombres, por lo que una atractiva desconocida subida a unos tacones de aguja y ataviada con un vestido negro tapándole lo justo e indispensable, no pasó inadvertida.  A Débora le hubiera gustado ser invisible y quedarse contemplando durante unos minutos al hombre en que se había convertido el chaval de su adolescencia, sin embargo, con todas las miradas pendientes de sus movimientos, no era el momento idóneo para ello. 

El aspecto de Antonio no había cambiado demasiado, siempre había sido muy maduro y muy atractivo. No había perdido pelo, por lo que seguía luciendo su cabellera pelirroja y risada tal como lo recordaba. Se había dejado una perilla que, a pesar de la ternura que emanaban sus ojos verdes claros, le daba un aspecto de chico duro. Para reforzar su aspecto de malote lucia en uno de sus brazos un tatuaje de un dragón que parecía surgir de su hombro, después de trepar por su espalda. Si de joven poseía una musculatura natural, su físico actual respondía a muchas horas de ejercicio físico. No se le veía tan fuerte como a Eduardo, pero tras su aspecto corpulento se podían ver que existía un más que estricto entrenamiento.

Se acercó a la barra con paso firme y se pidió un gin-tonic. No había pegado ni dos sorbos de su copa cuando fue abordada por su viejo amigo quien la reconoció nada más verla.

—¿Debo? ¡Tú eres Debo, mi amiga!

—¿Antonio? —Dijo haciéndose falsamente la sorprendida.

Se dieron dos sonoros besos que fueron acompañados de un fuerte abrazo. Se cogieron afectuosamente de las manos y se quedaron mirándose atónitos durante unos intensos segundos. En los ojos de ambos brillaba la alegría pues, incluso para Débora que lo traía todo meticulosamente preparado, el reencuentro estaba siendo de lo más emotivo.

La sorpresa inicial fue seguida por una especie de interrogatorio en la que ambos sometieron al otro a una especie de tercer grado para saber que había sido de sus vidas.

—¡No me lo puedo creer Fany y tú os habéis divorciado! —Exclamó ella simulando desconcierto ante algo que conocía de antemano.

—Sí…  Todo culpa mía que no sé tener la churra quieta, terminé pillando algo y se lo pegué.

—¿Algo? No sería nada grave, ¿no?

—No… Bichitos de esos…—Respondió Antonio bajando visiblemente la voz, como si se avergonzara de ello.

—¿Ladillas? ¿Con quién te fuiste para pillar algo así? ¡Qué golfo estás hecho! —Su parrafada concluyó con una frívola y suave bofetada sobre uno de los hombros del fornido treintañero.

Aunque pudiera parecer a simple vista  que la mujer lo juzgaba,  no era así,  usaba un tono de lo más jocoso, con la única intención de coquetear con él del modo más descarado

—¿Quieres saber la verdad o te cuento la mentira que le largo a toermundo?

Débora sonrió maliciosamente y con cierta picardía le respondió:

—Hombre, creo que después de haberte comido una vez la polla, me merezco estar en el grupo de los que se merecen saber la verdad.

Aquella descarada muestra de sinceridad   por parte de su antigua amiga de la juventud, dejó al pelirrojo un poco cortado. No estaba muy acostumbrado a que las mujeres le hablaran tan a las claras, pero estaba descubriendo que le ponía un montón que lo hiciera.

—¡Qué buenos recuerdos! —Dijo reprimiendo llevarse la mano a la entrepierna en un intento de dejar patente su virilidad. Se quedó unos instantes en silencio, puso cara de circunstancia y prosiguió con un tono de voz muy cercano al susurro—. Lo que te voy a contar, no lo sabe mucha gente… Bueno, creo que Fany sí porque estuvo juroneando por ahí, hasta que se enteró.

—¿De qué se tuvo que enterar? —Insistió la mujer.

—De que… me gusta… petar el culo a mariconcillos.

Débora llegó a la conclusión de que el dicho popular «El cabrón es el último que se entera», tenía su base “científica”, pues sí su hermano Javier, que no era nada cotilla, había averiguado de que a Antonio le iban los culos peludos, estaba claro que lo sabía todo el pueblo y allí estaba, el muy ingenuo, susurrándole aquello como si fuera un secreto de Estado.

La mujer dedicó una mirada al corpulento hombre que tenía ante ella y, guardándose la risa para sí, puso cara de haberse enterado de aquello por primera vez. Con su voz más bobalicona le preguntó:

—¿De verdad que te van los hombres?

El pelirrojo asintió levemente con la cabeza, como si con no pronunciar el “sí” su afición a follarse personas de su mismo sexo, se convirtiera en algo menos cierto. 

La mujer, haciendo gala de unas dotes interpretativas dignas de una postulante al Gran Hermano, acercó su rostro al de Antonio de un modo peligrosamente sensual y le dijo:

—¿Te puedo confesar un secreto?

—Sí—Musitó él, quien a cada segundo más que pasaba con la despampanante rubia se iba poniendo más cachondo, pues no solo era que su presencia le trajera recuerdos de una etapa de su vida en la que fue más feliz, sino que también sus voluptuosos pechos parecían tararear cantos de sirenas para sus ojos.  

—Me vuelven loca los hombres bi.

—¿Y eso?

—Me parece muy sexy ver como dos tíos lo hacen entre ellos. Creo que a los hombres os pasa igual con las lesbis y no lo consideráis nada raro.  

—Sí —Sonrió picaronamente Antonio, acercando ya no su cara, sino todo su tórax a su amiga de la adolescencia. La temperatura entre los dos subió hasta un punto que la conversación comenzó a rozar el peligroso terreno de lo íntimo.

Débora, lejos de dejarse intimidar por la tremenda confianza que se estaba tomando con ella, permitió que se aproximara aún más, dejando que la libido pastara a sus anchas entre el escaso espacio que distaba entre ambos. Consciente de que las cosas estaban saliendo mejor de lo que ella había previsto, siguió tensando la cuerda para que su amigo cayera con mayor facilidad en la trampa que le tenía preparada.  

En el momento que consideró que ya habían transgredido unas cuantas leyes del comportamiento   decoroso en un lugar público, le dijo:

—¡Tío, aquí hay mucha gente mirando! Te pego un corte para bienquear y me voy. Te espero en un ratillo en el coche, lo tengo aparcado en la plaza de la Constitución y ya seguimos charlando allí, ¿ok?

—Lo que tú digas, mi reina.

En el momento que notó que el número de gente que lo observaba era mayor, Débora cogió y le pego un pequeño empujón diciéndole:

—¡Pero qué pulpo estás hecho! ¿Quién te has creído que soy?  ¡Ni que yo te hubiera dado esa confianza!

Una vez consiguió que toda la clientela estuviera pendiente de la pequeña bronca, dejó la copa sobre la barra, le pagó al camarero y se marchó visiblemente enfadada.

Antonio se quedó un poco perplejo, miró a sus amigos quienes, mediante gestos, le preguntaban por lo ocurrido. Incapaz de encontrar una respuesta mejor, y con cierta chulería, le respondió:

—Esta tía sigue siendo la misma calienta pollas que ha sido siempre, mucho lerele pero poco lirili.

—¡Es que te crees que to el campo es orégano! —Le contestó riéndose uno de sus colegas.

—¡Lo que pasa es que ya estás muy viejo y  cada vez ligas menos, ya no te clavas como no sea pagando! —Le dijo el otro veinteañero entre risas.

Soportó las bromas y las puyitas durante unos minutos que se le hicieron eternos. Minutos en los que se limitó a dar tiempo para seguirle el juego a su vieja amiga. Una vez se tomó la copa que tenía en la mano, pagó y se despidió.

