25 de Diciembre 2013
Como cada día de Navidad, Carmen visita el cementerio para “charlar” con su marido. Lo echa tanto de menos en la cena de Nochebuena, que no puede evitar venir a verlo. Ella sabe que allí solo está la carcasa de su querido Antonio, que su alma está en el lugar que le enseñaron a llamar Cielo y que no le hace falta estar en camposanto para poder conversar con el hombre que más ha querido y quien más cariño le ha profesado. Sin embargo, las costumbres y las supercherías suelen ir muy ligadas a la hora de tratar con los muertos.
Hoy, como cada año, la acompaña su hijo Ramón, quien también gusta de venir a presentar los respetos a su progenitor en un día tan señalado.
En la silenciosa charla, la mujer les pregunta cómo les va en su nuevo hogar a los amigos que este año se han ido para allá. Le habla de sus nietos, de lo mucho que le apena que a algunos no los haya podido conocer siquiera. Les cuenta cosas de su yerno, de su nuera, de sus hijos; sobre todo de Ramón, a quien la vida no lo está tratado muy bien últimamente, por lo que está el pobre un poco perdido y tristón, con todo lo que se le ha venido encima.
—Mamá, ¿cómo es ver morir a la persona que más quieres?
—Muy duro, hijo mío, muy duro. Pero a las mujeres la vida parece que nos prepara para afrontar las pérdidas de nuestros padres, de nuestros maridos… Para lo que nunca estamos preparadas es para la pérdida de un hijo—. Al decir esto último, la mujer se abraza a Ramón por la cintura tiernamente —. Así que espero morirme mucho antes que tus hermanos y tú, para no tener que lloraros.
La palabra muerte en la boca de su madre lo hace estremecer. Él piensa por un momento que a sus dos hijas les sucediera algo que fuera irremediable y el corazón parece que se le quisiera partir.
—¿Lo echas mucho de menos?
—Cada día, en los momentos más cotidianos. Era una persona que tenía sus cosas malas como todo el mundo, pero era el hombre más generoso y noble que he conocido… Tú te pareces mucho a él.
—Sí, me lo recuerdas cada vez que me encabrono con algo —Las palabras de Ramón están adornadas con la más generosa de las sonrisas.
—Sí, eres tan cabezón como tu puñetero padre —Responde Carmen devolviéndole la sonrisa a su hijo—, pero como él no tienes dobleces y eres una persona que siempre vas con la verdad por delante. Por eso es que no puedo entender esto que te está pasando de un tiempo a esta parte.
—Ni yo tampoco… Pero es que todo es muy complicado.
—¿Complicado? No, si tú quisiera sería lo más fácil del mundo.
—Ya, pero la gente es muy mala y retorcida…
—La gente no te va a regalar nada. Quienes te quieran de verdad no van a cuestionar tu decisión y te van a aceptar tal como eres.
Ramón no sabe qué decir, últimamente su madre se está descubriendo ante él como una mujer bastante más sensata y coherente de lo que él pensaba, con una mentalidad mucho más abierta de la que habría podido imaginar.
—Hijo mío, ¿tú sabes de lo único que me arrepiento en esta vida?
—¿De qué?
—De dejar las cosas importantes para más adelante.
—¿Y eso?
—Cuando conocí a tu padre, por aquello de llegar virgen al matrimonio, como mandaban los cánones sociales, estuve todo el noviazgo privándonos de compartir algo que creo que es de lo más hermoso. Dejándolo para más tarde.
»Cuando nos casamos apenas tuvimos tiempo para nosotros, pues me quedé embarazada en el primer mes. Una vez llegó Carlos, mi vida se convirtió en una dedicación absoluta hacía él. Entonces eran otros tiempos y la responsabilidad de los hijos era solo cosa de la mujer. Los maridos con entregar el sueldo en casa, veían cumplido su cometido con creces.
»No me arrepiento nunca de haber tenido tres hijos. Me habéis dado algunas tristezas, pero muchísimas más alegrías, con lo que la cosa compensa bastante. Pero eso no quita de que me haya pasado la vida pensando que era demasiado pronto para ciertas cosas y cuando he podido hacerlas, ya era demasiado tarde.
