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Dos hermanos

en Gays

Abril 1.978

Ernesto miró de pies a cabeza a  su hermano gemelo. A pesar de que todo el mundo decía que parecían dos gotas de agua, él era capaz de discernir cada matiz que lo diferenciaban de él y que terminaban convirtiéndolo en alguien único. Alguien de quien, desde que tenía uso de razón, estaba profundamente enamorado.

Fernando se bajó del coche luciendo una sonrisa tan generosa  que sus azules ojos parecieron brillar de la emoción.  Aunque la sombra de la mala consciencia  lo acompañaba, no dejo que ningún sentimiento negativo enturbiara  el momento.  Aquellos  encuentros furtivos, a escondidas de todo y de todos,  era lo único que le daba sentido a su vida y no estaba dispuesto a renunciar a ellos, ni por nada, ni por nadie.  

Con el Range Rover debidamente aparcado los dos muchachos se dispusieron a cerrar la puerta del garaje, no sin antes mirar si eran vigilados por ojos no deseados. Fue  simplemente correr el pestillo y el mundo exterior dejó de existir. Todo lo que quedaba fuera de la intimidad de aquellas cuatro paredes, carecía de valor para ellos. 

Con el tiempo, aquellos que los conocía llegaban a diferenciarlos, sobre todo por su desigual personalidad. Sin embargo no podían ser más idénticos aparentemente: los mismos ojos, el mismo pelo cobrizo, la misma complexión física… Pese a que todavía le quedaban unos meses para cumplir los diecinueve, el duro faenar en el campo había endurecido sus rasgos y  su aspecto, al rezumar virilidad por cada poro de su cuerpo,  era el de unos hombres más maduros. Se quedaron quieto el  uno en frente del otro, observándose como quien mira su reflejo en el espejo. Nacidos y educados en un pueblo donde los perjuicios ante lo diferente estaban a la orden del día, los dos hombres mantenían una batalla interior entre lo que anhelaban y lo que le habían enseñado era lo correcto. Tras unos  eternos segundos conteniendo los  primitivos impulsos que nacían en su interior, abrieron de par en par  las ventanas de sus sentidos,  despertaron toda la pasión que llevaban dentro  y     se abalanzaron el uno sobre el otro como dos bestias en celo.

La boca de Fernando buscó la de su hermano de un modo que rozó lo salvaje, parecía que quisiera devorarlo, degustar cada gota de saliva que manara de sus labios y absorber el calor que emanaba  su aliento. Aunque su educación pueblerina le negaba expresar lo que sentía, era más que evidente que lo quería con toda su alma y  que nada lo hacía tan dichoso como los momentos que compartían, los cuales siempre le sabían a poco.  

Presos de una demencial lujuria se fueron  desnudando mutuamente, dejando al descubierto unos musculados torsos  tostados por el abrasador sol del campo, unos pectorales que parecían esculpido por un escultor, unos enormes bíceps, unos abdómenes casi vacíos de grasa… Tan excelente forma física no era el resultado de  interminables y rutinarios  ejercicios en un gimnasio, sino de muchas y agotadoras jornadas  de labores en el campo.

En unos segundos, su belicoso duelo sexual se convirtió en algo tan natural como extraordinario. Ernesto abrazaba a su gemelo como si aquel momento no se pudiera volver a repetir, como si su tiempo juntos tuviera una fecha de caducidad. Sabía que Fernando le había prometido que no sería así que, pasase lo que pasase,  continuarían  ahogando sus deseos mutuamente.  Sin embargo, desde  que su hermano le propuso lo de hacerse novios de Marta y Adela para callar las malas lenguas en el pueblo, la horrible sensación de que todo iba a cambiar para peor no lo había abandonado del todo  y él no sabía si estaría preparado para soportar su ausencia.

Fernando, súbitamente,  apartó la cara de su hermano, la mantuvo a una distancia prudencial de su rostro y lo observó como si quisiera absorber su esencia,   dejando que la lascivia se asomara  en su mirada. “¡Qué guapo es!”, pensó mientras  le volvía a hundir la   lengua entre los labios.

