22 de agosto del 2012 (18:00 pm aprox.)
***Mariano***
Salgo de la ducha, me seco y apoyó mis posaderas desnudas sobre el solitario camastro de mi cuarto del hotel. Me quedo como parado en el tiempo y dejo que una sensación de desasosiego se vaya adueñando de mí hasta que me consigue embargar por completo. Es obvio que mi estado de ánimo no es de los mejores. Tan agobiado estoy que hasta me empiezo a plantear si ha sido una buena idea lo de venir con JJ y su chico de vacaciones. Tienen una relación tan especial y con tanta complicidad que, a pesar de que los dos no dejan de estar pendiente de mí, no puedo evitar sentirme desplazado. Como una especie de número primo.
Si a eso se le suma lo tocahuevos que puede llegar ser a veces mi amigo y esa habilidad suya de sacarme de mis casillas cada vez que se le antoja, la verdad es que no se puede decir que lo esté pasando todo lo bien que esperaba. Pese a que sé que me aprecia un montón y sus burlas son cariñosas, ha conseguido encenderme un poco y al despedirme de ello creo que he estado un pelín desagradable.
« ¡Vamos a ver, Mariano, no te deprimas! », me digo a mí mismo asumiendo el papel de conciencia imaginaría.
« ¡Respira hondo y tranquilízate! »
« ¿Qué es lo que te pasa? ». Lo cierto y verdad es que no me ocurre nada que no me ocurriera ya ayer, así que no sé a qué viene estar tan cabizbajo. Pero ha sido meterme entre estas cuatro paredes y me he deprimido un montón.
« ¿Qué ha sucedido hoy? » Nada que debe ser reseñable: Después de desayunar JJ ha montado un numerito en la charcutería con un cincuentón, el cabrón de mi amigo ha sacado su cara de cemento a pasear y nos hemos tenido que reír un rato. El tipo tenía una planta de facha rancio redomado de manual y nos ha soltado un discurso homofóbico de los que tiran de espaldas. Juan José se ha dejado querer, haciéndole creer que estaba de acuerdo con sus mantras y al final ha terminado pegándose un muerdo con Guillermo en sus propias narices. La cara que se le quedó al intransigente señor no tenía precio. Se quedó tan cortado que se cogió un cabreo de tres pares de narices y se fue.
En cuanto hemos llegado a la playa, les ha faltado tiempo para dejarme solo e irse a cancanear. Su excusa fue aprovechar la “hora feliz”, cosa que me sonó a música celestial, pues no creo que haya momentos donde sea más propicio el ligue que otros, ¿o sí? ¡Qué sé yo de esas cosas!
Cuando han vuelto, y para mi mayor sorpresa, JJ, con la mayor naturalidad del mundo, ha estado fardando de la buena follada que se han pegado con dos alemanes. Mira que lo conozco de hace tiempo, pues ese llamar a las cosas por su nombre tan suyo, para mi sorpresa, me sigue desconcertando.
Pero mis amigos no han sido los únicos que han sacado los pies del plato. No tener nada que hacer en todo el día creo que saca lo peor de nosotros. Nada más lo he visto llegar, me he sentido atraído por un tío que estaba en la playa con su mujer y he debido ser tan descarado mirando, que el muy caradura me ha terminado tirando los trastos no una, sino dos veces, ¡qué apuro he pasado! Se me debe notar muchísimo que me gusta, pues Isi, pues así ha dicho que se llama cuando se nos ha presentado, no se ha cortado un pelo y se me ha insinuado de la forma menos sutil del mundo. ¡Dios, qué traguito más malo he pasado!
Para más inri he tenido que aguantar las bromas de mi amigo que tiene menos vergüenza que un gato en una matanza. Con lo que ya mi empanada mental, sobre lo que debo o no debo hacer, ha sido apoteósica.
« ¿Por qué te complicas tanto la vida? »
Y no un poquito, sino mucho. Llevo un verano en el plano sexual que no paro: Iván, José Luis, Ramón… Parece que no tengo límites y ese afán por matar mi soledad no hace más que acrecentarla. Con cuantos más tíos estoy, cuanto más follo, más solo me encuentro y esta proporcionalidad inversa me está destrozando por dentro.
Mis cavilaciones se ven interrumpida por unos suspiros y jadeos desorbitados que proceden de la habitación contigua. No hay que sacarse un master en sonidos ambientales para saber qué es lo que está ocurriendo. Guillermo y JJ, quienes parecen no han tenido suficiente con el de esta mañana, están echando un polvo y, si me tengo que atener al escándalo que están formando, se lo deben estar pasando de dulce.
En momentos como estos me siento un poco celoso de su situación, del buen rollito que hay entre los dos e, inevitablemente, no puedo evitar acordarme del hombre al que más he querido y quiero: Mi Ramón. ¡Cuánto añoro a mi Ramón!
