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Follando por primera vez (R) 2/3

en Gays

La misión

 

20/08/2012(Cerca de medianoche)

 

 

—¿Y ya está? — Dice un poco decepcionado JJ —.Yo me esperaba más.

—Y hubo más. Eso fue sólo el preámbulo del fin de semana — Fanfarronea Guillermo —.Pasaron cosas de las que no se te olvidan en la vida. Tanto por que todo era nuevo para mí, como por lo insólito de la situación. ¡Yo estaba alucinando en colores!

El novio de mi amigo empieza a relatar lo acontecido en aquellos dos días. Al contarnos sus peripecias, disfruta de cada una de sus palabras. Cargando éstas de un pecaminoso morbo. Cuando termina su narración, tanto JJ como yo estamos que no salimos de nuestro asombro.

—¡Jo, tío! —Dice su novio desconcertado — ¿Y esa fue tu primera vez? ¡Pues que “callaito” te lo tenías, guapo!

—Sí,  la verdad es que fue un poco fuerte — Al hablar Guillermo baja la vista como avergonzado —, pero se terció así y que quieres que te diga...

—No, si me parece estupendo —La sonrisa que JJ le dirige a su novio está repleta de una ternura desmedida —, pero reconoce mi vida, que normal, lo que se dice normal no es.

—Mira quien fue a hablar de normalidad —Intervengo y, cargando mis palabras de sarcasmo —. El muchachito que la primera vez que lo hizo, fue con sus dos primos gemelos.

—Sí, por lo que se ve, ni mi novio ni yo  hemos tenido una primera relación típica-tópica —Al decir esto JJ sonríe y dirige una tierna mirada a Guillermo.

—Y amen a ello, porque que te tienda en una cama o donde sea y se desahoguen en tu esfínter es (por lo que dicen por ahí) de lo más habitual... —Digo yo en plan “Libro Gordo de Petete”

—Sí, de las veces que hablas con la gente de estas cosas, es lo que te cuentan — Sentencia Guillermo, bastante serio por cierto.

—¡Oye, oye! —Al hablar JJ sube ligeramente el tono de voz — ¿Qué coño ha pasado que nos hemos puesto los tres con cara de velorio? ¡Qué mi novio estaba contando su primera experiencia para que mi amigo aquí presente lo escribiera!  Porque lo vas a escribir ¿no? — Al decir esto último me mira fijamente, como esperando una rápida respuesta.

—Sí, por supuestísimo — Contesto adornando mis palabras con una sincera sonrisa.

—Pero cambiaras cosas, ¿no? — Las palabras de Guillermo son pronunciadas pausadamente y en ellas se dejan ver su clara preocupación.

—Sí, hombre siempre lo hago. No te preocupes para mí lo más importante es el anonimato.

—Ni tú mismo vas a reconocer la historia —Me interrumpe JJ —. Es lo que yo digo: todo es verdad, todo es mentira...

—Si te quedas más tranquilo, antes de colgarlo, te lo paso.

—¿Y por qué no lo haces ahora en vivo y en directo? — La proposición de JJ, hace que tanto su novio como yo, nos miremos extrañados —. ¿O  no te crees capaz?

JJ me conoce como la madre que me pario y, como todo buen manipulador, sabe decir las palabras exactas para que los demás hagamos lo que a él le interesa, en el momento que a él le conviene.  En mí,  la expresión “a que no te atreves” son las palabras claves para ello, son  como un resorte que me empuja a hacer siempre lo mismo: aceptar el reto. Porque uno podrá tener miles de defectos, pero cobarde... ¡nunca!

—Sí, hombre, pero pediros otra copa que esto va para largo —Digo yo de manera condescendiente —.Esto paso hace unos catorce años, ¿no? —Al pronunciar esto último me dirige a Guillermo.

—Sí,  más o menos. Estaba a punto de cumplir los diecinueve.

—Pues relájense los “señores”  y disfruten —Digo creyéndome el puto amo —,  la historia quedaría, más o menos así:

CATORCE AÑOS ANTES

Mientras el agua caliente resbalaba por su cuerpo, quitando los resquicios de jabón. Guillermo no podía  dejar de pensar en  lo ocurrido aquella tarde: Había participado en su primera orgía,  ¡y le había encantado! Y llegó a la conclusión de que si compartir tu cuerpo con un hombre es placentero, cuando son tres los que disfrutan de ti y te hacen gozar, la cosa no tiene parangón. 

Una vez salió de la ducha, se encontró a Arturo mirandose en el espejo como le quedaba una camiseta roja ajustada. Por el gesto de su cara, parecía que no le agradaba demasiado. Guillermo lanzó una pequeña visual a su compañero de cuarto y comprobó que, a pesar de la mueca de desagrado, la prenda le sentaba estupendamente. Y es que el muchachito, tenía un cuerpo de los que quitan el hipo. Unas espaldas anchas, unos pectorales duros, unos enormes hombros de los cuales colgaban unos robustos brazos. Aunque lo mejor eran sus piernacas y su trasero. Su redondo y duro trasero.

—¿Qué tal me ves?

—¡Estupendo!  A los morenos, os sienta de maravilla el rojo —Las  palabras de Guillermo, desprendían una natural sinceridad.

El guapo joven volvió a mirarse en el espejo. Hizo unas cuantas posturitas, con las que remarcó sus trabajados brazos y, no satisfecho aún del todo, le preguntó a su amigo:

—¿Qué te vas a poner tú?

—Mi camisa azul, la de rayas.

—Vaaale,  me voy  ya para abajo con esta gente —Al decir esto, comprobó, con un mohín de satisfacción en su cara, que el  vaquero le hacía buen culo.

Tras echarse una buena cantidad de perfume y arreglarse un poco el pelo, Arturo se marchó diciendo en un tono imperioso:

—¡No tardes! Que estos dos, seguro que están ya esperándonos.

En el momento que se quedó solo, Guillermo se deshizo de la toalla. Frente a él, el gran espejo mostraba su agradable desnudez. Su cuerpo, aunque de menores dimensiones que las de su amigo (Arturo rondaba el metro noventa y el pasaba en poco el metro sesenta), tampoco tenía desperdicio. Lo que perdía en altura, lo ganaba en vigor.  Sin perder tiempo, buscó en la maleta unos bóxer azules. Una vez los tuvo puesto, se regodeó un poco ante el espejo, y es que sin lugar a dudas, con el buen paquete y el buen culo que le hacían, cualquiera que se los viera puesto, sólo pensaría  una cosa: en quitárselos.

Ni dos minutos después, el muchacho tenía puesto los vaqueros, ajustados aunque no tan ceñidos como los de Arturo, y su camisa azul de rayas, la cual le daba un aspecto bastante varonil. Bueno Guillermo, hasta vestido de Drag Queen seguiría teniendo  aspecto de machote. Pues a pesar de su juventud,  ya su rostro emanaba dureza y virilidad de una  forma desmesurada.

Desabrochó dos botones de la camisa, lo suficiente para dejar ver la pelambrera  castaña de su pecho. Untó un poco de fijador en su corto cabello, se dio la última visual y se gustó. Es lo que tiene el ser atractivo de natural. Con poco que te hagas, gustas y te gustas.

Cuando bajó las escaleras, se encontró con Arturo y  Javier,  su entrenador, ambos sentados en el majestuoso sofá de piel del extenso salón. Al verlos conversar, a la mente de Guillermo saltaron  imágenes de lo acaecido durante la tarde en la piscina. Fue sólo pensarlo y la polla del joven empezó a moverse como si tuviera vida propia dentro de su slip.  Y es que si Arturo tenía un polvo, el entrenador tenía cientos. El tío, a pesar de sus cuarenta y tantos años, se mantenía en una estupenda forma física: un poco de barriguita quizás, pero por lo demás estaba estupendo. A pesar de ser bastante alto (pasaba el metro ochenta de largo) poseía unos  pectorales y espaldas como Dios manda, unos buenos trapecios, unos fornidos brazos, los cuales iban en consonancia con sus musculadas piernas.  Para Guillermo,  acostumbrado a verlo siempre en chándal y ropa deportiva, vestido de calle se le antojaba el hombre más atractivo del universo.

—Por fin bajas —Le recriminó Arturo, en un tono bastante grosero.

—¡Quillo, tienes un morro que te lo pisas! —Le contestó Guillermo moviendo la cabeza y sin dar crédito a lo que escuchaba —. Si he tardado ha sido por ti. ¡Qué tardas más en arreglarte que una tía!

—Pues yo de vosotros, no me pelearía mucho, porque si hay alguien que tarde en  arreglarse es el amigo Sebas —Dijo Javier, sosegadamente —. Así que cálmense y ármense de paciencia, porque el señorito tarda lo suyo.

Y “lo suyo” no fue menos de un cuarto de hora. Durante el cual los tres hombres pasaron el tiempo charlando de banalidades. Mientras conversaban, Guillermo no pudo evitar pensar lo curioso de  la situación: era la única  vez (desde que  “celebró la derrota” con Arturo y Javier)  que estaba a solas con ellos dos y por un espacio de tiempo tan largo, sin acabar con los pantalones bajados. Y todo hay que decirlo, que  por falta de ganas no era, pero mantuvo a raya sus deseos pues estaba claro que tenían todo un fin de semana por delante. Dos días en los que podría  dar rienda suelta a  todos sus deseos, incluso a los más libidinosos.

En el momento que   apareció su anfitrión, este se veía muy distinto a cuando los recibió por la mañana. Su aspecto era el de un maduro elegante. Vestía con una finura y estilo que tanto a Guillermo como a Arturo les sorprendió. El tío se veía que tenía pasta por un tubo, pero sobre todo clase. No cualquiera puede llevar una camisa negra de lino con unos pantalones blancos de algodón de la manera que el los lucia.

Vestido de aquella manera, Sebastián perdía todo su vigor muscular, no aparentaba para nada  tener un cuerpo  fibroso y musculado. En cambio, todo lo que perdía de robustez, lo ganaba en poderío. Pues, con su  rizado pelo engominado, estaba guapo y atractivo a rabiar Se podía decir, que ni le sobraba, ni le faltaba nada.

Y si la elegancia y clase del acaudalado hombre impresionó a los dos jóvenes, cuando sacó el coche del garaje, se quedaron sin palabras. No había duda alguna ya, el tío estaba forrado, pues si no, no se explicaba el carro que conducía: Un Maserati descapotable rojo.

Arturo y Javier se montaron en la parte trasera y Guillermo a petición de Sebas, se montó delante. El joven sevillano estaba alucinando en colores, se sentía como en una película de Hollywood, y lo mejor que uno de los protagonistas era él. Inconscientemente a su mente se le vino, la conocida escena de Pretty Woman en la que Richard Gere recoge a Julia Roberts. Y no pudo evitar pensar: “Con este pedazo de  cacharro, no me importa que me lleven a comer caracoles...”

Una vez dejaron el vehículo a buen recaudo en un garaje, Sebas propuso a Javier ir a cenar a un sitio conocido por ambos, este le dio su beneplácito y, sin consultar a los dos chavales, se encaminaron hacia el local.

—Hay que ver lo muerto que está la zona del Pueblo Blanco —Dijo Javier con una nota de tristeza en la voz —. Cualquiera diría que este barrio, hasta hace poco, era un referente en el ambiente gay de España.

—De los buenos restaurantes sólo quedan un par de ellos. Lo que ahora abundan son los garitos de comida basura —Al decir esto último lanzó una visual a los dos muchachos, como queriendo constatar  con ello, que su generación era la culpable de esta debacle  en el buen gusto por la gastronomía.

El restaurante al que iban, no estaba en el Pueblo Blanco, si no en una calle paralela. Era un sitio coqueto con cierto aire de lugar familiar, pero a la vez con mucho diseño. Guillermo, era la primera vez que cenaba en un sitio tan pijo. Y así  se lo manifestó tímidamente a Javier, cuando el camarero le trajo la carta.

—¿Qué se pide en estos sitios?

Javier le señaló amablemente una serie de platos, argumentando que él los había probado y que estaban exquisitos. Pero el  hecho de que le hubieran indicado, lo que debía de pedir, no impidió que cuando se lo tuviera que trasladar al camarero se trabara un poco, con los nombres. Le sonaban raros, demasiado finolis y recargados  para su gusto.

A pesar de lo agobiado que estaba por tener que guardar la compostura e intentar estar a la altura, Guillermo intentó disfrutar del momento. Y eso que cuando le trajeron el inmenso plato, con la pequeña porción de comida en el centro, estuvo tentado de decirle al camarero que cuando quisiera le podía servir  la cena, pues  la degustación le había parecido excelente. Y es lo que tienen, los restaurantes de diseño: pagas mucho y comes poco.

