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Ocho camioneros vascos

en Gays

15 de agosto del 2010

Camino hacia la cafetería del área de servicio con una sensación extraña. Se podría decir que me debería sentir mal por haber sido tan rudo con Mariano, por lo que no acabo de comprender esta sensación de paz y felicidad que me embarga. Me siento  como si, tras nuestra charla, hubiera dejado de cargar con un  pesado lastre.

Sé que no soy el más diplomático de los seres humanos, sin embargo, la situación se  nos había ido un poquillo de las manos y había que dejar las cosas  bien claritas para que no diera lugar a confusiones. Luego estaba el pequeño resquemor que yo siempre le tenía guardado por cómo me trató al principio de conocernos. Pues aunque al día de hoy seamos los mejores amigos, no se puede decir que empezáramos con muy buen píe.

Lo conocí en un bar gay, estaba más despistado que una pava en un garaje, mi sexto sentido me dijo que, además de estar como un queso, era buena persona. Le eché un cable con unas lagartas mariquitas que, aprovechando que el pobrecito estaba más crudo que un “carpaccio”,  lo estaban acosando de mala manera. Tras las oportunas presentaciones,  me ofrecí a hacer las veces de cicerone por  los bares del  ambiente gay  de Sevilla. Ni que decir tiene que aquella noche terminé teniendo sexo con él y comenzamos, en mi opinión,  una relación amorosa.

No obstante, lo que yo suponía  y el modo que en realidad él se tomaba lo nuestro eran  dos cosas bastante distintas. Él, sin ningún problema y  como si fuera lo más normal del mundo,  continuó con su novia, quedando conmigo una vez  la dejaba en casa. Durante un tiempo me tuve que tragar mi orgullo e interpretar el papel de la “otra”,  algo que merecía la pena pues él tío me gustaba un montón y me hacía disfrutar en la cama como muy  pocas veces antes lo habían hecho.

Siempre  que quedábamos, lo notaba envuelto en una sensación de pánico, como si temiera que alguien conocido lo reconociera,  descubriera su tendencia sexual y su  particular mundo   se desbaratara por completo. Me uso de la peor manera y, sin querer, me hizo más daño del que yo pudiera prever. Circunstancia  que empujó a que dejáramos de frecuentarnos y rompiéramos el vínculo que nos unía.

Un tiempo después volvimos a coincidir, el ambiente gay de Sevilla es un gueto  bastante limitado y es difícil no encontrarte hasta con quien no quieres. A pesar de mi resentimiento por nuestros inicios, una amistad surgió entre nosotros y, como quien no quiere la cosa,  dejé que entrara en mi vida sin cortapisas. Durante más de diez años, nunca nos habíamos planteado volver a  tener sexo otra vez. No obstante, la locura en la que lo he sumergido en este viaje por Galicia ha hecho que volvamos a meternos en la cama de nuevo. La primera vez para un trío, la segunda y la tercera, únicamente él y yo solos.

Si a este pequeño desliz por mi parte,  le sumamos que el follador enamoradizo de Mariano se ha creído que entre los dos podía surgir el amor y ha terminado montándose una película de las suyas. Me he visto en la obligación de dejarle muy clarito, pero que muy clarito,  que ni somos pareja, ni lo vamos a ser. Follar, todas las veces que el muchachito quiera,  pero amor y esas cosas  que salen en  las películas de Maryl Streep, no. No por nada, sino porque como la cosa salga mal como la vez anterior, quien no sobreviviría sería nuestra amistad y  por nada del mundo quiero que deje de formar parte de mi vida.

He llegado a la conclusión de que si cogíamos el coche y  seguíamos camino de Combarro,  no iba a tener ocasión  de averiguar qué tal le había sentado todo la retahíla  que le he soltado. Por lo que, como quien no quiere la cosa,  he decidido invitarlo a tomar un café. Ha sido bajarme del coche y ¡Oh sorpresa!, he visto una flota de camiones de  la firma “Familia  Garraio  Echevarren”. Sin poderlo remediar,  y sin olvidarme ni  por un momento de  las pajas mentales que se pueda estar haciendo mi amigo debido a  nuestro encontronazo lingüístico, mi mente empieza a fantasear con la posibilidad de  tener sexo con algunos de sus choferes. La verdad es que conduciendo esos gigantes de la carretera, hay algunos ejemplares de macho que no es que estén buenos, ¡es que están que crujen!

La decoración de la cafetería es  bastante clásica, tirando para antigüita, lo que da como resultado que tenga ese aire   tan frio e impersonal que poseen todos los bares de las áreas de descanso. Lo primero que vemos al entrar en el local son una serie de mesas  cubiertas con un mantel de tela a cuadros, de las que invitan a sentarte y ponerte de comida hasta la cejas. Con lo que me queda claro que aquí, ¡ni de coña!, me voy a poder pedir unos huevos reconstruidos para desayunar.

Es poner un píe en él y la instancia evoca los recuerdos de las tabernas de mi pueblo. Al igual que los bares del sitio donde nací, este solo está frecuentado por hombres. Por su vestimenta deduzco que la mayoría son los conductores de la escudería de los camiones que están en la puerta. Reina un pequeño bullicio, voces estruendosas, risas y música de “Camela” de fondo.  Al vernos entrar interrumpen sus conversaciones, y sin ningún reparo,   todos vuelven la cabeza hacia la puerta de entrada para escudriñarnos levemente con la mirada.

Pasada la leve inspección de la clientela, quienes vuelven  de inmediato a lo que fuera que estuvieran haciendo,  fijo mi atención  en la disposición de la cafetería. La parte frontal está dominada por una  gran barra circular  que ocupa una tercera parte de la superficie del local. El mostrador de madera está colocado sobre  un pequeño muro de ladrillos que intenta añadir a la estancia un aspecto rustico, pero simplemente le da  una apariencia descuidada y basta.

Sobre el ancho tablero rojo  hay  dos vitrinas rectangulares para comida, en cuyo interior se pueden ver unas bandejas metálicas de aluminio con tapas frías, tales como boquerones en vinagres, ensaladilla rusa… Junto a los pequeños escaparates de comida, un montón de servicios para el café: plato, taza, cucharilla, azucarillo... Todos perfectamente alineados, con una formación que recuerda a la de una tropa  militar a punto de desfilar.

