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¿Por qué lloras, Pepito?

en Gays

Enero 1978

Aquella tarde Pepito regresó cabizbajo del colegio,  se acercó a su madre  y a su hermana que estaban sentadas en sendos butacones en el salón de la casa. Los dos besos que les pegó fueron como casi de compromiso, vacíos de  toda esa efusividad  y cariño que el chaval emanaba siempre hacia los suyos.

Su madre, tras comprobar que su retoño   venía perfectamente abrigado y  que su uniforme escolar  permanecía impoluto, prosiguió con la manga del chaleco de punto que le estaba haciendo a su marido. Gertrudis, a diferencia de su progenitora, si se percató en el extraño proceder de su hermano pequeño, quien en vez de comentarle  una por una todas  las cosas que había aprendido en el colegio, se limitó a subir las escaleras como si fuera a apagar un fuego, pero con cierto aire desangelado, nada que ver con la máquina de sonrisas que solía ser.

Dejó la revista de modas que estaba leyendo sobre el brazo del sofá y  observó  a su madre detenidamente, ella continuaba afanosa en su mundo de “dos al derecho, dos al revés”,  seguramente pensando como fardaría con sus amistades con el precioso abrigo que le estaba haciendo a su marido y el resto del mundo parecía traerle sin cuidado. Tras contemplarla unos segundos, movió la cabeza desconcertada y  subió las escaleras para averiguar que le pasaba a Pepito.

Al entrar en el cuarto del chiquillo, lo halló con la mochila entre las piernas y llorando desconsoladamente sobre ella. Se fue para él, con un paso suave, como si no quisiera invadir su intimidad y esperando que fuera él quien le abriera la puerta de su pesar. Como el crío, al notar su presencia, prosiguió llorando con una pena aún mayor, la muchacha se sentó junto a él, acarició los cabellos de su coronilla y le preguntó tímidamente:

—¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras, Pepito?

El chaval, sin levantar la cabeza de la bolsa de sus libros, respondió con una voz apagada y que se escondía entre entrecortados gemidos.

—Una cosa… muy mala…

—¿Te ha castigado Don Remigio? ¿Te has peleado con el Rafita?

—No… es algo mucho peor…

Gertrudis al escuchar aquello se empezó a preocupar, apartó delicadamente la mochila y lo sentó en su regazo. Cogió un pañuelo y  le limpió el enrojecido rostro, lo abrazó con toda la ternura de la que fue capaz y cuando comprobó que su afecto lo había conseguido calmar un poco, acarició sus mejillas y mirándolo fijamente  a los ojos, le preguntó:

—¿Me puedes contar que es ese algo “mucho peor”, por si yo te puedo echar una mano con ello?

—¡ No puedes! Es el Roge que sus padres lo van a dejar morirse —De nuevo el chiquillo se hundió en un profundo llanto.

Por lo que sabía Gertrudis, Rogelio había tenido la mala fortuna de caerse de la azotea de su casa durante las vacaciones de navidad. Fue una desgracia muy comentada en el pueblo y  el chaval estuvo a punto de no contarlo, pero por lo que contaban unos y otros, estaba ya fuera de peligro, aunque eso sí,  lo tendrían que someter a varias operaciones y tardaría  un buen tiempo en volver a su vida normal. Por eso,  a ella no le cuadraba  en absoluto lo que su hermano le estaba contando con tanta pena.

Cogió su cabeza entre las manos y buscó  los dos ríos de lágrimas que parecían ser sus ojos. Con toda la calma de la podía impregnar a su voz, le preguntó:

—¡Vamos a ver! ¿Cómo es eso de que sus padres lo van a dejar morir?

—Lo estaba contando el Rafita —Al chiquillo le costaba trabajo hablar y lo hacía entre gemidos —, que se lo ha contado a su madre una mujer que conoce a un médico que trabaja en el hospital de Almendralejo...

Como al crío parecía que le costará trabajo hablar, la joven volvió a interrogarlo  con la mirada. Pepito, ya un poco más calmado, reanudó su pequeña historia.

