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Doce horas con Elena

en Gays

HISTORIAS DE UN FOLLADOR ENAMORADIZO.

EPILOGO

DOCE HORAS CON ELENA

21/08/12

08:30

Existen distintos tipos de verdad, desde las más superficiales que contamos a nuestros conocidos, hasta la más profundas que solo somos capaces de manifestar a nuestro círculo más íntimo. Pero existe una verdad última que no somos capaces de reconocer ni ante nosotros mismos, una verdad que nos define a lo largo de nuestras vidas.

Para Elena esa verdad última encierra, junto a una  existencia embutida en  culpas, la realidad de que no  es la  buena cristiana que todo el mundo cree. Por mucho que confiese sus pecados e intente expirar sus faltas ante el Señor,  ella está convencida de que sus secretos la harán arder en el infierno. Por muy generosa que sea con los demás, por mucho que se implique en las obras sociales y por más horas de su tiempo que invierta en los más desfavorecidos,  ella está segura de que su vida después de la muerte no transcurrirá en el  Cielo,  ni al lado de su venerado Dios.  

Hay  días que la pesada carga de la mentira se le hace soportable, no obstante en mañanas como la de hoy, con su marido abstraído y con la cabeza en otra parte, se siente la peor persona del mundo. De un tiempo a esta parte lo ve un poco más animado que de costumbre, ella se figura que es  por lo rápido que su suegra ha ido mejorando  del accidente o porque la vuelta al trabajo está siendo mejor de lo que pensaba. Sea lo que sea, está segura de que ella no tiene nada que ver con el cambio de humor de Ramón. Su incorrecto proceder de lo único que la hace responsable es   de haber  dejado que el  destino de ambos caminara  por la senda del despropósito.

¿En qué momento falló a su Dios y  se dejó seducir por la lujuria? Apenas contaba dieciocho años cuando un amor prohibido llamó a la puerta de su inocencia. Un padre autoritario y poco permisivo, se encargaba de mantener su libertad atada en corto, con sus amistades, idas y venidas bajo un estricto control. Algo a lo que ella no ponía demasiadas pegas y veía como algo de lo más normal, pues era lo propio del ambiente en el que se había criado.

Desde muy pequeña se le había inculcado una estricta fe religiosa y ella se había creído a pie juntillas tanto la música, como la letra, de los cantos eclesiásticos. Se creyó lo de un amor decente y desnudo de pasión. Un amor cuyo principal y único propósito era la procreación dentro del santo sacramento del matrimonio. La pasión y el deseo era algo para lo que no la habían educado en su encorsetada vida. Una especie de perversión ante la que  debía estar alerta, una incitación  que debía aprender a reprimir y no rendirse jamás ante ella.

Aunque no poseía una belleza espectacular, poseía unos rasgos delicados y una hermosa sonrisa a la   cual  la energía  de la juventud confería un atractivo bastante singular. Sin embargo, si había algo que llamaba la atención de ella eran sus enormes ojos pardos. Unas  ventanas al alma que, a pesar de las ataduras morales y espirituales que la refrenaban, ardían con un fuego capaz de encender el más frio de los corazones.

Los caminos de la pasión son inescrutables. Su severo padre había fabricado una jaula de cristal para su vida, una cárcel donde no había fugas de seguridad y  donde los distintos  sucesos de la vida acaecían según lo establecido. Lo que no sabía el bueno de José, es que al campo no se le pueden poner vallas. Por mucho que quisiera ahogar en su hija esa pecaminosa lascivia que él sintió en la juventud y que solo la fe en Dios le hizo enmendar en su madurez,  eran intentos vanos. A la ferviente llama que nacía en el pecho de Elena  no se la  podía apagar con creencias  espirituales y con rezos a un ser divino. Ese ardor únicamente se podría calmar con el roce de otro cuerpo, con la sensación de albergar en su interior  la virilidad de un amante.  

Elena había abrazado las liturgias ceremoniales llena de ilusiones. Se había dejado empapar por las enseñanzas de las Santas Escrituras y para ella no suponía ningún problema obedecer sus designios. Su fe era tan inmensa que no podía ser más dichosa sintiéndose tocada por la mano del Altísimo, por lo que no se  cuestionaba  en lo más mínimo ninguno de sus preceptos.

Como ocurriera con Eva en el Paraíso, ella tuvo una manzana que le incitó a desobedecer los preceptos dados por su Señor. La tentación en forma de hombre apareció un día en una de las reuniones de la congregación religiosa que frecuentaba. Era un compañero de su padre de trabajo, nacido y criado en Dos Hermanas, pero que ahora vivía en Sevilla. Su progenitor le habló de las labores sociales que el grupo parroquial hacia y, como buen cristiano, se ofreció a colaborar con ellos en todo lo que  buenamente pudiera.  

La tarde que lo conoció, el corazón pareció darle un vuelco. Era alto, elegante, con buen porte, de piel aceitunada y  con un ensortijado cabello negro. No es que fuera excesivamente guapo, no es que tuviera un físico portentoso… Lo que la tenía  completamente encandilada era el aura de bondad  que parecía emanar sus palabras, la generosidad de sus sonrisas, la amabilidad que rezumaba cada uno de sus gestos con los demás. Tanto más avanzaba la tarde, más castillos de fantasías se fueron construyendo en la mente de la ingenua Elena, quien parecía haber encontrado en Tomás  a su futuro esposo y el padre de sus hijos.

Aquel hombre no tenía nada que ver con sus insulsos compañeros de Instituto, ni con los chavales del pueblo.  No le supuso ningún problema  que fuera diez  años mayor que ella, pues consideró que  todavía era lo bastante joven para poder formar una familia cristiana.   Descubrir por su boca que estaba casado y que Dios no había tenido a bien mandarle hijos,   fue como una apisonadora para el palacio de sus ilusiones. Donde segundos antes ella había visto surgir un feliz hogar,  solo quedaba  un decepcionante solar de tristeza.

La chispa del amor no fue unidireccional, bastó que se trataran tres o cuatro veces, para que también  en Tomás  tuvieran efecto la candidez y simpatía de la grácil muchacha. A pesar de que conocía que se debía a su mujer, a los irrompibles lazos del sacramento del matrimonio, el estado de felicidad que le producía hablar con ella y las mariposas que danzaban en su estómago cuando estaba cerca, eran sentimientos que ni la más sagrada de las ataduras podían mantener bajo control.

Consecuente con lo peligroso de su proceder, él intentó frecuentar  menos  la parroquia de su pueblo natal, evitó su presencia en la medida de lo posible, pero un amor verdadero había llamado a las puertas de su corazón y no tenía fuerzas suficientes para negarlo, ni para reprimirlo. Se mintió, se intentó convencer de que lo que sentía hacia ella era solo una gran amistad y con la firme creencia de que  lo que estaba haciendo no era pecado, se dejó seducir por unos incesantes cantos de pasión. Una irrefrenable pasión terrenal a la que ahogó con penitencias mientras pudo y que como un caballo desbocado escapó despavorido  en cuanto vio la más mínima oportunidad.

La primera vez que sucumbieron a su amor,   el cielo, como si presagiara su pecado, comenzó a llorar desconsoladamente. Era una tarde de finales de septiembre, una  inesperada tormenta otoñal terminó con los rescoldos de un verano que parecía no querer irse. Al salir de clase,  ataviada con  ropa ligera y sin un paraguas bajo el que refugiarse, la joven  e impaciente Elena, al ver que no escampaba y sin nadie que  la pudiera llevar a casa, tomó la insensata decisión de volver  andando.

Una falsa providencia hizo que Tomás pasara por allí con su coche y se ofreciera acercarla. Entre las clandestinas costumbres de aquel hombre estaba la de vigilar secretamente, y de vez en cuando,  las idas y venidas de la joven, por lo que no fue extraño que apareciera por allí para  salvarla de una buena mojada y, por ende, de un tremendo resfriado.

Al montarse en el vehículo, la tormenta se embraveció dejando   que una enorme manta de agua los envolviera por completo.  Durante unos segundos se sintieron invisibles al mundo, como si la torrencial lluvia quisiera apartarlos de la vida que sufrían y les regalara un momento de esa realidad que tanto soñaban.  En el interior de aquel automóvil, transformado en   una pequeña isla en un mar de gente, una chispa no tardó en encenderse entre los dos y el  habitual saludo de dos besos en la cara, concluyó con los labios de ambos rozándose involuntariamente.

