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La ética de la dominación.

en Gays

21/08/12  08:30

(Ramón sigue recordando ante el espejo todos los pormenores de su relación con Mariano)

Brotó la última gota de esperma y la lujuria  que emanaban  aquellos tres tipos se esfumó  por completo. Del mismo modo que  tres autómatas sin voluntad, como tres completos desconocidos que no hubieran jugado a compartir sus fluidos, se dirigieron a la ducha y dejaron que el agua borrara cualquier muestra que la salvaje sesión de sexo hubiera dejado sobre ellos. La frialdad con la que actuaban unos con otros, me dejó atónito, como si lo vivido entre ellos, unos escasos momentos antes, fuera algo trivial y carente de importancia.

Podía entender que  algunos  individuos entraran en la sauna buscando sexo puro y duro, que cada uno de los de  allí presente solo anduvieran a la caza de alguien capaz de calmar sus ansias sexuales y que guardaran lo de confraternizar con sus semejantes para otras facetas de su vida bien distintas. No obstante, me era muy difícil  asimilar esa frialdad con la que actuaban, una frialdad que rozaba el desagrado, como si al agachárseles la polla, se hubiera apagado la tremenda atracción que parecía haber entre ellos.

Los tipos que  me habían inspirado una tremenda erección, habían pasado de mesclar sus fluidos y sus cuerpos de un modo frenético, a comportarse como si hubieran sido cubiertos por un aura de invisibilidad.  Ver como algo tan íntimo como las relaciones sexuales, lo convertían en algo de usar y tirar, me asqueó un poco. Sin embargo, era evidente que “donde fueras has lo que vieres”. Allí, al igual que en los puticlubs, el desahogo de la entrepierna primaba sobre las relaciones humanas.

Aquella despersonalización del acto sexual, me chocó tremendamente y tuve la maldita sensación de que echar un polvo entre aquellas cuatro paredes eran tan intrascendente como una “película de  palomitas”: se disfrutaba mientras la  veías, pero incapaz de recordar su trama al cabo de unos días.

Aguardé pertinentemente que los tres tipos salieran del pequeño recinto en que me encontraba  y salí del jacuzzi. Me pegué una duchita ligerita y proseguí con mi turné a lo largo de aquellas calientes instalaciones. Cada vez tenía menos claro qué tipo de variedad sexual había venido a buscar, sin embargo, de lo que estaba seguro es que no la estaba encontrando. Todo era frio e impersonal como en un prostíbulo barato, con la excepción de que aquí, en vez de pagar a la hora de follar,  se hacía a la entrada y para poder echar un polvo  te tenías que buscar la vida tu solito.

Mi siguiente parada fue  en el bar, el cual estaba ubicado en la planta alta.  La decoración  me recordaba a algunos pequeños pub de barrios,  muestra de ello era una  larga barra ante la que se encontraba alineados varios banquitos metálicos.  Completando  el mobiliario, y en cada esquina, había una pequeñas  mesas con unos sillones alrededor.  Iluminado por pequeñas bombillas de “leds” y con el metal  como elemento ornamental primordial, reflejaba un ambiente resplandecientemente acogedor.   Fue entrar en aquella estancia  y tuve la sensación de haber salido de la sauna. De no ser por mi indumentaria (una toalla anudada a la cintura y unas chanclas), podría haber imaginado estar en otro sitio  perfectamente.  

Recuerdo que las inmediaciones de la barra estaban prácticamente desiertas, como único público había un señor de unos sesenta años, quien leía  unas revistas de temática gay, mientras se tomaba lo que parecía una especie de infusión.  Me pedí un café. Mientras dejaba que el caliente brebaje se enfriara,  me encerré en mis pensamientos, en las circunstancias que me habían llevado allí y no le veía ningún sentido a nada, por mucho que procurará encontrar una posible lógica a mi proceder.

Mis vacaciones en familia comenzaron siendo un remanso de paz, donde los conflictos entre Elena y yo habían pasado a un segundo plano. Solo había tiempo para disfrutar de mis dos pequeñas y echar de menos en cantidades industriales a mi querido Mariano. Mas como tranquilidad y mi relación de pareja son dos conceptos incompatibles, las chispas de la desavenencia saltaron a la primera oportunidad.

En esta ocasión, la manzana de la discordia la aportó mi hija pequeña, su locuacidad propició que su madre se enfadará conmigo y una fría tormenta se quedara a vivir con nosotros  durante los días que restaban a nuestras vacaciones. Total porque les expliqué a mis hijas, de forma inocente y para que lo entendieran, de donde venían los niños. Por muchas vueltas que le daba, era incapaz de ver maldad alguna en lo de la “semillita en el tete”.

Lo peor, es que para huir de tanta batalla perdida intenté refugiarme en el cariño de mi amigo. Quien se había convertido en el único lugar de mi existencia donde me sentía yo mismo, un remanso de paz de la montaña rusa en la que se había ido transformado mi vida.

Lo llamé por teléfono, aventurando que oír su voz calmaría todo el desasosiego que crecía dentro de mí, pero sus palabras, su forma de proceder conmigo tan fría y distante, lo único que consiguieron fue despertar en mí unos celos infundados. La mera idea de pensar que lo podía  perder sacó lo peor de mí y las cosas terminaron yéndoseme descomunalmente de las manos.

A la mínima ocasión que tuve, para olvidarme del desastre emocional en que se estaba convirtiendo mi día a día en Fuengirola, acabé metiéndome en lo que yo imaginaba como un  templo de la depravación: una sauna masculina de Torremolinos. He de reconocer que la nefasta convivencia con mi esposa y las sospechas de que Mariano se había echado novio en la playa fueron una mera excusa que me busqué, para terminar haciendo algo que llevaba mucho tiempo deseando. Aquel día descubrí que ni mi moral era tan firme como yo pensaba y que caminar al borde del precipicio alimentaba mis más recónditos instintos.

Mi primera experiencia fue   en plan “voyeur”,  me había dedicado a ver cómo tres tíos follaban entre ellos a escasos metros de mí. Aunque deseé participar en sus juegos de forma activa, todavía me quedaba mucho camino que recorrer para estar tan desinhibido, pese a que ya había  dejado de ver el sexo entre hombres como una sucia desviación, todavía no estaba preparado para ciertas cosas y una de ellas era  practicar el sexo en público.