—¿Ya te vas? —Le preguntó uno de sus colegas.

—Sí, mañana tengo que hacer un chapu—Se excusó con una mentira que improviso sobre la marcha.

—¿Y eso?

—Un amigote mío de Dos hermanas que tiene que cambiar las puertas en el piso y me ha llamao para que se las ponga.

Les supo mal mentirle a sus compañeros de juerga, pero desde que su mujer lo abandonó no ha vuelto a hacer alarde de sus conquistas amorosas. Primero porque no son tantas como a él le gustaría, segundo porque la mayoría son homosexuales que se liga en las zonas de “cruising” a las que va cuando ya está harto de practicar las artes del onanismo delante de la pantalla del ordenador.

Dado el poco dinero que le restaba después de hacer frente a todos los gastos mensuales, el comentario de sus colegas sobre pagar por sexo, no podía ser menos acertado.  Nunca había sido mucho de irse de putas, pero en aquel momento de su vida era un lujo que no se podía permitir bajo ningún concepto.

De camino a la plaza, con el cerebro embotado por las cuatro o cinco cervezas que se había tomado, no pudo evitar darle alguna que otra vuelta a lo sucedido. A pesar de que los recuerdos que conservaba de su amiga pasaban por la noche que se la mamó en la pequeña orgia que organizó Vanesa, no dejaba de ser sorprendente la forma que había tenido de entrarle. Le había faltado decirle « Te espero en el coche para echar un kiki ». A pesar de lo descarado que acostumbraba ser,   las últimas palabras de Débora seguían tintineando en su cabeza. « ¿A qué carajo venía decirme que le gustan los hombres bisexuales? », se preguntó con total desconcierto.

La plaza del pueblo, lugar de la inesperada cita, estaba vacía de viandantes. Los niños solían jugar en su albero y los ancianos que normalmente ocupaban sus bancos, estarían ya en sus casas, refugiados del intenso calor al amparo de un aparato de aire acondicionado o de un ventilador. Antonio notó como transpiraba más de lo normal, no sabía si por la alta temperatura ambiental, por lo nervioso que estaba ante el fortuito encuentro con su pasado o por ambas cosas. Estaba excitado, pero ante todo se sentía vivo. Reencontrarse con su pasado, estaba resultando ser de lo más rejuvenecedor.

Desde la distancia    vio a su amiga de píe junto a un BMW de alta gama azul. Tal como había supuesto, y si se atenía a lo lujoso del vehículo que conducía, a Débora no le iba nada mal. Si los rumores que llegaron al pueblo sobre que se dedicaba a la prostitución eran ciertos, el pelirrojo tenía claro que, para tener un coche tan caro, debía ser de las que vendía su cuerpo a gente de la alta sociedad. Se había convertido en el tipo de mujer a la que la gente del pueblo solía referirse con el apelativo despectivo de “un coño muy merecio”.

—Creí que ya no venías. ¡Qué de tiempo has tardado!

—¡Estos tíos que son más pesaos que un collar de melones!

—Bueno, no importa… Lo bueno es que ya estás aquí y podemos seguir hablando.

Antonio que tenía bastante claro que Débora no había quedado con él para charlar solamente. Se posiciono frente a ella, se acercó seductoramente, estiró los brazos y   los apoyó sobre el capo del coche, de modo que la mujer quedó ligeramente atrapada entre sus bíceps y su pecho.

—¿Solo quieres hablar? —Dijo con una voz ronca y arrastrando morbosamente las silabas, a la vez que pegaba su rostro al de la mujer de una manera de lo más insinuante.

Durante unos segundos ambos se miraron con deseo y se podía llegar a pensar que la única manera de concluir aquello fuera sumergiéndose en un salvaje beso. Sin embargo, los planes de la despampanante rubia no pasaban por desatar la pasión en un lugar público. Su intención era llevárselo en cuanto antes al chalet que tenía alquilado, pues ya había telefoneado a su marido para que los esperara del modo y forma que habían acordado. Así que aunque, por unos segundos, se encontró  tentada de morderle los labios al atractivo  y varonil individuo, dejó aparcado sus instintos primarios, limitándose a invitarlo con un escueto e insinuante  gesto a que subiera al coche.

Una vez accedió al interior del vehículo, y como si fuera una especie de limosna, antes de arrancar el coche, le acarició el bulto de la entrepierna. Con aquel gesto consiguió matar dos pájaros de un tiro: dejarle claro a su acompañante que iban hacer algo más que charlar y confirmar que los recuerdos que tenía del increíble tamaño de su polla no eran exagerado. A pesar de las cervezas que llevaba encima, su amigo estaba tan cachondo que tenía el miembro viril duro como una piedra.

—¡mmmm!¡Cabrón, hay que ver lo tiesa que se te ha puesto  y eso que solo te he dicho que íbamos a hablar!

El pelirrojo atrapó la muñeca de la mujer y suavemente movió la palma de la mano sobre sus abultados genitales, puso tanta pasión en ello, que Débora no tuvo ninguna duda sobre sus tremendas ganas de marcha.

Cada vez estaba más segura de que su amigo accedería a la proposición de rodar una película para adultos con ella, estaba tan eufórica por cómo se estaban desarrollando los acontecimientos, que la furia que había surgido en su interior por el fallido reencuentro familiar, se fue disipando. En su mente solo había lugar para un pensamiento: recrear la orgia que compartió con sus antiguos amigos del modo y forma que ella había ideado.

Desplegó sus armas de seducción y con una voz que sonó extremadamente melosa le dijo:

—¿De verdad que te gusta estar con otros hombres?

Antonio no daba crédito a lo que estaba sucediendo con su antigua amiga, aunque recordaba que siempre había sido una buena guarrilla, no le entraba en la cabeza que se excitara del modo que lo hacía con la fantasía de ver a dos tíos follando. Como no tenía ni idea de que pretendía con aquello, pensó que con seguirle el rollo no tenía nada que perder y si un buen polvo que ganar. Así que le aclaró sus dudas del modo más explícito.

—¡Pues porque va a ser mujer! No es lo mismo meterla por un coño, que meterla por un culo. Está mucho más estrechito y da mucho más gusto. Como hay tan pocas tías que les guste que le peten el mojino y menos con una cosa tan gruesa como la que yo me gasto. Descubrí que un nabo grande y gordo, no es ningún problema para los mariconcillos, sino todo lo contrario, cuanto más grande mejor y más les gusta.

» Al principio solo les daba de mamar, pero cuando vi que se volvían locos porque les diera jarilla y que aquello me daba el mismo gusto que un chocho, empecé a buscarlos más de lo que me hubiera gustado —En ese momento su voz pareció quebrarse un poco, como si hubiera recordado algo sumamente desagradable y el enorme peso de la culpa descansara sobre sus hombros de un modo casi insoportable.  

Su amiga creyó saber de qué se trataba e intentó consolarlo de un modo de lo más afectuoso. Tanto más confiara en ella, más fácil le sería embaucarlo en la empresa que se traía entre manos.  

—¿Cómo es que pillaste ladillas? ¿Acaso no tomas precauciones?

—Sí, yo siempre me pongo condón. Pero según me estuvo explicando el médico, que ante esos bichos la única precaución es no tener relaciones con esas personas. De todas maneras, siempre que me pillo un culo desconocido, tengo un spray en casa que me lo hecho y me curo en salud, por si las moscas.  

Escuchar al pelirrojo con el descaro y falta de tacto que tocaba aquel tema, le hizo sopesar si sería una buena idea lo del casting. Tanto Eduardo como ella tomarían precauciones, pero aquel botarate parecía no haber escarmentado y seguía frecuentando los mismos lugares sórdidos donde lo habían contagiado. Lo peor, la dejadez con la que hablaba de ello, daba a entender que consideraba una banalidad lo de infectarse de parásitos.