Durante el transcurso de la cena, Arturo soltó, con total espontaneidad,  un improperio a Javier.

—Si pensabais  traernos a un restaurante de maricones, podíais haberlo consultado antes con nosotros.

Los ojos  de Javier se clavaron en el muchacho,  estaban cargados  de  cólera contenida. Arturo  no pudiendo   resistir la airada mirada de su entrenador, bajo la cabeza y siguió comiendo, sin decir esta boca es mía.

Un silencio profundo se hizo entre los cuatro comensales; Sebas buscó la mirada de su amigo, intentando que éste le explicara la situación, pues las palabras del chico lo habían dejado un poco descolgado. Al no obtener respuesta, hizo un  claro gesto de desaprobación.

También Guillermo, por su parte,  se encontraba un poco extraño en el restaurante; pues nunca antes había frecuentado un local de aquellas características. Pero tampoco anteriormente había hecho ninguna de las cosas que estaba haciendo ese fin de semana. Y si abrir la puerta del sexo, le había dado la sensación de ser más adulto, el cenar en aquel restaurante también. Y ya puestos, si quería aprender a ir de cara con su homosexualidad,  dejar los tapujos y medias verdades fuera, consideraba que  ir a un local gay formaba parte del aprendizaje. Sí, se encontraba raro entre aquellas cuatro paredes, más no le importaba...

Sebas intentó  romper el tenso silencio, contando una serie de anécdotas, pero al único que parecía interesarle era a Guillermo. Ya que tanto Arturo como Javier mantenían un silencioso duelo. Y es que, aunque al maduro entrenador le costara muchísimo  admitirlo: él y Arturo eran algo muy parecido a una pareja. Y por todos es sabido que las peleas de novios, son de las más sufridas.

Media hora después, Sebas pidió la cuenta y al poco se marcharon del local. Una vez en la puerta, la conversación largamente contenida entre Javier y su amante estalló sin remedio.

—¿A que ha venido ese comentario? ¿Acaso, no sabías a lo que veníamos este fin de semana? —Las palabras del entrenador estaban  cargadas de bastante acritud.

—Sí, pero antes de meternos en un sitio con tanto maricón suelto, se avisa, ¿vale? —Contesto Arturo a la defensiva.

—Pues esta tarde, a la hora del mamoneo y el folleteo no se te aviso  de que hubiera “tanto maricón suelto “y no pusiste ninguna pega —Recalcó Javier bastante enfadado.

—Eso es diferente...

—A mí, lo que me parece es que tú eres un niñato y no vas a madurar en la vida —Al decir esto, Javier aligero el paso,  dejando a Arturo tras de sí,  con la palabra en la boca.

El joven, un poco avergonzado, buscó la mirada de Sebas en espera de algo de comprensión. La frialdad con que este se la devolvió, le dejo claro que la única salida que le quedaba era disculparse con su medio novio. Así, que sin decir nada, se fue tras sus pasos, con  la clara intención de intentar hacer  las paces con él.

—¿De qué van estos dos? — Preguntó Sebas en un tono bastante altivo.

—Arturo no es mala gente, pero es muy quisquilloso.

—Eso no contesta a mi pregunta —Esta vez la arrogancia en las palabras del atractivo maduro, era aún más evidente — ¿De qué van estos dos?

—¿Por qué no se lo preguntas a Javier? — Contestó calmadamente Guillermo — Por la amistad que os tenéis, creo que te lo podrá aclarar mejor que yo, ¿no?

Sebas observó fijamente al joven jugador, movió levemente la cabeza y haciendo un pequeño mohín con los labios dijo:

—Me gusta tu postura, chaval. Se ve que no eres tan niñato como el otro.

 A Guillermo, la actitud de Sebas, aunque no le molestaba del todo. Tampoco le agradaba mucho. Y es que los aires que se daba el  malagueño, olían  un poquito a ese tufillo de prepotencia, tan característico en la gente de cierta clase social. Y si en principio, el tío le pareció genial y tal, a la vez que avanzaba la noche, el  carácter del pijo malagueño le hacía perder puntos ante el joven sevillano.

Poco después llegaron a unos bloques de pisos, paralelos a ellos había unos pasadizos llenos de mesas y gente tomando copas. Los primeros en adentrarse en ellos fueron Javier y Arturo, quienes parecían  ya habían arreglado las cosas entre ellos.

Cuando se internaron en el gentío, Guillermo se sintió sumamente observado. Por un momento creyó que todas las miradas de la gente sentada en la improvisada terraza se clavaban en él. Al principio, se notó incomodo, pero cuando vio como el deseo se pintaba en algunas miradas, se sintió alagado. Las mujeres nunca le hacían tanto caso, unas porque lo consideraban bajito, otras porque estaba demasiado musculado. Algunas  incluso   le llegaron a decir que era poco agraciado. Pero estos hombres, ni lo ven corto de talla, ni hipertrofiado, ni lo consideran feo. Por un momento, Guillermo llegó a pensar que cualquiera de los tipos que lo miraban podía ser suyo esa noche. Pero volvió a la realidad y llegó a la sabia conclusión de  que más que  por el deseo,  las miradas eran movidas por la curiosidad.

Algo que llamó enormemente la atención de Guillermo, era la oscuridad que reinaba en todos los bares. Incluso los que estaban iluminados en la puerta, lo hacían con una luz muy tenue. En muchos de los locales, se anunciaban espectáculos de transformismo, algo que a Guillermo le sonó a añejo, como resquicio de una época pasada.

—¿Dónde estamos? —Le preguntó tímidamente a su acompañante.

—Esto es La Nogalera, una zona de bares de ambiente de Torremolinos.

—¿Ambiente? Gay querrás decir —Las palabras de Guillermo sonaban un poco apagadas, como si le diera miedo quedar de ignorante ante el pijo malagueño.

—Sí. ¿Nunca has ido a sitios de este estilo?  —La voz del atractivo maduro estaba repleta de perplejidad.

—No —La negación del muchacho sonó insegura.

—¡Vaya perita en dulce, que me ha traído el amigo Javier! —La exclamación de Sebas rezumaba satisfacción por doquier — .Cada vez me alegro de que haya venido — Al decir esto último posó amablemente su mano sobre el hombro del joven sevillano.

Este lo miro de reojo y se dijo para sus adentros: ¡Y yo también, porque el polvo de esta tarde no va a ser nada para lo que te espera! ¡Porque serás un engreído, pero estás bueno como tú solo, pedazo de cabrón!

El local donde los dos cuarentones llevaron a los muchachos se llamaba el Men's, que por el nombre,  tampoco hay que ser un lince para deducir las características y gustos de la clientela habitual del garito.

Nada más entraron, Javier les preguntó que querían tomar. Una vez se lo dijeron, le pidió a Arturo que lo acompañara a  la barra.

Guillermo estaba sin palabras, todo se le antojaba pecaminoso y  prohibido en aquel bar.  Observó cómo la gente se miraba unos a  otros,   expresando de manera explícita sus intenciones sexuales. Tanto los  jóvenes, como los maduros, incluso algún que otro viejete, parecía que sólo tenían en mente aquella noche una cosa: echar un polvo.

Todo parecía erótico y sugerente entre aquellas cuatro paredes, era como si el mundo real se hubiera quedado fuera y allí solo hubiera entrado la libertad de elección sexual.

Cuando su entrenador y su compañero de equipo regresaron con las copas, buscó la mirada de Arturo. Esta denotaba felicidad, fuera lo que fuera que le hubiera dicho Javier, había conseguido apaciguar su cabreo.

Sebas dijo de salir a tomar la copa fuera, pero Javier se negó, argumentando que nunca se sabe quién puede pasar por la calle y que dentro del local estaban mejor. El pijo malagueño no dijo nada, pero frunció el ceño en una pose clara de estar acostumbrado a que le dijeran que sí a todo y a todas horas.  Al poco, le pidió a Guillermo salir fuera pues se asfixiaba dentro. El joven, antes de contestar nada, buscó la aprobación de su entrenador. Quien con un leve movimiento de cabeza, asintió ante su petición. 

En la puerta del local, Sebas volvió a decir algo que molestó a Guillermo:

—No entenderé nunca a estos tíos casados. Si te gustan los tíos, pues te gustan los tíos, no pretendas ir de bisexual. Yo todavía no conozco ningún bisexual casado que se ponga a buscar tías por las páginas de contactos y de los que se llaman bisexuales buscando  tíos... ¡a montones!

Este último comentario puso a Guillermo las orejas de punta. “¿Qué habrá querido decir?”, pensó. Aunque fisgonear en la vida de los demás no era algo habitual en él, en aquel caso, preguntó sin rodeos.

—¿Por qué dices eso de las páginas de contacto?

El malagueño lo miró extrañado, arqueó un poco las cejas y sonrió finalmente.

—O sea, que el amigo Javier no os ha dicho como me conoció —El tono del malagueño era una mezcla de soberbia y enfado —¡ No sé, ni como me extraño! ¡Este tío es un “bunker”! ¿Qué os ha contado?

—Simplemente nos había dicho que era amigo tuyo. ¿Hay que saber algo más?

—Pues sí, tu admirado entrenador me conoció el año pasado a través de una página de contactos. De una a las que no se va a buscar pareja, ni novio, ni amistad,  ni nada que se le parezca... Sino que la única finalidad que tenemos en mente, los que allí estamos registrados es: follar como descosidos. Cosa que a decir verdad, pocas veces se logra —Al decir esto último sonrió ampliamente —, que le gente es muy dada a ladrar mucho y morder poco.

Guillermo no podía creer lo que estaba escuchando, pero tuvo que reconocer que  toda aquella historia de la página de contacto era como la pieza que  le faltaba, en el extenso rompecabezas que era la vida de Javier para Arturo y él. Porque aunque  lo conocían como entrenador de varias temporadas ya, y desde hace unos meses como amante. Todo lo que rodeaba a aquel hombre parecía tener un raro halo de misterio. Como si siempre se guardara un as en la manga.

—Estuvimos un par de semanas, tonteando y chateando. Nos caímos bien y decidimos quedar. El resto, te lo puedes imaginar. ..

Guillermo, poco amigo de los cotilleos, consideró que la información facilitada era bastante y en lugar de ahondar en el tema, decidió cambiar el tema y prosiguió charlando de banalidades: “¿vienes mucho por aquí?”, “¿siempre hay tanta gente?”, y  cosas parecidas.

En un momento determinado, al joven sevillano le entraron unas  ganas  tremendas de ir a orinar

—¡Me estoy meando! ¿Dónde están los servicios? —Preguntó sin ninguna finura a su acompañante.

—Bajando las escaleras a la izquierda.

El muchacho se internó en el cada vez más frecuentado garito. En su trayecto, se encontró con Arturo y Javier, que se habían “echado a la poca vergüenza” y se estaban pegando un muerdo de película en uno de los rincones del local. Guillermo, los miro y encogió los hombros sonriendo. Cuando estrepitosamente  bajo las escaleras y se encontró con el servicio, vivió una de las situaciones más incomodas de su vida. Mientras el chorro de orín salía fluidamente de su uretra, en el urinario anexo un tío de unos treinta y largos años, se masturbaba mirando la churra del joven.  Guillermo no veía el momento de que su vejiga dejará de soltar líquido, para poder largarse con viento fresco.

Al salir, vio como unos tipos, tras una especie de reja practicaban sexo a la vista de todos. El sitio donde lo estaban practicando estaba poco iluminado, pero no por eso el público dejaba de mirar. Público  que, dicho sea de paso, le pareció escaso para  la cantidad de gente que se movía por el local. El espectáculo le pareció, cutre y poco creativo. Los actores por no tener, no tenían ni buen físico y en vestuario tampoco es que se hubieran gastado mucho.

Cuando volvió a donde estaba Sebastián, le comentó lo del espectáculo en la planta baja. Este lo miro estupefacto, movió la cabeza varias veces  en  clara señal de no poderse creer lo que estaba escuchando.

—¿Lo dices en serio?

—Sí, ¿por qué?  —La pregunta se ahogó en su garganta, no sabía qué barbaridad había dicho, pero lo que si tenía claro es que había metido la pata ¡y hasta el fondo!

—Hijo mío, ¡qué verdes estás! —En su cara se pintó una enorme sonrisa, que iluminó todo su rostro — Eso es el cuarto oscuro y lo que has visto, son  dos que les gustara exhibirse. ¡Vaya con las joyitas del Javier!

