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La masticación del tito Paco.

en Gays

Los descubrimientos de Pepito

Séptimo episodio   : “La masticación del Tito Paco”  

 

(Este relato es continuación de “Las pajas en el pajar”)

 

Debido a que su tío Demetrio ha fallecido, Pepito ha ido unos días a casa de su primo Francisquito. Entre juego y juego, su primo le enseñó como el “Facu” practicaba el juego de las pajas con una oveja. A Pepito aquello le pareció lo más asqueroso del mundo. Pero no terminaban los descubrimientos para Pepito, pues su primo también le iba a explicar en qué consistía una “masticación”.

 

A eso de las siete de la tarde, mi primo Francisquito y yo empezamos a ponernos guapos para ver los Santos. A la vez que nos vestíamos a mí me dio por practicar mi deporte favorito: preguntar. 

—¿Cómo dijiste que se llamaba lo  que hizo el Facu de rascarse el pito antes de jugar con Blanquita? 

—Masticación, lo he leído en un libro. Por lo visto los mayores lo hacen cuando no pueden practicar actos sexuales... 

—¿Actos sexuales? —pregunté extrañado pues no entendía ni papa.

—Es el nombre científico de los actos impuros. 

—¡Ah! 

—Pues eso, cuando los mayores no pueden practicar actos sexuales practican la “masticación”. Para mí que es como jugar a los médicos pero solos. 

—¡Ah! Tiene que ser parecido a cuando mi padre juega al solitario en casa, los días que mi madre no lo deja ir al bar.  

—Pues sí. 

—¡Qué aburrido! 

—¡Qué va, Pepito!.. A los mayores cuando practican la “masticación” se les queda la misma cara de felicidad que cuando están jugando a los médicos y echan los virus. 

—¿Y tú cómo lo sabes, Francisquito? ¿A qué mayor has visto haciendo eso? 

—A mi padre muchas veces.

 

Se me quedó una cara de pasmado de matrícula de honor. ¡No me podía creer lo que estaba escuchando! Mi primo no solo espiaba a sus hermanos gemelos, también acechaba a su padre.

 

A mí, si veía en bolas a mi hermano Juan o a mi hermana Gertrudis no me daba vergüenza pero a mi padre,  aquello eran palabras mayores. En fin,  imagino que con lo “superlisto” que era se daría las trazas para que no lo pillaran, porque si lo hacían lo podían castigar sin postre por lo menos, ¡hasta que viniera de la “mili”!

 

Me disponía a preguntarle la forma y modo en que había visto a su padre haciendo aquello de la “masticación”, cuando Ernesto vino a decirnos que nos diéramos prisa, que nos estaban esperando.

 

Francisquito y yo íbamos echo unos marqueses de tomo y lomo, llevábamos puesta  la ropa nueva de Semana Santa y hasta nos habíamos echado  fijador en el pelo para estar más guapos. Si no fuera porque los zapatos nuevos me apretaban un poco, me llevaba vestido de bonito toda la vida. ¡Qué guay!

 

Cuando llegamos al salón vimos a Ernesto y Fernando también de “guapitos”. “¡Cuándo sea grande quiero ser como ellos!” —pensé mientras me miraba en un espejo que había en el salón.

 

Junto a los gemelos, y estirando el cuello como si con ello fuera a conseguir ser más alta, estaba Matildita. Todos los niños nos creemos los más guapos y los más listos del mundo hasta que llegamos al colegio, donde descubrimos que el mundo no se limita únicamente a  papá, mamá y los hermanos, y que hay muchísimos más niños…

 

Pues mi prima, a pesar de llevar yendo cinco años al colegio, todavía no se había enterado de que las había más guapas, más listas y más simpáticas que ella. Es lo que pasa cuando eres la única niña de la casa, te miman hasta la saciedad en su afán de protegerte, ¡y después  llega la vida y te da todos los palos juntos!

 

Pero de lo caprichosa que era  mi prima,  tenía mucha culpa mi tía Enriqueta, a la  buena señora  la impertinente Matildita le había cogido el pan bajo el brazo y, como  era tan buena, no hacia otra cosa que deshacerse en atenciones y elogios hacia la desagradable  niñita.

 

El día anterior había lucido un vestido nuevo pero eso no le había parecido suficiente  a mi redonda primita. Ella tenía que estrenar uno también el Viernes Santo.  Y si horrible le quedaba el vestido verde lechuga del jueves, peor le quedaba el naranja  chillón que llevaba puesto  en aquel momento.

 

La miraba y no podía pensar que estaba mona. Al contrario cuanto más la observaba, más se me venía  a la mente la imagen de Naranjito, la  que iba a ser la mascota de los mundiales de fútbol. Sé que me iba a costar un coscorrón de Fernando, pero en cuanto tuviera la más mínima oportunidad,  le iba a largar lo de “Naranjita presumida”, para que se le bajasen los humos de una vez por todas  a la reina de corazones.

 

Nos montamos en el Range Rover para ir al pueblo. Fue sentarnos y mi primo puso la radio y ¡qué suerte!, sonó mi canción preferida del mundo mundial. ¡Y es que la Rafaella Carra era la bomba!