Al contrario que Ernesto, él desde un primer momento había aceptado que aquella especie de historia de amor  de los dos era algo que no podía durar para siempre y que, más pronto que tarde, deberían cumplir con  lo que mandaban los cánones sociales: buscarse una mujer y formar una familia. Aunque había aceptado lo de no  poder dormir cada noche con la persona que amaba, todavía no se había resignado a perderlo del todo y, ahora más que nunca, hacia todo lo posible que sus encuentros íntimos tuvieran lugar con mayor frecuencia.

Tras un prolongado beso y, respondiendo al  volcán que parecía encenderse en  su interior, apretó fuertemente a su compañero de juegos amorosos entre sus brazos de un modo que se aproximó a lo doloroso. Su gemelo, desbordado por la pasión y por el cariño, se limitó a gemir complacido. Si la felicidad albergaba un sitio en el  corazón de los dos rudos zagales,  debería ser algo parecido a lo que sentían en aquel  preciso momento.

Ernesto, incapaz de contener sus deseos más, llevó la mano a la entrepierna de su amante, la punzante dureza que percibió le dejó claro que el tiempo de los preámbulos se estaba agotando. Se libró como pudo del  fuerte abrazó y se agachó ante él, levantó suplicante la mirada buscando una aprobación y esta llegó acompañada de un gesto de absoluta complacencia.

Desabotonó la bragueta frenéticamente, dejando que un apetito insano dominara por completo cada mueca de su rostro, una vez tuvo entre sus dedos aquella bestia hambrienta de mimos, volvió a mirar a su dueño como si  le implorara aceptación sobre lo que se disponía a hacer. Fernando, como única respuesta, le guiñó un ojo y   se mordió el labio impúdicamente

El fornido granjero olisqueo la cabeza de la delgada y larga polla que tenía ante sí, intentando retener en su interior aquel  olor a macho sudado, en un intento de retener su aroma entre sus papilas olfativas. Aunque  poseía bastante experiencia en comerse aquella caliente tranca y se conocía al dedillo todas sus zonas erógenas,  siempre  le gustaba  probar  a hacer cosas distintas para hacerlo gozar más.  En aquella ocasión la lamió repetidamente desde los huevos hasta la cabeza de flecha, muy despacito como si su voraz lengua fuera racionando el placer que era capaz de dar.

A continuación se metió el capullo entre los labios y saboreó el palpitante trozo de carne  igual que si fuera un caramelo. Después pasó la lengüita por los pliegues del prepucio, consiguiendo con esto último que su acompañante se estremeciera de satisfacción y soltara un largo bufido.

Espoleado por los placenteros sonidos, se la introdujo en la boca hasta que su glande tropezó con su campanilla. Una vez marcados los límites de su cavidad bucal,  la comenzó a mamar de un modo cuanto menos trepidante. En unos instantes un pequeño mar de baba manó de su boca, regando a su paso el vello púbico y los testículos de su amante. Inesperadamente, las manos de su gemelo atraparon su cabeza y la detuvieron en seco.

—¡Para, hermanito, para!  Si sigues así me vas a sacar la leche y hoy estoy muy cansado para poder correrme dos veces.

Aunque no le hizo mucha gracia que le cortaran en su momento de mayor apogeo sexual, el muchacho se levantó, se desnudó y se dirigió sin vacilar hacia el rincón  del garaje donde se encontraban las duchas.

Desde que a su progenitora, por aquello de que no le mancharan la casa se le ocurrió  instalar unas duchas en el garaje, los muchachos encontraron la excusa perfecta para sus secretos encuentros. Si alguien llegaba y encontraba la puerta del garaje cerrada, su coartada para tardar en salir no podía ser mejor. ¡Qué limpio y hacendosos eran los dos gemelos!

Abrieron el grifo y dejaron que un  gran chorro de agua se derrumbara sobre ellos hasta empaparlos de pies a cabeza. Durante unos segundos una cortina del transparente líquido envolvió su desnudez, limpiando a su paso las huellas de polvo que el trabajo había dejado sobre   la piel de ambos.