Invito a Mariano a que se siente a una de las mesas que están en la parte izquierda de la barra. Agotado como está de los días de sexo y desenfreno que llevamos, no se lo piensa dos veces y deja caer  pesadamente su culo sobre una  de las sillas de madera, la cual se me antoja muchas cosas menos que sea confortable. Lo miro y parece que nuestra charla no le ha afectado tanto como yo pensaba, aunque permanece con su  gesto serio habitual, no encuentro sombra alguna de tristeza en él.

—Aparte del café con leche, ¿vas a querer algo más?

—Una tostadita con aceite, tomate y Jamón…Que me da a mí que  aquí tienen que ponerla muy buenas…

—¡Pero que “light” ere hijo mío! ¡Después te quejarás de que te has puesto más gordo en las vacaciones!¿Media o entera?

—Media solamente, que ya hemos desayunado en la cafetería del Hotel de Vigo y  me he puesto como a nadie le importa.

—¡Qué te parecerá poco lo que has pedido! Porque aquí la media seguro que es de pan de pueblo y se te van a caer dos lagrimones como dos soles cuando te lo comas…

—Habrá que hacer el esfuerzo —Su respuesta está rodeada de una más que generosa sonrisa, con lo que mis dudas sobre si se encuentra bien o no, se terminan por aclarar.

Con la  firme decisión de que es mejor dejar el tema zanjado y que no es necesario remover más la mierda del pasado, me dirijo a la barra. Mientras aguardo que uno de los dos camareros me atienda, me fijo en el elenco de machos que me rodea.  Tal como yo supuse desde un primer momento, la inmensa mayoría del público concurrente son los  conductores de los camiones vascos de la puerta: tres a mi derecha, dos a mi izquierda y tres jugando a las cartas en  una mesa. Hay tanta testosterona flotando en el aire, que se podría cortar con un cuchillo, por lo que no puedo evitar que mi libido fantasee un poquillo.

Completa la clientela, un tío  rubio trajeado que, sentado a una mesa,  se toma un café y una tostada de jamón york, mientras teclea compulsivamente  una Tablet que tiene a la derecha del plato. ¡Qué mal educado! No sabe que los aparatos móviles se colocan  a la izquierda junto con el tenedor de la carne. ¡Mucho traje, mucho traje!, pero de buenos modales poquitos. Por cierto, clase lo que se dice clase, no tendrá mucha por aquello estar tocando  el ordenador con los dedos pringados de grasa, pero guapo es para tirarte de espaldas.

Tal como supuse en un principio,  el sexo femenino brilla por su ausencia en el bar, pues hasta el personal tras el mostrador son dos chicos: el camarero y el que hace las veces de cocinero.

—Buenos días. ¿Qué le pongo? —Me pregunta un veinteañero moreno con una sonrisa encantadora y  unos ojos preciosos con un azul tan profundo que dan ganas de comerle todo el nabo.  

—Buenos días…. Dos cafés con leche, media tostada y… ¿tiene zumo de naranja natural?

—Sí.

—Pues, por favor,  póngame uno.

—¿A la tostada que le va a poner?

—Aceite, tomate y Jamón.

Entretanto el atractivo muchacho me sirve lo que le he pedido. Observo el material varonil que me rodea. Desde que he escuchado hablar a los tres tipos de mi derecha tengo claro que no son vascos, ni siquiera son producto nacional. Por su acento, yo diría que son más bien de la Europa del este, quizás polacos. Para mí su procedencia no me parece ningún impedimento y me siguen pareciendo igual de apetecibles.

La edad de los tres rondaran los treinta y tantos, son bastante altos y muy robustos. Tres empotronadores como la copa de un pino. Aunque de los polacos solo hay uno al que encuentro medianamente suculento, tampoco me importaría tener un cuarteto con los tres. Solo es vislumbrar tener sexo con aquellos sementales rubios y tengo una leve erección. ¿Por qué me gustará tanto la caña de lomo? Porque tengo claro que ellos, por el bulto que se les marca bajo el pantalón, debe ser el tamaño que deben tener.

El camarero me pone los dos cafés y, como buen gilipollas que soy, le llevo el suyo a Mariano quien tiene carita de necesitar un buen chute de cafeína para espabilarse,  no sé si por el rapapolvo que le acabo de dar o porque está reventaito de los días de “Living la vida loca” que lleva.

—Aquí tiene el marques su café…

—...¿Por qué no me has llamado? —Dice saliendo de su ensimismamiento  y con cierto tono de culpabilidad.

—Porque tenías ganas de pasearme…—Bajo el tono de voz, acercó mi boca a su oído  y cargando mis palabras con toda la picardía de la que soy capaz, le digo —¿Tú has visto como está el local? Si hay tanto tío macizorro que esto  parece el paraíso de los “Village People”.

Mariano me sonríe por debajo del labio, mueve la cabeza condescendientemente y me dice:

—Sí, pero tú ten cuidadito y no te pases,  que son bastante más que nosotros. Esta gente  no se anda con chiquitas y son capaces de tirarnos desde un campanario…

—¡No te preocupes! Me voy a comportar, ni soy  tan tonto, ni estoy tan loco. Pero mirar creo que si se puede, si se hace con sutileza ¡es el mejor de los deportes!

La picaresca con la que abordó la situación deja absorto a mi amigo, que encoge el mentón y suspira profundamente como si presagiara que va a haber “tormenta”.

Me vuelvo hacia donde están los viriles conductores dejándole claro que no me voy a meter en ningún lio, pero como vea la más mínima posibilidad de pillar cacho, voy a lanzar la caña y a ver que puedo pescar. En el pequeño trayecto desde la mesa a la barra, lanzo una pequeña visual a los tres que están sentado a la mesa y, a pesar de que están entre los cuarenta y cinco y cincuenta y pocos, diría  que están para hacerle un favor (o los que hagan falta).

Durante la pequeña espera de mi zumo de naranja y de la tostadita del tragaldabas de mi amigo, dejo caer sutilmente mi mirada en los dos individuos de mi izquierda. Son de los ocho camioneros los que están más buenorros, tendrán unos treinta y cortos años y son bastante altos (como mínimo metro ochenta). El que está de cara a mí es moreno con los ojos verdes, aunque es delgado  tiene un abultado pectoral para  hundir la cabeza en él y comerle sus peludas tetas. A quien tengo de espaldas tiene un trasero redondito, redondito, que embutido en los pantalones marrones de trabajo te entran unas ganas locas  de pellizcarlo. Por el acento uno de ellos deduzco que es catalán y el otro me parece madrileño.