Hoy hace justo una semana que estuve con él y me parece que ha pasado una eternidad. El sexo con él es brutal y el tiempo que compartimos es de las pocas cosas que merecen la pena de la sórdida vida que nos ha tocado en suerte. De ser mi mejor amigo ha pasado a ser el mejor de los amantes.
Desde que fui consiente de cuales eran mis preferencias sexuales, he estado perdidamente enamorado de él. Siempre supuse que era heterosexual pura cepa, por lo que nunca pensé en tener nada con él y dejé mis deseos guardados bajo un candado de siete llaves. Por eso escucharlo decirle que me quiere como a nadie en este mundo, a pesar de que me aterroriza un poco, me hace sentirme la persona más afortunada de este puñetero planeta.
Durante mis vacaciones en el piso de la playa familiar, mi mala conciencia me había estado atormentando y me sentí la persona más miserable del mundo por permitir que le fuera infiel a su esposa conmigo ¡Coño, que Elena es mi amiga y me estoy acostando con su marido! Es muy buena mujer y no se merece para nada la putada que le estamos haciendo.
Sin embargo, que mi amoral relación con Ramón me tuviera con los ánimos por los suelos no significaba, ni mucho menos, que yo fuera a renunciar a mi ración de Semana Santa estival. Acudir cada año a Sevilla a ver la procesión de la Virgen de los Reyes, se ha convertido para mí en algo de casi de obligado cumplimiento. Un deber que yo llevo a cabo de la manera más gustosa y no me importa retornar al asfixiante calor de la capital andaluza con tal de ver a la patrona de Sevilla desfilando por sus calles. Lo que no estaba en el orden del día fue la visita de Ramón, quien se presentó en mi casa de improviso y dispuesto a tener sexo conmigo, sí o sí.
Tras una agria discusión, dejamos las cositas bien claras: seguíamos con lo nuestro y él no hacía ninguna tontería que pudiera afectar a su matrimonio. La disputa se convirtió en dialogo y este concluyó sazonado con besos y caricias. Hicimos el amor de un modo cercano al BDSM y, todavía no me había recuperado de la escalada de placer que me había metido, cuando me dio una sorpresa que me hizo el hombre más feliz del mundo: se quedaba a pasar la noche conmigo para ir a ver la procesión el día siguiente.
Dormir junto a él fue lo más maravilloso que había vivido en mucho, pero que muchísimo tiempo. Nada más nos despertamos, echamos un polvo de lo más brutal y después nos fuimos a ver a Nª Señora de los Reyes. Disfruté como un enano, tanto con la comitiva de la cofradía, como con su compañía. Estaba tan contento que no cabía dentro de mí, máxime sabiendo que aquello de ponerse el traje de chaqueta en pleno mes de Agosto lo estaba haciendo únicamente para darme el gusto. Lo conozco tan bien que sé que tiene de cofrade lo que yo de espeleólogo.
Decidimos ir a comer a un bar de Alcalá de Guadaira, pero antes decidimos pasar por casa para ponernos más cómodos. ¡Y tan cómodos! Fue cerrar la puerta de mi casa y se abalanzó sobre mí para robarme un beso.
—¡No te cansas! —Dije sin poder evitar sonreírle.
Me apretó fuertemente entre sus brazos y, en tono irónico, me pregunto:
—¿Tienes alguna queja?
—No, si no me quejo. Simplemente era una observación.
Antes de que nos quisiéramos dar cuenta, estábamos desnudos por completo. Dispuestos otra vez a bendecir nuestros cuerpos con una dosis de amor y a regalarnos el mayor de los placeres.
—Veo que no vas a aceptar un no por respuesta y vamos a echar un polvo antes de almorzar sí o sí.
—Sí, esto va a ser como la “siesta del fraile” —Bromeó sin dejar de sobarme de un modo tan gratificante como agobiante. Mi amigo cada vez se cortaba menos a la hora de expresar lo que sentía y estaba demostrando ser un verdadero pulpo, incapaz de parar de meterme mano por todas partes: La cara, la espalda, el culo…
—Si me parece estupendo, lo que pasa es que antes de meternos en faena me gustaría darnos una duchita.
—¡Pero qué limpio me ha salido! —Dijo anudando sus manos alrededor de mi cintura y pegando su tórax al mío.
—¿Sabías que no conquistamos a nuestra pareja por nuestro aspecto, sino por los olores —Intenté que mi voz sonará seductora, pero creo que lo que conseguí es que sonará a discurso del empollón de la clase.
Me miró, movió la cabeza en señal de suspicacia, llevó las manos a mis glúteos, aproximó su rostro peligrosamente al mío y me dijo:
—¿Pues a mí me encanta como hueles?