Volvió a pasear la mirada por su fornido cuerpo y llegó a la conclusión de que, por incluir aquel musculoso y dotado pelirrojo en su película, merecía la pena el riesgo. Estaba segura de que pasaría la prueba que Eduardo le había preparado con nota y seguramente sus miedos a que no estuviera sano fueran infundados. Al tío se le veía bien y si no lo estaba ya lo dirían las analíticas previas al rodaje.  

Apretó fuertemente los huevos de Antonio entre sus dedos y le dijo:

—¿Te gustaría follarte hoy un culito de hombre?

El hombre cabeceó levemente pues ignoraba el porqué de aquella pregunta. Si estaba allí en el coche era porque con quien quería echar un polvo era con ella, le daba más morbo tirarse a una amiga de su juventud que a un puto mariconcillo.

—¿Y eso a que viene?

—Tú contesta —Dijo la mujer acariciando su miembro viril por encima de la delgada tela del pantalón —. ¿Te gustaría tirarte a un hombre hoy? ¿Sí o no?

—Bueno… sí…siempre que te pueda follar a ti.

—Eso dalo por hecho. Entonces, ¿arranco el coche?

Antonio tenía mucho mundo y se jactaba de saber salir de cualquier situación, no obstante, aquella forma de actuar lo tenía perplejo y si algo odiaba era caminar a oscuras. Sin ninguna explicación, le quitó la mano de su paquete con cierta brusquedad y, tras enfrentar su mirada a la de ella durante unos segundos, le habló de un modo que fue cualquier cosa menos agradable. 

—No, sin que antes me expliques qué mamoneo te traes conmigo. 

Débora imaginó que Antonio preguntaría algo más pronto que tarde, lo que no supuso es que sería antes de llegar a su casa. Dado que no quería que saliera huyendo, les contó una de las verdades incompletas que tenía preparado en caso de que sucedieran este tipo de contingencias.

—¿De verdad quieres saberlo?

Antonio asintió con la cabeza de un modo que a ella le resultó un poco violento.

—¿Me prometes guardar el secreto?

—¡Oye, tía! Yo te he contado lo mío, ¿qué te pasa? ¿Acaso no te fías?

—Sí, hombre —Respondió Débora adornando sus palabras con una sonrisa —Lo que pasa que no es una cosa que le vaya contando uno a todo el mundo, pues la experiencia me ha enseñado que la gente suele ser muy mala y muy envidiosa.

La mujer, haciendo gala de sus dotes persuasivas, narró una verdad a medias a su desconfiado amigo. Una historia donde ella había venido a visitar a su familia con su marido. Un marido que comparte su bisexualidad con ella y que estaba ansioso por ser enculado por un buen rabo. Había quedado, en el bar donde se encontraron, con un tío que conocieron en una página de contactos, pero seguramente se arrepintió a última hora y no acudió a la cita.

—…Imagínate, de estar cabreada porque el cobarde ese de Internet no se había presentado, pasé a pensar que era mi día de suerte cuando tú me confiesas que te gusta petar culos de hombres.

—¿Al mexicano le gusta que le den? —Preguntó Antonio moviendo la cabeza en señal de extrañeza.

—Sí, es algo más normal de lo que te pueda parecer…La bisexualidad está a la orden del día en el mundo actual. Lo que pasa es que hay mucha hipocresía y muy poca gente se lo confiesa a su pareja. Abundan muchísimo más los que hacen estas cosas a escondidas…

El pelirrojo se quedó mirando a su amiga. Estaba claro que por mucho mundo que el presumiera tener, donde más lejos había ido fue a Canarias de luna de miel. Débora había viajado más y, aunque le costara reconocerlo, se la veía muy instruida. «Se ve que esta gachi no solo se ha abierto de piernas para todo aquel que ha pagado la tarifa pertinente, también ha tenido tiempo de leerse unos cuantos libros», pensó satisfecho al escuchar de sus labios que sus preferencias sexuales, contrariamente a lo que suponía, no era ninguna perversión mal sana y era más habitual de lo que él creía entre la gente moderna. Eso sí, « a él por culo, ni el pelo de una gamba ».

La mujer lo observó por el rabillo del ojo y pudo comprobar que sus palabras habían conseguido su objetivo, pues se le veía menos reticente. Volvió a llevar su mano a la entrepierna, aunque su virilidad había perdido algo de vigor, a su amigo no le disgustó que lo hiciera. En pocos segundos sintió como el enorme trozo de carne se endurecía bajo su contacto. Lo miró sonriéndole y le pregunto:

—¿Qué hago arranco o no arranco?

—Arranca, yo no tengo un no para un bujero y además creo que puede ser una experiencia bastante interesante.

—¿Cuál?

—Tener cinco bujeros para mí solo.

—¿Cinco?

—Tres tuyos y dos de él.

A Débora que Antonio diera por sentado que se iba a dejar encular le chocó un poco, estuvo tentada de replicarle para hacerle ver lo errado de su pensamiento. Sin embargo, no dijo nada pues pensó que ya habría tiempo de bajarle los humos al pelirrojo. Lo miró, apretó los labios intentando regalarle un gesto amable y arrancó el coche en silencio.

Durante el trayecto conversaron de un montón de cosas sin importancia, algunos de los temas, por lo inapropiado que eran para el momento, rozaban lo surrealista. Ninguno de los dos podía ocultar su nerviosismo.  Débora porque había planeado aquel encuentro tan minuciosamente que le horrorizaba pensar que algo saliera mal. Antonio porque nunca se había visto en una situación como aquella y, porque a pesar de la arrogancia y fantasmeo del que hacía gala, le preocupaba no estar a la altura de las circunstancias. Había follado con personas de ambos sexos, pero siempre por separado, nunca los había mezclado. Esta noche debería tirarse a un tío con su mujer delante.

Al llegar al lujoso chalet que habían alquilado, el musculoso pelirrojo no pudo ocultar su sorpresa y con total desparpajo dijo:

—¡Joder, pues sí que te va bien la vida!

—No, no me puedo quejar —Respondió Débora esbozando una pequeña sonrisa. 

—¿Tía, a que te dedicas?

—No soy yo quien trae el dinero a casa. El dinero lo gana Eduardo. Mi marido es productor de cine…

—¡Productor de cine! ¡Vaya con la mosquita muerta! ¿No tiene una hermana?

—No, pero tiene un hermano…

—¿También le gusta la carne en barra?

—No, que yo sepa. Pero tú con una peluca y una mini falda puedes transformarte en una chiquita de lo más seductora —Respondió sarcásticamente la mujer, a la vez que sacaba la punta de la lengua burlonamente.

—¡Qué te den! —La respuesta de Antonio fue acompañada por una sonrisa de complicidad y una peineta.

A pesar de las mariposas que revoloteaban en la barriga de ambos, los dos antiguos amigos procuraban que la confianza volviera a surgir entre ellos, aunque fuera con pequeñas puyitas o bromas. 

El chalet, como todos los de la zona, tenía un amplio jardín en la entrada. Una especie de antesala habitada por una hilera de frondosos limoneros que cumplían exitosamente su cometido, alejar el interior de la casa de cualquier mirada curiosa.

Nada más cruzar el portal que daba acceso a la parte principal de la lujosa vivienda, Antonio se abalanzó sobre Débora, la atrapó fuertemente entre sus brazos y unió su boca a la suya. Irreflexivamente los labios de la mujer se abrieron, dejaron pasar su lengua y al poco se enredó con la suya en una vertiginosa danza.  