Tras tomarme el café, proseguí deambulando por las instalaciones. Mis pasos me llevaron a lo que parecía una sala de cine. Un lugar que me pareció, con diferencia, lo más cutre que había visto entre aquellas cuatro paredes. Me recordó en cierto modo a los cines de verano de barrio de mi pueblo, una pantalla gigante de televisión que ocupaba casi por completo el testero de la pared. Frente a ella, colocadas de un modo bastante desorganizado, una decena de sillas de plástico, en las cual se encontraban un par de individuos con la mirada fija en el lujurioso espectáculo.

Me paré en seco y comencé a observar a los actores de la pantalla, cuatro tíos se encontraban enfrascados en una  especie de orgía. Todos ellos, como mandan los cánones, eran  fornidos y varoniles. Dos estaban de pie y se besaban, mientras los otros dos estaban agachados propinándoles una mamada. De vez en cuando, la cámara hacía zoom sobre el rostro de alguno de los dos pasivos y dejaba ver con detalle la porción de nabo que se estaban tragando.

Irreflexivamente me excité y sentí como “la tienda de campaña” se empezaba a levantar debajo de la toalla. Circunstancia de la que se percató  uno de los espectadores de la sala. Sin cortarse ni un pelo, se levantó y caminó en dirección hacia donde yo estaba. Con la misma celeridad que él se dirigió hacia mí, yo caminé en dirección contraria. De nuevo tuve la sensación de ser acosado, como si se invadiera mi espacio vital sin mi permiso. Era como si estar dentro de aquel local, hiciera permisible que cualquiera pudiera meterme mano, así como así.

Huyendo de mi “admirador” me encontré con unas cabinas que eran un calco a las que vi en el  sex-shop: una pantalla de televisor en la parte superior, un pequeño banco en la parte central, un expendedor de toallitas higiénicas y una papelera. Sin pensármelo ni un segundo, me introduje en el interior de una de las que estaba vacía, con la única intención de escapar de “la mosca cojonera” que se había encaprichado de mi polla. Cerré por dentro y me puse a disfrutar del porno enlatado.

La escena en sí estaba protagonizada por un tío vestido de policía el cual iba a visitar a un preso. Aquella circunstancia particular hizo que me sintiera identificado  y, como cuando de pequeño iba al cine, me vi a mi mismo como el muchachito de la película.

El actor que hacía de guardián era de piel clara y  pelirrojo, por sus rasgos  seguramente era originario de cualquier país de la Europa del Este,  tendría unos veintitantos años, su altura era parecida a la mía y su aspecto era de machote cien por cien. El otro, pese a que estaba fornido  como resultado de muchas horas de gimnasio, su altura era  bastante  inferior a la su acompañante y  el pelo rapado al cero,  le dotaban de un aspecto, en apariencia, más  débil,  aunque no menos varonil.

El decorado de la escena no podía ser más rudimentario, una celda unipersonal con unos barrotes de hierro, en la que se podía ver al preso vistiendo un uniforme naranja tendido en un  pequeño camastro. Al fondo, con un uniforme negro intenso y  con unos morbosos guantes negros de cuero, el hombre que hacía de policía estaba sentado ante una mesa de escritorio y hacía como que leía un periódico. La cámara recorrió su anatomía, haciendo unas leves paradas en sus manos y en su entrepierna, la cual se mostraba al espectador de un modo de lo más sugerente. Tras la mesa, como único mobiliario del remedo de prisión, había una bandera de los Estados Unidos que se erguía majestuosa en el rincón de la estancia.

El preso lucía unos complejos tatuajes en sus brazos y  llevaba puesto un antifaz negro  de un material parecido al látex, que le impedía por completo ver nada. Una cadena cruzaba su cintura y sus muñecas estaban esposadas a esta de un modo bastante teatral, pues apenas le privaban de movilidad alguna en sus manos. Como si estuviera poseído por el espíritu de Nacho Vidal, empezó a acariciar soezmente su entrepierna, restregando fuertemente sus atributos masculinos de un modo bastante soez.

Solo transcurrieron unos segundos para que el policía terminara percatándose del lujurioso, y más que inapropiado, comportamiento del reo.  Ignorante de que estaba bajo la atenta mirada del vigilante, el preso se levantó de su cama y, completamente  a ciegas, se dirigió hacia los barrotes que lo separaban de la libertad. Se detuvo ante ellos  y comenzó a contonearse, simulando los movimientos de pelvis propios de estar follando. El hombre de uniforme,  indignado ante tal obscenidad, abandonó la lectura, colocó  la porra reglamentaria en el  hueco del cinturón correspondiente y se dirigió hacia la prisión de atrezo.  

Cuando llegó a la celda, reprendió y  pegó un fuerte empujón en el pecho al del mono naranja, quien lejos de amedrentarse ante un miembro de las fuerzas de la autoridad, siguió tocándose su aparato genital  descaradamente, al tiempo que suplicaba a su guardián que le liberara las manos, sin dejar de señalar con ellas a su paquete, como si el problema de estar encadenado radicará en esa parte de su cuerpo. Su discurso tuvo que ser muy convincente, pues consiguió embaucar a su guardián, quien sacó las llaves de la celda, para entrar en esta y acceder a la singular petición.

El actor que hacía de policía abrió la puerta y entró en el pequeño habitáculo donde se encontraba encerrado el otro protagonista de la historia. El reo, con total desparpajo, se comenzó  a quejar de nuevo sin dejar de meterse mano burdamente a los genitales. Lo que sucede a continuación en la pequeña pantalla me descubrió algo que desconocía hasta el momento: se trataba de una película de temática fetichista en estado puro. El preso abrió la portañuela del mono y mostró su polla encerrada en una especie de cinturón de castidad masculino, que impedía que tuviera una erección en condiciones.  El aparato estaba fabricado de una especie de pasta transparente que permitía ver con claridad el pene y los testículos del reo.  No sé si era una metáfora  o no, pero me dio la sensación de que la supuesta libertad, de la cual se estaba privando al prisionero, era de su virilidad.

