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Dios odia a los cobardes.

en Gays

21/08/12  08:30

(Ramón sigue recordando ante el espejo todos los pormenores de su relación con Mariano)

Aquel lunes treinta de Julio, marcó un antes y un después en mi relación con Mariano.  Me podía decir mil veces a mí mismo, que la orgía de dominación en casa de Rodri había sido un dejarse arrastrar por los acontecimientos y ceder a los más bajos instintos, lo que se llama perder los papeles por completo. Sin embargo, no había nada de impulso reflexivo  en  lo que me disponía hacer aquella tarde,  sino que, muy al contrario,   todo había sido concienzudamente meditado.

 Había quedado con Sergio, el provocativo chico del gimnasio, para ir a su casa y echar un polvo. Aunque pudiera parecer un desahogo sin importancia, yo buscaba en aquel encuentro las  posibles respuestas a mis sentimientos hacia Mariano, saber cuanto pesaba la pasión en ellos y si lo que él despertaba en mí era eso que llaman amor. Lo que ignoraba, es que Sergio, con su aplastante sinceridad, me sabría dar la llave para una puerta que yo no ansiaba  abrir en absoluto.

Estacioné el coche en los aparcamientos cercanos al centro deportivo, ni diez minutos más tarde apareció el muchacho en un descapotable oscuro.  Al  verlo conducir aquel vehículo, vistiendo un polo amarillo, meticulosamente peinado y escondido tras unas gafas negras de diseño, me resultó sumamente atractivo, hasta tal punto que  despertó en mí algo parecido al deseo. Instintivamente lleve la mano a mi bragueta, busqué mis genitales  y los apreté morbosamente.

Nada más verme, aparcó su coche en doble fila, se bajó de este y se dirigió hacia mí. Desprovisto de la ropa de entrenamiento, su apariencia era más majestuosa, encurtido en unos pantalones raídos y un polo de algodón súper pegado parecía haber salido de una pasarela de modas. Sus andares eran cuidados y altaneros, como si fuera consciente de ser la diana de las miradas que lo rodeaban y  aunque no me pareció nunca un engreído,  no se podía decir que tuviera un bajo concepto de sí mismo.     

Al llegar frente a la ventanilla del conductor de mi vehículo, se desprendió de las gafas de un modo perfectamente estudiado y me saludó mostrándome una perfecta dentadura. No había terminado de responderle, cuando se reclinó sobre el coche y haciendo alarde de una seguridad casi arrogante me dijo:

—¡Sígueme!, vivo cerca y ahora mismo no creo que haya demasiado problema para encontrar aparcamiento.

Su actitud menoscabo todo lo que creía conocer sobre las relaciones humanas, pese a que lo intuía ansioso por tener sexo conmigo, había un halo de habitualidad en sus gestos que me tiraba un poco de espaldas (Más tarde descubriría que era todo una pose artificiosa). No obstante,  en aquel preciso instante, tuve la sensación que a lo de echar un polvo con un desconocido, le daba la misma importancia que a comprar un cupón de los ciegos.

Sin objetar nada, seguí a su automóvil. Unos minutos más tarde, llegábamos a una barriada de gente bien de la capital, la desaceleración de su coche me dejó claro que por aquella zona se encontraba su vivienda. Sacó la mano por la ventanilla y, con  un gesto, me señaló   que aparcara en uno de los huecos libres. Aguardó a que lo hiciera y me indicó que me subiera a su coche:

—Prefiero subir por el garaje, que hay quienes no tienen bastante con los cotilleos de la tele y se llevan todo el día pendiente de lo que hacen los vecinos.

Aquella actitud suya me sorprendió, primero porque días antes me confesó que le gustaba hacerlo en sitios públicos donde hubiera  riesgo a ser sorprendido, segundo porque ese tipo de precauciones no me casaban con alguien que se disponía a meter un extraño en su casa. Yo puedo tener planta de buena gente y todo eso, mas no dejaba de ser un completo desconocido al fin y al cabo.

Dado el  gran número de vehículos aparcados en el extenso sótano, concluí que el edificio albergaba bastantes viviendas más de las que podía parecer  en un principio o estaba habilitado para más de un vehículo por familia. Fuera como fuera, nada que ver con el antro al que me llevaron mis compañeros unos días antes.

Fue simplemente subirme al ascensor y pude constatar que allí la crisis no había dejado mucha constancia de su paso, se olía el dinero tanto en sus modernas prestaciones de seguridad como en su limpieza y conservación.

Sergio vivía en la cuarta planta. Con la misma cautela que me metió en el edificio, me sacó del ascensor. Tras comprobar que no había ningún inoportuno vecino transitando por los pasillos, me hizo pasar sigilosamente a su piso.

La vivienda como todo el edificio rezumaba pasta por un tubo, desde el parqué de madera a los cuadros de la pared. No soy un entendido de arte, pero al no ser las archiconocidas copias de calidad que todo el mundo tiene en sus casas, llegué a pensar que  podían ser obras originales de algún pintor más o menos conocido. No sabía a qué se dedicaba, pero quedaba  claro que el muchacho no vivía de servir comida en un Burger.

Al cruzar el umbral, Sergio posó la mano sobre mi cintura y  tras cerrar la puerta, se dispuso a besar mis labios. Al igual que en un principio hacía con Mariano, le volví la cara y le ofrecí la mejilla. El muchacho contrariado ante mi negativa, puso cara de fastidio y dijo:

—O sea, que solo vienes a follar.

Asentí con la cabeza, procurando por todos los medios no enfadarlo más y evitar así, nunca mejor dicho, tener que marcharme con el rabo entre las piernas.

—Bueno, pero una copa no me la rechazaras —Dijo con palpable amabilidad, como si lo sucedido fuera una especie de contratiempo previsto.

—Para un buen cubata nunca tengo un no —Le respondí sonriendo, intentando romper con mis boberías el hielo de una situación que se me antojaba un tanto tensa.

Me sirvió un ron con cola y él se puso un gin-tonic de esos raros, que tan de moda están entre la gente pija.  Me invitó a pasar a un salón que era el doble de  grande que el de mi casa, en el  centro de este había un enorme sofá de cuero de color crema, sobre el cual nos sentamos.

—¿Qué te pasa? ¿Tú mujer no te la mama o es que te vuelve loco meterla por un agujerito estrecho?

El desparpajo del joven culturista me chocó de frente, más ni por esa me vine abajo y le demostré que yo no solo era más viejo que él, sino que tenía mucho  más mundo corrido, con lo que era  más listo y más chulo.

—Las tías que son unas estrechas y cuando ven esto que Dios me ha dado salen corriendo como galgos — Al mismo tiempo que hablaba me agarré el paquete de un modo soez, dándole muestras de  que venía preparado para lo que hiciera falta. 