Hacía ya tanto tiempo que el pelirrojo no disfrutaba con un beso y era algo que le gustaba tanto hacer, que los nervios por enfrentarse a una situación nueva, quedaron aparcados a un lado y se dejó llevar sin reservas.

La unión de sus labios, mientras sus lenguas buceaban en la boca del otro, fueron la mecha que hizo explotar el fuego que bullía en su interior. En unos segundos sus cuerpos se buscaban como bestias en celo y sus manos recorrían libremente el pecho, la espalda y las nalgas del otro. Si todavía alguna pequeña barrera persistía entre los dos, la fulminante pasión que estalló con aquel beso las derribó por completo.

La otrora actriz porno no era alguien que se excitara con facilidad.  Sin embargo, quizás debido al el sabor melancólico de la nostalgia y revivir momentos en los que creía ser más feliz, no pudo reprimir que sus pezones se endureciera, ni el calor que comenzó a bullir bajo su vientre. Durante unos segundos, olvidó los enrevesados motivos por los que había traído aquel hombre a su casa y se pegó a él como una lapa. No obstante, a pesar de que una galopante lujuria comenzó a nublar su pensamiento, el deseo de venganza estaba tan enraizado en su cerebro que la pasión, del mismo modo fulminante que vino, se esfumó.

Separó el rostro de su apasionado acompañante y, apoyando suavemente la mano sobre su pecho, lo invitó gentilmente a que se apartara. El pelirrojo la miró con un gesto extraño, como si le hubiera puesto la miel en los labios para quitársela después.

—¡Oye, no te emociones, tío! ¿O ya no te acuerdas para que hayamos venido?

—Sí, pero yo a todas las bodas que he ido, antes del plato principal me han puesto entremeses.

Débora lo miró de arriba abajo, sonrió por debajo del labio y le dijo:

—¡Antonio, tú tienes un morro que te lo pisas! ¡Sígueme! A ver qué tienes que decir del plato principal.

Mientras secundaba los pasos de su amiga, el culturista pelirrojo se llevó la mano a los genitales, fue comprobar su más que evidente vigor y sonrió satisfecho. Si el marido de Débora compartía los mismos gustos que los jovencitos, y no tan jovencitos, que se solía ligar en las zonas de “cruising”, aquella noche no tendría ningún problema para dejar el pabellón bien alto.

Avanzaron por unos pasillos iluminados únicamente con unas pequeñas bombillas leds, en dirección hacia lo que Antonio supuso que sería la habitación donde se encontraba el mexicano. La temperatura reinante en el ambiente sin ser fría, era bastante agradable, nada que ver con el calor reinante en el exterior, pero ni por eso las axilas de Antonio dejaban de transpirar más de lo habitual en él.

La sexy treintañera abrió una puerta, dejando ver el interior de un dormitorio bastante espacioso. En el testero derecho había un amplio ventanal de cristal con unas persianas de madera rustica a medio echar, en la parte izquierda un armario con dos amplias lunas que ocupaba todo el testero. En el centro, una cama blanca a juego con las paredes y el resto del mobiliario. Sobre la cama, el marido de Débora, desnudo y en una postura de lo más sumisa.

Antonio se quedó un poco atónito al ver aquel individuo musculoso y grande con el culo en pompa. Sobrepasada la sorpresa inicial, comenzó a elucubrar como disfrutaría penetrándolo y su miembro viril comenzó a palpitar dentro de los pantalones. Sin recato de ningún tipo, se fue para Eduardo y comenzó a acariciar sus apretadas nalgas, al tiempo que se relamía morbosamente los labios.

Débora entró con paso firme en la habitación, buscó algo en el armario y, una vez lo encontró, fue hacia su marido. El objeto en sí no eran unas esposas de metal plateado, cubierta en la parte fija de los remache por piel sintética de leopardo. Dejando entrever cierta habitualidad y maestría en lo que hacía, cogió las manos de Eduardo, las puso sobre su zona lumbar y las encadenó.

A continuación como si fuera parte de una obra ensayada apartó suavemente a Antonio de la retaguardia de su marido. El atractivo treintañero no salía de su asombro. La situación era completamente nueva para él y todo aquello sobrepasaba de largo al sexo que conocía, pero no por ello dejaba de estar menos excitado. Estuvo tentado de decir algo, pero la experiencia le había enseñado que con los desconocidos tenía más atractivo si permanecía en silencio, así que optó por estar callado.

La mujer lo cogió de la mano, hasta colocarlo en un lugar de la cama donde su marido lo pudiera ver tranquilamente, sin necesidad de cambiar de postura.

El pelirrojo observó al director de cine, no solo era bastante más alto que él y más voluminoso, sino que su cabeza rapada le daba un aspecto de tipo duro, que poco o nada tenía que ver con la imagen de marica pasivo que había supuesto que tendría desde el primer momento que supo que le gustaba ser enculado.

A la postura sumisa, había que sumarle el lujurioso añadido del objeto donde tenía introducido el pene. Estaba   formado por varias anillas metálicas que se ajustaban al diámetro de su dormido miembro, culminando el artefacto en una forma ovalada que atrapaba por completo su glande. Completaba el singular artilugio, un candado que unía la trapezoidal jaula con un aro que rodeaba sus testículos.

Abrió los ojos, encogió el mentón   y movió la cabeza repetidamente en señal de extrañeza, Débora se percató de ello e, impregnando su voz de cierta chulería, le dijo:

—¿Te gusta el cinturón de castidad que le he colocado a mi amorcito?

Antonio se mordió el labio inferior y asintió con la cabeza. No entendía mucho de que iba todo aquello y lo único que tenía claro que se iba a pegar un buen lote de follar con los dos. El hecho de que su amiga fuera la que tomara la voz cantante, lejos de disgustarle, consiguió ponerlo cachondo como una mala bestia.

La mujer cogió a su marido por la barbilla y le dijo, haciendo uso de un tono de lo más teatral:

—Lo obligo a ponérselo porque no quiero que el pájaro se le ponga tieso. Supongo que debe ser doloroso, pero es el castigo que le impongo por ser tan puto y por gustarle tanto las pollas como le gustan.

Si a Eduardo le molestaba o no el suplicio al que lo sometía, era algo que el hombre que habían invitado a compartir sus juegos no podría adivinar por sus gestos, pues permaneció inmutable ante el humillante discursillo de su esposa.

La atractiva rubia, como si se tratara de un acto protocolario, pasó la mano por el pecho de Antonio, tras detenerse brevemente en sus duros pectorales y en su marcado abdomen, deslizó sus dedos hacia la protuberancia que nacía en su entrepierna y la apretó con fuerzas.

—La sorpresa que te traigo hoy es grande, muy grande — Le dijo en un tono prepotente, a la vez que le desabotonaba la bragueta del hombre que había traído para que lo enculara.

El pelirrojo tenía una erección de campeonato, la cabeza de su miembro viril sobresalía por encima de la cinturilla de sus slips y el tronco se marcaba por debajo de la delgada tela como un sable en su vaina. Eduardo, acostumbrado como estaba por su trabajo a ver pollas enormes, no se sorprendió. Aunque tampoco le disgustó lo más mínimo que, tal como le había pronosticado su esposa, el tipo estuviera tan bien dotado.

Con total descaro, la mujer sacó el enorme cipote de su encierro, y comenzó a masturbarlo enérgicamente ante la atenta mirada de su esposo. Sin pedir parecer a Antonio, se agachó y se dispuso a hacerle una mamada.