El candor llenó las mejillas del joven Guillermo que deseaba que la tierra se lo tragase o que un pterosaurio se lo llevara en el pico. ¡Lo que fuera, con tal de desaparecer de allí! Y si no fue suficiente con su planchazo, tuvo que aguantar durante unos momentos, la risa tonta que le había entrado al pijo malagueño. Lo miró y pensó: “Pues si supieras como se te marcan las patas de gallo, no te reías tanto. ¡Gracioso!”

Pero al malagueño, la ocurrencia del sevillano le había hecho muchísima  gracia y a pesar de que intentaba contener su risa (para no cabrear al muchacho, sobre todo), de vez en cuando le asaltaban unas incontroladas carcajadas. Por las que educadamente se disculpaba.

Poco después, Sebastián propuso a Guillermo pedir otra copa. Cuando entraron en el local,  intentaron localizar  a Arturo y Javier, pero sin éxito.

Tras una breve búsqueda, localizaron al joven y al maduro dándose besos y arrumacos en la penumbra de uno de los rincones del local. Sebas se acercó a ellos y de un modo netamente descortés, carraspeó, para hacer patente su presencia. Automáticamente Arturo y Javier, dejaron de besarse, separándose de manera brusca y hasta un poco avergonzados.

—Se ve que al niño, este local de maricones no le incomoda —Si las palabras del pijo malagueño hubieran sido cuchillos habrían acribillado sin pudor al joven sevillano. El  cual, dominado por la arrogancia de la juventud, se dispuso a contestar algo, pero fue detenido solapadamente por Javier que intercedió por él  ante Sebas.

—Perdónalo, hombre, es que se puso nervioso. Y ya sabes cómo es la juventud.

Los dos maduros cruzaron un par de silenciosas miradas, con las que se dieron a entender que era mejor zanjar el tema, si querían tener la fiesta en paz.

—No tengo nada que perdonarle, es tu amigo y por tanto lo es también mío —El tono del atractivo malagueño cambió radicalmente, por una  parte porque no quería aguar la noche y  por otra, porque veía que su actitud no le llevaba a ningún lado —. Veamos si al sitio que lo llevamos ahora,  es de su agrado también.

—¿A dónde vamos? —Preguntó Javier.

—A la Palladium —Fue la respuesta de Sebas.

“La Palladium” era la discoteca gay por antonomasia de la costa malagueña.  En ella confluían todo tipo de gente, aunque prioritariamente jóvenes ávidos de pasar una noche,  en donde la moderación tuviera vetado el paso.

La expresión de sorpresa de los dos chicos, al entrar en el local, no había con que equipararla. Si el bar de ambiente les pareció algo insólito y desconocido, la discoteca se les antojaba un templo de diversión, donde nada estaba prohibido. Nunca habían visitado antes un local de ambiente y para ellos, aquella noche estaba siendo un viaje del cero al cien, sin pasar por la casilla de salida.

Los chavales estaban expectantes  ante todo lo que sucedía a su alrededor, a diferencia del Men's, donde todo era más sórdido y  tenía una  clara intención sexual,  en el ambiente de la discoteca se respiraba un aire de absoluta libertad. Observaron a la gente, como si de una atracción de feria se tratara, aunque había mucho afeminado y mucha loca, que tanto a Arturo como a Guillermo incluso les molestaban, también  los había varoniles, con cuerpos esculturales,  tipos que si  no fuera por donde se encontraban, jamás hubieran pensado que eran homosexuales.  Pero fueran como fueran, todos tenían algo en común con ellos: se lo  estaban pasando  bien y anhelaban una noche de placer entre los brazos de un hombre.

Los dos maduros se miraron sonriendo levemente. A su mente vinieron momentos de un pasado,  en los que no sabían si eran más inocentes, que ignorantes, o ambas cosas en la misma medida.

Arturo y Guillermo se lo pasaron pipa. El local eran espectacular  y aunque era un monumento al arte “neocateto”, los dos jóvenes alucinaron con todos y cada uno de los detalles de la decoración del local. 

Al poco de estar en la discoteca,  Arturo fue a los  servicios y lo que encontró allí le dejó bastante sorprendido. Tanto, que abandonó a sus acompañantes varias veces en el transcurso de la noche, con la inverosímil excusa de que se “meaba a chorros”.

Sobre las cuatro de la noche, hora en que Javier y Sebastián decidieron que ya estaba bien de pasear el palmito, los cuatro hombres abandonaron el concurrido local. Muy a pesar de los muchachos, quienes aún seguían teniendo ganas de marcha, pero donde hay patrón, no manda marinero...

De camino a casa, el entrenador y el compañero de Arturo se volvieron a sentar en la parte trasera del ostentoso auto, esta vez, sin ningún miramiento hacia  los otros dos ocupantes del vehículo, sus bocas se fundieron en un apasionado beso, mientras sus manos acariciaban indecorosamente el cuerpo del otro. Guillermo miró a Sebas, buscando su parecer sobre ello, un inexpresivo rostro fue la única respuesta que encontró el muchacho, el cual no salía de su asombro. Y es que, por mucho que quisiera adaptarse al devenir de los acontecimientos de aquel día, todo le superaba. Primero la orgía en la piscina, después el restaurante para gays, el bar de ambiente con su cuarto oscuro, la discoteca.... Todo aquello, rebasaba de largo, lo que él esperaba del fin de semana en Torremolinos. Y lo mejor: ¡nada más había hecho empezar!

Una vez llegaron al  Chalet, Arturo y Javier  se despidieron  hasta el día siguiente y se fueron juntos al dormitorio del entrenador. Guillermo, dio las buenas noches a Sebastián y se dirigió hacia el cuarto que le habían asignado.

Mientras se desnudaba,  se puso a imaginar lo que podía estar aconteciendo en la habitación de Javier entre él y su compañero de equipo. Únicamente  fue fantasear, con verlos desnudo, continuando lo que venían haciendo en el coche  y su polla pareció tomar vida.  Instintivamente, posó su mano sobre el trozo de carne de su entrepierna,  este se había puesto duro a más no poder, dando muestras de su vigor característico. Se bajó los bóxer azules, dejando a la vista un culo redondo y peludo. Al mismo tiempo que movía la piel de su cipote, cubriendo y descubriendo su hermoso glande, su otra mano buscaba una de sus tetillas, tocando suavemente con sus dedos su oscuro pezón. Ensimismado como estaba, entregado a las artes del “amor propio”, no fue consciente de que tenía compañía, hasta que una voz contundente lo saco de su embelesado estado.

—¡Me parece inaudito! Yo a escasos metros de ti y prefieres complacerte en soledad —Quien así hablaba era el dueño de la casa, el cual vestido con unos slips blanco de seda, había invadido sigilosamente la intimidad del muchacho.

Guillermo se quedó petrificado, con la mano izquierda acariciándose el pecho  y con la mano derecha agarrando su erecto miembro. Estaba tan avergonzado, que ni se movió un ápice. Sebas avanzó  sensualmente hacia él y, sin mediar palabra, sustituyó la mano derecha del muchacho por la suya.

—No te molesta que siga yo, ¿no? —La ronca voz de Sebastián estaba impregnada de una acertada sensualidad.

—No, para nada —Musitó el joven sevillano, el cual una vez salido de su asombro, comenzó a relajarse.

La mano del maduro malagueño agarró el tronco de carne, acariciando suavemente con sus dedos  la venosa piel, para después pararse en la cabeza y cubrir delicadamente con el prepucio el glande. Instintivamente buscó los ojos del muchacho, estos rebosaban de lujuria. Al sentirse observado, una  tímida sonrisa inundó el rostro de Guillermo.  Sebas le respondió  mordiéndose levemente el labio. Para cuando se quisieron dar cuenta, se encontraban abrazados el uno al otro fundiéndose en un apasionado beso.

Mientras sus lenguas danzaban al compás del deseo, las manos del malagueño repasaban la robusta espalda del chico, hasta llegar a su trasero, magreando este de forma desproporcionada. Guillermo metió las manos bajo los slips de seda, al tocar el flácido trasero del malagueño, el desencanto hizo una breve parada en su mente, pero era tanto lo que aquel tío le ponía, que aquella carencia anatómica, le pareció un detalle nimio. Pues  el malagueño, a pesar de estar fibrado y musculado de cintura para arriba a más no poder. Se veía que en sus entrenamientos prestaba poca atención a  las piernas, y como consecuencia, su  culo  presentaba un aspecto blando y fofo, que le restaba no  bastante poco atractivo.

Sebas detuvo súbitamente el muerdo que le estaba propinando al muchacho. Separó su cabeza de la de éste y, levantando  la barbilla del joven sevillano  de una forma que rozó lo erótico, le dijo con su ronca y sensual voz:

—¿Te apetece pasar la noche conmigo?

El robusto chico sintió como los grandes ojos negros del maduro malagueño se clavaban en los suyos en espera de una respuesta. El muchacho asintió con la cabeza, dejando entrever una expresión que mezclaba la alegría y el deseo por igual.

Ante la contestación del chaval, el malagueño volvió a abrazar y besar a éste,  con más pasión si cabe.

En el trayecto hacia el dormitorio del dueño de la casa, los dos hombres pasaron ante la habitación que Javier tenía asignada. De su interior, salían una serie de quejidos acompasados, señal ineludible de que Arturo y el entrenador se encontraban en plena faena. Sebastián y Guillermo se miraron, exhibiendo una pícara sonrisa de complicidad.

Cuando el pijo malagueño abrió la puerta de su dormitorio. La sorpresa del joven no pudo ser mayor. Aquel cuarto era de todo menos discreto. Ya no era su tamaño, que era tres veces la alcoba de los padres de Guillermo. Tampoco la amplia cama, más de dos metros de ancho y tanto de largo era lo que más llamaba la atención. Lo que tenía completamente perplejo al muchacho, era la cantidad de espejos que había por todos lados, los había hasta en el techo, colocados estratégicamente sobre la cama. La estancia rozaba muy de cerca lo hortera, pero el sevillano completamente estupefacto soltó un prolongado “¡Guau!”.

—Te gusta mi picadero, ¿ein? —Dijo completamente pagado de sí mismo, Sebastián a la vez que cogía tiernamente al muchacho por los hombros —¡Niño! ¿Qué te pasa que estás completamente tenso? ¡Tienes los hombros hechos un bloque!

Guillermo miró de reojo al atractivo maduro, un poco sorprendido por su observación, pues no  se sentía tan rígido como señalaba el malagueño. Pero expectante ante lo que pudiera sugerir con dicho comentario, no objeto nada.

Las manos de Sebastián se posaron sobre los hombros del chaval con delicadeza, en un principio, para a continuación hacerlo con mayor rudeza. Cuando sus pulgares apretaron sus omóplatos, el jovencito lanzó un leve quejido.

—¡Deja los brazos dormidos! ¡Relájate! —La ronca voz del malagueño estaba impregnada de una innata sensualidad.  Guillermo incapaz de  oponer algún impedimento, se dejó llevar.

Cuando se quiso dar cuenta, estaba tendido boca abajo sobre la extensa cama, dejándose practicar un elaborado masaje por el madurito, el cual estaba semisentado sobre su zona lumbar. A pesar, de que Sebas le insistía largamente con la cantinela de que se relajara y disfrutara, Guillermo hacia lo segundo, porque lo que era relajarse, no se relajaba mucho. El simple hecho de sentir las manos del  malagueño pasear desde sus cervicales  hasta el final de la espalda, lo tenían como una moto. Y la polla parecía que le iba a estallar dentro del bóxer ¡La impaciencia de la juventud!

Una de las veces que las manos del maduro viajaron hasta su zona lumbar. Estas se detuvieron en su culo  y, bajando el bóxer, empezaron a masajear de manera indecorosa sus glúteos. El joven sevillano creyó que se moría de gusto. No era lo que le estaba haciendo, era la calma con la que lo efectuaba. Acostumbrado a Arturo y Javier, que eran de todo menos delicados. Sebastián lo tocaba de una manera que   reunía sensibilidad y vigor por igual. El chaval estaba encantando y se dejaba hacer sin limitaciones.

Por eso, cuando el hombre sustituyó sus manos por su lengua, el joven creyó tocar el cielo.  No podía dejar de suspirar mientras sentía como con fuerza, pero a la vez delicadamente, Sebastián apartaba sus cachetes para facilitar el camino hacia el  ano del chico, como con su rugosa lengua empapaba el peludo hoyo  y como con la endurecida punta de ésta pegaba pequeños golpecitos sobre el viscoso orificio. ¡Nunca le habían practicado un  beso negro con tanta maestría!