—Aquí tiene, señor. ¿Desea algo más?

Durante unos segundos me quedo mirando al camarero, sus azuladas iris y su sonrisa perfecta me parecen de lo más sugerente. Como no creo que sea oportuno decirle lo que verdaderamente deseo de él, opto por responderle un amable y escueto: “No, nada más, muchas gracias”.

Cargado con la segunda parte del desayuno, al pasar por la mesa de los tres maduritos, observo sutilmente a uno de ellos. El tipo luce una barba semi canosa que le da un aspecto de macho rudo que tira de espaldas. Pese a que los cuarenta ya no los cumple, no puedo reprimir pensar de que, con su experiencia,  echar un polvo con él tiene que ser de lo más gratificante.

Oigo que un compañero se dirige a él por el nombre de Alain. No sé por qué coño fijo mi mirada en el atractivo madurito. Él se percata de ello e, insólitamente, en vez de fruncirme el ceño o poner cara de pocos amigos, me regala una velada sonrisa. Con todo el mundo que tengo recorrido, cuando veo que estas cosas pueden suceder, no dejan de sorprenderme un poco.  

Preso de una  nerviosa excitación me siento junto  a Mariano, con la única intención de tener el escaparate de tíos buenos de frente y tentar a la suerte en la medida de lo posible.

—¿No tienes más sitio en la mesa? —Se queja Mariano al ver que prácticamente he invadido su espacio vital.

—Sí, pero es que desde aquí se ve muchísimo mejor el “paisaje”.

—¡Tú, tienes un morro que te lo pisas…!

—Sí, pero eso venía junto con el encanto personal y la simpatía. ¡O se compra todo el lote completo o no hay trato!

Me mira con cara de darme a entender que no tengo remedio e, incluso, está a punto de decirme algo, pero la tostada que le he traído le está gritando cómeme y desiste de replicar a mi bobería.

Del mismo modo que un marchante de ganado estima el valor de  las reses  de una feria, dejo que mi vista se deslice por los sementales que pululan por aquel local, once en total si se tienen en cuenta al personal de la cafetería. De nuevo mis ojos se vuelves a cruzar con los del tal Alain, quien, una vez comprueba que sus compañeros están a lo suyo, me hace un disimulado guiño.

Con el cuentakilómetros de los polvos súper pasado de vuelta y tener más horas de vuelo en los asuntos del ligoteo  que los aviones de “Rayaneir”, no entiendo porque estas cosas me siguen sobrepasando. Desvío como puedo la mirada del viril madurito y, como si fuera una concupiscente Mesalina, me pongo a valorar mentalmente a los once individuos que tengo ante mí.

Tras un intenso subterfugio con mi mirada escudriñando  uno a uno a los habitantes de la cafetería, llego a la conclusión que únicamente seis de los individuos allí presente pasan el examen con nota: el atractivo camarero, un moreno de topa pan y moja con unos ojos penetrantes que parece que te están pidiendo querer clavarte el cipote hasta los huevos; los dos  enormes camioneros buenorros de la barra, guapos, atractivo y con pinta de ser de los que le pegas un buen revolcón, no se quedan satisfechos y te piden más;    el rubito trajeado con ese aire a lo Brad Pitt recién salido de la ducha; mi polaco guapetón, metro ochenta de macho de la Europa del Este y, ¡cómo no!, Alain, un maduro con cara de follador nato, ¡puro morbo del País Vasco! Si esto fuera una pastelería, no sabría que pastel pedirme primero.

Los otro cinco no es que estén del todo mal, pero es que solo valen para un roto o para un descosio, para las dos cosas no. El cocinero es un tío de una edad similar a la de su compañero, alto, ancho de espaldas y guapote, pero tiene cara de no haber roto un plato en su vida y me da la sensación de que no es muy cañero a la hora del sexo. Los otros dos polacos no es que estén mal, tienen un cuerpo potable, buenos brazos, buenas piernas, buen culo… pero por mucho que les busco ese morbo que tanto me gusta de un tío, no se lo encuentro. Sin embargo, si vienen de suplemento con su amigo, no les voy a decir que no.

 Y los dos amigos de Alain no es que sean material desechable, tienen cara de viciosillos,   de gustarle el sexo más que comer con los dedos, pero tienen pinta de estar muy castigados por la vida  y, me temo, que son de los que se corren con cuatro cositas que les hagas. Lo que yo digo siempre: si hay que ir se va, pero ir por ir…

—¿Qué te parece el percal?

Mariano se traga cómo puede el bocado que tiene en la boca y me responde con una voz que no es que sea de tono bajo, sino que más bien  es un susurro.

—No sé, sabiendo cómo me fascinan los uniformes de trabajo, ¿cómo te atreves a preguntarme eso?

—¿Eso quiere decir que tú follabas con todos?

—¡No hombre! ¡Tampoco es eso!

—Tan solo son uno más de los que te has tirado en Vigo. ¿Qué problema le ves?

Mi compañero de viaje, al escuchar la sutil bordería que le acabo de largar,  cabecea perplejo y me mira con cara de “¿Qué me estás contando?”, se dispone a responderme pero yo le interrumpo con otra pregunta en un tono tan frívolo que le dejo claro que estoy de broma y que mi observación no iba con segundas.

—¿Entonces cuál de todos no me dejabas para mí?

Vuelve a mover la cabeza en señal de perplejidad y me dice:

—¿Tengo que escoger a uno solo?

—No, no hace falta. Yo he hecho un grupito de seis con los que no me importaría intercambiar fluidos…

—¿Quiénes?

—Alain, el madurito con barba que está sentado a la mesa que está a la izquierda de la barra… Borja, el rubio del traje…

—¿Alain? ¿Borja? —Me interrumpe haciendo un gesto de fastidio —¿¡No me digas que ya te ha dado tiempo de enterarte de cómo se llaman y todo?!

—¡No, qué va! Del único que he oído su nombre de pila ha sido del barbudito, del resto me los estoy inventando… ¿Algún problema?