Nada más la tuvo frente a su rostro, la apretó fuertemente entre sus dedos, se la acercó a la nariz y aspiró el fuerte aroma que emanaba. Echó el glande hacia atrás, dejando al descubierto un brillante capullo violáceo, de cuya boca brotaban unas gotas de líquido pre seminal.  Siguiendo con lo que parecía una ceremonia, acercó su lengua a la palpitante cabeza de flecha y la lamió.

Su sabor agrio no le desagradó, por lo que unos segundos más tarde, pasó a degustar el grueso tronco. Ella, por su trabajo, se había comido pollas descomunales, en la mayoría de los casos dopadas de Viagra.  Al corroborar la dureza de la verga de Antonio no tuvo más remedio que reconocer que se trataba de una rara avis, máxime con su tremendo tamaño.  Algo que tenía mucho más mérito, si se tenía en cuenta el número de cervezas que había ingerido.  

Apartó un poco la cabeza para observar con más detenimiento la majestuosa muestra de masculinidad que se iba a meter en la boca. Sopesó sus dimensiones, de largo rondaría los veinticuatro centímetros, aunque lo más colosal era su grosor, tan ancho por la parte superior como por la inferior y con una gorda e hinchada vena azul que lo cruzaba de arriba abajo. Si a eso se le unía el color rosado de su piel, unos huevos que parecían querer eclosionar de su cascarón y los vellos rojizos de su pubis, no era extraño que la atractiva treintañera estuviera ansiosa por devorar aquella libidinosa golosina.  

Sin más preámbulos la introdujo entre sus labios, aunque tenía experiencias en tragarse cosas aparentemente mayores, ella sabía que había mucho truco visual en el porno y no todos los actores tenían las vergas tan enormes como la de su amigo. Abrió la boca todo lo que pudo y consiguió que pasara de ancho. Probó a tragársela hasta la base, pero su cavidad bucal no era tan honda como le hubiera gustado, así que se quedó con las ganas de practicarle un “garganta profunda”.

Antonio preso del desconcierto y de la lujuria, se dejaba hacer, rompiendo   su silencio, de vez en cuando, con unos ahogados jadeos. No era la mejor mamada que le habían practicado, pero si en la que más cachondo estaba. Toda la parafernalia del marido “capado” y atado le había parecido siempre historias propias de gente adinerada y aburrida, sin embargo, estaba comprobando por sí mismo, que los toros se disfrutaban mejor en el ruedo que viéndolos desde la barrera.

Su amiga paró de chupársela y miró a su esposo, diciéndole con un gesto algo que él no terminó de entender y que le dejó claro la estrecha complicidad que el matrimonio mantenía entre ellos. Acto seguido tiró de su polla, como si fuera una especie de mango o de correa, y lo aproximó al rostro de su marido con la intención de introducirla en su boca. Ser tratado como un objeto, una especie de juguete sexual infló su baqueteado ego y consiguió que se excitara, como hacía tiempo que no. 

En un principio, Eduardo simuló negarse a lo que pretendía obligarle su mujer, incluso llegó a poner de cara de desagrado. No obstante, el pequeño paripé duró solo unos escasos segundos y una vez el portentoso misil de carne traspaso sus labios, comenzó a pegarle al pelirrojo una tremenda mamada.

Al contrario que su esposa, no se detuvo en remilgos y se tragó el grueso sable de golpe, hasta que el enorme capullo rozó su campanilla.

Débora, lejos de sentirse satisfecha porque su conyugue logrará la pequeña hazaña de devorar casi al completo el enorme pollón de Antonio, empujó concienzudamente su pelada nuca, hasta que sus labios chocaron contra la pelvis del pelirrojo.

En el momento que la mujer consideró que su marido estaba disfrutando de aquello, pegó un pequeño empellón a su amigo y lo separó de él.

—Estás hecho un tragoncete —Dijo en un tono condescendiente y sazonado con mucha picardía, al tiempo que se remangaba el vestido para poder quitarse unas minúsculas bragas.

Antonio, al ver el culo prieto de su amiga y su rasurado sexo, notó como su nabo volvía palpitar como si tuviera vida propia. Estuvo tentado de alargar la mano y pegarle una palmada en las nalgas, pero se contuvo pues consideró que cualquier iniciativa por su parte no iba a ser bien recibida por Débora, quien daba la sensación de estar en toda su salsa, siendo dueña y señora de todo lo que ocurría entre aquellas cuatro paredes.

El siguiente movimiento de la atractiva rubia fue ponerle el coño delante de la cara a su esposo. Lo suficiente cerca para que pudiera olerlo, pero a una distancia convenientemente prudencial para que no pudiera ni lamerlo, ni hundir su lengua en él.

—¿Dónde crees que vas? Hoy no hay chochito para ti, hoy solo polla. Una polla bien hermosa que tendrás que compartir conmigo.

Tras sacarse el vestido por la cabeza y quedarse con sus tacones como único atuendo. Invitó con un gesto a sentarse en la cama a su amigo. Una vez la obedeció, cogió un preservativo de la mesita de noche, envolvió el cipote de Antonio con él y se sentó en su regazo.  

Al principio, a pesar de lo mojada que estaba, encasquetar aquel mástil en su sonrosada grieta fue un poco dificultoso, pero una vez se fue acomodando entre las paredes de su  vulva, la enorme tranca se deslizo hasta lo más profundo de su vientre con una más que pasmosa facilidad.

Anudó los brazos alrededor del cuello de Antonio y lo comenzó a cabalgar sin dejar de mirar fijamente sus preciosos ojos verdes. A pesar del inquebrantable silencio que se había autoimpuesto su amigo, no podía ocultar lo estupendamente que se lo estaba pasando. Sin pensárselo ni un segundo, posó sus labios sobre los de él y, cuando quiso darse cuenta, estaban enredados en un prolongado y apasionado beso.

Eduardo, por su parte, se limitó a observar como su mujer follaba con otro hombre delante de sus propias narices. Si aquello le molestaba o le agradaba, no dio señal alguna de ello. Pues mantuvo el mismo rostro impenetrable que había venido mostrando ante su invitado todo el tiempo.

En un momento determinado Débora aparto sus labios de los del pelirrojo y movió sus caderas con más ritmos. Sin detener su salvaje trotar, miró a su marido y eufórica comenzó a gritar:

—Esto es una polla satisfaciendo un coño mojado. Esto es un hombre en condiciones y no tú que ni das la talla. ¡No te preocupes que tú también te enteraras lo que es tenerla dentro!

Aquellos humillantes improperios hacia el musculoso calvo, molestaron un poco a Antonio, pues no le parecieron del todo correcto. Sin embargo, la simple idea de follarse aquel voluminoso culo que minutos antes había estado tocando, hizo que su polla, en vez de perder dureza, palpitara de emoción.

La lujuriosa cabalgada concluyó del mismo modo repentino que se inició. Débora se bajó de la “grupa” del pelirrojo y, con cierta dejadez, volvió hacia el armario que tenía enfrente. Trasteó un poco en su interior y sacó un arnés de cintura de cuero negro.  La parte central del morboso accesorio, estaba ocupada por un miembro viril de látex rosado. Las dimensiones del remedo de polla, sin ser exageradas, eran bastante considerables.

Antonio volvió a encoger el mentón y la nariz con cierta suspicacia, estuvo tentado de acercarse para verlo con mayor detenimiento, pero la actitud dominante de la mujer lo tenía un poco descolocado y, aunque cada vez tenía más claro que todo era una especie de teatrillo que se montaban entre ellos, prefirió permanecer donde estaba en espera de sus instrucciones.