—¡Algunas mujeres son tontas! —Pego un sorbo de su copa y sonriendo maliciosamente concluyó diciendo —¡No saben lo que se pierde!

Sin apenas darnos cuenta, nos enfrascamos en una agradable conversación, que cuanto más avanzaba, más a gusto nos encontrábamos él uno con el otro.

Me contó que llevaba emparejado unos meses con un tipo de Barcelona, que venía de vez en cuando por Sevilla, que no era nada serio y por eso se veía con otros. No sé porque pero se me vino a la cabeza el “dichoso catalán” de la sauna de mi amigo y, como el que no quiere la cosa, le pregunte a que se dedicaba, Sergio puso cara de extrañeza y me contestó de malas ganas:

—Es directivo de una empresa multinacional de servicios, ¿por?

—Por nada hombre, por charlar un poco de algo

—Bueno… ¡El que la lleva la entiende!....—Respondió el chaval, dándome  a entender que mi excusa le había sonado a rollo patatero.

Tras terminarnos  las copas me propuso que nos tomáramos una ducha, intuí que  quizás quisiera  proseguir el “juego” que inició el primer día que lo vi. Me pareció de lo más morboso y sugerente, por lo que accedí sin pensármelo.

Me condujo al cuarto de baño, donde de nuevo la exquisitez campaba a sus anchas. La grifería y los accesorios  desprendían un aire de modernidad  y  sencillez por igual, todo era muy exclusivo y de diseño. Sin embargo, lo que se llevaba la palma  era la placa de ducha: era enorme, diseñada para albergar  en su interior a dos personas cómodamente y con una impresionante mampara de cristal, que la  dotaba de un erotismo casi cinematográfico. Estaba meridianamente claro que a aquel jovencito le gustaba el “mamoneo” de etiqueta negra, pues las dimensiones y formas de aquel habitáculo, dejaban palpable que estaba ideado para follar dentro de él.

En silencio, nos fuimos desprendiendo de nuestras ropas. Mientras me quitaba la camisa,  no pude reprimir recrearme con el torso que se escondía bajo aquel polo amarillo. Se trataba del pecho masculino más perfecto que había visto en mucho tiempo, encuadrado entre unos hombros poderosos y unos abdominales que parecían dibujados con escuadra y cartabón.

Su físico era muy parecido al de Mariano, musculado pero sin ser ostentoso. Sin embargo,  he de admitir que sus casi quince años menos le proporcionaban un atractivo añadido que conseguía ponerme como una moto.

Una vez me quité la camisa, vanidosamente e,  intentando estar a la altura de la circunstancia, encogí mi abdomen en un intento vano de esconder mi barriga. Con el inapropiado acto, lo que hice es evidenciar más mi pronunciada tripa.  

Sin embargo, al muchacho poco parecía importarle la grasa de mi estómago, todo su interés parecía estar debajo de mi cintura. Fue descorrer la hebilla de mi cinturón y sus ojos se clavaron en mi bragueta. Bajé los calzoncillos y mostré impúdicamente la bestia de mi entrepierna y,  dado  lo insólita de la  situación, el nerviosismo   impedía que me excitara plenamente. No obstante, la visión de mi cipote, aunque solo estuviera morcillón, dibujó una leve mueca de asombro en la cara de mi acompañante.

Ver como se quitaba los vaqueros y los slips, con la mirada clavada en mi verga, me excitó enormemente. De un modo casi irreflexivo, la sangre comenzó a recorrer las venas de mi rabo y, antes de que se persigna un cura loco, lo tenía con la cabeza mirando al techo. 

El muchacho, quien tenía el pene  tieso como un palo, avanzó hacia mí, alargo su mano y agarró delicadamente mi vergajo, sin reparos de ningún tipo. Había tanta sensualidad entre sus dedos,  que sentí como un escalofrío recorrió mi espalda. Instintivamente posé mi mano sobre su trasero, al notar su tersa piel y la dureza de sus carnes, no pude reprimir pegarle un fuerte apretón, al tiempo que me mordía el labio inferior morbosamente.

Embriagados en la pasión y a trompicones, nos metimos en el interior de la placa de ducha. Una vez cerramos las cristaleras,   Sergio, sin soltar mi verga abrió el grifo y un tremendo chorro de agua templada nos envolvió. Deje aparcado mi nerviosismo y puse a trabajar mis primitivos instintos, llevé mi mano a la división de sus glúteos y busqué con mi corazón el agujero central.

Simplemente rozar mi dedo contra el depilado orificio y de los labios de mi acompañante emergieron unos guturales quejidos, su mano se aferró a mi cipote e inició una especie de suave masturbación. Cruzamos nuestras miradas y comprobé que  los ojos de Sergio, a pesar de su juventud, contaban que había vivido mucho y no todo bueno. Un halo de tristeza y de nobleza rodeaba su semblante. Tanto, que  despertó en mí cierta ternura.

Mecánicamente cogió un bote de gel de baño que había en el suelo, se echó un poco en la mano e impregnó mi polla con el viscoso fluido, segundos después, mi churra estaba envuelta en espuma y dura como una roca. El muchacho consciente de que sus caricias me proporcionaban placer, acercó su cara a mi pecho y chupó  con mimo uno de mis pezones. Sin querer volví a pensar en Mariano, en su forma de hacerme disfrutar, en toda la ternura que me daba... Aquella jugada traicionera de mi inconsciente, propició que el vigor abandonara levemente mi entrepierna.

Sergio debió suponer que mi virilidad se ablandó porque no me gustaba mucho que me lamieran las tetillas, pues dejo de hacerlo y se agachó ante mí,  como si fuera el siguiente paso de un ritual hábilmente estudiado. Antes de meterse mi carajo en la boca, lo estuvo besando durante unos segundos, pasando la lengua por su tronco, chupeteando el prepucio y, cuando lo creyó oportuno, intentó tragárselo de golpe.

A pesar de su empeño y de sus muy buenas habilidades, a su cavidad bucal le fue imposible  albergar por completo el mástil de mi pelvis. Tras unas cuantas pequeñas arcadas, con los ojos llenos de diminutas lágrimas, desistió diciendo:

—¡Joder macho! Yo tengo buenas tragaderas, pero esto no hay quien se trague entero. ¡Vaya rabo que tienes, campeón! No solo es largo, sino que es cantidad de gordo…

Estuve a punto de decirle que sí había alguien que lo podía hacer  sin problemas: mi  amigo Mariano, más no quise ser descortés y le solté la primera patochada que se me vino a la mente:

—Cuando te dije que las tías salían corriendo al verla, no te exageraba.

—¡Ya veo! —Dijo regalándome una picarona sonrisa —Pero eso no quiere decir que no te vaya a pegar la buena mamada que te mereces.