—¡Ya te vale!

—Los dos camioneros buenorros y alto de la barra son Albert  y Pedro. ¡Están para meterse entre ellos dos y hartarse de llorar! ¡Cómo me gusta hacer de jamón de  york en los sándwiches!

—¡Córtate un poco, miarma! ¡Qué esta gente como se enteren de toda la movida,  nos tiran de lo alto del campanario!

—¡Uy, hijo mío! ¿Qué te pasa a ti con los campanarios? ¡Porque vaya la perra que has cogido!

—Nada, simplemente es una forma de hablar.

Le saco la lengua en señal de complicidad y le digo:

—No temas, que yo controlo el tema.

—Sí, como con los dos holandeses en la sauna.

—¿Te vas a llevar todo el puto viaje recordándomelo? — Mis palabras están cargadas de cierta ira.

A pesar de que no me quiero enfadar con él, me acaba de tocar los huevos y tengo claro que, o lo paro de manera radical, o vamos a salir discutiendo (cosa que no quiero).

—Perdona, pero es que no me lo puedo quitar de la cabeza.

—¡Pues mejor que se te vaya quitando! Porque lo que pasó, pasó ¡y no va a volver a pasar!

Mariano se calla, pero por la cara que me pone, mi respuesta no lo ha tranquilizado del todo. Cómo sé que no voy a solucionar nada, insistiendo sobre el tema, opto por lo que mejor se me da: no darle importancia y seguir con la “productiva” conversación sobre los hombres que nos rodean.

—Bueno…Ya te había presentado a mis amigos Pedro y Albert —Un movimiento condescendiente de cabeza es la única respuesta de mi acompañante —Pues ahora vayámonos a la Europa del Este. ¿Ves los tres rubitos?  Son mis amigos Adam, Bernard y Dominik.  Adam es el la izquierda, Bernard el de la derecha y Dominik el que está de espaldas a nosotros. A mí el que más me gusta es Bernard.

Mi amigo encoge la nariz y sonríe por debajo del labio, dándome a entender que me va seguir el juego.

—¡Tú como tonto! El chaval está como quiere…

—Tampoco es eso, pero está follable cien por cien —Hago una leve pausa y le señalo con la mirada a detrás de la barra —¿ Y qué me dices del personal de la cafetería? Pepiño, el camarero, es un morenito de los que me gustan hasta los andares. El otro, Antoñino, no es que esté mal, pero yo te lo dejo para ti…

—¡Gracias generoso! Pero no hace falta, ya con la tostadita que me he comido voy cubierto.

—Y por último tenemos a los dos compañeros de Alain, Iñaki y Nikolás. Un poquito pasadito de roscas, pero cuando se te pase lo del aceite con jamón, le puedes hincar el diente, porque el Alain ES-MI-O.

No sé si he subido el tono ligeramente y mis palabras han llegado a sus oídos, el caso es que el vasco madurito se levanta de la silla y se dirige hacia nosotros. Durante unos breves segundos tengo la sensación de haberla cagado de la mejor manera, tanto que, como dice Mariano, me veo que me están tirando de lo alto de un campanario.

Sin embargo, por la actitud que denota al caminar hacia nosotros, sospecho que no se ha enterado de nada y que se ha levantado a mear. El tipo, haciendo uso de un solapado descaro, clava su mirada en la mía en el momento que pasa por nuestro lado y con paso firme se dirige a los servicios que, como es habitual, están al fondo a la derecha.

Sin pensármelo me levanto de mi asiento y me dispongo a seguir los pasos del atractivo madurito. Mi acompañante, como si me dispusiese a hacer algo inapropiado, me coge por la muñeca y me susurra:

—¿Dónde vas?

—A mear. ¿Puedo?

A regañadientes suelta mi mano, me mira preocupado, como si lo que me dispongo a hacer fuera una locura. Yo, en un intento de tranquilizarlo, le respondo con una parida de las mías.

—Si ves que tardo, ¡no te preocupes!  Ya sabes lo que me pasa con el zumo de naranja…— Al decir esto último me llevo la mano a la tripa, haciendo el  amago de que tengo ganas de ir al baño. Mi amigo me mira con cara de fastidio, pero es prudente y prefiere guardar silencio.

*******

¡Cada día entiendo menos a JJ! ¡No sé siquiera  cómo carajo se me pasó por la cabeza volver a tener una relación con él! Vale que yo tenga mis cositas, ¡pero él también se las trae! Se cree que todo el campo es orégano y cualquier día le parten la boca. El muy cabrón ve un bar con once tíos y se monta una película de Chi Chi Larue. Que sí, que hasta el más feote de todos ellos está para echar un polvo, pero que ni todo el mundo entiende, ni me parece que este sea el lugar más adecuado para ponerse a ligar. Como si lo de ponerse a  devorar al personal con la mirada hubiera sido poco, ahora ha cogido el muy salidorro  y se ha ido al servicio detrás de uno de los camioneros vascos. Pues, ¿qué quieres que te diga? Si le parte la cara allá él, que uno está muy cansado, que desde que estamos en Galicia habré dormido una media de cuatro horas. Mientras viene o no viene, me voy a pegar una cabezadita.

Unas voces que parecen venir de la zona de los servicios, me sacan de mi corto embelesamiento. Me incorporó y, temiéndome lo peor, me levanto para indagar sobre los motivos de tanto escándalo. Al igual que me ha pasado a mí,  la mayoría de la clientela del bar, movidos por la curiosidad se dirigen hacia el lugar de donde provienen las voces. No nos hace falta llegar a los lavabos para enterarnos sobre lo que ha pasado,  pues vemos salir por su puerta a Alain tirando del  cuello del polo de  JJ, al que trae en volandas. Por el semblante que trae el  corpulento madurito, mi amigo, tal como sospechaba,  ha hecho  una de las suyas y se ha vuelto a meter en jaleos

Es ver la cara de asustado de mi compañero de viaje, lo muy enfadado que parece estar el camionero vasco y una sensación de pánico me aprieta el estómago. “¡De que nos partan la boca aquí, no nos salvan ni siete “Rambos” juntos!”, es el primer pensamiento que se me viene a la cabeza al ver las espaldas y los brazos de los tipos que nos rodean.

