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Mi primera doble penetración

en Gays

Escucho a Alain preguntarme si me gustaría que me metieran dos  pollas a la vez igual que han hecho  con JJ y un escalofrío recorre mi espina dorsal. Impulsivamente y dejándole claro que no todo el campo es orégano le respondo:

—¡Ni de coña!

El vasco se me queda mirando de un modo arrogante, escudriñando en mi expresión un atisbo de  debilidad. Tengo la impresión de que mi oposición a sus caprichos, lejos de enojarlo,  lo ha excitado más y le lleva a desear  con más fuerza una doble penetración conmigo. Dejo que en mi rostro se siga manifestando mi negativa de forma contundente y adopto un semblante bastante serio. No obstante, mi cara de pocos amigos no lo hace desistir ni lo más mínimo en su cometido.

—¿Chiqui, de verdad que siendo colegas como sois,  no te ha picado  nunca experimentarlo?

Me quedo atónito ante sus palabras. Estos malditos machitos, y da lo mismo lo mucho que  frecuenten el mundo homosexual, se piensan que somos una especie de secta donde todo el mundo actúa del mismo modo y hace las mismas cosas. ¿Qué carajo se ha creído el tío este que es una doble penetración? Ni todos los culos  son capaces de dilatar lo suficiente, ni todo el mundo está dispuesto a compensar el dolor que se siente por el placer que se recibe. Conozco  a muy pocos que haya intentado esa postura sexual y a  muchos menos que lo hayan conseguido. La facilidad que tiene el culo de JJ para tragarse dos sables me da la impresión que es como  una rara avis, por lo que la petición del atractivo vasco me parece de lo más estrambótica e inapropiada.

Estoy a punto de soltarle un discursito de los míos, pero como predicar en el desierto no ha sido nunca uno de mis deportes favoritos, desisto de hacerlo, limitándome a negar contundentemente con la cabeza y a seguir con mi cara de póker. El silencio dice a veces mucho más que un montón de palabras.

Mi intransigente postura no hace mella en la persistencia del arrogante camionero, quien agarrándose sus atributos  de manera soez y mordiéndose  morbosamente el labio inferior, me dice:

—Tú te lo pierdes pues. ¿De verdad que no quieres probar?

He de admitir que la idea me atrae, pero es solo  imaginar levemente el dolor que imagino conlleva y la churra se me encoge como con una ducha de agua fría.  Vuelvo a negar con la cabeza, esta vez con bastante menos firmeza.

Dirijo mi atención al grupo de hombres que se aglutinan en torno a mí, todos están expectantes ante mi reacción. La idea de tener incrustados en mi ano dos vergas a la vez, más que me pese,  me aterra y me excita a la vez. Deslizo  la mirada por sus apabullantes físicos y no puedo evitar que mi polla me traicione, pues de estar casi aletargada pasa a cimbrear como si tuviera vida propia.  

—Dirás que no quieres, pero tu soldadito dice otra cosa bien distinta —Señala Borja con su habitual tono pedante, despertando unas estridentes risotadas en el resto de los hombres.

Mi amor propio se siente herido al observar como todos y cada uno de los individuos con los que he practicado el sexo escasos minutos antes  me hacen de menos y, aunque reconozco que no hay ninguna intencionalidad de hacerme sentir mal, sus carcajadas me llegan a molestar un poco.  

Debo de poner mala cara pues JJ interviene diciendo:

—¡No te pongas así, tío! Nadie tiene culpa de que seas de mente tan estrecha y no tengas los que hay que tener para hacer las cosas que te pide el cuerpo.

—Entonces, según tú,  si no me dejo hacer una doble penetración es porque estoy lleno de perjuicios…—Respondo en un tono bastante agrio.

—Por eso y porque no te atreves —Las palabras de mi colega emanan chulería y confianza por igual.

Durante unos segundos la indecisión y la inseguridad vienen a visitarme. Segundos que Alain aprovecha para acercarse a mí, echarme un brazo por los hombros y, con esa capacidad tuya de  ser capaz de venderte aire del San Mames, me dice en un tono seductor.

—¿Qué te pasa pues, Chiqui? ¿Te asusta que te podamos hacer daño?

Nerviosamente, asiento con la cabeza, sin decir esta boca es mía.