Una electrizante descarga recorrió el cuerpo de ambos, durante un segundo se sintieron como si tocaran el cielo con la punta de los dedos y al siguiente los remordimientos los empujaron al infierno. Obviando cualquier culpa y dejando que fuera su corazón quien razonara por él, los dedos del hombre tocaron suavemente una de las sonrosadas mejillas de la chica como estudiando su rostro. Había tanta ternura en aquel roce que ella meció la cabeza implorando un poco más de sus caricias. La miró y se encontró con el fuego de su mirada, una puerta al frenesí que no quería cruzar, sin embargo su voluntad se hizo tan pequeña que acercó sus labios a los de ella y tras besarla repetidamente en la puerta de la boca, dejo que su paladar se adentrara en ella y bailara  con la inexperta lengua de la adolescente. Al apretarla entre sus brazos, sintió como temblaba, un poco por el frio de la pequeña mojada que había cogido y un mucho por la emoción del momento.

El  torrencial chaparrón igual que vino se fue, la pantalla de agua que los separaba de la realidad se esfumó y antes de que el fantasma de sus culpas viniera a pedir cuentas, Tomás buscó la franqueza en su rostro  y le preguntó:

—¿Has esperado esto tanto como yo?

Elena, sin dejar de tiritar, asintió con la cabeza. Estaba aterrorizada por lo que acababa de hacer, pero una especie de  calor palpitaba  en su pecho e hizo que se le acelerara la respiración. Sintió como la parte alta de sus muslos reclamaba mimos, como sus pezones se endurecían al leve contacto de aquel hombre. Todas aquellas sensaciones que su madre intentaba ahogar con plegarias de eternos rosarios, florecían sin parar como la mala hierba, hasta subyugar por completo a su raciocinio.    

Tomás, al igual que ella, era un océano de sentimientos encontrados. Estaba traicionando a su fe, a su mujer, estaba transgrediendo todas las leyes sagradas que le habían inculcado… Por más que intentaba hacer lo correcto, la pasión lo hacía esclavo de la situación y no podía evitar desear acercar su cuerpo al de aquella chiquilla. Un sudor frio le recorrió la frente, lo que se disponía a hacer  era un enorme disparate y   no tendría vuelta a atrás. Dejándose enredar por la locura, arrancó el coche y condujo en dirección a lo prohibido.

La vida consiste en   una concatenación de sucesos  que nos hacen evolucionar. La primera vez que hacemos algo nos hace ser distinto a lo que ante éramos y son la suma de esos novedosos momentos los que  van marcando nuestra existencia. Aquella tarde para Elena hubo unas cuantas primeras veces. La primera vez que visitó el piso que los padres de Tomás le habían dejado en herencia, la primera vez que hizo el amor con un hombre y  la primera vez que mintió a sus padres sobre dónde había estado. Tres decisiones que darían un vuelco a su  más que organizada vida.

Una sobrecogedora sensación de agobio la embargó cuando entraron en el antiguo piso de los padres de Tomás.  La vivienda estaba lejos de ser un picadero, olía a cerrado, estaba sucio, sin luz,… Sin embargo tanto a él, como a la muchacha le parecieron el lugar más cálido del mundo, sin ni siquiera desnudarse del todo, y dejando que un precipitado deseo fuera el motor de sus actos, se entregaron a la lujuria que bullía en su interior sobre uno de los muros del salón.  Cuando Tomás comprobó que, tal como sospechaba, la muchacha era virgen, una sensación mitad culpa, mitad orgullo dominó sus sentidos. Al tiempo que su masculinidad invadía el inexplorado jardín del vientre de la muchacha, la cogió por la barbilla y la besó. Hacer el amor con ella fue tan maravilloso como lo había imaginado. Un sentimiento de dicha tan inmenso lo embelesó, que no pudo reprimir que su rostro se humedeciera con lágrimas de felicidad.

10:30

—Mamá, ¿por qué tenemos que ir esta tarde a casa de la tita Silvia?

—Porque la prima Paula y el primito Daniel quieren jugar con vosotras.

—¿Y por qué no te quedas tú con nosotras?

Elena mira a su hija pequeña y no puede evitar ver en ella a su cuñada Marta. No solo se  parece físicamente a ella, los mismos ojos, la misma cara… Hasta  ha heredado su carácter cargante y su espontaneidad. Guarda más parecido con su cuñada, incluso que sus propios hijos. Aunque el amor que siente  hacia sus retoños no tiene parangón, hay momentos en que la energía que desprenden, sobre todo la pequeña, la agotan. Y esa similitud hacia la hermana de su marido, a la que soporta a ratos, no hacen más que acrecentar ese sentimiento de fastidio.

—Porque tengo que ir a una reunión parroquial —Responde con tal hastío que recalca  contundentemente cada palabra.

—¡Ofu, con la parroquia! —Refunfuña la pequeña —Entre papá cuidando de que no roben los ladrones  a la gente y tú siempre rezándole al Señor, parece que no tenemos padres.

Las palabras del pequeño tabardillo son pronunciadas desde la inocencia y  su descontento le llega a Elena muy profundo. Se siente la persona más egoísta del mundo. Está tentada de telefonear para anular su cita de la tarde, pero  no hace falta pues su hija mayor intercede por ella.

—Alba, ¿Por qué eres tan caprichosilla? —La voz de Carmen irradia una sabiduría poco común para su edad —Mamá siempre está pendiente de nosotras y para un día que nos deja a cargo de la tita Silvia, te pones a protestar…Además, ¿cuántos días llevas diciendo que quieres ir a jugar con la primita Paula?

La convicción que emanan sus palabras parece no convencer  del todo a la pequeña de la casa, quien, en un primer momento, pone cara de contrariada.  Reflexiona levemente  y  no tiene más remedio que rendirse  ante la sensatez de su hermana mayor. Lo que no quiere decir que desista por completo  de sus caprichos.

—Es que a mí me gustaría que se quedara con nosotras…—Masculla a la vez que hace un pequeño puchero. 

Elena al ver como la tristeza da un brochazo en el rostro  de la niñita, se sienta junto a ella y echándole una mano sobre los hombros le dice:

—Hoy me es imposible, pero la semana que viene te prometo que me quedó con vosotras, ¿ok?

Los ojos de Alba  pasan de estar a punto de presagiar lágrimas a brillar de contento. Vuelve a mirar a su madre con ese inocente descaro suyo y le dice:

—¿Lo prometes?

—Lo prometo —Dice Elena  levantando la mano y  mostrando la palma de su mano derecha tal como si estuviera haciendo un juramento sobre la biblia.

La chiquilla satisfecha por la respuesta de su progenitora  ladea la cabeza buscando la complicidad su hermana, quien le sonríe por debajo del labio y prosigue desayunando apaciblemente.

Cuando las niñas terminan de tomarse el vaso de leche y la tostada con aceite, recogen la mesa y dicen que se van a jugar a su cuarto, dejando a su madre haciendo las tareas de la cocina.

En la soledad de sus labores caseras,  los pensamientos de Elena se enmarañan entre los recuerdos y la culpa. Se siente mal por tener que engañar a sus seres queridos, por inventarse excusas constantemente, máxime cuando aquello  que impulsa sus mentiras es lo único que da sentido a su existencia. Una existencia donde las únicas cosas que siguen teniendo sentido son el amor que procesa a sus dos retoños y su mórbido secreto.

Como una pesada loza, los recuerdos  de los  días siguientes a  su primera vez,  resurgen en su memoria.  

Ocultar lo que realmente había sucedido con Tomás a sus padres y su hermano, le hizo sentirse sucia, la peor de las cristianas. Por el contrario, revivir lo ocurrido en el deshabitado piso  solo le producían sensaciones  agradables.  Acoger en su vientre la virilidad de su amante había sido lo más gratificante que había sentido nunca, y ni el mayor de sus remordimientos, le podía hacer olvidar la emoción tan sublime que era conocer de primera mano el amor carnal.

