Los descubrimientos de Pepito
Sexto episodio : “Las pajas en el pajar”
(Este relato es continuación de “¡Se nos va!”)
Dado que su tío Demetrio se está muriendo. Los padres de Pepito lo han enviado a pasar unos días a la casa de sus tíos con su primo Francisquito. Una vez lo pone al día sobre su último descubrimiento (La cosa del Genaro), su primo le muestra como sus hermanos gemelos de dieciocho años practican el tratamiento sesenta y nueve. Concluido el juego, Pepito lanza una comprometida pregunta:
—Francisquito... ¿Tú sabes lo que son las pajas?
Mi primito se me quedó mirando pensativo. Por unos momentos, tuve la sensación extraña de haber dicho algo que no debiera.
—Lo mismo sí, — dijo con su talante de persona mayor—pero puede que en mi pueblo se le llamé de otra forma.
—Lo único que sé es que hace falta una revista de tías en bolas... —Dije con una vacilante voz.
—¡Ah, sí! Eso es lo que hace el “Facu” en el pajar —la seguridad en las palabras de mi primo contrastaba con la timidez de las mías.
El Facundo, el “Facu” como lo llamaban, era un chaval de unos veinte y pocos años a quien mi tío tenía para ayudarle en las labores del pastoreo. Aquello antes lo hacían los gemelos pero desde que él se metió a camionero, sus hijos no daban abasto con las tareas de la granja y tuvieron que contratar a aquel chico para que les ayudara
La impresión que me dio la primera vez que lo vi, era la de que era más bruto que un “arao” y que como decía mi hermano Juan: “Se le zarandean y caen bellotas”. Así que no me cuadraba mucho haciendo aquello de las pajas, aunque si lo hacía el Rafita con lo tonto que era, tampoco habría que ser una lumbrera.
Sin decir nada, seguí expectante ante lo que pudiera decir mi primo.
—Casi todos los días, una vez recoge las ovejas, se va al pajar y hace una paja. Así que mañana, antes de salir a ver los “santos”, puede que te lo pueda enseñar.
—¿Cómo es? — Me había puesto tan nervioso que el sonido casi no salía de mi garganta.
—Yo no lo sé explicar. Mejor lo ves mañana —Me contestó Francisquito, quien me pareció que empezaba a cansarse de tanta pregunta, así que para evitar dejar de ser su primo favorito me callé, me di la media vuelta y me quedé dormido.
El magnífico Samurái por fin había logrado vencer al malvado guerrero ninja. Postrado a sus pies y carente de todas y cada una de sus armas, el ruin luchador era consciente de su derrota.
El gran héroe japonés se disponía a cortarle la cabeza al enmascarado guerrero pero, como la curiosidad le reconcomía por dentro, antes de darle el “cabeza kiri”, quiso saber quién estaba bajo la máscara.
Tiró del negro trapo para atrás y el rostro que se mostró ante sus ojos le era conocido: era el Rafita quien con sus artimañas había impedido que se enterara de algo tan transcendental y vital, como era lo de “las pajas”.
A pesar de que en su noble corazón el Samurái Pepito no podía albergar rencor, no sintió pena por él cuando su katana le rebanó el cuello...
—... ¡Pepito, Pepito!... ¡Venga arriba! — Quien así hablaba era mi primo Ernesto o Fernando (Estaba tan dormido que no atiné a saber cuál de los dos gemelos era).
La verdad es que desde que empezaron las vacaciones de Semana Santa, me estaba acostumbrado a la buena vida y si a eso le sumamos el madrugón de padre y muy señor mío del día anterior, el resultado fue que las sabanas se me pegaran con una facilidad horrorosa.
Miré a la cama de Francisquito y estaba vacía, mi primo se percató de mi gesto y sin necesidad de yo preguntar nada me dijo:
—Está en el baño, ahora cuando él salga entras tú. Yo mientras tanto os voy a ir preparando el desayuno, que se tenéis que venir conmigo a echar el día al campo para ayudarme a vigilar el ganado.
Fue ver su sonrisa y supe que se trataba de Fernando. ¡Que “guay” era mi primo Fernando!
Como no me había llevado muchas mudas. Fernando me dio una ropa vieja de Francisquito, la cual me estaba un poco (bastante) grande pero como era para ensuciarla en el campo, tampoco importaba mucho.