 

♫♫ Por si acaso se acaba el mundo

todo el tiempo he de aprovechar

corazón de vagabundo

voy buscando mi libertad♫♫

 

Miré a mis dos primos pequeños esperando que estuvieran cantando igual que yo pero, uno por soso y la otra por estirada, parecía que no les gustaba la canción. Como no quería dar pie a  que pensarán que era mariquita u otra cosa parecida, me callé y  seguí cantando a la Carra para mis adentros.

 

Tres canciones más tardes llegamos al pueblo. Fernando dejó el coche en el garaje de un amigo y nos dirigimos a la plaza del centro para ver a la Virgen y al Señor.

 

He de admitir que eso de sacar vestidos de bonitos a  unos santos de madera a la calle  nunca me había gustado.  Y sí no me hacía el remolón para no ir, se debía a tres razones: la primera  porque era de las pocas veces que mi posesiva madre me sacaba a la calle,  la segunda porque lo hacía todo el mundo y la tercera,  y  más importante, porque no me quedaba más remedio.

 

Aquel Viernes Santo a pesar de que los zapatos me dolían para reventar y que la “Naranjita” se me hacía insoportable a más no poder, me lo estaba pasando súper, pero que superbién. Mis primos gemelos, a pesar de ser mayores, me caían estupendamente y Francisquito era lo más parecido a un hermano que había tenido nunca. ¡Qué el Juanito tenía mucha guasa! ¡Siempre haciéndome cosquillas y gastándome bromas! ¡Qué pesado era! ¡Qué porque era mi hermano, o si no lo iba aguantar su padre!

 

Cuando llegamos a la plaza del  centro del pueblo, mi primo Fernando nos compró garrapiñadas para que nos entretuviéramos mientras llegaba el Yacente y la Virgen de las lágrimas. (¡Qué nombre más raro les ponen a los Santos, con la fácil que era llamarse Jesús o María!)

 

La verdad es que esperamos un buen rato y cuando llegaron los primeros penitentes con las cruces grandes, me “requetedolían”  los pies de estar tanto tiempo parado y  sin moverme. Pero no me queje ni siquiera un poquito, para que mis primos gemelos  no se pensaran que seguía siendo un niño chico.

 

Una de las cosas que más me gustaba de la Semana Santa era el olor a incienso, me encantaba aquel aroma,  el  agradable humo del incensario se te metía hasta los pulmones…Lo que no sé, para que me puse tanta colonia de la buena, si  al final nadie  me la iba a oler.

 

Los nazarenos, por mucho que dieran caramelos y demás, me daban un poco de miedo, eso de ir bajo una túnica con un capirote para que nadie supiera quién eras,  no me simpatizaba mucho. ¡Porque vamos a ver...! Si no iban a hacer nada malo, ¿por qué se tapaban?

 

Los de mi pueblo  tenían la túnica negra oscura  y  eran más  feos que Picio y los de allí eran blancos, con los guantes y demás adornos en rojo. Aunque eran un poquito más bonito, me seguían sin gustar un pelo. ¿Por qué metían la cabeza debajo del capirote? Si yo fuera a pasearme delante de la virgen, me gustaría que todo el mundo me viera y dijeran: «¡Mira quién va ahí, es Pepito! ¡Qué guapo que es! » Así que lo tenía clarísimo, vestirme de Nazareno, sin que nadie se enterara de quien era yo, no lo haría en la vida.

 

Y si lo de salir de penitente y con un antifaz, fuera del color que fuera, tenía claro que no lo iba a hacer jamás de los jamases,  lo de meterme debajo del paso de costalero menos todavía. Primero porque eso de cargar sobre las espaldas  con una imagen de madera, por muy bonita que fuera, no iba conmigo; segundo porque  todos los costaleros estaban muy, muy  gordos y yo de mayor quería ser delgado y lo tercero, y lo que menos molaba, es que seguro que a alguno estando debajo del paso se le antojaba tirarse un “peito” y  ¿qué iba a hacer? ¿Aguantárselo hasta que le tocará a la otra cuadrilla? Pues no, ¡tirárselo allí mismo! ¡Qué asco, cómo tenía que oler debajo del paso!

 

Otra cosa que no me gustaba de   las procesiones, era como se apelotonaba la gente, parecía que le iban a quitar el trocito de santo que les tocaba en suerte, y digo trocito, porque era lo único que  yo alcanzaba a ver.  Y eso una vez mi primo Ernesto me aupó para que  lo viera mejor, pero como las antipáticas personas que estaban detrás  se pusieron a protestar,  el pobre no tuvo más remedio que bajarme. ¡Ofu, con la gente! ¿Parecería que  ellos nunca  habían sido bajitos?

 

Mi primo Francisquito había conseguido un buen sitio delante del todo, pero no había podido colarme, pues junto a él  había un niño muy cursi y repelente que se puso a relatar de muy malos modos y me tuve que quedar junto a Ernesto y Fernando. ¡Ah, y con  “la reina de las naranjas”, que se me olvidaba!

 

Cuando pasó por delante de nosotros el Señor, todo el mundo se santiguó y se quedó en silencio, solo se escuchaban los mazazos que daban los músicos sobre los bombos… ¡Pum, pum! No sé porque, pero me dio la sensación de que el muñeco de madera estuviera vivo… ¡Hay qué ver las cosas tan raras que me da por pensar!