A los sentimientos de culpa que fueron ensombreciendo aquellos días, hubo que sumarle el de la tristeza. Tomás dejó de aparecer por la parroquia. Indagó sobre su paradero y la única respuesta que obtuvo es que ahora se quedaba en Sevilla para asistir a las misas en el barrio de  su mujer.  Un día, tras enterarse de la dirección exacta, se armó de valor y se presentó, en horario sacramental, en la Iglesia de San Pablo.

Su enamorado al verla se quedó blanco, una expresión de terrorífica sorpresa llenó su rostro, intentó guardar la compostura como pudo, pero un estado de ansiedad se apoderó de él. Su demonio interno le susurraba que caminara hacia  ella y la estrechara entre su sus brazos, el ángel de su consciencia le gritaba que la sacara de allí y que no destrozara su matrimonio. Se inventó una excusa absurda con su mujer y disimuladamente pidió  a Elena que saliera del templo para poder hablar.  

Fue sentirla cerca y, a pesar de la amalgama de sensaciones desagradables que parecían dominar su raciocinio, el pulso se le apresuró desorbitadamente. Era más que obvio que estaba locamente enamorado de aquella muchacha, pero su educación no paraba de vociferar  en su cabeza que aquello que sentía estaba mal, muy mal.

—Elena, ¿qué haces aquí? —Preguntó con voz temblorosa.

La joven no tenía una respuesta para su pregunta y   se le quedó mirando atónita, había tenido el valor de ir a buscarlo, pero ahora que lo tenía ante sí, no era capaz de encadenar un par de palabras seguidas. La respiración se le aceleró y el deseo irrefrenable de ser besada por aquel hombre comenzó a bullir en su interior. Intentó ser consecuente con lo que sucedía y con un pequeño hilo de voz le dijo:

—¿Qué pasa con lo nuestro?

—Lo “nuestro” nunca debió haber sucedido.

—¿Fue… un… error?

—No, fue el mayor de los pecados

La contundencia con la que fueron pronunciadas aquellas palabras  fueron puñaladas que terminaron por desgarrar las efímeras ilusiones de la adolescente, quien incapaz de refrenar  el dolor que emergía de su pecho, se marchó corriendo.

Durante meses Elena estuvo navegando entre la tristeza y los estados depresivos. La alegría de sus ojos parecía haberse esfumado y sus sonrisas eran forzados brochazos de felicidad en un rostro que había perdido todo entusiasmo. Despertar se había convertido en una tortura rutinaria, donde la esperanza en un futuro mejor se había difuminado por completo.  

Poco a poco, y gracias a sus amigos de la parroquia, fue recuperando las ganas de vivir. Aun así, su “pecado” con Tomás le había hecho perder la fe en el género humano y, sobre todo, en sí misma. Se veía como un ser depravado, un ser capaz de priorizar los placeres carnales a los espirituales. Una visión personal que no mejoraba por mucho que se confesara con su párroco, por muchas penitencias que hiciera, ni  por muchas buenas obras que realizara.

Un año después, en la  celebración de la boda de una prima, conoció a Ramón. Aunque en principio no le llamó la atención como hombre, poseía un don de gentes y una nobleza que consiguieron ganarse su simpatía. Saber de su boca que se sentía atraído por ella, junto al añadido de que contaba con el beneplácito de sus padres, quienes conocían a su familia de toda la vida, propició que consintieran en darse  los teléfonos para quedar otro día.

Durante los tres años que duró su noviazgo, creyó estar enamorándose de él, era la persona más cariñosa y detallista que había conocido nunca, tenía todo lo que cualquier mujer podía buscar en un hombre… pero aun así,  nunca sus besos, y eso que se esforzó en ello,  le hicieron olvidar a los de Tomás.

Amparándose en  sus creencias religiosas, se negó a tener relaciones prematrimoniales. En la noche de boda, haciendo uso del viejo truco de la cascara de huevo, hizo creer a su marido que había llegado virgen al altar. Si hubiera empatizado lo más mínimo con Ramón, se habría ahorrado el nefasto paripé, pues a él ser el primero o no, era algo que no le podría importar menos.

Fue sentir la polla de Ramón en su interior y descubrió que ninguna de las muchas cualidades de su recién estrenado esposo la harían olvidar lo que sintió entre los brazos del hombre que la desfloró, que por mucho que ella se lo negara,  su corazón, su vida y su pasión se habían quedado relegados en aquella tarde lluviosa.

Puso todo el empeño que pudo y más, pero  fue incapaz de sentir el mismo deseo que por Tomas.  En atención al enorme afecto que lo unía a su marido, fingió disfrutar de sus caricias y del acto amoroso. Una actuación digna de un Oscar y que formó parte de su vida durante los siguientes años. Había pasado de ser protagonista de su vida, a simplemente actuar en ella.

La ilusión por vivir volvió a renacer en Elena el día que, tras cuatro años de matrimonio, supo de la noticia de su embarazo. Le daba igual que fuera un niño o una niña, ella ansiaba un ser diminuto  en quien volcar todo el amor que tenía dentro. Nueve meses después vino Carmen al mundo. Un pequeño sol que iluminó sus noches y sus días, como nunca nadie antes lo había hecho.

Sin embargo, la dicha duró poco en la familia. A los pocos meses de nacer su primera nieta, Antonio, su suegro, cayó gravemente enfermo y en un par de semanas falleció. Un destructivo cáncer vino por él y no se pudo hacer nada. A pesar de que no lo amaba como hombre, sentía un enorme cariño por él y se entregó plenamente a la tarea de ser el  soporte de su marido,  a quien aquella repentina muerte  había dejado destrozado casi por completo.

En las misas por el alma del padre de Ramón, se reencontró con Tomás. No les hizo falta intercambiar más de tres frases para descubrir lo mucho que el uno echaba de menos al otro. Rompiendo todos los preceptos morales y religiosos que marcaban sus vidas, buscaron una pueril excusa para intercambiarse  los teléfonos como dos adolescentes.

Los días siguientes, y a pesar de que  en la vida familiar estaba muy presente la tristeza por la muerte de su suegro, una chispa de esperanza le ardía en el pecho y tenía que hacer verdaderos esfuerzos por disimularlo. Los días pasaban y no recibía la anhelada llamada de su amor. En el momento en que su ilusión empezaba a resquebrajarse, sonó el teléfono, era Tomás.

El alborozo al escuchar la voz de su amado al otro lado del auricular fue inmensurable. Solo fueron necesarias las clásicas preguntas protocolarias para que los lazos del amor volvieran a surgir entre ellos y hablaran con la misma confianza que se tenían años atrás.

Aprovechando que Ramón estaba trabajando, la conversación se prolongó durante un buen rato. Charlar con él la hacía sentirse plena de dicha y  su voz, a pesar de los años transcurridos, seguía provocando en ella las mismas emociones. En ningún momento se plantearon volver a verse, ambos se sentían felices simplemente oyendo al otro y sabiendo cómo se encontraba.

En los días siguientes, siempre que se encontraba sola en casa, Elena volvía a llamarlo, de todas las veces que esto ocurrió, únicamente  en una ocasión a Tomás le fue imposible atenderla y la trató como si fuera un cliente de la firma en la que trabajaba. Pero en cuanto estuvo libre, la llamó y estuvieron hablando durante un largo rato.

Bastaron dos semanas de charlas telefónicas para que aquel hombre volviera a frecuentar las reuniones de la congregación religiosa de Dos Hermanas. El reencuentro con los parroquianos fue de lo más emotivo, eran como una gran familia y el retorno de uno de sus miembros suponía para ellos  una especie de fiesta, por lo que la inmensa alegría en el rostro de la mujer de Ramón pasó completamente desapercibida.  

Aunque en un principio la relación era tan platónica como secreta. El apetito sexual volvió a resurgir entre ellos y, poco a poco, fueron bajando los escalones que lo llevaban a lo que ellos creían que era su averno particular. Un día una mirada, otro día un roce de manos o una caricia velada. Sin querer cayeron en las redes del deseo  y cada vez le era más difícil controlar las ganas de estar el uno con el otro.