Desayunamos y nos fuimos al establo donde estaban las vacas, las cuales debíamos sacar a pastar. A mí lo de trabajar en el campo no me hacía ni chispa de gracia pero por no hacerle el feo a mi primo Fernando, hice de tripas corazón y Francisquito y yo nos convertimos en sus ayudantes. Pues Ernesto aquel día se tenía que quedar en casa preparando la comida y cuidando a Matildita. “Ella sola no da ruido ninguno y así Ernesto, se puede dedicar más a cocinar. Pues con los tres, el pobre no va dar abasto” —argumentó mi primo Fernando. Con lo que no me quedó muy claro si nos llevaba para arrimar el hombro o para que no diéramos la lata en casa. Fuera, lo que fuera... Aquel día haría algo que ni mi padre ni mi madre me dejaban hacer: pasar el día en el campo con el ganado y ensuciarme todo lo que me diera la real gana.
Cuando llegamos al prado donde pastaban las vacas, Francisquito preguntó a su hermano si podíamos jugar por allí.
—Sí, pero no alejaros mucho de mi vista, por si me tenéis que echar una mano con las vacas. —Al decir esto último, nos guiñó un ojo y nos sonrió por debajo del labio.
Mi primito y yo buscamos dos trozos de rama que hicieran las veces de rifle de asalto M-16 y nos dedicamos a dispararnos mientras Fernando, al mismo tiempo que se leía una novela del oeste, les echaba un ojo a las vacas.
Gracias a las balas de mi M-16 conseguí matar a mi primo ocho mil novecientas diez veces. Él decía que me había matado ocho mil novecientas quince veces, aunque yo sólo había contado ocho mil novecientas ocho veces y yo era muy bueno en “mates”. ¡A que iba ser verdad lo qué decía mi madre!, de que la única que parecía que iba a servir para estudiar era la Matildita, que los otros tres eran unos brutos de mucho cuidado que sólo servían para trabajar en el campo... En fin, como era mi primo favorito no quise discutir, lo maté cinco veces más y empatamos.
Una vez nos cansamos de jugar a la guerra del Vietnam, le conté que me habían regalado un comic de guerreros samuráis. Mi primo no sabía que era aquello de los samuráis (A que iba a resultar que mi primo Francisquito no era tan listo como yo pensaba)
—Los samuráis son chinos japoneses que cuando le fallan a su señor, nos le queda más remedio que hacerse el harakiri. —Dije yo con mi mejor voz de sabelotodo.
—¿Harakiri?— preguntó Francisquito poniendo cara de no haberse enterado de nada.
—Eso es que se atraviesan con su espada la barriga hasta que se mueren. Su espada se llama Katana.
Al principio Francisquito creyó que le estaba vacilando pero cuando insistí en que era verdad, pues lo había leído en un comic. Sus ojos parecieron brillar y cogiendo el palo-fusil por la parte de abajo, dijo:
—Pues aquí está mi katana y si pierdes guerreando conmigo, te tendrás que hacer el harakiri ese...
A mí las espadas se me daban peor que los rifles de asalto y si no llega a ser porque el simpático de Fernando nos pidió que dejáramos de jugar que volvíamos a casa, me hubiera tenido que hacer el Harakiri, y una rama clavada en el estómago por muy poca fuerza que le pongas duele...En fin, otro motivo más para que mi primo Fernando fuera mi gemelo preferido.
De vuelta a casa, Francisquito preguntó a Fernando por el “Facu”
—Está con las ovejas en la dehesa de los moros. Hasta la tarde no vuelve.
Mi primito me miró y me guiñó un ojo, por la cara de pillastre que me puso sospeché que lo de las pajas iba por buen camino. No sería muy bueno en el “cole” pero, ¡cuánto sabía mi primo Francisquito de todo lo demás! ¡Estaba hecho todo un Seneca!
Después de comer hicimos lo mismo que el día anterior, nos fuimos a hacer la digestión debajo del olivo que había cerca del granero. Como a la hora de la siesta Francisquito era niño de pocas palabras, me puse a hacer lo mismo que él: círculos en la tierra con un palo.
Trescientos cuarenta y cinco círculos después, mi primito se dignó a decir esta boca es mía.
—Tenemos que estar pendiente de en cuanto llegué el “Facu”, irnos para el pajar y meternos dentro sin que nos vea.
Las palabras de Francisquito me sonaron a misión secreta y dado que él era moreno y yo rubito, decidí que seriamos Starky y Hucth: los dos policías más “guays” de la “tele”.
Me levanté y oteé el horizonte en busca del “Facu” y sus ovejas.
—¡Agáchate tonto! —Me dijo mi primo tirándome de la, ya por si, amplia camisa.—Si se da cuenta de que estamos pendiente, no hace lo de “las pajas”.
Como la “intrigulis” me comía por dentro, me senté y esperé hasta aburrirme que en cualquier momento apareciera el rebaño con su pastor.
Lo peor de ser policía, por mucho que te guste tu oficio, son las vigilancias; pueden pasar horas y horas sin que el malo haga su aparición, en las series y películas los protagonistas se hartaban de donuts y cafés, pero mi primo Starky y yo, para matar el aburrimiento, nos tuvimos que contentar con hacer montones de círculos en el suelo.