 

Por cierto, a pesar de que la imagen del Cristo metido en una urna no la pude ver todo lo bien que debiera, me pareció impresionante de bonita. Tanto que hasta me puse un poco tristón al verlo,   creo  que seguramente, porque me recordaba a la parte del cuento en que  Blancanieves  se comió la manzana envenenada y  le estaban llorando los enanitos y el príncipe. ¿Le darían también al Señor un beso para que se despertara?

 

Tras pasar el Yacente estuvimos un rato viendo pasar túnicas blancas y capirotes blancos. Un capirote, otro capirote, venga capirotes… ¡Qué hartura de cucuruchos!... En eso “Naranjita” que se había comido todas sus garrapiñadas, ni corta ni perezosa me quitó las mías y  yo, olvidándome de donde estábamos,  protesté, protesté y cada vez más alto… Hasta que Ernesto, viendo la trastada que me había hecho su hermanita,  fue y compró dos paquetes más: uno para mí y otra para Matildita. ¡Menos mal, porque hasta me dieron ganas de “jarrearle” una torta allí mismo!

 

Una vez tuve la nueva  bolsa de golosinas conmigo, me puse a examinar, como quien no quiere la cosa, a la gente que nos rodeaban. A excepción de mi prima y yo, el resto de los que aguardaban la llegada del paso de Misterio eran mayores, los más jóvenes eran una pareja de novios que tendrían más o menos la edad de mi hermana Gertrudis.

 

Observé detenidamente a los dos muchachos, ella llevaba un vestido de flores hasta media rodilla, él llevaba un traje de chaqueta con corbata. El chico se veía que no estaba acostumbrado a vestirse así pues no paraba de meterse mano al cuello como si le picara, la chavalita, por el contrario, estaba más feliz que unas pascuas, sabía que estaba  la mar de “requetebonita” con lo que llevaba puesto y se hartaba de presumir de ello.

 

Como se ve que la pareja estaba tan  aburrida como yo, él comenzó a decirle algo al odio y  ella, como si fuera el Lindo Pulgoso, se tapaba la boca y contenía una risita tonta.

 

Lo que sucedió a continuación me dejo estupefacto, estupefacto. El novio cogió a la muchacha por la cintura y de manera casi imperceptible comenzó a restregar el bulto del pajarito por el culillo de ésta. Miré la cara de la muchacha y por su gesto parecía que aquello no le desagradaba pues seguía como una tonta con su “jijijiji” y su “jajajaja”. El chaval, aunque estaba serio y no se reía como la pava de su novia,  no podía disimular que lo que estaba haciendo le gustaba, ¡y anda que no se arrimaba “na”!

 

De buenas a primera, la gente se quedó callada  y sólo se escucharon unas voces que rezaban: “…bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre Jesús” Eran el cura y las penitentes que acompañaban con sus rezos a la madre de Dios. La mayoría eran mujeres, llevaban una vela encendida y a diferencia de los hombres que iban disfrazados con la túnica, ellas iban vestidas de personas normales.

 

Una vez apareció la Virgen de las lágrimas, el joven se apartó de su novia y se acercó a donde yo estaba para ver más de cerca el paso. Mire de reojo su habitación del pajarito… ¡La tenía hinchada  igual que como se le ponía  al novio de mi Gertrudis cuando estaba en el recibidor de casa!  ¡ Ofu, otro  que tenía un alíen debajo del pantalón!

 

Lo que menos me gusta de la Semana Santa es el montón de tiempo que estás de píe esperando para ver los pasos y lo rápido que estos pasan.  La Señora de las Lágrimas pasó por delante nuestra como un suspiro. Entre eso y lo poco que podía ver desde donde me encontraba,  si me hubieran hecho un examen sobre el color del manto de la Virgen lo habría suspendido con un cero patatero.  Y es que si no hubiera sido por lo rezos y demás, ni  siquiera me hubiera coscado de nada. 

 

Nada más la Virgen se fue, la mayoría de los mayores lo hicieron también. Pero como mis primos eran “semananteros” de pura cepa, se quedaron para escuchar la banda. Esta era un poquito más alegre que la del Cristo.    Hasta te podías zarandear como si bailaras con el “titotatitoti” de las cornetas.

 

Mi primo Francisquito, como se había ido ya el cursi de su lado, me llamó para que me pusiera en primera fila con él. ¡Qué guay, lo bien que se veían los músicos! Si no fuera porque el uniforme de todos era igual y no se destacaba ninguno del resto, a mí de mayor no  me hubiera importado tocar en una banda de Semana Santa, mucho mejor que de nazareno y con la cara metida debajo del antifaz.

 

Lo peor fue ver a los del bombo. ¡Qué hombres más brutos, con qué fuerza le daban! Me dio hasta un poquito de miedo, pues creí que se les iba a escapar el bolón y me iba a espachurrar la cara. Una vez terminaron de pasar me puse la mar de contento y feliz, pues llegaba lo mejor de la noche: el Burger.

 

De camino al MacChaparral, mi primita comenzó a quejarse. Francisquito y yo nos miramos temiéndonos lo peor. Los gemelos tras escuchar a doña “Naranjita” decir, en menos de un minuto, diez veces que le dolía la tripa, optaron por llevarla a casa y que fuera su mamá la que se las entendiera con ella.