Las manos del hombre, agarrando al muchachito por la pelvis, tiraron de él hacia atrás para hacer más cómoda y placentera la de gustación del exquisito manjar. En el momento que  las manos del maduro rozaron sin querer la prominencia de  la  entrepierna del chico, y sin dejar de succionar el peludo agujero, éste comenzó a masajear el miembro del chico. El joven sevillano estaba completamente fuera de sí, era como si el corazón en cualquier momento le fuera a estallar. No sabía si porque el tío le gustaba mucho, porque sabía cómo tocarle o por ambas cosas. Pero, fuera lo que fuera, él estaba disfrutando como nunca lo había hecho hasta entonces. Estaba tan entregado, que no le hubiera importado perder, en ese momento,  la virginidad de su culo con el malagueño. Pues si era tan bueno con la lengua, ¡con la polla tenía que ser la hostia!

Sebas se tomó su tiempo en saborear aquel manjar. Paseo su lengua y su boca por cada rincón del trasero del chaval, humedeciendo su agujero con su caliente saliva, mordisqueando sus peludos y apretados glúteos, paseando sus dedos por los vellos que poblaban todo su trasero. Aquel culo era una maravilla y estaba hecho para disfrutar de él.

Lubricado como estaba el agujero del muchacho por los calientes jugos  del malagueño, este intentó meter levemente uno de sus dedos. Un dolor insoportable hizo presa del muchacho, quien lanzó un gutural quejido.

—¡Pues sí que estás por estrenar! —Dijo el atractivo maduro,  como corroborando algo que ya sabía.

Sin comentar más nada, prosiguió chupando el ano del chico, esta vez  su lengua amplió el recorrido desde al peludo agujero hasta la base de los testículos, pasando  muy despacio por la zona del perineo. Lo siguiente que entraba en la boca de Sebastián, era la perfecta polla del sevillano Porque el miembro de Guillermo, sin ser muy grande (algo más de la media, pero tampoco mucho), tiene una de las erecciones más hermosas que se pueden ver. Aún en todo su esplendor, la piel cubre completamente su glande, y una ancha vena la recorre desde éste hasta la base, donde unos enormes y oscuros testículos cuelgan como si desafiaran a la ley de la gravedad. ¡Una churra como Dios manda!

Si la boca del madurito, había hecho un buen trabajo en la popa del chaval, en el mástil de proa tampoco se estaba quedando corto. En primer lugar, tras unas breves succiones que sacaron varios gemidos de los labios del joven, la lengua del malagueño empezó a recorrer los pliegues internos del glande del muchacho, con una maestría y finura, que distaba mucho de los mete y saca habituales.

Cuando se cansó de saborear el exquisito y morado capullo, paseó la lengua desde la cabeza hasta la base, para terminar succionando suavemente los huevos del chico. Esto último, aunque un poco doloroso, resultó ser de lo más placentero para el chico.

A pesar de estar sumido en el inmenso gozo que le estaba proporcionando la candente boca del malagueño. Guillermo alargó su mano hacia la entrepierna de éste, hasta alcanzar el delgado cipote de Sebastián. Al igual que el de joven sevillano estaba  sin circuncidar, por lo que la cabeza quedaba morbosamente cubierta. Cuando el muchacho tuvo aquella larga barra entre sus dedos, la apretó suavemente, disfrutando al máximo de su dureza. 

Hubo un momento, en que el maduro dejó de chupar la polla del chaval, se incorporó y le dio un apasionado beso. Al sentir como la lengua del malagueño danzaba apasionadamente en el interior de su boca, un escalofrió recorrió la espina dorsal del muchacho. ¡Qué manera de besar tenía el cabrón! Aquel día, el sevillano aprendió de motu proprio, cuanto de verdad había en la frase: “la veteranía  es un grado”. La experiencia en las artes amatorias de aquel cuarentón lo estaban llevando a descubrir sensaciones que no sabía que existieran.

Hubo un momento en que Sebas separó sus labios de los de Guillermo, a continuación lanzó su boca en un apasionado viaje desde la barbilla hasta su cuello. Para terminar mordisqueando suavemente sus hombros.

Por su parte el chico, lejos de perder el tiempo, jugaba con su mano izquierda en una de sus tetillas y con la derecha acariciaba tiernamente la nuca del madurito.

Guillermo nunca había tenido los sentidos tan a flor de piel. Nunca su cuerpo había sido recipiente de tantas y tan agradables sensaciones. Por eso, cuando Sebas le pidió  sensualmente que le besara la polla, el chaval se entregó  sin reservas y de los besos sobre el glande del erecto y delgado miembro, pasó  a succionar  la polla del maduro. Primero muy suave, para después dejarse mecer por la lujuria y aumentar el ritmo.

Mientras el chico, pasaba la lengua por el hermoso capullo del maduro y de cuando en cuando, se la tragaba en su totalidad. El malagueño, haciendo alarde de sus asombrosas  habilidades en la cama, alcanzó uno de los pies del muchacho y tras acariciarlo sensualmente, comenzó a besarlo como si le fuera la vida en ello.   

La postura era de lo más inusual, podía parecer el  clásico 69, pero aquello que  el malagueño  chupaba  con la misma pasión que si fuera un miembro viril era uno de los pies del joven sevillano.

Mientras engullía el vigoroso trozo de carne, Guillermo miró a su alrededor, el increíble espectáculo que ofrecían el conjunto de espejos  no tenía comparación con nada que antes hubiera visto el inexperto joven.  Se podían ver desde todos los ángulos, desde cada uno de los rincones de la habitación. Por un momento,  se creyó  en una especie de  casa de los espejos. Verse, mientras realizaba el acto sexual,  de tantas y variadas maneras, lejos de avergonzarlo, hicieron que se excitará más aún y prosiguiera chupando con más intensidad la polla del malagueño.

Fue tanta la pasión que el chico puso que,  al poco,  Sebastián se convulsionaba mecido por los brazos del placer. Como pudo, sacó su miembro de la boca de Guillermo y derramó una blanca mancha de esperma sobre el rudo rostro del joven.

Aún con el semen,  resbalando por su cara de forma copiosa. El chaval, se incorporó, para de rodillas sobre la cama, sentarse sobre el abdomen del maduro. Una vez allí, su mano comenzó a “zambombear” su miembro de forma frenética. Cuando el joven se corrió, no pudo reprimir un doloroso grito  de placer que invadió el silencio de la noche, a la vez que tres inmensos trallazos blancos se desperdigaron sobre el peludo pecho del pijo malagueño.

Extenuado, se tendió a su lado y buscó sus labios. El cuarentón le respondió con un prolongado y cariñoso beso, a la vez que pegaba tiernamente su cuerpo al del joven sevillano.

Cuando la ternura dio paso al cansancio, Sebastián sugirió al muchacho darse una ducha. Mientras limpiaban su piel de los  resquicios sexuales, los dos hombres siguieron besándose y abrazándose, disfrutando el momento en todo su esplendor.

—¡Qué pedazo de culo tienes chaval! — Dijo el cuarentón sin miramientos — El que te estrene, va disfrutar de lo lindo.

—Pues ha habido  un momento en que no me hubieras importado que fueras tú — Contestó el muchacho con total descaro.

— Y yo lo he notado. Lo que pasa que ese placer está reservado para otro.

—¿Otro? —Preguntó el joven  con total perplejidad, ante lo que escuchaba.

—¡Joder! ¡Lo que yo te diga! ¡Este tío es un bunker! — Al decir esto último resopló un poco, como si no diera crédito a lo que estaba pensando. Y como vio, que Guillermo tampoco, Sebastián le echó la mano sobre el hombro a éste y en una pose, características de los padres cuando quieren hacer comprender a los hijos algo que no es agradable,  le dijo — Entonces,  ¿tú no sabes la razón por la que  Javier os ha traído a mi casa este fin de semana?

—Ya te  he dicho, nos dijo que era un amigo,  suponíamos que veníamos a pegarnos el lote de follar y eso… — Guillermo arrastraba  las palabras al hablar de manera insegura.

— O sea, ¿que no os  ha dicho cuál es la misión con la que os ha traído a mi casa? — Al decir esto, un gesto de desconcierto llena la cara del  malagueño.

— No —La negativa por parte del joven fue de lo más  tajante.

—Pues la misión con la que te ha traído, a ti concretamente, es porque está loco por partirte el culo — Al decir esto, una sonrisa maliciosa se dibujó en el rostro de Sebas

Nunca fuimos ángeles.

 

Al oír las rotundas palabras del maduro malagueño, las mejillas del muchacho se sonrojaron, a la misma vez que el animal  de su entrepierna pareció tomar vida. Y es que por una razón que no terminaba de discernir, la sola mención de ser penetrado por su entrenador, lo excitaba de una manera bestial.

Su acompañante al darse cuenta de como el miembro del muchacho se había empinado, lo miro sonriendo y le dijo:

—Se ve que aunque a ti te asuste, a tu hermanito no le disgusta mucho. Se diría que está deseando, más bien.

El joven sevillano bajo la mirada, como si se avergonzara de lo sucedido. El atractivo maduro le cogió suavemente por la barbilla y, cuando tuvo sus ojos a la altura de los suyos, lo miro tiernamente diciéndole:

—No te preocupes, chaval. Una cosa es las intenciones del amigo Javier y otra es lo que termine pasando. Y te puedo garantizar que no va a suceder nada que tú no quieras.

—... a mi no me importa... —Contestó Guillermo con un leve hilo de voz —Si te he de ser sincero, en parte estoy deseando, pero es que…

—... el tío tiene un pollón —Dijo Sebas, terminando de forma contundente la frase del chaval,  para continuar diciendo con una amplia sonrisa dibujada en su rostro —Pero aunque te pueda parecer imposible. Un bicharraco así puede entrar por un agujero tan estrecho como el tuyo. ¡Y  sé de lo que hablo!

Guillermo buscó los ojos del malagueño, estos rezumaban sinceridad. Impulsivamente, le dio un pequeño beso en los labios y después sin decir nada se abrazó a él de la manera más tierna.

Una vez se terminaron de duchar y se secaron.  Sebas se tendió en la extensa cama e invitó al joven que lo hiciera a su lado. Guillermo se abrazó  al poblado y fibrado pecho del malagueño, posó sus labios sobre una de sus tetillas y como el que no quiere la cosa, alargo su mano al pene de éste.

—Ya no hay nada que hacer, chaval —Dijo socarronamente el madurito —Esta ha cumplido con creces su cometido hoy, pero no te preocupes, mañana no te vas a quedar insatisfecho. ¡Te doy mi palabra!

—¿Me dolerá? —Preguntó tímidamente el jovencito.

—Yo procuraré de que no —Dijo tranquilizadoramente Sebas —, pero si te duele esperemos que sea un doloroso placer. De todas maneras, insisto, no haremos nada que tú no desees realmente. Se trata de disfrutar, no de pasarlo mal ¿ok?

—Ok —Contestó el muchacho con una dulce sonrisa en sus labios.

Agotados como estaban, tardaron poco en dormirse. El último pensamiento que cruzó la mente del sevillano fue que dormir al lado de alguien con el que has terminado de tener sexo era una delicia y que aunque aquella vez era la primera, procuraría que no fuera  la última. 

Cuando  despertó, se encontraba sólo. Busco un reloj en la habitación y no había ninguno. El pijo malagueño debió pensar que un aparato así no iba mucho con la estética de casa de los espejos de aquel dormitorio. Ante la imposibilidad de saber la hora que era, el muchacho localizó sus bóxers, se los puso y se dirigió, con los ojos aún pegados por las legañas, hacia el cuarto de invitados. Pues allí, se hallaba su equipaje.

Por el camino pudo comprobar que el día estaba ya avanzado, pues así lo evidenciaba   la luz que entraba por la cristalera del extenso pasillo. Al pasar por el dormitorio de Javier, el cual tenía las puertas abiertas de par en par,  constató que hasta Arturo, con lo perezoso que era,  se había levantado ya, pues el   cuarto  se encontraba vacío. En el suelo se podía ver un amasijo de sabanas, fiel reflejo de lo movidita que había sido la noche entre aquellas cuatro paredes.

Una vez en su habitación, se pegó una ducha rápida, se puso un pantalón corto y salió “escopetado” escaleras abajo. Cuando llegó a la terraza, donde estaban sus amigos. Estos, aún, se encontraban  desayunando. Lo que tranquilizó levemente al joven sevillano (pues no llegaba tan tarde como él se temía), pero su paz interior fue rota por   la ronca, y a veces desagradable voz, de su compañero de equipo, Arturo:

—¡Por fin se despertó el señorito! —Aunque lo decía en tono de broma,  el reproche era más que  evidente.

No es que Arturo fuera la amabilidad personificada, pero desde que habían llegado a Torremolinos, estaba más insoportable de lo normal. No había hecho otra cosa que protestar de todos y por todo. Guillermo sólo tuvo que sumar dos y dos, para saber la razón de su irascibilidad: celos. Un sentimiento, a veces, tan enfermizo como traicionero, máxime, si como en el caso de Arturo, era el  resultado de sumar el amor con la envidia.