Cogió mis pelotas con una mano y mi verga con la otra, tras apretarla fuertemente entre sus dedos, empezó a succionar mi glande como si fuera un cono de helado. La boca del muchacho era un verdadero volcán y unidos a sus meticulosas caricias en mi escroto, consiguieron que el placer  se agarrará  a mis sentidos como una lapa y borrara de mi cerebro cualquier pensamiento racional.

Engulló mi polla hasta donde fue capaz, sentir el fuego de su garganta chocar contra mi capullo, consiguió que mi rostro se retorciera en muecas de satisfacción, que concluyeron en unos gozosos y  prolongados gemidos.

Interrumpió la mamada para comenzar a comerme los huevos, en principio simplemente pasaba la lengua entre sus pliegues, suavemente como si buscara paladear su sabor, después los lamió más salvajemente y por último se los metió en la boca, primero uno, luego otro, finalmente los dos.

Ante tanto gozo, la boca de mi uretra escupió unas abundantes gotas de precum, que resbalaron por las venas del tronco de mi caliente mástil hasta los labios del muchacho, quien, en un desvergonzado gesto, se limpió el viscoso líquido con la lengua y se lo tragó.

Sin dejar de relamerse la comisura de sus labios, empujó levemente mis muslos con sus manos, se metió entre mis piernas y comenzó a pasar la lengua desde mis huevos al perineo, hasta casi tocar  con ella mi ano. Rendido al placer que me estaba regalando, no puse ninguna objeción y él interpretó aquello como que tenía permiso para seguir hacia adelante. Fue sentir el calor de su boca en mi agujero y un cumulo de sensaciones desconocidas vinieron a visitarme. La práctica del beso negro la conocía por haberla practicado, sin embargo era bien distinto que te comieran el culo a que tú fuera el que lo hicieras. Sin inhibiciones de ningún tipo,  empecé a resoplar estrepitosamente, al tiempo que de mis labios salían una legión de palabras mal sonantes.

—¡Que lengua tienes cabrón!... ¡Te gusta mi culo peludo! ¡Pues chúpalo, chúpalo! ¡Chúpalo hasta que te dé asco!...

Comprobar que aquello no solo me agradaba, sino que me volvía loco de gusto, llevo a que Sergio, tras empapar notablemente mi orificio trasero, se dedicara a hacer pequeños círculos con su paladar  sobre él. Una oleada de satisfacción me sacudió y el efecto liberador de sus labios sobre mi ojete, propicio que lanzara  escandalosos bufidos.

Entregado como estaba a la lujuria, cuando  Sergio me pidió que me girara hacia la pared y sacara el pompis para afuera, lo obedecí sin rechistar. Sin mayor dilación, él se volvió a meter entre mis glúteos devorando el calor que brotaba de mi culo. Hábilmente supo alternar la delicadeza con una pasional furia, lo mismo lo lamía tiernamente que pegaba pequeños mordisquitos.

Una sensación de intensa satisfacción recorrió todo mi cuerpo, sentí como el contenido de mis cojones pugnaba por salir, instintivamente llevé la mano a mi polla y,  tras unos leves toques, varios chorros de esperma fueran a parar impunemente contra el cristal.

El muchacho al ver que había alcanzado el estaxis, detuvo el viaje de su lengua por mi orificio anal y  se quedó parado tras de mí, durante el leve tiempo que me fui recuperando del tremendo orgasmo

Mientras mi cuerpo volvía a la normalidad, la imagen de Mariano volvió a visitar a mi consciencia y toda la satisfacción que me embriagaba pareció esfumarse de golpe y porrazo. Egoístamente me dije que no le debía nada, que era un padre de familia y mis únicas obligaciones estaban con esta. Egoístamente me dije que el sexo con él era solo otro desahogo, que buscaba en él lo que no tenía en casa. Pero descubrí que mentirme a mí mismo es lo que peor se me da y la verdad sobre lo que sentía por él, repicó  incesantemente en mi cerebro.

—¡Tío no me digas que te has corrido ya! ¡Con la ilu que me hacía que me follaras con ese pollón que tienes! —Las palabras de Sergio me devolvieron abruptamente a la realidad: me había corrido sin proporcionarle al chaval el más mínimo placer. Haciendo alarde de esa chulería noble que dios me ha dado me agarré soezmente  la parte baja de los huevos y le contesté:

—¡Hombre de poca fe! Las armas grandes suelen tener más de un disparo, solo hay que esperar un poco para recargarla!

El muchacho sonrió amablemente ante mi pamplina  y,  con un ademan gentil,  me invitó a salir de la ducha.

He de reconocer que a pesar de mi “aparente” confianza, estaba avergonzado por lo que acababa de hacer e intentaba hacer lo que mejor me sale: huir hacia delante. El fantasma de mis prejuicios sociales no dejaba de martillear en mi cabeza, cada paso que daba con la intención  de conocer en quien me estaba convirtiendo, me hundía más en el fango de la incertidumbre; cada vez que buscaba en el sexo respuestas, este me respondía con más preguntas.

Me sequé silenciosamente, mostrando de vez en cuando una amable sonrisa al chaval que me acompañaba. Si algo no quería es volver a usar a otra persona como lo hice con Rodri, mis fantasmas y mis culpas eran solo míos y nadie, mucho menos alguien que parecía buena persona, debía soportar mi mal humor.

El desvergonzado joven, al que la excitación no había abandonado en ningún momento y tenía la  polla rezumando una excelente salud, me pidió que lo siguiera al dormitorio, pues allí estaríamos mucho mejor.

La habitación del muchacho, pese a que era bastante minimalista, me impresionó bastante. Estaba decorada con sumo gusto, cuidando detalles tal como la iluminación,  montada a base de leds, tenue y dispersa por cada uno de los rincones. Las paredes estaban pintadas en un gris plateado sin brillo, en contraposición los muebles eran negros lo que daba a la instancia una atmosfera de distinción. En uno de los laterales había  un enorme  armario empotrado con una gran luna en cada una de sus tres puertas. Frente a él había  una pequeña cómoda   y en el centro, lo que parecía lo más importante de aquel habitáculo, una enorme cama de matrimonio con un cabecero amplio de madera que descansaba sobre una base de madera a escasos centímetros del suelo. A  cada uno de sus laterales  había un mesita de noche,  sobre una de ellas descansaba un libro.

Sergio me agarró los huevos con una mano, mientras que paseaba la otra por mi pecho con la única intención de ponerme caliente. Tuve la sensación de que, de nuevo, estaba tentado de besarme, por lo que inconscientemente hice un gesto de desagrado que el captó a la primera.

