21/08/12 08:30
(Ramón sigue recordando ante el espejo todos los pormenores de su relación con Mariano)
La operación quirúrgica de mi madre había sido un éxito, Elena estaba en la playa con las niñas y yo, después de una sesión de sexo salvaje con Mariano, me encontraba descansando en su cama. Estando abrazado a él, una plena sensación de felicidad me embargaba, no recordaba desde cuando no me había sentido tan a gusto con alguien, simplemente era percibir el calor que su cuerpo emanaba y mi corazón latía como hacía tiempo que no. Apreté su cabeza contra mi pecho y lo besé en la frente, pese a que quisimos alargar lo máximo posible aquel momento de dicha, el cansancio terminó por vencernos.
Usualmente no suelo recordar lo que sueño, pero fue despertar y tener la absoluta certeza de que había sido algo bien bonito y si el universo onírico me había tratado bien, la realidad no se estaba quedando corta. Al abrir los ojos y vislumbrar a mi amigo acurrucado a mi lado, velando mi siesta. Mi primera reacción fue darle un afectuoso beso en la mejilla, a la vez que me excusaba diciéndole:
—¡Quillo, es que estaba reventao!
Su única respuesta fue acariciarme la cara, regalándome la mejor de las sonrisas:
—¡No me toques, qué no respondo! —Dije incorporándome un poco y señalando burdamente a mi entrepierna, estropeando de pleno aquel momento tan tierno—.¡Si es que tienes poderes! ¡Mira como me has puesto!
Mariano me contempló de arriba abajo, en su rostro se dibujó una sonrisa maliciosa al tiempo que fue acercando su mano a mi verga. Al posar suavemente las yemas de sus dedos sobre ella, un satisfactorio escalofrío recorrió mi espina dorsal y mi hermanito pequeño pareció vibrar de emoción.
Mi amigo se tomó su tiempo y acarició delicadamente cada trozo de mi cipote, como si lo explorara. Sin poderlo evitar, llevé una de mis manos a su trasero, apreté fuertemente sus glúteos y pensé: “¡Dios qué rico está!”
Mariano se dispuso a mamar mi nabo pero lo detuve, pues ardía en deseo de besarlo. Lo abracé y uní nuestros labios levemente, clavé mi mirada en la suya y un océano de complicidad surcó entre nosotros. Incapaces de dilatar el momento, deje que hundiera su cabeza en mi pecho y me regalara todo el placer del que él era capaz: besó mis pezones, los mordisqueo, paseó su lengua por todo mi tórax hasta llegar a mi entrepierna, allí limpió con un lengüetazo el líquido pre seminal que emanaba de mi babeante cipote y, tras morderse suavemente el labio inferior, procedió a engullirlo de forma gradual.
Mi postura no me permitía acariciarle el ano, por lo cual me senté con las piernas abiertas en el centro de la cama y le pedí que se pusiera de rodillas ante mí. Mariano, de un modo que rozo lo sumiso, adoptó la pose solicitada y prosiguió chupándomela. Ensalivé mis dedos y surqué con ellos, en pos del agujerito que tanto me gusta, la raja de sus glúteos, cuando lo localicé, lo masajeé delicadamente con movimientos circulares, a los que mi amigo respondió con unos suaves gemidos.
Poco a poco fui abriendo el camino a uno de mis dedos, el cual pude introducir paulatinamente en su recto, una vez lo acomodé en su interior, lo metí y saqué en la justa medida que aquel orificio lo permitía, pues, como pude comprobar, se encontraba bastante menos dilatado que la anterior ocasión. Esta vez Mariano fue incapaz lanzar ningún gemido, pues mi polla ocupaba por completo su cavidad bucal.
Tanto más yo jugaba al metesaca con su agujerito, más fervor ponía mi amigo en su mamada, parecíamos piezas de un engranaje mecánico moviéndose a la misma cadencia. Mariano se encontraba tan entregado, que no tuve más remedio que apartar sus labios de mi carajo y decirle:
—¡Cabrón!... ¿No querrás que me corra ya?, y menos sin probar ese culito tuyo —intentaba sonar impersonal, pero mi tono de voz no podía esconder lo que realmente sentía— .Por cierto, hoy está más cerradito que la última vez —concluí con cierto sarcasmo.
Mi acompañante me miró con cara de perplejidad, hizo un mohín extraño como si mi observación le divirtiera y molestará por igual.
—Es que yo sé que así te gusta más —contestó sonriendo con cierta picardía.
Siguiendo con su juego, le guiñe un juego y le dije:
—Pues tráete el lubricante ese que tienes por ahí, que te lo voy a poner a punto de caramelo.
