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El libro de la vida sexual

en Gays

Para Pepitoyfrancisquito.

 

 

Los descubrimientos de Pepito

Décimo  cuarto episodio: El libro de la vida sexual

 

(Este relato es continuación de  “Arre, arre, caballito”)

 

Resumen de los descubrimientos: Pepito  se ha podido escapar del martirio del luto durante un fin de semana, pues lo han dejado irse a la granja de su tío Paco para jugar con su primo Francisquito. ¡Qué contento se puso!, nada más que imaginando lo bien que se lo iba a pasar.  

Primero lucharon como Samuráis y cuando se hartaron de matarse haciendo el harakiri, se tendieron a charlar debajo de un árbol. Momento que Pepito aprovecho para practicar su deporte favorito: preguntar. De la gran batería de dudas que traía preparada de casa para que su primo Francisquito se las aclarara, de la que más le molestó descubrir la respuesta, fue aquella en la que le dijo que el “juego” de las pajas pudiera ser que se practicara  con otro animal distinto de la oveja. Pensó en su  hermano haciendo las guarrerías esas con su perrita Lassie y  se puso la mar de triste.

Después más tarde se tuvieron que vestir  de “bonitos” porque Adela y Marta, las  recién estrenadas novias de los gemelos, venían a comer a casa de sus tíos por primera vez. ¡Qué simpáticas, qué guapas  y qué modernas eran las dos muchachas! Cuando terminaron de comer se fueron al cine de Mérida a ver la última de Walt Disney: Pedro y el dragón Elliot.

Lo que fue la película no le gustó demasiado, era dibujitos animados mezclado con personas y se llevaban todo el tiempo cantando canciones “antiguas” que no le hacían mucha gracia, pero a Pepito no pareció importarle porque se lo estaba pasando  estupendamente en compañía de la familia de su tío Paco.   

Si aquello no hubiera sido suficiente, al salir del cine,  y por aquello de que un día es un día, fueron a comer a un bar. ¡Qué lote de comer se pegaron! Su primo y él se pidieron unos filetes empanados con muchas patatas fritas, mucho más exquisitos que el arroz blanco con calamares en su tinta que se había pedido Matildita.

De camino a casa, agotado como estaba,  se quedó dormido en el “Range Rover”  y tuvo una pesadilla de lo más aterradora: En ella su hermano jugaba a lo de las “pajas” con su perrita Lassie porque se lo mandaba la mamá del Rafita, quien se había transformado en una malvada de cuento y se llamaba Cruela Pastora De Ville. La villana   se había encaprichado de hacerse un abrigo con piel de su perro. Pasó tanto miedo que, una vez lo metieron en la camita,  le costó un montón de trabajo conciliar el sueño de nuevo.

Por la mañana, después de volver de misa, y mientras esperaban que sus primos volvieran de las labores agrícolas,  se pusieron a jugar en los alrededores de la granja a Manzinguer Z. Pepito estaba que se salía de contento, pues los  gemelos les habían prometido sacar el “Scalextric” para jugar con ellos.

Cuando los vieron llegar y aparcar la furgoneta en la nave que hacía  las veces de  garaje, Francisquito le dijo que tardarían un poquito, pues todavía se tenían que duchar y que, seguramente, después harían lo de los médicos. Como Pepito hacía mucho tiempo que no los veía jugar, se transformaron en agentes secretos y se metieron por la parte trasera de la cochera para espiarlos.

Lo mejor de todo fue  descubrir que el juego de mayores no era el de los médicos que practicaban siempre, sino uno nuevo: El del caballito. Aquello fue una cosa que Pepito dedujo por sí solo y es que, de tanto juntarse con Francisquito, se estaba volviendo casi tan listo como él.

Me dio mucha alegría que mi primito, a diferencia del saborio de mi hermano Juanito que no me echaba cuenta ninguna, tuviera en cuenta mis ideas. Es más dijo que lo del “Caballito”, hasta podía venir en el libro gordo ese que su padre tenía guardado, de dónde él sacaba todas las cosas que me contaba. ¡Qué guay  era mi primo y qué requetebién me lo pasaba siempre que estaba con él!

Vimos como Ernesto y Fernando salían de la cochera y caminaban  en dirección hacia donde estábamos nosotros, por lo que decidimos cambiar   la conversación del “caballito” por una muchísimo más interesante: el coche que íbamos a escoger para jugar al “Scalextric”. Mis primos tenían cuatro: Un Mércedes rojo de Fórmula uno, un Porshe amarillo de carreras, un Ferrari azul parecido al de Pedro el Bello y un Tyrrell Ford verde. A mí el que más me gustaba era el rojo, pero como no quería parecer un niño caprichoso, no me importaba tener que aguantarme  con aquel que ellos quisieran prestarme, para eso eran ellos sus dueños. ¡Bastante hacía que me dejaban jugar con ellos siempre que iba a la granja!

Los gemelos venían haciendo guasas entre ellos por el camino, siempre estaban muy alegres y risueños, pero me daba la sensación de que después de jugar a los médicos estaban mucho más felices de lo habitual. Cosa que me parecía de lo más lógica, pues  si habían echado los virus, ya no estaban enfermitos. Cualquiera cuando deja de encontrarse malito y no tiene que estar todo el día en la cama, se pone la mar de contento.

Fernando cuando nos vio allí esperándolos, se vino para nosotros y nos dio dos besos a cada uno. Después, mientras su hermano hacia lo mismo, puso esa cara de granujilla que tanto me gustaba y nos preguntó:

—¿Qué hacéis aquí, pillines?

—Os estamos esperando —Le dijimos mi primito y yo casi a la misma vez.

—¿Y por qué?

Yo me quedé paticolgando cuando le oí decir aquello. ¿Cómo era posible que no se acordara de lo que nos había prometido el día anterior?  Como no quise ser metepatas, me limité a ponerme muy serio y no decir ni mu. Como Francisquito tenía mucha más confianza con ellos, para eso eran sus hermanos de toda la vida, fue quien le respondió:  

—Os estamos esperando para que juguéis con nosotros al “Scalextric”. ¡Nos lo habíais  prometido por portarnos bien!

Los gemelos se miraron entre sí  como si no tuvieran ni  la más remota idea de lo  que estábamos hablándole. Ernesto puso una  cara de estar cantidad de despistado y nos dijo:  

—¿Jugar al “Scalextric”?  Pues me parece que no va a poder ser. Vosotros no sabéis lo agotao que venimos del campo…

—…  Cuando hemos terminado de labrar la tierra, nos han salido un montón de gamusinos al paso y nos hemos llevao  un buen rato cazándolos —Concluyó su hermano haciendo un gesto de estar muy, pero que muy cansado.