Pues, por mucho que él lo negara, Arturo bebía los vientos por Javier. Y en esa relación a tres que mantenían con Guillermo, éste último siempre era el tercero en discordia, el suplemento necesario, pero a la vez prescindible. Pero este fin de semana en la costa malagueña, Guillermo había pasado de ser extra con frase, al verdadero protagonista. Y todo, porque tenía algo que Arturo dejó de poseer hacía mucho tiempo: un culo virgen. Y ante tal evidencia, al joven jugador, sólo le quedaba el derecho al pataleo.

Guillermo, pasó por alto el comentario de su “amigo”. Dio los buenos días y se disculpó por su tardanza, a lo que Javier, con un tono más amable de lo normal en él, le dijo:

—No te preocupes, hombre. Si nosotros acabamos de levantarnos. Además, aquí hemos venido a descansar y a disfrutar —El descarado  hincapié que hizo sobre la última palabra, fue captado por sus acompañantes. Quienes no pudieron evitar sonreír pícaramente.

Una vez concluyeron el desayuno, el anfitrión de manera solemne y haciendo muchos aspavientos con las manos, hizo una proposición:

—Bueno, los caballeros que prefieren. Pasar el día en la piscina para después terminar follando o saltarse lo de la piscina, y pasarnos todo el día follando.

Javier sonrió ante la ocurrencia del pijo malagueño. Los dos muchachos se miraron y, sin mediar palabra entre ellos, soltaron casi al unísono:

—¡Pasarnos todo  el día follando!

Sebastián miró a Javier, se encogió de hombros y, con una placentera sonrisa en sus labios, le dijo:

—¡Si tienen dieciocho años! ¡No sé, ni para que  pregunto!

Como, si las palabras del dueño de la casa hubieran sido el pistoletazo de salida para “todo vale”. Arturo se fue para Javier y comenzó a besarlo. Cuando el malagueño, los vio. Los interrumpió diciendo:

—¡Javier, aquí no! Vayamos mejor a la sala.

La solemnidad con la que el atractivo maduro dijo “la sala”, intrigó someramente a los muchachos, quienes se miraron constatando la ignorancia de ambos ante lo que pudiese ser la dichosa “sala”. De inmediato, Guillermo fijo sus ojos en Sebas, en espera de una respuesta, la cual no se hizo  esperar.

—No se asusten chicos, la sala no es nada malo. Es una especie de Disneylandia sexual que me he montado en el sótano de la casa —La naturalidad con la que el malagueño metió Disneylandia y sexual en la misma frase, lejos de tranquilizar a los dos jóvenes, los inquietó más aún —, pero mejor que lo veáis con vuestros propios ojos. Si los señoritos, hacen el favor de seguirme —Al decir esto último  el anfitrión, sonriendo agradablemente, hizo  un gesto con la mano cargado de comicidad, invitándolos a pasar al interior del chalet.

Los dos chavales, sin meditar las consecuencias de sus actos, dirigieron sus pasos hacia la vivienda, movidos tanto por la curiosidad, como por el deseo.

A la vez que avanzaban por el culto al arte neo-hortera que era la extensa mansión, Guillermo sentía  como un pequeño pellizco se le cogía  en la boca del estómago, aunque Sebas lo había intentado tranquilizar diciéndole aquello de que no pasaría nada que él no quisiera, la vida le había enseñado que la gente miente más que habla y a la vez que  las personas se hacen mayores, su capacidad para decir una cosa y luego hacer otra, aumentaba de forma geométrica.

Por ese motivo, cuando tras bajar unas estrechas escaleras, llegaron ante una sala con una puerta de características similares a la de las cajas de seguridad de los bancos, el joven sevillano sintió  como  un escalofrió le recorrió toda la médula espinal. Su pánico a lo desconocido se acrecentó más todavía, al ver como el pijo malagueño marcaba una clave de seguridad en un panel de la pared, indispensable paso previo para  acceder  a “la sala”. Fuera lo que fuera, lo que había en su interior, era algo muy privado, tan secreto, que Sebas había tomado todo tipo de precauciones, para impedir que estuviera al alcance  de ojos ajenos.

Cuando el maduro malagueño empujó la pesada puerta metálica, de forma automática,  en su interior se encendieron unas casi deslumbrantes luces, mostrando algo que sorprendería al más pintado. Y es que lo de Dysnelandia del sexo, no podía ser más clarificador de lo que albergaba la extensa sala. Su visión era perturbadoramente excitante.

Las dimensiones de la habitación eran inmensas, podría ocupar casi toda la parte baja de la vivienda. A ambos lados, unas especies de estanterías con cristaleras, las cuales  ocupaban todo el lateral de la grandiosa sala. En cada uno de los pisos del colosal mueble se podían visionar todo tipo de juguetes sexuales, desde dildos de diferentes tamaños y formas, a arneses de cuero negro.  Había un par de mesas sobre las que descansaban todo tipo de prendas de cuero: chaquetas, pantalones, suspensorios.. El sueño de todo amante del “leather”. Al fondo, había dos enormes camas, sobre las que tranquilamente podrían caber diez personas. También llamaban la atención una especie de bancos, con la altura justa para follar sobre ellos en la postura del perrito, desperdigados, casi de modo estratégico,  por toda la estancia.

Pero lo más impresionante de todo  eran los objetos que colgaban del techo: correas que terminaban en una especie de esposas metálicas, dos especies de hamacas formadas por unas anchas tiras de cuero, las cuales pendían  de una especie de cadenas plateadas.

A pesar de que la limpieza era palpable, el olor a podredumbre que emanaba el pequeño recinto era insoportable. Guillermo se asustó un poco ante el oscuro panorama que se presentaba ante él, buscó la complicidad de Arturo, pero éste estaba muy lejos de tener miedo. Sus ojos brillaban como nunca, el sexo para él era un juego y  aquel homenaje al placer sin barreras que era la habitación secreta de Sebas, lo estaba poniendo como una moto.  Preso de la excitación, abría y cerraba las manos a la vez que se mordía los labios. Sólo   elucubrar la infinidad de sensaciones prohibidas y ocultas que se  estaban poniendo  a su alcance, hacía que su corazón palpitara como una bomba de relojería.

Fue tanta la emoción que Guillermo vio en su compañero, que hizo de tripas corazón, se cayó sus temores y se agarró a la tabla de salvamento que eran para él  las palabras de Sebas: “No haremos nada que tú no desees realmente”.

—¿Qué os parece mi Disneylandia del amor? —Preguntó Sebas con una sonrisa de plena satisfacción.

—¡Mooolaaa! —Dijo Arturo abriendo los ojos como platos, en un  intento de  absorber con la mirada cada resquicio de la sala.

Guillermo no dijo nada, ni le gustaba, ni le dejaba de gustar. Por un lado, tenía miedo de que los acontecimientos se desbocaran y terminar haciendo algo de lo que se arrepentiría toda su vida. Por otra parte, nunca había disfrutado tanto como en la improvisada orgía de la piscina del día anterior. ¿Por qué no relajarse y dejarse llevar? Así que escondió sus temores en lo más profundo de su ser, hizo de su capa un sayo, se acercó a una de las estanterías, cogió un inmenso pollón negro de plástico y dijo, con un descaro impropio de él:

—¿Y esto le entra a alguien?

Javier y Sebas se miraron y contestaron  al unísono:

—¡Siiii!

El muchacho, al ver con el desparpajo que su entrenador actuaba en la compañía del pijo malagueño, le siguió el juego y con un ademán carente de vergüenza alguna, se acercó a Javier y apretando su paquete entre las manos le dijo de un modo que rozó lo soez:

—Pues entonces, si eso entra, con esta otra  no habrá problema alguno.

El descaro con el que Guillermo enfrentó la situación, sorprendió sumamente a sus acompañantes, los cuales no pudieron evitar sonreír. A excepción  de Arturo que frunció el entrecejo a ser consciente de que ese día, pasara lo que pasara, no sería el más guapo del baile.

Lo más insólito de todo fue que, pese a haber estado todo el tiempo  bordeando la costa del placer con sus comentarios, hasta ese preciso momento los cuatro hombres no fueron consciente de la sesión sexual que se les venía encima y, en un acto irreflexivo cien por cien,  sus miembros viriles empezaron a tomar vida de forma desmedida.

La segunda vez que Guillermo acercó, medio en broma, medio en serio, su mano al paquete del entrenador cuarentón, este ya no se encontraba flácido, sino que una notable rigidez lo recorría en todo su esplendor. Esta vez la mano de Guillermo, se detuvo más que unos leves segundos y comenzó a acariciar el cipote por encima de la tela, creciendo éste, más si cabe, a cada pequeño roce de los dedos del muchacho.

El tonteo sexual acabó con el joven sevillano abrazado a el entrenador y compartiendo un ferviente beso. Mientras la lengua de Javier se deslizaba por todos los rincones de la caliente y húmeda boca de Guillermo, este sintió como le arrebataban el inmenso dildo de las manos. Era Arturo, que sintiéndose levemente apartado, buscaba de nuevo ser el centro de atención.

Guillermo, conocedor de su poca falta de sutileza, comenzó a observarlo por el rabillo del ojo, mientras proseguía besando a Javier. Y es que, con tal de tener a todo el mundo pendiente de él, el compañero de equipo de Guillermo era capaz de cualquier cosa.

Y cualquier cosa fue meterse, sin titubear, la enorme polla de látex en la boca. Consiguiendo que Sebas se fijase en él.

—¡Joder, Javier! —Dijo sorprendido el pijo malagueño —¡ Vaya lo bien entrenado que tienes a los niños de tu equipo!

Al oír el comentario del dueño de la casa, Javier interrumpió el tierno momento que estaba compartiendo con Guillermo. Con lo que las ansias de “joder la marrana” de Arturo quedaron saciadas. Había que reconocer, que  en lo referente a  dar la nota, muy poca gente le ganaba al desvergonzado Sevillano.

Ver como se metía el cachivache negro en la boca y como lo empapaba con su saliva, era un espectáculo de lo más excitante. Javier,  sin contemplaciones  de ningún tipo, se bajó la portañuela y se sacó la polla  para masturbarse a continuación, inspirado por la provocadora  visión.

Sebas emuló el acto de su amigo y al poco los dos maduros estaban pajeándose mientras veían la teatral fellatio.  Como Guillermo no se animaba, los dos maduritos lo invitaron a dejar su timidez al lado, sacara su cipote fuera y los acompañara en la  espontanea paja.

La escena era caliente  y surrealista  por igual, tres hombres simulando una masturbación mientras miraban como un joven fingía hacer una mamada a un pene de látex. Arturo consecuente con que su pequeño teatro no daba más de sí, se bajó los pantalones y poniéndose en pompas comenzó a pasear el enorme e inerte cipote por la raja de sus glúteos.

Los sensuales movimientos del muchacho abrieron una puerta que tanto Sebas como Javier supusieron, de antemano, que tendrían cerrada: poder usar los juguetes con los chavales.

 Sebas dejó de acariciarse la polla y se acercó a  Arturo, le quitó al joven sevillano el dildo de la mano para, a  continuación,  proseguir él con el depravado juego iniciado por el muchachito. Escupió  enérgicamente en la raja del chico y, a continuación, paseo el cipote negro por ella de manera perpendicular. Cuando comprobó que Arturo no le hacía ascos a aquello. Miró a Guillermo y ,en un tono que rozó la chulería, le dijo:

—Guillermito, ¿tú no querías saber si esto entraba o no entraba?

El chaval que aún seguía masturbándose, al oír aquello, no pudo evitar mirar a su entrenador y morderse el labio con total lascivia. 

Poco después, Sebas hizo  subirse a Arturo en una de las hamacas de cuero que colgaban del techo. El musculado joven tumbado sobre las pendulares tiras de cuero, era una visión que dejaba paso a cualquier pecaminoso pensamiento. Ver como plegaba sus vigorosas piernas sobre su pecho para mostrar un peludo y oscuro trasero, se la pondría dura a cualquiera. Pues era tan clara la predisposición de Arturo, a dejarse hacer, que era más difícil resistirse que caer en la tentación.

Mientras el joven sevillano se acomodaba en la sexual hamaca, Sebas pidió a Guillermo y a Javier que se desvistieran por completo. Al poco, le facilitó un arnés de cuero y metal  a Javier para que se lo pusiera. El hizo lo mismo con otro similar y a continuación se puso unos pantalones de cuero que dejaban al descubierto sus glúteos y sus genitales. Vestido de aquella guisa, el   musculoso hombre parecía salido del reparto de una película de sado (De las de bajo presupuesto, claro está...). 