El guardia,  nada sorprendido ante tal descubrimiento, no dejó de increparlo haciendo exagerados aspavientos con las manos, sin motivo aparente, tocó el artilugio opresor y lo observó detenidamente. A continuación, de una manera nada natural, el actor comenzó a golpear al otro en el pecho. En cada puñetazo había más de pantomima que  de una buena actuación dramática. Sin embargo, la purulenta idea de dominar por completo  a otro ser humano comenzó  a hacer mella en mi libido y terminé teniendo una erección en toda regla. Mi rabo que hasta aquel momento había estado a media asta, miraba al cielo reclamando imperiosamente mis atenciones.

Los puñetazos en el pecho fueron sucedidos por golpes en la cara y con pellizcos en los pezones. En el rostro del actor encadenado se dejaron ver expresiones que iban desde el dolor al placer. Aunque quien realmente estaba disfrutando con todo aquello era el policía, que a cada golpe que propinaba a su acompañante, mayor era el gozo que emanaba su semblante. Sus ademanes pasaron de ser teatrales, a convertirse en completamente verosímiles. Había tanta brutalidad en cada uno de sus gestos, tanta testosterona en cada uno de sus movimientos  que consideré  el sórdido espectáculo una fantasía de lo más morbosa y sugerente. “¿Cómo sería someter a alguien a nuestros caprichos a la vez que le proporcionamos placer?”, me pregunté mientras acaricie en todo su esplendor mi palpitante verga.

De nuevo, me sentí el protagonista de la historia y me creí que era yo quien propinaba la paliza al preso. Por cada puñetazo que era parado por el voluminoso pectoral envuelto en aquel algodón naranja, más burro me ponía. Ver como martirizaba los pezones del preso sobre la delgada tela  y oír sus incontenibles quejidos, me tenía absorto. Descubrir que la violencia y el sexo mezclados convenientemente, eran capaz de excitarme me causo un poco de estupefacción. Fue como un cumulo de emociones que ni podía contener, ni sabía explicar.   No obstante, en aquel hábitat de perversión, lejos de la moral y convencionalismos sociales, lejos de las responsabilidades de cada día, me sentía libre de todo lastre.  Me veía dueño absoluto de mis actos, de no tener  la obligación de dar cuenta a nadie y dejé que mi mente siguiera mis  irrefrenables instintos.

En un momento determinado los golpes sobre el tórax y las mejillas se detuvieron. El actor del uniforme negro posó una de sus enguantadas manos sobre la boca del preso, mientras con la otra tiraba de los testículos que estaban atrapados dentro del cinturón de castidad. Tras unos intensos segundos, lo empujó contra el suelo y lo obligó a limpiarle las botas con la lengua.  El cruel acto de dominación consiguió que mi polla cimbreara y se abriera paso entre la toalla que la cubría.

La cámara se detuvo durante unos segundos en el rostro del dominante guardia, a quien se le veía dueño de la situación en todo momento. Embutido en el negro uniforme reflejaba una virilidad fuera de lo común, sus expresiones eran un catálogo de masculinidad y fuerza por igual. Sus ojos brillaban con una crueldad y sadismo que me hicieron pensar que realmente estaba disfrutando con aquello. En todo momento se mostró como una especie de coloso que reinaba sobre el servil prisionero.  Tanta sumisión y disposición por parte de aquel hacia el uniformado me resultaba de lo más sugerente, por momentos deseé ser a quien le limpiaban el calzado de un modo tan peculiar.

La imagen del sumiso hombre, privado de la vista por el tupido antifaz y con su lengua lamiendo copiosamente el negro cuero de la bota, me trajo a la memoria  el episodio con Rodri, la perrita de Isra. Pese a que no estaba orgulloso por mi comportamiento  de aquel día, los recuerdos de aquella tarde volvieron a tomar vida y la placentera doble penetración renació lujuriosamente en mi memoria.

El momento limpiabotas concluyó y el machote de negro tiró  hacia arriba del indefenso reo, lo posicionó a la altura de su entrepierna y comenzó a restregar su abultado paquete contra su cara. El hombre del antifaz disfrutaba con ser dominado y paseaba su lengua por la parte del uniforme que cubría los órganos sexuales de su guardián. Las lametadas dieron paso a pequeños mordiscos sobre la tela que consiguieron que un enorme falo se marcara bajo el negro tejido. De nuevo mi imaginación campó a sus anchas y transformó al sumiso en mi amigo Mariano,  a quien imaginaba regando de babas aquella zona de mi ropa de trabajo, elucubrar tal posibilidad hizo que de la punta de mi vergajo brotaran unas gotas de líquido preseminal.

De un modo violento el uniformado hizo que el prisionero se incorporara y entre brutales empujones lo sacó de la celda. Fuera de esta y con los barrotes como decorado, lo obligó a agacharse y abriendo la bragueta del pantalón, empujó la cabeza del reo contra unos blancos e inmaculados “slips”, bajo los que se marcaba una protuberancia más que notable. Ver como aquellos labios recorrían la prenda de algodón y la empapaban contundentemente de saliva, era de lo más sugerente. Vislumbrar la idea de que mi amigo pudiera ceder a mis instintos de ese modo, me puso tremendamente cachondo  y comencé a juguetear con mi polla, con la única intención de autosatisfacerme.

La tensa batalla entre la boca del recluso y la bragueta de su opresor concluyó con el nabo del policía atravesando frenéticamente la cavidad bucal de este. En segundos, sobre las gruesas venas del erecto falo circularon pequeños surcos de caliente baba que terminaron empapando el vello púbico y goteando al suelo desde las bolsas testiculares. Lo que narraban las imágenes iba más allá del tema sexual, no era tan importante como esa verga entraba y salía de entre sus labios, lo que realmente contaba era el modo tan salvaje  y violento   con el que lo hacía.

El subyugante acto de sexo oral, dio  lugar a algo aún más duro. El uniformado obligó al otro hombre a incorporarse, sacó una especie de navaja de uno de sus bolsillos y rasgó con él la parte superior del mono naranja, dejando al descubierto un musculado y tatuado pectoral, en cuyos pezones se podían ver una especie de “percings” que los atravesaban de lado a lado. Tras desnudarlo casi por completo, el guardia se quita la gorra, la chaqueta y todas las prendas que lleva en la parte superior dejando a la vista un vigoroso tórax. Con los negros guantes de cuero aun puestos, comenzó a abofetear el rostro del actor que hacía de  recluso. A cada golpe que pegaba, la expresión de morbosa satisfacción de su rostro iba in crescendo. Cada vez más, tenía la impresión de que el tío no actuaba, sino que se lo estaba pasando bien y punto.