Su reencuentro carnal fue de lo más fortuito. Fue una noche en la que  Ramón tenía turno de noche.  Carmen, como siempre que ella cumplía con sus obligaciones con su congregación religiosa, estaba al cuidado de su madre. Dado que la  reunión se prolongó más de lo normal, la abuela  decidió que como  la niña estaba dormidita y para que  no pasara frio, la recogiera la mañana siguiente. Las labores parroquiales  no concluías y el personal estaba sin cenar,  por lo que algunas de las voluntarias, entre ellas Elena, se ofrecieron para ir a casa y  preparar algo de comer. Tomás acercó a todas las mujeres a sus domicilios y quedó con ellas en media hora. Tiempo suficiente para que su amante y él  pudieran hacer unas tortillas de patatas, elaborar unos bocadillos con ellas y dejarse llevar por los cantos de sirena de la pasión.  

Para la mujer hacer el amor en la misma cama que copulaba con su marido fue una sensación de lo más cruel. Una sensación que conforme fueron avanzando los días se volvió de lo más gratificante, pues, en lo sucesivo,  cada vez que se veía en la obligación de entregarse a su marido, dejaba su mente vagar  entre los brazos y los besos de la única persona que la hacía gozar: Tomás.

 15:30

A su cuñada Silvia no tiene por qué engañarla, es la única que sabe la verdad de su furtiva historia de amor. Aunque delante de sus hijas tienen que fingir sobre una supuesta cita con los fieles de la parroquia, ambas saben  que esta no tendrá lugar hasta más tarde y que la verdadera razón de dejar las niñas con ellas  tan temprano es que va a encontrarse con su amante.

La mujer de su hermano ha resultado ser para ella la hermana que nunca tuvo. A la que pudo acudir cuando la situación le sobrepasó y no le bastó con expiar  sus pecados ante el representante de Dios en la tierra.

Aquel primer y fugaz acto sexual en su casa  fue seguido por muchos más. Al menos una vez al mes, se encargan de buscar una coartada creíble para compartir sus cuerpos. Incluso llegaron a acondicionar el antiguo piso de sus padres y lo convirtieron en un pequeño nidito de amor.   Ambos sabían que estaban traspasando de largo la frontera de lo incorrecto, que incumplían una y otra vez el sexto y el noveno mandamiento, que el pecado capital de la lujuria estaba muy presente en sus vidas…pero lo habían pasado tan mal durante los años que estuvieron sin verse, que egoístamente preferían pagar la penitencia correspondiente que tenerse que privar de la compañía del otro.

Evitaba por todos los medios acostarse con Ramón, pero cuando se le agotaban las excusas no tenía más remedio que cumplir con el papel de esposa, por muy poca gracia que le hiciera. Ni Tomás ni ella veían adecuado  enfrentarse a los suyos y decirle que querían romper el santo sacramento del matrimonio. Prefirieron seguir encadenados a la mentira que era sus vidas, que sufrir un posible rechazo por parte de la gente que querían y respetaban.  

La noticia de su segundo embarazo y la incertidumbre de su paternidad,  fue lo que la llevó a buscar el amparo de la confianza de la mujer de su hermano. Tras conocer la verdad, su cara de desconcierto fue seguida por las palabras más tiernas y comprensivas que Silvia le había dedicado nunca. Sabía que su hermano, el menos religioso de la familia, había buscado una mujer con una mentalidad abierta, lo que desconocía es que fuera tan excelente persona. Pese a que no veía bien que estuviera engañando a Ramón, pues era un buen hombre y no se lo  merecía, le ofreció su apoyo incondicional en todo  aquello  que le hiciera falta.

Durante los nueves meses de gestación, un muro se plantó entre su amante y ella. A los ojos de Dios ambos eran dos pecadores, pero aquel niño, al ser Ramón y Tomás como la noche y el día,  podría ser a los ojos de los hombres la prueba irrefutable  de su infidelidad. Estaban tan acostumbrados a contar con el beneplácito de los que lo rodeaban, que ninguno de los dos se vio  capaz de soportar la ira y el desprecio de sus seres queridos.

Tomás optó por dejar de ir por la parroquia y de nuevo  su ausencia convirtió la existencia de Elena en una rutina insoportable. Lo único que la empujaba a seguir viviendo eran las sonrisas de Carmen y la criatura que comenzaba a latir en su vientre.  

Cuando Alba nació y demostró ser una fotocopia de la hermana de Ramón, la tranquilidad volvió a su vida. Se prometió y se perjuró que jamás volvería a romper sus votos matrimoniales, pero aquello era como querer detener las olas del mar con las manos. Un día, el teléfono sonó y de nuevo la voz del otro lado encendió sus ganas de vivir.

Otra vez Tomás volvió a frecuentar las reuniones del grupo parroquial y  otra vez el amor volvió a ser la fuerza que movía sus vidas. Aunque sus encuentros al amparo de las coartadas que ofrecían sus obligaciones con la iglesia y con los más necesitados eran cada vez más escasos, de nuevo la llama de la pasión volvió a encender sus corazones y reincidieron en lo que su credo llamaba peyorativamente   los pecados de la carne.

Sus remordimientos no disminuyeron, pero no por ello dejaron de transgredir las reglas que le habían infundido. La siguiente, por consejo directo de su cuñada,  fue la utilizar métodos anticonceptivos, algo que sus creencias religiosas les prohibía de manera muy expresa. Pero era eso o estar con el sinvivir de otro posible embarazo.

—Sé que lo que hago no está bien y que no me gustaría que tú le hicieras lo mismo a mi hermano, pero entiéndeme es lo único que da sentido a mi vida —Las palabras de Elena, para despedirse de su cuñada tras dejar a las dos pequeñas con ella, parecen no querer salir de su garganta, es tanta la pesadumbre que soporta que es incapaz de exteriorizarla.

Su cuñada la abraza, envolviéndola con todo su afecto. Le da dos sonoros besos, la coge por la barbilla y la mira fijamente  a unos ojos que presagian una pequeña lluvia de lágrimas.

—No te preocupes de nada de eso esta tarde. Olvídate de todo y simplemente intenta ser feliz. La vida es muy corta para estar pensando siempre en la consecuencia de nuestros actos. Así que déjate de lloros y de milongas ¡Tú lo que tienes que hacer  ahora es sonreír!

Quizás porque se cree el convincente discurso de su cuñada, o porque las ganas de estar con su amante son mayores que sus remordimientos, la mujer de Ramón limpia sus humedecidos parpados y muestra la mejor de las sonrisas.

Cuando su madre se marcha, Alba se acerca a su tía quien se ha quedado pensativa apoyada sobre la puerta.

—¿Por qué está triste mami? —Pregunta con su particular vocecita.

Silvia sale de su ensimismamiento, pone gesto de asombro ante la ocurrencia de la perspicaz  cría e improvisa una respuesta más o menos creíble.

—Nada… que hay una mujer en la congregación que está malita…

—¿Y porque no va al médico en vez de ir a misa? —Insiste la testaruda chiquilla.

La inocente sagacidad de la niña deja sin palabras a su tía. Quien da media vuelta a la niña, la empuja suavemente hacia donde están los demás críos y le suelta una pequeña reprimenda:  

—¡Eso son cosas de mayores y tú eres una cotilla de marca mayor! ¡Anda vete a jugar con tus primos y tu hermana! ¡Habrase visto con la mica!

16:00

El abrazador sol de la tarde cae inclemente sobre Elena, unas gotas de sudor resbalan por su frente, erosionando la pequeña capa de maquillaje que cubre su rostro. Dejar el coche aparcado en una calle apartada de su nido de amor, es una especie de liturgia que ella ha terminado aceptando   de buenas ganas, pues si algo había aprendido durante aquellos años era a guardar las apariencias por encima de todas las cosas.

Se supone que tendría que estar acostumbrada y la agobiante sensación de culpa debería ir a menos cada vez. Sin embargo, a cada paso que da en dirección hacia el lugar de encuentro,  mayor es la angustia que le oprime el pecho y hasta llega a creer que le falta el aire. Durante  aquel pequeño trayecto se cuestiona  si merece la pena tanto trasiego, tanto riesgo. Tras cavilar un poco y sopesarlo detenidamente, su respuesta es la misma de siempre: por supuesto que sí.

