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El chivo

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El pasado de alguien  olvidado por los focos y el público, puede mover sus alas y hacer estallar la peor de las tormentas. La Ciudad del Entretenimiento lleva  sumida bastantes días  en lluvias torrenciales y sus luces de neón han quedado eclipsada bajo negros nubarrones. Lo peor es que el aguacero amenaza con calar hasta los huesos a reyes, jeques, emperadores… Nadie que sea alguien en el mundo del espectáculo está libre de la furia de la borrasca que amenaza con destrozar  todo a su paso. 

Los primeros en hablar fueron los ídolos caídos, olvidados como zapatos viejos en el bulevar bambalinas desgastadas y a quienes las escasas manos que  todavía lo aplaudían estaban empapadas de nostalgia. Culpaban a la Industria de su destino, pues  se había aprovechado de ellos de la peor de las maneras y  le había dado la espalda como un niño a unos juguetes rotos. En su despecho denunciaron actitudes reprobables, pero demasiado habituales en el negocio en que se movía. Consideraban que entregar su talento, su trabajo y hasta su cuerpo del modo más íntimo, no les había servido de nada pues  se lo habían agradecido con el peor de los ostracismos. 

Una sociedad en donde los trapos sucios no se airean en público, se escandalizo por lo que todos consideraban un secreto a voces, secretos de los que no se hablaba ni en la intimidad,  como si con ello esa impúdica costumbre consiguiera ser menos real y menos depravada.  

El nombre del acusado comenzó a estar en boca de todos, se le privo de todos sus privilegios y se le puso la etiqueta de persona non grata. Muchos eran responsables de sus faltas por mirar hacia otro lado y, ante el dedo acusador de la opinión pública, se limitaron a subirse al tren de los encogidos de hombros.

Si algo tenían claro es que de ningún modo podían dejar que su moral pública quedara salpicada por los pecados de otros, por mucho que conocieran su existencia y por mucho que hubieran trabajado codo con codo con el que ahora todas las voces catalogaban como un  abusador de cuerpos, un pervertidor de  almas.

Durante toda su vida habían seguido   la máxima de no reprobar  nunca a quien te da de comer, pues hasta el más poderoso de la Industria era consciente de que tenía un amo.  

Si en un principio los titulares se pintaron de amarillo y el histrionismo desfiló por los platós de televisión en busca de las audiencias fáciles. Una a una las supuestas víctimas, y alguna más que apareció, contaron su historia, casi siempre a golpe de talonario. Algo que era de lo más lógico, gente que  vivía en un mundo donde la ingenuidad no tenía cabida y donde todo tenía un precio, era imposible que alguna vez hicieran algo de forma altruista.

Los cimientos de la Industria se tambalearon pues las velas de la doble moral no estaban preparada para navegar soportando la tempestad que se avecinaba.

En los últimos años la Ciudad del Entretenimiento  había abandonado un número importante de sus habitantes fuera del circuito de la fama. Gente que lo había entregado todo por triunfar se veían abocados, en el mejor de los casos,  a ser meros figurantes de casposos “reality show”. Descontentos con unos dirigentes,  quienes seguían más interesados en una cara bonita y la juventud por encima del talento y del  buen saber hacer, con una vanidad a la que seguir alimentando y apartados cada vez más del sendero del espectáculo, muchos vieron en contar sus desventuras pasadas una  inmejorable oportunidad de ser otra vez el centro de los focos. Todo valía  por volver a tocar la gloria, aunque solo fuera con la punta de los dedos.

Las redes sociales se llenaron de mensajes de gente anónima que indignadas prometían no volver a ver ningún producto creado por el acusado, a quien todos comenzaron a clasificar de culpable pues eran demasiados los dedos que lo señalaban para poder obviar los que las masas aseguraban ya como cierto.  

Los dueños de la Industria se reunieron en su majestuoso capitolio. Su negocio le reportaba muchos millones de dólares y aquellos incesantes rumores  que no podían controlar, podía ser el detonante de la causa de muchas pérdidas.  