—Tú sabes que los padres del Gero se apuntaron a ser testigos de Jehová hace unos años…

—Sí, ¿y qué tiene que ver eso con dejar morir a su hijo?

—¡Pues mucho! El Rafita nos ha contado que al Gero le tienen que poner sangre y que como los padres tienen esa otra religión, que les prohíben mezclar las sangres, no lo van a consentir y lo van a dejar morir. Se lo ha contado a la madre del Rafita, una mujer que conoce a un médico en el hospital de Almendralejo…

Pepito volvió a ahogar su llanto sobre el pecho de su hermana. Gertrudis no daba crédito a lo que estaba escuchando, unos padres por unas creencias que habían abrazado recientemente, se negaban en redondo a que los médicos aplicaran transfusiones de sangre a sus hijos.

Conocía a los padres del chaval, no eran muy amigos de fiestas y de jaranas, pero eran educados, serviciales, respetuosos y muy, muy buenas personas.

Había oído que por una interpretación de unos pasajes de la biblia, en los que  se decía que debían abstenerse de la sangre, los Testigos se negaban ante cualquier tipo de atención médica que implicaran transfusiones sanguíneas.

Para ella que siempre se declaraba como atea, pero que en realidad era agnóstica, lo que su hermano le había contado le había parecido una autentica salvajada. ¿Hasta dónde es capaz el hombre de seguir los preceptos que le dicte una religión? ¿Es hasta capaz de dejar morir a un hijo? ¿O matar a una madre?

A ella lo de las distintas creencias era un tema que siempre le había parecido bastante curioso. Si había un solo Dios verdadero, ¿cómo podía haber tantos credos distintos? ¿Cómo se podía llamar de tantas formas al mismo ser Divino? ¿Acaso ese ser misericordioso al que todos procesaban su fe, dictaba doctrinas distintas según fuera el nombre con el que sus fieles se dirigieran a él?  ¿O acaso su proceder era distinto si se llamaba Jehová, Cristo o Alá?

Gertrudis no estaba muy estudiada, tampoco es que leyera muchos libros (Las revistas Pronto y Súper-pop, y poco más), pero sabía que los credos y preceptos de las religiones los escribían los hombres, y que estos los habían buenos, malos y peores. Con los que siempre dentro de las distintas religiones, era fácil encontrar individuos que en vez de buscar el bien común, solo procuraran el suyo propio.

Aun así no entendía como la humanidad había permitido que  en nombre de Dios se hubieran  cometido tantas atrocidades a lo largo de la historia, cómo la guadaña de una creencia corrompida por el hombre había cegado tantas vidas, cómo la fe en un ser divino y misericordioso había propiciado guerras en su nombre.

Ella pensaba que si realmente existía un Dios, no le gustaría que el hombre lo usara como excusa para sacar lo peor de él, no le gustaría que un niño de ocho años se muriera en espera de un poco de sangre que podría salvar su vida.

Irremediablemente una lágrima resbaló por su mejilla. Abrazó fuertemente a su hermano, intentando aliviar su inconsolable llanto.

*****

Unos días después Pepito llegó del colegio más contento de lo normal, se fue para su hermana  y le dijo:

Gertru, ¿sabes a quien he visto hoy?

—Si  tú no me lo dices, no.

—A la Paquita, la tía del Gero… Le he preguntado por mi amigo y me ha dicho que está muy buenecillo, que habla y todo. La semana que viene si sigue así,  seguro que lo  pasan a planta… ¿A qué es guay?

Sin esperar que su hermana le respondiera siquiera, el pequeño tabardillo subió las escaleras como alma que lleva el diablo, seguramente a releerse su último comic o a jugar con sus coches.

Gertrudis se quedó pensativa, aunque se alegraba por ello no terminaba de asimilar que el niño estuviera unos días antes a punto de morir y ahora no. Máxime con toda la historia de la transfusión imposible  que corrió como un reguero de pólvora por el pueblo.

—¿Mamá?