Yo no tenía ni idea qué diantres eran aquellos animales que decían haber  estado cazando, era la primera vez que escuchaba su nombre y eso que me había  visto toditos los documentales de “El hombre y la Tierra”. Lo mismo se trataba de una especie  animal que solo se criaba en Villanueva de la Serena y como todavía Félix Rodríguez de la Fuente no había ido por allí, no los había sacado en ningún programa de la tele. Como no quise que pensaran que era un tonto pelao,  no pregunté siquiera por los dichosos gamusinos.

Francisquito puso su mejor cara de enfadado, se cruzó los brazos sobre el pecho, me miró con los ojos encendidos y, sin esperar a que yo le contestara, se volvió  muy enojado para sus hermanos: 

—¡Eso es mentira! Siempre me decís que venís de cazar gamusinos y nunca he visto esos bichos. Es más, me decís que un día  me vais a invitar a comer gamusinos a la plancha y nunca lo hacéis. ¡A vosotros lo que os pasa es que no queréis jugar con nosotros y echáis esa excusa!

Nunca había visto a mi primito tan enrabiado y no era para menos. Lo peor es que sus hermanos parecían no echarle mucha cuenta y se limitaban a mirarlo del mismo modo que  mi hermano Juanito a mí cuando me despeinaba,  como si hubieran hecho una gracia. ¡Con el coraje que sabía que me daba que me hiciera eso!

Fernando volvió a poner esa cara de muchachito de película y, riéndose por lo bajini, le dijo a su gemelo:

—¿Has visto el enano lo embrabecio que se pone cuando no se sale con la suya?

Ernesto no dijo nada y  se limitó a  sonreír, asintiendo  con la cabeza como los perritos de juguete que se ponen detrás de los coches. Me di cuenta de que, de buenas a primeras, aquello se había convertido en una pelea de dos contra uno, por lo que, sin pensarlo ni un segundo, me puse al lado de Francisquito para que supiera que podía contar conmigo en la batalla contras sus hermanos mayores.

Los gemelos cuando vieron que yo me había puesto en la misma pose que mi primito,  se miraron  y se rieron como sí les hubieran contado un chiste. Aquello me cabreó un montón y le lancé una mirada asesina. Cosa que en vez de atemorizarlos, como yo pretendía, solo  consiguió que se burlaran de nosotros y  con más ganas aún.

—El otro también se la fuma en pipa —Dijo Ernesto, aguantándose las carcajadas y dando a entender que yo era el hombre invisible,  pues estaban hablando de mí como si no estuviera delante.

—Sí, estos dos están hechos unos tunantes buenos y habrá que enseñarles respetar a unos pobres trabajadores del campo —Al decir esto Fernando me puso la mano en la cabeza y me despelucó.   

Aquello fue la gota que colmó el vaso, no solo nos habían dicho que  no iban a jugar con nosotros al “Scalextric” y nos trataban como si fuéramos tirulatos, sino que encima se habían atrevido a  estropearme mi rayita al lado, ¡Con el trabajito  que me costó ponérmela derechita para ir a misa!  

A partir de aquel momento me dio igual que, como decía mi madre, estuviéramos en  una casa extraña, pues una injusticia era una injusticia, allí y Pekín.  Poniendo mi mejor cara de niño sabiondo, me puse delante de ellos y les dije:

—No sé de qué se reís tanto. Esto que está pasando aquí es una cosa muy, pero que muy seria y no tiene ni mijina de gracia. Vosotros nos prometisteis jugar con nosotros al “Scalextric” y ahora decís que venís muy cansados. ¿Tanto cansa cazar los gamusinos esos que ni siquiera podéis hacer el esfuerzo de  montarlo para que nosotros juguemos?

Aquello de hablarles como si fuera una persona mayor no tuvo el efecto deseado en los gemelos, quienes se miraron y empezaron a carcajear como si les hubiera contado el mejor chiste de Jaimito. Al notar que yo seguía lanzándole mi mejor mirada fulminadora,  Fernando se quedó pensativo y, haciéndose el interesante, se volvió a dirigir a su hermano como si Francisquito y yo fuéramos dos liliputienses. 

—Bueno,  Ernesto, hay que reconocer que Pepito algo de razón lleva. Si dice que le hemos prometido jugar con ellos (cosa de la que ni tú ni yo nos acordamos, pero que no le vamos a discutir porque estamos muy cansado), lo lógico es que le saquemos el “Scalextric” y juguemos con ello.

—¿Así como así? —Preguntó Fernando —Algo tendrán que hacer para merecerse ese premio, porque si nosotros nos “esforzamos”, ellos también deberán hacerlo.

—Pues sí, nosotros venimos reventaos de estar toda la mañana en el campo, y por si fuera poco, a última hora  nos hemos tenido que poner a cazar gamusinos (con lo que eso cansa). Así que, si quieren que les montemos la pista de coches, van a tener que ganárselo.

Aquello ya sonaba mejor, aunque no tenía ni idea de que es lo que nos iban a pedir que hiciéramos, no me parecía mala cosa, pues todavía teníamos la esperanza de poder jugar a los coches de carrera. Francisquito y yo clavamos nuestras miradas en ellos, expectantes ante lo que nos fueran a decir. Quien tomó la iniciativa, como siempre, fue Fernando, se agachó y nos dijo con un gesto muy serio:  

—Si tan redichos sois los dos para enfrentarse a nosotros, decirnos embusteros, que no cumplimos nuestras promesas  y no sé cuántas pamplinas más. Espero que sigáis siendo tan valientes y no tengáis miedo de pelear con nosotros.

Aquello me sonó fatal, yo solo era un súper héroe cuando soñaba y en aquel momento estaba bastante bien despierto, por lo que no podía subirme  por las paredes, ni lanzar telarañas, ni sabía pegar puñetazos en condiciones, ni defenderme, ni nada por el estilo. Y mucho menos de dos enemigos que me doblaban la altura. Aun así,  no tiré la toalla y consulté a mi socio/primo con la mirada y este me asintió fuertemente con la cabeza. Aunque me parecía que no le podíamos ganar y que nos limitaríamos únicamente a participar, opté por hacerle caso, pues él conocía a sus hermanos mejor que yo y sabría si eran buenos o no peleando.

Fernando le pidió a su hermano que se agachará del mismo modo que él, supuse que pelearían así y que lo de ponerse a nuestra altura sería una especie de ventaja que nos daban por ser más pequeños que ellos. Los gemelos podían ser unos alcornoques  y no acordarse de las cosas que prometían, pero  estaba claro que seguían siendo buena gente.

El enemigo que me tocó en suerte fue Fernando  y Francisquito tenía que luchar con Ernesto. La pelea, por lo que nos estuvieron explicando, se trataba de  una especie de combate de boxeo donde el primero que consiguiera darle un puñetazo en la cara a su contrincante era el campeón.

