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El secreto de Rafita

en Gays

Julio de 1984

 

Mientras Rafael estaba esperando en la plaza del pueblo  a sus amigos,  en su cabeza  seguían resonando  el pequeño discurso que su madre le había largado antes de salir: “¡Rafita, no bebas y no des la nota! ¡Que la gente del pueblo no tengan que hablar  mal de ti!”.  Desde muy pequeño estaba acostumbrado a vivir con la obsesión malsana de su madre por “el qué dirán” y  era algo que no solo  le parecía de lo más natural, sino que lo compartía al cien por cien. Uno de los lemas familiares que se esforzaba por seguir a rajatabla era que las personas no solo debían de tener clase, sino parecerlo.

Aunque su adolescencia transcurrió en los años ochenta, nunca fue un  rebelde al uso y, salvo alguna travesura, había sido un hijo modelo.  Sus presuntuosos padres le habían inculcado el orgullo de sentirse superior y educado  bajo el ideal materialista de “tanto tienes tanto vales”. Hijo único y mimado hasta la saciedad, creció con el  profundo convencimiento  de ser un triunfo de la creación.  Aquella idea, infundida por un entorno familiar rancio y  alejado de la realidad, le hizo más mal que bien al muchacho, pues lo convirtieron en una persona mezquina y egoísta. Cualquier meta u objetivo que se había marcado en su vida tenían dos propósitos: El beneficio económico que pudiera obtener y levantar la envidia de los demás. Para él era más importante lo que sus paisanos pudieran pensar de él, que su propia satisfacción.

Si cursaba Derecho, no era porque los conocimientos legislativos fueran su vocación. Lo hacía principalmente por dos motivos: Para ganar  mucho más dinero que el resto de sus amistades  y  que sus padres pudieran presumir de su poderío económico ante la gente del pueblo (No todos sus paisanos podían  permitirse el lujo de poder pagar una carrera a sus hijos).

Lo más seguro es que su progenitor, concejal y mano derecha del alcalde,  terminara enchufándolo en el Ayuntamiento y su porvenir quedaría resuelto. No obstante, su padre era un hombre al que le gustaba adelantarse a los acontecimientos  y como bien le dijo antes de matricularse en la Universidad: “Rafael, tú estudia para abogado, que siempre hay que pensar en un plan B, que  en cualquier momento ganan los otros, la tortilla da la vuelta y  nos vemos de patitas en la calle, por lo que no está de más tener una  buena preparación con la que buscarse las habichuelas”.

Aquel año había sido su primer año estudiando fuera. Badajoz quedaba  a más de cien kilómetros de Don Benito, con lo que el ir y venir a diario al pueblo  le era imposible, por lo que   se hospedaba en una  pensión en la ciudad. Solo en aquellos  fines de semana que no tenía que estudiar mucho, el muchacho se acercaba al pueblo para ver a su familia y a sus amigos. Circunstancia que sucedía muy de tarde en tarde, pues los temarios que se debía aprender eran bastante extensos  y  los libros ocupaban la mayoría de su tiempo.

Se lo había currado tanto que la mayoría de las asignaturas las había superado con buenas notas, pero Derecho Administrativo (y sobre todo el sieso del  Catedrático que la impartía) se le había quedado atragantada y tendría que examinarse  de ella en Septiembre. Circunstancia por las que sus padres lo tenían bastante controlado y aquel verano, salvo algún día que había ido a la piscina, el resto  se los había pasado estudiando en compañía de un ruidoso ventilador.

No obstante, las fiestas del pueblo eran palabras mayores, no solo eran de las pocas oportunidades de diversión que tenían, sino que era una ocasión sin igual  que la familia de Rafael aprovechaba para alardear de su posición económica. Como  sus padres se pasaban la mayoría del tiempo en una caseta de la que eran socios, le habían dado absoluta libertad para salir y volver a la hora que le diera la gana.

El sábado era la noche más importante de la Feria, venía gente de todas las localidades de los alrededores y era la oportunidad ideal para echarse novia. Muchos de los chicos de su edad habían conocido a sus parejas en  un día como aquel. Con la ilusión de encontrar a la mujer de su vida,  se había maqueado a consciencia y se había puesto sus mejores galas. Aunque de pequeño había sido un niño poco agraciado y bastante repelente. Aquel año  había  cambiado las gafas de culo de botella por unas lentillas,  con lo que su atractivo físico había ganado bastantes enteros. Pese a que no era lo que se decía guapo, era bastante alto y delgado, por lo cual, vestido con ropas caras y elegantes,  su aspecto pasaba por el de una persona distinguida.

A los cinco minutos de estar esperando apareció Richar, un chaval cinco años más joven que él que no le caía demasiado bien, pero como lo conocía desde la infancia lo soportaba a ratos. Lo que más le irritaba de él era su forma de hablar, cerrada y basta como la mayoría de la  gente del lugar. Nada que ver con la dicción de su familia, ni de la gente con la que se relacionaba en Badajoz.

El encuentro fue sellado con un fuerte apretón de manos y un saludo escueto.