Mariano no se hizo de rogar y abrió el cajón de la mesita de noche en busca de los “utensilios de follar” y me entregó el bote de lubricante con total predisposición.
—¿Quiere usted haced el favor de ponerse a cuatro patas sobre la cama? ¡No sabes el morbo que me da verte así! —Mis palabras estaban cargadas con toda la chulería que admitía nuestra complicidad.
Una vez lo tuve delante de mí en la posición solicitada, un pensamiento malicioso cruzó mi mente y no pude evitar llevarlo a cabo. Acerqué mi boca al rasurado agujero y comencé a dar lengüetazos sobre él, al principio como el que lame una piruleta después más tarde puse la lengua todo lo dura que pude y golpeé el húmedo y caliente orificio con ella. Pese a que era la primera vez que practicaba aquella “variedad” de beso negro, la complaciente respuesta del cuerpo de Mariano me hizo ver que estaba en la dirección correcta y con la seguridad que da hacer las cosas bien hechas, proseguí.
Mientras impregnaba con mi saliva su ojete, quise comprobar si mi amigo estaba empalmado. Alargué mi mano hacia su polla y la dureza de esta constató mis sospechas. Como soy más de creer en la ley de Mahoma que en la de Cristo, sin pensármelo, la acaricié levemente.
Nunca antes había cogido el rabo de un tío para pajearlo y he de reconocer que, aunque no me produjo un placer inmenso, tampoco me repugnó en absoluto. El miembro de mi amigo estaba tieso como una estaca y, al fulgor de mis caricias, palpitó vehemente. Era evidente que no era un experto en aquella práctica, pero lo que si tenía claro es que si a Mariano le ponía, yo iba a hacer todo lo posible por satisfacerlo. Recordé el placer inmenso que él me produjo antes de la siesta, al ensalivarse la palma de su mano y masajear mi pene envuelto en el caliente líquido, instintivamente emulé su acción. La combinación de mi lengua en su culo con aquella especialidad de paja, lo puso a reventar calderas y mi amigo no pudo evitar gemir como un descosido.
Fue traspasar la frontera moral que para mí suponía tocar la churra de un tío y, una tras otra, las barreras mentales comenzaron a desmoronarse, instintivamente doblé como pude el miembro de amigo hacia atrás y coloqué su capullo cerca de mi boca. Restregué mi lengua desde su orificio, a su glande pasando por el perineo y la sensación que me asaltó no tuvo parangón, no tanto por lo que yo sentía sino por las reacciones de Mariano quien, sin poderlo remediar, se estremecía de plena satisfacción. El sabor de su aparato ni me gustó, ni me disgusto, pero ver como aquello complacía a mi amigo, enervó mis sentidos de tal modo que no pude reprimir hacerlo con más ahínco hasta que constaté que si proseguía de aquel modo lo único que iba a conseguir es que se corriera y como no quería que la fiesta concluyese tan pronto, me detuve en seco.
Empapé mis dedos con el gelatinoso líquido lubricante y lo extendí por el ya de por sí humedecido agujero, mezclando los restos de mi saliva con la crema. Tras juguetear haciendo círculos sobre él, minuciosamente introduje el índice, la facilidad con que entraba y salía me llevo a intercambiarlo por el pulgar. Al comprobar que su ojete se adaptaba bastante bien al nuevo grosor, concluí que serían dos los que se internarían en aquella caliente gruta. Al principio me costó un poco encajarlos, pero poco a poco fue dilatando y ayudados por movimientos giratorios de mis muñecas, el ajustado orificio fue cediendo cada vez más. Una vez constaté que el índice y el corazón lo traspasaban cómodamente, invité a un tercero a que pasara al interior. Al principio, he de reconocer que me costó (los huesos de la falange no son nada moldeables), pero dicen que: “con paciencia y saliva se la metió el elefante a la hormiga”, y aquella crema era bastante mejor que un buen escupitajo.
Tras tomarme mi tiempo en ensanchar los esfínteres de Mariano, concluí que ya estaba preparado para cosas mayores, me coloqué la goma y eché sobre ella un chorreón de crema. Primero paseé morbosamente mi verga por la raja de sus glúteos, después la situé en la entrada de su culito y dando un pequeño empujón a mis caderas, intenté introducirla. En un principio, a pesar de lo dilatado que estaba, parecía que aquel apretado agujero se resistía a ser invadido, mas tras insistir un poco y superada las iniciales resistencias, mi cipote perforó por completo el recto de mi amigo.
Follar es lo mejor del sexo. Te pueden hacer una buena paja, que te la mamen es una de las cosas más satisfactorias que conozco… pero nada es comparable al acto de la penetración. Cuando estás dentro de la otra persona, la sensación de plenitud es incomparable es como si el yo y el tú acabara y empezara un nosotros, y si ese “nosotros” es con alguien con el que te une un gran afecto, ¡es la hostia!