Sumidos en el efecto relajante de la ducha,  se abrazaron apasionadamente   y se volvieron a besar. Tras unos intensos minutos en el que los dos hombres parecían querer fundirse en uno solo,  donde sus manos se apretaban, sus torsos se rozaban impúdicamente, sus pelvis se aplastaban  la una contra la  otra y anudaban los pies como si serpentearan, una mirada fugaz se cruzó entre ellos, sus ojos conversaron en silencio durante unos segundos y detuvieron  súbitamente el apasionado momento.

Del mismo modo que si se tratara de un acto rutinario,  Fernando se echó un chorro de gel en la mano y lo expandió a lo largo del pecho de su hermano. Sus dedos le  limpiaron el tórax, las axilas, los brazos... ningún resquicio de aquel cuerpo era tabú para él. Llegado el momento, su gemelo se dio la vuelta, se apoyó sobre la fría pared de azulejos  y lo invitó a frotarle la espalda con un gesto delicadamente sumiso.

Tras masajearle los omoplatos, pasó a acariciarle el culo. Primero clavando sus dedos en las redondas nalgas hasta que  le arrancó un  breve quejido, después llevó el índice a la raja de sus glúteos para  juguetear un poco con los incipientes vellos que  allí florecían y por último, tras impregnar su falange central con abundante jabón líquido, procedió a introducirlo en  el caliente agujero.

Una pequeña punzada de dolor recorrió al fornido joven al  notar como  el rudo dedo perforaba su recto, despertando a su paso un placer prohibido.  Sin dejar de horadar sus esfínteres, Fernando  se incorporó y se apoyó lateralmente sobre la espalda de su acompañante, de manera que su codo aplastara levemente sus riñones y su  boca quedara a la altura de su oído. Cuando lo consideró oportuno, comenzó a musitarle una retahíla que intercalaba palabras de cariño con palabras de lo más obscenas.   

Con el cuerpo aprisionado contra la  fría pared, el joven granjero era incapaz de pronunciar palabra alguna. Cuanto mayor era el intento por zafarse del brusco ataque, mayor era la fuerza con la que arremetían contra él. No sabía que le producía más satisfacción si notar como profanaban sus entrañas o sentirse sometido de aquel modo. En el momento que el doloroso placer se volvió insoportable, su acompañante, como si lo intuyera,  le sacó el dedo del interior y del mismo modo que la contienda sexual se inició, terminó.

A continuación, se intercambiaron los papeles y Ernesto procedió a lavar a su hermano. A diferencia de él, se detuvo poco tiempo en su ano y mucho más tiempo en sus partes nobles, las cual masajeo con tal esmero que de nuevo, para no terminar eyaculando, le tuvo que suplicar que parara. Abrió el grifo de nuevo y el agua limpió cualquier mota de espuma  que quedará sobre sus  cuerpos. Una vez comprobó que se habían enjuagado correctamente, buscó una toalla y tras secar a su hermano, procedió a hacer lo mismo con él.

—¿Dónde me quieres follar hoy? —Preguntó de un modo casi despreocupado,  mientras se quitaba los restos de agua de sus orejas.

—Me gustaría hacerlo sobre el capot de la furgoneta, ¡la última vez estuvo de miedo!

El muchacho, como era habitual en él, accedió a la petición  y se tendió sobre la parte delantera del vehículo que le habían indicado. Era curioso el modo que Ernesto dejaba a su gemelo llevar la iniciativa en todo y es que desde muy pequeño, para no contrariarlo, se había acostumbrado a que él tomara todas las decisiones. Quizás lo hacía porque Fernando no se había aprovechado nunca de ello y de manera velada tenía muy en cuenta sus deseos. Era tanto lo que lo respetaba que, a pesar de que su hermano desde un primer momento adoptó el rol de activo, alguna vez que otra se dejó penetrar. No obstante, era obvio que no disfrutaban del mismo modo, con lo que le quedó claro a ambos que no merecía la pena  intercambiar  sus papeles.

La imagen que el  pasivo granjero ofrecía tendido sobre el capot del coche y con las piernas replegadas para dejar más libre  el camino hacia su ano era de lo más sugerente. Toda su virilidad pareció esfumarse por completo y en vez de un hombre corpulento, su aspecto recordaba al de un débil jovencito. Un débil jovencito que hacía hervir la sangre de su hermano, quien  endurecía su miembro al máximo para taladrar su recto de forma contundente. Se encontraba tan excitado que, a pesar de que se acababa de duchar y aquella primavera estaba siendo fresca, unas pequeñitas gotas de sudor comenzaron a brotar de los poros de su frente y de su espalda, exteriorizando el fuego que crecía en su interior.