—¡Tranqui tío!,  que no te voy a hacer nada que tú no quieras… —Sin dejar de sonreír, cogió mi polla y empezó a masturbarme —Además si no te relajas, no se te va a poner el rabo en condiciones, para que me hagas lo que tanto me gusta.

No había terminado de hablar, se encorvo sobre mi pelvis y se metió mi flácido miembro en su boca. El ardor de sus labios resultó ser de lo más estimulante pues, poco a poco, mi pene volvió a la vida.

El muchacho al constatar que mi verga estaba en perfecto estado de revista, se irguió y pasándome la mano por el pecho me dijo:

—Te recuperas bastante bien para la edad que tienes…

—La veteranía es un grado.

—Ahora veremos que tal funciona —Sus palabras fueron acompañada por un fuerte apretón de huevos.

—¡No te vas a quejar!¡Y si lo haces  va a ser de puro gusto!

El muchacho de nuevo volvió a flanquear la frontera de la cercanía de mi boca, una cortante tensión envolvió nuestros cuerpos y, no sé porque, cuando sus labios se aproximaron a los míos, no los evité y termine besándolo.

Dejar que su lengua acariciara la mía fue el primer error de la tarde, pues los momentos vividos con Mariano acudieron a mi memoria evitándome disfrutar del momento. Aunque dejé que el muchacho me mordiera los labios y nuestros paladares se unieran en uno solo, mi mente no estaba allí, se encontraba divagando sobre mi cruda realidad y mientras yo descubría lo mucho que echaba de menos a mi amigo,  transformé en frio un momento que debía ser de lo más apasionado.

 Sergio ajeno a lo que sucedía en mi cabeza, pero consciente de que nuestro minuto beso se había agotado. Se apartó de mí con un semblante desnudo de cualquier alegría. Maquinalmente se dirigió a la cómoda y de uno de sus cajones sacó una caja de preservativos, que me tiró con cierto desdén, al tiempo que me preguntaba:

—Son XXL, creo que te deberán estar buenos… ¡Mas grande no los había en la farmacia!

Me sentía mal por aquel chico, aunque no lo demostraba, había puesto mucha ilusión en nuestro encuentro; tanta, que incluso compró profilácticos de mi talla. ¿Cómo podía ser tan egoísta? ¿Cómo no pensaba que lo que tenía frente de mí era una persona? Si me portaba de aquel modo  con él, sería igual  de cabrón que Israel con Rodrigo. El chaval parecía buena gente y no se merecía aquello, así que intenté borrar de mis pensamientos a Mariano, avancé firmemente hacia Sergio y, sin darle tiempo a reaccionar, lo volví a besar.

Sobrecogido ante mi ardiente reacción, el muchacho se quedó inmóvil y se dejó hacer. Cerré los ojos e imaginé estar con Mariano. Fue tanta la pasión que puse en cada fibra de mi ser que mi acompañante, cuando el impulsivo arrebato llegó a su fin y despegamos nuestros cuerpos, exclamó:

—¡Guau! ¡Y eso que no te gustaba! ¡Anda que no hacía tiempo que no  me besaban con tantas ganas!

Intentando esconder mis verdaderas motivaciones, le mostré la mejor de mis sonrisas y, para no bajar las defensas del todo, añadí algo en plan sarcástico:

—Tú me has dado lo que yo quería, yo te doy lo que tú querías…

—¿Eso quiere decir que si te la vuelvo a chupar me das otro beso parecido?

—Sí, pero prefiero darte el beso en otra parte —Mi frase concluyó con una cachetada en sus glúteos.

Paradojas de la vida, unos meses antes desconocía si la práctica del beso negro me agradaría  o no, y en aquel momento, se lo estaba proponiendo a un desconocido.

—¡No problemo!  A mí también me molan ese tipo de besos.

—Es lo menos que puedo hacer después de lo bien que te has portado —Añadí con cierto retintín.

Paseo la mano por mi pecho y mirándome de un modo insinuante procedió a ponerse de rodillas sobre la cama, mostrándome un culo de lo más apetitoso. Sin pensármelo un segundo, hundí mi boca entre sus redondos glúteos, que al igual que los de Mariano estaban duros como una roca.

Irreflexivamente miré a los grandes espejos que tenía al lateral, la imagen que me mostraron tuvo en mí reacciones contradictorias: por un lado mi inquisidora moral, al verme agachado ante el pompis de aquel jovenzuelo, me recordó lo inapropiado de todo aquello, por otro lado, estaba tan ávido de sexo que la simple visión de aquel oscuro orificio, me embruteció tanto que aparté a un lado mi mala consciencia.

Libre de todo lastre y  con la única intención de que gozará en la misma medida que yo en su momento,  intenté emular todo lo que  él me había hecho. Lamí aquel caliente orificio saboreando cada milímetro de él, escupí sobre él e hice círculos con el dedo, al comprobar que dilataba levemente, presioné un poco e introduje hasta la uña del índice. Contemplar cómo al clavar mi dedo en su esfínter, todo su cuerpo se agitaba de emoción, ayudó a que mi carajo vibrara con vehemencia.

Sin dejar de penetrar el estrecho agujero, proseguí degustando su sabor y su aroma. Chupaba, olfateaba, lamía, aspiraba… Irrefrenablemente entré en una lujuriosa espiral, en una realidad donde solo había dos cuerpos: el suyo y el mío, donde aquel babeante ojete era el dueño de todo y mi boca su entregado sierva.

Dominado por la lascivia, deje que mi índice se deslizara por el ferviente pasadizo y logré que entrara hasta el final. La espalda de Sergio se encorvó y de sus labios escapó un placentero quejido.

Intenté abrir camino al dedo contiguo y, sutilmente, el muchacho encogió su trasero, diciéndome:

—¡No seas bestia! En el cajón de donde he sacado los preservativos hay lubricante.

 Poseído por el deseo, encaminé mis pasos hacia la cómoda y abrí el cajón. Junto a lo que supuse un bote de lubricante anal, había un par de consoladores, uno de color rosa pequeñito que parecía un vibrador y otro de mayor tamaño, que imitaba perfectamente un miembro masculino. De nuevo, las vivencias sexuales compartidas con Mariano desfilaron por mi memoria, no pude reprimir recordar la vez que “jugamos” con Lenny, su dildo de color negro.

Haciendo de tripas corazón, fingí ser dueño de la situación y con total descaro saqué los dos juguetes del cajón y agitándolos para que los viera Sergio, le dije con bastante sorna:

—No se pa que te hago falta yo, con esto.

El muchacho, que seguía arrodillado sobre la cama, se volvió y dijo:

—¡Con eso te comparas tú! ¡Vaya concepto más bajo  que tienes de ti mismo!

—Ya lo sé tonto, era por escucharte. Por cierto, ¿puedo jugar con ellos?