 

—¿Te duele mucho? —Preguntó Francisquito más preocupado porque  nos quedábamos sin las benditas hamburguesas, que por la barriga de su hermana.

 

—¡Síiii, muchísimo! ¡Me parece que de esta no salgo! —dijo mi “adorada” prima entre sollozos.

 

—¡Sí no hubieras comido tantas garrapiñadas, no te dolería! —Sentencié yo con mi mejor voz de niño repelente.

 

—¡No han sido las garrapiñadas! ¡Ha sido la comida de Ernesto que no sabe guisar!— la voz de mi prima estaba impregnada de esa amabilidad hacia los demás que la caracterizaba.

 

—Pues a mí me ha gustado —respondí yo, irguiéndome todo lo que pude y poniendo cara de ser más listo que ella.

 

Mi primo Fernando, viendo que nos íbamos a enzarzar en una de nuestras discusiones que acaban en peleas, me cogió por los hombros y tiró de mí, abriendo terreno de por medio entre los dos.

 

Fue subirnos al coche y Matildita dejó de quejarse del dolor de tripa. Me pareció que lo que  único que quería era fastidiarnos a su hermano y a mí lo de la hamburguesa doble con queso. Y como siempre, como  toda buena niña, se salía con la suya.

 

De camino a su casa, Ernesto y Fernando no pararon de decir lo bonita que iba la Virgen ese año. Algo que yo no entendía pues las estatuas de madera están igual siempre, y no están un día más guapa y otro menos. ¡En fin otro gran enigma para mi corta existencia!

 

Se ve que como la conversación sobre varales, mantos, sayas,  faldones, maniguetas  y demás daba para mucho, fue lo único que escuchamos en el camino de vuelta. La charla se animó tanto que hasta Francisquito metió basa:

 

—¿El relicario de este año es nuevo?

 

—No, es el del trono antiguo —Le contestó Ernesto- ¿A qué te gusta más que el que tenía el año pasado?

 

—Sí, con los candelabros antiguos me pasa lo mismo, me gustan más que estos.

 

Cómo todo lo que hablaban me sonaba a chino, terminé por desconectar de la conversación. ¡Qué tampoco tiene uno porque saber de todo!

 

Al llegar a casa de mis tíos, al vernos llegar tan pronto se asustaron un poco.

 

—¡No pongas esa cara mama, que no pasa nada! —Dijo Fernando a la vez que abría la puerta de atrás para que saliéramos—Es tu hija que dice que  le duele un poco la tripa.

 

Ver a mi prima salir quejándose y casi llorando del Range Rover, me descubrió la buena actriz que se había perdido la serie de JR, si tenían que meter un personaje malvado y feo, Matildita era la candidata perfecta.

 

Mi tía Enriqueta, como si mi prima se estuviera muriendo, se fue para ella y la agasajó. ¡Parecía mentira que se creyera todas las pantomimas de mi primita!

 

Al poco estábamos en la cocina, viendo como la buena mujer le preparaba una taza de poleo a  doña malvada de Dallas y mis primos mayores, al comprobar que su madre lo tenía todo  bajo control, se despedían de nosotros pues querían ver a la Virgen de la Soledad. ¡Qué coraje me dio que se fueran! Cuando volvieran estaríamos dormidos y no podríamos verlo jugar a los médicos.

 

—¿No habéis comido nada entonces? —Preguntó amablemente la madre de Francisquito, a la vez que servía la infusión a Matildita.

 

—No, porque la hermanita fue terminar de pasar la Virgen y se puso a llorar diciendo que le dolía. El primito y yo nos hemos quedado sin ir al Burger. —Refunfuñó Francisquito.

 

—Por eso no os preocupéis, que un plis plas os preparó yo un bocadillo de tortilla que está más bueno que las hamburguesas esas.

 

Mi primo y yo nos miramos no muy convencidos de lo que había dicho su madre pero como no nos quedaba otra, no pusimos ninguna pega. (El hambre que es muy mala).

 

A favor de mi tía, tengo que decir que la buena señora se esmeró todo lo que pudo por tenernos contento. Cogió un par de panecillos redondos como los de las hamburguesas, metió una tortilla francesa en medio, las acompañó con un trozo de queso fresco y un par de lonchas de jamón del bueno… ¡Riquísimo! A los primeros mordiscos se nos había olvidado el menú americano y nos habíamos pasado a la dieta mediterránea.

 

—¿Os gusta lo que os he preparado?

 

—¡Está guay! —Contestó Francisquito sin dejar de masticar.

 

—¡Está más que guay, tita! ¡Está “chachipiruli”! —Recalqué yo, a lo que mi tía respondió con una amable sonrisa.

 

Si disfruté del improvisado bocata que nos habían preparado, más lo hice de la cara que se le quedo a la reina de corazones pues a ella como estaba malita, su mamá no le había dado nada de comer.

 

— Matildita,  tú esta noche te tomarás sólo la infusión de poleo, veras como mañana te encuentras mejor —Le argumentó mi tía al oír como su adorada hija decía que se le había pasado ya  todo el malestar que traía y que tenía hambre.

