Navidad de 1.976
Aquel año habían pasado muchas cosas malas.
En Argentina, la presidenta electa Isabel Martínez de Perón fue derrocada por un golpe de estado que instauró en el país la dictadura militar de Videla. Bajo su mandato, y durante aquellos doce meses, fueron fusilados presos políticos, sacerdotes, seminaristas… todo aquel que fuera capaz de tener ideas propias y diferentes a las suyas. O se estaba con él o en su contra.
En Sudáfrica, el gobierno del Apartheid ordenó que ametrallaran una manifestación pacífica de quince mil estudiantes, ocasionando con ello la muerte de quinientos sesenta y seis jóvenes de raza negra, dejando claro con ello que aunque Dios nos hubiera hecho a todos iguales, había hombres que se negaban a admitirlo.
En Estados Unidos, el ex canciller chileno Orlando Letelier fue asesinado por espías a las órdenes de Pinochet.
En Tailandia unos estudiantes que realizaron una jornada de protesta contra el dictador Thanom, fueron atacados por un pequeño ejército de paramilitares de la derecha radical del país y más de cien jóvenes perecieron bajo sus balas.
En España, concretamente en Zaramaga, un barrio de la ciudad de Vitoria, se produjo uno de los hechos más sangrientos de la transición Español. La policía armada se enfrenta con unos trabajadores en huelga. La brutal actuación de las fuerzas armadas ocasionó la muerte de cinco huelguistas y un centenar de heridos.
Las cosas no iban, nada pero que nada bien y a diferencia de las películas los buenos no ganaban, sino que sobrevivían a duras penas esperando tiempos mejores. No sé podía leer un periódico sin que se leyeran desgracias, muertes y guerras. El hombre demostraba ser un lobo para el hombre y miles de años de evolución parecían no haber servido para nada, pues sus instintos más primitivos y carniceros eran lo que seguían moviendo el mundo.
Sin embargo, por muy dura que fueran las noticias, por más maldad que los hombres esgrimieran contra sus semejantes. A Francisquito, a sus ocho años, no había nada que le preocupara porque era Navidad y era una fecha donde unicamente se podía estar alegre.
Estaba contentísimo porque no tenía que ir a la escuela y aguantar a los plastas de sus compañeros, quienes se burlaban constantemente de él llamándole cosas como gordo o granjero paleto.
Si a eso se le sumaba que los gemelos, Ernesto y Fernando, habían prometido llevarlo un día a cazar con ellos, su entusiasmo no podía ser mayor. Incluso, si se portaba bien, sus hermanos le dijeron que podría cargar con las piezas que cazaran.
Aunque no había sacado muy buenas notas, no había perdido la esperanza de que los Reyes Magos le trajeran ese Scalextric que lleva pidiendo desde que acabó el verano.
Pero lo que más ilusión le hacía era que iban a comer el día de navidad a casa de su tío Juan. ¡Estaba deseando ver a su primo Pepito! ¡Se lo pasaba de bien con él! Sobre todo cuando conspiraba juntos para fastidiar a la pelma de Matildita. ¡Qué divertido y cuánto se reían, cuando su hermana se ponía a chillar llamando a su mamá! Era tan guay que compensaba de largo la bronca que les echaban sus papás por portarse mal.
Navidad de 1.987
Iván había sacado muy buenas notas aquel trimestre. Se sabía hasta la tabla del nueve de carrerilla y seguramente cuando volviera de vacaciones Don Rogelio, su profesor, comenzaría a explicarle la división por una cifra. Como se había portado tan bien, sus padres le dieron un adelanto de los reyes por Papá Noel: un balón de reglamento.
Todos los días, desde que se lo regalaron, quedaba con sus amigos para ir a jugar un partido al campito que había cerca de la casa del Gregorio. Como el dueño del balón era él, siempre elegía los miembros de su equipo. A él le gustaba que jugaran con él su hermano Ricardo y Antonio. Regateaban mucho mejor y metían más goles que Fernando, Daniel y Fran el mayoneso juntos.
Muchas veces, mientras jugaban con su pedazo de balón nuevo, venían algunas niñas de su clase a verlos. A él le gustaban dos: una muy guapa de nombre de Eva y otra que se llamaba Débora. Como los niños de aquel pueblo de la provincia de Sevilla la guerra no la conocían como no fuera por las películas, el terrorismo era una realidad que sonaba tan lejana que parecía ciencia ficción y el hambre era algo que la gente solía decir que tenía cuando se acercaba la hora de comer. La única preocupación que el pequeño sevillano tenía a sus ocho años era que la guapísima de Eva no le hacía el más mínimo caso y que se tendría que contentar con echarse de novia a la otra. ¡ Lo que tampoco estaba nada de mal!
Navidad de 2.015
Alba, la hija de Ramón, repasa una y otra vez la interminable lista de regalos que quiere para este año que tiene apuntada en el notebook de su "Tablet". Como la princesa que cree ser, se ha pedido todas las cosas lo que las niñas de su clase han dicho que quieren que les traigan los Reyes o Papá Noel. Quizás cuando pasen las vacaciones, no tenga tiempo para jugar con tantos chismes y estos pasen a ocupar su lugar en la estantería de turno. Un escaparate de juguetes caros, donde su única utilidad será la de llenarse de polvo.
Ella, como todas las niñas de su cole, a pesar de que sabe que hay compañeros y compañeras a los que sus papás no pueden comprar nada, no ha desistido en su afán consumista y lo de aumentar el número de obsequios recibidos se ha convertido en una especie de reto. Como ya su mala consciencia por lo que les sucede a aquellos críos, quedó callada con una pequeña colecta que hicieron para recoger dinero para juguetes. Su única preocupación es si le traerán el castillo de “Frozen”, el vestido de la princesa Elsa o ambas cosas.
Como cualquier niño de ocho años a ella no le preocupa que haya niños en su entorno que no puedan hacer tres comidas diarias, no sabe que hay gente en España que no pueda encender la calefacción porque no pueden pagarla, no se ha enterado muy bien que el yugo del terror del DAESH pende sobre la seguridad de Occidente ignora que si no se hacen las cosas con la debida diligencia, pues la humanidad no parece aprender de sus errores, iremos abocados a una guerra de fatales consecuencias, … ¡Bendita inocencia!
Yo, como ya no tengo ocho años, y como cualquier candidata a Miss Universo, todo lo que quiero por Navidad es que la gente no sufra y que haya paz en el mundo. ¿Es mucho pedir?
Sirva este relato para felicitar a todos los lectores de la página y especialmente a mis habituales. A los que por cierto, contestaré a los comentarios en el próximo, pues no quiera aumentar el tiempo de lectura de este.
¡FELIZ NAVIDAD Y QUE EL AÑO NUEVO SOLO OS TRAIGA LAS COSAS BUENAS DE ESTE!