—Tardan estos —Dijo el joven universitario  con cierto fastidio.

—Es que han quedao  para salir  desde casa del Jaime y seguro que cuando han llegao para recogerlo, estaba todavía embarbascao arreglándose. El muy tirulato está convencio de que se va echar novia en la Feria.

—¿Y por qué no? —Dijo encogiendo la nariz agriamente —Vienen bastantes muchachas de otros pueblos y hay más donde escoger. Seguro que alguno que otro conoce a una chica encantadora en esta Feria.  

Richar lo miró, estuvo a punto de responderle que también era un infeliz creyéndose aquello,  pero  prefirió dejar el tema por zanjado al ver aparecer  sus tres amigos: Javi, Jaime y Manolo.

Los tres muchachos eran  también cuatro o cinco años menores que Rafael, cualquier otro se hubiera sentido incomodo saliendo con chicos más jóvenes que él, sin embargo él no. Desde pequeño había frecuentado su compañía, quizás porque a los de su edad no los podía manipular y a ellos sí. Cuando estaba con ello se sentía como una especie de líder pues ninguno ponía ninguna objeción a sus decisiones y, normalmente, se terminaba haciendo su santa voluntad.  

Pese a que los consideraba sus amigos, no podía evitar tratarlo con cierto desdén,  a excepción de Jaime, que su padre tenía un pequeño y próspero matadero, los demás eran hijos de obrero y terminarían, a lo sumo, aprendiendo un oficio con el que ganarse la vida. Nada comparado con él, que a las malas sería un excelente abogado y a las buenas ostentaría un importante cargo en el Ayuntamiento del pueblo.

Javi y Manolo no se habían engalanado demasiado, pero Jaime se había vestido y peinado que parecía que fuera a una boda. Si a eso se le sumaba que el muchacho era bastante guapo y tenía un físico bastante portentoso, estaba claro quien tendría más posibilidades de triunfar con el género femenino. Verse desplazado en su auto asignado papel de protagonista,  pareció molestar un poquito a Rafael, quien le lanzó una pequeña puyita, nada sutil y con la única intención de incordiar.

—¿Te ha quedado algo de “Brumel” en el bote o te la has echado entero? ¡Vaya el olorcito que sueltas!

—Me he echado una mijina,  lo que pasa es que huele muy fuerte —Intentó justificarse el atractivo adolescente.

—Pues  apestas tanto a maricona barata que te tienen que estar oliendo desde la Feria.

Aquel insulto injustificado hizo sentirse mal a Jaime, quien avergonzado se olió el pecho como si con ello diera validez a la  exagerada afirmación.

Quizás porque los chicos habían madurado o porque durante aquel año en Badajoz el poder que tenía sobre ellos había menguado, el solapado ataque fue defendido por los otros chavales quienes, como si fuera una piña, se solidarizaron con Jaime.

—¡Qué exagerao eres, Rafita! —Intervino Richar.

—Sí, pues anda que no huele bien, ni na —Recalcó Manolo.

—Sí,  eso es lo que pasa: huele demasiado —Dijo  Rafael poniendo cara de fastidio y con cierta acritud.

El joven universitario, habituado a que su palabra fuera ley,  se tomó aquella contrariedad como una ofensa, hasta tal punto que estuvo un buen rato sin dar conversación a sus amigos de la infancia y contestando a lo que ellos  le preguntaban de malas ganas o con monosílabos. Los muchachos acostumbrados a sus desplantes y con los cinco sentidos en la diversión, no le prestaron demasiada atención.   

Conocer  que su temporada  fuera del pueblo le había hecho perder ese liderazgo que él creía tener, unido al estrepitoso fracaso que el grupo de amigos tuvo con las chicas de otros pueblos, dieron como resultado  que aquella noche en la Feria no se pareciera en nada a lo que tenía en mente cuando salió de casa.  

Ligar lo que se dice ligar solo lo hicieron tres: Manolo, Richar y Jaime y con unas jovencitas de su barrio, más preocupadas en la bronca que les podía echar sus padres si las veían paseando con ellos que en otra cosa.

A pesar de que la Dictadura se había convertido ya en una historia del pasado. La sombra de la represión todavía se dejaba ver en algunos municipios de la España profunda, donde las costumbres tardaron más en cambiar. Existía la ley no escrita de que  las mujeres debían llegar con la honra intacta al matrimonio  y una chiquillada como cogerle la mano a una chica, o echarle el brazo por los hombros era considerado  por los zagales  como un triunfo importante en su largo camino hacia el sexo. Un camino que todavía se volvía más largo cuando, a pesar de los días tan señalados de la Feria, las muchachas debían volver a casa a la prudencial hora de las doce de la noche.