 

 

Cenamos, nos lavamos los dientes y nos fuimos a la cama. Mi primo Francisquito me siguió hablando de lo bien que habían mecido al Cristo de la urna, al Yacente, y de los maravillosos, bonitos y estupendos que eran los pasos del Viernes Santo de su pueblo. Yo, como era mi primo favorito, hice que escuchaba con atención pero en realidad las palabras entraban por una oreja y salían por la otra a la velocidad de Speedy González.

 

Hubo un momento en que mi primo comenzó a abrir la boca de cansancio, al poco, apagó la luz y nos quedamos dormidos.

 

El samurái avanzaba por los prados Katana en mano. Los balidos de fondo le recordaban que el terrible Faku estaba cerca. A pesar de que las piernas le temblaban de miedo, el valiente guerrero Pep-hito del linaje de los  Fujiwara siguió avanzando.

 

Como luchador ancestral del imperio japonés debía hacer honor a su título y luchar hasta desfallecer contra el malvado hombre paja. No tenía suficiente con jugar él a lo de las “pajas” con las ovejas, ahora quería obligar a Franc-ikito a cometer la terrible aberración.

 

El refugio del villano era parecido a un pajar. Deambulando alrededor de él había ciento de ovejas, yo diría que miles. Estas, inocentes ante el fin que le aguardaba, llenaban el silencio de la noche con sus suaves  balidos.

 

Sigilosamente Pep-hito, se acercó a la guarida del Faku. El enorme pajar,   sobre un muro del fondo, acumulaba millones de fardos y ante estos, el malvado pastor,  revista de Geishas en mano, intentaba obligar  al bueno de Franc-ikito a practicar el infame crimen del juego de la  “paja”. El animal  que descansaba a sus pies lo miraba  tiernamente, como si  rezara a la virgen de las ovejas desamparadas y aceptará  con resignación su destino.

 

Cuando el pequeño samurái creía que podía reducir a golpe de Katana al malvado “pajero”. Un golpe en seco en su cabeza hizo que cayera desmayado.

 

Al recuperar  la consciencia se percató de que estaba maniatado. Levantó la mirada y vio el rostro de su agresor, se trataba del Paku, el hermano pequeño del Faku. Por lo que pudo intuir era otro villano “pajero” como su hermano, Pep-hito al verse indefenso se quedó petrificado.

 

Buscó con la mirada a su primo, el pobre  estaba a punto de sucumbir ante el malvado Faku. Franc-ikito hojeaba la revista de geishas y, por el brillo de sus ojos, parecía que estuviera como hipnotizado.

 

Pero lo peor es que si su socio sucumbía ante el maligno, él también lo haría…

 

Me desperté sobresaltado, me toqué el corazón y estaba “requeteacelerado”. No recordaba muy bien que había soñado. Pero estaba claro que no había sido una pizca de  bonito.

 

Localicé con la mirada el reloj de la mesita de noche, este marcaba las nueve. Ya pronto había que levantarse. Teníamos muchas cosas que hacer. A ver si a mi primo le daba tiempo de explicarme hoy algo nuevo. Porque ya me quedaba un día solo, que el domingo después de comer regresaba a casa.

 

Matildita, como no tenía que estrenar vestido y no podía fastidiar a nadie más de lo normal, decidió que la única manera de que estuvieran pendiente de ella, era seguir fingiendo que le dolía la tripa. Mi pobre tía estuvo toda la mañana preocupada por la reina de corazones, tanto que llego a decirle a Ernesto que si no se le quitaba la llevaría a la casa de Socorro del pueblo.

 

Por el gesto de mi primo entendí que a pesar de que se callaba, por no disgustar a su madre, era de mi misma opinión: No había médico que curara la “cuentitis”. ¡Y menos la “cuentitis” aguda!

 

A pesar del “grave estado” en que se encontraba “Naranjita”, mi primo favorito y yo decidimos pasar la mañana jugando a la guerra en el campito que había delante de la casa.

 

Tras miles y miles de disparos a un enemigo invisible (Mi primo y yo éramos tan “socios” que no podíamos ser enemigos de guerra) y cansados de correr arriba y abajo,  decidimos sentarnos debajo del roble que había cerca del pajar.

 

Fue posar mi culito sobre la hierba y la imagen del “Facu” y la oveja, pasó ante mis ojos como si fuera una película de Karate. Se  me tuvo que cambiar la cara y todo, porque Francisquito me preguntó  preocupado:

 

—¿Qué te pasa Pepito?

 

—Nada, que me he acordado de lo de ayer con el “Facu”.

 

—¡No pienses más en ello!—guardó silencio un momento y añadió —Pero a mí no me eches las culpas, que fuiste tú el que preguntaste.

 

—Ya —contesté yo condescendientemente—Pero me lo podías haber explicado y haberme ahorrado el mal trago.

 

—Sí, tú mucho rollo con que eres agente secreto, samurái, policía secreta y demás, pero después eres un “jiñao” —me reprochó mi primo.

 

—Sí, tienes razón —Dije agachando la cabeza, sabiendo que no había estado a la altura y que seguía siendo un niño chico.

 

—Entonces… ¿Vas a querer que te enseñe lo de la “masticación” o no?