Débora, una vez terminó de colocarse aquella pintoresca prótesis, se tocó el falso apéndice simulando una masturbación y, tras mirarse orgullosa en el espejo, se fue para Antonio. La imagen que la menuda mujer ofrecía con una verga erecta más grande que su antebrazo, no podía ser más surrealista.

—¿Te gusta la polla que me he buscado para que el puto de mi marido no tenga que salir a buscar tíos que le partan el culo?

El pelirrojo no pudo evitar recordar la vez que se follo a un travesti con unas tetas enorme. A pesar de que tenía un aspecto de lo más femenino y delicado, se gastaba un nabo de lo más grande. Fue la primera y única vez que masturbó un miembro viril masculino. Al rememorar el momento en que lo pajeaba, al tiempo que se lo follaba, Antonio no puede evitar alargar la mano hacia la verga de goma y acariciarlo del mismo modo que si lo masturbara.

Aquella reacción inesperada llamó la atención de la mujer, pero como no era algo que tuviera previsto que sucediera, no incidió sobre ello. Sin darle mucha importancia a aquel gesto por parte de su colega de la adolescencia, la mujer abrió el cajón de una de las mesitas de noche que lindaban con la cama y sacó un bote de lubricante. Tras envolver la verga de silicona con un profiláctico, echó una buena cantidad de crema sobre él.

El pelirrojo no daba crédito a lo que estaba viendo. Débora había ordenado a su marido que se pusiera al filo de la cama, una vez la obedeció, se colocó detrás de él. Tras juguetear y dilatar un poco su ojete, posicionó la verga artificial en la entrada de su recto y la fue introduciendo poco a poco.

Antonio, quien no se había movido un ápice de donde estaba, sin dejar de perder detalle de la brutal follada que la mujer estaba metiendo a su marido, miró  de reojo el rostro de Eduardo buscando algún atisbo de dolor, sin embargo, solo encontró muecas de placer.

—¿Te gusta cómo te follo, mi amor?

—Sííiii —Contesto el musculoso mejicano, sin dejar de gemir.

—¿Le pido a mi amigo que te haga un strip-tease mientras te la meto?

—Síiii, por favor…

La rubia, sin dejar de mover las caderas de un modo mecánico, se dirigió a su amigo con un tono que rozaba lo marcial.

—¡Antonio, ya has oído a mi marido! ¡Quítate la ropa! ¡Qué vea mi amorcito lo bueno que estás!

El pelirrojo dudo durante unos breves segundos, aquello de desnudarse para un hombre le pareció una soberana mariconada y casi estuvo tentado de negarse, pero terminó pensado: « ¡Qué carajo, si después me lo voy a terminar follando! »

Se puso de píe, guardó la polla, se subió los pantalones y se colocó delante de la extraña pareja. Se comenzó a contonear como si de fondo sonará una música apropiada para un baile sensual. En primer lugar, se quitó los mocasines y los echó con una patada al lado. Sus movimientos eran bastante torpes, aunque no por ello carecían del morbo adecuado para la ocasión.  Al desnudar su torso, mostró un pecho voluminoso con un abdomen casi plano y cubierto por un hermoso vello rojizo. Una vez se bajó los pantalones, dejando ver unas piernas marcadas y musculadas, se desprendió de los calzoncillos y caminó hacia la cama.  

Su amiga seguía moviendo enérgicamente las caderas tras su marido, penetrándolo con el apéndice postizo que había colocado sobre su pelvis. Sin meditarlo ni un segundo, el sevillano cogió al mexicano por la barbilla y le metió su nabo entre los labios

—¡Muy bien, muy bien! ¡Dale de mamar a esta putita que no tenga un agujero libre! —Grito Débora apretando los dientes, como si con ello fuera dar mayor énfasis a sus palabras.

Eduardo intentaba mantener la cabeza fría, ver aquello como un asunto de negocios, al fin y al cabo todo aquel teatrillo era para ver si el tipo que le estaba dando de mamar daría la talla en la escena sexual que su mujer había planeado rodar. Por su antiguo empleo, era capaz de follar y no implicarse, tener la polla tiesa y no albergar deseos ante la persona que tenía delante. Sin embargo, se estaba poniendo cachondo, pudiera ser porque Débora estaba poniendo más ganas que nunca en penetrarlo con el arnés, o quizás porque el puto Antonio estaba bueno para reventar, o por ambas cosas. Fuera lo que fuera, se estaba empalmando y el hecho de tener puesto el cinturón de castidad comenzó a ser el peor de los suplicios.

—¡Oye, Antonio! ¿Cuántos agujeros me dijiste que ibas a tener para ti esta noche?

—Cinco —Contestó el pelirrojo sin dejar de empujar su polla contra la cara del marido de su amiga.

—¡Pues ponte un condón, úntate un poco de lubricante que vamos a hacer el trenecito!

Sin pensárselo, sacó el cipote de entre los labios del calvo e hizo lo que Débora le pidió. Una de sus fantasías era follarse a alguien mientras este daba por culo a otra persona, nunca pensó que lo fuera hacer con una mujer y la idea lo excitaba aún más.

A decir verdad, no había practicado mucho el sexo anal con chicas, pues la gran mayoría, al ver el tamaño de la bestia de su entrepierna, se negaba en rotundo. Solo en dos ocasiones consiguió hacerlo, una con una prostituta y otra con una tía que se ligó en un bar de carreteras. Así que cuando su amiga, tal como sugirió en un alarde de descaro, le ofreció su culo, no pudo ser mayor el regocijo que lo invadió.

Tras untarle una pequeña cantidad de lubricante a su amiga, lo fue dilatando con el dedo. Cuando lo considero oportuno, colocó su verga en la entrada de su ano y empujó. Al principio, costó un poco de trabajo, pero estaba claro que la rubia no era novata en aquellos menesteres, pues una vez traspasó los primeros anillos, entró casi por completo.

Llevó las manos a los pechos de la atractiva treintañera e inició una salvaje cabalgada, incidiendo con ello en la fuerza con la que la mujer se estaba follando a su marido. Por primera vez en toda la noche, Antonio había cogido las riendas de la situación y no estaba dispuesto a soltarla.

—¿Te gusta cómo te doy jarilla? —Preguntó con una voz ronca a su amiga, cuando escuchó que gemía como una posesa.

—¡Síii, síiii! ¡No pares!

La sincronización de los tres cuerpos era propia de los engranajes de un reloj suizo. El cipote de Antonio entraba y salía del recto de su amiga, a la misma velocidad que el cipote de goma perforaba el ojete de su esposo.

Débora se lo estaba pasando tan bien, que por un momento postergó todo el teatrillo de dominación que traía preparado y se dejó llevar hacia el abismo de la lujuria. Por unos segundos dejó de pensar en el rodaje de la película, por unos segundos dejó de maquinar su pequeña venganza.

Sin embargo, por mucho que estuviera gozando con la follada que le estaba metiendo Antonio, no pudo olvidarse de su marido y si su amigo seguía dale que te pego al ritmo que lo estaba haciendo, más pronto que tarde terminaría eyaculando. Así que, volvió a transformarse en Dominatrix, saco el miembro de goma del culo de Eduardo y, con una voz entrecortada por el placer que la embargaba, gritó:

—¡Antonio, para! ¡No quiero que te corras! ¡Te queda todavía un agujero que probar!

Al pelirrojo aquello de follarse al corpulento calvo le pareció la mejor sugerencia que le habían hecho en mucho tiempo. Así que obedeció sin más.

—¡Ponte otro preservativo y siéntate en la cama! Me gustaría que probaras otra postura.

Mientras se cambiaba el profiláctico, Débora se deshizo del arnés, cogió una llave de la mesita de noche y le quitó el cinturón de castidad a su marido. Por primera vez Antonio vio la verga del calvo y, a diferencia de lo que suponía, estaba bastante bien dotado.