Por la forma de actuar de mi primito, entendí que no era la primera vez que los gemelos lo retaban a un duelo de aquella envergadura. Así que para no hacer el ridículo y participar en condiciones (porque lo de ganar me parecía imposible), me fije en todos y cada uno de los movimientos que hacía para remedarlos. Aquello tuvo que hacerle gracia a Fernando, pues le pegó un codazo a su hermano y los dos se sonrieron.

¿Qué esperaban? Era la primera vez que iba a boxear y, como dice mi padre,  nadie nace aprendido. Puse una pierna delante de la otra, los puños delante de la cara y me dispuse a luchar por mi vida. No sé porque, pero se me vino a la cabeza una frase que tenía mi hermana  Gertru en su camiseta favorita: “Prefiero morir de píe, a vivir arrodillado”. 

Francisquito y yo, antes de enfrentarnos a nuestros acérrimos rivales, nos reunimos en privado, tal como hacen los jugadores de rugby,  para estudiar nuestras tácticas de combate. Aunque la cosa era muy, pero que muy seria y arriesgábamos mucho, a los gemelos  aquello les hacía mucha risa.

—Pepito, no tengas miedo de pegarles con todas tus ganas, otras veces que he boxeado con ellos les he jarreado un soplamocos y no me han reñido, ni se han enfadado siquiera.  

Las palabras de Francisquito me tranquilizaron un montón, pues no tendría que contener la fuerza de mis puñetazos temiendo que después me echaran la bronca. Si les dejaba un ojo morado, les partía un diente o algo parecido,  no era culpa mía pues ellos se lo habían buscado por comprometedores.

La verdad es que no sé si porque eran muy buena gente y no querían ganarnos, pero los gemelos se limitaron a parar nuestros puñetazos con las palmas de sus manos y, cuando nos cogían distraídos, hacernos cosquillas. ¡Qué coraje me daba que me tocaran la barriga!

Quedamos empatados en los dos primeros rounds, con lo que estaba claro que aquello iba a quedar en tablas, cuando se cansaron de parar nuestros poderosos golpes, se levantaron y nos dijeron que si le ganábamos una carrerita de allí a la casa nos montaban el “Scalextric”. Mi primo y yo ni nos lo pensamos, salimos a velocidad “Speedy González” en dirección a la vivienda.

No sé si porque los gemelos venían muy cansados de cazar gamusinos o porque nosotros éramos más veloces, el caso es que les sacamos una muy buena ventaja. Yo me lleve la medalla de oro, Francisquito la de plata y los gemelos se repartieron la de bronce.

En menos de un cuarto de hora, nos montaron la pista de carreras. Me dejaron escoger el coche que más me gustará y elegí el Mercedes Formula uno Rojo. Aun así y todo, solo pude ganar en una ocasión, las otras participé de tercero y cuarto, menos una vez que quedé segundo. ¡Qué bien me lo pase! Estuvimos jugando hasta que nuestra tía vino a decirnos que  nos laváramos las manos que la mesa iba a estar ya  puesta.

Me extrañó mucho que Doña Aceituna con patas, alias  mi prima Matildita,  nos hubiera dejado jugar tranquilo. Pero todo tenía su explicación, pues según nos contó mi tía Enriqueta antes de sentarnos a comer,  la madre de Adela había telefoneado a mi tía para que fuera a su casa a tomar café, por lo que ella había llamado a mi mamá para que no se asustara si yo llegaba un pelín más tarde. Así que en  vez de estar dándonos la tabarra, la muñeca repollo lo más seguro es que hubiera estado probándose, uno por uno, su gran colección de vestidos, para ver cuál con cuál de  todos ellos estaba más “diferente”.

Por un lado me dio alegría, porque estaría unas cuantas horas más con ellos, pero por otro no me apetecía mucho vestirme de  marques otra vez. Primero porque no traía otra muda distinta para ir arregladito por la tarde y segundo porque lo más seguro es que nos pedirían que nos portáramos bien, más o menos lo mismo que el luto. O sea que sería como dice mi hermano Juanito, salir de Málaga para meterse en Malagón.

Mi tito Paco, que es más listo que el hambre, tuvo que darse cuenta,  por la cara que puse,  que lo de ir a casa de Adela y tomar café en plan finolis no me hacia ninguna gracia. Así que ni corto ni perezoso me lo preguntó:

—¿Quieres venirte con nosotros a casa de la novia de Ernesto?

En un principio me dio un poco de cosita con lo bien que se portaba conmigo decirle que no tenía ganas de ir, así que me limité a bajar la cabeza y ponerle un pucherito. El papá de Francisquito se agachó, se quedó mirándome pensativo y, como vio que seguía cabizbajo, me cogió por la barbilla para obligarme a que lo mirara.

—¡Contesta, chiquillo! Que no pasa  nada si dices que no…

Aquel hombre, a pesar de que era una persona mayor, me daba mucha confianza,  parecía entenderme y no me trataba como a un niño chico. Así que le respondí con la verdad, como hacen los hombres.  

—A mí no me importaría ir. Adela me cae muy bien, es una muchacha muy guapa, muy simpática y muy moderna. Lo que pasa es que si vamos a su casa, mi primito y yo nos vamos a tener que comportar bien,  por lo que no vamos a poder jugar…

Mi tío miró a su mujer fijamente y  le hablo con ella del mismo modo que lo hacíamos Francisquito y yo algunas veces: sin decir una palabra.  A mi tía Enriqueta no pareció hacerle mucha gracia que yo no quisiera ir, pero no dijo nada, simplemente se limitó a mover la cabeza y a poner cara de estar un poquito enfadada y otro poquito preocupada. La misma que pone Gertru cuando mi madre la castiga sin poder a ver a su novio o no puede salirse con la suya.

Por unos segundos tuve la sensación de que había dicho algo inapropiado, pues nadie dijo esta boca es mía. Nos sentamos a la mesa y todos se limitaron a comer y callar. Ni siquiera Matildita protestó lo más mínimo y,  con lo postinosa que era, seguro que quería ir aunque fuera para ponerse uno de sus horribles vestidos de hermanastra de Cenicienta.

De pronto, la mamá de Francisquito, como si hubiera tenido una idea modelo Vickie, el vikingo, hizo un gesto con la mano y se puso a hablar con su marido en voz muy muy bajita. De haberse encontrado allí mi “mamá-sargento”, seguro que les habría dicho aquello de: «Secretitos en reunión es falta de educación». Pero dado que no estaba,  y no quería que mis tíos se enfadaran conmigo, me quedé calladito, calladito. Me fije mucho en sus labios y,  ni con toda la práctica que tenía como agente secreto,   conseguí  pillar una palabra siquiera de lo que se decían.

Tampoco me duró mucho el misterio,  porque se cumplió la coplita  esa que dice: «No te mates por saber, que el tiempo te lo dirá, que no hay cosa más bonita, que saber sin preguntar».