Un valido nos sacó de nuestro ensimismamiento y cuando nos quisimos dar cuenta una gran mancha blanca, sobre la que flotaban pequeñas nubes de polvo, llenaba todo el horizonte y tras ella, como una especie de faro que las guiaba, el “Facu”. Me llamó la atención la forma que tenía de azuzar a el rebaño: “¡Aiiiiiiiibaaaaa….. Eaaaaaaah… ehhhh”. No sé si lo decía para que las ovejas lo entendieran, o porque le dolía algo.
Fue ver aparecer al pastor con las ovejas y mi primo Starky comenzó a correr como alma que lleva el diablo en dirección al pajar. Hutch salió corriendo tras él, sin preguntar nada.
Con los pulmones a punto de salírseme por la boca llegamos a la parte trasera de aquel, el “carrerón” había sido un sprint que ni el Orzowei de la tele. Mientras recuperábamos el ritmo normal de respiración, Starky levantó una tabla, la cual tapaba un hueco lo suficientemente grande para dejar pasar un niño; incluso uno tan gordo como mi primo Francisquito.
Una vez dentro, Starky poniéndose el dedo sobre la boca y en voz muy baja me dijo:
—Ven por aquí, si el “Facu” viene a lo de la paja, cerrará la puerta y se pondrá cerca de la entrada. Así lo podremos ver y él no se dará cuenta de que estamos aquí.
Por la forma de comportarse, sospeché que no era ni la primera, ni la segunda vez que Francisquito hacia aquello. No me extrañaba que supiera tanto, le pasaba como a mí con el comic del Samurái, lo había visto tantas veces que me lo sabía de memoria.
El “Facu” tardó unos minutos en aparecer y como dijo mi primo, cerró la puerta y permaneció cerca de la entrada. Lo que me extrañó fue que trajera una oveja con él.
He de reconocer que el pastor era lo opuesto de mis primos, si estos eran delgados y fuertes con músculos como los del Capitán América, el “Facu” era gordo y aunque estaba fuerte, sus músculos me recordaban a los del Increible Hulk, no más bien a los del Goliat del Capitán Trueno.
Y si mis primos eran rubios y de ojos azules, la piel del pastor era negra como un tizón, aunque no sé si era su color natural o fruto de lo poco que le gustaba el jabón.
Sus ropas estaban impregnadas de una suciedad rancia, sus botas mostraban incrustaciones de excrementos de animales mezcladas con trozos de vegetación. La parte de camisa que cubría sus axilas mostraban una redonda mancha de sudor, la cual le llegaba a casi a la mitad del costado. Si mi hermano Juan estuviera aquí diría: “¡Anda que tienes más mierda que el dormitorio de un escarabajo!”. Lo cierto y verdad era que el pastor parecía una “mijita” guarro.
Nada más cerró la puerta, abrió un grifo de la pared e hizo ademán de limpiarse las manos. Y digo ademán, porque después se las secó en la delantera de la camisa que con lo sucia que la llevaba, más que lavarse lo que hizo fue refrescarse...
Con las manos “limpias” buscó algo que tenía escondido en un hueco de la pared. Al principio no supe muy bien lo que era, pero rápidamente supe que se trataba de una revista de tías en bolas. ¡Por fin iba a saber en qué demonios consistía lo de las pajas! Y todo gracias al “superlisto” de mi primo Francisquito.
El “Facu” se sentó sobre un fardo de paja, abrió la revista y en su rostro se dibujó una maliciosa sonrisa, ¡era igualita, igualita que la del villano de las películas! Cuantas más páginas pasaba, más cara de malísimo se le ponía.
No sé si porque era la parte de la revista más interesante o la que tenía más letra, pero hubo una página en la que se detuvo un rato largo. La miró, la “requetemiró” y por último, como si formara parte del juego de las pajas, empezó a tocarse el pito. Primero por encima del pantalón, para terminar abriendo la portañuela y sacar su cosita al aire. Me llamo la atención lo oscura que era y la mata de pelo tan negro que la rodeaba.
Se puso a rascársela de arriba a abajo y cuanto más se rascaba, más grande se le ponía. Aunque era bastante más grande que el tamaño fuet, no llegaba al tamaño caña de lomo. ¿Sería que había muchos más modelos de pichas? ¿O es que esto variaba según el pueblo?
El “Facu” se echó un escupitajo en su cosita y siguió rascándola, ya se le había quitado la cara de malo de película y se le había puesto una de estar relajado, como cuando tomas el sol. Si eso era lo que decían que hacían el Rafita y sus amigos, ya se lo había visto hacer a los albañiles... Con lo que tampoco había descubierto nada nuevo.
—Francisquito, ¿eso es lo de las pajas?