—¿Queréis poneros uno? —Preguntó dirigiéndose a Guillermo y a su entrenador.

Ambos respondieron afirmativamente y se dirigieron a la mesa sobre la que se encontraba la morbosa indumentaria. Mientras buscaba un pantalón que se adaptará a él, Guillermo no pudo evitar pensar en lo kafkiano de la situación. Se suponía que iban a disfrutar de sus cuerpos, que todo aquello se había montado para entregar su virginal culo al entrenador. ¿Era necesario tanta parafernalia?

Aquel rollo del cuero y de los juguetitos eróticos no le desagradaba. Pero era tanto el pánico que le producía ser penetrado por el entrenador que todo el teatro que se estaban montado los dos maduritos con ellos, lejos de excitarle, sólo le provocaba  un nudo en la boca del estómago. ¿Cómo se puede desear tanto una cosa y a la vez temerla, en la misma medida?

Mientras los dos hombres terminaban de prepararse para el pequeño “retablillo” sexual. El pijo malagueño no perdía el tiempo y paseaba sus ensalivados dedos por el orificio anal del joven Arturo. Este, excitado como estaba, no paraba de morderse el labio y resoplar placenteramente, ante las magistrales caricias del cuarentón. Y es que el joven adolescente, acostumbrado como estaba a la rudeza de Javier y a la inexperiencia de su compañero de equipo, la magistral delicadeza con la cual el pijo malagueño lo tocaba, le parecía  todo un “bocatto di cardinale”.

Cuando Guillermo y el entrenador se incorporaron a la caliente escena, el cuarentón malagueño había logrado ya  introducir dos dedos en el esfínter del adolescente, con la única lubricación de un poco de saliva. Sebas se  detuvo un momento para observar que tal le sentaba a los dos hombres la indumentaria que él les había propuesto. Javier era puro morbo, el cuero se marcaba a sus piernacas como una segunda piel, su polla emergía como un mastil entre los cordones que se ataban a su cintura. Guillermo por el contrario, para sorpresa del anfitrión, venía completamente desnudo.

—¡¿Por qué no te has puesto nada?! —El tono de Sebas se asemejaba más a una orden que una pregunta.

—Todo me estaba muy grande —Dijo disculpándose Guillermo.

—¡Hijo mío, es que eres lo mínimo que se despacha en hombre!—Dijo Arturo  en un tono hiriente, incorporándose levemente.

¿Se podía ser más irritante que este niñato? No sólo se pasaba tres pueblos con sus comentarios, además todo su afán  era dejar mal a su compañero. ¡Parecía mentira que fueran amantes! ¿Por qué cuando no podemos conseguir algo por las buenas, los seres humanos nos empeñamos en hacer daño a quien menos culpa tiene?

El caso era, que los celos corroían por dentro a Arturo. Él quería ser lo más importante para Javier, ser el centro de su mundo... Pero aquel fin de semana,  todos los sentidos del hombre que quería, tenían un único objetivo: hacer suyo a Guillermo. Y como, por miedo a perderlo, no se atrevía a reprocharle  nada a su entrenador. La diana de sus ataques no era otra que la persona del noble Guillermo.

—No te preocupes, chaval- El tono de Sebas era más amable de lo normal, en un afán de tranquilizar al pobre muchacho —Si para lo que te vamos a hacer estarás más cómodo así —  Y volviéndose hacia Arturo le preguntó a éste con una completa naturalidad —  ¿Y nosotros por dónde íbamos?

 El dueño de la casa volvió a escupir en el peludo agujero y prosiguió introduciendo sus dedos en el estrecho canal. A pesar de que el chaval dilataba con facilidad, meter el tercer dedo encontró un poco de dificultad.

—¡Javier! ¿Por qué no me alcanzas un bote de lubricante de esos que están en una de las repisas altas de la izquierda? —Dijo Sebas señalando con la mano y  sin dejar de penetrar con sus dedos al joven sevillano.

El entrenador, abandonado  el simulacro de masturbación en el cual estaba sumido, se dirigió hacia donde le había indicado su amigo. Y una vez dio  un bote de color negro,  a Sebas. Volvió a echar el brazo por los hombros a Guillermo y reanudaron los lascivos masajes sobre sus erectos miembros. 

El dueño de la casa embadurnó sus dedos con un pegajoso líquido transparente. Si el orificio del muchachito, con la única lubricación de la saliva, había dejado pasar casi tres dedos. Al estar empapado del gel, esos mismos tres dedos atravesaron con facilidad el orificio. Tras aguardar la correspondiente dilatación, Sebas unió un cuarto dedo  a la profanación del esfínter del muchachito.   Fue sentir como los cuatro dedos lo atravesaban y  el joven Arturo se puso a gemir descompasadamente. 

En el momento en el cual  el malagueño lo  consideró oportuno, pidió a  Javier que prosiguiera con la labor iniciada. Una vez su sitio fue ocupado por el entrenador, Sebas se dirigió a las vitrinas.

El joven jugador estaba súper excitado, tanto que el entrenador, acostumbrado como estaba a su manera de comportarse en la cama, no pudo más que asombrarse ante lo insólito del hecho:

—¡Arturo, tienes el culo cantidad de caliente! ¡Nunca te lo había visto tan dilatado!

Guillermo desde donde estaba y  con el nabo tieso como una estaca, podía ver como los tres enormes dedos del cuarentón entraban en el oscuro agujero sin ninguna dificultad. Javier llevaba razón, nunca  antes había visto el ano de su amigo tan abierto. El varonil muchacho hizo ademán de acercarse,  para tocarlo y unirse así a la fiesta. Pero su gesto fue interrumpido  con la llegada de Sebas, quien venía cargado con varios juguetes sexuales.

—¡Guillermo, por favor, acércame un banquito para colocar todo esto!

Una vez el joven sevillano acercó uno de los bancos que pululaban por la habitación, su anfitrión, de una manera que rozó el protocolo, colocó todos y cada uno de los objetos que había traído sobre el banco: un par de caja de preservativos, tres consoladores de distintos tamaños  y formas  y algo que simulaba a las bolas chinas, pero de un tamaño más considerable. Por último, se sacó de la cintura un bote de  algo que parecía ser Popper, el cual colocó de manera ordenada junto a los demás enseres sexuales.

Arturo se incorporó para lanzarle una pequeña visual al  símil de escaparate que habían colocado a su lado.  Fue sólo vislumbrarlo y  se excitó enormemente. Tanto que su ano se dilató aún más y dejo pasar sin problemas al cuarto de los dedos del entrenador. Dedos, que dicho sea de paso, eran de mayor diámetro que los de Sebas.

El cuarentón al comprobar la facilidad con la que se expandía  el ano del chico, saco la mano de golpe y le hizo un gesto  con el puño cerrado a  éste. La contestación del muchacho, tan cerdo como estaba, no fue otra que una afirmación con la cabeza. Se disponía a untar su puño con lubricante, cuando fue detenido por el malagueño.

—¡No seas bestia, Javier! Ya habrá tiempo de todo. No te cargues el juguete antes de empezar la partida.

Era asombroso, como  Arturo había conseguido la atención de los dos maduros. Aunque para ello tuviera que ceder a que le penetraran con un puño. Pero aquello, aunque estaba en el menú, todavía no tendría lugar. Pues el malagueño tenía en principio,  otros planes.

Como si de un ritual se tratara, Sebas cogió uno de los dildos, uno color rosa de unos tres centímetros de diámetro y quince de longitud. Lo envolvió en un preservativo y  echo un chorro de crema lubricante sobre él. Acto seguido, ante la atenta mirada del entrenador y de su pupilo Guillermo, fue introduciendo poco a poco el remedo de polla en el esfínter del muchachito. Para sorpresa tanto suya, como de sus observadores, este entró con una facilidad pasmosa, obteniendo por parte de Arturo un leve quejido como única respuesta.

Tras comprobar que el  túnel no era tan estrecho como parecía en un principio. El malagueño opto por cambiar el dildo que estaba usando por otro.

Esta vez, el juguete sexual era de color rosado, asemejando la piel humana, su tamaño era mayor, unos veinte centímetros de largo por cinco de circunferencia. Tras repetir todo  el  oportuno protocolo, de preservativo y lubricante,el madurito se dispuso a horadar con él, el  todavía hambriento agujero.

Al principio los músculos internos del ano parecieron poner algún impedimento, pero al poco el chaval supo relajarse y dejar pasar el inmenso objeto de látex a su interior. Esta vez sus quejidos fueron más salvajes y su pene babeo, en un par de ocasiones líquido pre seminal.

La mano del malagueño, moviendo el falso cipote rosa era como un potro desbocado. Hubo un momento en el cual sacó el consolador de golpe y mostró, de modo vehemente, a Guillermo y al entrenador las dimensiones que estaba cogiendo el esfínter del jovencito. El peludo orificio, enrojecido y babeante de lubricante, mostraba un diámetro en consonancia con el objeto sexual que acababan de extraer de él.

—¿Habéis visto como el dilata el cabrón? Es una buena “puta”.

La verdad es que aunque el comentario de “puta” para Guillermo estuviera de más, no tenía más remedio que darle la razón al pijo malagueño, el culo de Arturo se había abierto como una flor y  lo que podía albergar en su interior parecía no tener límites.

El tercer dildo era negro mucho más largo que el anterior( a ojo de buen cubero, unos treinta centímetros) y una anchura parecida. Era el mismo que, en un principio, llamó la atención de Guillermo. Por eso, en el momento que el joven Sevillano vio a Sebas blandir el enorme falo ante el ano de su compañero de equipo  Un pensamiento negativo se apoderó de su mente: “¡Eso no le entra ni de coña!” Pero la realidad le contestó que estaba equivocado, pues a diferencia del anterior, el juguete sexual entró con una facilidad pasmosa en el ya enormemente dilatado esfínter de Arturo.

Ver aparecer y desaparecer el enorme cipote de plástico era una visión tan increíble como excitante. Ni una queja escapó de los labios del pervertido adolescente. La única señal que su cuerpo daba del placer que estaba sintiendo era una gran mancha de precum que empapaba su ombligo. Tras unos minutos de hacer viajar el falso carajo en su interior; el cuarentón malagueño decidió que el momento de pasar a mayores había llegado.

—¡Javier, el chaval ya está a punto de caramelo! —Dijo con el mismo tono que emplearía para decir que la comida estaba lista —.  Cógete unos guantes de látex que debe haber en una de las repisas y un bote blanco grande de crema que hay por ahí.

Escuchar lo de los guantes y lo de la Crema hizo que Guillermo sospechara que aquellas cuatro paredes habían albergado en otras ocasiones la práctica del “fist”. Pues el ricachón daba muestras de saber con creces todos los requisitos y procedimientos a seguir para introducir un puño por el ano.

Javier se colocó el guante mientras  se relamía el labio morbosamente. Se podía ver  un salvaje brillo en su mirada. Por lo que se veía, aquello le excitaba enormemente, una muestra clara de ello era su gran verga que vibraba como si fuera un ente independiente.

Tras impregnar el látex con la crema blanca, retorció  su puño en la entrada del dilatado ano.  Concluido el teatral gesto, comenzó a introducir su mano en el esfínter de Arturo. Primero metió un dedo, luego dos, el tercero y el cuarto entraron sin problemas,  el quinto puso un poco de impedimento. Pero conocedor de este problema, Sebas había desvirgado el bote de Popper  y daba a probar una gran esnifada al adolescente. Los ojos del joven Sevillano parecieron salirse de las órbitas, era la primera vez que probaba aquella droga relajante y los efectos fueron devastadores.

La extraña  y novedosa sensación que invadió los sentidos de Arturo, permitió que el quinto dedo pasara a su interior, aunque le dolía, todo su cuerpo parecía abrirse de manera estrepitosa. El entrenador consiguió meter la mano hasta la base del metacarpo, el cual parecía ser el tope, de lo que el chico podía albergar en su interior. Ante tal impedimento, Sebas volvió a suministrar otra esnifada de Popper. Pero esta no sirvió de mucho, pues el dolorido cuerpo del sevillano había marcado sus límites. Por eso, cuando el maduro entrenador, en un intento bestial de conseguir su propósito, empujo su mano hacia dentro, lo único que obtuvo fue un doloroso grito por parte del chaval, quien a modo reflejo expulsó por completo la mano de Javier. Y es que por mucho que el cine porno nos quiera hacer creer que esta práctica con los puños es una tarea fácil y viable,  la realidad es netamente dolorosa.