—¡Aupá! ¿Tú me ves a mí capaz de hacerte daño? —El atractivo vasco se queda callado unos instantes, esperando que yo le responda, pero como mi respuesta no llega,  vuelve a hacer  gala de sus dotes de encantador de serpientes y  prosigue con su parloteo —Te diré que  yo antes de ser cocinero he sido fraile y aunque tú me veas conduciendo camiones con estos bestias, no siempre ha sido así. Durante muchos años he sido fontanero…

Debo de hacer una  mueca demasiado evidente  de no saber porque me está largando ese rollo, porque mi embaucador particular  hace un mohín de desaprobación y prosigue hablando con su habitual  y convincente locuacidad.

—¿Te preguntaras que carajo quiero decir con eso de que he sido fontanero? Algo muy simple: tengo  unas manos habilidosas para instalar las tuberías y las griferías más delicadas, pero también  sé cómo desatascar  bajantes estrechos. Te puedo asegurar que en toda mi  carrera profesional no me he encontrado con ninguno que se me resistiera. Así que me da a mí pues, que a un culito tan rico como el tuyo —Al decir esto lleva la mano que tiene libre a mis glúteos y los manosea con fuerza—, y después de todo lo que le ha entrado, se le pueden meter  dos ganzúas a la vez.  

La situación no puede ser más desconcertante,  un macho peludo de lo más atractivo pegado a mi cuerpo con el nabo mirando al techo, hablándome del modo más convincente y seductor, intentando venderme el “burro” de que dos vergas en mi retaguardia no me va a causar daño alguno. Once tipos desnudos (incluyendo a JJ) están pendientes del desenlace de  nuestra conversación como si fuera el momento cumbre de su serie de televisión favorita. Lo peor es que no me sé el guion de la obra y me veo incapaz de improvisar para dar la  respuesta acertada, pues me encuentro en el terreno de “ni sí, ni no, sino todo lo contrario”.

Lo que si tengo claro es que la persuasiva verborrea de Alain ha  calado en mí y consigue  de sobras  su cometido, pues propicia que durante unos segundos sopese ligeramente lo de someterme a su  singular petición.

—¿Te animas pues, Chiqui?—Me pregunta sonriendo generosamente.

Antes de que me dé tiempo a responder, JJ interviene sacando al niño redicho que hay en  él.

—No, Alain, no insista. Mariano es la indecisión personificada y es incapaz de tomar una decisión a tiempo. Te dirá sí, pero argumentara que  no podrá porque el Pisuerga pasa por Valladolid… Usará lo que sea como excusa, con tal no tener que admitir que lo único que le pasa es que  no tiene huevos para hacer lo que su cuerpo le pide.  

Escucho su pequeño discurso y no doy crédito. En momentos como esto me planteo seriamente  aplicarle la máxima de que con amigos como él quien coño  necesita enemigos. Sé que no busca ningunearme, que su único objetivo es que me deje de tantas zarandajas y viva el momento. Sin embargo, también conoce mi debilidad ante las multitudes y lo pequeño que me hago cuando se me deja en evidencia delante de un grupo de desconocidos como ante el que nos hayamos. Por lo que ahora mismo, no lo tengo entre mi grupo de personas favoritas y lo veo como un molestoso grano en el culo.

Aprovechando mi turbación, Alain pega su cuerpo más al mío, envolviendo mi pecho entre  su brazo con más fuerza y vuelve a insistir con su pregunta.  Creo que la obstinación de este tipo no tiene parangón.

—¿Te decides pues, Chiqui?

Con el provocativo e instigador “no tiene huevos” de JJ tintineando en mi cerebro, sonrío ampliamente a mi “acosador” y le respondo:

—¡Venga va! Pero si veo que me duele mucho lo dejamos.

—Nada más tienes que avisarme, esto  consiste en que todos nos lo pasemos bien…

La respuesta de Alain me tranquiliza, miro al resto de los hombres y una sonrisa maliciosa se pinta en el rostro de alguno de ellos. Borja, Albert, Nikolás me miran como si fuese la victima de todo aquello, una  pieza de ganado que va al matadero. No obstante, no me achico ante su insolencia  y dejo que mis ojos muestren una actitud desafiante, haciéndoles ver que, aunque me deje follar como una mala perra, no soy ninguna niñita sumisa, sino todo lo contrario.  

Mientras me preparo para hacer algo que en la vida me hubiera planteado como viable, mi mente se retrotrae hacia las circunstancias que han propiciado que JJ y yo estemos follando  como  descosidos con estos once machos de almanaque.

Todo comenzó porque de camino a Villa del Combarro, la segunda parada en  nuestras vacaciones gallegas, a mi “queridísimo” mejor amigo le dio por invitarme a tomar un  café en el bar de la zona de descanso. Un bar que, ¡mire usted que mala suerte! Estaba repletito de testosterona: tres camioneros vascos, tres polacos, uno madrileño, un catalán, un comercial Valenciano y dos galleguiños la mar de monos: el camarero y el cocinero.