Dado que  los tres afortunados adolescentes estuvieron paseando con la feria con sus posibles aspirantes  a novia,  Rafael pasó gran parte de la noche dando vueltas al recinto  con la única compañía de Javi. Un jovencito al que, quizás por su timidez y su poco don de gentes, podía seguir manipulando del mismo modo que había hecho durante toda su vida. Sin embargo, que él fuera que decidía dónde ir y qué hacer, no significaba que las oportunidades con el personal femenino fueran mayores. A pesar de su ropa de marca y de sus aires de persona importante, pocas chicas veían en Rafael un posible candidato para pasar la noche del sábado en la Feria. Las lentillas lo hacía más atractivo, era delgado y alto, pero el recuerdo del niño repelente y sabelotodo que siempre había sido  seguía estando muy presente,  por lo que las conversaciones con las chicas solteras del pueblo solían ser breves y envueltas en muchísimo compromiso social.

A la hora que las chicas debían marcharse para casa, habían quedado con los demás chavales en la entrada del recinto ferial. Si estaba cabreado por lo mal que le estaba saliendo todo, escuchar como sus amigos presumían una y otra vez de lo bien que se lo habían pasado con sus ligues, consiguió que su indignación fuera en aumento.

De los tres, quien más contento estaba era Jaime. De siempre Herminia, la chica con la que había estado tonteando durante toda la velada, le había gustado mucho e imaginar la posibilidad de ser su novio lo tenía eufórico. En un afán de compartir la alegría que lo embargaba, propuso ir a la zona de los tenderetes a jugar a algo para traerse un muñeco para su hermana pequeña. A Rafael no le hacía mucha gracia, pero se animó al imaginarse burlándose de él cuando el único premio que consiguiera fuera el llavero de consolación.

De camino a las casetas de tiro al blanco, se encontraron con Pepito Jiménez. Un chaval al que no soportaba ni un segundo, pero que por cortesía (y  sobre todo porque los otros lo hicieron) se paró a saludar. Otro motivo para saludarlo fue  que estaba con sus primos de Villanueva y si había algo que a él le gustaba más que resplandecer ante sus semejantes, era cotillear. Sin reparos de ningún tipo, les pidió que se los presentara.

El primero que les presento su paisano fue a su primo, Francisco. No le hizo falta sentir el fuerte apretón de mano para saber que era otro pueblerino bruto de los que tanto abundaban por allí. Sin embargo, la chica era otra cosa bien diferente. Aunque estaba sobrada de kilos y las curvas  de sus caderas se confundían con su  cintura, no era fea. Al darle los dos besos de rigor, ella  le sonrió con una simpatía poco habitual y sus miradas se cruzaron en un pequeño baile de complicidad. Desde un primer momento, y sin saber porque, notó que Matilde poseía una clase y distinción poco frecuente en la  gente de aquella zona. No era el prototipo de chica que un chico de su edad se quedaría mirando por la calle, pero había algo en ella que le atraía como la luz a las polillas. Aunque  saber reconocer las emociones de sus semejantes no era uno de sus fuertes, y por el modo en  que ella lo miró, creyó sentirse correspondido.

—¿Dónde vais a ir ahora? —Los ojos de Pepito brillaban con una exultante curiosidad.

—¡A lo de las bolas de trapo, a ver si le llevo a mi hermana un peluche! —Respondió Jaime alegremente.

—De buenas ganas me iba con ustedes, pero mis primos se van ya.

Aquel chaval, por motivos que nadie llegaba a entender, estaba atado en corto por su madre, y salvo en ocasiones especiales como aquella, pocas veces salía a la calle a divertirse. Su vida social  se limitaba a ir de su casa al colegio y del colegio a su casa. Un halo de tristeza envolvió cada una de las palabras del introvertido jovenzuelo, despertando un sentimiento de ternura en todos los que lo escuchaban. Excepto en Rafael que, por su cara de  maliciosa satisfacción, pareció alegrarse.

Tras intercambiar con su hermana un sutil gesto  de complicidad, Francisco le animo a quedarse. Pepito no sabía qué hacer, pero al ver que hasta su prima se prestaba a servir de coartada con su madre, no tuvo más remedio que aceptar. Muy contento, les comunicó  que se iba con ellos.

—¡Esperadme en lo de las pelotas, que ahora voy para allá!

—¿Por qué no te vas con ellos directamente? —Preguntó extrañada su prima.

—Porque quiero saludar a tu hermano, que hace mucho tiempo que no lo veo.

Rafael al percatarse de que le iba a tocar soportar la compañía del chaval lo que quedaba de noche, estuvo tentado de poner alguna objeción. No obstante, se lo pensó mejor y se quedó callado por dos razones.  Primero: Temía que de nuevo sus amigos lo dejaran en ridículo poniendo en duda su “autoridad”; segundo, y más importante: Matilde le había gustado mucho y no quería causarle una mala impresión. De todas maneras solo tendría que aguantar a chaval  dos o tres horas a lo sumo.

Cada vez estaba más seguro de que le gustaba a la prima de Pepito, volvió a cruzar su mirada con ella  y se despidieron. Estuvo tentado en un par de ocasiones de volver la cabeza para detrás, pero no quería ponerse en evidencia. Cosa de la que se alegró  bastante de no haber hecho, pues no tardó en descubrir  que la muchacha tenía novio (o lo que fuera).