El tono seductor y embaucador del que impregnó sus palabras, calaron en mí de un modo brutal. Clavé mis ojos en los suyos, la nobleza y la lujuria brillaban por igual en ellos. Acaricié con la yema de mis dedos sus pómulos, lo tomé por la barbilla, aproximé su boca a la mía y lo besé.
Nos metimos en la ducha al ritmo que nos marcaban los besos, caricias y abrazos que nos dábamos. Abrí el grifo y un manto de agua nos envolvió por completo de inmediato. Su pelvis se pegó a la mía de un modo casi intimidatorio y las durezas de nuestras entrepiernas se enfrentaron en un desigual combate. Su erecto mástil se clavó en la parte baja de mi zona abdominal, tal como si la quisiera perforar.
Tras unos momentos de desorbitado frenesí, procedimos a enjabonarnos mutuamente. Sentir sus rudos dedos recorriendo los rincones más recónditos de mi piel enervó mis sentidos de un modo tal que mi excitación se volvió casi dolorosa. Él se dio cuenta y jugueteó con mi pene, masajeándolo, apretándolo… Me tenía completamente deslumbrado con esa forma nueva suya de comportarse, tan alejada del hombre que, en un principio, se negaba a besarme siquiera y limitaba nuestros encuentros simplemente al desfogue sexual. Un pasado tan cercano, que ambos parecíamos haber olvidado del todo.
Nos secamos precipitadamente y, entre abrazos, besos y caricias, nos dirigimos hacia la cama.
« ¿Desde cuándo no había estado así de bien con nadie? » Creo que nunca, lo vivido junto a Enrique no dejaba de ser un espejismo, algo que yo veía a través de mi filtro personal y que no se parecía nada a lo que era en realidad. Después de aquel desastre no había tenido el valor suficiente para enfrentar una relación de pareja. Estar con Ramón, a pesar de lo espaciado en el tiempo de nuestros encuentros íntimos, era lo mejor que me había sucedido jamás.
Retozamos unos minutos entre las desechas sabanas, como si fuéramos dos adolescentes que descubrieran su amor, dejando fluir lo que sentíamos el uno por el otro de forma natural. Aunque la lujuria era quien movía los hilos de aquel momento, podía sentir el inmenso cariño que nos profesábamos en cada caricia, en cada beso…
Noté como la fuerza de sus atenciones hacía mí disminuían por unos segundos. Un beso delicado en el cuello fue la antesala para un cambio de su actitud que culminó en una inesperada pregunta:
—¿Marianito, tú disfrutas tanto conmigo como yo contigo?
Se me tuvo que quedar cara de pasmarote, ni entendía a qué venía aquello en aquel preciso instante, ni sabía que pretendía. Así que cogí por la calle de en medio y le contesté en tono jocoso.
—No, yo esto lo hago por obligación, es una penitencia que me ha mandado el párroco de mi iglesia.
La esperada sonrisa por su parte no llegó, por lo que interpreté o que el chiste era muy malo o mi Ramón estaba con la mente en otro sitio.
—¡Pues claro que sí! ¿A qué viene la dichosa preguntita? —Concluí burlonamente al ver que no reaccionaba ante mi sarcasmo.
—Hombre te lo decía, porque primero nunca me pides nada y no le pones ninguna pega ante cualquier cosa que se me antoja…
La voz de mi amigo había perdido ese aplomo natural en él y mostraban cierta inseguridad
—¿Y lo segundo? —Le dije instándolo a que terminara de contarme algo que intuí había dejado inconcluso.
—Que nunca me dices que me quieres.
Lo tajante de su afirmación hizo que me tambaleara del pódium de inmensa felicidad en el que había subido gracias a él en las últimas horas. Inevitablemente, una culpa insoportable se posó sobre mis hombros y me vi obligado a bajar avergonzado la cabeza. Sabía que debía responderle, no tenía derecho a dejarlo sin una explicación sobre mi proceder, sin embargo me cuesta horrores mostrar mis debilidades y el amor sin medida que le profeso es la más grande de todas. Mostrarme vulnerable ante los demás ha sido algo que siempre me ha deparado nefastas consecuencias y, con los años, cada vez he aprendido a ser más cauteloso.
Sin embargo, estaba claro que ese quince de agosto lo que tocaba era ser sincero y aunque le dolieran mis palabras, él las debería escuchar.
—Creo que te he querido desde que fui consecuente con el hecho de que me gustaban los hombres. ¿Por qué no te lo digo? Porque cuanto menos suene, menos me acuerdo de que lo que siento por ti no va a ninguna parte.