Mi tío Paco, nada más terminó de cuchichear con su mujer,  se puso a hablarle a Francisquito, como fuera una persona mayor.

—Me imagino que tú, estando el primito aquí,  tampoco querrás venir a casa de tu cuñada.

—No, porque seguro que nos tenemos que comportar bien y nos vamos a aburrir un montón.

Me quedé patitieso del todo al escuchar a mi primo, yo le decía eso a mi mamá-sargento y me llevaba un mes sin leer mis  comics. ¡Qué valiente era mi primo Francisquito!

Por lo que pude escuchar a continuación, mi tía tenía muchísimo interés en ir a casa de los padres de Adela, por lo que convenció a su marido de que no nos pasaría nada si nos quedábamos solos en la casa, que Francisquito estaba acostumbrado a hacerlo cuando ella tenía que ir a comprar al pueblo y además el Facu estaría trabajando en la granja, con lo que nos podría echar una miradita de vez en cuando. Eso sí, se llevarían a Matildita, porque nosotros dos solos no dábamos ruido ninguno, pero que con la niña era otra cosa bien distinta. 

A mi tío aquello de dejar los críos a la buena de Dios no le agradaba mucho, pero estaba claro que mi tía se la fumaba en pipa y era también un poquito sargento, eso sí a diferencia de mi madre no terminó con lo de “porque yo lo digo”, como hacía mi mamá con mi papá. Sino que se cameló a su marido diciendo que no nos iba a pasar nada, que le pediría al Facu que estuviera pendiente de nosotros.

Al final, como mi tía se empeñó y se empeñó, se salió con la suya y, nada más terminamos de recoger la cocina,   todos subieron para arreglarse. Los primeros en bajar fueron los gemelos, se habían puesto el traje de los domingos y estaban que parecían artistas de cine. No sé quién de los dos estaba más guapo, si Ernesto con su traje azul marino o Fernando con su traje gris marengo.

El siguiente en salir arreglado fue mi tío, llevaba puesto el mismo traje gris claro de por la mañana. Estaba  tan requeté elegante como sus hijos, y es que más no se podían parecer a él. Mi madre, cuando no estaba mi padre delante, le decía a mi Gertru que de joven era tan guapo que quitaba el hipo (cosa que aunque me sonaba muy bien, yo no le veía ningún sentido porque el hipo se quitaba con un susto…).   

Al poco bajó mi tía. ¡Qué guapa que estaba! Se había puesto un vestido verde clarito de florecitas que le sentaba la mar de bien y un bolso negro que le hacía juego con unos zapatos de tacón súper chulis.  Con los labios pintados y el pelo suelto, estaba que parecía una modelo de las revistas de mi hermana.

Por último, y con un vestido color amarillo limón chillón, apareció Doña Distinta. Se había vuelto a dejar los tirabuzones estilo muñeca chochona y, por lo colorados que traía los mofletes y los labios, me supuse que se había puesto algo de las pinturillas de su madre.

Al igual que hizo cuando estábamos viendo Mazinguer Z, se colocó delante nuestra para que le dijéramos lo guapa que estaba. Aunque yo de mayor me iba hacer ateo y no me iba a perjudicar decir mentiras, pues no iba ir al infierno, tampoco me hacía  ninguna gracia soltarle un embuste. Así que opté por mi táctica secreta del día anterior:

—¿Has visto lo distinta que viene tu hermana con ese vestido amarillo tan bonito?

Mi primo, que ya se sabía la historia de carrerilla, no solo asintió con la cabeza, sino que añadió algo más de su cosecha:

—Además es la época del año en que está más de moda, porque no hay mosquitos...

Matildita se puso tan tiesa cuando vio que la “piropeábamos” que tuvo que crecer un par de centímetros por lo menos. Aquello le gustó tanto a mi tía, que nos acarició la cabeza como si hubiéramos hecho algo bueno.

Tras decirnos no sé cuántas veces que nos portáramos bien y que si pasaba algo, buscáramos al Facu. Nos dieron dos besos a cada uno, se montaron todos en el coche de mi tío y se fueron.

El primer rato estuvimos en el campito cerca de la cochera jugando a Mazinger Z, a los Samuráis y a los pistoleros. Pero tras matarnos cuatrocientas doce veces, nos quedamos sin “pilas” y tuvimos que tendernos debajo del olivo a “recargarlas”.

—¿Pepito?

—¡Dime, primo!

—¿Te gustaría ver, aunque fuera un poquito solo, el libro que tiene guardado mi padre donde vienen todas las cosas de los mayores?

—Pues claro, ¿pero no se dará cuenta el Facu?

 

—No creo que vaya a la casa, mi madre no lo deja entrar porque dice que se lo pone todo perdido.

—Entonces, vale.

Con la velocidad del “Correcaminos” nos fuimos para el cuarto de los papás de Francisquito.  Me pidió que me quedara de vigía por si el Facu le daba por ir para allá, aunque lo más seguro sería que no apareciera, pues casi era la hora de las “pajas” en punto.

El libro estaba guardado en una caja de zapatos  que había en el armario de mis titos. No sé cómo mi primo dio con él, seguramente porque tenía unos poderes de agente súper secreto mucho mejores que los míos. Lo sacó de su escondite y me lo enseñó con mucho misterio.

La verdad es que Francisquito llevaba razón cuando decía que era muy gordo, por lo que parecía tenía bastantes más páginas que el  diccionario que mi hermano me dejaba cuando tenía que buscar el significado de alguna palabra. La funda, como me dijo mi primito, tenía dos ilustraciones una de un hombre moreno y una mujer rubia con el pelo corto y la otra de un angelito besando a una mujer que tenía las tetas al aire. La primera era una fotografía y la segunda un cuadro antiguo.

Mi primo, poniendo esa cara de sabiondo que siempre ponía cuando iba a ser una trastada, me dijo:

—Lo mejor es que le quitemos la funda, así si el Facu le da por venir a echarnos un ojo, y como es analfabeto, le diremos que es un libro de la escuela.

Estaba claro que mi primo no solo era el mejor espía del mundo mundial, también era el más astuto. Las cosas que se le ocurrían a él, en la vida se me pasarían a mí por la cabeza.

Tras meter de nuevo la funda del libro en la caja donde estaba guardado, me dijo que nos fuéramos para la puerta de la casa, de ese modo  veríamos llegar al Facu.

 

—¿Cuánto tiempo vamos a poder estar leyendo el libro?

Se quedó unos segundos pensativos, miró el reloj que estaba en la pared  del salón  y me dijo:

—Media hora, son las cuatro y media. Mis papás por los menos van a estar en casa de Adela hasta las cinco, así que para que nos no pillen con las manos en la masa, lo mejor será acabar con tiempo.