—Está saliendo con mi vecino Braulio —Sentenció Manolo —, pero a mí me parece que él no va en serio, que sale con ella para pegarse el lote. 

Aquello no le cuadraba mucho, pues hasta se llegó a creer que había surgido cierta atracción entre ellos y las muchachas decentes no andan flirteando con otros si tenían novio. Le costaba muchísimo aceptar que aquella muchacha con tanto estilo, se diera tan poco a valer y sirviera de desahogo para un cateto de su pueblo.

Para que la noche terminará por ser un completo desastre, solo quedaba que Jaime consiguiera su preciado premio en las casetas de tiro, cosa que parecía que iba a suceder cuando apareció Pepito bastante ajetreado.

—¿Vais a estar aquí mucho tiempo?

—No sé, el tiempo que este tarde en conseguir el peluche para su hermana —Respondió Richard señalando a Jaime.

—¿Y después de aquí? ¿Dónde vais a ir?

Rafael no entendía a qué se debía el estado de nervios del chaval y, de un modo bastante agresivo, le preguntó:

—¿Todavía no han venido a recoger a tus primos?

—No, no es eso. Es que hay unos forasteros que me han preguntado cómo se va al pueblo y les voy a acompañar —Las palabras parecían trastabillarse en la boca de Pepito, quien  se movía como si tuviera el mal del Sambito  y se comportaba del mismo modo que si se dispusiera a hacer alguna travesura.

—¿Y qué? ¿No sabes indicarle derecha, izquierda y to tieso?

—Prefiero acercarlos, pues desde aquí no me sé explicar muy bien. ¿Dónde se vais a ir  después de aquí?

—Seguramente a los coches de choque, pero si no estamos allí en la caseta de mi padre...

—Bueno… ¡Pues si no nos vemos en un sitio en otro! —Por la dejadez con que le respondió, como si no le importara lo que pensara,  llegó a la conclusión de que el  año fuera del pueblo le había mermado su “autoridad” por completo —¡Hasta luego tíos!, que me voy a acercar a estos dos al pueblo.

La forma tan extraña de comportarse de Pepito, despertó la suspicacia del joven universitario. “¿A qué viene estar tan nervioso por acercar a unos visitantes al camino de las encinas?”, se preguntó. Como sabía que allí había gato encerrado y él no era muy amigo de que los demás tuvieran secretos para él, aprovechando que sus amigos estaban ensimismados con el juego de las pelotas, se inventó una buena excusa para dejarlos y comenzó a seguir  astutamente al chaval a una distancia prudencial.

Lo vio llegar a la tómbola y comprobó que los forasteros a los que debía  acompañar no eran otros que unos soldados a los que había visto dando vueltas por la feria y molestando a alguna que otra vecina. “¿De qué coño conoce Pepito a estos dos?”, pensó. Como su curiosidad no quedó  saciada del todo, decidió seguir espiándolos.

Se escondió disimuladamente detrás un poste de la luz y observó el trato  amigable que los dos militares le dispensaban al chico. Tanta amabilidad despertó la desconfianza de Rafael, allí había más de lo que se veía a simple vista y él, como buen cotilla que era, estaba dispuesto a descubrirlo, costase lo que costase.  

Con la adecuada cautela, siguió sus pasos. Cuando los vio salir del recinto ferial, creyó que era verdad lo que le había contado Pepito de que los iba acercar al pueblo. Sin embargo, al comprobar cómo, en vez del camino correspondiente, se internaron en el bosque de encinas cercano, llegó a la conclusión de que llevaba razón en sus intuiciones.  El agradable sabor de salirse con la suya  empapó  su paladar y complacido se relamió los labios.

Procurando no ser descubierto bajo ningún concepto, se adentró en la oscura arboleda.  Una luna llena y un cielo cubierto de estrellas, unidos a la cercanía del alumbrado de la feria, le permitieron ver a cierta distancia con más o menos nitidez. No sabía a ciencia cierta que se iba a encontrar, lo que si tenía claro era que si andaban escondiéndose, lo que  tramaban aquellos tres no era nada bueno y él no estaba dispuesto a quedarse sin saberlo.

Su sorpresa no pudo ser mayor cuando lo primero que descubrió fue como el más moreno de los soldados le daba un beso en la boca a Pepito. Aunque aquello colmaba con creces sus expectativas, al principio no supo que pensar, nada de lo que le habían dicho sus padres y sus amigos sobre los maricas le cuadraba con lo que estaba viendo. En su ignorancia pensaba que los homosexuales eran solo aquellos que se comportaban y vestían como mujeres. Los soldados no eran afeminados, ni siquiera  lo era su paisano. Por otra parte, la evidencia estaba ante sus ojos y lo podía constatar claramente: Aquellos dos se estaban dando un beso en los morros, cosa que solo hacían los maricones o los bujarrones como el Genaro.