Se sentó al borde de la cama, tal como la mujer le había indicado y aguardó a que, tal como imaginaba, el mexicano se colocara sobre su regazó.

Lo hizo de espaldas a él, cosa que le agradó más, pues así no se vería en la disyuntiva de tener que rechazar un beso en caso de que decidiera pedírselo.

Se sentó en cuclillas y con las piernas ligeramente flexionadas.  Buscó el cipote del pelirrojo y lo dirigió a la entrada de su recto. Tal como Antonio preveía, estaba bastante dilatado y no tuvo problema ninguno para clavársela hasta el fondo. Usando como punto de apoyo la planta de sus pies, se comenzó a mover sobre él como si estuviera montado en un tío vivo.

Débora al ver que su esposo se excitaba, se agachó ante él y, como buenamente pudo, se metió su churra en la boca. Estaba claro que Eduardo estaba disfrutando como un enano, muy pocas veces de las que se lo habían follado, había conseguido tener una erección tan potente como aquella. Así que decidió darle la mejor mamada que le había dado en mucho tiempo.

No transcurrió ni un minuto y notó como una explosión de semen llenaba su boca, se llevó la mano al coño y, dejando que el sabor del esperma empapara su paladar, utilizo sus dedos para alcanzar el tan merecido clímax.

Antonio al percatarse que el mexicano había conseguido correrse, lo empujó con cierta brusquedad y se lo quitó de encima. Arrojó el preservativo a un lado, mientras le hacía un gesto para que se agachara junto a su mujer. Ya puestos a hacer realidad fantasías, no había cosa que le ponía más que regar con su leche a quien se follaba y en esta ocasión serían dos, por falta de uno.

Segundos más tarde de la boca de su polla salía un geiser blanco, que empapó la cara y el pecho de la viciosa pareja. Para satisfacción del productor de cine aquel tío no solo estaba bien dotado, sino que por la gran cantidad de esperma que había echado, también estaba hecho todo un semental.

Una vez se recuperaron de la tremenda corrida se pegaron una ducha e invitaron al pelirrojo a tomarse una copa con ellos. Algo que no era otra cosa que la excusa perfecta para hacerle saber sus planes. Antonio, tras pensárselo muy poco, accedió sin ningún problema. Siempre había pensado que lo que tenía entre medio de las piernas podía ser la cuchara que le diera de comer y la extraña pareja le estaba ofreciendo una oportunidad que no rechazaría bajo ningún concepto.

Continuará en: “Dos mejor que una”.

Acabas de leer:

Follar en tiempos revueltos.

Episodio VII: Antonio y la extraña pareja.

 (Relato que es continuación de Hombres Nextdoor)

Si no conocías a Iván y te has quedado con ganas de él, hace poco he publicado un texto informativo donde se incluyen los links de todas sus apariciones. El regreso de Iván.

 

Si te quedaste con ganas de leer más cosas mías, a primero de año publiqué una guía de lectura que te servirá para seguir mis series en orden cronológico. Ahí te dejo el link: Guía de lectura año 2017.

 

Ya sin más preámbulos paso a agradecer los comentarios dejado en “Bolos, naranjas y bolas”:  A Gata Colorada: La verdad que no sé qué me está pasando últimamente que los relatos, a pesar de que los tengo abocetados y todo, me están quedando muy largos. Pensé en sacarlo en dos veces, pero como que perdía la gracia. Tanto en este como en el anterior te garantizo que he intentado meter la tijera, pero no hay manera. . Ya me dirás si está por aquí, que te ha parecido este. Un besote; A Dedmundo: No conocía lo de joto, pero la verdad es que tiene su gracia. Algo parecido pasa con lo de la expresión la acera de enfrente. Por lo visto, en los pueblos antiguamente, cuando los jóvenes salían a cortejar a las chicas casaderas del pueblo, los hombres caminaban por una acera y las mujeres por otro. Si alguien mostraba afinidad por su mismo sexo, lo invitaban a cambiarse de acera. En “La playa del amor” te vas a encontrar muchos flash back, tanto con los personajes principales como con los secundarios. Las Masqueperras estarán durante todo el arco argumental y, al igual que ha hecho Sorippegy, alguna que otra contará alguna vivencia suya. Espero que te gusten; A vieri32 : Lo novedoso del relato eran los bolos (los números musicales), temía que no fuera a gustar, pero ha sido así. JJ, aunque nunca lo he expresado así, sigue un poco enamoriscado de Mariano después de su corto romance, por eso de vez en cuando estas pequeñas escenitas entre ellos. Guillermo es un personaje que tiene su función en la historia y que nunca he sabido dimensionar en la justa medida, por lo que entiendo perfectamente  ese no me cae bien ni mal; a Polla18: Si te gustan las lluvias doradas, tengo por ahí un par de relatos donde salen también: “Celebrando la victoria” y “En la fiesta de Blas”. Un consejo, no te los leas antes de ir a trabajar. Ja, ja  y A Pepitoyfrancisquito: La verdad es que lo de las cremas y el Master estuve tentado de meterlo, pero me pareció demasiada información. Os puedo garantizar que uno de los motivos por lo que los relatos de los Caños me están quedando tan largos son los añadidos de última hora.   Como el mundo va tan deprisa, seguramente en el próximo ya la gente se haya olvidado y la cantinela que tengan sea otra.  En el próximo tocaré el lado oscuro y, si me sale como tengo previsto, será un relato donde el humor y el porno se toquen. Lo que no os garantizo es lo de la camiseta amarilla, Sorippegy, como buena flamenca es muy supersticiosa, y dice que el amarillo se lo va a poner el día que vaya a visitar a Susana a la planta del hospital cuando se ponga enferma. ¡Que tengáis buen camino del Rocío!

 

En el próximo relato retomaré después de dos años y medio, la historia de “El acontecimiento terrible” con el episodio “Meter toda la carne en el asador”. Desde aquí mis más sinceras disculpas por el enorme retraso y mi compromiso de seguir publicándola con cierta asiduidad.

 

Hasta la próxima y ya saben, procuren aprovechar cada segundo que viváis.

 

Mas de machirulo

El Blues del autobús

Mr Oso encula a la travestí gótica

Hombres calientes en unos baños públicos (2 de 2)

Hombres calientes en unos baños públicos (1 de 2)

Desvirgado por sus primos gemelos

Un camión cargado de nabos

Cruising entre camiones

Mi primera doble penetración

Un ojete la mar de sensible

Un nuevo sumiso para los empotradores

Once machos con los huevos cargados de leche

Un buen atracón de pollas

Por mirar donde no debía, terminó comiendo rabo

Aquí el activo soy yo

Estrenando un culito muy delicioso

El mirón de las duchas

Una doble penetración inesperada

Amarrado, cegado y follado hasta la extenuación

Polvo rápido en el baño

La duquesa del coño insaciable (4 de 4)

La duquesa del coño insaciable (3 de 4)

La duquesa del coño insaciable (2 de 4)

La duquesa del coño insaciable (1 de 4)

¡Pero qué buenos están estos dos hermanos!

Una doble penetración inesperada

El mecánico siempre descarga sus cojones dos veces

Son cosas que pasan

Sexo grupal en el vestuario

La fiesta de las Coca-colas

Un casquete después de la siesta

Pepe se lo monta con sus primos gemelos

Serrvirr de ejemplo

Comer y follar todo es empezar

Con mi ojete preparado para un rabo XL

Al chofer del bus, le sale la leche por las orejas

Mamándole el ciruelo a mi mejor amigo

De cruising en la playa de Rota

Cinco salchichas alemanas para mi culo estrechito

Un mecánico con los huevos cargados de leche

El descomunal rabo del tío Eufrasio

Follado por su tío

Meter toda la carne en el asador

Míos, tuyos, nuestros… ¡De nadie!