Encajó aquel puñetazo dialectico lo mejor que pudo. La pasión que ambos sentíamos segundos antes, quedó borrada de cuajo por mi aseveración, que no por cierta era menos dolorosa. Aun así, el me cogió las manos, respiró profundamente y, mirándome a los ojos fijamente, me preguntó:
—¿De verdad crees que lo nuestro no va a ninguna parte?
La pasmosa nobleza que emanaban sus palabras me dejó descolocado. Respondí con ciertos recelos, fue como si la evidencia se me enfrentara y mi garganta no tuviera el valor de responderle. Como siempre opté por adornarlo con una pequeña broma, como si las risas fueran la solución para no apechugar con la realidad y seguir transitando por esa especie de huida hacia delante en la que, sin poderlo remediar, se había estado convirtiendo mi vida en los últimos años.
— Sí, tú tienes tu vida hecha, yo la mía todavía no. Tú tienes alguien con quien despertar todos los días, a mí hasta se me ha pasado ya la edad de los muñecos de peluche.
Aunque disfrazado de frivolidad, mi pequeño discurso hizo mella en Ramón. No sé qué pasó por su mente pues se limitó a apretar de nuevo mis manos y a buscar mis labios. Como no quería que un beso escondiera la franqueza que habíamos destapado, me limité a devolverle un piquito, pues no deseaba dar paso a una pasión desatada que ahogara un momento tan temido y tan esperado por mí a la vez. Ya que habíamos abierto la puerta de la sinceridad, la cruzaríamos con todas sus consecuencias.
Mi gesto de solapado rechazo a sus muestras de cariño, parecieron contrariarlo. Su rostro pasó de estar en calma a presagiar una tormenta de expresiones de enojo. Frunció el ceño y con cierto enfado me preguntó:
—¿Tú crees acaso que yo tengo la vida que quisiera?
De nuevo, me volvió a coger fuera de juego. Incapaz de decir nada coherente me limité a poner cara de no tener ni puta idea de lo que me estaba hablando.
—¡Pues no!—Prosiguió dejando ver una cierta expresión de irascibilidad —Eso de que Elena y yo estamos felizmente casados es una mentira más de las que cuentas para que la gente no descubra el fracaso en que se ha convertido tu vida.
Oír aquello fue como un aldabonazo contra la imagen idílica que yo me había montado del matrimonio de Ramón. Una existencia ideal que se fue desmoronando, conforme prosiguió dándome a conocer el cúmulo de mentiras que la construían.
— Nuestra convivencia se ha convertido en un infierno. Somos dos desconocidos que transitan en un hogar donde el único cariño que existe es el que ambos sentimos por Carmen y Alba.
De nuevo el sentido de la culpa volvió a dominarme y con un hilo de voz casi imperceptible, le pregunté.
—¿He tenido yo algo que ver en eso?
—No, la cosa venía mal desde mucho tiempo atrás. En una ocasión estuve hasta a punto de separarme y todo, pero mi madre, haciendo uso del chantaje emocional que suponen las niñas, me convenció para que no lo hiciera.
»Yo creo que tú has aparecido en el momento justo en que mi vida se estaba convirtiendo en un completo desastre. ¿O acaso crees que el día de la cena de antiguos alumnos iba tan borracho que no sabía lo que hacía?
Todo lo que me estaba descubriendo me estaba dejando sentado al borde de la mañana y con los pies colgando. Completamente descolocado lo miré en busca de una aclaración.
—No, si hubiera ido muy pasado de copas, ni se me hubiera levantado siquiera. Creo que en el fondo mi subconsciente estaba buscando alguien a quien amar y allí estabas tú para ello.
—¡Joder, Ramón! Desconocía que fueras tan filosófico, ¡ni tan romanticón!
—¿¡Te quieres callar!? No te creas que admitir todo esto para mí es fácil. Yo, como tú bien has dicho, tenía mi vida ya hecha y llegar a admitirme que la persona con quien prefiero estar en la cama es un tío, me ha costado un mundo.
Ramón había cogido carrerilla y me estaba destapando su corazón sin anestesia. Yo preocupado porque me estaba inmiscuyendo en su matrimonio y la razón de ser este había muerto Dios sabe cuándo. No era el único que vivía una farsa de cara a la galería, no era el único que tenía esqueletos en el armario. Saber aquello de primera mano, me hizo solidarizarme con él y, por qué no, amarlo todavía más. Aun así no se me quitó la mala consciencia por estar engañando a su mujer, pues sigo pensando que no se merece lo que le hacemos ni por asomo.
Incapaz de decir algo coherente con el momento que estábamos viviendo. Me limité a decir en un tono de voz casi inaudible:
—Esto me sobrepasa.
—¿Por qué? ¿Acaso te creías que esto era un juego? —Sus preguntas sonaron desafiante, como si me instara a que tomara una decisión y dejara de una maldita vez esa incapacidad de decidir mía.