A mí me pareció muy poco tiempo media hora para un libro tan gordo, aunque, como suele decir  mi padre: «Menos da una piedra».  Así que iba hacer todo lo posible  para terminar viendo el máximo número de páginas.

Mi primo llevaba razón, hacía falta saber leer para darse cuenta de que aquel libro hablaba de las cosas de los mayores, con su pasta azul y lo gordo que era más bien parecía una enciclopedia del colegio.

Lo primero que me enseñó fue el esquema del tete. Era tal como me contó, muy parecido a los dibujos que Don Remigio hacía en la pizarra, para explicarnos las partes de la que se componía una flor. Estaba muy bien dibujado,  tenía hasta el detalle de los pelitos alrededor y todo.  Lo habían puesto  abierto como una naranja y las flechitas indicaban correctamente las distintas zonas que lo componían. Estaba el Prepucio del Clítoris, el Glande del Clítoris, los Labios Menores, los Mayores…. Eran por lo menos diez o doce nombres a cada cual más raro. Por más que quise, no me dio tiempo de memorizarlos todos.

Como disponíamos de poco tiempo,  le pedí que pasáramos a otra página y si poco me había gustado el tete abierto, menos me gustó la siguiente ilustración. Era la parte interior del culo de una mujer, donde se veían los músculos que lo formaban,  tenía un papel cebolla encima donde estaban escrito los nombres de las distintas partes que lo constituían. Como tuve que poner cara de que aquello no me agradaba demasiado, mi primo cerró el libro y se puso a buscar algo más interesante.

Lo siguiente que me mostró fue un cuadro antiguo en el que había una mujer completamente en pelotas a la que estaba besando un muchachito, mientras un niño en cueros corría hacia ellos. Al fondo se veían mucha más gente: una mujer, un anciano… No es que fuera nada del otro jueves, pero era muchísimo más guay que los anteriores.

—Primito, los dibujos están muy bonitos y todo eso, pero yo creo que la única manera de aprender algo es leyéndolo.

Francisquito me miró un pelín contrariado, pero se tuvo que dar  cuenta de que llevaba toda la razón del mundo porque, tras quedarse unos segundos pensativos, me dijo:

—Sí, pero lo lees tú que a mí, a la hora de la siesta, se me quitan las ganas.

—Si quieres, te lo leo yo en voz alta y así no te aburres.

—Vale —Dijo poniendo cara de no tener más remedio que hacerlo.

Como sabía que en media hora, y con un libro tan gordo, no me iba a dar tiempo de averiguar siquiera si venía contando lo del caballito. Busqué algo que fuera cortito para poder leerlo entero, pues seguramente, si tenía todas esas palabras raras que me contó mi primo, tendríamos que repasarlo por lo menos tres o cuatro veces para entenderlo bien.  

En una parte que se llamaba “Anomalías sexuales” encontré un capítulo bastante cortito y que  nos daba tiempo de estudiarnos, se llamaba «La felación».

Aclaré la voz y comencé a leer como si estuviera en el cole:«La felación»

«Es esta una actitud sexual parafílica que se realiza mediante la estimulación del pene con la lengua, los labios y la boca, incluida la succión»

Pese a que había palabras que no sabía que significaba estaba claro que de lo que hablaba aquello era de la parte del juego de los médicos de  tomar la temperatura. Miré a mi primo por si lo había comprendido  igual de bien que yo, como asintió con la cabeza,  seguí leyendo:

«La asociación ideativa entre la boca y la vulva existe casi en la infancia; la boca tiene labios, temperatura, secreciones mucosas y la succión es un microrritmo. Además hay una introducción cavitaria. La felación puede ser activa o pasiva»

¿Secreciones? ¿Microrritmo? ¿Cavitaria? Tenía razón mi primo, cuando decían que las palabras que salían en este libro eran más raras que un piojo con tirantes, yo no me enteraba ni de papa. Pero como no quería que pensará que era un niño chico, seguí leyendo.

«Stekel, una de las figuras fundacionales del estudio de la sexualidad afirma que los niños varones practican entre sí la felación sin haber sido aleccionados siquiera. En la casuística científica acerca de este tema se han expuesto casos de autofelación. La felación practicada como preliminar del acto heterosexual normal en adultos no debe nunca identificarse con la practicada como fin en sí misma. »

¡Qué complicado que era todo lo que decía! Paré un poco para respirar y pregunté:

—¿Primo, tú te estás enterando de algo? Porque yo no.

—Yo tampoco, pero termina rápido de leer, pues cuanto antes termines, antes nos ponemos a ver las fotografías.

Como vi que mi primito se estaba impacientando, tomé aire y terminé  de leer el complicadísimo párrafo.

« Se trata en el primer caso de una caricia erógena encaminada a despertar en bloque la sensibilidad sexual. En el otro caso se trata de una parafilia patológica. La felación como sustituto del acto sexual es frecuente entre homosexuales, pluralistas, gerontófilos y pedófilos. Asimismo en las prácticas sexuales de sujetos psicoinfantilistas.»

¡Madre, mía! No había visto tantas palabras raras  por líneas en la vida. Además de rarísimas, eran tela de largas. Mira que me gustaba leer, pues aquello me dejó extasiado. Porque si al menos hubiera tenido  tiempo para buscarlas en un diccionario, pues nos habríamos enterado de algo. Así que lo de ponernos a  repasarlo hasta que lo comprendiéramos, iba ser que nanai del peluquín.

De todos modos a mí  me daba la sensación de  que Francisquito tenía mucho más interés en mostrarme los dibujos que en perder el tiempo en leer algún capítulo más del libro, pues nada más terminé, lo cogió, se lo puso entre las piernas y me enseñó una a una  las fotografías. Tuve la impresión que las había visto tantas veces que se las sabía de memoria.

Como la media hora se acababa, se dio toda la prisa del mundo. Al menos pude ver veinte ilustraciones: una estatua de una mujer enseñando el culito, una pareja de novios besándose en un pajar, un hombre vistiéndose delante de una cama donde había tendida una mujer muy triste, un cuadro de una mujer rubia desnuda…. Traía un montón de ilustraciones, unas más bonitas y otras más feas, pero la que más me llamo la atención fue una de una estatua de un hombre que tenía el pito muy tieso y que le llegaba a la cabeza. Al lado ponía que  correspondía a un Dios de la cultura Mochica del Perú precolombino.

Francisquito se asomó al salón de la casa para ver la hora, como vio que era cerca de las cinco, se subió al cuarto de su padre a velocidad “Correcaminos”  y dejó el libro en su escondite secreto. Después vino y se sentó junto a mí  en el escalón de la puerta para  esperar que vinieran sus papás.

—¿Te ha gustado?

—Sí, lo que pasa es que ha sido muy poco tiempo. Pero por lo menos lo he podido ver.