Fernando agarró a su gemelo por la cintura, condujo su pene hacia la caliente entrada, la cual estaba tan dilatada que su masculinidad entró en el como el cuchillo en la mantequilla. Un pequeño grito de placer brotó de los labios de Ernesto y  fue ahogado por la palma de su mano. Paulatinamente el ardiente ariete fue traspasando los anillos de sus esfínteres, buscó el rostro de su amante y como este se retorcía todavía en muecas de dolor, dejo su brusquedad aparcada y, sacando su lado más tierno a relucir, comenzó a acariciar delicadamente sus corvas.

Poco a poco su virilidad fue acomodándose en las entrañas de su gemelo y los pliegues del sensual orificio parecían agrandarse con cada pequeña embestida. En el momento en que consideró que su ano había dilatado lo suficiente y que ya no le hacía daño, empezó a mover su cintura suavemente  y de forma circular, como si  su verga quisiera marcar un territorio dentro de aquel agujero. Una vez consideró que estaba preparado para una buena cabalgada,  lo agarró fuertemente por la cintura y  movió su pelvis de un modo desenfrenado para propiciar un salvaje mete y saca.

La pasividad con la que Ernesto soportaba cada envite solo era comparable al brío con la que su gemelo impulsaba los músculos de sus glúteos.  Los dos hombres parecían dos piezas de un engranaje que funcionaban perfectamente sincronizado, la energía con la que aquella polla empujaba era la misma con la aquel culo se agrandaba para dejarla pasar.

En un momento determinado, Fernando, haciendo alarde de una vitalidad fuera de lo común, levantó a su hermano en volandas,  una vez  este anudó sus brazos alrededor de su cuello, buscó sus labios con una fogosidad inusual y  prosiguió penetrándolo con el mismo ímpetu. Pasión, necesidad fisiológica, cariño, lujuria, se mezclaban y  a la vez se dejaban ver en cada movimiento de aquella hermosa coreografía de cuerpos, lo que la convertían en algo único, excitante y hermoso por igual.

En el momento que las piernas le flaquearon un poco volvió a tenderlo sobre el capot del coche, donde, sin desfallecer ni un segundo,  reinició la salvaje follada. Agarró fuertemente a su hermano por las caderas y prosiguió taladrándolo como si no hubiera hecho otra cosa a lo largo de su vida.

—Hermanito, ¿sabes que me gusta más que follarte? Echarte toda la leche dentro, para ver cómo después gotea.

A Ernesto no le hizo falta tener ese vínculo que dicen tener los gemelos, para saber que Fernando se disponía a correrse. Irreflexivamente, cogió su polla y se comenzó a masturbar enérgicamente. Mientras empujaban sus cuerpos al precipicio del placer, las miradas de los dos hombres se buscaron y se gritaron en silencio lo mucho que se querían. Aquel momento tan mágico y sublime quedó roto por un concurrente grito de “¡Me corro!”. A continuación un caliente  geiser de vida muerta invadió las entrañas de Ernesto, al mismo tiempo que una abundante mancha de esperma se expandía por su abdomen.

Tras la salvaje eyaculación, durante un instante la culpa, como siempre,  vino a visitarlos, no obstante, estaban acostumbrados a ella que sabían que la única forma de soportarla era reconfortarse mutuamente. Fernando dejo caer su pecho sobre su hermano, mientras lo abrazaba y lo besaba, una pregunta tintineante martilleaba su cerebro: “¿Cómo algo que nos hace tan feliz puede ser considerado una perversión por  los demás?”

Si te ha gustado esta historia, hace tiempo publiqué otra protagonizada por ellos: Desvirgado por sus primos gemelos.

Si te quedaras con ganas de seguir leyendo historias mías, hace poco publiqué una guía de lectura que te puede servir de ayuda para situarte  a la hora de leer las distintas series.