—No, hombre, pero como tú me dijiste ayer que no ibas a hacer ninguna tontería…
—En eso estoy, aunque no hay cosa que me apetezca más que comenzar una vida contigo, es mucho el lastre que arrastro y no es tan fácil. ¿Qué le digo a Elena? ¿Qué consecuencias va a tener para mis niñas? Ya sabes lo crueles que pueden llegar a ser algunos niños.
Nuestra conversación prosiguió, dejamos que fluyera la confianza que nos une desde siempre y fuimos desnudando el yo interior del uno al otro. Tras muchos años de amistad, de compartir momentos buenos y malos, las ideas se fueron entrelazando y de ser una conversación, en principio bastante incomoda, se tornó en algo, que no es que fuera agradable, pero consiguió acercarnos más el uno al otro. Necesitábamos saber en el punto que estábamos y hacia donde podíamos ir. Los deseos de ambos pasaban por despertar cada mañana el uno junto al otro, pero no siempre uno puede obtener lo que quiere.
Me alegró un poco descubrir que no estaba solo en aquella batalla mía contra el muro de incomprensión que, en muchas ocasiones, resultaba ser esta sociedad en la que estamos inmersos. Su matrimonio no era una prisión mayor que para mí mis creencias religiosas, hacerle ver al mundo el amor que compartíamos no era tarea fácil. Enfrentarse al incesante cotilleo era algo que ambos podíamos soportar, sin embargo no estábamos preparado para el rechazo de nuestros seres queridos y una inmensurable tristeza se apoderó de mí.
Me volvió a agarrar las manos fuertemente, dándome a entender que no estaba solo en aquella lucha que yo ya daba por perdida. Incapaz de hacer frente a la realidad de la que intento huir siempre, metí la cabeza en su pecho esperando con ello que los problemas se acabasen, que los latidos de su corazón me dieran esa paz que tanto anhelaba.
Ramón me sacó de mi onírica guarida, me cogió por la barbilla y me preguntó:
—¿Qué hacemos?
—No sé. Hasta el momento creía que quien únicamente lo estaba pasando mal con tus ausencias era yo.
—Pues ya sabes que no estás solo en esto.
—Ya…
—No me gustaría perderte.
—A mí tampoco.
—¿Quién había planteado esa especie de ultimátum habías sido tú?
—Pero ahora la cosa varía, ¡y mucho!
—¿Por?
—¡Muy fácil, guapetón! Como bien sabes mi relación con Enrique me ha marcado mucho, me hizo desconfiado y, aunque sé que eres la mejor persona que conozco, llegué a pensar que esto para ti era simplemente una novedad, una especie de desahogo.
Por segundos frunció el ceño, no se esperaba de ninguna manera que, con todo lo que hemos vivido juntos, lo metiera en el mismo saco que a mi ex, un verdadero cabrón que me utilizó de la peor manera. Sé que no estuvo nada de bien que se lo dijera, él se guardó lo que pensaba para sí y me respondió con contundencia, sin reprocharme lo más mínimo la barbaridad que le había soltado.
—Pues ya sabes que no. Este tipo de amor es la primera vez que lo siento. Sé que no me han educado para esto, pero como me dijo mi madre: “El tren de la felicidad pasa pocas veces y hay que subirse a él, sin pensarlo” y, aunque me ha costado trabajo admitirlo, mi felicidad pasa por estar contigo.
—Entonces,… ¿qué? ¿Seguimos como estamos?
—Sí, pero con una peculiaridad nueva. No te puedo pedir que te quedes esperando a que yo tenga un día libre para compartirlo contigo. Quiero que vivas tu vida, que salgas, que entres… que te diviertas… ¡Y si se te encarta echar un polvo lo echas!
Uno de sus mayores defectos de Ramón son los celos, una falta de seguridad en sí mismo que no le pega para nada y que yo no me termino de enterar a que se debe, por lo que, lo de darme “permiso” para que me acostara con cualquiera, le tuvo que costar horrores. Algo impropio de él y muy característico de las novelas románticas, donde cualquier sacrificio es poco por la persona amada. Novelas de las que estoy seguro no ha llegado a leer ni las pastas.
Otra vez me volví a quedar sin la respuesta adecuada, otra vez mis pensamientos no se transformaron en palabras. Simplemente me limité a mover la cabeza en señal de incredulidad. Ramón, intuyendo que mis labios iban a seguir sellados, prosiguió:
—No te creas que no sé el peligro que eso entraña. Con lo enamoradizo que eres y con lo que te das a la gente, lo más probable es que un polvo se convierta en algo más.
—¿Y entonces qué?