—Ya, ¿a qué llevaba razón yo con lo de que tenía palabras muy complicadas?

—Sí, eso como no sea con un diccionario al lado no te enteras de nada.

—Por lo menos nos hemos enterado que el nombre técnico de tomarse la temperatura es follación.

—Felación —Le corregí yo con mi mejor voz de niño repelente.

—Eso felación, pero, hijo mío, es que lo has leído tan deprisa que apenas me he enterado de las palabras —Contestó él un poquito a la defensiva.

—Perdona, primito —Respondí yo intentando excusarme —, he corrido tanto leyéndolo para que tus papás no nos pillaran.

—No te preocupes, ya otro día que mi madre vaya de compras al pueblo me lo leo yo más tranquilito y me entero.

No pasaron ni cinco minutos cuando vimos al Facu  salir del pajar, tal como dijo Francisquito, lo más probable es que, el muy cochino,  hubiera estado jugando con Blanquita a lo de las “pajas”. ¡Qué asco! Era solo pensarlo y me entraba las siete cosas.

Al vernos en el portal de la casa, se vino para nosotros. Aunque mi primo me había dicho que tenía uno o dos años más que los gemelos, parecía mucho mayor. No sé si porque ni siquiera se peinaba o porque siempre iba muy sucio. Mi tía de vez en cuando le había dado ropa usada de mis primos, pero como era tan guarro no le duraba limpia ni un telediario.

A mí una de las cosas que más coraje me daba de él era lo  fuerte que olía. Apestaba a caca de oveja. Si no fuera suficiente con eso, tampoco se le entendía mucho de lo que decía, mi tía lo achacaba a que decía que sus padres eran muy castuos y él había aprendido a hablar como ellos.

—¿Qué  jaceis, chiquillos?

—Aquí esperando a mis padres —Contestó un poquito tristón Francisquito.

Paece que están tardando, tu mare me dijo que estarían aquí p’aeso de las cinco y ya jan pasao.

Una cosa que me dejó paticolgando de la gente del campo, es que  no les hacía falta reloj, pues sabían la hora por el sol. Me lo contó Fernando el día que nos llevó al campo para que lo ayudáramos con el ganado. Otro día que fuera a su casa, me gustaría que me lo explicara cómo se hacía, porque si hasta el Facu lo sabía, ¡y con lo bruto que era!, no debía ser muy complicado.

—Seguramente mi madre se haya puesto a charlar con la madre de Adela. Pero no deben de tardar mucho porque mi papá tiene que llevar a Don Benito a mi primo.

No había terminado de hablar Francisquito cuando el coche de su padre apareció por el camino de la granja.

Mi primo se fue para el coche como si hiciera semanas que no los viera. Como no quería ser menos, hice lo mismo.

Venían solo mis tíos y Matildita, los gemelos seguramente se habrían quedado ennoviando en el pueblo. Mi tía, nada más bajarse del coche, se fue para el Facu para preguntarles que tal nos habíamos portado.

—Los dagales je’an portao bien. Jan’estao jugando y leyendo un librillo en la puerta.

Mi tía miró a su marido aliviada y, tras darnos dos besos, se dispuso a decirnos algo, pero fue interrumpida por su hija.  

—¡Mirad lo que me han comprado por ir a la casa de Adela! —Dijo poniéndose delante de su madre y enseñando un libro con la pasta rosa en la que ponía “Mi diario”.

Francisquito y yo nos quedamos mirándola con un poco de rabia. Mi primo se disponía a decirle algo, cuando mi tío, que ya había aparcado  el coche debajo de un árbol, la reprendió:

—¡Pero mira que eres comprometedora! ¡Después dice que se meten contigo! ¡Y con razón!

La “Hermanastra de Blanca Nieves” se quedó como petrificada. No estaba acostumbrada a que su papá le leyera la cartilla y, en vez de replicar como hacía siempre, bajo la cabeza, poniendo carita de puchero.

—Esta niña es que le encantar gastarle bromas a los niños —Intervino mi tía, intentando quitarle importancia al tema —, porque lo que no ha dicho es que os hemos comprado uno a cada uno.

Al tiempo que decía esto último metió la mano en su bolso y saco dos libros y nos lo dio. Se nos quitó la cara de enfadados en un santiamén. El diario de mi primo tenía las pastas azules, el mío las pastas verdes…

Lo abrimos para verlo por dentro. Yo sabía que eran páginas en blanco, pero Francisquito no. Me dio la sensación de que esperaba que tuviera dibujitos o algo parecido, por lo que su cara de desilusión  no podía ser mayor.

—¿Esto está en blanco?

—Sí, es para que escribas en cada una de sus páginas las cosas que te pasan en el día —Le dije yo, con mi mejor voz de niño sabihondo —. Yo voy a hacer lo mismo y cuando venga no los pasamos…. ¿A qué es guay?

Asintió con la cabeza, pero parecía que no le hacía mucha gracia. La que le puso la guinda al pavo fue mi tía diciendo:

—Así practicas un poco la escritura, que tienes una letra que paque.

 

Todavía no me había repuesto de la sorpresa del regalo, cuando mi tito Paco me dijo:

—Pepito, ¿tienes la maleta preparada?

—Sí, la preparamos nada más que nos cambiamos de venir de misa. La he repasado y todo para que no se me olvide nada.

Poco después, Francisquito me ayudo a bajar la maleta y me despedí de la familia de mi tío. Doña Distinta le preguntó a su padre que cuando me volvería a traer y le dijo que seguramente en dos semanas. Me dio tanta alegría escuchar aquello, que me fui para mi prima, le pegué un abrazo fuerte y dos besos.

Montamos el equipaje en el coche y me monté en la parte de atrás. Les dije adiós por la ventana trasera, parecían el Marco del Puerto Italiano despidiendo a la madre, hasta el Facu  se había unido a ellos para decirme adiós. Aunque me sentí un poquito triste por tener que marcharme, sabía que en dos semanas volvería a estar con ellos y eso hacía que me sintiera un poquito alegre también.

Mi tito Paco, como era tan buena gente,  me puso los cuarenta principales para que fuera escuchando música moderna y guay por el camino.

Me dio un poco de coraje que los gemelos se quedaran ennoviando y no vinieran a despedirme. Por mucho que mi tita me dijera que me mandaban recuerdos, los recuerdos son recuerdos y dos besos son dos besos.

Había una cosa de mis primos que me tenía intrigado, ahora que tenían novia, ¿cuándo se pusieran malitos que harían jugar a los médicos o los actos impuros? ¡Hosquites, todavía no había salido de la granja y ya tenía otra enorme duda? Sin querer, se me vino a la cabeza una imagen de Juanito jugando a lo de las “pajas” con mi perrita Lassie y me  entro una rabia que me puse colorado como un tomate.