—Sí, pero tráete solo el grande, que el pequeño no tiene pilas.

Embadurné a conciencia  con el gel lubricante  el ano del chaval y, a la medida que su cuerpo lo iba pidiendo, fui clavando mis dedos en la estrecha abertura. Pacientemente, conseguí meter tres dedos, el cuerpo del muchacho los acogía bien y, aunque de vez en cuando dejaba escapar un pequeño grito de dolor,  era evidente que estaba disfrutando plenamente. 

Sergio dilataba estupendamente, de haber insistido le habría metido los cuatro dedos como hice aquella vez con mi amigo, pero el cipote de goma que descansaba a mi lado me parecía de lo más sugerente y tras sacar los dedos delicadamente para no causarle daño alguno, le pedí permiso mostrándole  el “juguete” de forma vehemente, a lo que él asintió complacido.   

Impregné el remedo de miembro viril con el acuoso líquido, tras deslizar suavemente mis dedos de nuevo al interior de su esfínter coloque aquella especie de misil en su entrada y lo empujé suavemente. Poco a poco, centímetro a centímetro, aquella gruta de placer fue devorando el pollón de plástico, irremediablemente  mi mente volvió a viajar al pasado, al día después de España-Francia.

De nuevo mis remordimientos se batieron con el deseo y volvieron a ganar. Casi fulminantemente,  sentí como la virilidad me abandonaba y mi vergajo se volvía flácido por momentos, como si se encogiera dentro de mi escroto.  

Fingiendo que no pasaba nada, seguí introduciendo el sintético miembro en el ano de mi acompañante. Lo sacaba, lo metía, lo mantenía unos segundos dentro y vuelta a empezar. Los maquinales movimientos del consolador a través de su recto, terminaron por aburrir un poco al descarado culturista, que sin dejar de gemir me dijo:

—¡Méteme tu rabo! ¡Quiero sentirlo dentro!

Baje la mirada y la cosa estaba peor de lo que imaginaba, la bestia de mi entrepierna no es que estuviera dormida, ¡estaba invernando! Enfrenté los hechos como pude y se lo hice saber a Sergio:

—Pues te tendrás que esperar, pues mi “amiguito” se ha puesto tonto —Me levanté y le mostré el estado de mi pene.

—Nada que yo no pueda arreglar, ¿no?

Con total seguridad, volvió a regar de crema dilatadora el dildo y se sentó sobre él. Me miró con cara de sinvergüenza y concluyó diciendo:

—Dos mejor que una, ¿tú que dices?

Le sonreí, la facilidad con la que aquel chico enfrentaba las cosas no dejaba de chocarme, cómo era capaz de trivializar los temas  más escabrosos. Ignoro si por ello o pese a ello, no me desagradaba. Creo que de haber sido el tío un imbécil de esos, me habría largado ya, pero como me caía bien aún permanecía allí.

Acercó su cabeza a mi pelvis e intentó despertar el vigor de mi polla, pero ni mi cuerpo ni mi mente estaban por la labor. Por más que insistía en levantar mi flácido miembro, este parecía haber dado sus últimas coletadas. Tras unos minutos que para mí fueron agobiantes, el muchacho frustrado porque no conseguía ponérmela dura, desistió.

—¡Da igual!, me haré una paja con el cacharro metido en el culo—A pesar de que trataba de disimularlo, no pudo esconder su enojo.

Ignorando mi presencia, comenzó a masturbarse al tiempo que insertaba todo lo que podía el consolador en su ano. Una vez más, me volví a sentir culpable aquella tarde. Clavé mis ojos en su mano, ver como su capullo se asomaba y escondía entre sus dedos me pareció gracioso, sin pensármelo, agarré su mano, la aparté de su miembro y proseguí masturbándolo.

—Déjame que te ayude, ¿no?

—Mucho mejor así, ¡donde va a parar! —Me sonrió, apoyó las manos sobre la cama y reclinó la espalda levemente.

Era la primera vez que masturbaba a alguien, a Mariano se la había tocado pero nunca con la intención de que se corriera. Aquello era nuevo para mí y aunque lo inicié porque creí que se lo debía al muchacho, no me terminó disgustando. Sentir como los músculos de su miembro se hinchaban bajo mis dedos me resultó de lo más satisfactorio.

La polla del muchacho no es que fuera excesivamente grande, pero su grosor era considerable y las anchas venas que la recorrían le proporcionaban un aspecto de lo más viril. Aunque lo que más llamó mi atención, fue su capullo: tan redondo y  brillante, esto último, como resultado de las  constantes secreciones de líquido pre seminal.

Las dos últimas ocasiones que había estado con Mariano, había tenido la tentación de pegarle una mamada, incluso una vez mientras le comía el culo le pasé la lengua por el prepucio, pero no me había atrevido a más, no sé si por qué me parecía algo “femenino” o por qué tenía miedo de no hacerlo bien. El caso es que en aquel momento, ver como aquella enrojecida cabeza aparecía y se escondía entre el torso de mi mano,  despertó en mí el deseo insólito de probar su sabor, sin meditarlo un segundo, agaché la cabeza y me la metí en la boca.

Un sabor extraño invadió mi paladar, al principio su sabor me pareció amargo y estuve tentado de abandonar, pero cuanto más succionaba aquella brillante cabeza, más agradable era la sensación que quedaba en mi boca. Levanté la mirada, buscando el gozo en la expresión de Sergio y lo encontré. Aquello me incitó a seguir con lo que estaba haciendo y me volqué en colmar de atenciones aquel mástil sexual.

Insólitamente aquello enervó  mis sentidos de un modo desproporcionado, tanto que creí que me había vuelto a empalmar, bajé la mirada y la realidad era bien distinta: el soldado de mi pelvis  había perecido en combate. Ligeramente desengañado seguí chupando la cabeza de aquella polla.

Cuando consideré que iba a eyacular, aparté mi boca de su miembro viril y seguí masturbándole. Un grito de Sergio fue el detonante de que había llegado al punto máximo. Poco después varios trallazos de abundante esperma surcaban el aire, llenando mi mano, su vientre y todo lo que pillaba a su paso.

Acercó sus labios a los míos y lo volví a besar, esta vez no había pasión, quizás un poco de ternura.

 Tras sacarse el dildo del ano, nos encaminamos a la ducha y mientras nos enjabonábamos nuestros sudados cuerpos, el chico me lanzó una pregunta:

—¿La primera vez?

—No, aunque no es muy frecuente,  me ha pasado otras veces y siempre es lo mismo: ¡los putos nervios!

—¡No, tío! ¡No me refería al gatillazo! Te preguntaba que si era la primera vez que la mamabas…

—Sí —Mi respuesta fue insegura —¿Tanto se ha notado?