—Pues si te consigues enamorar de alguien y ese alguien te merece la pena, no te lo pienses demasiado, pues yo no te lo voy a reprochar.
No daba crédito a lo que oía, su amor por mí parecía ser tan grande que lo único que buscaba era mi felicidad. Una felicidad que había hallado en los momentos que compartíamos, pero que conforme sus ausencias se prolongaban se iba haciendo más difícil encontrar. No sé si Ramón es la persona que me complementa, esa cuya compañía me acompañará en mi transitar por la vida. Lo que si tengo claro es que nunca había querido a nadie como lo quiero a él. Un amor que me alegra cuando lo tengo junto a mí y me hace la persona más desdichada en los momentos, como el de ahora en la playa, en que lo único a lo que me puedo limitar es a echarlo muchísimo de menos.
Como no quería que nuestras últimas horas juntos fueran un tratado sobre lo correcto o no correcto, hice de tripas corazón y le dije aquello que ambos queríamos oír.
—Creo que no estamos haciendo la picha un lío y no estamos complicando la existencia pensando en el futuro. ¿¡Qué coño sabemos tú y yo de lo que va a pasar mañana!? Lo mismo me cae una maceta en la cabeza y me deja en el sitio. Lo único que sé es que tú me quieres, que yo te quiero y que ahora estamos los dos juntos. ¿Qué carajo me importa lo que pase después?
Aquel “coger el toro por los cuernos” pareció agradarle bastante, dejó que una picarona sonrisa se asomara en sus labios y, aproximando su cintura a la mía, me dijo:
—¡Cabrón!, ¿cómo quieres que no te quiera? Si eres lo mejor que me ha pasado.
Escuchar aquello me hizo que borrara todos los malos rollos, aparqué a un lado cualquier pensamiento trascendental que quisiera salir a la luz y puse todos mis sentidos en que ambos nos volcáramos en aprovechar un momento que quizás fuera irrepetible.
Volví a dejar que la lascivia se hiciera dueña de mis actos y me entregué todo lo que pude a los placeres terrenales. Nos besamos y abrazamos de forma desmedida, como si no hubiera un mañana que vivir, como si aquella tarde fuera la última que pudiéramos compartir.
Aunque intentaba relajarme y no pensar en nada que no fuera gozar del tremendo ejemplar de macho que tenía en la cama, la pregunta que dio inicio a todo este momento filosófico, volvió a mi mente. Como sabía que aquello era como las bodas, que hablaba en aquel momento o callaba para siempre, volví a retomar la conversación en el punto que la habíamos dejado.
—¿Qué me estabas preguntando antes de que nos convirtiéramos en los hermanos tontos de Abraham Maslow?
De nuevo esa sonrisa de niño malo que tanto me gusta de él, volvió a asomarse en su rostro. Cabeceó levemente y me respondió:
—Pues algo muy fácil. ¿Qué te gustaría hacer conmigo que no te hayas atrevido a pedírmelo?
Desde el primer momento intuí hacia donde caminaba su curiosidad, no obstante oírlo de sus labios confirmó mis sospechas de un modo más que palpable. Estuve tentado de contestarle con seriedad, pero concluí que ya en aquella cama habían entrado demasiados pensamientos relevantes y opté por contar un chiste de los que yo solo entiendo:
—La respuesta es tan predecible como la de: « ¿De qué color es el caballo blanco de San Fernando? ». ¿Acaso no sabes la respuesta?
—Sí, pero quería escuchártelo decir a ti.
—¿Quieres que te diga que estoy loco por penetrarte?
—Sí.
—¿Y? —Dejé la pregunta en el aire, pues creía tener muy claro que aquella insinuación sería como algunas promesas de los políticos: algo que nos suena muy bien, pero que en el fondo todos sabemos que no se harán realidad. Así que su respuesta no me pudo sorprender más.
—No me hace mucha gracia porque temo que me va a doler, pero es algo que me gustaría regalarte, para que sepas lo importante que eres para mí.
Como en las películas tuve la tentación de pedir que me pellizcaran para saber que no estaba soñando, necesitaba corroborar que aquel ofrecimiento por parte de Ramón era tan cierto como que el sol sale por el Este y se pone por el Oeste.
—¿De verdad?
—¿Por qué no? Si he admitido que soy capaz de amarte y sigo siendo igual de hombre que antes, no creo que mi virilidad se vea mermada porque deje que me la metas.
Lo tajante de sus palabras me dejaron claro dos cosas: la primera que Ramón había asumido su nueva sexualidad mejor de lo que yo creía y la segunda que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de contentarme.