Junto con sus hijas, su familia y  su fe (que cada día es más endeble); Tomás es lo único que le da fuerzas para levantarse de la cama.  Sabe que lo que hace está lejos de estar bien, pero no quiere volver a vivir los periodos en que estuvieron separados y  sentirse de nuevo como si le quitaran el aire. “¿Por qué  Dios no quiso que estuviera soltero cuando lo conocí?”, se pregunta ante lo injusto de su situación. Una situación que, tras el nacimiento de Alba,  llegó a pasar por uno de sus momentos más complicados.

Con las dos niñas pequeñas, su tiempo libre menguó y pese a que Ramón, siempre que podía,  le echaba  una mano en las labores de la casa y con el cuidado de las crías, le faltaban manos. Aun así, más de una tarde su marido se quedaba en casa atendiendo a sus hijas y la animaba a que fuera a las reuniones parroquiales  para despejarse un poco.  Aunque no siempre podían tener encuentros íntimos, sentirse el uno al lado del otro era el combustible suficiente que necesitaban sus sórdidas existencias para recuperar su razón de ser.

Carmen cumplió tres años y comenzó a ir a la guardería. Su sobrina Paula tenía casi el mismo tiempo que Alba, por lo que a su cuñada no le importaba quedarse con su hija pequeña de vez en cuando. Sin sentirse tan amarrada por las responsabilidades, y usando a Silvia como coartada, comenzó a frecuentar más su nidito de amor, pues Tomás siempre que el trabajo se lo permitía conseguía pegarse una escapadita.

Aquella etapa de su vida, en la que los remordimientos dejaron de atosigarla, dio lugar a que, conforme avanzaban las semanas, viera lo suyo con Tomás más como una relación que como un pecado de infidelidad. Su felicidad se vio trucada por el  segundo embarazo de la mujer de su hermano, a quien los médicos, sino quería perder la criatura, le habían  prescrito reposo absoluto.

A pesar de contrataron a una chica para ayudarla, más de una vez  tuvo que encargarse de su sobrina Paula. Por lo que no solo tuvo que dejar de contar con la connivencia de su cuñada, sino que volvió a tener  menos tiempo libre.

Durante aquellos días volvió a tener  la sensación de tener cortadas las alas de su libertad, lo peor es que se había acostumbrado a sus dosis de amor y llevaba el mono de las ausencias de la peor de las maneras.

Intentó mantener el temple, guardarse su irascibilidad y  no pagar injustamente su mal humor con las niñas ni con su familia. Pero si había algo que se le hacía insoportable era la obligación de compartir su cuerpo con su marido. Con los años de convivencia, había aprendido a diferenciar sus gestos y según fuera el semblante con que entrara en casa, intuía si traía ganas de sexo o no. En los días que preveía que quería acostarse con ella, hastiada de la mentira que era su existencia, optaba por enfadarse por nimiedades, propiciar una discusión que consiguiera apagar la lujuria en Ramón.

Su egoísta comportamiento dio lugar a que el teatro de su perfecto matrimonio se transformara en lo que realmente era: una infernal rutina donde la convivencia consistía en dejar las horas y los días pasar en espera de algo que no acababa nunca de llegar.

La angustia se convirtió en protagonista de la furtiva relación.  La dicha de cada nuevo encuentro  con Tomás no suplía la  tristeza de los días posteriores, días en los que ambos estaban como si le faltase un pedazo. Una tarde, una conversación largamente postergada tuvo lugar entre los dos.

—No podemos seguir así —Dijo Tomas con  una más que aparente seguridad, mientras se terminaba de vestir.

El rostro de Elena se entristeció, le había costado mucho trabajo asimilar aquel amor prohibido, no obstante, no estaba preparada para prescindir de él. A su amante no le hizo falta escuchar su voz para saber lo que ella se figuraba le iba a decir.

—No, mujer, no estoy pensando en dejarlo. Sino en buscar una solución… Una solución permanente.

—¿Te refieres a amancebarnos?

—No, me refiero a divorciarnos de nuestras respectivas parejas y a casarnos por el juzgado…

—Pero no estaríamos casado a los ojos de la iglesia… nuestros compañeros de la congregación no lo aceptaran… —Musitó Elena.

Tomás, como si tuviera calculada la respuesta en su cabeza, no aguardó a que la mujer concluyera su frase y le dijo:

—¿Te importa realmente lo que ellos puedan pensar? Yo creí que lo que realmente te preocupaba era el pecado que cometemos a los ojos de Nuestro Señor, no a los ojos de los hombres.

Durante unos segundos ella permaneció en silencio, el mensaje de las palabras del hombre no podía ser más persuasivo y le invitó a reflexionar: si tenían descontento a Dios, que más le daban no contar con la aceptación de sus más allegados.

Aquella proposición hizo que sus ojos brillaran de contento en los días siguientes, sabían que tenían mucho que hablar y había mucho a lo que enfrentarse, no obstante, el primer paso estaba dado y con el apoyo del amor mutuo que se procesaban, ella se veía capaz de encarar cualquier cosa. La luz al final del túnel comenzaba a vislumbrarse.

No sabe por qué, tomaron la decisión de esperar que Silvia diera luz para empezar a mover los papeles y sobre todo comunicárselo a la familia. Una papeleta que no les era nada fácil, pues sería revelar cómo los habían engañado a todos durante un largo tiempo.

Transcurría los últimos meses de embarazo de su cuñada y  la esperanza de una vida en común se volvió a truncar. La fatalidad parecía cebarse con aquella relación prohibida y llegaron a pensar  que las ánimas benditas se confabulaban para impedir que estuvieran juntos. La mujer de Tomás enfermó.

Al principio no le prestaron mucha atención, simplemente estaba muy cansada, con frecuentes náuseas y mareos. Llegaron a pensar que podía ser un embarazo, algo que, de ser así, también surgía en el peor momento.  Cuando comenzó la dificultad para respirar y tuvieron que ingresarla, el diagnóstico médico no tardó en llegar: leucemia.

La responsabilidad volvió a llamar a la puerta de su enamorado e hizo lo que creyó más sensato, abandonó la idea del divorcio y se entregó a su juramento ante el Altísimo: “En la salud y en la enfermedad”… Esta vez, a diferencia de las anteriores, se despidió de su amada y le explicó los motivos. Nunca pensaron que una ruptura consensuada pudiera doler tanto, hicieron el amor con una pasión tan desmedida que el sabor de los labios del otro perduraría en el paladar de los dos durante mucho tiempo.

16:10

Antes de entrar en el portal del bloque mira cautelosa a cada lado. Sabe que nadie se aventuraría a salir con esa temperatura a la calle, pero durante tanto tiempo de relación clandestina ha aprendido que toda precaución es poca. Sube las escaleras con el miedo danzando en su tripa, el pánico a ser descubierta es algo que no ha sido capaz de mitigar. Temores que desaparecen cuando abre la puerta de la vivienda y Tomás sale a recibirla.

Es sentir como aquel hombre con sus manos toca su rostro, aproxima los  labios a los suyos para robarle el primer beso y el mundo exterior comienza a perder sentido.

16:50

Si algo les gusta  de hacer el amor, es el momento que lo prosigue. Percibir al otro tan cerca, como si fuera una prolongación de su cuerpo es la mejor de las sensaciones. Ella reposa la cabeza sobre su pecho, aspirando su varonil aroma. Los latidos de  su corazón repican en sus oídos, dejando  que el suave traqueteo de sus pulmones al llenarse la paseen levemente. No hay otro lugar en el mundo en el que se encuentren mejor. Sin embargo, están  tan acostumbrados a lo efímero de sus encuentros y, por mucho que les duela el alma, saben que su tiempo se les  agota. Hasta la siguiente vez.

Se visten sin saber cuáles serán las posibilidades de verse próximamente. Han aprendido a vivir bajo el manto de la incertidumbre y el momento de ahora es lo único que les importa. Se visten como si los ropajes pudieran ahogar el desasosiego que empieza a nacer en su interior, se abrazan y se besan como si  esta vez fuera la última.

¿Cuántas últimas veces habían llegado a compartir? Muchas, pero ninguna como la de la enfermedad de su mujer. Un corazón tan noble como el de aquel hombre, a quien ser infiel le estaba resultando un tormentoso camino, solo tuvo una forma de interpretar lo sucedido con su esposa: castigo divino. Si hasta aquel momento su aventura extramatrimonial había sido motivo para fustigarse metafóricamente, a partir de aquel momento su penitencia pasó a lo terrenal. Como si Dios lo estuviera poniendo a prueba y  una mayor mortificación pudiera devolver la salud a su mujer, y pese a la prohibición de su confesor, se colocó un cilicio metálico alrededor de un muslo. Una  permanente punzada de dolor que le recordaba el mal sendero por el que había transitado y su corolario.