 

—Sí, hombre. Porque vete tú a saber cuándo nos vemos otra vez.

 

Al poco de estar sentado allí apareció la furgoneta de mi tío, una vez la metió en una especie de garaje, mi socio me hizo una señal para que lo siguiera.

 

Estaba claro que las muchas horas de “solaina” en el campo, habían hecho de mi primito un experto en las costumbres de su gente. A pesar de que lo seguía sin rechistar, no tenía ni idea de lo que pretendía.

 

Cuando llegamos al garaje, me hizo meterme por algo parecido a una tubería por la que se podía acceder al local. La verdad es que el sitio era bastante estrecho, y mi primo o dejaba de comer, o no iba a poder seguir metiéndose por allí. En aquel momento, más que  como un niño, me sentía como un ratón. Eso era, éramos Pixie y Dixie y  si su padre pillaba nuestra travesura, seguro que se transformaba en Jim, el gato andaluz.  

 

Era sorprendente como mi primo Pixie se conocía todos los recovecos de la pequeña finca de sus padres. Y es que no hay cosa que agudice más el ingenio en un niño, que el aburrimiento. ¡Y Francisquito se aburría taco!

 

Pasado el estrecho tubo, entramos en la nave donde se guardaban los coches. Mi primo me hizo señas para que me escondiera junto a él detrás de la rueda de uno de los enormes tractores, desde allí podíamos vigilar sin ser vistos.

 

Como siempre que hacíamos las tareas de espionaje, mi primo se puso el dedo sobre la boca indicándome que guardara silencio. El garaje estaba lleno de  todo tipo de vehículos, que yo recuerde había dos tractores, la segadora, el coche de mi tío y dos furgonetas: la de mis primos y la de mi tío, la cual  acababa de aparcar.

 

La inmensa nave además de servir para guardar los coches y los enseres del campo, servía de ducha, allí mis primos y mi tío se cambiaban la ropa de trabajo y  con ello se ahorraban escuchar las quejas de  mi tía, por aquello de ensuciarle el suelo de la casa de tierra.

 

Recogida las herramientas mi tío hizo algo, que aunque me esperaba, me llamó enormemente la atención: comenzó a desnudarse. Traía puestos una camisa azul, parecida a los monos de trabajo, un pantalón marrón bastante amplio y unas botas oscuras, las cuales estaban impregnadas de barro y trozos de vegetación.  

 

Lo primero que se quito fue las botas dejando al descubierto unos calcetines grises, que aparte de gastados, estaban manchados de tierra. Cogió las sucias botas, las puso debajo de un grifo  e intentó quitarle un poco de suciedad. Tras descubrir sus pies, se desprendió de los pantalones, dejando al descubierto unas piernas cubiertas por un vello rubio y unos calzoncillos blancos de pantaloncitos.

 

Al quitarse la camisa vimos que debajo de esta tenía una camiseta blanca de tirantas, el cuello de esta dejaba entrever los vellos de su pecho. La prenda interior se marcaba a su cuerpo mostrando lo abultado de sus pectorales y algo de tripilla. Lo que más me impresionó fue el tamaño de sus brazos, mira que estaba harto de verlo pues nunca pensé que mi tito Paco estuviera tan fuerte.

 

Al verlo sin la camiseta fui más consciente de lo  mucho que Ernesto y Fernando se parecían a él; eran como su padre pero con veinte años menos. Tenían los mismos ojos azules, el mismo cabello rubio… ¡Sí hasta Fernando cuando sonreía ponía la misma cara de buena persona que su padre!

 

Una vez se quitó los pantaloncitos blancos, constaté que Pixie decía la verdad: la pilila no se hereda. A pesar de estar “aburrido”, el pito de mi tío se veía tamaño caña de lomo, nada que ver con el tamaño fuet de sus dos hijos gemelos.

 

Colocó la ropa sucia en una especie de perchero que había en la pared, y desnudo como estaba se encaminó hacia la ducha. Al principio, verlo enjabonarse y quitarse la mugre de la piel me pareció entretenido, pero después de un ratillo me comencé a aburrir.

 

En el momento que inició el lavado de su cosita me pareció más interesante, pues se frotaba con unas ganas y le salió tanta espuma que apenas se le veía la churrita y los huevecillos.

 

Cuando se enjuagó, fue entretenido ver como el agua recorría su piel hasta rebotar con la cerámica de la placa ducha. A continuación, cerró el grifo y se puso a tocarse el pito que dicho sea de paso se le había puesto un pelín más grande.

 

—¡Eso que va a hacer ahora es la masticación! —me susurró Francisquito al oído.

 

Dado que la lección del día consistía en lo que estaba haciendo su padre en aquel momento, puse todo los sentidos en ello y no perdí puntada de lo que hacía el tito Paco.

 

Lo primero que hizo, ya lo conocía de habérselo visto hacer a los albañiles y al “Facu”, se rascó la “pilinga” y al  igual que las veces anteriores, cuanto más se rascaba, más grande se le ponía. ¡Osquites! No era como la del Genaro, que era marca morcón, pero era más grande que la del albañil que era tamaño caña de lomo. ¿Sería que había más clasificaciones, de las cuatro que yo conocía?