Tras una pequeña paliza, le ordenó que  se pusiera de cara a las rejas, una vez lo tuvo de espaldas empujó la zona lumbar del sometido individuo hacia abajo y dejó su culo en una situación de lo más provocadora. Había colocado su trasero en una posición que incitaba a penetrarlo salvaje y contundentemente. Gritándole fuertemente que no se moviera de aquella postura, se subió el pantalón, se volvió a colocar la gorra  de forma ceremoniosa y entró en la celda. Para salir breves segundos más tarde blandiendo sugerentemente la negra porra, como si fuera una extensión de su virilidad.

Al llegar a donde se encontraba el del mono naranja, bajó su pantalón dejando su polla de nuevo al descubierto. El policía propinó unos cuantos azotes contra las nalgas del prisionero y, simulando que fuera una prolongación de su brazo, comenzó a pasear lujuriosamente la porra por el canal de sus glúteos. La sensación de indefensión que transmitía el tío del antifaz, cegado ante lo que sucedía a su alrededor  e incapaz de negarse ante la voluntad de su dominador, me tenía como una moto. Esa sensación de poder de uno sobre el otro, me excitaba mucho más que el sexo. Como si el subyugado fuera arcilla en las manos de su opresor y sus deseos se tuvieran que cumplir sin cortapisas de ningún tipo.

Tras el tonteo inicial, la porra comenzó a atravesar los esfínteres del presidiario quien gemía como una perra en celo. A pesar del grosor del objeto, una buena porción de él había conseguido horadar aquel recto, el cual se me antojaba se había tragado objetos de mayor envergadura. La brutalidad de las imágenes tenía mi libido por las nubes y la mera posibilidad de atravesar los esfínteres de mi amante con el artilugio que había comprado en el “sexshop”, propició que me volviera a llevar  la mano a la polla y comenzara a masturbarme muy despacito, como si quisiera prolongar con ello el placer al máximo.

Absorto en el  compulsivo mete y saca, no fui consciente que estaba siendo observado. Agachado en la cabina anexa, había alguien vigilándome a través de un pequeño agujero estratégicamente colocado a la altura de mi pelvis. De no ser por un pequeño ruido que hizo, jamás  me hubiera percatado de su presencia.

El desconocido, al saberse descubierto, comenzó a sacar la lengua y a relamerse sus labios. Constatar su hambre de polla, ejerció  en mí un magnetismo animal que no sabía explicar.   Sin dejar de pajearme, acerqué mi inhiesta verga al circular orificio de la pared. La boca del desconocido se aproximó al glorioso agujero, suplicándome golosa que le dejara probar el sabor de mi carajo. Tras apretar fuertemente mi verga con mis dedos, atravesé con ella el sórdido orificio y  deje que mi anónimo acompañante envolviera mi polla entre sus labios. Sin calcular las consecuencias de mis actos, tomé la decisión más fácil y me deje llevar por el ritmo que iban marcando los acontecimientos.

En segundos, mi virilidad quedó impregnada  de arriba abajo por la saliva de aquel individuo, no era tanto el placer que me proporcionaba como lo sumamente  escabroso de la situación. La carencia de una imagen mental de quien mamaba mi nabo, me llevó a imaginar que podía ser cualquiera. El primer candidato fue el chico de la tienda de artículos sexuales, después pensé en Sergio, el culturista,…Era con diferencia el acto sexual más oscuro y depravado que había realizado en mi vida, pero ni por ello podía apartar de mis pensamientos a Mariano. ¿Habría hecho él alguna vez algo parecido? ¿Y qué rol había adoptado? ¿El individuo que dejaba a un desconocido chupársela o era el quien se agachaba de incógnito? Considerar mínimamente aquella posibilidad, propició que hirviera la ira en mi interior y me volcara por completo en el sórdido acto, como si con ello le hiciera pagar la ofensa que suponía para mí,  que  mi amigo hubiera hecho algo tan inmundo en alguna otra ocasión.

La postura resultaba bastante incomoda, me encontraba con la cara y el pecho pegados a la pared, como si fuera una salamanquesa. Era más que obvio que preservar el anonimato tenía su precio. Entre sus moches costes estaban que no  podía sentir  como mi tranca chocaba con la garganta de quien estaba al otro lado  y debía tener cuidado de no rozar mi virilidad contra las paredes del panel de madera.

Esta tan molesto que incluso llegué a sopesar  abrir la puerta y  que pasara al interior de mi cabina. No obstante, el temor a encontrarme con un individuo que no colmara mis expectativas, me llevó a seguir empujando mi pelvis ante la abertura y seguir construyéndome fantasías. Por momentos me sentí como si caminara entre arenas movedizas, cuanto más avanzaba, más me hundía en ellas.

Retorné mi atención hacia la escena de la pantalla y lo que hallé era bien distinto a lo que dejé unos instantes antes. El prisionero tenía las manos atadas a unas cadenas que colgaban del techo, con el torso  desnudo y los brazos en cruz, me recordó a los crucificados de la Roma antigua. Situado tras él, desnudo hasta la rodilla, con la churra completamente tiesa y  con una fusta en mano, se encontraba el policía.

De buenas a primeras, comenzó a masturbarse  y a golpear con el mismo frenesí la espalda del otro hombre con el pequeño látigo. Cada vez que las tiras de cuero cruzaban los omóplatos del reo, una expresión de sádica satisfacción inundaba el rostro del policia. Su prisionero, incapaz de negarse a sus deseos, se retorcía como una fiera herida y se lamentaba de forma histriónica.  

El hombre de la fusta tiró de los pantalones del que estaba encadenado y, tras dejar sus nalgas al descubierto, comenzó a flagelarlas con ardor. No sé qué me excitaba más, si la fuente de placer que suponía ese castigo calculado o ver como una persona se sometía sin restricción alguna a la voluntad de otra. El hecho de que el tipo dominante vistiera uniforme, me hacía empatizar con él y, de nuevo,  me imaginé teniendo una escena parecida con mi amigo Mariano.