Fiel a su lema de cualquier momento y  lugar es bueno para echar un polvo, JJ se fue detrás de Alain, uno de los camioneros vascos, cuando este se  dirigió  al servicio. Como es habitual, no siempre que se tira la caña se pesca  y en este caso mi colega se encontró con un tiburón, un tiburón que lo sacó del baño a trompicones al son de una melodía de insultos homofóbicos.   

Cuando creí que se iba a liar la de Dios en Cristo, todo se solucionó con la insólita sumisión de JJ ante el camionero, a quien terminó mamándole el cipote delante de todos como si fuera la cosa más natural del mundo. Dado que con la leche del vasco no quedó saciado, fue ordeñando una por una las pollas de los diez tipos restantes, quienes no pusieron ninguna pega a que un tío les comiera el nabo, más bien todo lo contrario.

La cosa no terminó ahí,  y uno tras otro, todos fueron probando lo rico que era meterla en el culo de un varón, El ambiente se puso tan caliente que Pepiño, el camarero, y Alain le terminaron efectuando a una doble penetración. Una salvajada que  para muchos solo consigue ser una fantasía irrealizable, pero que a mi colega le sale de lo más natural.

El amigo Alain se vino para mí con la intención de seducirme y, tras  hacerme formar parte de una  bacanal que ha concluido con una especie de concurso televisivo en el que tuve que averiguar a ciegas quien me penetraba, se ha encaprichado en que mi culo se  trague dos pollas al mismo tiempo. Ya ha conseguido tener mi consentimiento, ahora la cosa está en que sea algo viable y no descubramos que es solo algo al alcance de los actores pornos.

No sé si estoy más excitado que nervioso, o más nervioso que excitado. Me siento tan aterrorizado por la posibilidad de que me puedan lastimar como cuando Enrique me penetró por primera vez. Al igual que  en aquella ocasión, confío en la palabra que me han dado de que no me van a hacer daño. Lo que pasa que en aquel momento, la promesa me la estaba haciendo la  persona que era mi pareja, de la que estaba enamorado a rabiar y hoy se trata de un desconocido de quien lo único que sé son tres cosas: esta bueno a reventar, folla de puta madre y tiene un morro que se lo pisa.

Me sorprende de él esa  capacidad innata que tiene para manejar a los demás y conseguir que terminen haciendo lo que a él le conviene. Al ver el modo en que se pone a observar a los diez hombres allí presente, mi mente inquieta me gasta una mala pasada y me lo imagino como a un realizador de casting buscando el protagonista para su película. Durante unos intensos instantes los mira a todos de arriba abajo, como si estuviera calibrando su idoneidad para el papel.

En el momento que escoge a Iñaki como el  tercer miembro necesario para nuestra doble penetración, la única persona que pone alguna pega es Nikolás, quien se queja entre aspavientos y de muy mala manera por no ser él el seleccionado.

—¿Lo qué? ¡Eres más canso que el Cirujo! ¿Te crees que eres el único que tiene ganas de follar pues? —La brusquedad con la que habla Alain, demuestra que está hasta los cojones de las impertinencias de su compañero. Tras hacer una pausa, y de un modo que deja claro que no hay lugar a discusiones, le termina diciendo —¡Así que déjate de pavadas y a esperar tu turno como todo quisqui!

Durante unos segundos los dos vascos se miran con un fulminante desprecio,  tal como lo hace un soldado a un enemigo que se le aparece de repente. Un silencio abrumador surge y creo tener la sensación de que se ha levantado un muro amenazador entre ambos.   

Esta vez, seguramente porque ya me he dado cuenta de que el cansino de Nikolás es de los que ladran mucho y muerden poco, no me preocupa que  la riña termine en una trifulca violenta. Lo que si estoy es bastante contento es con la elección que ha hecho Alain. Iñaki  es de todos ellos el que mejor me ha sabido tratar, por lo que cada vez estoy más seguro de que pararan si me duele.  

Ignoro si se debe a lo  cachondo que estoy imaginándome que me inserten dos nabos a la vez, o porque me aferro a la promesa de que no me van a infligir dolor, pero cada vez estoy menos atemorizado ante lo que  me pueda pasar y la excitación que me embarga consigue que de la punta de mi polla broten unas brillantes gotas de líquido pre seminal.  

Una vez “pone en su sitio”  al pesado de su compañero de trabajo, el que en otro tiempo fuera fontanero se viene para mí y  mete un dedo entre mis nalgas con un descaro que roza la insolencia.