Tan entregado estaba en disfrutar de mi simbiosis con Mariano, que casi estuve a punto de llegar al orgasmo, refrené el vaivén de mis caderas pero mis actos seguían gobernados por el mayor de los frenesís, de continuar así más pronto que tarde terminaría eyaculando y no tenía ni chispas de ganas de que aquello ocurriera. Así que opté por pedirle a mi amigo que cambiáramos de postura:
—¡Quillo, siéntate encima! Quiero que tú seas el que me folles la polla.
Una hermosa sonrisa de complicidad iluminó su rostro y aunque el cabrón estaba disfrutando de aquello casi tanto como yo o más, se portaba como si mis palabras lo subyugaran.
Pero pese a su aparente sumisión, estaba claro que quien llevaba las riendas era mi amigo y de un modo tal, que lo que hizo a continuación me dejo completamente descolocado: se acuclilló sobre mí, situó mi cipote en la entrada de su culo y poco a poco se lo fue introduciendo desde la cabeza hasta la base. Una vez lo tuvo ensartado por completo, comenzó a moverse sobre él, contrayendo intermitentemente las paredes de su ano y apretándolo entre ellas. Las sensaciones que me sobrevinieron eran desconocidas por mí, pues aunque el placer era tremendo no tenía la impresión de llegar a la meta del orgasmo, me sentía como si estuviera en una especie de carrera de fondo que no tenía fin.
—¡Pero qué puta eres, vida mía! —Dije completamente fuera de mí y apretando violentamente sus glúteos entre mis manos. No obstante, para resarcirme de la pequeña grosería que le proferí, acerque mi rostro al suyo y le propiné uno de los besos más apasionado que había dado en mi vida.
En pocas horas, los besos habían pasado de ser como una especie de acto prohibido a algo absolutamente necesario. Aquel día fue la primera vez que uní mis labios con los de Mariano y tenía la curiosa sensación de que lo llevaba haciendo toda una vida.
El instante no podía ser más estupendo, mi falo atravesando sus entrañas y nuestras lenguas zigzagueando al compás apasionado de sus caderas. Mi amigo, preso de la emoción del momento, se agarró a mis hombros, como si estos fueran unas riendas y me comenzó a cabalgar de un modo aún más frenético. El roce de las paredes de su ano alrededor de mi polla me había hecho perder el control y, por lo que pude apreciar por su gesto, mi acompañante se encontraba tres cuartos de lo mismo… De repente, el trotar de mi amigo se atenuó y una expresión entre placentera y dolorosa se dibujó en su rostro, a continuación un líquido pegajoso y caliente recorría mi pecho. El mamón se lo había pasado tan bien, que se había corrido sin tocarse siquiera. La percepción de aquel semen resbalando por mi tórax, fue el acicate que necesitaba para que aquella cabalgada llegará a su fin y sin poder hacer nada por evitarlo, vacíe mis cojones de golpe.
Mariano agotado se abrazó a mí y se hundió sobre mi pecho. Al tiempo que la pasión abandonaba nuestros cuerpos, el sentimiento de culpa me vino a visitar, de nuevo me sobrecogió el insistente pensamiento de que aquello no era para nada lo correcto, pero aquella vez fue mucho más desagradable, pues venía acompañado por el descubrimiento de que, irremediablemente, me estaba enamorando de él.
La simple idea de pensarlo me producía ardores de estómago, pero estaba ya más que cansado de que nuestra relación fuera una especie de altibajos sin sentido, así que cogí suavemente su cabeza entre mis manos y lo miré a los ojos de un modo tan clarividente que mi amigo, intuyendo que le iba a decir que lo quería, ahogó mis palabras con un apasionado beso.
Mientras nuestras bocas jugaban a devorarse, por mi mente, intentando dar una explicación a la reacción de Mariano, desfilaron mil ideas estúpidas: “¿Había evitado que yo le declarará mi amor para no tener que verse en la tesitura de tener que rechazarme? ¿Lo nuestro, a pesar de la amistad que nos unía, para el solo era sexo puro y duro?”
Con aquellos pensamientos cabalgando con fiereza en mi subconsciente, aparté a mi amigo de encima de mí, lo cogí de la mano y lo conduje al cuarto de baño. “Si sexo era lo que quería, –pensé—sexo, y del más guarro, iba a tener”. Hice que se arrodillara en la placa de ducha y lo mee de arriba abajo, aquel inmundo acto hizo que su pene volviera otra vez a la vida y a mí me dieran ganas otra vez de poseerlo, tanto que mientras terminaba de vaciar el contenido de mi vejiga, sentí como mi cipote se endurecía de nuevo.