Baje la mirada y volví a poner todos los sentidos en la excelente mamada que me estaba pegando mi amigo el desconocido. Sus labios estaban demostrando ser una enorme fuente de placer. Sin poderlo evitar, sentí vivo el recuerdo de las buenas mamadas de mi amigo Mariano, tanto que pude notar los mimos de su paladar vergajo. El placer fue tan intenso que retiré levemente mi verga, hice un gran esfuerzo de contención para evitar correrme  y aguardé unos instantes a que  se fuera la sensación de estar a punto de  alcanzar el orgasmo.

Miré a través del hueco y observé los labios suplicantes de tipo  en la otra cabina. Me pareció tan digno de atención como un cachorro al que le hubieran quitado la teta de su madre. Una vez consideré  estar preparado para soportar el placer sin eyacular, metí de nuevo la churra a través de la rendija. La facilidad con la que me rendía al vicio y a la depravación que suponía aquella modalidad de sexo no dejaba de sorprenderme. Para no enfrentarme al ser extraño en que me estaba convirtiendo, volví a mirar lo que se cocía entre los dos actores y me evadí de buscarle cualquier lógica a mi proceder.

En la pantalla el preso se mostraba completamente desnudo, ya no tenía puesto el insólito cinturón de castidad y  colgado de las cadenas del techo recibía una soberana tunda en sus nalgas. O la escena estaba muy bien dramatizada o en los golpes  no había ni trampa ni cartón, pues el vapuleado actor gritaba de dolor de una manera bastante verosímil. De vez en cuando la cámara hacia “zoom”,  mostraba los enrojecidos glúteos del prisionero e ineludiblemente  me volvía a excitar ante  su visión. Intenté que el sufrimiento ajeno no me produjera aquel más que agradable morbo, pero me era imposible no regodearme en ello. Fue como descubrir de golpe una parte de mí que no sabía que tenía.  Enfrentarme a esa parte  tan oscura y sórdida de mí, me daba un poco de escalofríos.

Un fundido en negro en la pantalla y el escenario se volvió  más artificioso y tórrido. Del techo de la celda habían colgado cuatro  cadenas, dos de ellas tenían  unos grilletes de cuero y las otras dos tenían una especie de arnés cubriendo su parte central. El cuerpo del preso estaba sujeto minuciosamente a las dos gruesas correas por unas enormes hebillas metálicas, una lo ataba por debajo de las axilas, cubriéndole el pecho y la otra por debajo de la cintura.  Sus manos y pies se encontraban  enlazados de manera rigurosa por unas cadenas cubiertas en parte por una especie de cuero negro. 

Su cuerpo pendía del techo como una marioneta. Una marioneta  a la que habían colocado en  una postura bastante comprometida, sus piernas estaban colocadas de manera que su culo se mostrara de una forma impúdica y conseguir penetrarlo fuera de lo más fácil. Para completar la imagen de total impotencia, en su boca habían colocado una mordaza de cuero con una bola en el centro que le impedía hablar. El prisionero, como si creyera en la posibilidad de  liberarse de sus correajes, se revolvía como un poseso.  A pesar de lo complicado del improvisado columpio, todo estaba dispuesto con una exactitud y pulcritud que, por mucho que se moviera aquel tipo, existía la certeza de que ni se caería, ni se podría escapar.

Aquella escena de dominación me tenía a más de mil y  si a eso le sumábamos el buen trabajito que me estaba haciendo la boquita del tío de la cabina de al lado, que mi mente dejara de ser consecuente con  mi escabrosa  realidad, creando una más acorde a mis deseos era de lo más evidente. Volví  a imaginar un rocambolesco número de “bondage”, donde Mariano y yo éramos los protagonistas.

Fantasear con tener a mi amigo sometido de un modo tal como lo estaba el chico de la pantalla, logró que me excitara enormemente. De nuevo tuve que recular para detrás, sacar el cipote del agujero y esperar unos instantes para no hacer lo que me pedía el cuerpo: echar una tremenda corrida.  Una vez consideré que podía seguir dando de mamar al desconocido de al lado, volví a meter el churro en el hueco de la pared y dejé que mi mente volara libremente.

“Entré en la celda con mi porra en la mano, golpeaba con ella mi mano para que Mariano fuera consciente de quien era la autoridad en aquel habitáculo. Él, por su parte, intentaba zafarse de los grilletes y correas que lo aprisionaban y lo tenían colgando del techo. La mordaza de sus labios le impedían pronunciar palabra alguna, pero sus ojos me suplicaban que lo sometiera a mi voluntad. Volví a blandir el negro objeto ante él  y una pasión desmedida brillo en su mirada.

Recriminé aquel gesto de satisfacción en su rostro con un contenido puñetazo sobre su tórax y  gritándole obscenidades en un tono marcial, como si él fuera mi esclavo y yo, su dueño y señor. Fue escuchar mis órdenes y la expresión en el rostro de mi amigo se tornó en terror. Expectante ante mi violenta reacción permaneció  inmóvil, como si su libre albedrio se hubiera esfumado y me diera su consentimiento para llevar a cabo con su cuerpo cualquier fechoría que se me antojara.

Como si formara parte de un ritual comencé a dar vueltas alrededor de él, hablando en un tono solemne, digno del jefe militar que reprende a su tropa. Mis palabras no formaban un discurso coherente, eran un cumulo de vaguedades, inexactitudes y divagaciones que solo pretendían amedrentar su ánimo, recordarle que se había portado mal y que yo sería el encargado de propiciarle su castigo. Me coloqué tras su cabeza y tiré de su pelo al tiempo que comencé  a gritarle coléricamente. Sus ojos se abrieron como platos, se inundaron de un brillo acuoso  y de la comisura de sus parpados rebosaron sendas lágrimas.

Le volví a mostrar mi porra, acariciándola como si la masturbara, pasando mis manos desde la punta hasta la base, como si su empuñadura fuera los testículos de un enorme pene artificial. El terror de sus ojos se transformó en lujuria y parecían pedirme que procediera a penetrarlo con ella. La paseé por su  pecho  y  no pudo reprimir retorcerse de placer, su más que erecta polla comenzó a vibrar deseosa de que la oscura prolongación de mi brazo horadara sus esfínteres.