»En el momento en que os convertisteis en dos hombres y una mujer independiente, a la que vuestra madre no os hacía falta para nada, llegó el turno de nuestros padres… Que conste que cuide de los abuelos con mucho gusto y que lo volvería a hacer una y cien veces más si hiciera falta…
—¿Pero? —Pregunta Ramón con una voz entrecortada, pues la emoción le puede ante lo que su progenitora le está descubriendo.
—Que nunca llegaba el tiempo de nosotros, que siempre había algo que nos impedía vivir a tu padre y a mí nuestro momento.
—Y cuando más tranquilo estabais, vino el puto cáncer y se lo llevó.
—Y nunca pudimos hacer las cosas que dejamos para más tarde.
—¿Entonces no has sido feliz?
—Sí, mucho, hijo mío. Lo que pasa es que tengo la sensación de que se me han quedado cosas por hacer, como si mis obligaciones para los demás hubieran estado siempre por delante de mi felicidad. No reí cuando podía haber reído, no canté cuando tenía que haber cantado, no disfruté de acostarme con tu padre cuando era lo que tenía que haber hecho… Siempre anteponiendo el bienestar de los demás al mío propio.
»Aunque no me arrepiento de ninguna de las cosas que hice pensando en los míos, siento que debería haber buscado más los momentos buenos que esperar que estos llegaran.
—Pero es que es muy complicado…
—¡Y dale con lo complicado! ¡Qué cabezón eres! Cuando se quiere a alguien, cada día que se pasa sin esa persona, son momentos buenos que nos perdemos…
—Entonces… lo que me… estás queriendo decir…
—Que vivas la vida hoy que mañana es tarde. Que el tren de la felicidad solo pasa una vez y si lo dejas pasar quizás te arrepientas el resto de tu vida. Ve con quien dices amar, disfruta de la vida junto a esa persona y que lo que digan los demás os importe un pimiento.
—Es que…
—¡ Ni esques, ni porras! Ahora que estamos delante de la tumba de papá, ¡prométeselo!
—¿A él le parecería bien?
—Pues claro que sí, no sabes la de veces que nos hemos arrepentidos de no haber aprovechado más los momentos que hemos vivido juntos.
Ramón se queda observando durante unos segundos la lápida que tiene delante y como si fuera con su difunto padre con quien conversara, dice:
—Sí, papá. Te prometo que voy a intentar ser todo lo feliz que pueda con la persona que quiero, pese a quien pese.
Carmen abraza de nuevo a su hijo por la cintura y echa la cabeza tiernamente sobre su pecho. Si levantara la mirada vería que su hijo tiene los ojos igual de vidriosos que ella y que por su cara resbala una lágrima.
Estimado lector, como cada año desde que estoy por esta página, aprovecho para felicitar estas fiestas para mí tan entrañables como son la Navidad a los lectores de la página y en concreto a aquellos que son habituales en mis escritos. Y para ello que mejor que hacerlo con un relato.
Si te ha gustado este relato y quieres seguir leyendo textos parecidos, te dejo los links de los relatos de años anteriores.
Todo lo que quiero por Navidad
Para terminar me gustaría agradecer y responder los comentarios de mi último relato: Una proposición más que indecente: A Pepitoyfrancisquito: Antes de nada desearos que los Reyes Magos os traigan todo lo que hayáis pedido y que tengáis una feliz entrada de año. En cuanto a lo que comentáis, si está muy ligada la película porno con lo que comentáis, pero espero seguir sorprendiendo porque todavía me estoy guardando unos cuantos ases en la manga. La historia nada más que ha hecho empezar y os puedo garantizar que voy a intentar que no sea nada aburrida. Eso sí, no preocuparos tanto por el buje del amigo Iván, que al final se me va a rajar y no es plan y A ozzo2000: Ante todo felices fiestas y feliz entrada de año. En lo referente a tu deseo creo que va a ser cumplido, pues en el año que viene, vas a conocer anécdotas del pasado de Iván así como de su presente. Espero que te gusten.
El próximo relato que publicaré, estará dentro de la serie de “La playa del amor” y llevará por título “Dejándose llevar”.
Hasta entonces procurad ser felices.