Chiqui, estás un poco seco. Cógete el bote de crema y úntate una buena cantidad que te va a hacer falta.

Mientras me embadurno copiosamente  el ojete con lubricante, observo como Alain conversa con  dos de los polacos y, por su talante y cómo gesticula con las manos, le está dando  lo que me parecen una especie de instrucciones. Una vez comprueba que los polacos han entendido a la perfección lo que les ha pedido,  se va para Iñaki, le da un condón para que se lo ponga y le ordena, con una inescrutable sonrisa, que se siente en el suelo.

—¡Chiqui, ponte en cuclillas al lado del amigo Iñaki! —Dice señalándome con la mano el lugar donde quiere que me posicione.

No tengo ni pajolera idea de lo que pretende, pero tampoco pregunto. De siempre, antes que plantearles una solución, me ha gustado ver como se resuelven las cosas por sí sola y esta mañana, en este restaurante perdido de los mundos de Dios, no voy a empezar a mejorar en ese sentido. Obedezco sin decir esta boca es mía.

Lo siguiente que hace es arrodillarse ante Iñaki, se sienta  en el suelo de manera que sus pelvis queden una enfrente de la otra. Le hace un gesto para entrecruzar sus piernas, de modo  que sus aparatos genitales queden juntos. No sé a qué se debe este tipo de postura, ni que absurda idea se le ha pasado por la cabeza a Alain, pero si pretende con esa rocambolesca pose va a poder realizarme mi primera doble penetración, creo que va muy mal, pero que muy mal encaminado.

Guardo silencio porque ver los cipotes de los dos vascos mirando al cielo, uno rozándose con el otro,   es un espectáculo de lo más gratificante. Sin pensármelo, me agacho ante ellos e intento meterme ambos en la boca al mismo tiempo. Aunque el intento es fallido, consigo mi objetivo: calentar un poco más si se puede el ambiente.  

—Y no querías pues, cabrón —Dice Alain apartando amablemente mi cabeza de su pelvis.

Sin darme tiempo a reaccionar, Bernard y Adam me cogen cada uno por una pierna y por un brazo, cuando me quiero dar cuenta, me han levantado en volandas. Lo efectúan haciendo alarde de su fuerza, pero con mucha delicadeza a la vez, tal como si fuera algo frágil que pudiera romperse con una mala manipulación por su parte. En un principio el desconcierto me domina,  busco en sus rostros alguna explicación de por qué me hacen aquello y  dos inescrutables expresiones es lo único que me encuentro. La respuesta  a mis dudas viene de los labios de Alain, quien en un tono mitad amable, mitad arrogante, les dice:  

—¡Muy bien, colocadlo sobre nosotros, tal como hemos hablado! Una vez consiga meterle mi  cipote por completo, lo tenéis que cambiar al de Iñaki, cuando veáis que se la ha metido hasta el fondo, lo cambiáis otra vez a mí y así sucesivamente. Conforme vaya dilatando y le entre con mejor facilidad,   deberéis ir haciendo los cambios más rápidos.  ¡Comportaos como dos machotes  y no me falléis pues!

Me depositan suavemente entre la pelvis de los camioneros, concretamente de cara a Iñaki y de espaldas al Alain, con lo que  el pollón de este último queda  restregándose por la raja de mis glúteos y el del otro rozando mi bolsa testicular y el perineo. Las manos de mi embaucador particular se aferran a mi cintura,  coloca su erecto mástil en la entrada de mi ano y empuja sus caderas para deslizar el caliente misil por la estrecha tubería.

A pesar de lo dilatado y lubricado que se encuentra mi orificio anal,  a la ancha cabeza le cuesta un poco de trabajo pasar, pero una vez lo consigue, el resto del miembro viril se introduce con una facilidad pasmosa.  En otras circunstancias, sentir como me penetran a la vez que noto el glande de Iñaki sería de lo más gratificante, pero estoy tan nervioso temiendo no estar a la altura de lo que se avecina y la postura es tan aparatosa, que no disfruto todo lo que debiera. Eso sí solo de elucubrar que puedo tener dos vergas en mi interior, mi nabo sigue empalmado a más no poder.

Los dos polacos, tal como les indicara Alain, una vez comprueban que el palpitante falo se ha introducido hasta el final, me levantan y me colocan sobre la verga de Iñaki. Este, al igual que hiciera su compañero, se incorpora levemente,  me agarra por la cintura e intenta dirigir su virilidad al horno de mi interior. En esta ocasión no hay ningún impedimento y el vigoroso embutido entra de golpe y hasta el final. Es tanto el placer que me invade que termino  mordiéndome el labio inferior, a la vez que lanzo un  vibrante quejido de placer.