Me coloque entre sus piernas y posé la punta del fálico instrumento a la entrada de su ano. Empujé levemente y aquel agujero lo  dejo pasar sin problemas. Poco a poco  fue dilatando concienzudamente y se fue tragando una buena porción de él. Mientras metía y sacaba la porra del recto de Mariano, desabroché el cinturón del pantalón de mi uniforme y comencé a masturbarme al mismo ritmo que introducía el enorme objeto en sus entrañas. Busqué el rostro de mi amigo y su gesto era la miscelánea  perfecta del placer y  el dolor.

Detuve el movimiento de mi muñeca sobre mi porra y la saqué sin pensármelo dos veces de su ano. Segundos después mi vergajo rellenaba el hueco dejado en él, la pasmosa facilidad con la que se internó en aquella grieta de placer me excitó desmesuradamente y sentí como un placer desorbitado venía a visitarme”

La cruda realidad me sacó del mundo onírico, sentí como mi cuerpo se convulsionaba en los espasmos propios de un orgasmo, intenté sacar mi verga de los labios de “don desconocido” pero este la agarró fuertemente con sus manos, al tiempo que su boca absorbía la esencia vital que brotaba de mi uretra. Atrapado entre sus labios, noté como hasta la última gota de esperma era saboreada golosamente por su lengua. Cuando el semen paró de manar, me dejó marchar.

A pesar de la electrizante satisfacción que había atravesado  mi cuerpo, la sensación que dominaba mis sentidos no era la felicidad, sino que,  por el contrario, me invadió una terrible desazón. “¿En qué me estaba convirtiendo?” y “¿Dónde estaba el hombre que creía conocer hace menos de un año?” eran las dos preguntas que tintineaban en mi cerebro. De todas las respuestas que me podía dar, ninguna me satisfacía completamente. Una agobiante angustia vino a hacerme compañía, me anudé la toalla a la cintura y salí precipitado de aquel cubículo de depravación.

Al mismo tiempo que yo cruzaba la puerta, el individuo al que había dado el “biberón” abandonó la cabina contigua a la mía. Comprobar que la identidad de aquel tipo me era conocida, me tuvo que dejar cara de pasmarote. Se trataba del dependiente de la tienda de artículos sexuales, el chaval al verme no dio muestras de sorpresa alguna y me saludó con una tímida sonrisa. Me asaltaron  emociones encontradas, me sentía el ser más depravado del mundo,   sin embargo, saber que quien había devorado mi esencia vital era alguien que me parecía medianamente atractivo, le quitó bastante carga negativa al momento.

De repente, me entraron unas ganas locas de salir de allí. Aquel lugar no era el templo del placer que había imaginado, como mucho un parque temático del sexo y, como todos ellos, cualquier cosa que se fraguaba en su interior era artificiosa, creada específicamente para el consumo de las masas. Sin detenerme a mirar a los individuos que se cruzaban conmigo, decidí que era momento de largarse con viento fresco.

El lugar, tal como me contó el hombre de la entrada, estaba comenzando a llenarse. Las duchas era un hervidero de actividad y tuve que esperar que una se quedara libre. Durante ese tiempo no faltó quien se me insinuara, pero obviamente no tenía ya los cojones para “farolillos” y no le presté la más mínima atención. Limpié cualquier huella del vicio de mi cuerpo, me vestí y salí de allí como alma que lleva el diablo.

Conduciendo hacia mi residencia de la playa,  en mi cabeza no paraba de “reinar” lo sucedido. Aunque no tenía ningún cargo de conciencia por lo que acababa de hacer, pues sentía que no le debía nada ni a mi mujer ni a Mariano. A la primera porque había matado la pasión de nuestro matrimonio y a mi amigo, porque seguramente estaría haciendo algo similar por su cuenta. La simple idea de imaginarlo fornicando con otro, me hizo sentir mal. Acaso pensaba que él era de mi propiedad. “¿Cómo podía ser tan celoso y tan egoísta?”

Sin poderlo evitar, mi mente volvió a revivir mi fantasía con Mariano, aquella en la que lo ataba a un columpio sexual y plegaba su voluntad para que satisficiera hasta mi último capricho. Fue elucubrar esa mínima posibilidad y tuve una leve erección.

Desconocía porque pero la idea de someter a mi amigo a mis deseos no me parecía una depravación, sino que por el contrario, lo veía como un paso más en nuestra fogosa relación. La imagen de él subyugándose ante mis órdenes, me resultaba de lo más gratificante. Ni lo había hablado con él (ni pensaba hacerlo), pero la sospecha de que aquel tipo de prácticas sexuales también podían ser de su agrado no me resultaba de todo descabellada. En ningún momento consideré que él se pudiera negar, como si esa posibilidad careciera de sentido. Fueran cuales fueran las líneas que cruzáramos,  tenía la certeza de que nunca le haría daño y que siempre lo seguiría queriendo.

Analicé concienzudamente mi razonamiento y no daba crédito a mis argumentos. Fantaseaba con realizar juegos de dominación con mi amigo y en vez de gritarme a mí mismo que me estaba convirtiendo en un ser depravado, me daba excusas a cada cual más increíble. ¿Sería esa la ética de la dominación?

Continuará en: “Los gatos no ladran.”

Acabas de leer:

Historias de un follador enamoradizo

Episodio XLV: La ética de la dominación.

(Relato que es continuación de "Autopista al infierno")

Llegado este punto me gustaría agradecer que hayas leído mi relato y, si no es mucho pedir, dejes un comentario sobre lo que te ha parecido. Es la única manera que tenemos los autores de saber si lo que escribimos te llega o no. Gracias de antemano.

Si por casualidad es la primera vez que entras a leer un relato mío, hace poco publiqué una guía de lectura  con enlaces a los distintos episodios de las cuatro series que tengo en curso. Está muy currada y creo que te puede servir de ayuda, si quieres seguir leyendo cosas mías.