—¿!Sabéis lo que ha hecho este pedazo de maricona ?! Se ha puesto a mirarme la polla mientras meaba…

Durante un brevísimo instante parece que ha pasado un ángel. Automáticamente,  de un silencio casi sobrecogedor se pasa a un murmullo constante. La clientela que todavía permanecía en su puesto, se acerca poco a poco al pasillo que une los servicios con el salón del bar. De pronto, siento como todo el mundo rodea a JJ y a Alain, olvidándose un poco de mí. Haciendo uso de una más que evidente cobardía, me aparto como puedo del embravecido coro de hombres e intento huir de su manifiesto odio hacia los homosexuales.

El bullicio también atrae a los camareros quienes exhortan al barbudo camarero que se calme, pues no quieren jaleo en su local.

—Este tipo de gentuza lo que debía hacer es no mezclarse con la gente decente — Dice  Nikolás, el compañero de Alain.

—Esta gentuza como tú la llamas paga los mismos impuestos o más que tú, así que tenemos los mismos derechos a estar aquí que “la gente decente” —La terquedad con la que replica mi colega no sé si es fruto de la valentía o de la imprudencia.

—Sí, desde que los cabrones que mandan en Madrid os han permitido casaros, se nos habéis subido a las barbas de la gente normal —Esta vez el que interviene es Iñaki,  el otro vasco.

La inadecuada respuesta de mi compañero de viaje ha conseguido que los intentos del personal de la barra por tranquilizar los ánimos hayan caído en saco roto. Es más, de nuevo vuelve a surgir un murmullo ensordecedor, donde la comunicación brilla por su ausencia. Nadie sabe a ciencia cierta qué es lo que ha pasado, pero todos quieren dar su opinión. A cada segundo que pasa, hay menos posibilidades de que las aguas se calmen y vuelva a reinar la calma. Los individuos que rodean a  JJ, lejos de querer  quitarle importancia a lo sucedido y hacer que allí parezca que no ha  pasado nada, se comienzan a soliviantar unos a otros.  

—Si de verdad creéis que debéis solucionar el tema, prefiero que lo hagáis en la puerta, ¡déjense de rabias aquí! —Vuelve a insistir bastante preocupado el camarero al comprobar que, por mucho que él y su compañero intentan mediar para que aquella disputa no vaya a más, el asunto se les ha ido terriblemente de las manos.

Alain, sin dejar de tirar del cuello del polo de mi  amigo, se queda mirando al camarero muy serio, como si estuviera cavilando algo. Deja de alzar a mi compañero de viajes e, inesperadamente, se mete mano al paquete de un modo grosero con la única intención de dejar  patente su hombría.  Empieza a mover la cabeza, sonriendo de un modo que se me antoja bastante chulesco y prepotente. Crea un poco de expectación ante lo que tiene que decir, se hace de rogar un poco y  se dirige a los individuos que lo rodean.

—No creo que la solución sea pegarle una paliza al mariconazo este. Nos puede denunciar y los camiones de la empresa están en la puerta, con lo que no te quiero ni contar el problemón en que nos puede meter… Se me ocurre algo mejor que hacer con este “fagot”.

 —¿Qué? —Pregunta su compañero Nikolás, a quien, por la cara que ha puesto, le suena a música celestial lo que acaba de decir

—¡Cabrón, pero que  “baldarra” eres ! ¿Este tío que ha ido buscando al servicio?

—Tu polla —La última palabra sale de la boca del camionero como atropellada.

—Pues eso le voy a dar —La arrogancia de sus palabras se hacen más palpables con el hecho de que, haciendo gala de un descaro desmedido,  vuelve a meterse mano a su bulto de la entrepierna —No querías ver mi cipote, pues no solo lo  vas a ver,  te voy a machucar la cara con él y te lo voy a meter en la boca hasta que me saques la leche.

Las palabras del voluminoso  camionero, en vez de crear rechazo entre la pequeña masa de hombres que lo rodean, parecen encender sus ánimos. Si hace unos instantes, la homosexualidad les parecía la mayor de las inmundicias, la idea de someter a un semejante les parece de lo más sugerente. Incluso su actitud me hace suponer que  aquello les excita.

Alain tira de  JJ y le obliga que se agache ante él. Una vez se encuentra prostrado a sus pies, con la cabeza a la altura de su entrepierna, el camionero  hace ademán de abrirse la bragueta y sacar su miembro viril fuera.

—¡Para macho!¡Que eres más bruto que un bocadillo de “toxos”…! ¡Aquí no puedes hacer esto, es un local público!

El corpulento vasco se detiene en seco. Por la cara de fastidio que pone, es más que obvio que el camarero le ha cortado el rollo. Sin embargo, parece que no está dispuesto a prescindir de lucir su virilidad delante de sus compañeros. Vuelve a adoptar una actitud arrogante, mira al chaval como si le perdonara la vida y le dice:

—¿Tú crees que a la hora que es va a venir más gente?

—¡Qué carallo sé yo!, ¡nada más te tienes que fijar a la hora que han venido este y su amigo!

—Estos porque venían buscando, lo que venían buscando. ¿Por qué no cierras la puerta y pones el cartel de que vuelves en una hora?

Inesperadamente el atractivo camarero gallego en vez de negarse a lo que pide el petulante conductor, se queda pensativo y pone cara de que le parece una buena idea. Mira a su compañero y con un gesto le pide que vaya con él.

Si hasta el momento me había sentido aterrado por lo que pudiera pasar, es ver   como el camarero y el cocinero echan la persiana metálica de la puerta  y no puedo evitar quedarme como petrificado. Estoy en una especie de estado de shock, pues soy incapaz de decir, ni de hacer nada. Pego la espalda a la pared, como si con ello pudiera parar el pequeño desastre en que mi amigo y yo nos hemos sumergido.

Alain, una vez constata que aquellos cuatro paredes son infranqueables, se baja la cremallera y se saca la polla fuera. Tal como suponía JJ, el camionero es un macho de armas tomar y su enorme miembro viril es una buena muestra de ella. Pese a que no está en un estado completo de erección, se ve a simple vista que ni es pequeña ni delgada. Sin pensárselo ni un segundo, tira de los pelos de la nuca de mi amigo, acerca la larga tranca  a su cara y se lo refriega por la boca.