—Dúchate que esa —señale su polla—parece que tiene ganas otra vez de juerga y esta —agarré fuertemente la mía entre mis dedos —no se la va negar.
Regresamos al dormitorio e hice que adoptara la postura del perrito, tras comerle un poco el culo me puse un preservativo y lo penetré de un modo salvaje, casi sin importarme si le hacía daño o no. Agotados como estábamos, alcanzamos el orgasmo rápidamente y casi al mismo tiempo.
No sé si por resentimiento ante el “imaginado” rechazo, saqué mi polla de él y no le di ninguna muestra de cariño, simplemente le dije:
—Me voy a duchar, que quiero pasarme a ver a mi vieja.
No había terminado de enjabonarme, cuando Mariano entró a hacerme compañía bajo el agua. Sus labios buscaron los míos y yo de un modo tan absurdo como educado, lo rechacé. Poco después simulando tener mucha prisa, me salí de la placa de ducha y me puse a secarme.
—Entonces, ¿a partir de mañana se quedan ustedes en casa de tu madre?
—Sí, hasta finales de Agosto que nos vamos para Fuengirola —contesté de un modo frio e impersonal.
—Yo también me voy en Agosto a Sanlúcar —dijo de manera casi despreocupada para proseguir diciendo con más ímpetu—.¡Qué tengo unas ganas!
Me quedé pensativo durante unos segundos, lo miré y le dije:
—Perdona…
—¿Por qué? —Mariano me miró extrañado.
—Por fastidiarte el finde.
—¿Fastidiarme el finde?
—Hombre, ¡cómo he hecho que te vengas de la playa antes de tiempo! —mis palabras intentaban tener la lógica de la que carecía mi planteamiento.
Sus ojos se clavaron en mí y, a la vez que meneaba la cabeza con estupefacción, me dijo:
—¡Pues ojala que lo hagas más veces!
—¿Te ha gustado? —pregunté casi dubitativamente.
—¡Pues claro, so tonto —sonrió generosamente — y cada vez más!
—¿De verdad?
La confusión reinó por un momento en mi amigo y, tras quedarse pensativo unos instantes, adoptando una postura más seria me preguntó:
—Pero, ¿a ti que te pasa?
Adopté un gesto de preocupación, en pos de esconder mi enfado por su rechazo. Rechazo que solo era un fantasma en mi imaginación. Imaginación que nos gasta muy malas pasadas en ocasiones. Ocasiones que dejamos pasar por no ser capaces de ser sinceros. Sincero es lo que menos estaba siendo yo al intentar buscar una explicación de mi estúpida reacción.
—¡Entiéndeme tío! Has desperdiciado un día de playa para echar un polvo conmigo…
—A lo mejor porque me interesaba más —me interrumpió sonriendo.
—Sí, pero es que tú con el buen cuerpo que tienes puedes echar un polvo con quien te apetezca —mis palabras en vez de arreglar la situación, lo que hacían era empeorarla más aún, pues una mueca de enojo comenzó a asomarse en la cara de Mariano.
—¿Qué coño estas diciendo? — La rabia de sus palabras destrozó el buen rollito que había entre ambos —.Creí que la última vez quedó bastante claro lo que había entre nosotros.
Lo miré en silencio, de pronto un muro de frialdad se había levantado entre los dos y tenía la sensación de que yo había colocado todos y cada uno de los ladrillos. Me sentía como traicionado por él, pero mis ganas de no perderlo eran mayores y tendí por ceder un poco en mi pertinaz intento de demostrarme que yo era más fuerte que todo aquello.
—No te enfades hombre, lo he dicho sin mala intención.
—¡De jodidas buenas intenciones están fabricadas las guerras! —Su tono era punzante y, lo que era peor, cuando Mariano soltaba ese tipo de comentarios es que empezaba a estar hasta los huevos.
—Fin de la cita —dije yo dejando mis sentimientos de frustración a un lado y centrándome en que mi acompañante no se cabreara más de lo que ya estaba.
—¡Qué gracioso! —dijo poniendo cara de asco, pero sonriendo por lo bajini.
Durante un instante pareció que pasó un ángel y un silencio lapidario se enredó entre los dos y como yo tenía cara de no saber qué decir, fue mi amigo quien rompió el frio mutismo.