Nota para los lectores habituales: El presente relato se puede considerar una especie de episodio especial de “Los descubrimientos de Pepito”, pues al relato de Ramón que le tocaba se ha quedado un poco atascado. Como lo he pasado bien escribiéndolo y se me ocurren otros secundarios de mis series a las que le podía dar un poco más de protagonismos en historias auto conclusivas, me gustaría saber tu opinión al respecto y en otras ocasiones que la historia principal (como es el caso) se me quede atascada recurrir a ellos. Como siempre digo, me gusta saber tu opinión (para eso tienes la sección comentarios y el correo) y de camino podrías sugerir que secundarios te gustaría ver como protagonistas. Recuerdo que los seis protas de las series son : Mariano, JJ, Ramón, Iván, Guillermo y José Luis.

 

Sin más paso a dar las gracias a todo aquel que leyó, valoró y comentó “¿Dónde está la oveja de mi hermano?” y a modo particular: A vieri32: La verdad es que como bien dices el episodio es de transición, se abre muchos frentes para posibles aventuras del chaval: el profesor con la limpiadora, las pajas del hermano, el soborno por parte del novio de la hermana, un nuevo fin de semana en la granja con Francisquito… Es la historia que mejor me paso escribiendo, gracias por leer y por comentar; a mmj: Aunque sé que las historias de Pepito poco pintan en una página como esta, desde el momento que me propuse contar la “vida” entera de JJ, sabía que tendría que contar su infancia, lo que pasa que lo que iba a ser media docena de episodios se han convertido en más. De todas maneras, aunque no sé cuántos capítulos va a tener todavía, ya sé cuál va a ser el final. En cuanto a la historia de Mariano, queda bastante todavía para ver el final. Espero verte por aquí; a hasret:  No tienes porque excusarte. ¡Ojala todos mis lectores fueran como tú! El pequeño problema que tenemos los autores con los comentarios es que, entre los que nos leen que no están dado de alta, los que están dado de alta que ni comentan ni valoran…  Al final tenemos la sensación de que escribimos para la pared, pues obtenemos la misma retroalimentación cuando nos salen las cosas bien, que cuando nos sale las cosas mal; a Ozzo2000: Esta historia, aunque Pepito no aparece por ningún lado, está ambientada en su época. ¿Te ha parecido igual de refrescante? Ja, ja, ja.; A  Pepitoyfrancisquito: ¿No os enfadáis si os copio la idea de la oveja invisible? Aunque tengo ya pensado el final de la aventura de Pepito Bond, buscando la oveja del hermano. Seguramente recurra a vuestra sugerencia, pues me parece muy buena (Todavía estoy riéndome). En cuanto a Ángel y su alíen, volverán a salir (aunque tardará un poquito), porque ahora tocan unos días en la granja, donde saldrán más personajes nuevos. ¿Habéis visto que los gemelos cuando no lo vigilan ustedes juegan a los médicos mucho mejor?  y a Tragapollas Manchego: El relato anterior era una especie de boceto que tenía para la introducción de dos personajes nuevos: Rogelio y Pastora, la madre del Rafita, le di un poco de forma y lo hice relato (no terminaba el relato que le tocaba ni de coña). En cuanto a lo de poner “Sin sexo”, ja, ja, ja es porque tratándose de la página que es, deberás reconocer que el sexo que tiene es un poco light y prefiero que la gente no se cabree porque se sienta engañada. Lo de bujardon es un vocablo extremeño (creo que en desuso) que viene a significar espabilado, listo…  

Bueno, en quince días ( más o menos) volveré con un episodio de “Historias de un follador enamoradizo” protagonizado por Ramón y que llevará por título: “De amor se puede vivir”

 

Hasta entonces procurad disfrutar de esa cosa tan estupenda llamada vida.

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Los gatos no ladran

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Follando: Hoy, ayer y siempre (R)2/2

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El ser humano es raro.

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¡Ven, Debora-me otra vez!

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El sexto sentido.

Cuando el tiempo quema.

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¿Por qué lo llaman sexo cuando quieren decir amor?

Sin miedo a nada.

¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?

¡Qué buena suerte!

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Adiós Francisquito, adiós.

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Guía de lectura primer semestre dos mil catorce.

¡Cuidado con Paloma!

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Nos sobran los motivos.

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