La larga enfermedad de su mujer le hizo reconciliarse con su vida espiritual y olvidó por completo los placeres de la carne. Con una entrega total a aquella que prometió amor eterno, los remordimientos y las culpas dejaron de formar parte de su vida, abandonó el duro castigo que se había infringido voluntariamente y consagró sus días a rezar para que su mujer no lo abandonara.

Finalmente su mujer, y  gracias a un trasplante de medula que le donó una de sus hermanas,  recuperó la salud y, paulatinamente, su vida volvió a la normalidad. Una normalidad que, al igual que antes de conocer a Elena, estaba lleno de días grises y a los que la alegría de saber sana a su conyugue ya no los llenaban de luz. Sonreía porque creía que debía de hacerlo, no porque se sintiera dichoso. De nuevo la rutina volvió a estar presente en su convivencia familiar y volvió a echar de menos a la mujer que amaba, con la que había cortado todo tipo de lazos tras conocer la grave enfermedad de su esposa. Había dejado a un lado el deseo y la lujuria, como si fueran ropas que  ya no se pusiera, pero fue recordar los momentos vividos en su nidito de amor y se dio cuenta de que nunca había dejado de vestirse con ellas.

En los  días siguientes  anduvo como absorto, añoraba cada segundo compartido con su amante, su tacto, su aroma, su sabor…La echaba tanto de menos, que la idea de retornar sus pasos hacia la congregación parroquial de Dos Hermanas rondó su mente. Sus convicciones religiosas eran fuertes, pero no lo suficiente para atenuar su pasional amor. Era tal su miedo a caer en la tentación, que hasta sopesó lo de colocarse de nuevo el cilicio metálico.

Una tarde al volver del trabajo, aparcó el coche cerca de la parroquia e hizo creer que sus pasos lo habían llevado allí. A pesar de que no había perdido el contacto del todo con algunos miembros, por lo que todos conocían de la recuperación de su mujer, hacía cuatro largos años que no los visitaba y, aunque había muchas caras nuevas,  todos sus hermanos de fe lo recibieron con los mayores agasajos.

La buscó con la mirada y no la encontró. Sutilmente preguntó por ella a una de sus amigas, quien le respondió que las semanas que su marido tenía que trabajar por las tardes y los días que sus hijas   tenían piscina, le era imposible ir.

—Ya deben estar muy grande las crías.

—Están guapísimas. La mayor, Carmen, ha entrado este año en primero y la pequeña está en preescolar. Por cierto, mi niña está con ella en la clase y dice que la seño le va a gastar el nombre de tanto llamarle la atención. ¡Es  todo un tabardillo!

—Yo recuerdo que no contaba ni un año cuando deje de verla y tenía una cara de traviesa.

—¡Es muy sala! Pero no para quieta…

—Pues si la ves, dale recuerdos y dile que he estado por aquí.

El corazón pareció que se le iba a salir de pecho cuando su amiga Asunción le contó que Tomás había estado por allí. Había aclimatado su existencia a su ausencia y los recuerdos de su romance juntos se habían difuminado en una  realidad tan gris, como monótona.

Tras aquel adiós definitivo, su relación matrimonial  pasó por una tremenda crisis en la que incluso  Ramón llegó a hacer un amago de separarse de ella. No queriendo dar que hablar, ni dar un disgusto en su familia, reconsideró su postura hacia a él, y aunque no lo amaba, se comportó como la esposa cristiana que todo el mundo esperara que fuera. Cerró su corazón a todo lo que no fuera el amor fraternal e intentó por todos los medios olvidarse de un pecado que jamás debió haber cometido.

“Si ha venido por aquí, es que todavía no me ha olvidado”, fue el pensamiento que bastó para que bajara las defensas que se había autoimpuesto. Su corazón  volvió a estar deseoso por latir al compás de los besos y caricias que le regalaba su amante.

Volver a saber de él, fue una bomba de relojería para sus encorsetados hábitos. Ignorar cuándo podría aparecer de nuevo, la tenía en vilo constantemente. No obstante, sus nervios no tenían razón de ser pues Tomás había consumido toda su valentía  la tarde que fue a buscarla y, para recordarse que no tenía que transgredir el vínculo sagrado del matrimonio, había vuelto a anudar la dolorosa mortificación alrededor de su pierna.

18:30

Se despide del último de los hermanos de la parroquia. La tarde ha sido de lo más fructífera. Todo ha salido como estaba previsto, hasta han solucionado las pequeñas diferencias  que tenían con el dueño de la cadena de autoservicios  y han conseguido que ceda a su banco de alimentos los productos a punto de caducar que iban a parar a la basura. Los hijos de Oscar se han ofrecido para ir a recogerlos y repartirlos entre las familias más desfavorecidas  del Barrio de Cerro Blanco. Por lo que sabe, algunas viven de rebuscar en los contenedores y aquel gesto, aunque pequeño,  podría saciar el hambre de unas cuantas familias.

Se siente orgullosa de su labor social, la madurez le ha hecho aprender a relativizar las cosas. Esa fe ciega que desde pequeña ha impregnado su vida, se ha ido convirtiendo en una especie de catálogo del que escoge las cosas que realmente le interesan. Sabe que llegado el momento tendrá que rendir cuentas al altísimo por sus flaquezas, pero a pesar de que de vez en cuando tiene momentos de debilidad como el de esta tarde con Silvia, tiene muy claro que una vida con la ausencia de Tomás, no es vida.

Se ha arrepentido de muchas cosas, pero nunca de marcar su número de teléfono cuando, tras cuatro años sin saber de él, apareció de nuevo por Dos Hermanas. Cuando oyó su voz al otro lado del auricular,  y tras la sorpresa inicial, su amado no tuvo más remedio que rendirse a lo que realmente sentía. Unos pocos minutos después hablaban con la misma confianza  y cariño que se habían procesado siempre.

La fuerza con la que el corazón de él latió al escucharla fue tan fuerte que, el cilicio que seguía clavándose en su muslo, pareció dejar de dolerle.

Quizás porque ambos llegaron a la conclusión de que la vida era muy corta y que los momentos malos llegaban sin que nadie los llamaran, acordaron en verse lo más pronto que les fue posible.

El tiempo y, sobre todo, la infelicidad habían hecho mella en el aspecto físico de ambos. Aunque solo habían transcurrido cuatro años, sus cuerpos habían envejecido mucho más. Ella había perdido buena parte de la  lozanía de su juventud y unos cuantos kilos se habían quedado a vivir junto a sus redondeces. En el cabello azabache de él había surgido un pequeño bosque de canas, que aunque no le hacían perder atractivo le restaban  algo de esa vigorosidad suya tan característica. Fue verse frente a frente y reconocieron el uno en el otro a quien amaban, más maduros, mas quemados por la vida… Pero al fin y al cabo la persona por la que suspiraban. Su único saludo fue un beso que desbordó tanta pasión que terminaron haciendo el amor como dos jovencitos.

19:00

—¿Cómo se han portado?

—Estupendamente. Alba, como de costumbre, ha estado un poquito marimandona y metomentodo, pero yo ya sé cuáles son sus puntos flacos y me entiendo con ella de mil maravillas. ¿Y tú?

Elena mira a su cuñada resignada. Son muchos las confidencias  que comparten  y es incapaz  de abrirle su corazón al completo. Es como si pensase que no pronunciando las palabras, la realidad pudiera seguir siendo otra. Silvia la conoce a la perfección y simplemente le basta ver  esa impasibilidad suya tan característica,  para comprender que el encuentro con su amante ha ido como siempre.

Es el único secreto que no comparte con su marido. Prometió en su día que no hablaría con nadie de ello, y nadie incluía a Luis. Quiere tanto a Elena, que le es imposible no implicarse emocionalmente  en lo sórdido de su existencia. Eso sí, ni se entromete en lo que hace, ni la juzga. Simplemente le ha pedido que sea más cuidadosa, pues últimamente ha cometido unas cuantas locuras que le pueden terminar costando caro.