No me da tiempo de hacerme a la sensación de sentirme atravesado por el cipote de mi vasco favorito, cuando Bernard y Adam vuelven a levantarme y a los pocos segundos es la firme lanza de Alain la que me atraviesa. En unos segundos mis glúteos tocan su pelvis y una sensación de lo más placentera me invade al percibir la dura prueba de  su masculinidad en mi interior.

De nuevo, mi capacidad de sentir un duro apéndice en mis entrañas vuelve a ser interrumpida por mis porteadores, quienes me vuelven a levantar y a colocar más cerca de la polla de Iñaki. Otra vez, el nabo de mi  vasco favorito  vuelve a internarse en mi recto de forma fulminante.

Pierdo la cuenta sobre el número de veces que los dos sementales rubios me levantan para que una polla salga y otra entre. Solo sé que cada vez mi ano está más dilatado y la alternancia de aquellas dos trancas en mis esfínteres me tiene tremendamente cachondo, incrementándose mis ganas de sexo de un modo galopante. La locura se apodera de mí y empiezo a gemir compulsivamente, a la vez que entre dientes comienzo a decir:

—¡Quiero tener esas dos pollas dentro de mí!

De repente,  Alain hace una señal a los dos chavales que cargan conmigo y les pide que me mantengan ligeramente levantado sobre sus pollas.

—Ahora Iñaki, seremos nosotros los que nos moveremos, cuando yo se la saque, tú se la metes, cuando tú se la saques, yo se la meto y así sucesivamente. Hasta que consigamos que las dos entren a la vez. ¡Aúpa pues!

El ritmo y velocidad que aquellos dos hombres imprimen a sus caderas me parece de película pornográfica. Desde mi comprometida postura y sin dejar de gozar de  como aquellas dos navajas sexuales me perforan el recto casi al unísono, alzo la mirada y  lanzo una visual a los hombres que me rodean. La sensación de   comprobar que la lascivia en sus miradas casi se puede cortar con un cuchillo, lejos de achicarme, me hace sentirme orgulloso, logrando hacerme crecer de una manera que yo no creí que pudiera. Saberme deseado por ellos, me hace creerme alguien importante.

En un momento determinado noto como los dos erectos falos se pelean por ocupar un lugar en mi interior. La lucha termina en tablas y los dos intentan invadir mis esfínteres al mismo tiempo. Siento como mi ano se abre para dejar paso de un modo tan doloroso como placentero. Por unos segundos creo que me van a reventar por dentro, pero no es así.  Poco a poco mi recto se va adaptando al grosor de las dos vergas y el pequeño suplicio da lugar a una sensación de lo más gratificante.

Pese a que el dolor no remite del todo, percibir como los dos cipotes se frotan entre sí y se rozan contra las paredes de mi oficio anal, hace que mil hormigas  imaginarias recorran mi cuerpo, al tiempo que se me acelera el pulso y  mi raciocinio se nubla hasta dejarse envolver en pensamientos de lo más pecaminoso.  Una parte de mí le gustaría que parara la pequeña punzada de dolor, otra parte de mí, dominada por la lujuria, le gustaría que una sensación así no tuviera fin.  Como a un hambriento que le pusieran para comer los mejores manjares, dejo que mis instintos tomen el control y, dominado por la gula, me lanzo de lleno a devorar todos los platos.

Pido  a Bernard y Adam que dejen de mantenerme en volandas y lo hacen  con tan sumo cuidado, que ninguna de las dos pollas se sale de mi interior. Me pongo de cuclillas sobre ellos y adopto una posición en la que me pueda mover con cierta libertad. Dejo los talones al aire, me apoyo sobre la punta de los dedos  como si fuera una especie de palanca y  de modo que mi cuerpo se balancee arriba y abajo. Una vez considero que estoy cómodo,  comienzo a  deslizar mi recto  a través de las dos potentes pértigas.

La forma en que he tomado la iniciativa sorprende no solo a Iñaki, a Alain y a los dos polacos, sino que el resto  de individuos, incluido JJ, se me quedan mirando sorprendidos.  Sin  dudarlo,  se aproximan como una pequeña marabunta en pos de  tener una mejor visión del pornográfico espectáculo que estoy ofreciendo.  Sentirme observado por aquel grupo de fornidos machos propicia que continúe mi sensual cabalgar, con más ahínco si cabe. He pasado de sentirme ninguneado y herido en mi orgullo, a ser dueño de la situación.