Menos mal que mi tío se puso a preguntarme cosas o sino me hubiera  terminado saliendo  humo por las orejas.

—¿Cómo te lo has pasado?

—¡Requetebien, siempre que vengo a la granja me lo paso muy bien!

—Pues me alegro, porque tu madre, muy buena y muy santa…

—… pero también es un poquito sargento —Dije yo con un hilillo de voz casi inaudible.

—Sí,  llevas razón —Dijo mi tío soltando una carcajada —, pero no vayas a decir que yo te  lo he dicho.

—¡Lo prometo, palabra de socio! —Dije levantando la mano.

En aquel momento en la radio pusieron una canción que me gustaba mucho y, como sabía que mi tito nunca pensaría que yo era mariquita, me puse a cantarla (aunque no muy bien, porque mi inglés tenía acento extremeño).

 

 

♫♫Sorry I'm a lady, sorry I'm a lady

I would rather be, rather be

Just a little shady, just a little shady

Nothin' dynamite, dynamite

Sorry I'm a lady, sorry I'm a lady

Have you got a light, got a light

For me tonight♫♫

 

Continuará en: Pepito Bond descubierto.

 

Hola querido lector. Si estás por aquí supongo que habrás leído el relato en su totalidad. Yo siempre llegado este punto pido tu colaboración con comentarios, e-mails, valoraciones… cualquier cosa que me haga pensar que no estoy “hablando” a la pared. Esta serie es muy especial para mí y me gustaría saber si lo que estoy haciendo con ella te gusta o no.

Si te ha gustado, y no conocías la historia,  hace poco publiqué una guía de lectura, donde en el apartado de “Los descubrimientos de Pepito” encontrarás los links de todos los episodios que la componen.

Me gustaría dar unas notas explicativas sobre “El libro de la vida sexual”. Su autoría se le atribuye López Ibor, un reconocido psiquiatra español en los años sesenta. El libro, publicado en 1968, en plena censura franquista, era un compendio de imprecisiones sin base psicológica y científica. Existe información contrastada de que gran parte del libro está “encargado” a personas ajenas al mundo psicológico y científico. Los “negros” de esta obra fueron Lidia Falcón y Eliseo Bayo, que cobraron el folio a treinta y cinco pesetas de la época. El texto fue hojeado por más de uno, en busca de las imágenes deseadas y  que estaban prohibidas por la fuerte represión de la libertad sexual de la época,  pero lo más erótico que tenía el libro eran cuadros clásicos en los que aparecían desnudos femeninos ( como por ejemplo “Psique recibiendo el primer beso de Cupido” de Gerard”) o mujeres en discretos bikinis.

El texto que lee Pepito es una transcripción exacta del libro.  Una  “joyita” que, según me cuentan mis mayores, fue culpable de muchos embarazos no deseados, pues incluía un apartado de medios anticonceptivos, más propios de la superchería que del tratado científico que pretendía ser.

Antes de terminar me gustaría agradecer los comentarios dejados en Punta Candor siempre llama dos veces: A Pepitoyfrancisquito: Como he decidido haceros trabajar en Semana Santa, he optado por dedicaros el relato. En serio, gracias por estar ahí, aunque sea haciendo horas extras. Lo de no incluir al bombero en el elenco de los amores de Mariano ha sido más por comodidad mía, que por credibilidad con el personaje. Nuestro maestrito hubiera cogido el teléfono y, a la primera de cambio, lo hubiera llamado. Tras ahorrarme un personaje para no liar más la madeja, me traigo a las Másqueperras y me casco historias con cada una de ellas, ¡con lo que tengo la misma verosimilitud que mi personaje! Yo a veces  me pregunto si lo que estoy escribiendo en esta página es una especie de autobiografía, porque más no me puedo parecer a mi personaje.  Y no mi matricula no termina en 155, que  si digo eso hay mucho hijo de puta  y  son capaces de meterme en la cárcel por ello. No sé si leeréis esto ante o después de Semana Santa. Pero en todo caso una Buena y Feliz Estación de Penitencia y a View Porn 69: Bienvenido, espero que te hayas agenciado la guía de lectura y te puedas pegar una buena empachera de relatos. No corras mucho, que yo no voy tan ligero escribiendo como quisiera.

El próximo relato que subiré a la página, formara parte de “La playa del amor”  y llevará por título “Bolos, naranjas y bolas”.  No me falten.

Hasta entonces, disfrutad de la vida que es corta y tiene fecha de caducidad.

Mas de machirulo

El Blues del autobús

Mr Oso encula a la travestí gótica

Hombres calientes en unos baños públicos (2 de 2)

Hombres calientes en unos baños públicos (1 de 2)

Desvirgado por sus primos gemelos

Un camión cargado de nabos

Cruising entre camiones

Mi primera doble penetración

Un ojete la mar de sensible

Un nuevo sumiso para los empotradores

Once machos con los huevos cargados de leche

Un buen atracón de pollas

Por mirar donde no debía, terminó comiendo rabo

Aquí el activo soy yo

Estrenando un culito muy delicioso

El mirón de las duchas

Una doble penetración inesperada

Amarrado, cegado y follado hasta la extenuación

Polvo rápido en el baño

La duquesa del coño insaciable (4 de 4)

La duquesa del coño insaciable (3 de 4)

La duquesa del coño insaciable (2 de 4)

La duquesa del coño insaciable (1 de 4)

¡Pero qué buenos están estos dos hermanos!

Una doble penetración inesperada

El mecánico siempre descarga sus cojones dos veces

Son cosas que pasan

Sexo grupal en el vestuario

La fiesta de las Coca-colas

Un casquete después de la siesta

Pepe se lo monta con sus primos gemelos

Serrvirr de ejemplo

Comer y follar todo es empezar

Con mi ojete preparado para un rabo XL

Al chofer del bus, le sale la leche por las orejas

Mamándole el ciruelo a mi mejor amigo

De cruising en la playa de Rota

Cinco salchichas alemanas para mi culo estrechito

Un mecánico con los huevos cargados de leche

El descomunal rabo del tío Eufrasio

Follado por su tío

Meter toda la carne en el asador

Míos, tuyos, nuestros… ¡De nadie!

Encuentros furtivos en el internado

Antonio y la extraña pareja

Fácil

Bolos, naranjas y bolas.

Vivir sin memoria

Reencuentro con mi ex

Punta Candor siempre llama dos veces

Hombres Nextdoor

Mundo de monstruos

Dejándose llevar

Guía de lectura año 2017

Dejar las cosas importantes para más adelante

Una proposición más que indecente

¡No hay huevos!