Un apunte para los amantes de la cronología, el día de la sauna de Ramón coincide con el día que Mariano se queda sin ADSL (El sexto sentido).

Sin más paso a dar las gracias y a responder los comentarios dejados en “Ven Débora-me otra vez”: a Jarkus: Me alegro de que te haya gustado el relato, la serie son doce capítulos y te puedo decir que Débora intervendrá en al menos seis más. En cuanto a las tildes, si solo han sido tres, me doy por satisfecho, ja, ja, ja; a Doncella Edith: Particularmente no creo que haya un sexo más guarro y un sexo menos guarro, soy de los que piensan que cuando dos personas(o más) dejan fluir sus instintos, y hay sintonía,  todo es admisible. En cuanto a lo de incluirlo en Bisexuales, es porque forma parte de una serie y he querido enmarcarla dentro de la misma categoría, para hacérselo más fácil al lector; a ozzo2000: Me alegro que te esté gustando el principio de esta historia en solitario de Iván, si las cosas me salen como tengo en mente, va a terminar siendo muy divertida; Sr Loko: Gracias a ti por estar aquí. Por cierto, si Iván es el terrible, ¿qué adjetivo le pondrías a Ramón?; a Gable: Me ha encantado la observación que has hecho sobre la Vane, como bien dices es la verdadera protagonista del episodio. Su final, aunque no ha sido un “happy-end”, tampoco ha sido de culebrón, ja, ja, ja. En cuanto a la herramienta de trabajo de Iván, te puedo decir que no va estar mucho tiempo parada, es más creo que va a estar un poco pluriempleada; a Pepitoyfrancisquito: Iván me ha dicho que repasó minuciosamente la “carrocería” de la Debo y la “marcha atrás” le funcionaba perfectamente. Es lo que suele pasar con los coches, tienen un  ruido en el motor, lo llevas al taller y ya no lo hace. En cuanto al coche del Tito Paco, podéis llevárselo para que lo miré, pues no creo que él tenga problema alguno en darle un “repasito”, si se trae con él a los dos gemelos, creo que os puede hacer hasta un precio más económico; a mmj: No te preocupes por la tardanza hombre. Para mí el único sentido que tienen vuestros comentarios es saber que seguís estando ahí y si os han gustado o no. En cuanto a Mariano, de momento no va a volver a estar con Iván, pero eso no quiere decir que nuestro querido mecánico se vaya a dedicar por completo al sexo femenino. Creo que te van a gustar sus nuevos compañeros sexuales, ya me dirás y a tragapollas manchego: Uno de los problemas que tiene la aplicación del móvil de esta página es lo impersonal que es, ni puedes valorar ni dejar comentarios, así que agradezco enormemente que te tomes tu tiempo en dejarme un comentario. En cuanto a lo del ambiente de la sauna, si te he sabido transmitir eso, me puedo dar por satisfecho porque es lo que llevaba en mente. Por cierto, lo de usar la tercera persona no es por pudor, es porque quiero narrarlo todo desde el punto de vista del protagonista. Fue bastante más duro narrar “La sombra de una duda” donde se cuentan las consecuencias de la violación.

Volveré en unos quince días, con un relato de la serie “Sexo en Galicia” que llevará por título “El ser humano es raro”, donde se terminará de narrar la segunda fiesta de Blas. No me falten.

Hasta entonces, disfrutad de esa cosa llamada vida.

Mas de machirulo

El Blues del autobús

Mr Oso encula a la travestí gótica

Hombres calientes en unos baños públicos (2 de 2)

Hombres calientes en unos baños públicos (1 de 2)

Desvirgado por sus primos gemelos

Un camión cargado de nabos

Cruising entre camiones

Mi primera doble penetración

Un ojete la mar de sensible

Un nuevo sumiso para los empotradores

Once machos con los huevos cargados de leche

Un buen atracón de pollas

Por mirar donde no debía, terminó comiendo rabo

Aquí el activo soy yo

Estrenando un culito muy delicioso

El mirón de las duchas

Una doble penetración inesperada

Amarrado, cegado y follado hasta la extenuación

Polvo rápido en el baño

La duquesa del coño insaciable (4 de 4)

La duquesa del coño insaciable (3 de 4)

La duquesa del coño insaciable (2 de 4)

La duquesa del coño insaciable (1 de 4)

¡Pero qué buenos están estos dos hermanos!

Una doble penetración inesperada

El mecánico siempre descarga sus cojones dos veces

Son cosas que pasan

Sexo grupal en el vestuario

La fiesta de las Coca-colas

Un casquete después de la siesta

Pepe se lo monta con sus primos gemelos

Serrvirr de ejemplo

Comer y follar todo es empezar

Con mi ojete preparado para un rabo XL

Al chofer del bus, le sale la leche por las orejas

Mamándole el ciruelo a mi mejor amigo

De cruising en la playa de Rota

Cinco salchichas alemanas para mi culo estrechito

Un mecánico con los huevos cargados de leche

El descomunal rabo del tío Eufrasio

Follado por su tío

Meter toda la carne en el asador

Míos, tuyos, nuestros… ¡De nadie!

Encuentros furtivos en el internado

Antonio y la extraña pareja

Fácil

Bolos, naranjas y bolas.

Vivir sin memoria

El libro de la vida sexual

Reencuentro con mi ex

Punta Candor siempre llama dos veces

Hombres Nextdoor

Mundo de monstruos

Dejándose llevar

Guía de lectura año 2017

Dejar las cosas importantes para más adelante

Una proposición más que indecente

¡No hay huevos!

Ignacito y sus dos velas de cumpleaños

El chivo

La mujer del carnicero

Iván y la extraña pareja

El regreso de Iván

Guerra Civil

Las tres Másqueperras

Toda una vida

Objetos de segunda mano

Follando con el mecánico y el policía (R) 2/2

Follando con el mecánico y el policía (R) 1/2

Ni San Judas Tadeo

La invasión Zombi

Seis grados de separación

¡Arre, arre, caballito!