Si aquello no fue suficiente, el militar de piel oscura cedió su sitio a su compañero. “Pepito Jiménez no solo es maricón, es la putita de ambos”, pensó. Saber que aquel niño que se ganaba la simpatía de todo el mundo y que era un cerebrito en la escuela tenía un secreto tan oscuro, propició que su pecho se hinchara orgullosamente como el de un palomo. Solo de imaginar la cara que pondría su madre cuando se lo contara,  hizo que en su cara se pintara una malévola sonrisa de regocijo.

Lo que había visto era material suficiente para hundir por completo la reputación del muchacho, pero como un  buen adicto a las miserias humanas ajenas ansiaba cuanto más mejor. Así que permaneció oculto, deseando que ante sus ojos sucedieran las mayores vilezas y poder relatarlas después al mínimo detalle.

Los dos militares habían colocado a Pepito entre ellos, mientras uno lo besaba, el otro refregaba su abultado paquete contra su culo. Por unos momentos vio a su amigo como las chicas que en las películas pornográficas eran folladas por dos tíos. Cada vez tenía más claro que el muchacho no era solo un poquito maricón, sino del todo. Imaginar cómo aquellos dos individuos se la metían por el culo al muchacho, lejos de asquearlo, lo excitó levemente.

En un momento determinado el más moreno se sacó la churra fuera y comenzó a pasearla  sobre las nalgas de Pepito. Al no poner el muchacho ninguna objeción, le bajó los pantalones y la ropa interior. Una vez tuvo el culo al aire, el soldado se puso a deslizar su pene por el canal de los glúteos de su amigo. Rafael de estar ligeramente excitado, pasó a estar tremendamente caliente, irreflexivamente se llevó la mano al paquete,  y para su sorpresa tenía la polla dura como una piedra.

Aunque desde donde se encontraba no podía oír demasiado bien que decían, no les hizo falta para comprender lo que sucedió en el momento en que el soldado de piel más clara quiso meter su polla en la boca de Pepito y  él se negó. Los dos hombres empezaron a gritarle  implacablemente, le preguntaban cosas como si no le gustaba chuparla o que pretendía yendo allí con ellos. La forma de tratar al muchacho era muy violenta, nada que ver con la forma amable de la que habían hecho gala desde que se encontraron con él en el puesto de la tómbola.

Rafael entendía en parte el fuerte cabreo de los militares. Ignoraba que podía haber hablado Pepito con ellos, lo que estaba claro es que se había echado atrás. “¿A qué ha venido a la arboleda sino a follar? Este Pepito además de marica, es un rajado”, pensó completamente convencido.

Quizás por ese sentimiento de comprensión que se despertó en su interior hacia los dos hombres, unido a la tremenda inquina que le tenía  a su paisano, no supo ver la violencia con la que tendieron al muchacho en el suelo. No supo ver la fuerza  que usaron para reducirlo.  No supo ver los puñetazos que le dieron en el estómago.  No supo ver la tremenda paliza que le propinaron para que se estuviera  callado y quieto. Él solo comprendía que aquel vil acto le excitaba enormemente y la única pena que tenía es no poder ver con mayor detalle como aquellos dos taladraban con sus pollas el culo de Pepito.  

Tras un tremendo golpe con el puño cerrado en la cabeza, su amigo perdió el conocimiento. Lo siguiente que vio le continuaba  poniendo  cachondo, pero también en el mismo instante en que fue consecuente con el hecho de que el muchacho no era consciente de nada, tuvo claro que lo estaban forzando. Pensó la palabra violación y se aterrorizó.  

Aunque su cuerpo le pedía sacarse la polla y masturbarse con la visión de aquellos dos salvajes sometiendo a  Pepito. La voz de su consciencia le gritaba que fuera a avisar a la gente del pueblo para que vinieran a socorrerlo.

Sin embargo, era tanta la aversión que sentía por el chaval, que, aferrándose a la idea de que el mal estaba hecho y de que se lo tenía bien  merecido pues se lo había buscado yéndose con los dos militares a aquella arboleda,  se llevó la mano a la entrepierna, constató que su polla seguía igual de dura que hacía unos momentos, se la sacó y se puso a masturbarse,  sin pudor alguno, con la inspiración del vil espectáculo.

Estaba extremadamente caliente, tanto que unas cuantas sacudidas bastaron para que  el semen brotara de su  uretra de un modo casi explosivo. Con el placer acampando brutalmente sobre sus sentidos,  siguió observando  como los dos militares abusaban de Pepito. Como si fuera un autómata,  sacó un pañuelo del bolsillo y se limpió meticulosamente el pene.

Mientras se recomponía la ropa, estuvo sopesando la idea de largarse y no contar nada a nadie. Sin embargo, no quería renunciar a su triunfo. Si decía que, tal como había sucedido, lo habían violado, el muchacho se convertiría en un mártir y la gente en vez de darle de lado, lo que harían es tenerle más cariño. “¿Y si digo que ha dejado que se lo follen?”, pensó. A su memoria se vino lo ocurrido con Genaro y Diego el gitano, cuando se los descubrió follando en medio de un campo de margaritas. El butanero se tuvo que ir del pueblo porque no solo lo despidieron de su trabajo, sino que todo el mundo lo evitaba y  nadie quería relacionarse con él. “¿Y si a Pepito le pasara lo mismo?”, pensó maliciosamente. De nuevo el delicioso sabor de la victoria empapó su paladar.  