No era mi cumpleaños, ni mi santo, ni Navidad… pero me estaban haciendo el mejor de los regalos. Algo que ni en mis mejores sueños hubiera pensado que se podría hacer realidad, me lo estaban ofreciendo de la forma más natural. Irremediablemente, una desbordante ilusión se adueñó de mí y se manifestó de forma estrepitosa en mi semblante. Sin poderlo remediar, le dije y de lo más efusivo:
—¡No te vas a arrepentir!
Miré su polla, su brillante glande me desafiaba a que me lo metiera en la boca, sin embargo no me quería volcar en satisfacer su virilidad, lo que tocaba en aquel momento es que mi verga se introdujera en su inexplorada cueva. Me limité a darle una breve chupada su glande, como si con ello quisiera apaciguar los cantos de sirena de su erecto mástil.
Volqué mis atenciones sobre sus testículos. Los besé tímidamente durante unos breves instantes. Le indiqué que levantará el culo, para facilitarme el acceso a su ojete. Acerqué la nariz al caliente orificio y un fuerte olor empapó mis pupilas olfativas. Seducido por el sensual aroma comencé a lamerlo.
Al principio mi lengua recorrió tímidamente los resquicios de aquel peludo agujero, saboreando cada uno de sus pliegues de forma minuciosa. Más fue escuchar los suspiros que salían de la boca de Ramón y lo devoré con un salvaje frenesí.
Dejando la pequeña grieta empapada copiosamente con mis babas, busqué el bote de lubricante. Lo miré como pidiéndole permiso para lo que me disponía hacer, él me respondió con una sonrisa de satisfacción. Supongo que estaba tan nervioso como yo, pero conseguía disimularlo bastante bien.
Tras untar una incipiente cantidad de gel lubricante en su ano, comencé a expandirlo haciendo círculos en él. Aunque le había practicado alguna vez que otra un beso negro, nunca había jugueteado con meterle nada. Lo último que quería era que mi torpeza le causara daño, así que opté por tontear todo lo que pude para ir preparando debidamente el terreno.
Cuando lo consideré oportuno, introduje tímidamente mi dedo indicé en el interior de aquel cerrado orificio.
—¡Aggg! —Gritó arqueando las cejas y dejando que en sus labios se pintara una mueca de dolor.
Aquello me cortó un poco el rollo y creo que, como siempre, mi cara fue un espejo del alma. Ramón al verme tentado de abandonar, en un tono casi suplicante, me dijo:
—No, no lo dejes. Te he dicho que quiero que me penetres y así va ser. ¡De modo que sigues con lo que estabas haciendo, por favor!
No estaba (ni estoy) muy puesto en eso de ir estrenando agujeros cerraditos, pero si me tenía que atener al quejido que había lanzado, para dilatarlo hacia falta más que la crema. Volví a rebuscar en mi cajón secreto y saqué el bote de Popper. Dos esnifadas más tarde y mi dedo traspasaba el inexplorado túnel con una aparente facilidad.
Mis ojos recorrieron su rostro, en su expresión se podía ver una miscelánea de emociones que iban desde el placer a la sorpresa, pasando por un contenido dolor. Sometido al yugo de mis dedos, la dureza de sus rasgos se acrecentaba de un modo notable, haciéndole parecer aún más atractivo y deseable. Estuve tentado de besarlo, de fundir mis labios con los suyos, de envolver su tórax entre mis brazos… No obstante, sabía que si me distraía lo más mínimo, no podría finalizar lo iniciado, por lo que puse los cinco sentidos en la complicada tarea que me había puesto por delante.
Contemplar como mi dedo entraba y salía de su recto hizo que la lujuria se aferrara a mi raciocinio hasta ahogar mis emociones. Seguía amando a Ramón con todas mis fuerzas, sin embargo un deseo galopante hacia que mis sentimientos pasaran a un segundo plano y mi cuerpo, como un toro embravecido, solo tuviera un cometido: socavar aquella cueva inexplorada.
Quise comprobar si su ano era capaz de albergar algo de mayor grosor y probé a meterle un segundo dedo. Tras constatar que un segundo dedo se acomodaba en su interior con relativa facilidad, busqué un preservativo y cubrí mi palpitante verga con él.
—Siéntate sobre mí.
Se acuclilló de cara a mí y se acomodó sobre mi polla de un modo tan sumiso como torpe. Me sentía raro viendo como él se sometía a mi virilidad y siendo yo quien tomara el rol que él siempre había tenido designado en nuestra relación. Como consideré que uno de los dos tenía que tomar las riendas de aquel potro desbocado que era nuestras ganas de conocer cosas nuevas, opté por parecer seguro y tener las cosas bajo control.
—¡Dirígela tú! Creo que ya estás preparado, pero será mejor que seas tú quien te la vayas metiendo.
La docilidad con la que mi amigo se dispuso a introducirse mi masculinidad en su peludo agujero me conmovió, ni en mis mejores sueños yo hubiera podido imaginar algo así.