Intencionadamente busco con la mirada  el rostro de JJ, sus ojos brillan expectantes. Ignoro cuál sería el concepto que pudiera tener hasta ahora  de mí en el plano sexual, pero lo que tengo claro es que le he conseguido dar un giro de ciento ochenta grados. Cuando se percata de que estoy mirándolo, me sonríe picaronamente por debajo del labio y me da a  entender  que disfrute del momento todo lo que pueda.

Aumento la velocidad del improvisado tío vivo sexual que me he montado y los suspiros acompasados de los dos vascos acompañan a mis apagados quejidos. Los rabos de mis dos amantes se van endureciendo cada vez más y tengo la horrible sensación de que el culo, incapaz de contener tal grosor, se me va terminar rompiendo en girones.

Me fijo en el rostro de Iñaki, tiene los ojos cerrados y con la boca entreabierta no para de jadear. Su expresión es una amalgama de emociones donde se alternan la alegría y la sorpresa por igual. A pesar de que parece estar más a gusto que un cochino en un charco, el amable camionero, al comprobar que lo miro fijamente, sale de su ensimismamiento y me dedica una  más que afectuosa sonrisa. No sé porque, pero tengo la sensación de que si estuviéramos a solas, me colmaría de besos y de abrazos.

Aquellas muestra de cariño es la gasolina que necesito para hacer mi cabalgar más frenético y placentero. Frenesí que da como  resultado que mi vasco favorito se vaya acercando a las puertas del orgasmo, pues en su rostro se deja ver cada vez más la dulce agonía del éxtasis.  Súbitamente y con un gesto burdo,  saca su miembro viril de mi interior, se quita el condón y a los pocos segundos, entre compulsivos jadeos,  expulsa un pequeño geiser de esperma que inunda por igual mis muslos que a los de Alain.

Comprobar que  he conseguido  que llegue al paroxismo de un modo tan placentero,   hace que mi pecho se hinche orgulloso. Sin embargo, mi satisfacción no es completa pues me  encuentro como si hubiera solo obtenido la mitad de un premio, pues Alain sigue sin correrse. Intensifico el ritmo de mi trotar y sus suspiros lo hacen también. Vuelvo la cara levemente para vislumbrar su expresión. El atractivo vasco está con los ojos cerrados y se muerde  suavemente el labio inferior, de pronto, abre ampliamente  los ojos y la boca para musitar un entrecortado: “¡Me cooorrooo!”.

A pesar del condón siento los chorros de esperma que brotan de la punta del rígido pollón. Aguardo unos segundos a que termine de descargar toda su esencia vital y saco el gordo troncho de mi interior con sumo cuidado. Es quitarle a mi ano su “alimento” y creo notar que palpita anhelante. Llevo la mano hasta él y no aprecio ni el más leve desgarro, pues no siento ningún dolor al acariciarlo. Los dos machotes han cumplido su promesa y no me han hecho daño alguno.

Me pongo de píe y miro a mi alrededor. Es evidente que sigo con más ganas de sexo y que entre  los corpulentos machotes que me rodean no me va ser difícil encontrar candidatos para dármelo. Es curioso, pero todos se llevan la mano a los genitales haciendo alarde de su tamaño, dureza y grosor. Pese a que yo me vea como una especie de impúdica Mesalina, seleccionando a sus amantes entre los centuriones de la tropa, me da la sensación que no llego ni a la categoría de  capataz que escoge entre los emigrantes de turno a los jornaleros para trabajar en el campo.

Tras pasear la mirada por los rostros y cuerpos de cada uno de ellos, me detengo a contemplar la hermosa verga de Albert y la morena y venosa de Pedro. Aunque el catalán me cae como el culo, he de admitir que está de toma pan y moja chocolate. Considero que, compinches  como son, podrán sincronizarse de buena manera y, con un gesto que roza lo teatral, los señalo.

De refilón miro como les ha sentado mi decisión a los demás, sobre todo al  jartible  de Nikolás. Pese a que da muestras de estar un poco fastidiado, no dice nada. Creo que el rapapolvo que le ha metido su compañero ha surtido efecto y ha optado por estar menos impertinente.

Albert mira a su compañero con desgana, como si se tratara de algo que fuera a hacer por obligación. Cosa que me suena más a paripé que a otra cosa, pues su carajo, tieso como un palo,  sigue imperturbable mirando al techo. Pedro, que debe conocer a su amigo a las mil maravillas, no hace caso de su desplante, avanza hacia mí y me pregunta cortésmente:

—¿Dónde nos ponemos?