—¿Qué?  ¿No te gusta mi cipote porque no está duro del todo? Pues nada más que lo chupes un poco,  se  va poner más largo que la caña de la doctrina.

Busco el rostro de JJ y compruebo que está tan aterrorizado como yo. La cara de fastidio que pone cada vez que el cipote del vasco, roza su rostro es una prueba más que palpable que está lejos de disfrutar con lo que está sucediendo. Está claro que le gusta bordear el peligro, pero no le gusta enfrentarse a este. Levanta la mirada como implorando una especie de perdón al individuo que lo está sometiendo, al no encontrar una atisbo de piedad, con una actitud de resignación que rosa la sumisión, se mete el instrumento del corpulento vasco en la boca.

Del mismo modo que el sentimiento de las masas parece enaltecerse  ante la violencia de una pelea callejera, los diez individuos que rodean a JJ y Alain comienzan a animar con silenciosos gestos para que el momento sexual vaya a más. Por el brillo de sus ojos, creo interpretar que están disfrutando de lo que ven. No sé si por lo novedoso de la variedad sexual o porque en realidad la leyenda urbana del ambiente gay que se cuece en las zonas de descanso de las autopistas tiene una gran parte de verdad.

Mi amigo, como si se sintiera vitoreado por la testosterona que flota en el ambiente, comienza a mamar el cipote del camionero con más ganas y lo que comenzó siendo una especie de obligación, se convierte en un disfrute en toda regla. El cambio de actitud de JJ se refleja en el rostro de Alain, quien comienza a lanzar bufidos en señal de que se lo está pasando bien. Para rematar la jugada, el chulesco conductor lanza unos improperios a mi amigo que parecen animar el más que caldeado ambiente. 

—¡Chupa puta! ¡Trágate el cipote de tu machote!

La actitud dominante del corpulento camionero parece ser la chispa que necesitan los diez hombres allí presente para adentrarse de lleno en el sexo homosexual, tal como si se tratara una especie de ensayada  coreografía todos se acercan un poco más, en un intento de devorar con la mirada el caliente espectáculo.

Mi colega, al sentir que el círculo de machos uniformados se estrecha en torno a  él, se saca el enorme carajo de la boca y lo muestra como si fuera un trofeo. Desde donde yo estoy, puedo ver nítidamente su forma y tamaño. Es bastante grande y ancha, su cabeza brillante, apuntando al cielo, me recuerda a un enorme champiñón y a lo largo de su tronco se dejan ver unas gruesas enormes venas azuladas que lo hacen aún más apetecible. A pesar de estar horrorizado por el modo en que se está desarrollando todo, no puedo evitar excitarme y siento como mi pene comienza a tomar vida.

Si yo me he puesto cachondo, no quiero pensar en qué estado se encuentra mi colega, quien, tras mirar lascivamente a todos y cada uno de los allí presente, se mete en la boca  el enorme cipote  con unas ganas e ímpetu, que pareciera que fuera a ser la última mamada de su vida.

Si Alain hasta el momento se había limitado a lanzar pequeños bufidos y a proferir insultos al tiempo que mi amigo engullía su sable. Es simplemente  comprobar la pasión que JJ pone en su boca y no puede reprimir un grito de satisfacción, a la vez que aprieta la nuca de mi amigo para hundirle la verga hasta la garganta.

—¡Joder, cabrón! ¡Cómo la chupas! ¡Te la trabajas  más bien que la mejor de las putas!

Si hasta el momento  los otros diez hombres que nos acompañan, se habían limitado a mirar impasibles y a gritar algún que otro insulto. Escuchan la buena publicidad que el camionero vasco hace de las cualidades mamatorias de mi compañero de viaje  y se llevan la mano lascivamente al paquete como  si todos quisieran su parte.

He de reconocer que ver como los camareros, los polacos, los vascos y el resto de los camioneros se tocan sin pudor sus partes nobles, enerva mis sentidos y estoy tentado de acercarme, pero el terror a lo desconocido me puede, por lo que permanezco pegado a la pared como una salamanquesa.

JJ, a diferencia de mí, parece no tener ningún problema por practicar el sexo con desconocidos. Sin dejar de devorar el trozo de carne del camionero, lanza una visual a tanta mercancía sexual como tiene al alcance de su mano. Por unos momentos, sospecho que está tentado de cambiar de polla, sin embargo parece que quiere sacarle la leche a Alain.

Como si intuyera que lo tiene a punto de caramelo, agarra sus testículos  con una mano y se mete el cipote del camionero hasta el fondo. Los  jadeos en aumento del vasco me  dan a entender que le está regalando  un garganta profunda de padre y muy señor mío. Vuelve a sacar el caliente falo de su boca y tras masajearlo habilidosamente unos segundos de la boca del viril conductor sale un estrepitoso: “¡Me cooorrooo!”. Segundos después, de la punta de su glande sale un blanco geiser, cuyo primer chorro va a parar al rostro de mi amigo.

Durante unos intensos segundos, el tiempo parece detenerse. Los diez hombres, con las manos puestas en sus huevos de manera indecorosa, se muestran inamovibles. Tengo la sensación de que, una vez se ha corrido Alain, piensa que ha terminado todo y los notos un poco desilusionados. Ignoro si JJ ha tenido mi misma visión de los hechos, pero el caso es que, con ese desparpajo que lo caracteriza, se limpia el chorreón de esperma que le ha caído en el rostro y dice:

—¿Quién quiere ser el siguiente?

Continuará en: “Bukkake en la zona de descanso”

 (El de “Ocho camioneros catalanes” ya estaba cogido)

Acabas de leer:

Sexo en Galicia

 Episodio XXII: Ocho camioneros vascos.

 (Relato que es continuación de “Somos los que somos”)

Llegado este punto, me gustaría saber que te ha parecido el relato. Un  comentario de un par de líneas diciendo si te ha gustado o no, a veces puede ser suficiente (Si quieres escribir más, por mi estupendo)

Si desconocías la historia y quieres conocer más de ella, hace unos días publiqué una guía de lectura titulada Sexo en Galicia: Dos en la carretera”.

Si te quedas con más ganas de leer cosas mías. Tengo una guía completa publicada del resto de las series: Guía de lectura 2.015.