De camino al pueblo, fue enervando un astuto plan. Lo mejor, en vez de ir a la policía municipal o a cualquiera del pueblo. Sería localizar a su hermano Juanito y decirle que en el encinar había dos tíos follándose a su hermano. Nadie mejor que alguien de la familia para corroborar sus palabras. A cada paso que daba se sentía más seguro con aquello que estaba ideando. En ningún momento pensó en lo mal que lo pudiera estar pasando Pepito, para él lo único importante era que los demás se tragaran que el chaval había consentido a tener sexo  y no descubrieran que, en realidad,  había sido una violación.

Tal como suponía Juanito se encontraba  en la caseta del Ayuntamiento, estaba con sus amigos Oscar y Javier y un montón de chicos y chicas más. Se acercó a él y en voz baja le dijo:

—Juanito tengo que decirte una cosa…

—¡Qué quieres,  pringao!

Rafael aguantó como pudo el desprecio que despertaba en el muchacho y poniendo la mayor cara de preocupación que pudo le dijo:

—Es tu hermano, Pepito. Le ha pasado una cosa.

Fue escuchar el nombre del benjamín de la familia y el desasosiego se pintó en su rostro. Atribulado, se lo llevó a una zona apartada de la pista de baile para que se pudiera explicar.

—¿Qué le pasa a mi hermano?

—Está en el encinar…

—¿Y qué hace allí? —Preguntó Juanito bastante ofuscado.

—… se ha ido con dos militares. Ha dejado que se lo follen.

El hermano de Pepito no daba crédito a lo que escuchaba. En un principio pensó que podía ser una broma de mal gusto de las que el engreído joven solía gastar.  Sin embargo, lo vio demasiado preocupado y nervioso para pensar que era un cuento.

Sin meditarlo ni un segundo, llamó a sus dos mejores colegas y le pidió a Rafael que los acompañara al sitio.

La noticia se corrió como la pólvora y al pequeño grupo de los cuatro jóvenes se fue uniendo algunos curiosos, al salir del recinto ferial eran por lo menos veinte personas. Rafael estaba que no cabía de gozo, no solo iba a destrozar la imagen de Pepito, sino que estaba obteniendo muchísimo  protagonismo en un suceso del que la gente hablaría durante mucho tiempo.

Al llegar a la arboleda y ver que los dos militares se habían marchado ya, se tranquilizó. Aunque eran bastantes, no tenía ganas de enfrentarse a aquellos dos brutos.

Pepito estaba tendido en el suelo, magullado y desnudo. Su hermano y sus amigos lo levantaron. Estaba tan dolorido que apenas se podía mover, en la parte trasera de su pantalón se podía ver una mancha de sangre que revelaba que le habían practicado el sexo anal. Nunca había visto  al chaval tan hundido y avergonzado. Lo normal hubiera sido que hubiera empatizado con su situación, pero no, no le habían enseñado a sentir el dolor ajeno como propio y lo único que pudo sentir fue regocijo. Un sórdido y malsano regocijo.

En los días siguientes el salón de su casa estuvo muy ajetreado, las cotillas del pueblo se acercaban a enterarse con todo detalle de cómo había sucedido todo. Su madre, unas veces se lo contaba ella, otras veces lo llamaba a él para que se explayara al respecto. La mayoría terminaban diciendo: “¡Vaya el Pepito! ¡Y parecía una mosquita muerta!”

Rafael estaba satisfecho por haber destapado ante todo el mundo el secreto de Pepito. Aunque aquel verano aprendió que Los secretos son algo peligroso. Todos queremos descubrirlos, pero cuando eres tú quien los guardas, es cuando entiendes que al hacerlo puedes averiguar algo sobre otro, pero también algo sobre ti mismo.

Rafael, a sus diecinueve años, espiando sobre lo que escondía Pepe, se encontró con algo que no sabía que guardaba en su interior. Se había masturbado viendo como dos hombres se follaban a la fuerza a otro, un acto que evocó más de una vez en su memoria y desembocó en un momento onanista. Un acto que le hizo plantearse algunas preguntas sobre su identidad. “¿Le gustaba follarse a un tío o simplemente disfrutaba con el sexo que conllevaba el sufrimiento ajeno?”. Fuera cual fuera la respuesta, seguiría siendo, como todo lo que ocurrió aquella noche, su gran secreto.

 

Como siempre hago al pie de los relatos, me gustaría pedirte que dieras tu opinión al respecto.  El número de visitas y las valoraciones son importantes, pero conocer con tus propias palabras las sensaciones que he podido despertar en ti lo son más. Así que anímate y escribe algo. Son solo cinco minutos.

Si es la primera vez que entras en un relato mío decirte que lo que se narra en este episodio desde el punto de vista de Rafita (Rafael) ya se narró desde el punto de vista de Pepe en los dos primeros episodios de “Juego de pollas”. Concretamente en “La voz dormida” y “La sombra de una duda”.