Antes de que yo pueda decir nada, el niñato catalán interviene con un tono de lo menos apropiado para dirigirte a alguien con el que te dispones a follar:

—¿No pretenderás que nos sentemos como esos dos? Primero que la postura es muy incómoda y segundo que paso de rozarme el ciruelo con aquí el colega.

Lo miro, si fuera un súper héroe sería “Veleta-man”, sus cambios de humor y de parecer son solo propios de los que le dan a la coca. Seguramente sea eso, algunos de esta profesión hacen lo que sean para estar el máximo de horas al camión. Si lo hacen algunos cantantes para dar un concierto tras otro, si lo hacen algunos políticos para soportar no sé cuántas horas de mítines… ¿Por qué no lo van a hacer ellos? Lo malo de esta cosa es la puta adicción que crean y que te terminan convirtiendo en un puto histriónico.

De nuevo, y porque no quiero aguar la fiesta, me meto la lengua en el culo y dejo pasar una grosería que  en circunstancias normales replicaría con un discursito de los míos. Pero lo dicho, ni el momento es el idóneo, ni creo que sirviera para nada. Este tío tiene pinta de creer saberlo todo y de llevar siempre la razón, tipo de personas con la que no merece la pena ni alterarse.

Me llevo una mano a mi orificio anal, compruebo que no está dolorido y sigue bastante dilatado, por lo cual considero que se puede intentar la postura clásica de sentarme sobre la polla de uno de ellos y que el otro me la clave desde detrás. Guardo unos segundos de silencio para hacerme el interesante y les digo:

—No, creo que haga falta, lo podemos hacer en la posición habitual.

La seguridad de la que impregno mis palabras, deja desconcertados a mis dos “jornaleros”. Se miran entre ellos e intercambian un gesto del tipo  “dequecoñoestáhablandoeste”. Pedro, tras mostrarme una esplendorosa y artificiosa sonrisa “Profiden” de las suyas,  me pregunta:

—¿Qué posición es esa?

Lo miro con un poco de altanería y,  como si estuviera poseído por el espíritu bufón de JJ,  le digo en un tono de lo más teatral:   

—¿Cuál va a ser, miarma? La que habéis visto practicar a mi amigo con vuestros compañeros. Uno de vosotros se sienta en el suelo, yo lo hago sobre él, me ensarto la polla en el  culo y el otro me la mete por detrás.

Pedro  me sonríe picaronamente, esta vez no sé por qué, pero me da la sensación que lo hace de manera sincera. Se dispone a sentarse en el suelo, cuando Albert lo detiene y le dice:

—Mejor me siento yo.

No sé cuál es el poder o la capacidad de influir que tiene el catalán sobre el madrileño, pero está claro que a pesar de que lo dobla en altura y es más fuerte que él, se comporta como un pelele en sus manos, como si le tuviera miedo pues deja que él sea quien tome las decisiones.  Así que en vez de sentarse en el suelo y ser el primero que me la clave, tendrá que conformarse con hacerlo desde la retaguardia.

Está claro que este hombre le echa pocos huevos a la vida. Como se comporte así en el curro, cualquier día viene alguien y le quita el sitio por la cara. ¡Qué este mundo está lleno de trepas por todos lados!

Mientras se sienta en el suelo, lo observo. Está claro que el niñato catalán no solo está bueno, es guapo a rabiar y tiene unos ojos miel para comerle el nabo.  Pero como diría mi amigo JJ, es un chico clínex, de follar y tirar. No es el típico tío que te gustaría llevarte a cenar o al cine. ¿Quién quiere alguien a su lado que es capaz de decir una cosa y hacer después lo contrario? Me pone mala cara cuando lo elijo para tener sexo conmigo y ahora quiere ser el primero. “¡Aclárate Albert, aclárate! ¡O picha dentro o picha fuera!”, pienso mientras cabeceó levemente contrariado.

Como esto se trata de pasárselo bien follando y no de hacer “amigos para siempre”. Vuelvo a untarme una buena cantidad  de lubricante en el ano, al tiempo que el catalán envuelve su verga con un profiláctico. Una vez compruebo que ambos estamos preparados,  me acuclillo sobre él. Tener el rostro del engreído este frente a frente no es lo que más me apetece, así que mientras dirijo el palpitante dardo al interior de la diana de mis glúteos, apoyo mi barbilla sobre uno de sus hombros. Al no ser demasiado ancha, no encuentra demasiada dificultad y en unos pocos segundos mi ano se la termina de tragar por completo.