No sabe si debido al  largo tiempo que estuvieron separados o porque se han dado cuenta de la levedad de  los seres humanos. Cada vez los encuentros de Elena con su amante son más fortuitos y menos premeditados. Parece que a la hermana de su marido le basta saber que Tomás tiene un rato libre para salir corriendo a sus brazos. Circunstancia que, a veces,  ha propiciado que las coartadas salidas de los labios de Silvia sonaran de lo más inverosímil.

Es como si el miedo a ser descubierto, a que su secreto se supiera hubiera sido relegado a un segundo lugar y priorizaran el ansia de estar el uno con el otro.

Una vez se arriesgó demasiado y   hasta estuvieron a punto de pillarla en un renuncio. Fue durante una fiesta de cumpleaños a la que Elena fue con las niñas, en un principio Ramón iba acompañarlas, pero les contó que debía  solucionar unos problemas con la liquidación de Hacienda y la dejó sola con las niñas. Su cuñada al verse libre, telefoneó a Tomás y este le dijo que andaba por el pueblo, como las niñas estaban al cuidado de los monitores y había más madres por allí. Se inventó la excusa de que ella la había llamado y quedó con él en un lugar poco transitado.

Con lo que no contaba ella era con el abundante tráfico y lo que normalmente hubieran recorrido en un cuarto de hora, aquel  día tardaron el doble. Lo que pensó la ocuparía una hora escasa, le llevó más de dos horas. Cuando regresó al lugar donde se celebraba el cumpleaños, ya sus hijas se habían marchado. Por lo que tuvo que llamar a Silvia para que fuera a recogerla y, una vez más, fuera cómplice de sus engaños.

En otra ocasión, con su suegra ya impedida con la pierna, Ramón para compensarla porque había estado más tiempo fuera del previsto, le dijo que se cogiera la tarde libre. De nuevo, Elena volvió a ponerse en contacto con su cuñada y una vez contó con su  coartada, quedó con su amante para pasar la tarde.

A Silvia no le molesta esa pasión juvenil que ha parecido nacer entre los dos con su reencuentro, ni le preocupa que algún día la relación secreta de su cuñada se conozca. A ella lo único que la indigna un poco es el modo tan egoísta que tiene de comportarse en algunas ocasiones, como cuando propició una discusión con su marido estando de vacaciones en Fuengirola para poder verse con Tomas, quien se había pegado una escapadita por la zona. Está siendo cada vez  un poco más kamikaze y eso le va terminar pasando factura. Lo peor, que ella no se quiere inmiscuir en su vida, pero sabe que más tarde que más temprano debe tener una charla con Elena, para que recapacite sobre lo que realmente quiere y piense un poco en los demás. Le da un poco de lastima Ramón, es un buen hombre y no se merece ser el daño colateral de un amor imposible.

20:30

Es aparecer por la puerta y su hija pequeña se abalanza sobre él. Carmen se acerca, le da dos besos y lo abraza afectuosamente. El cariño que desprenden hacia él las dos crías, le recuerdan porque merecen las pena dejarse la piel en días de trabajo tan duro como aquel.

El saludo entre él y Elena no puede ser más frio. Ninguno de los dos siente nada por el otro y, a excepción de las niñas, nada los une ya, sin embargo, siguen interpretando ante los ojos de sus conocidos la escena del matrimonio perfecto. De las pocas cosas que tienen en común, es que ambos tienen una relación tan prohibida como secreta: ella con Tomás, él con Mariano.

Una cena rápida en la que comparten algunas banalidades y en el que las niñas son el centro de atención, sobre todo Alba que no para de contarle a su padre la de cosas que ha hecho y lo bien que se lo ha pasado en casa de la tita Silvia con los primos.

—Sabes, papá. ¿Una mujer se puso malita en la parroquia y todos los hermanos han ido para curarla?

Ante lo surrealista del comentario de su hija, Ramón interroga con la mirada a su esposa, la que no sabe darle ninguna respuesta, por lo que el hombre interpreta que es alguna historia de su imaginativa hija y le sigue el juego.

Tras comer, las niñas se duchan, se lavan los dientes, se ponen el pijama y se van a jugar a su cuarto con la PSP. Con la cocina recogida y el día aproximándose a su ocaso, el matrimonio se sienta uno junto al otro a ver la televisión. No hay ningún gesto de afecto, ni de cariño entre ellos. Aunque él se casó muy enamorado, el tiempo ha ido desinflando lo que sentía hacia ella. Él piensa que el motivo de la escasa entrega de su esposa se debe a sus fuertes creencias religiosas, eso hace menos de un año lo hacía uno de los hombres más infelices del mundo. Sin embargo, desde que compartió su cuerpo con Mariano y, poco a poco, se fue enamorando de él, la falta de pasión en su matrimonio le fue  siendo indiferente.

Lo que ninguno de los dos sabe es que con una decisión valiente por parte de ambos, la llave de la existencia que añoran estaría al alcance de su mano. No obstante, los convencionalismos sociales siguen estando muy presente en sus vidas y la cobardía a enfrentar la realidad parece ser mayor que las ganas de una vida dichosa.

Esa verdad que nos define a lo largo de nuestras vidas, esa verdad última es una realidad que cuesta mucho enfrentar y suele encerrar la clave de nuestra felicidad.

FIN

Estimado lector, si estás por aquí, gracias por leerme y  me gustaría que dejarás un comentario y me dijera que te ha parecido el final de la historia.

Si es la primera vez que entras en un relato mío y te has quedado con ganas de leer más, he publicado una guía de lectura (la cual está un poco anticuada ya) que te puede servir de ayuda para seguir su orden cronológico.

Muchas gracias a todos que han leído, valorado y comentado mis relatos. Pasó a contestar a los comentaristas desde que publiqué Dos cerditos y muchos lobos feroces: A Ozzo2000: Este relato creo que te habrá puesto menos, pero comprenderás que había que contarlo. El próximo con Mariano y JJ en la parada de descanso, creo que te va a poner más; a Pepitoyfrancisquito: Lo primero, no he tenido una experiencia similar a la de Mariano ni por asomo y eso que me he recorrido todas las estaciones de servicios de Andalucía y parte de Extremadura. En fin, habrá que regresar a Galicia. No sé si será por el clima o por la vegetación, pero es la tierra del rico nabo. Espero que os haya gustado las aventuras de vuestra catequista favorita, no ha habido mucho “chachachá”, pero creo que los súper héroes que salen son muy interesantes. Por cierto, estoy preparando una historia con Rafita de protagonista; a reque21: Pues Ramón tardará en volver (no se ha marchado del todo), pero para ir encajando la historia tengo que avanzar con la de los otros protagonistas. ¿Qué te ha parecido el relato de hoy? y a THECROW: Uno de los motivos por los que empecé a escribir (entre otros) era que  en los relatos de mi categoría se podían encontrar relatos con sexo y relatos con trama, muy pocas veces las dos cosas. No sé si lo habré conseguido del todo aunar las dos cosas, pero estoy en ello. Espero que el relato de hoy te haya gustado, es el punto y final de una serie que empezó en octubre del dos mil trece.

Bueno, la semana que viene publicaré una guía de lectura completa del arco argumental  que se titulará como esta: “Me llamo Ramón y follo un montón”. En tres semanas publicaré la continuación de Sexo en Galicia: ¿De quién es esta polla cascabelera?

Hasta entonces procurad ser felices. Nos leemos.

Mas de machirulo

El Blues del autobús

Mr Oso encula a la travestí gótica

Hombres calientes en unos baños públicos (2 de 2)

Hombres calientes en unos baños públicos (1 de 2)

Desvirgado por sus primos gemelos

Un camión cargado de nabos

Cruising entre camiones

Mi primera doble penetración

Un ojete la mar de sensible

Un nuevo sumiso para los empotradores

Once machos con los huevos cargados de leche

Un buen atracón de pollas

Por mirar donde no debía, terminó comiendo rabo

Aquí el activo soy yo

Estrenando un culito muy delicioso

El mirón de las duchas

Una doble penetración inesperada

Amarrado, cegado y follado hasta la extenuación

Polvo rápido en el baño

La duquesa del coño insaciable (4 de 4)

La duquesa del coño insaciable (3 de 4)

La duquesa del coño insaciable (2 de 4)

La duquesa del coño insaciable (1 de 4)

¡Pero qué buenos están estos dos hermanos!