Al principio mi pene se desvió un poco del camino y parecía no tener la suficiente potencia para horadar aquel estrecho boquete. Ramón se dio cuenta de ello y volvió a echar otra enorme cantidad de gel sobre mi verga. Esta pequeña ayuda, más la certeza de saber que él deseaba esto tanto como yo, consiguió que mi virilidad atravesara su estrecho esfínter casi de manera fulminante.
Soy de los que cree que la fuente del placer es la mente, que no hay mayor fuente de satisfacción que a donde esta nos pueda llevar. Ser el único hombre que había penetrado a Ramón me ponía una barbaridad, más que la fricción de mi pene con las paredes de su ano, más que el aroma que su cuerpo dejaba sobre el mío, más que su respiración sosegada aderezada con pequeños quejidos. Tener la exclusiva de aquello, egoístamente, me hacía sentirme alguien tremendamente especial.
Una vez acomodé mi falo en su interior, y como no quería que se volviera a salir, apoyé mis manos sobre la cama y me serví de ellas para ayudarme a mover las caderas, para entrar y salir de su cuerpo a mayor velocidad. Una satisfacción inconmensurable comenzó a aflorar sobre mi cuerpo, mis sentidos se rindieron ante el alud de sensaciones y me transportaron a un lugar al que siempre querer volver. Un lugar donde solo había espacio para Ramón, para mí y para el enorme amor que nos profesamos.
Abrí los ojos y me encontré a Ramón, el malestar que le pudiera ocasionar la penetración en un primer momento, se había borrado de su rostro y solo pude ver todo lo que estaba disfrutando con ello.
—¿Lo estás pasando, bien? —Le pregunté casi de compromiso, pues no había que ser un Sheldon Cooper para darse cuenta de que sí.
Me contestó moviendo afirmativamente la cabeza y dejando que su sonrisa de pillín asomara por debajo de su labio.
Sin pensármelo incremente el ritmo de mi follada, precipitando mi cuerpo hasta la cascada de placer que reclamaba mi mente. Siendo consecuente con a aquel ritmo pronto alcanzaría la meta. Busqué sus ojos y le dije entre jadeos:
—Mastúrbate, porque yo estoy a punto de correrme…
Ver como su mano aprisionaba el enorme vergajo y comenzaba a blandirlo ante mis ojos, fue más de lo que pude soportar e, irrefrenablemente, noté como el éxtasis se hacía dueño de mis sentidos.
No había terminado yo de eyacular, cuando del pollón de Ramón brotó un geiser de esperma que empapo mi pecho, mi abdomen y hasta mi barbilla. Desvergonzadamente, saqué la lengua y recogiéndolo con los dedos devoré la esencia vital del hombre al que quiero.
Continuará en: “Ni San Judas Tadeo”.
Querido lector acabas de leer:
UN BAÑO DE SINCERIDAD
Episodio II de “LA PLAYA DEL AMOR”
(Relato que es continuación de “Hagamos algo superficial y vulgar”)
Hola, si lees esto. Me gustaría que me dejaras un comentario o me enviaras un e-mail con lo que te ha parecido mi nueva aportación a la página. Es como únicamente los autores sabemos si el tiempo que le estamos dedicando a esto nos merece la pena, o por el contrario está cayendo en saco roto.
Si es la primera vez que entras en un relato mío y te has quedado con ganas de leer más, hace poco publiqué una Guía de lectura que te puede servir de ayuda para seguir las historias de forma cronológica.
Sin más preámbulos paso a responder al único comentarista de “Yo para ser feliz quiero un camión”. A Pepitoyfrancisquito: La verdad que estas madrastras de Blancanieves lo único que quieren es que le preste un poco de atención, con lo que yo según me coja el cuerpo les hago caso o no. Aunque la verdad es que cada vez soy menos ONG y paso más de ella. En cuanto a lo que decís de Matildita y Pepito son muy parecidos y ambos les encanta ser el centro de atención, por eso chocan tanto. Lo del camión, eso que vosotros decís que no pasa en la vida real y yo contesto que la realidad supera siempre a la ficción, era la historia que tenía prevista en principio, lo de la orgía de Mariano fue algo que se me ocurrió sobre la marcha y como tenía ganas de plasmarlo en un relato lo hice. Por cierto, ¿no tendréis mucho que hacer en los próximos días?, porque en cuanto termine el último capítulo de “La asombrosa historia de Luis Barcelona” me pongo con vosotros y voy a necesitar que me asesoréis para contar vuestras andanzas.
El próximo relato será de la serie “Los descubrimientos de Pepito” y se titulará: ¡Arre, caballito, arre!
Hasta entonces procurad disfrutad de esa cosa llamada vida.