Paso a responder los comentarios dejado en “El pollón del tío Eufrasio”. Gracias a todos, no saben cómo animan vuestras palabras a seguir escribiendo. A Bricod: Sé que a muchos el que deje aparcado a Ramón un tiempo no le va a gustar, pero prefiero terminar las historias que tengo en curso como la que has leído hoy o abordar nuevas historias como la de Rodrigo con su tío (que ha gustado bastante); a Alejandro: Me alegro que te haya gustado. En la medida de lo posible traeré historias de corte parecido; a The crow: No sabes lo que me alegra leer en tus palabras que te gusta lo que escribo. La historia de Rodrigo y su tío, como bien te habrás dado cuenta por el título y por la trama, era envolver una de mis historias en un traje de los que gustan a los lectores de TR. He intentado dar dos personajes más o menos dimensionados, una historia coherente y, como bien tú has dicho, que el amor sea tan importante como el sexo. No me puedo quejar de la aceptación que ha tenido; a Gable: Me encanta recibir tus comentarios, ¡no sabes cómo me he reído con el dialogo final! Me ha agradado mucho que te hayas dado cuenta de lo que he intentado hacer con la narrativa del relato (“conciso y directo, pero a la vez detallado”, como tú lo has llamado).Quería hacer una historia sin dar muchas vueltas (que a veces parezco una noria) y, aunque ha costado, el resultado parece haber merecido la pena. En cuanto al alcohol, los heteros y el sexo, creo que muchos de los que visitamos esta categoría tendríamos muchas cosas que decir;  a Joseph26: Lo de dividirlo en dos partes fue para no hacerlo demasiado largo (como tenía dos polvos) lo adapté un poco. Insistiré siempre que pueda con relatos en una o dos partes; a mmj: Hay muchos personajes secundarios que están pidiendo tener una historia aparte, como quiero centrarme en cerrar las historias largas que tengo abierta, siempre que tenga ocasión traeré algún relato corto de estos (el primer experimento de este tipo fue el relato de los dos gemelos). Mi idea es publicar una cada dos o tres meses; a ozzo2000: Creo que si alguien de la sociedad de alcohólicos anónimos leyera mi relato, me denunciaría por apología del consumo de cerveza. Ja,ja… Un placer saber que me sigues leyendo y a Pepitoyfrancisquito: En mi favor tengo que decir que los relatos los tenía escrito antes de la Semana Santa y lo único que hice fue subirlos, así que no me podéis acusar de hacer actos impuros, porque yo he tenido la misma cara de pena que vosotros (máxime viendo las que por culpa de la lluvia no han salido), menos mal que al final se ha arreglado un poco. A ver como se porta el tiempo con la Feria. Mira que tengo sobornada a la mujer del tiempo de Canal Sur, pues ni caso, la hija de su madre parece que tiene un orgasmo cada vez que dice que en Semana Santa y Feria llueve. En cuanto al estilo de Vieri (el autor de Estremoz)  la verdad es que es muy distinto del mío, pero ha sido toda una gozada ver mis personajes en sus letras. Eso sí, el pobre muy romántico y todo eso, pero en sus relatos mueren más gente que en las películas del Tarantino. Como veis, he sido un niño bueno y he publicado los camioneros.

En quince días, publicaré el último episodio de “Historias de un follador enamoradizo” con el capítulo final de “Me llamo Ramón y follo un montón”,  titulado: “Si no pueden quererte”.  No se lo pueden perder.

Hasta entonces, procurad ser felices.

Mas de machirulo

El Blues del autobús

Mr Oso encula a la travestí gótica

Hombres calientes en unos baños públicos (2 de 2)

Hombres calientes en unos baños públicos (1 de 2)

Desvirgado por sus primos gemelos

Un camión cargado de nabos

Cruising entre camiones

Mi primera doble penetración

Un ojete la mar de sensible

Un nuevo sumiso para los empotradores

Once machos con los huevos cargados de leche

Un buen atracón de pollas

Por mirar donde no debía, terminó comiendo rabo

Aquí el activo soy yo

Estrenando un culito muy delicioso

El mirón de las duchas

Una doble penetración inesperada

Amarrado, cegado y follado hasta la extenuación

Polvo rápido en el baño

La duquesa del coño insaciable (4 de 4)

La duquesa del coño insaciable (3 de 4)

La duquesa del coño insaciable (2 de 4)

La duquesa del coño insaciable (1 de 4)

¡Pero qué buenos están estos dos hermanos!

Una doble penetración inesperada

El mecánico siempre descarga sus cojones dos veces

Son cosas que pasan

Sexo grupal en el vestuario

La fiesta de las Coca-colas

Un casquete después de la siesta

Pepe se lo monta con sus primos gemelos

Serrvirr de ejemplo

Comer y follar todo es empezar

Con mi ojete preparado para un rabo XL

Al chofer del bus, le sale la leche por las orejas

Mamándole el ciruelo a mi mejor amigo

De cruising en la playa de Rota

Cinco salchichas alemanas para mi culo estrechito

Un mecánico con los huevos cargados de leche

El descomunal rabo del tío Eufrasio

Follado por su tío

Meter toda la carne en el asador

Míos, tuyos, nuestros… ¡De nadie!

Encuentros furtivos en el internado

Antonio y la extraña pareja

Fácil

Bolos, naranjas y bolas.

Vivir sin memoria

El libro de la vida sexual

Reencuentro con mi ex

Punta Candor siempre llama dos veces

Hombres Nextdoor

Mundo de monstruos

Dejándose llevar

Guía de lectura año 2017

Dejar las cosas importantes para más adelante

Una proposición más que indecente

¡No hay huevos!

Ignacito y sus dos velas de cumpleaños

El chivo

La mujer del carnicero

Iván y la extraña pareja

El regreso de Iván

Guerra Civil

Las tres Másqueperras

Toda una vida

Objetos de segunda mano

Follando con el mecánico y el policía (R) 2/2

Follando con el mecánico y el policía (R) 1/2

Ni San Judas Tadeo

La invasión Zombi

Seis grados de separación

¡Arre, arre, caballito!