—A ver cómo te lo explico para que te enteres y no te confundas —mi amigo adoptó una postura tan solemne que pese a estar desnudo a mí me dio la sensación de que tenía puesto un elegante traje —desde que empezamos con “esto nuestro”, he de reconocer que he pensado una y mil veces dejarlo. Primero porque sé que nunca podrás estar conmigo al cien por cien, segundo porque siempre en cualquier historia que empiezo a mí me toca la peor parte. ¿Pero qué pasa? Que a nosotros no nos une solo el sexo, nos une una amistad de muchos años y nuestras vidas no sería lo mismo sin tener al otro cerca. ¿Qué de no estar tú casado esto podría haber sido distinto? No lo sé, después de lo de Enrique no me fio de nadie y si he seguido viéndome contigo es porque te conozco y sé que lo último que harías seria hacerme daño conscientemente. ¿Tú crees que eso me lo puede dar un polvo con cualquiera?
Sus palabras, como era habitual en él, me dejaron sin argumentos y, lo más importante, me conmovieron un montón. De tener la sensación de ser un número más en su vida, pase a sentirme importante. Incapaz de decir algo que medianamente estuviera a la altura, me fui para él y lo abracé. Desnudo como estábamos, el contacto de piel sobre piel, dio paso a un beso donde la pasión y el afecto se mezclaron. De nuevo estuve tentado de decirle lo mucho que lo quería, pero deje que mi cuerpo hablara por mí y los gestos sustituyeron a las palabras.
Poco después nos despedíamos con un beso y con la promesa de que en cuanto acabara las vacaciones, volveríamos a hacer algo parecido a lo de aquel día.
Al llegar a casa de mi madre me encontré que con ella solo se encontraba mi hermano David, cosa que, dicho sea de paso, me extrañó bastante. Lo saludé a ambos con dos cortos besos y volqué toda mi atención en mi progenitora.
Las facciones de la mujer que tenía ante mí, me parecían un decálogo de sabiduría y de nobleza a partes iguales. El paso del tiempo había surcado su rostro de arrugas, pero este aún rememoraba su belleza de antaño. Unos ojos cansados y negros, testigos de las pocas alegrías y el mucho sufrimiento que le había tocado vivir. Un pelo rubio y bien peinado, con el que recordaba constantemente, que a los ochenta años se puede seguir siendo coqueta. Unos labios generosos de cariño, que a pesar de lo terriblemente fastidiada que estaba la pobre mujer, solo se abrían para preocuparse por el bienestar de los demás.
—¿Cómo está usted madre?
—Deseando ponerme ya buena y no tener que depender de nadie…¡Qué pena llegar a viejo!
La voz de la buena señora sonaba apesadumbrada y con razón, pues su perspectiva para los dos meses de verano, se reducían a estar sentada y con la pierna en alto. La expresión de abatimiento que reinaba en ella, era el fiel reflejo de la impotencia que sentía ante la dichosa situación.
—¡Qué pena, ni que ocho cuartos! ¡Si tiene usted a todo el mundo pendiente suya! ¡Está usted mejor que en coche, y cuando se quiera dar cuenta Septiembre está aquí ya!
Mi madre me miró y me sonrió forzadamente, no es que la hubiera hecho sentirse mejor pero tampoco quería que me preocupara por ella, más de lo que ya estaba.
Tomé asiento junto a ella y comencé a charlarle de mis cosas, con la única intención de que se olvidara de los males y de su dependencia de los demás. Mi hermano, quien había permanecido distante todo el tiempo, se acercó a nosotros y me dijo:
—¿Vas a estar aquí mucho rato?
—Sí, hasta la hora de cenar no tengo nada que hacer.
—Bueno, pues yo me voy a buscar a Lisa y los niños que han ido al centro comercial a dar una vuelta. ¿No te importa?
—No, para nada —aunque no me hacía gracia la forma de escurrir el bulto que tenía mi hermano, callé por no agobiar a mi madre.
Dio dos breves besos a mi madre y tras decirme que si se tardaba más de la cuenta le pegara un toque, se marchó.
—¡Estaba deseando irse! —dijo mi progenitora de forma contundente, nada más fue consciente de que ya no podía oírnos.
La miré de reojo intentando discernir que me quería contar y hasta donde, pero la buena mujer no espero a que yo metiera baza en la conversación y prosiguió:
—Lisa se fue a las seis con la excusa de que los niños no aguantaban dentro de la casa—el resentimiento flotaba entre sus palabras — y la que no podía estar aquí más tiempo era ella. Acostumbra como está a estar todo el día parriba y pabajo, estar aquí metida se le hace un mundo.
—¡No sea mal pensada, mamá! —La recriminé dulcemente con la finalidad de que no se cabreara más de lo que ya estaba —Usted ya sabes lo caprichoso que son Nacho y Piluca.
—¡Qué va! Si Ignacio y Pilar estaban la mar de tranquilito, jugando con los cacharritos esos de la play que juegan ellos.