Encuentros furtivos en el internado

Fácil

Bolos, naranjas y bolas.

Vivir sin memoria

El libro de la vida sexual

Reencuentro con mi ex

Punta Candor siempre llama dos veces

Hombres Nextdoor

Mundo de monstruos

Dejándose llevar

Guía de lectura año 2017

Dejar las cosas importantes para más adelante

Una proposición más que indecente

¡No hay huevos!

Ignacito y sus dos velas de cumpleaños

El chivo

La mujer del carnicero

Iván y la extraña pareja

El regreso de Iván

Guerra Civil

Las tres Másqueperras

Toda una vida

Objetos de segunda mano

Follando con el mecánico y el policía (R) 2/2

Follando con el mecánico y el policía (R) 1/2

Ni San Judas Tadeo

La invasión Zombi

Seis grados de separación

¡Arre, arre, caballito!

La más zorra de todas las zorras

Un baño de sinceridad

Barrigas llenas, barrigas vacías

No estaba muerto, estaba de parranda

Dr. Esmeralda y Mrs. Mónica

Yo para ser feliz quiero un camión

Tiritas pa este corazón partio

Corrupto a la fuga

Un polaco, un vasco, un valenciano y un extremeño

El de la mochila rosa

La jodida trena

Tres palabras

Hagamos algo superficial y vulgar

Pensando con la punta de la polla

Quizás en cada pueblo se practique de una forma

Gente que explota

Guía de lectura año 2016

En unos días tan señalados

Desátame (o apriétame más fuerte)

De cruising en los Caños

Putita

Sé cómo desatascar bajantes estrechos

Este mundo loco

Como conocí a mi novio

No debo hablar

El secreto de Rafita

¿De quién es esta polla cascabelera?

Me gusta

Me llamo Ramón y follo un montón

Doce horas con Elena

El pollón de Ramón

Dos cerditos y muchos lobos feroces

El ciprés del Rojo

Follando por primera vez (R) 1/3

Follando por primera vez (R) 3/3

Follando por primera vez (R) 2/3

Estrenando un culito muy delicioso

El mirón de las duchas

Orgia en el WC de los grandes almacenes

Once pollas para JJ

Prefiero que pienses que soy una puta

Homofobia

Adivina quien se ha vuelto a quedar sin ADSL

¡Terrible, Terrible!

Bukkake en la zona de descanso

Mi primera vez con Ramón

Tu familia que te quiere

Si no pueden quererte

Mía

Infidelidad

Dos adolescentes muy calientes

Ocho camioneros vascos

Parasitos sociales

El pollón del tío Eufrasio

Violado por su tío

Talento

Somos lo que somos

Sexo en Galicia: Dos en la carretera

Tres pollas y un solo coño

De amor se puede vivir

Duelo de mamadas

¡Se nos da de puta madre!

Dos hermanos

¿Dónde está la oveja de mi hermano?

¿Por qué lloras, Pepito?

El MUNDO se EQUIVOCA

Todo lo que quiero para Navidad

Como Cristiano Ronaldo

Identidad

Fuera de carta

Los gatos no ladran

Su gran noche

Instinto básico

TE comería EL corazón

La fuerza del destino

La voz dormida.

Como la comida rápida.

Las amistades peligrosas.

El profesor de gimnasia.

Follando: Hoy, ayer y siempre (R)2/2

Follando: Hoy, ayer y siempre (R) 1/2

El ser humano es raro.

La ética de la dominación.

¡Ven, Debora-me otra vez!

La procesión va por dentro.

Porkys

Autopista al infierno.

El repasito.

José Luis, Iván, Ramón y otra gente del montón.

El sexto sentido.

Cuando el tiempo quema.

Mi mamá no me mima.

La fiesta de Blas.

¿Por qué lo llaman sexo cuando quieren decir amor?

Sin miedo a nada.

¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?

¡Qué buena suerte!

El rumor de las piedras.

Dios odia a los cobardes.

Tres palabras.

Guía de lectura segundo semestre 2.014.

Como un lobo.

Solo Dios perdona.

El padrino.

Perdiendo mi religión.

Adiós Francisquito, adiós.

Pequeños descuidos.

La sombra de una duda.

Mis problemas con JJ.

Unos condones en la guantera.

La voz dormida.

Follando con mi amigo casado.

Si pudieras leer mi mente.

Bésame, como si el mundo se acabara después.

Si yo tuviera una escoba.

Guía de lectura primer semestre dos mil catorce.

¡Cuidado con Paloma!

La lista de Schindler.

Nos sobran los motivos.

La masticación del tito Paco.

Viviendo deprisa.

El blues del autobús.

¿Y cómo es él?

¡Voy a por ti!

Celebrando la victoria.

Lo estás haciendo muy bien.

Vivir al Este del Edén.

Hay una cosa que te quiero decir.

Entre dos tierras.

Felicitación Navideña.

37 grados.

El más dulce de los tabúes.

Desvirgado por sus primos gemelos

Las pajas en el pajar

Para hacer bien el amor hay que venir al Sur.

Tiritas pa este corazón partio

Valió la pena

1,4,3,2.

Sexo en Galicia: Comer, beber, follar....

¡Se nos va!

En los vestuarios.

Lo imposible

Celebrando la victoria

La procesión va por dentro.

El guardaespaldas

El buen gourmet

Mariano en el país de las maravillas.

Tu entrenador quiere romperte el culo(E)

Retozando Entre Machos.

Culos hambrientos para pollas duras

La excursión campestre

¡No es lo que parece!

Mi primera vez (E)

Vida de este chico.

Follando con mi amigo casado y el del ADSL? (R)

Follando con 2 buenos machos: Iván y Ramón

Trío en la sauna.

Nunca fuimos ángeles

Desvirgado por sus primos gemelos (E)

Como la comida rápida

La misión

Follando con mi amigo casado

La churra del Genaro

Uno de los nuestros

Sexo en Galicia: Tarde de sauna (R)

2 pollas para mi culo

El cazador.

Los albañiles.

Jugando a los médicos.

Algo para recordar

Mis dos primeras veces con Ramón (E)

A propósito de Enrique.

Guia de lectura y alguna que otra cosita más.

Culos hambrientos para pollas duras

Celebrando la derrota

En los vestuarios (E)

Sexo, viagra y unos pantalones anchos (Epilogo)

No quiero extrañar nada.

Punta Candor siempre llama dos veces.

4,3,2,1....

2 pollas para mi culo

Adivina quién, se ha vuelto a quedar sin ADSL

Follando con 2 buenos machos: Iván y Ramón (R)

El MUNDO se EQUIVOCA

Historias de un follador enamoradizo.

Living la vida loca

Sexo en galicia con dos heteros (R)

¿Por qué lo llaman sexo cuando quieren decir amor?

Comer, beber... charlar.

Los albañiles.

¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?

Regreso al pasado

Follando con mi amigo casado (R)

“.... y unos osos montañeses)”

El padrino

... Bubú.....

El blues del autobús (Versión 2.0)

El parque de Yellowstone (Yogui,....)

After siesta

Sexo, viagra y ... (2ª parte) y última

Before siesta

Sexo, viagra y unos pantalones anchos (1ª parte)

El bosque de Sherwood

El buen gourmet

Como la comida rápida

Pequeños descuidos

¨La lista de Schindler¨

El blues del autobús

Celebrando el partido