—Un poco —Sonrió amablemente—, pero no te preocupes campeón,  que lo has hecho muy bien.

No sé qué me pasaba con aquel muchacho que me sentía a gusto, demasiado quizás, mientras no secábamos, di un paso hacia delante y le hice una pequeña confesión.

—Te he mentido, no han sido los nervios.

—¿Entonces qué? ¿No te gusto? —Dijo el muchacho poniendo cara de no saber de qué iba todo

—Es que hay otra persona.

Incompresiblemente, al tiempo que  me vestía, comencé a desnudar mi interior ante aquel desconocido, pues no me importaba que me juzgara,  ni que sacara conclusiones. Solo calmaba mis necesidades de compartir el problema que atenazaba mi pecho. Sergio demostró saber escuchar y dejo que le soltara todo lo que llevaba dentro.

—¡Qué fuerte tío! Lo que me acabas de contar es digno de un culebrón venezolano… ¡Qué estás liado con tu mejor amigo!

—¡No veo que tenga ni chispa de gracia!

—¡Hombre, tampoco es para que te pongas así! Lo he dicho sin ninguna intención.

Torné mi mueca de fastidio por otra más amable, al fin y al cabo las pretensiones del chaval no eran malas. Intenté proseguir con mi historia, pero el salió del baño y me indicó con la cabeza que lo siguiera.

—¿Quieres tomarte algo?

—Sí, otro cubata pero sin apenas ron que tengo que conducir.

—O sea le presento el ron a la Coca-Cola y poco más, ¡no?

—Yo no lo hubiera dicho mejor.

 Mientras me preparaba la copa, el semblante de Sergio se tornó más serio y despreocupadamente continuó con la conversación que teníamos a medias.

—Lo que no deja de sorprenderme es que con toda la “aparente” amistad que os unía, nunca te hubieras dado cuenta del píe que cojeaba.

—Mariano es muy suyo —Respondí con un tono que sonaba a justificación por los cuatro costados —desde que empezó a estudiar nos veíamos menos y si a eso le sumamos sus idas y venidas por tema de trabajo, le perdí un poco el control a su día a día. Como es un tío que no tiene dobleces, nunca sospeché que me ocultaba nada...

—¿Cuándo te lo vas a decir? —Me interrumpió el chaval de forma tajante.

—¿El qué carajo me tengo que decir, según tú? —Dije poniendo cara de “¡Qué me estás contando!”

—Que estás perdidamente enamorado de él.

Su aplastante sinceridad me apabulló,  guardé silencio mientras buscaba algo ingenioso que decir, más no hizo falta pues,  al mismo tiempo que me daba el cubata,  siguió hablando.

—La primera vez siempre nos pasa a todos, nos gusta creer que eso no nos está pasando y dejamos que una realidad que no es la nuestra gobierne nuestras vidas. Yo dejé pasar por mis tontunas una historia que podía haber sido buena… Y ahora que creo haberme aceptado a mí mismo, me aferro a una relación en la distancia. Relación que me da más momentos de soledad que de compañía.

La dureza de las palabras de Sergio pareció romper algo en mi interior, algo que desconocía que era, pero que estaba allí. Me encontraba tan desorientado, como aliviado. Desorientado porque no estaba educado para pensar tan “a las claras” como lo había expuesto aquel joven ante mí, aliviado pues no me sentía un bicho raro. Por extraño que pudiera ser, nunca me había expresado así  con Mariano. Y eso, que él me había abierto de par en par las puertas de su vida.

Nos tomamos la copa tranquilamente y dejamos que la conversación avanzara en la dirección correcta, tras quince minutos de charla creía conocer a aquel tipo de toda la vida.

—… pues si no quieres perderlo del todo, le deberías decir lo que sientes por él…

—¿De qué va a servir? Seguiré estando casado y, nunca tendré valor para dejar a mi mujer e irme con él.

—Pues, ¿sabes una cosa?…

—Sé unas cuantas, pero esa que tú me vas a contar seguro que no…

–¡Gracioso! —Encogió la nariz y la barbilla, mostrándome una mueca de fastidio —Dios odia a los cobardes, si no le dices nada a tu amigo, dejaras pasar una oportunidad de ser feliz  y estas son trenes que solo pasan una vez en la vida.

—¿Sabes? Por tu aspecto ni te hubiera pensado tan filosófico, ni tan maduro.

—Uno que ha vivido muy intensamente y se ha leído un par de libros —Dijo con cierta ironía y regalándome una sonrisa perfecta.

Nos despedimos  con un fuerte abrazo, estuve tentado de darle un beso pero después de la conversación mantenida sospeché como que no tenía mucho sentido.

—Si algún día tienes ganas de charlar o de lo que sea —Sus últimas palabras estaban cargadas de cierta malicia —ya sabes dónde encontrarme.

—Descuida, me has caído bien y eso para mí es mucho. 

—¡Tiene suerte el colega!

—¿Quién?

—El jodido Mariano, yo sería feliz simplemente  porque un tío como tú se planteara  el dejarlo todo por mí…

—Yo no me estoy…

—¿Qué hemos dicho de mentirnos a nosotros mismos? —Su tono de voz imitaba al de un profesor en clase.

Sonreí y tras darle un buen apretón de manos me fui.

De camino al coche analicé la conversación con Sergio y no pude más que darle la razón: estaba perdidamente enamorado de Mariano y por mucho que me lo negara, la evidencia era otra.

No sé porque sentí la obligación de decírselo, sin meditarlo cogí el teléfono y marque su número.

—Sí, dime.

—Hola tío, ¿qué pasa?

Continuara: “Sin miedo a nada”.

Acabas de leer:

Historias de un follador enamoradizo

Episodio XLI: Dios odia a los cobardes.  

 

(Relato que es continuación de “Como un lobo.”)

 Como siempre agradecerte que hayas leído mi relato, si te apetece deja un comentario o envía un e-mail. Siempre es bueno saber que hay alguien al otro lado y conocer la opinión (buena o mala) sobre lo que uno hace.

Si por casualidad es la primera vez que entras a leer un relato mío (cabe esa posibilidad), hace poco publiqué una guía de lectura  con enlaces a los distintos episodios de las cuatro series que tengo en curso. Está muy currada y creo que te puede servir de ayuda, si quieres seguir leyendo cosas mías.

Un par de aclaraciones:

Los acontecimientos de este episodio, sucede al mismo tiempo que lo narrado en “El padrino”, como veis ni Mariano le puede reprochar nada a Ramón, ni al contrario.

Los recuerdos que atormentan al protagonista (lo sucedido después de España- Francia) se narró en “Celebrando la victoria”.