Ignacito y sus dos velas de cumpleaños

El chivo

La mujer del carnicero

Iván y la extraña pareja

El regreso de Iván

Guerra Civil

Las tres Másqueperras

Toda una vida

Objetos de segunda mano

Follando con el mecánico y el policía (R) 2/2

Follando con el mecánico y el policía (R) 1/2

Ni San Judas Tadeo

La invasión Zombi

Seis grados de separación

¡Arre, arre, caballito!

La más zorra de todas las zorras

Un baño de sinceridad

Barrigas llenas, barrigas vacías

No estaba muerto, estaba de parranda

Dr. Esmeralda y Mrs. Mónica

Yo para ser feliz quiero un camión

Tiritas pa este corazón partio

Corrupto a la fuga

Un polaco, un vasco, un valenciano y un extremeño

El de la mochila rosa

La jodida trena

Tres palabras

Hagamos algo superficial y vulgar

Pensando con la punta de la polla

Quizás en cada pueblo se practique de una forma

Gente que explota

Guía de lectura año 2016

En unos días tan señalados

Desátame (o apriétame más fuerte)

De cruising en los Caños

Putita

Sé cómo desatascar bajantes estrechos

Este mundo loco

Como conocí a mi novio

No debo hablar

El secreto de Rafita

¿De quién es esta polla cascabelera?

Me gusta

Me llamo Ramón y follo un montón

Doce horas con Elena

El pollón de Ramón

Dos cerditos y muchos lobos feroces

El ciprés del Rojo

Follando por primera vez (R) 1/3

Follando por primera vez (R) 3/3

Follando por primera vez (R) 2/3

Estrenando un culito muy delicioso

El mirón de las duchas

Orgia en el WC de los grandes almacenes

Once pollas para JJ

Prefiero que pienses que soy una puta

Homofobia

Adivina quien se ha vuelto a quedar sin ADSL

¡Terrible, Terrible!

Bukkake en la zona de descanso

Mi primera vez con Ramón

Tu familia que te quiere

Si no pueden quererte

Mía

Infidelidad

Dos adolescentes muy calientes

Ocho camioneros vascos

Parasitos sociales

El pollón del tío Eufrasio

Violado por su tío

Talento

Somos lo que somos

Sexo en Galicia: Dos en la carretera

Tres pollas y un solo coño

De amor se puede vivir

Duelo de mamadas

¡Se nos da de puta madre!

Dos hermanos

¿Dónde está la oveja de mi hermano?

¿Por qué lloras, Pepito?

El MUNDO se EQUIVOCA

Todo lo que quiero para Navidad

Como Cristiano Ronaldo

Identidad

Fuera de carta

Los gatos no ladran

Su gran noche

Instinto básico

TE comería EL corazón

La fuerza del destino

La voz dormida.

Como la comida rápida.

Las amistades peligrosas.

El profesor de gimnasia.

Follando: Hoy, ayer y siempre (R)2/2

Follando: Hoy, ayer y siempre (R) 1/2

El ser humano es raro.

La ética de la dominación.

¡Ven, Debora-me otra vez!

La procesión va por dentro.

Porkys

Autopista al infierno.

El repasito.

José Luis, Iván, Ramón y otra gente del montón.

El sexto sentido.

Cuando el tiempo quema.

Mi mamá no me mima.

La fiesta de Blas.

¿Por qué lo llaman sexo cuando quieren decir amor?

Sin miedo a nada.

¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?

¡Qué buena suerte!

El rumor de las piedras.

Dios odia a los cobardes.

Tres palabras.

Guía de lectura segundo semestre 2.014.

Como un lobo.

Solo Dios perdona.

El padrino.

Perdiendo mi religión.

Adiós Francisquito, adiós.

Pequeños descuidos.

La sombra de una duda.

Mis problemas con JJ.

Unos condones en la guantera.

La voz dormida.

Follando con mi amigo casado.

Si pudieras leer mi mente.

Bésame, como si el mundo se acabara después.

Si yo tuviera una escoba.

Guía de lectura primer semestre dos mil catorce.

¡Cuidado con Paloma!

La lista de Schindler.

Nos sobran los motivos.

La masticación del tito Paco.

Viviendo deprisa.

El blues del autobús.

¿Y cómo es él?

¡Voy a por ti!

Celebrando la victoria.

Lo estás haciendo muy bien.

Vivir al Este del Edén.

Hay una cosa que te quiero decir.

Entre dos tierras.

Felicitación Navideña.

37 grados.

El más dulce de los tabúes.

Desvirgado por sus primos gemelos

Las pajas en el pajar

Para hacer bien el amor hay que venir al Sur.

Tiritas pa este corazón partio

Valió la pena

1,4,3,2.

Sexo en Galicia: Comer, beber, follar....

¡Se nos va!

En los vestuarios.

Lo imposible

Celebrando la victoria

La procesión va por dentro.

El guardaespaldas

El buen gourmet

Mariano en el país de las maravillas.

Tu entrenador quiere romperte el culo(E)

Retozando Entre Machos.

Culos hambrientos para pollas duras

La excursión campestre

¡No es lo que parece!

Mi primera vez (E)

Vida de este chico.

Follando con mi amigo casado y el del ADSL? (R)

Follando con 2 buenos machos: Iván y Ramón

Trío en la sauna.

Nunca fuimos ángeles

Desvirgado por sus primos gemelos (E)

Como la comida rápida

La misión

Follando con mi amigo casado

La churra del Genaro

Uno de los nuestros

Sexo en Galicia: Tarde de sauna (R)

2 pollas para mi culo

El cazador.

Los albañiles.

Jugando a los médicos.

Algo para recordar

Mis dos primeras veces con Ramón (E)

A propósito de Enrique.

Guia de lectura y alguna que otra cosita más.

Culos hambrientos para pollas duras

Celebrando la derrota

En los vestuarios (E)

Sexo, viagra y unos pantalones anchos (Epilogo)

No quiero extrañar nada.

Punta Candor siempre llama dos veces.

4,3,2,1....

2 pollas para mi culo

Adivina quién, se ha vuelto a quedar sin ADSL

Follando con 2 buenos machos: Iván y Ramón (R)

El MUNDO se EQUIVOCA

Historias de un follador enamoradizo.

Living la vida loca

Sexo en galicia con dos heteros (R)

¿Por qué lo llaman sexo cuando quieren decir amor?

Comer, beber... charlar.

Los albañiles.

¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?

Regreso al pasado

Follando con mi amigo casado (R)

“.... y unos osos montañeses)”

El padrino

... Bubú.....

El blues del autobús (Versión 2.0)

El parque de Yellowstone (Yogui,....)

After siesta

Sexo, viagra y ... (2ª parte) y última

Before siesta

Sexo, viagra y unos pantalones anchos (1ª parte)

El bosque de Sherwood

El buen gourmet

Como la comida rápida

Pequeños descuidos

¨La lista de Schindler¨

El blues del autobús

Celebrando el partido