La más zorra de todas las zorras

Un baño de sinceridad

Barrigas llenas, barrigas vacías

No estaba muerto, estaba de parranda

Dr. Esmeralda y Mrs. Mónica

Yo para ser feliz quiero un camión

Tiritas pa este corazón partio

Corrupto a la fuga

Un polaco, un vasco, un valenciano y un extremeño

El de la mochila rosa

La jodida trena

Tres palabras

Hagamos algo superficial y vulgar

Pensando con la punta de la polla

Quizás en cada pueblo se practique de una forma

Gente que explota

Guía de lectura año 2016

En unos días tan señalados

Desátame (o apriétame más fuerte)

De cruising en los Caños

Putita

Sé cómo desatascar bajantes estrechos

Este mundo loco

Como conocí a mi novio

No debo hablar

El secreto de Rafita

¿De quién es esta polla cascabelera?

Me gusta

Me llamo Ramón y follo un montón

Doce horas con Elena

El pollón de Ramón

Dos cerditos y muchos lobos feroces

El ciprés del Rojo

Follando por primera vez (R) 2/3

Follando por primera vez (R) 3/3

Follando por primera vez (R) 1/3

Estrenando un culito muy delicioso

El mirón de las duchas

Orgia en el WC de los grandes almacenes

Once pollas para JJ

Prefiero que pienses que soy una puta

Homofobia

Adivina quien se ha vuelto a quedar sin ADSL

¡Terrible, Terrible!

Bukkake en la zona de descanso

Mi primera vez con Ramón

Tu familia que te quiere

Si no pueden quererte

Mía

Infidelidad

Dos adolescentes muy calientes

Ocho camioneros vascos

Parasitos sociales

El pollón del tío Eufrasio

Violado por su tío

Talento

Somos lo que somos

Sexo en Galicia: Dos en la carretera

Tres pollas y un solo coño

De amor se puede vivir

Duelo de mamadas

¡Se nos da de puta madre!

Dos hermanos

¿Dónde está la oveja de mi hermano?

¿Por qué lloras, Pepito?

El MUNDO se EQUIVOCA

Todo lo que quiero para Navidad

Como Cristiano Ronaldo

Identidad

Fuera de carta

Los gatos no ladran

Su gran noche

Instinto básico

TE comería EL corazón

La fuerza del destino

La voz dormida.

Como la comida rápida.

Las amistades peligrosas.

El profesor de gimnasia.

Follando: Hoy, ayer y siempre (R)2/2

Follando: Hoy, ayer y siempre (R) 1/2

El ser humano es raro.

¡Ven, Debora-me otra vez!

La procesión va por dentro.

Porkys

Autopista al infierno.

El repasito.

José Luis, Iván, Ramón y otra gente del montón.

El sexto sentido.

Cuando el tiempo quema.

Mi mamá no me mima.

La fiesta de Blas.

¿Por qué lo llaman sexo cuando quieren decir amor?

Sin miedo a nada.

¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?

¡Qué buena suerte!

El rumor de las piedras.

Dios odia a los cobardes.

Tres palabras.

Guía de lectura segundo semestre 2.014.

Como un lobo.

Solo Dios perdona.

El padrino.

Perdiendo mi religión.

Adiós Francisquito, adiós.

Pequeños descuidos.

La sombra de una duda.

Mis problemas con JJ.

Unos condones en la guantera.

La voz dormida.

Follando con mi amigo casado.

Si pudieras leer mi mente.

Bésame, como si el mundo se acabara después.

Si yo tuviera una escoba.

Guía de lectura primer semestre dos mil catorce.

¡Cuidado con Paloma!

La lista de Schindler.

Nos sobran los motivos.

La masticación del tito Paco.

Viviendo deprisa.

El blues del autobús.

¿Y cómo es él?

¡Voy a por ti!

Celebrando la victoria.

Lo estás haciendo muy bien.

Vivir al Este del Edén.

Hay una cosa que te quiero decir.

Entre dos tierras.

Felicitación Navideña.

37 grados.

El más dulce de los tabúes.

Desvirgado por sus primos gemelos

Las pajas en el pajar

Para hacer bien el amor hay que venir al Sur.

Tiritas pa este corazón partio

Valió la pena

1,4,3,2.

Sexo en Galicia: Comer, beber, follar....

¡Se nos va!

En los vestuarios.

Lo imposible

Celebrando la victoria

La procesión va por dentro.

El guardaespaldas

El buen gourmet

Mariano en el país de las maravillas.

Tu entrenador quiere romperte el culo(E)

Retozando Entre Machos.

Culos hambrientos para pollas duras

La excursión campestre

¡No es lo que parece!

Mi primera vez (E)

Vida de este chico.

Follando con mi amigo casado y el del ADSL? (R)

Follando con 2 buenos machos: Iván y Ramón

Trío en la sauna.

Nunca fuimos ángeles

Desvirgado por sus primos gemelos (E)

Como la comida rápida

La misión

Follando con mi amigo casado

La churra del Genaro

Uno de los nuestros

Sexo en Galicia: Tarde de sauna (R)

2 pollas para mi culo

El cazador.

Los albañiles.

Jugando a los médicos.

Algo para recordar

Mis dos primeras veces con Ramón (E)

A propósito de Enrique.

Guia de lectura y alguna que otra cosita más.

Culos hambrientos para pollas duras

Celebrando la derrota

En los vestuarios (E)

Sexo, viagra y unos pantalones anchos (Epilogo)

No quiero extrañar nada.

Punta Candor siempre llama dos veces.

4,3,2,1....

2 pollas para mi culo

Adivina quién, se ha vuelto a quedar sin ADSL

Follando con 2 buenos machos: Iván y Ramón (R)

El MUNDO se EQUIVOCA

Historias de un follador enamoradizo.

Living la vida loca

Sexo en galicia con dos heteros (R)

¿Por qué lo llaman sexo cuando quieren decir amor?

Comer, beber... charlar.

Los albañiles.

¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?

Regreso al pasado

Follando con mi amigo casado (R)

“.... y unos osos montañeses)”

El padrino

... Bubú.....

El blues del autobús (Versión 2.0)

El parque de Yellowstone (Yogui,....)

After siesta

Sexo, viagra y ... (2ª parte) y última

Before siesta

Sexo, viagra y unos pantalones anchos (1ª parte)

El bosque de Sherwood

El buen gourmet

Como la comida rápida

Pequeños descuidos

¨La lista de Schindler¨

El blues del autobús

Celebrando el partido