Doña Carmen Castro estaba bastante indignada, pues cuando llamaba a mis sobrinos por su nombre completo era una forma de rebelarse ante mi cuñada y, como decía ella, a sus tonterías de la gente de la capital. Comprendí que nada que pudiera hacer o decir yo, le haría tener mejor concepto de la mujer de mi hermano y antes de que me soltara un lastimero: “¡Me ha cambiao a mi David por completo! ¡La sevillana esa le ha dao la vuelta comoun calcetín!”Decidí cambiar la conversación y animarla con lo que más quería en este mundo: sus nietos.
—Pues no se queje usted, que todo lo tranquilita que ha estado hoy, se le va acabar mañana cuando entre Alba y Carmen por la puerta.
Fue mencionar el nombre de mis dos niñas y a mi madre se le llenaron los ojos de alegría y, olvidándose por completo del desaire que mi hermano le había hecho, me dijo:
—¡Llevas razón, con Alba no se aburre una!¡Qué bicho está hecho! ¡Más no se puede parecer a Marta!
Mi estrategia tuvo resultado y el siguiente rato nos los pasamos hablando de mi hija menor y de lo mucho que se parecía a mi hermana de pequeña. La nostalgia vino a visitarnos y al evocar las travesuras y ocurrencias de la infancia, nos reímos como idiotas. Por unos momentos pasamos de ser una anciana con una pierna maltrecha y un casi cuarentón padre de familia, a una madre con su hijo pequeño a quien este le narraba todas y cada una de sus tropelías.
Nos encontrábamos tan bien charla que te charla, que hasta me levanté por una cerveza y una copita de mosto sin alcohol para ella. Al volver con el pequeño aperitivo, mi madre me lanzó una pregunta cuanto menos inesperada:
—¿Cómo te va con Elena?
La directa pregunta de mi madre hizo que inevitablemente la sonrisa se borrara de mi cara.
—Igual… —mi voz sonó apagada —¿Por qué lo pregunta usted?
—No sé, me parecía haberte visto un poco más alegre…No sé, hay algo en tu mirada que no lo veía desde antes de casarte.
La sabiduría de la buena mujer me dejó sin argumentos e intenté “lidiar” aquel toro de la mejor manera que pude:
—Eso será que verla a usted mejor me pone mu contento…
—Entonces la cosa sigue igual —dijo mi madre no tragándose aquella especie de rollo macabeo que había intentado colarle.
—Sí, lamentablemente sí.
—Me vas a perdonar, pero es que no entiendo a Elena —la expresión de mi progenitora reflejaba claramente que me iba a enumerar de “pe a pa” todo aquello que no comprendía de mi esposa —. Que a las mujeres de la postguerra nos costase trabajo meternos en la cama con nuestros maridos, lo puedo entender. Los malditos curas nos habían sorbido el seso con que todo era pecado y cuando llegábamos al matrimonio lo hacíamos cagaita de miedo. ¡Eso sí, la María se tenía que abrir de piernas siempre que el Pepe quisiera, tuviera ganas o no!
»¿Pero ahora? Si yo supiera lo que saben las mujeres de hoy en día, ¡iba a disfrutar con tu padre lo que no hay en los escritos! —La sinceridad que mi madre demostraba conmigo hablando de estos temas no dejaba de sorprenderme, pero es que para algo siempre había sido yo su hijo “favorito” —Yo porque no tengo ganas de tíos, sino ya habría ido al programa de Juan y medio (*)…. Lo que pasa es que me acuerdo de tu padre y de la mala muerte que tuvo el pobre, y se me quitan toita las ganas…
La buena señora compungida guardó silencio unos segundos y tras darse cuenta que se había ido por los cerros de Úbeda, prosiguió con más brío si cabe:
—Por eso no me entra en la cabeza que tu mujer (por muy católica y apostólica que sea), te tenga las habas contadas. Si por lo que me has contado tengo la sensación de que se habéis acostado dos veces: una por niña.
El buen humor de mi madre, pese al tema tan espinoso que estaba tocando, me sacó una sonrisa.
—Mira que Elena es buena muchacha, pues desde que me contaste que más que un matrimonio parecíais compañeros de piso, no puedo evitar mirarla con otros ojos…
—Es que no le tenía que haber contado nada —dije yo moviendo consternado la cabeza.
—¿Y a quien se lo ibas a decir mejor que a tu madre? —Me reprobó la buena mujer.
La miré en silencio, asintiendo con la cabeza.
—Sin embargo me arrepiento de una cosa… —mi madre hizo una pausa para dar un breve sorbo de vino—de haberte pedido que no la dejaras.
—Llevabas toda la razón del mundo, las niñas eran muy pequeñas, Alba solo tenía cuatro años.