El entrenador, al ver lo imposible de su perverso acto, se desprendió del guante con un gesto clarificador del enfado que bullía en su interior. Se alejó del dolorido muchacho, sin musitar una palabra (Con lo bien que le hubiera quedado un lo siento, después del daño ocasionado). Es lo que tienen las disculpas, separan  a las personas en dos tipos: egoístas y las que no lo son.

Pero, como lo único que le interesaba en aquel momento a Javier era una sesión de sexo sin cortapisas. Fijo su atención de nuevo en Guillermo y en su virginal ano. Así que, con un tono bastante desagradable, se dirigió a Arturo y le dijo:

—Tío, ya que tú culo no sirve para mi puño. Deja que Guillermo se ponga ahí. A ver que utilidades se le puede sacar al suyo.

El joven sevillano se incorporó como pudo. Las palabras de su amante fueron como una puñalada trapera. De nada había servido poner toda la carne en el asador y ceder de manera tan sumisa a sus caprichos. El “fist” había sido imposible y había pasado de ser el protagonista absoluto, a ser persona non grata. ¿Tanto le gustaba a Arturo el entrenador? ¿En qué momento las personas pasan por desear a otra persona, a dejar de quererse a sí mismas? En aquel momento, el chico era muy ignorante  para saber distinguir una relación placentera de una destructiva. Un sentimiento de culpa llenaba su pecho: no haber estado a la altura de las circunstancias.

Javier, con un vasto ademán,  pidió a Guillermo que se tendiera sobre la ondulante hamaca. Este temeroso, buscó con la mirada la complicidad de Sebas. Este comprendiendo al chaval le dijo, con ese tono suyo, tan confortador:

—¡No te preocupes chaval! Sólo te prepararemos  para  que Javier te pueda penetrar,  y si no se puede, ¡no-pa-sa-na-da.! Hay más posibilidades para divertirnos.

El dueño de la casa, para terminar de tranquilizar al muchacho, lo cogió por la cintura y le dio un cálido beso, consiguiendo con él, llevarse a Guillermo a su terreno.

Mientras se subía a la sexual hamaca, una amalgama de pensamientos recorrió su mente, estaba deseando ser taladrado por el miembro de Javier, pero a su vez, un temor irracional recorría su médula. Pese a sus sentimientos contradictorios, se tendió sobre las anchas correas de cuero  y levantó las piernas, como si esto formará parte de una coreografía no escrita.

Al ver Sebas avanzar hacia él, un escalofrío recorrió todo su ser y es que la indumentaria leather, sado o como quieran llamarlo, le daba un aire de malo de película que tiraba de espaldas. Fue sentir sus dedos tocarles las posaderas y esta sensación comenzó a abandonarle, pues  el primor que el madurito malagueño imprimía a sus caricias era de lo más reconfortante.

Mientras el placer recorría su cuerpo de forma desorbitada. Guillermo se incorporó levemente, buscando a su entrenador y a su compañero. El primero no apartaba la mirada de ellos, mientras le daba al “manubrio”. Arturo, por su parte,  no daba por terminada la mañana de sexo e intentaba a duras penas que su  aletargado “hermanito” volviera a la vida.

La siguiente sensación que percibió fue un poco desagradable: una sustancia fría y pegajosa impregnaba su poblado orificio anal. Pero al poco, aquello que comenzó siendo incomodo, se transformó en algo placentero y todo gracias al delicado ritmo de los dedos de Sebas.

Un leve pinchazo de dolor  fue  señal evidente de que el malagueño había comenzado a introducir un dedo en el interior de su esfínter. La emoción que le embargaba rozaba  el desfiladero del dolor, pero el sumo tacto de Sebas propició que se alejara pronto de aquel abismo y sólo sintiera placer; un placer intenso como nunca antes había sentido.

Al ver como el adolescente acogía sus caricias, detuvo la preliminar penetración por un momento, acercó el cuerpo del chico al suyo y le regaló un tierno e intenso beso. El joven sevillano creyó tocar el cielo en aquel momento.

La predisposición del chico a ser penetrado después de aquel acto de afecto, había crecido  de manera geométrica. Pues los miedos habían abandonado por completo su persona. A partir de ese instante, sabía que si ese día no cumplía su sueño de ser desvirgado por su entrenador, ya nunca más lo  haría, pues no encontraría ocasión mejor que aquella.

Con la mente más calmada, relajó su cuerpo y, al hacerlo, permitió, casi  sin dolor alguno, que el segundo dedo del maduro malagueño se internara en su interior. La manera tan delicada con la que el hombre acariciaba las paredes del interior de su esfínter, lejos de causarle daño alguno, le estaban suministrando un gozo, distinto a todo lo que había sentido anteriormente. Irrefutable prueba de ellos era los satisfactorios jadeos que brotaban, una y otra vez,  de su garganta.

El siguiente movimiento del cuarentón malagueño fue coger el consolador rosa, de los tres el más pequeño. Tras pedirle a Guillermo una silenciosa aprobación, comenzó con el procedimiento de rigor: cubrirlo con un preservativo y embadurnarlo de gel lubricante. Una vez cumplido todos los requisitos, condujo el juguete sexual a través del virginal túnel.

La primera impresión que tuvo el muchacho fue una parecida a querer ir al baño. Pero pronto se desvaneció ante el torrente de placer desmesurado que comenzó a invadir su cuerpo. Sebas estaba demostrando ser un tío muy sensible y lleno de tacto, trataba al joven jugador como si fuera algo frágil y delicado.  Su magnífica empatía hacia  el chaval daba como resulta que éste se  dejara hacer irremediablemente.  Cuando consideró que el estrecho agujero había dilatado lo suficiente, lanzó una visual a Javier y le dijo:

—¡Ya está preparado! Cuando quieras es todo tuyo.

El fornido entrenador avanzó hacia ellos, la imagen que ofrecía con aquel atuendo era impresionante,  le daba un aspecto de chico malo, ¡tan  temible como  deseable! Al caminar, su erecto vergajo cimbreaba potentemente, como si estuviera ansioso por llegar a la tierra prometida.

Al llegar a la altura de Guillermo, él se incorporó para verlo. Nunca aquel hombre le había parecido tan atractivo, se moría de ganas por sentir aquel miembro en su interior,  por fundir  sus cuerpos  como si fueran uno solo.  Javier tocó el orificio anal del chaval, a pesar de que la delicadeza no era lo suyo, el joven sevillano, al sentir la rudeza de sus dedos,  no pudo evitar verte unas gotas de líquido pre seminal sobre su abdomen.

—¡Jo, Sebas! Eres un monstruo preparando el terreno.

Y dicho esto, Javier buscó sobre el banco la caja de preservativos y  cubrió con uno de ellos  su cipote. El miembro del musculado cuarentón era de enormes dimensiones, largo, gordo, pero lo que más llamaba la atención de él era su enorme glande y su oscura piel.  Al menos, veinte centímetros de polla dispuestos a taladrar el virginal esfínter.

Aprovechando que su amigo ponía el uniforme de trabajo a su polla, el malagueño besó tiernamente a Guillermo de nuevo. Para concluir,  susurrándole al  oído:

—Si te hace daño, me avisas y lo paramos. ¿OK?

 El joven sevillano estaba gratamente sorprendido por el inusual apoyo que  había encontrado en Sebas.  Tenerlo como yunque al que aferrarse,  le daba el suficiente valor  para enfrentarse al difícil paso que iba a dar: dejarse penetrar por primera vez.

Javier levantó levemente la espalda del muchacho, apoyando los pies de este sobre su hombro, acomodó su pene en la entrada del ano del muchacho y con una suavidad impropia de él, comenzó a empujar su enorme y  caliente mástil contra la entrada del apretado orificio.

Al principio, a pesar de la lubricación, aquello se antojaba una tarea imposible, pero el trabajo previo de Sebas empezó a dar sus frutos y, poco a poco, el enorme y rojizo capullo comenzó a atravesar el estrecho túnel. Al principio, un dolor casi insoportable se adueñó de Guillermo; quien  estuvo tentado de hacer la dichosa señal al dueño de la casa. Pero en el momento que su agujero invitó a entrar por completo al enorme falo, un placer indescriptible comenzó a recorrer su cuerpo. 

El muchacho alargaba las manos y se agarraba fuertemente a las cadenas para soportar la desgarradora satisfacción. Por cada golpe de caderas que el entrenador daba, un quejido de gozo era proferido por su boca. Al poco, el enorme cipote entraba y salía del ya desvirgado agujero con una facilidad prodigiosa. El joven sevillano estaba disfrutando tanto, que no quería que aquello terminara nunca.

Javier sacó súbitamente su falo del interior del muchachito diciendo:

—Ya que la vivienda está estrenada, será cuestión de invitar a más gente.

La torpe metáfora del entrenador dejó estupefacto a Guillermo, quién por nada en el mundo se iba a dejar penetrar por Arturo. Pero no fue Arturo, quien ocupó el lugar de Javier, sino Sebas.

Era curioso, lo que le había pasado al joven sevillano con aquel tipo, en principio le cayó mal por sus aires de grandeza y su prepotencia, pero a medida que fue conociéndolo mejor el malagueño fue conquistándolo. Era la primera vez que alguien lo trataba con tanta ternura a la hora del sexo, si Guillermo hubiera estado preparado para enamorarse de alguien por aquella época, Sebas hubiera sido el candidato perfecto.

El cuarentón, con su innata delicadeza, tiró de las manos del jovencito, facilitándole la bajada de la  teatral hamaca. Una vez estuvo junto a sí, lo abrazo dulcemente y comenzó a besarlo en el cuello, para culminar fundiendo tiernamente sus labios con los del muchachito.

-¿Te apetece que te penetre?- le dijo mirándole fijamente a los ojos.

El chico asintió con un movimiento leve de cabeza. Ante la predisposición de Guillermo, el malagueño lo cogió de la mano y le dijo:

—Pero mejor vayamos a una de las camas. Disfrutaremos más.

Mientras  el malagueño cogía los enseres necesarios para el acto sexual que iban a acometer, observó  a los otros dos participantes de aquella inusual orgía. Estaban enzarzados en un apasionado y salvaje beso, pues pasado el fugaz momento de gloria de Guillermo, Javier había vuelto con quien realmente saciaba sus ansias de sexo: Arturo. Este conocedor de su lugar en el juego de tres que se traían, se sumía plenamente a los deseos del rudo cuarentón.  Cómo se preveía  que la cosa entre ellos iba a pasar a mayores,  Sebas les invitó a que los acompañara en la enorme cama.

Guillermo se puso a cuatro patas en un filo del amplio camastro. Cuando su compañero vio la actitud tan sumisa que adoptó, tocó su hombro cariñosamente y le dijo:

— No chiquillo, así no. Prefiero que lo hagamos de otra forma.

El chaval miro de manera suspicaz al malagueño, pero algo en la mirada de él volvió a frenar sus dudas. El hombre se sentó sobre la cama e invitó al adolescente a sentarse sobre él. Mientras se acomodaba en las rodillas de su ocasional amante, Guillermo observó a la otra pareja, la cual al igual que ellos se entregaban a sus deseos sexuales, pero de una manera bastante más bestial y salvaje. Pues si en cada toque del pijo malagueño había delicadeza y ternura, las manos de Javier cuando acariciaban a Arturo, estaban repletas de deseo y lujuria, sin dejar espacio en ellas  para cualquier muestra de afecto.

El recién desvirgado joven empezó a arrepentirse de haber sucumbido a los pensamientos de su entrepierna y probar las delicias del placer anal con su entrenador. Pues este, todo lo que tenía de tío bueno lo tenía de bestia insensible. Para ello no había más que observar como trataba a Arturo y  que cuanto más sucumbía a la lujuria,  más brutales eran las muecas que se pintaban en su rostro.

Guillermo no pudo evitar sentirse desolado por lo que acababa de hacer, pero en lugar de afligirse, besó con más pasión al hombre que tenía ante sí. ¡Este si merecía la pena!

Tras una sesión de besos y abrazos, el madurito malagueño se enfundo un preservativo y lubricó de nuevo el ano del adolescente.

—Ponte  sobre mí. ¡Tú marcas el ritmo!

Mientras se sentaba sobre el inhiesto miembro y acomodaba este en su interior (dilatado como estaba, con bastante facilidad, todo hay que decirlo). El sumo cuidado que el malagueño puso para no hacerle daño, contrarrestaba con la brusquedad con la que el  entrenador trataba a Arturo.

Guillermo  volvió a observar detenidamente  a Javier y a Arturo, el gesto del primero carecía de sentimiento alguno, en el del segundo solo había lugar para el dolor, pues por lo que se deducía, el intento de “fisting” lo había dejado bastante lastimado. Por eso, cuando al poco Javier lanzó un gutural quejido, creyó entender que  a  su compañero de equipo no le había molestado, en absoluto, que la diversión  hubiera acabado tan pronto, muy al contrario. Le pareció atisbar un gesto de alivio en su rostro.