 

A mí lo único que se me ocurría es que fueran como los coches que estaba la marca, por ejemplo, Seat  y después los modelos 124, 127, 133. Algo así debía de ser…Fuera que lo fuese, la cosita de mi tío era enorme y gorda como ella sola, y como no paraba de tocarse, más le crecía.

 

Hubo un momento, en que además de la pilila, se empezó a palpar el pecho, como si buscara algo en él. Como por lo visto no lo encontraba, se comenzó a pellizcar las tetitas. Las que curiosamente no eran dos botones como los mías, sino que parecían dos alcayatas de lo tiesa que las tenía. Me llamó muchísimo la atención, pues nunca antes había visto nada igual.

 

Por lo visto se cansó de buscarse lo que fuera en el pecho y al poco se llevó la mano al culito. Yo, desde donde estaba, no lo veía muy bien pero para mí que se estaba pasando los dedos por la alcancía y por el agujerito. ¡No sé, estaría comprobando si se había lavado bien!

 

Lo más sorprendente de todo, es que por mucho que se buscará y comprobará otras cosas, la protagonista de la “masticación” era su picha,  la cual en ningún momento había dejado de rascarse. Más, yo diría que lo que hacía era subir y bajar la mano por ella hasta llegar a la cabeza que era como una especie de tope.

 

Sumido en aquel movimiento que parecía que estaba tocando una zambomba, a mi tito se le puso una cara de felicidad inmensa. Con la pose  y lo “requetecontento” que se le veía, si hubiera salido cantando un villancico a mí no me hubiera extrañado nada. ♫♫A Belén pastores, a Belén chiquillos….♫♫

 

Pero todo lo que empieza termina y  en el momento en que mi tío comenzó a moverse como si le dieran convulsiones, lancé una mirada de complicidad a Francisquito y por su gesto, comprendí que estaba en lo cierto: Su padre se disponía a echar los virus.

 

Dividí mi atención entre el rostro de mi tío y su pito, al mismo tiempo que los virus salieron de su cosita como si fuera un torpedo,  la cara de mi tío reflejaba muecas de dolor. El papá de Francisquito debía estar muy malito porque estuvo echando gérmenes durante un montón de tiempo. Eso seguramente tenía que ser por llevarse toda la semana en el camión y no tomarse las medicinas.

 

Durante un momento que a mí me pareció eterno, mi tito se quedó descansando apoyando la espalda sobre los azulejos de la pared. Después hizo algo que me dejo estupefacto, se había llenado toda la palma de la mano con el líquido de los virus, en lugar de limpiarlo bajo el agua de la ducha, sacó su enorme lengua y lo chupo meticulosamente sin dejar rastro. Pensé que sería una forma de auto vacunarse al igual, que como me contó Francisquito, hacían los gemelos y por la cara que ponía, debía estar hasta rico.

 

Volvió a ducharse y esta vez no se esmeró tanto, solo se restregó un poco por el pito y los pelillos de los huevecillos.

 

Por lo que me contó mi primo después, los mayores jugaban a aquello para quitarse tensiones y por el estrés del trabajo y demás, yo no entendía muy bien a que se refería pero como sonaba muy de persona mayor, me lo tragué.

 

Esperamos que mi tío se largara para salir de nuestro escondite. Ya de camino a la casa, Francisquito se preocupó por mi reacción ante lo que había visto.

 

—¿Te ha gustado esto más que los de las “pajas”?

 

—Pues sí, es guay. Lo que pasa es que dura muy poco tiempo.

 

—Otras veces dura más. Lo que pasa es que hoy mi papá tendría prisa.

 

—¡Qué suerte tienes! Yo nunca veo jugar a mi familia.

 

—Pues lo que tienes que hacer, es que tu mamá te deje venir más para acá, porque en mi habitación te puedes quedar siempre que quieras.

 

Me gustó tanto la invitación que sin pensarlo le eche el brazo por los hombros y no lo quité de allí hasta que llegamos a la casa. ¡Qué bien me lo estaba pasando!

 

Al mismo tiempo que nos aseábamos para comer, mi mente daba vuelta a las cosas que había descubierto desde que salimos a ver al Cristo Yacente.

 

1)  La Semana Santa, al igual que el fútbol, es un tema que los niños podemos hablar con los mayores y no te dicen: ¡Cállate niño, qué tú de eso no entiendes!  

2)  Si finges estar malito, te puedes quedar sin comer un bocata de tortilla y eso no mola.

3)El juego de la masticación, es como el de los médicos pero en solitario, cada mayor se marca la duración según el tiempo de que disponga.

4)  A pesar de lo que quería mucho a mis padres y a mis hermanos, no me importaría ser hermano de Francisquito. ¡Era el niño más guay del universo mundial!

 

Continuara en “Adiós Francisquito, Adiós”

 

Si estás por aquí, espero haberte hecho pasar un rato agradable. El único modo que tengo de saber que te ha parecido son tus comentarios y tus valoraciones.