—¿Tenemos que hacer algo y rápido—.Dijo el dueño del cincuenta por ciento de la Industria,  mientras se colocaba bien su kipá y se situaba en la presidencia de la mesa de reuniones.  

—No hay nada que se pueda hacer—.Respondió secamente el que solo poseía el veinte por ciento.

—Llevas razón, desde que existe Internet, cada vez se pueden callar menos las voces discordantes—.Sentenció quien controlaba un quince por ciento.

—Sí, no podemos luchar contra los rumores, lo que podemos hacer es crearlos nosotros—.Propuso quien era propietario del diez por ciento.

—¿Crear los rumores?—.Preguntó extrañado el quinto miembro de aquella limitada junta y al que todos conocían por el nombre de cinco por ciento.

—¿Cuál es nuestro miedo? Que el escandalo salpique a nuestras bestias sagradas y esto nos suponga unas perdidas millonarias, ¿no?—.Explicó Diez por ciento ante la atenta mirada de los otros cuatro hombres quienes asentían  asombrados ante sus palabras.

»La plebe tras las primeras noticias está hambrienta de carnaza, quiere seguir conociendo historias tórridas de los poderosos. Si siguen escarbando la van a encontrar, pues, como todo sabemos, ha sido la costumbre y,  en muchos casos, era casi una condición implícita dentro del contrato de trabajo. Una piedra por la que todas y todos sabían que  debían de pasar.

—¿Y qué propones? —Preguntó Quince  por ciento.

—Buscar miembros de la industria que sean conocidos, pero que  estén en declive. Mover los hilos para que surjan voces acusadoras sobre actos pasados o presentes, darle visibilidad a esta gente y que se olviden un poco de los que realmente nos hacen ganar dinero.

—Me parece muy buena idea —Respondió Veinte por ciento asintiendo complacido.

—Habrá que hablar con los departamentos de marketing, que nos digan que elementos son prescindibles y que comiencen a levantar las campañas de rumores, de manera que focalicemos a los más medias sobre ellos —Volvió a intervenir Cincuenta por ciento —. ¿Tú en quien habías pensado Diez?

—En estrellas en declive, muy conocidas, pero que ya su presencia  haya dejado de reportarnos beneficios.

—Me parece bien, pero no creo que sea suficiente. Tenemos que darle alguien que sea famoso para las nuevas generaciones, alguien que por los trabajos que haga no caiga excesivamente bien como persona y que tenga vicios ocultos. Ganaríamos mucho si hay mezclados menores en ellos. Haremos que automáticamente la industria le dé de lado y, antes de que cualquier juez dicte sentencia, la opinión pública lo habrá declarado culpable. ¿Tenemos alguien así?

—Ahora mismo no se me ocurre nadie, pero seguro que mi departamento de relaciones públicas me dará rápidamente un nombre —Respondió el promotor de la idea, a la vez que se tomaba nota de ello en la agenda de su iPad.

Cinco por ciento movió la cabeza en señal de perplejidad, mientras apretaba los labios y enarcaba las cejas.

—¿Qué te sucede, Cinco? —Preguntó Diez por ciento a su socio al mostrar esa aparente disconformidad.

—Nada, que no sé qué haremos los que manejamos el cotarro de esta ciudad el día que se nos acaben los chivos expiatorios.

Durante unos segundos en la mesa de reuniones se hizo un inmenso y agobiante silencio, como si la culpa por lo que se disponían a realizar dejara caer un peso enorme sobre sus hombros. Sin embargo, el presidente de la mesa, dio un golpe seco sobre la brillante madera y, con una sonrisa de satisfacción en su rostro, dijo:  

—Pues inventarlos, inventarlos…. O acaso no se nos conoce por la fábrica de las ideas.

Tras el comentario del mayor peso pesado de la Industria, los otros cuatro hombres se echaron a reír, de un modo tal que parecía que sus carcajadas sirvieran para limpiar sus embarradas consciencias.  

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