Si te quedaras con ganas de seguir leyendo más historias mías, en septiembre  publiqué una guía de lectura que te puede servir de ayuda para situarte  a la hora de leer las distintas series.

Sin más dilación, paso a agradecer  los comentarios  del anterior relato: ¿De quién es esta polla cascabelera?: a Jegac: Gracias hombre, uno comparte lo que tiene y si esto agrada a los demás es un aliciente para seguir haciéndolo; A Vieri32: Tenía muchas ganas de hacer un grang bang. Ha sido difícil  mover trece personajes y dotar a todos de una personalidad y físico diferenciables para el lector. La única manera de que entre tanta postura sexual y   testosterona el lector no se aburriera era meter el humor. Sé que ha podido quedar un poco de película porno, pero te puedo decir que ha sido a consciencia; A The Crow: El BDSM tiene mucho que ver con las relaciones sumisas gay, en el relato anterior la sumisión del protagonista (con los ojos vendados y dejándose hacer por un grupo de hombres), creo que las toca de lleno. Estoy completamente de acuerdo con que debe de ser algo deseado y no impuesto. De hecho, mi personaje es quien decide en todo momento cuanto tiempo lo penetran los individuos que lo hacen, es más pierde el concurso queriendo. Je, je; A pepitoyfrancisquito: Me alegro que os haya gustado el penúltimo capítulo de la orgia de  la venta ernabo (como vosotros la llamáis). Os puedo decir que llegar a hacer ese episodio fue el leitmotiv de la pequeña saga, aunque el sexto se me ha quedado un poquito obsoleto (la actualidad política española que no se está quieta ni un minuto y no se pueden hacer planes a largo plazo), creo que también os puede gustar.  No sé por qué, pero tengo la sensación de que el Rafita, después del episodio de hoy, se va a ganar el odio de algunos y a Cachopo: La verdad que ha sido bastante dificultoso mover tantos personajes a la vez y sobre todo en el plano sexual, pero el resultado no ha quedado demasiado mal. Aunque me alegro de servirte de inspiración, me has hecho sentirme viejo, Ja, ja, ja.

La semana que viene (concretamente el lunes) publicaré un relato especial Halloween titulado “No debo hablar”   y en quince días volveré con otro episodio especial auto conclusivo, en este caso de la serie “Historias de un follador enamoradizo”, protagonizado por Guillermo y titulado: “Cómo conocí a mi novio”.

Hasta entonces, disfrutad de esa cosa llamada vida o por lo menos intentadlo.

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Follado por su tío

Meter toda la carne en el asador

Míos, tuyos, nuestros… ¡De nadie!

Encuentros furtivos en el internado

Antonio y la extraña pareja

Fácil

Bolos, naranjas y bolas.

Vivir sin memoria

El libro de la vida sexual

Reencuentro con mi ex

Punta Candor siempre llama dos veces

Hombres Nextdoor

Mundo de monstruos

Dejándose llevar

Guía de lectura año 2017

Dejar las cosas importantes para más adelante

Una proposición más que indecente

¡No hay huevos!

Ignacito y sus dos velas de cumpleaños

El chivo

La mujer del carnicero

Iván y la extraña pareja

El regreso de Iván

Guerra Civil

Las tres Másqueperras

Toda una vida

Objetos de segunda mano

Follando con el mecánico y el policía (R) 2/2

Follando con el mecánico y el policía (R) 1/2

Ni San Judas Tadeo

La invasión Zombi

Seis grados de separación

¡Arre, arre, caballito!

La más zorra de todas las zorras

Un baño de sinceridad

Barrigas llenas, barrigas vacías

No estaba muerto, estaba de parranda

Dr. Esmeralda y Mrs. Mónica

Yo para ser feliz quiero un camión

Tiritas pa este corazón partio

Corrupto a la fuga

Un polaco, un vasco, un valenciano y un extremeño

El de la mochila rosa

La jodida trena

Tres palabras

Hagamos algo superficial y vulgar

Pensando con la punta de la polla

Quizás en cada pueblo se practique de una forma

Gente que explota

Guía de lectura año 2016

En unos días tan señalados

Desátame (o apriétame más fuerte)

De cruising en los Caños

Putita

Sé cómo desatascar bajantes estrechos

Este mundo loco

Como conocí a mi novio

No debo hablar

¿De quién es esta polla cascabelera?

Me gusta

Me llamo Ramón y follo un montón

Doce horas con Elena

El pollón de Ramón

Dos cerditos y muchos lobos feroces

El ciprés del Rojo

Follando por primera vez (R) 1/3

Follando por primera vez (R) 3/3

Follando por primera vez (R) 2/3

Estrenando un culito muy delicioso

El mirón de las duchas

Orgia en el WC de los grandes almacenes

Once pollas para JJ

Prefiero que pienses que soy una puta

Homofobia

Adivina quien se ha vuelto a quedar sin ADSL

¡Terrible, Terrible!