Una vez me acomodo, saco para fuera todo lo que puedo el pompis e invito con una señal a Pedro para que se incorpore tras de mí. Al principio el madrileño no atina y su churra acaba tropezando torpemente contra el canal de mis glúteos. Convencido de que si han entrado la de Alain e Iñaki, la de ellos dos no deben encontrar ninguna dificultad, respiro fuerte, contengo el aire en mi barriga y alargo la mano que tengo libre para dirigir el erecto mástil a mi interior.

En esta ocasión, aunque no entra de golpe y llego a notar una fuerte punzada que me recorre salvajemente la espina dorsal. Mis esfínteres consiguen dilatarse y pasa con cierta facilidad.

Pedro, al comprobar que su moreno tronco ha entrado casi hasta la base, comienza a arremeter sus nalgas contra mi zona lumbar. Es tan brutal la forma que lo hace que casi aplasto con mi cuerpo a su compañero, quien al notar como el oscuro rabo se roza con el suyo comienza a jadear compulsivamente.

A diferencia de la primera vez,  el placer que me regalan las dos rígidas serpientes que se adentran en mis entrañas no lo puedo controlar, y aunque me  sigue doliendo  un poco, estoy a punto de estallar de placer. Albert por delante, Pedro por detrás. Tengo que reconocer, como que me llamo Mariano, que ser la pieza clave de esta “coalición” me tiene que me subo por las paredes. Tanto que miro al resto de los hombres y estoy deseando terminar para empezar con una nueva elección(o elecciones).

En el momento que más hundido estoy en este mar de sensaciones impúdicas que me rodea,  una voz retumba en mis oídos, una voz que suena como pronunciada desde una tribuna. Al principio no identifico la identidad de quien me habla, pues suena como distorsionada y muy lejana.

Al prestarle atención un manto de oscuridad me rodea, abro los ojos y me encuentro a JJ a mi lado diciéndome:

—¡Despierta dormilón, qué vaya pedazo de siesta del fraile que te has pegado!

Al mirar a mi alrededor,  compruebo que aunque estoy en el bar de la estación de servicio, ni JJ ni yo estamos desnudos, ni sumidos en una enorme bacanal.

Rápidamente busco a los camioneros y solo puedo ver a los tres vascos que se toman una cerveza mientras bromean entre ellos. No veo ni a los tres polacos, ni al catalán, ni al madrileño, por lo que intuyo se han debido marchar. El único que permanece en una  apartada mesa y  toqueteando compulsivamente su Tablet es Borja. En la barra se puede ver a dos fornidos individuos de unos cuarenta años tomándose un café, por su indumentaria parecen operarios de una empresa. A una pequeña distancia,  Pepiño atiende a un hombre bastante  más bajo  y más endeble que los dos trabajadores. El enclenque individuo parece ser el padre de dos niños que alborotan en dos mesas más allá de la nuestra.

Muevo la cabeza perplejo, tengo la sensación de que lo que he vivido ha sido un maldito sueño. Un sueño que ha sido tan real para mí que hasta estoy tentado de llevarme la mano al ano, para comprobar como lo tengo de dilatado y  si no lo hago es por decoro. Está claro que todo lo que he “vivido” ha sido fruto de mi calenturienta imaginación, estas  orgias con machotes fornidos y cosas parecidas solo ocurren  en las películas de Joe Gage. ¡Debo dejar de consumir tanto porno o voy a terminar gastándome el sueldo en un terapeuta!

—¿Llevo mucho tiempo dormido?

—Más de una hora, cuando volví del servicio ya estabas sobando.

—¿Por qué no me has despertado?

—¿Qué quieres que te diga? Tenías una cara de felicidad tan inmensa que me dio pena despertarte. Para mí que estabas teniendo un sueño erótico.

“¡Y tan erótico!”, pienso mientras un poquito indignado cuestiono su comportamiento.

—Pero es que me has dejado dormir mucho tiempo.

—Yo no he estado aquí, he estado fuera con unos amigos haciendo unas cositas —Responde con cierta picardía.

—¿Qué amigos? ¿Qué cositas?

—¡Ay, hijo mío, preguntas más que un abogado! Arranca, vámonos y por el camino te lo cuento.

Me levanto de la silla, todavía estoy un poco amamonao. Me dispongo a sacar la cartera para pagar, pero JJ me dice que ya lo ha hecho él. A pesar de que aún estoy un poco grogui, no se me escapa que antes de salir mi amigo se despide haciendo un leve gesto con la mano de los tres vascos, quienes hacen lo mismo sonriéndole generosamente. Así que no puedo evitar preguntarme: “¿Qué coño ha pasado aquí mientras dormía?”

Continuará dentro de dos viernes en: Cruising entre camiones.

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