—Sí y tú treinta y cinco… Cada día que pase te va a ser más difícil rehacer tu vida como querías y yo te convencí para que no lo hicieras. En la vida los trenes pasan a su hora y todo lo que dejes para mañana, serán momentos que le quites a tu felicidad…
Oír como mi madre se sentía culpable me hizo sentirme mal, muy mal. Así que opté por lo que mejor se hacer: quitar importancia a las cosas e intentar que los demás no se preocupen por mí.
—Míralo por otro lado, si la hubiera dejado lo mismo hubiera encontrado a otra como Eli y ahora no estaría hablando con usted, sino dando vueltas en el centro comercial.
—Sí… —se quedó pensativa durante unos segundos para concluir diciendo con bastante sequedad— Pero tú al menos serías feliz.
Oír a mi madre decir aquello me rompió el alma en mil pedazos. Dos años antes, en un ataque de frustración y con unas cuantas copas de más, me refugié en ella, al igual que hacía cuando niño. Harto de la indiferencia de Elena, estaba decidido a dejarla. Ella, creyendo que aquello era producto de la borrachera, me disuadió de hacerlo y que antes de tomar una decisión tan importante, esperara a que las niñas fueran un poco mayor.
Aquella rabieta mía fue nuestro secreto durante mucho tiempo y aunque siempre se preocupaba por cómo me iba en mi matrimonio, hasta aquel día mi madre no me reconoció que quizás se había equivocado con su consejo.
—No me importaría tener que bregar con otra “marquesita” como tu cuñada, si con eso tú fueras feliz…
—Lo soy.
—Debe ser verdad, pues esa tristeza que tenías en los ojos se te ha ido. ¡Qué por mucho que te rieras no se iba, que soy tu madre y te conozco!
La perspicacia de mi progenitora me volvió a dejar con el culo al aire y sin saber que argumentar, leía mi rostro como si fuera un libro abierto, por lo que cualquier mentirijilla que le contara se pondría en mi contra y ya se me habían agotado las argucias.
—¿Qué le está pasando a mi niño? —Mi madre cogió una de mis manos entre la suya, al tiempo que clavaba una mirada suplicante en mí.
—Nada… de verdad que no me pasa nada…
—¿No te habrás echado otra?...
La pregunta de mi madre se quedó sin respuesta, pues sonó el timbre de la entrada y fui a abrir. Eran mi hermano y su familia, mi sobrino Nacho nada más verme se abrazó a mí y comenzó a pedirme que le contara cosas “guay” de mi trabajo.
Cedí a la solicitud de mi sobrino y bajo la atenta mirada de mi madre, comencé a relatarle de manera exagerada mis últimas detenciones, cuando más animado estaba me interrumpió mi cuñada diciendo:
—¡Ay Ramón! No llenes la cabeza del niño de majaderías, que después no me duerme.
La actitud sobreprotectora de la mujer de mi hermano con sus hijos, me sacaba de quicio. Pero opté por callarme, pues al fin y al cabo eran sus hijos y cada cual los educa como le sale el “pepe”.
Deje al niño con ella y volví a poner los cinco sentidos en mi madre quien, aprovechando que mi hermano y su familia no estaban en el salón, me dijo:
—Sé que con estos dos por aquí, no vamos a poder hablar, pero si tienes algo que contarme, ya sabes dónde estoy.
—¡Mamá que no hay nada que contar! —dije dando claras muestras de que el tema me cansaba.
—Soy tu madre y sé lo que piensas antes de que lo hagas ¡Así que no me mientas! —Pese a que no estaba enfadada levantó el dedo en un claro gesto de llamarme al orden.
—Pues cuando me pase algo se lo diré.
—¿Te vas a quedar a cenar? —me dijo mi hermano desde la puerta de la cocina.
—Eso no se pregunta —dijo mi madre anticipándose a mi respuesta.
—Sí, pero os hecho una mano —dije levantándome de la silla —No voy a venir a dar más trabajo del que ya tenéis.
Una vez cenamos, me despedí de mi hermano y su familia que al día siguiente se marchaban para Puerto banus. Tras los merecidos y consabidos” pasároslos bien y tened cuidado”. Me dirigí a mi madre y le dije:
—Doña Carmen, mañana que no tengo que trabajar, no va a tener usted más remedio que aguantarme todo el día.
—¿A qué hora te vienes para acá?
—David dice que quiere salir sobre las once, Elena llegara sobre las diez más o menos, soltamos los chismes en casa y nos venimos con las niñas para acá.
De vuelta a casa no pude evitar darle vueltas a la conversación con mi progenitora. Por mucho que yo quería esconder la historia amorosa que había surgido en mi vida, ella la había percibido. Si pudiera leer mi mente, tal como ella dice, la pobre se iba a caer de espaldas, pues ver a su hijo con otro hombre (por muy moderna que ella presumiera de ser) era algo que le iba a ser difícil asimilar. Sabía que me tenía que inventar algo, con el único objetivo de que al contárselo dejara de meter el dedo en la llaga.