Bukkake en la zona de descanso

Mi primera vez con Ramón

Tu familia que te quiere

Si no pueden quererte

Mía

Infidelidad

Dos adolescentes muy calientes

Ocho camioneros vascos

Parasitos sociales

El pollón del tío Eufrasio

Violado por su tío

Talento

Somos lo que somos

Sexo en Galicia: Dos en la carretera

Tres pollas y un solo coño

De amor se puede vivir

Duelo de mamadas

¡Se nos da de puta madre!

Dos hermanos

¿Dónde está la oveja de mi hermano?

¿Por qué lloras, Pepito?

El MUNDO se EQUIVOCA

Todo lo que quiero para Navidad

Como Cristiano Ronaldo

Identidad

Fuera de carta

Los gatos no ladran

Su gran noche

Instinto básico

TE comería EL corazón

La fuerza del destino

La voz dormida.

Como la comida rápida.

Las amistades peligrosas.

El profesor de gimnasia.

Follando: Hoy, ayer y siempre (R)2/2

Follando: Hoy, ayer y siempre (R) 1/2

El ser humano es raro.

La ética de la dominación.

¡Ven, Debora-me otra vez!

La procesión va por dentro.

Porkys

Autopista al infierno.

El repasito.

José Luis, Iván, Ramón y otra gente del montón.

El sexto sentido.

Cuando el tiempo quema.

Mi mamá no me mima.

La fiesta de Blas.

¿Por qué lo llaman sexo cuando quieren decir amor?

Sin miedo a nada.

¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?

¡Qué buena suerte!

El rumor de las piedras.

Dios odia a los cobardes.

Tres palabras.

Guía de lectura segundo semestre 2.014.

Como un lobo.

Solo Dios perdona.

El padrino.

Perdiendo mi religión.

Adiós Francisquito, adiós.

Pequeños descuidos.

La sombra de una duda.

Mis problemas con JJ.

Unos condones en la guantera.

La voz dormida.

Follando con mi amigo casado.

Si pudieras leer mi mente.

Bésame, como si el mundo se acabara después.

Si yo tuviera una escoba.

Guía de lectura primer semestre dos mil catorce.

¡Cuidado con Paloma!

La lista de Schindler.

Nos sobran los motivos.

La masticación del tito Paco.

Viviendo deprisa.

El blues del autobús.

¿Y cómo es él?

¡Voy a por ti!

Celebrando la victoria.

Lo estás haciendo muy bien.

Vivir al Este del Edén.

Hay una cosa que te quiero decir.

Entre dos tierras.

Felicitación Navideña.

37 grados.

El más dulce de los tabúes.

Desvirgado por sus primos gemelos

Las pajas en el pajar

Para hacer bien el amor hay que venir al Sur.

Tiritas pa este corazón partio

Valió la pena

1,4,3,2.

Sexo en Galicia: Comer, beber, follar....

¡Se nos va!

En los vestuarios.

Lo imposible

Celebrando la victoria

La procesión va por dentro.

El guardaespaldas

El buen gourmet

Mariano en el país de las maravillas.

Tu entrenador quiere romperte el culo(E)

Retozando Entre Machos.

Culos hambrientos para pollas duras

La excursión campestre

¡No es lo que parece!

Mi primera vez (E)

Vida de este chico.

Follando con mi amigo casado y el del ADSL? (R)

Follando con 2 buenos machos: Iván y Ramón

Trío en la sauna.

Nunca fuimos ángeles

Desvirgado por sus primos gemelos (E)

Como la comida rápida

La misión

Follando con mi amigo casado

La churra del Genaro

Uno de los nuestros

Sexo en Galicia: Tarde de sauna (R)

2 pollas para mi culo

El cazador.

Los albañiles.

Jugando a los médicos.

Algo para recordar

Mis dos primeras veces con Ramón (E)

A propósito de Enrique.

Guia de lectura y alguna que otra cosita más.

Culos hambrientos para pollas duras

Celebrando la derrota

En los vestuarios (E)

Sexo, viagra y unos pantalones anchos (Epilogo)

No quiero extrañar nada.

Punta Candor siempre llama dos veces.

4,3,2,1....

2 pollas para mi culo

Adivina quién, se ha vuelto a quedar sin ADSL

Follando con 2 buenos machos: Iván y Ramón (R)

El MUNDO se EQUIVOCA

Historias de un follador enamoradizo.

Living la vida loca

Sexo en galicia con dos heteros (R)

¿Por qué lo llaman sexo cuando quieren decir amor?

Comer, beber... charlar.

Los albañiles.

¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?

Regreso al pasado

Follando con mi amigo casado (R)

“.... y unos osos montañeses)”

El padrino

... Bubú.....

El blues del autobús (Versión 2.0)

El parque de Yellowstone (Yogui,....)

After siesta

Sexo, viagra y ... (2ª parte) y última

Before siesta

Sexo, viagra y unos pantalones anchos (1ª parte)

El bosque de Sherwood

El buen gourmet

Como la comida rápida

Pequeños descuidos

¨La lista de Schindler¨

El blues del autobús

Celebrando el partido