A continuación procedo a agradecer los comentarios de  “Como un lobo”: A Aleixen: Intento que mis relatos no sean simplemente un catálogo de posturas y sexo banal, aunque tampoco me gusta abusar mucho de la reflexión y de la introspección en los protagonistas. Entendamos que los lectores vienen buscando una historia de sexo que despierte sus sentidos, no un tratado de filosofía. Confío que el de hoy te haya gustado en la misma medida;  a Keegan: Las cosas no son tan simples. A Ramón le es más fácil reconocer que es un pervertido a que se está enamorando de otro hombre. En su momento sabía que había lectores a los que estos episodios no les gustarían, pero los creí imprescindible para contar la historia con los tiempos que tenía en mente. Una pena que solo te guste la historia de Ramón y Mariano, pues está a punto de finalizar (seis episodios); a Zarok: No sabes la alegría tan grande que me ha dado leer  de nuevo un comentario tuyo. Por lo que veo ha sido satisfactorio ese Maratón. Pero me gustaría que me contestaras una pregunta. ¿No queda un poco cansino leer los resúmenes del principio todos seguidos? Intento que no lo sean, pero como están ideados para que los lectores se pongan al día con lo sucedido después de un tiempo, no sé si lo conseguiré; a Baskerville: La segunda cosita me ha hecho una gracia enorme: un sevillano, que aspiramos las eses, optando por escoger la que la tiene. ¡Soy de lo que no hay! En cuanto a dejarte a medias. Ante todo lamento esto, pero se dan dos circunstancias: De vez en cuando tengo que parar de escribir y preparar los próximos episodios (Muchas veces tiene más trabajo, el coordinar las tramas que el mero hecho de escribirlas). La segunda, era lo que quería contar en el episodio (como sé que escribes, creo que te puede interesar). El título del episodio, además de ser un homenaje a la canción de Miguel Bose, hacía referencia al acto de salir a buscar una “presa” para el sexo y de cómo esta circunstancia afectaba a la vida familiar de Ramón. Consideré más importante contar esa vertiente de la historia que la sexual. De todos modos, no creo que  hoy hayas tenido queja en ese respecto; a ozzo2000: Antes de nada, muchísimas gracias por tu comentario en mi relato heterosexual. En cuanto a tu petición de continuar con la historia de la playa, cómo pudiste ver en la guía esta tendrá que esperar un poquito. Te aseguro que en cuanto termine con la historia de Ramón, publicaré un episodio todos los meses; a mmj: Como ves Ramón no pierde los papeles del todo, la orgía con Rodri y sus compañeros fue algo tan sórdido que en ningún momento le recordó a su querido Mariano. Ha sido hacer algo parecido a lo que tiene con él y no se lo puede quitar de la cabeza. ¿No hace falta que te diga lo que viene a continuación?; a cuco curioso: A veces no es más fácil creer que somos unos pervertidos que afrontar nuestros sentimientos, los que consideramos como una debilidad. Los próximos episodios la cosa se empieza a aclarar un poco, pero no del todo. Espero seguir entreteniéndote; a pepitoyfrancisquito: La verdad es que siempre lo digo, relatos que le echas un poco más de tiempo no resultan y el anterior, que está hecho en apenas ocho horas, sí. Tenía muy claro lo que quería contar y se escribió sola. Esperaba que me echaran a los lobos, pero no ha sido así. Por cierto, sed unos niños buenos y estad calladitos hasta al final. Gracias. No sé cuándo podré contar que hace JJ en Galicia, pero si por lo que sea no termino la historia, daré un resumen de lo que queda por contar. Si me salen las cosas bien, el episodio de la oveja y el hermano de Pepito, puede ser cachondo. Por cierto, fue colgar la guía el otro día y se me vino la idea para una nueva serie (seguramente la empezaré cuando termine la de Ramón), lo único que puedo adelantar es que vuestro alias será el protagonista y a Tragapollas Manchego: A Baskerville le he explicado él porque del título. Me ha gustado mucho tu observación de las niñitas, era algo que quería transmitir: cuando las parejas se destruyen, los que sufren son los hijos. Espero que tus expectativas con las pajas y el presente relato, hayan quedado colmadas (Mientras no sean  en “el pajar” no le veo ningún problema) je, je

Quiero subir un relato para la semana que viene, será uno de la serie “Sexo en Galicia” donde se seguirá contando la historia de Pepe (JJ) en el internado. Llevará por título: “El rumor de las piedras”. No me falten.

Mas de machirulo

El Blues del autobús

Mr Oso encula a la travestí gótica

Hombres calientes en unos baños públicos (2 de 2)

Hombres calientes en unos baños públicos (1 de 2)

Desvirgado por sus primos gemelos

Un camión cargado de nabos

Cruising entre camiones

Mi primera doble penetración

Un ojete la mar de sensible

Un nuevo sumiso para los empotradores

Once machos con los huevos cargados de leche

Un buen atracón de pollas

Por mirar donde no debía, terminó comiendo rabo

Aquí el activo soy yo

Estrenando un culito muy delicioso

El mirón de las duchas

Una doble penetración inesperada

Amarrado, cegado y follado hasta la extenuación

Polvo rápido en el baño

La duquesa del coño insaciable (4 de 4)

La duquesa del coño insaciable (3 de 4)

La duquesa del coño insaciable (2 de 4)

La duquesa del coño insaciable (1 de 4)

¡Pero qué buenos están estos dos hermanos!

Una doble penetración inesperada

El mecánico siempre descarga sus cojones dos veces

Son cosas que pasan

Sexo grupal en el vestuario

La fiesta de las Coca-colas

Un casquete después de la siesta

Pepe se lo monta con sus primos gemelos

Serrvirr de ejemplo

Comer y follar todo es empezar

Con mi ojete preparado para un rabo XL

Al chofer del bus, le sale la leche por las orejas

Mamándole el ciruelo a mi mejor amigo

De cruising en la playa de Rota

Cinco salchichas alemanas para mi culo estrechito

Un mecánico con los huevos cargados de leche

El descomunal rabo del tío Eufrasio

Follado por su tío

Meter toda la carne en el asador

Míos, tuyos, nuestros… ¡De nadie!

Encuentros furtivos en el internado

Antonio y la extraña pareja

Fácil

Bolos, naranjas y bolas.

Vivir sin memoria

El libro de la vida sexual

Reencuentro con mi ex

Punta Candor siempre llama dos veces

Hombres Nextdoor

Mundo de monstruos

Dejándose llevar

Guía de lectura año 2017

Dejar las cosas importantes para más adelante

Una proposición más que indecente

¡No hay huevos!