Comprendiendo que el momento que quedaría en su memoria cuando pasaran los años, sería el que estaba viviendo ahora con Sebas. Borró de su mente cualquier perjuicio y trabas absurdas y se entregó por completo al sensual acto. Si con el entrenador había experimentado un placer insospechado. Las sensaciones de las cuales disfrutaba  en aquel momento no tenían parangón.

Se movió sobre su amante de un modo que desconocía que pudiera hacerlo. Lo besaba, lo abrazaba, mezclaba sus manos con las de Sebas y todo,  de una forma tierna y salvaje a la vez, como si quisiera unir su cuerpo al suyo. La boca del maduro malagueño se le antojaba una prolongación  de la suya, como si estuviera forjado a él con cada célula de su cuerpo. El entrar y salir del duro miembro sexual en su cuerpo no le ocasionaba dolor alguno, solo el gozo tenía cabida en su interior. Hubo un momento que la delicadeza abandono la ferviente escena y dejó a  la pasión como único director de orquesta. El deseo cabalgó desenfrenadamente sobre los dos hombres hasta que llegaron a la meta, Guillermo derramó su esperma sobre el pecho de Sebas y en el rostro del cuarentón se dejó ver una mueca clara de que se había corrido también.  Tras el fugaz momento de sumo placer, el malagueño abrazó al chico y volvió a buscar sus labios.

En aquel fin de semana, se volvió a repetir aquella sesión de sexo a cuatro, pero Guillermo tenía muy claro ya con quien prefería estar. Había descubierto que en el sexo era mejor compartir que someterse.

Tras aquellos días en Torremolinos, la relación a tres que mantenía con Arturo y el entrenador se fue enfriando y Guillermo se fue separando de ellos a pasos agigantados. Pues quien elige mediocridades, cuando se ha conocido lo verdaderamente bueno.

 

****

 

Cuando termino de contar mi historia, miro a JJ y a su novio. Tienen la misma cara de expectación que un niño pequeño cuando se le cuenta un cuento.

—Bueno ¿Os ha gustado?  —Esto lo digo en claro deseo de que me regalen los oídos, pues por sus rostro puedo adivinar que sí.

—¡No me va a gustar! —Me contesta Guillermo con un gesto de alegre satisfacción.

—¡Que te dije!— Sentencia locuazmente JJ — ¡Todo es verdad, todo es mentira! Ha cambiado unos cuantos datos y la historia es otra, y si embargo sigue siendo “tu historia” ¿No?

—La verdad es que sí —El tono de Guillermo, es mitad perplejidad, mitad satisfacción —. Es que esto que nos ha contado. Lo lee Arturo o Javier, y aunque les suene, y se sientan identificado. Por los cambios que le ha hecho, nunca se podrían imaginar que los protagonistas son ellos. Y lo que más me gusta es el carácter que da a cada personaje. No sé, le da más credibilidad.

—Es que si no te paras en lo que siente y piensan los personajes. Estas historias con tanto sexo, quedan simple y llanamente  en la “retransmisión” de un polvo —Digo yo en el tonto afán mío de buscarle una explicación a todo.

—Pues te queda muy bien —Me contesta el novio de mi amigo, haciendo una mueca con los labios evidenciando  complacencia.

—Entonces ¿Lo puedo publicar?

—¡Por supuestísimo!— Dice JJ actuando de interlocutor —¿ A que sí, cielo?

Al decir esto último, mi amigo mira a su chico, el cual ante la obviedad de la respuesta asiente con la cabeza. Para concluir, haciendo una pequeña observación tanto a mí, como a su novio:

—Lo que si os pido es que sepáis guardar el secreto. Pues una cosa es que a uno le de morbo que desconocidos puedan leer vivencias de uno y otra cosa es perder el anonimato. Porque esto entre nosotros,  tiene su gracia, pero la gente es muy mala.

—Por mi pierde cuidado —Mis palabras están cargadas de sinceridad —Pero que si quieres no lo público y tan amigos.

—¿Cómo que no lo vas a publicar?—Dice JJ en ese tono sobreactuado suyo tan característico — ¡Si mi niño está deseando!

—La verdad es que sí —Esta vez el que habla es Guillermo, el cual adorna sus palabras con una hermosa sonrisa —, pero  es que en el fondo me da un poco de miedo destapar una parte de mi tan íntima. Y que quieres que te diga, colega, aquello fue morboso y tal, pero no es algo de lo que me sienta orgulloso.

—Por eso no te preocupes, que ni los que leen estas cosas se asustan de nada. Ni son unos angelitos — afirma JJ, intentando tranquilizar a su novio — La verdad es que los maricones nunca fuimos ángeles

 —La verdad que tiene su lógica visto así —La sonrisa que muestra la pareja de mi amigo al decir esto es cautivadora, para terminar diciendo como el que no quiere la cosa — Por cierto, Mariano. Mi novio ha contado su primera vez, yo también lo hecho. Sería lo justo que tú contaras la tuya ¿no?

 

Este recopilatorio  es la segunda parte de tres del arco argumental: “Follando por primera vez.

Incluye los relatos originales:

“La misión” publicado en TR con fecha 18 de abril del 2.013.

Nunca fuimos ángeles” publicado en TR con fecha 04 de Mayo del 2.013.

Mas de machirulo

El Blues del autobús

Mr Oso encula a la travestí gótica

Hombres calientes en unos baños públicos (2 de 2)

Hombres calientes en unos baños públicos (1 de 2)

Desvirgado por sus primos gemelos

Un camión cargado de nabos

Cruising entre camiones

Mi primera doble penetración

Un ojete la mar de sensible

Un nuevo sumiso para los empotradores

Once machos con los huevos cargados de leche

Un buen atracón de pollas

Por mirar donde no debía, terminó comiendo rabo

Aquí el activo soy yo

Estrenando un culito muy delicioso

El mirón de las duchas

Una doble penetración inesperada

Amarrado, cegado y follado hasta la extenuación

Polvo rápido en el baño

La duquesa del coño insaciable (4 de 4)

La duquesa del coño insaciable (3 de 4)

La duquesa del coño insaciable (2 de 4)

La duquesa del coño insaciable (1 de 4)

¡Pero qué buenos están estos dos hermanos!

Una doble penetración inesperada

El mecánico siempre descarga sus cojones dos veces

Son cosas que pasan

Sexo grupal en el vestuario

La fiesta de las Coca-colas

Un casquete después de la siesta

Pepe se lo monta con sus primos gemelos

Serrvirr de ejemplo

Comer y follar todo es empezar

Con mi ojete preparado para un rabo XL

Al chofer del bus, le sale la leche por las orejas

Mamándole el ciruelo a mi mejor amigo

De cruising en la playa de Rota

Cinco salchichas alemanas para mi culo estrechito

Un mecánico con los huevos cargados de leche

El descomunal rabo del tío Eufrasio

Follado por su tío

Meter toda la carne en el asador

Míos, tuyos, nuestros… ¡De nadie!

Encuentros furtivos en el internado

Antonio y la extraña pareja

Fácil

Bolos, naranjas y bolas.

Vivir sin memoria

El libro de la vida sexual

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Guía de lectura año 2017

Dejar las cosas importantes para más adelante

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Follando con el mecánico y el policía (R) 2/2

Follando con el mecánico y el policía (R) 1/2

Ni San Judas Tadeo

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¡Arre, arre, caballito!

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Un baño de sinceridad

Barrigas llenas, barrigas vacías

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Homofobia

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¡Terrible, Terrible!

Bukkake en la zona de descanso

Mi primera vez con Ramón

Tu familia que te quiere

Si no pueden quererte

Mía

Infidelidad

Dos adolescentes muy calientes

Ocho camioneros vascos

Parasitos sociales

El pollón del tío Eufrasio

Violado por su tío

Talento

Somos lo que somos

Sexo en Galicia: Dos en la carretera

Tres pollas y un solo coño

De amor se puede vivir

Duelo de mamadas

¡Se nos da de puta madre!

Dos hermanos

¿Dónde está la oveja de mi hermano?

¿Por qué lloras, Pepito?

El MUNDO se EQUIVOCA

Todo lo que quiero para Navidad

Como Cristiano Ronaldo

Identidad

Fuera de carta

Los gatos no ladran

Su gran noche

Instinto básico

TE comería EL corazón

La fuerza del destino

La voz dormida.

Como la comida rápida.

Las amistades peligrosas.

El profesor de gimnasia.

Follando: Hoy, ayer y siempre (R)2/2

Follando: Hoy, ayer y siempre (R) 1/2

El ser humano es raro.

La ética de la dominación.

¡Ven, Debora-me otra vez!

La procesión va por dentro.

Porkys

Autopista al infierno.

El repasito.

José Luis, Iván, Ramón y otra gente del montón.

El sexto sentido.

Cuando el tiempo quema.

Mi mamá no me mima.

La fiesta de Blas.

¿Por qué lo llaman sexo cuando quieren decir amor?

Sin miedo a nada.

¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?

¡Qué buena suerte!

El rumor de las piedras.

Dios odia a los cobardes.

Tres palabras.

Guía de lectura segundo semestre 2.014.

Como un lobo.

Solo Dios perdona.

El padrino.

Perdiendo mi religión.

Adiós Francisquito, adiós.

Pequeños descuidos.

La sombra de una duda.

Mis problemas con JJ.

Unos condones en la guantera.

La voz dormida.

Follando con mi amigo casado.

Si pudieras leer mi mente.

Bésame, como si el mundo se acabara después.

Si yo tuviera una escoba.

Guía de lectura primer semestre dos mil catorce.

¡Cuidado con Paloma!

La lista de Schindler.

Nos sobran los motivos.

La masticación del tito Paco.

Viviendo deprisa.

El blues del autobús.

¿Y cómo es él?

¡Voy a por ti!

Celebrando la victoria.

Lo estás haciendo muy bien.

Vivir al Este del Edén.

Hay una cosa que te quiero decir.

Entre dos tierras.

Felicitación Navideña.

37 grados.

El más dulce de los tabúes.

Desvirgado por sus primos gemelos

Las pajas en el pajar

Para hacer bien el amor hay que venir al Sur.

Tiritas pa este corazón partio

Valió la pena

1,4,3,2.

Sexo en Galicia: Comer, beber, follar....

¡Se nos va!

En los vestuarios.

Lo imposible

Celebrando la victoria

La procesión va por dentro.

El guardaespaldas

El buen gourmet

Mariano en el país de las maravillas.

Tu entrenador quiere romperte el culo(E)

Retozando Entre Machos.

Culos hambrientos para pollas duras

La excursión campestre

¡No es lo que parece!

Mi primera vez (E)

Vida de este chico.

Follando con mi amigo casado y el del ADSL? (R)

Follando con 2 buenos machos: Iván y Ramón

Trío en la sauna.

Nunca fuimos ángeles

Desvirgado por sus primos gemelos (E)

Como la comida rápida

La misión

Follando con mi amigo casado

La churra del Genaro

Uno de los nuestros

Sexo en Galicia: Tarde de sauna (R)

2 pollas para mi culo

El cazador.

Los albañiles.

Jugando a los médicos.

Algo para recordar

Mis dos primeras veces con Ramón (E)

A propósito de Enrique.

Guia de lectura y alguna que otra cosita más.

Culos hambrientos para pollas duras

Celebrando la derrota

En los vestuarios (E)

Sexo, viagra y unos pantalones anchos (Epilogo)

No quiero extrañar nada.

Punta Candor siempre llama dos veces.

4,3,2,1....

2 pollas para mi culo

Adivina quién, se ha vuelto a quedar sin ADSL

Follando con 2 buenos machos: Iván y Ramón (R)

El MUNDO se EQUIVOCA

Historias de un follador enamoradizo.

Living la vida loca

Sexo en galicia con dos heteros (R)

¿Por qué lo llaman sexo cuando quieren decir amor?

Comer, beber... charlar.

Los albañiles.

¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?

Regreso al pasado

Follando con mi amigo casado (R)

“.... y unos osos montañeses)”

El padrino

... Bubú.....

El blues del autobús (Versión 2.0)

El parque de Yellowstone (Yogui,....)

After siesta

Sexo, viagra y ... (2ª parte) y última

Before siesta

Sexo, viagra y unos pantalones anchos (1ª parte)

El bosque de Sherwood

El buen gourmet

Como la comida rápida

Pequeños descuidos

¨La lista de Schindler¨

El blues del autobús

Celebrando el partido