Una doble penetración inesperada

El mecánico siempre descarga sus cojones dos veces

Son cosas que pasan

Sexo grupal en el vestuario

La fiesta de las Coca-colas

Un casquete después de la siesta

Pepe se lo monta con sus primos gemelos

Serrvirr de ejemplo

Comer y follar todo es empezar

Con mi ojete preparado para un rabo XL

Al chofer del bus, le sale la leche por las orejas

Mamándole el ciruelo a mi mejor amigo

De cruising en la playa de Rota

Cinco salchichas alemanas para mi culo estrechito

Un mecánico con los huevos cargados de leche

El descomunal rabo del tío Eufrasio

Follado por su tío

Meter toda la carne en el asador

Míos, tuyos, nuestros… ¡De nadie!

Encuentros furtivos en el internado

Antonio y la extraña pareja

Fácil

Bolos, naranjas y bolas.

Vivir sin memoria

El libro de la vida sexual

Reencuentro con mi ex

Punta Candor siempre llama dos veces

Hombres Nextdoor

Mundo de monstruos

Dejándose llevar

Guía de lectura año 2017

Dejar las cosas importantes para más adelante

Una proposición más que indecente

¡No hay huevos!

Ignacito y sus dos velas de cumpleaños

El chivo

La mujer del carnicero

Iván y la extraña pareja

El regreso de Iván

Guerra Civil

Las tres Másqueperras

Toda una vida

Objetos de segunda mano

Follando con el mecánico y el policía (R) 2/2

Follando con el mecánico y el policía (R) 1/2

Ni San Judas Tadeo

La invasión Zombi

Seis grados de separación

¡Arre, arre, caballito!

La más zorra de todas las zorras

Un baño de sinceridad

Barrigas llenas, barrigas vacías

No estaba muerto, estaba de parranda

Dr. Esmeralda y Mrs. Mónica

Yo para ser feliz quiero un camión

Tiritas pa este corazón partio

Corrupto a la fuga

Un polaco, un vasco, un valenciano y un extremeño

El de la mochila rosa

La jodida trena

Tres palabras

Hagamos algo superficial y vulgar

Pensando con la punta de la polla

Quizás en cada pueblo se practique de una forma

Gente que explota

Guía de lectura año 2016

En unos días tan señalados

Desátame (o apriétame más fuerte)

De cruising en los Caños

Putita

Sé cómo desatascar bajantes estrechos

Este mundo loco

Como conocí a mi novio

No debo hablar

El secreto de Rafita

¿De quién es esta polla cascabelera?

Me gusta

Me llamo Ramón y follo un montón

El pollón de Ramón

Dos cerditos y muchos lobos feroces

El ciprés del Rojo

Follando por primera vez (R) 1/3

Follando por primera vez (R) 3/3

Follando por primera vez (R) 2/3

Estrenando un culito muy delicioso

El mirón de las duchas

Orgia en el WC de los grandes almacenes

Once pollas para JJ

Prefiero que pienses que soy una puta

Homofobia

Adivina quien se ha vuelto a quedar sin ADSL

¡Terrible, Terrible!

Bukkake en la zona de descanso

Mi primera vez con Ramón

Tu familia que te quiere

Si no pueden quererte

Mía

Infidelidad

Dos adolescentes muy calientes

Ocho camioneros vascos

Parasitos sociales

El pollón del tío Eufrasio

Violado por su tío

Talento

Somos lo que somos

Sexo en Galicia: Dos en la carretera

Tres pollas y un solo coño

De amor se puede vivir

Duelo de mamadas

¡Se nos da de puta madre!

Dos hermanos

¿Dónde está la oveja de mi hermano?

¿Por qué lloras, Pepito?

El MUNDO se EQUIVOCA

Todo lo que quiero para Navidad

Como Cristiano Ronaldo

Identidad

Fuera de carta

Los gatos no ladran

Su gran noche

Instinto básico

TE comería EL corazón

La fuerza del destino

La voz dormida.

Como la comida rápida.

Las amistades peligrosas.

El profesor de gimnasia.

Follando: Hoy, ayer y siempre (R)2/2

Follando: Hoy, ayer y siempre (R) 1/2

El ser humano es raro.

La ética de la dominación.

¡Ven, Debora-me otra vez!

La procesión va por dentro.

Porkys

Autopista al infierno.

El repasito.

José Luis, Iván, Ramón y otra gente del montón.

El sexto sentido.

Cuando el tiempo quema.

Mi mamá no me mima.

La fiesta de Blas.

¿Por qué lo llaman sexo cuando quieren decir amor?

Sin miedo a nada.

¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?

¡Qué buena suerte!

El rumor de las piedras.

Dios odia a los cobardes.

Tres palabras.

Guía de lectura segundo semestre 2.014.

Como un lobo.

Solo Dios perdona.

El padrino.

Perdiendo mi religión.

Adiós Francisquito, adiós.

Pequeños descuidos.

La sombra de una duda.

Mis problemas con JJ.

Unos condones en la guantera.

La voz dormida.

Follando con mi amigo casado.

Si pudieras leer mi mente.

Bésame, como si el mundo se acabara después.

Si yo tuviera una escoba.

Guía de lectura primer semestre dos mil catorce.

¡Cuidado con Paloma!

La lista de Schindler.

Nos sobran los motivos.

La masticación del tito Paco.

Viviendo deprisa.

El blues del autobús.

¿Y cómo es él?

¡Voy a por ti!

Celebrando la victoria.

Lo estás haciendo muy bien.

Vivir al Este del Edén.

Hay una cosa que te quiero decir.

Entre dos tierras.

Felicitación Navideña.

37 grados.

El más dulce de los tabúes.

Desvirgado por sus primos gemelos

Las pajas en el pajar

Para hacer bien el amor hay que venir al Sur.

Tiritas pa este corazón partio

Valió la pena

1,4,3,2.

Sexo en Galicia: Comer, beber, follar....

¡Se nos va!

En los vestuarios.

Lo imposible

Celebrando la victoria

La procesión va por dentro.

El guardaespaldas

El buen gourmet

Mariano en el país de las maravillas.

Tu entrenador quiere romperte el culo(E)

Retozando Entre Machos.

Culos hambrientos para pollas duras

La excursión campestre

¡No es lo que parece!

Mi primera vez (E)

Vida de este chico.

Follando con mi amigo casado y el del ADSL? (R)

Follando con 2 buenos machos: Iván y Ramón

Trío en la sauna.

Nunca fuimos ángeles

Desvirgado por sus primos gemelos (E)

Como la comida rápida

La misión

Follando con mi amigo casado

La churra del Genaro

Uno de los nuestros

Sexo en Galicia: Tarde de sauna (R)

2 pollas para mi culo

El cazador.

Los albañiles.

Jugando a los médicos.

Algo para recordar

Mis dos primeras veces con Ramón (E)

A propósito de Enrique.

Guia de lectura y alguna que otra cosita más.

Culos hambrientos para pollas duras

Celebrando la derrota

En los vestuarios (E)

Sexo, viagra y unos pantalones anchos (Epilogo)

No quiero extrañar nada.

Punta Candor siempre llama dos veces.

4,3,2,1....

2 pollas para mi culo

Adivina quién, se ha vuelto a quedar sin ADSL

Follando con 2 buenos machos: Iván y Ramón (R)

El MUNDO se EQUIVOCA

Historias de un follador enamoradizo.

Living la vida loca

Sexo en galicia con dos heteros (R)

¿Por qué lo llaman sexo cuando quieren decir amor?

Comer, beber... charlar.

Los albañiles.

¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?

Regreso al pasado

Follando con mi amigo casado (R)

“.... y unos osos montañeses)”

El padrino

... Bubú.....

El blues del autobús (Versión 2.0)

El parque de Yellowstone (Yogui,....)

After siesta

Sexo, viagra y ... (2ª parte) y última

Before siesta

Sexo, viagra y unos pantalones anchos (1ª parte)

El bosque de Sherwood

El buen gourmet

Como la comida rápida

Pequeños descuidos

¨La lista de Schindler¨

El blues del autobús

Celebrando el partido