Ignacito y sus dos velas de cumpleaños

El chivo

La mujer del carnicero

Iván y la extraña pareja

El regreso de Iván

Guerra Civil

Las tres Másqueperras

Toda una vida

Objetos de segunda mano

Follando con el mecánico y el policía (R) 2/2

Follando con el mecánico y el policía (R) 1/2

Ni San Judas Tadeo

La invasión Zombi

Seis grados de separación

¡Arre, arre, caballito!

La más zorra de todas las zorras

Un baño de sinceridad

Barrigas llenas, barrigas vacías

No estaba muerto, estaba de parranda

Dr. Esmeralda y Mrs. Mónica

Yo para ser feliz quiero un camión

Tiritas pa este corazón partio

Corrupto a la fuga

Un polaco, un vasco, un valenciano y un extremeño

El de la mochila rosa

La jodida trena

Tres palabras

Hagamos algo superficial y vulgar

Pensando con la punta de la polla

Quizás en cada pueblo se practique de una forma

Gente que explota

Guía de lectura año 2016

En unos días tan señalados

Desátame (o apriétame más fuerte)

De cruising en los Caños

Putita

Sé cómo desatascar bajantes estrechos

Este mundo loco

Como conocí a mi novio

No debo hablar

El secreto de Rafita

¿De quién es esta polla cascabelera?

Me gusta

Me llamo Ramón y follo un montón

Doce horas con Elena

El pollón de Ramón

Dos cerditos y muchos lobos feroces

El ciprés del Rojo

Follando por primera vez (R) 2/3

Follando por primera vez (R) 3/3

Follando por primera vez (R) 1/3

Estrenando un culito muy delicioso

El mirón de las duchas

Orgia en el WC de los grandes almacenes

Once pollas para JJ

Prefiero que pienses que soy una puta

Homofobia

Adivina quien se ha vuelto a quedar sin ADSL

¡Terrible, Terrible!

Bukkake en la zona de descanso

Mi primera vez con Ramón

Tu familia que te quiere

Si no pueden quererte

Mía

Infidelidad

Dos adolescentes muy calientes

Ocho camioneros vascos

Parasitos sociales

El pollón del tío Eufrasio

Violado por su tío

Talento

Somos lo que somos

Sexo en Galicia: Dos en la carretera

Tres pollas y un solo coño

De amor se puede vivir

Duelo de mamadas

¡Se nos da de puta madre!

Dos hermanos

¿Dónde está la oveja de mi hermano?

¿Por qué lloras, Pepito?

El MUNDO se EQUIVOCA

Todo lo que quiero para Navidad

Como Cristiano Ronaldo

Identidad

Fuera de carta

Los gatos no ladran

Su gran noche

Instinto básico

TE comería EL corazón

La fuerza del destino

La voz dormida.

Como la comida rápida.

Las amistades peligrosas.

El profesor de gimnasia.

Follando: Hoy, ayer y siempre (R)2/2

Follando: Hoy, ayer y siempre (R) 1/2

El ser humano es raro.

La ética de la dominación.

¡Ven, Debora-me otra vez!

La procesión va por dentro.

Porkys

Autopista al infierno.

El repasito.

José Luis, Iván, Ramón y otra gente del montón.

El sexto sentido.

Cuando el tiempo quema.

Mi mamá no me mima.

La fiesta de Blas.

¿Por qué lo llaman sexo cuando quieren decir amor?

Sin miedo a nada.

¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?

¡Qué buena suerte!

El rumor de las piedras.

Tres palabras.

Guía de lectura segundo semestre 2.014.

Como un lobo.

Solo Dios perdona.

El padrino.

Perdiendo mi religión.

Adiós Francisquito, adiós.

Pequeños descuidos.

La sombra de una duda.

Mis problemas con JJ.

Unos condones en la guantera.

La voz dormida.

Follando con mi amigo casado.

Si pudieras leer mi mente.

Bésame, como si el mundo se acabara después.

Si yo tuviera una escoba.

Guía de lectura primer semestre dos mil catorce.

¡Cuidado con Paloma!

La lista de Schindler.

Nos sobran los motivos.

La masticación del tito Paco.

Viviendo deprisa.

El blues del autobús.

¿Y cómo es él?

¡Voy a por ti!

Celebrando la victoria.

Lo estás haciendo muy bien.

Vivir al Este del Edén.

Hay una cosa que te quiero decir.

Entre dos tierras.

Felicitación Navideña.

37 grados.

El más dulce de los tabúes.

Desvirgado por sus primos gemelos

Las pajas en el pajar

Para hacer bien el amor hay que venir al Sur.

Tiritas pa este corazón partio

Valió la pena

1,4,3,2.

Sexo en Galicia: Comer, beber, follar....

¡Se nos va!

En los vestuarios.

Lo imposible

Celebrando la victoria

La procesión va por dentro.

El guardaespaldas

El buen gourmet

Mariano en el país de las maravillas.

Tu entrenador quiere romperte el culo(E)

Retozando Entre Machos.

Culos hambrientos para pollas duras

La excursión campestre

¡No es lo que parece!

Mi primera vez (E)

Vida de este chico.

Follando con mi amigo casado y el del ADSL? (R)

Follando con 2 buenos machos: Iván y Ramón

Trío en la sauna.

Nunca fuimos ángeles

Desvirgado por sus primos gemelos (E)

Como la comida rápida

La misión

Follando con mi amigo casado

La churra del Genaro

Uno de los nuestros

Sexo en Galicia: Tarde de sauna (R)

2 pollas para mi culo

El cazador.

Los albañiles.

Jugando a los médicos.

Algo para recordar

Mis dos primeras veces con Ramón (E)

A propósito de Enrique.

Guia de lectura y alguna que otra cosita más.

Culos hambrientos para pollas duras

Celebrando la derrota

En los vestuarios (E)

Sexo, viagra y unos pantalones anchos (Epilogo)

No quiero extrañar nada.

Punta Candor siempre llama dos veces.

4,3,2,1....

2 pollas para mi culo

Adivina quién, se ha vuelto a quedar sin ADSL

Follando con 2 buenos machos: Iván y Ramón (R)

El MUNDO se EQUIVOCA

Historias de un follador enamoradizo.

Living la vida loca

Sexo en galicia con dos heteros (R)

¿Por qué lo llaman sexo cuando quieren decir amor?

Comer, beber... charlar.

Los albañiles.

¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?

Regreso al pasado

Follando con mi amigo casado (R)

“.... y unos osos montañeses)”

El padrino

... Bubú.....

El blues del autobús (Versión 2.0)

El parque de Yellowstone (Yogui,....)

After siesta

Sexo, viagra y ... (2ª parte) y última

Before siesta

Sexo, viagra y unos pantalones anchos (1ª parte)

El bosque de Sherwood

El buen gourmet

Como la comida rápida

Pequeños descuidos

¨La lista de Schindler¨

El blues del autobús

Celebrando el partido