 

Si no conocías esta historia y te gustaría conocerla desde el principio, comenzó en el relato titulado “Los albañiles”  y una vez allí, a seguir los “continuará” del final (Son solo seis episodios más)

 

A todo aquel que dejo un comentario en “Viviendo deprisa” mi más sincero agradecimiento y a modo particular: A nunius: La siguiente entrega de Ramón va a ser un poco especial (se publicará en Bisexuales), pero la considero necesaria para poder entender lo que sucede a continuación. Esperemos que la cosa no se te tuerza y  puedas venir para Sevilla, eso sí: tráete un paraguas, que la mujer del tiempo dice que va a llover; a Zoele: Desconozco si los descubrimientos de Pepito te gustan o no (no me suena que me hayas dejado alguna vez un comentario en uno de ellos) así que dime algo “porfa”. En cuanto a Manuel estoy de acuerdo contigo, es un tío para repetir pero con el mismo problema añadido de Ramón: está casado; a Cuco curioso: La historia de Ramón es un inmenso “flashback” en el que el amor de Mariano, repasa por todos los momentos que ha pasado antes de dar cualquier paso en la relación amorosa con su amigo. Muchas historias se han contado desde la perspectiva de Mariano, otras son completamente inéditas. Me alegro bastante de que se te hagan tan cortos mis relatos; a Albany: Mi intención al mostrar a uno de los protagonistas contando sus aventuras sexuales al otro, era únicamente dejar entrever la confianza que Mariano siente hacia Ramón y que el segundo se está empezando a enamorar del primero (no hay celos si antes no hay amor de por medio), pero se ve que no he sabido transmitirlo bien pues algunos lectores (como es tu caso) han visto otras motivaciones; a Elektra: Leer un comentario tuyo  siempre me hace mucha ilusión. Porque sé que analizas los textos en la justa medida y cuando me dices que algo te ha gustado y que lo he sabido encauzar bien, me hacen ver que estoy en el camino correcto. Del mismo modo que cuando haces una crítica, reflexiono sobre ella e intento no caer más en ese tipo de “error”. Lo que me comentas de la expresión de “mi persona”, eso en el sur (por lo menos en los círculos sociales que me muevo), es de uso habitual, pero llevas razón y podía haber buscado otra expresión más coloquial; a Zarok: El blues del autobús” es uno de los relatos que menos orgulloso estoy de él, pues intenté transmitir que muchas veces la cantidad y variedad sexual no nos aporta nada y al final, los lectores solo se han quedado con el momento morboso. Los retoques son meramente gramaticales y poco más, por lo que la esencia del relato sigue siendo la misma. Y me alegro bastante que los pensamientos de Ramón te resulten familiares, en eso consiste la cosa; a Keegan: La historia que estoy contando es una historia de encuentros y desencuentros, y lo que anticipas de que Mariano encuentre a alguien que esté dispuesto a comprometerse es algo que evidentemente puede pasar, pero de ser así sería el año que viene y en la otra serie: “¿Sabes lo que hicimos el verano del 2012?”; a Karl: Pues amigo mío  creo que te estoy dando una de cal y una de arena, pues “Los descubrimientos de Pepito” me parece que no es de tus historias preferidas, de todas maneras Ramón vuelve en quince días; a Tragapollas Manchego: Lamento decirte que a los personajes míos cuando le “parten el culo” saben ya latín, por lo que de inocente tienen ya poco… ja, ja.. Y en cuanto a Pepito y Francisquito ( aunque ya lo deje claro en el relato “37 grados”, en el que ya creciditos echaban su primer polvo juntos), van a ser meros espectadores y comentaristas del mundo de los mayores y a la vez que le voy cogiendo las riendas a la historia, el sexo está pasando a ser algo anecdótico (como habrás podido comprobar en este episodio); a mmj: ¿Qué te está pareciendo el cambio al que estoy sometiendo las historias de Pepito? Al principio se centraban más en el sexo y ahora lo están más en el mundo de los mayores visto a través de sus ojos. Sé que en una página como TR lo mismo choca bastante, pero si no lo hago así los “juegos de los mayores” pierden el carácter extraordinario que tienen. Dame tu sincera opinión; a elbotiija10: Los celos de Ramón es un paso previo para lo que todos sabemos que tiene que pasar. Así que no te pierdas el próximo dentro de quince días en la categoría de Bisexuales, sospecho que te va a encantar; a pepitoyfrancisquito: Si he conseguido sacaros una sonrisa con el episodio de hoy, me doy por satisfecho. He intentado no ser impío y ser respetuoso con todo y con todos, pero lo mismo he metido la pata y he sido soez en algún momento: mis más sinceras disculpas si ha sido así. Mi única intención ha sido dar la visión de “dos niños” como vosotros de la Semana Santa (aunque no sea la nuestra). De todas maneras, dentro de quince días os tengo una sorpresa reservada, pues vuestros deseos son órdenes y a Aleixen: Tú como mejicana que eres, creo que no habrás pillado ni la mitad de los sarcasmos de este relato, de todas maneras te emplazo al siguiente pues en un e-mail tuyo me tiraste un guante y lo he cogido (ya te explicaré).  

 

 

Nos vemos en quince días con un relato de “Historias de un follador enamoradizo” protagonizado por Ramón y Mariano que se titulará: “Nos sobran los motivos”, no lo olviden se publicará en la categoría bisexuales.

   

 Bueno chicos os dejo que tengo mal aparcado el “esperonzomovil” y ya sabéis lo que hay: ¿Multita o bronquita?

 

 

Un abrazo y hasta la próxima.

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