La más zorra de todas las zorras

Un baño de sinceridad

Barrigas llenas, barrigas vacías

No estaba muerto, estaba de parranda

Dr. Esmeralda y Mrs. Mónica

Yo para ser feliz quiero un camión

Tiritas pa este corazón partio

Corrupto a la fuga

Un polaco, un vasco, un valenciano y un extremeño

El de la mochila rosa

La jodida trena

Tres palabras

Hagamos algo superficial y vulgar

Pensando con la punta de la polla

Quizás en cada pueblo se practique de una forma

Gente que explota

Guía de lectura año 2016

En unos días tan señalados

Desátame (o apriétame más fuerte)

De cruising en los Caños

Putita

Sé cómo desatascar bajantes estrechos

Este mundo loco

Como conocí a mi novio

No debo hablar

El secreto de Rafita

¿De quién es esta polla cascabelera?

Me gusta

Me llamo Ramón y follo un montón

Doce horas con Elena

El pollón de Ramón

Dos cerditos y muchos lobos feroces

El ciprés del Rojo

Follando por primera vez (R) 2/3

Follando por primera vez (R) 3/3

Follando por primera vez (R) 1/3

Estrenando un culito muy delicioso

El mirón de las duchas

Orgia en el WC de los grandes almacenes

Once pollas para JJ

Prefiero que pienses que soy una puta

Homofobia

Adivina quien se ha vuelto a quedar sin ADSL

¡Terrible, Terrible!

Bukkake en la zona de descanso

Mi primera vez con Ramón

Tu familia que te quiere

Si no pueden quererte

Mía

Infidelidad

Dos adolescentes muy calientes

Parasitos sociales

El pollón del tío Eufrasio

Violado por su tío

Talento

Somos lo que somos

Sexo en Galicia: Dos en la carretera

Tres pollas y un solo coño

De amor se puede vivir

Duelo de mamadas

¡Se nos da de puta madre!

Dos hermanos

¿Dónde está la oveja de mi hermano?

¿Por qué lloras, Pepito?

El MUNDO se EQUIVOCA

Todo lo que quiero para Navidad

Como Cristiano Ronaldo

Identidad

Fuera de carta

Los gatos no ladran

Su gran noche

Instinto básico

TE comería EL corazón

La fuerza del destino

La voz dormida.

Como la comida rápida.

Las amistades peligrosas.

El profesor de gimnasia.

Follando: Hoy, ayer y siempre (R)2/2

Follando: Hoy, ayer y siempre (R) 1/2

El ser humano es raro.

La ética de la dominación.

¡Ven, Debora-me otra vez!

La procesión va por dentro.

Porkys

Autopista al infierno.

El repasito.

José Luis, Iván, Ramón y otra gente del montón.

El sexto sentido.

Cuando el tiempo quema.

Mi mamá no me mima.

La fiesta de Blas.

¿Por qué lo llaman sexo cuando quieren decir amor?

Sin miedo a nada.

¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?

¡Qué buena suerte!

El rumor de las piedras.

Dios odia a los cobardes.

Tres palabras.

Guía de lectura segundo semestre 2.014.

Como un lobo.

Solo Dios perdona.

El padrino.

Perdiendo mi religión.

Adiós Francisquito, adiós.

Pequeños descuidos.

La sombra de una duda.

Mis problemas con JJ.

Unos condones en la guantera.

La voz dormida.

Follando con mi amigo casado.

Si pudieras leer mi mente.

Bésame, como si el mundo se acabara después.

Si yo tuviera una escoba.

Guía de lectura primer semestre dos mil catorce.

¡Cuidado con Paloma!

La lista de Schindler.

Nos sobran los motivos.

La masticación del tito Paco.

Viviendo deprisa.

El blues del autobús.

¿Y cómo es él?

¡Voy a por ti!

Celebrando la victoria.

Lo estás haciendo muy bien.

Vivir al Este del Edén.

Hay una cosa que te quiero decir.

Entre dos tierras.

Felicitación Navideña.

37 grados.

El más dulce de los tabúes.

Desvirgado por sus primos gemelos

Las pajas en el pajar

Para hacer bien el amor hay que venir al Sur.

Tiritas pa este corazón partio

Valió la pena

1,4,3,2.

Sexo en Galicia: Comer, beber, follar....

¡Se nos va!

En los vestuarios.

Lo imposible

Celebrando la victoria

La procesión va por dentro.

El guardaespaldas

El buen gourmet

Mariano en el país de las maravillas.

Tu entrenador quiere romperte el culo(E)

Retozando Entre Machos.

Culos hambrientos para pollas duras

La excursión campestre

¡No es lo que parece!

Mi primera vez (E)

Vida de este chico.

Follando con mi amigo casado y el del ADSL? (R)

Follando con 2 buenos machos: Iván y Ramón

Trío en la sauna.

Nunca fuimos ángeles

Desvirgado por sus primos gemelos (E)

Como la comida rápida

La misión

Follando con mi amigo casado

La churra del Genaro

Uno de los nuestros

Sexo en Galicia: Tarde de sauna (R)

2 pollas para mi culo

El cazador.

Los albañiles.

Jugando a los médicos.

Algo para recordar

Mis dos primeras veces con Ramón (E)

A propósito de Enrique.

Guia de lectura y alguna que otra cosita más.

Culos hambrientos para pollas duras

Celebrando la derrota

En los vestuarios (E)

Sexo, viagra y unos pantalones anchos (Epilogo)

No quiero extrañar nada.

Punta Candor siempre llama dos veces.

4,3,2,1....

2 pollas para mi culo

Adivina quién, se ha vuelto a quedar sin ADSL

Follando con 2 buenos machos: Iván y Ramón (R)

El MUNDO se EQUIVOCA

Historias de un follador enamoradizo.

Living la vida loca

Sexo en galicia con dos heteros (R)

¿Por qué lo llaman sexo cuando quieren decir amor?

Comer, beber... charlar.

Los albañiles.

¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?

Regreso al pasado

Follando con mi amigo casado (R)

“.... y unos osos montañeses)”

El padrino

... Bubú.....

El blues del autobús (Versión 2.0)

El parque de Yellowstone (Yogui,....)

After siesta

Sexo, viagra y ... (2ª parte) y última

Before siesta

Sexo, viagra y unos pantalones anchos (1ª parte)

El bosque de Sherwood

El buen gourmet

Como la comida rápida

Pequeños descuidos

¨La lista de Schindler¨

El blues del autobús

Celebrando el partido