—¿Qué? —Respondió a regañadientes su progenitora, quien ni siquiera  levantó la mirada de las agujas de punto.

—¿Tú sabías lo del Gero?

—¿Lo de qué está completamente fuera de peligro?—La dejadez en la voz de la mujer era más que evidente —Sí, me lo refirió la Jacinta esta mañana en la carnicería, pero se me ha olvidado contártelo.

—¿No decían que o le ponían la sangre que o si no se moría el chiquillo?

—Pues por lo visto no. Pero aunque hubiera sido así, yo conozco muy bien a los padres y no hubieran dejado que a su único hijo le pasara nada, si estaba en su mano evitarlo.  

—¿Entonces?

—¿Qué va a ser? —La mujer dejó de tejer y miró a su hija con cierto brillo de suspicacia en la mirada —La Pastora que no los puede ver desde que se cambiaron de religión  y como esta aburrida, no saber que inventar para mal meter.

—¡Pues ya podía hacer crucigramas para entretenerse! Porque su hijo  fue y se lo contó a todos los niños del colegio. Acuérdate la tarde de llantina que dio el mozo, que no tenía ganas ni de cenar siquiera.  

— No me voy a acordar. Lo que pasa que para que haya gente buena en el mundo, también la tiene que haber mala. Y la Pastora es de las que más,  la tipa  porque tiene terrenitos y el mario lo gana bien, se cree la marquesa del pueblo y se ve con derecho a todo. ¡Pero hija mía, la clase se nace no se hace!

—Es que yo no entiendo que gana con ello…

—Pues hacer daño, que parece que es lo único que le gusta…

Aunque Gertrudis, a diferencia de su madre, no era muy criticona y no le gustaba despotricar de nadie, aquella tarde  estaba tan enfadada con el proceder de la madre del Rafita que se despachó a gusto  y la despellejó todo lo que pudo. Lo que no tenía claro es si aquella individua  era más ignorante que mala persona o al revés “¿Cómo puede el miedo a lo distinto llevar al ser humano a levantar falsos testimonios de sus semejantes?”, se preguntó mientras seguía vistiendo de limpio con la ayuda de su madre a la riquita del pueblo.

Hola querido lector.  Ante todo Feliz año, que el 2016 solo os traiga cosas buenas. Si estás por aquí supongo que habrás leído el relato en su totalidad. Yo siempre llegado este punto pido tu colaboración con comentarios, e-mails, valoraciones, etc., cualquier cosa que me haga pensar que no estoy “hablando” a la pared. 

Antes de pasar a responder los comentarios me gustaría pedir disculpas, se suponía que según la Guía de lectura el episodio que tocaba era el titulado “¿Dónde está la oveja de mi hermano?,  aunque tengo el episodio muy avanzado, no lo veía todavía para publicarlo, con lo que su publicación se retrasará quince días.

A continuación paso a dar las gracias a todo el que envío un e-mail, valoró o comentó el relato

El MUNDO se EQUIVOCA y a modo particular: a Varianza: Ante todo pedirte disculpas por haber omitido la respuesta a tu comentario en el anterior relato. Me alegro que te hayan gustado los dos últimos relatos, no sé si habrás leído este Su gran noche (gustó bastante), dime algo si lo lees; a mmj: A la historia de Ramón, le quedan (y ya es fijo, porque tengo los borradores hecho), dos capítulos y el epílogo. Aunque no es un adiós definitivo al personaje, estará sin aparecer un buen tiempo. Espero que te gusten las otras historias, porque quien aparecerá más regularmente será Iván y a Karl: Un gustazo de los buenos verte en los comentarios de uno de mis relatos. El próximo relato de Ramón será el episodio anterior de dominación pero contado desde el punto de vista del policía. Lo publicaré aproximadamente en un mes.

Nos vemos en dos semanas (más o menos) con otro relato de “Los descubrimientos de Pepito”  titulado “¿Dónde está la oveja de mi hermano” (Espero no fallar esta vez)  

Mientras tanto procurad ser felices.

 

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