Si cada vez tenía más claro que no podía prescindir de Mariano, cada vez me era más difícil ocultar mis sentimientos. Hoy ha sido mi madre la que se ha dado cuenta, la próxima puede ser Elena. ¿Merecía la pena el riesgo? Aunque yo no tenía una respuesta concreta en aquel momento, los acontecimientos venideros se encargarían de contestarme.
Continuara en “Perdiendo mi religión”
Acabas de leer:
Historias de un follador enamoradizo
Episodio XXXVIII: Si pudieras leer mi mente.
(Relato que es continuación de “"Bésame, como si el mundo se acabara después")
Si sigues por aquí, es que te lo has terminado de leer. Si te apetece deja un comentario, es la única manera que tenemos los autores de saber si lo que hacemos te llega o no. Máxime en una serie que lleva tantos episodios como esta.
Si (por un casual) es la primera vez que entras en un relato mío y te has quedado con ganas de más, hace poco publiqué una guía de lectura.
Para los amantes de la cronología de la historia, decir que lo narrado en este episodio por Ramón, sucede casi al mismo tiempo que "Follando con mi amigo casado" (De hecho la parte inicial es idéntica a la tercera parte del relato anterior, aunque en aquel caso se contaba desde el punto de vista de Mariano).
La elaboración de este relato (al igual que el anterior) ha sido bastante dificultosa, pues como saben los habituales de mi serie, parte de la historia que está contando Ramón fue narrada en su momento desde la perspectiva de Mariano y he querido que este encuentro en especial, no perdiera sensualidad y aportara algo nuevo. No sé si lo habré conseguido. ¡Dadme vuestra opinión, “porfa”!
Mis más sinceros agradecimientos a todos lo que leen, valoran y comentan y a modo particular a Albany: Soy de la opinión que todos los que escribimos en esta página con habitualidad tenemos algo que aportar que nos diferencian de los demás, en mi caso yo creo que es la cotidianidad. Creo que Mariano ya ha dado respuestas a tus preguntas, ¿no?; a Nunius: Pues dime cuando es tu “cumple” y veré que se puede hacer. Ja, ja…Ya me dirás como te los ha pasado en la capital hispalense. ¿Qué te ha parecido la conversación con la madre?; a ozzo2000: Lo cierto y verdad es que esta vez han sido tres semanas, pero responde a que he tenido menos tiempo y el relato, por las razones que he explicado ha tenido más trabajo del habitual, pero prefiero haceros esperar a publicar algo con lo que no esté a gusto: a mmj: Mariano ya ha sufrido todo lo que tenía que sufrir por culpa de Enrique, la relación con Ramón ira a mejor aunque nunca llegará a ser completa. De todas maneras, no te preocupes demasiado por Mariano, te recuerdo que lo último que he contado de él es que está en la playa de los Caños y no está precisamente rezando el Padre Nuestro, ja, ja, ja; a Keegan: Efectivamente se ve complicado un buen término para esta historia, aunque no soy de anticipar nada te puedo decir que el final de “Historias de un follador enamoradizo” no dejara indiferente a la gran mayoría de sus seguidores (solo quedan siete episodios); a Pepitoyfrancisquito: Mariano da las clases en Andalucía y vosotros dos sois de Extremadura, así que difícil veo que pueda ser vuestro profesor de Secundaria. Podemos cambiar la pasión por la Roja, por la pasión por el Rojo y a lo mejor nos va mejor. Confío en que os haya gustado la madre de Ramón, me ha quedado muy del norte de España y a Cuco Curioso: Una de las claves de esta historia es la incomunicación entre las personas, de hecho cuando comencé la narrativa desde el punto de vista de Ramón, lo que llevaba en mente era intentar transmitir que el callarse las cosas, en vez de acercarnos más a los demás nos aleja. Me alegro que sepas captarlo.
La semana que viene publicare una nueva versión de “Follando con mi amigo casado” y en quince días, un episodio inédito de “Sexo en Galicia”, se titulará: “La voz dormida”, es un flash back de la adolescencia de JJ donde se narrará el principio del múltiplemente nombrado “ACONTECIMIENTO TERRIBLE”, si se plasmar lo que tengo en mente, creo que no voy a defraudar a nadie.
Bueno, hasta la próxima. Procurad no ver la vida pasar y disfrutad de ella todo lo que podáis.
(*) Programa bastante popular de la televisión autonómica Andaluza donde personas mayores que se encuentran solo, van en busca de pareja.Un video para los curiosos