—No, eso es una “masticación”. Lo de las pajas viene después. ¡Pero cállate y no preguntes más! ¡Que cómo nos descubra el “Facu”, con lo bruto que es, nos mata!
El “Facu” se puso de pie y lo que hizo a continuación me dejo estupefacto, se agachó ante la oveja que había traído con él y se puso a acariciarla muy mimosamente. Miré fijamente a mi primo pero como estaba muy tranquilo, supuse que formaría parte del juego.
—Blanquita...¿Quién te quiere a ti? —Preguntaba el pastor a la oveja, ¡cómo si le fuera a contestar!
Tras varios arrumacos la oveja se puso muy melosa y agachó las patas delanteras y levantó levemente las traseras. Lo que sucedió a continuación, fue lo más asqueroso, lo más cochino y lo más guarro que había visto en toda mi vida: el “Facu” separó con sus sucios dedos el pelo que rodeaba el tete de la oveja, echó un escupitajo en él y metió un dedo dentro. Un suave balido salió de las cuerdas vocales de Blanquita, la cual por su forma de comportarse, parecía que no le desagradaba lo que el “analfabestia” del pastor le estaba haciendo.
Y sí que le metiera el dedo en el “chochete” a Blanquita me pareció, cochino, asqueroso y guarro, lo que hizo después no tenía nombre. Bueno sí, según mi primo Francisquito se llamaba “las pajas”.
Ver como el bulto con patas del” Facu” se acomodaba detrás de Blanquita y le metía su cosa. Hizo que se me revolviera el estómago. ¡Puaff,... sólo de pensarlo se me ponen los bellos de punta!
La imagen del “analfabestia” empujando sus caderas tras el inocente animal quedaría grabada en mi memoria durante muchos años. ¡Jamás podría volver a contar ovejitas, para quedarme dormido!
Miré a Blanquita tan inocente y tierna, aguantando las embestidas del “Facu”, cuando ella lo que quería era estar con sus amiguitas corriendo y balando en el cercado.
Tras esto llegué a la conclusión de que los que ponían los nombres a las cosas, también tenían sus días malos (Ya les pasó con la cómoda y la cama) Si meter tu cosa en un tete se llamaba, según Francisquito, “un acto impuro”, como aquello que estaba practicando el bestia del pastor, se podría llamar simplemente “paja”. No lo entendía, pero en fin…
Tan pronto como empezó, la “paja” acabó. Y mientras veía como se limpiaba los virus de la pilila en el pelaje de la oveja, una pregunta asaltó mi mente: ¿Dónde “reconcholis” metían el Rafita y sus amigos la oveja?
Esperamos a que el pastor se marchara y salimos por la entrada falsa del pajar y por la cara que se me había quedado tras el espectáculo con el animalito. Francisquito tuvo que darse cuenta de que aquello no me había hecho ni pizca de gracia.
—¿No te ha gustado, Pepito?
Agaché la mirada y con un gesto que rozaba la tristeza y el enfado por igual, le dije con una apagada voz.
—No...
—Pero como me preguntaste… — Se excusó mi primito.
—Sí, pero no sabía que iba a ser tan cochino, asqueroso y guarro…— El tono de mi voz era muy, pero que muy bajito pues no quería que mi primo se diera cuenta de que me había enojado un pelín.
Francisquito me miró aguardando mi siguiente reacción pero como dice mi madre: “Dos no pelean si uno no quiere”, nos volvimos para la casa en un completo y absoluto silencio. Al llegar a esta, vimos el coche de mi tío Paco aparcado en la puerta.
—¡Pepito, mis papás han vuelto!
¡Qué contento se puso mi primito! Parecía que le habían regalado una bicicleta. Pues aunque sus padres solo habían pasado una noche fuera, estaba claro, por su forma de correr hacia la casa, que Francisquito los había echado muchísimo de menos.
Mi tío Paco y mi tía Enriqueta estaban sentados en el sofá del salón, conversando con Fernando y Ernesto. Su hijo menor, nada más entrar en la casa, se fue para ellos y los abrazó con unas ganas que parecía que hacía un siglo que no los veía. Cuando mi tío me abrazó y me dio un beso me fije en su rostro, estaba apagado y aunque intentaba sonreír, el gesto le quedaba forzado. Mi tía, al igual que él, daba muestras de gran tristeza y agotamiento pero a pesar de ello, no dudo en compartir su cariño conmigo y en preguntarme si me lo estaba pasando bien en la granja.
—Sí, Francisquito es el primo más guay del mundo — Dije con total contundencia.
Mis tíos se irían pronto a la cama pues necesitaban descansar después de velar al tío Demetrio. No tenía ni idea en qué consistía aquello del velatorio, pero lo que sí había comprendido bien es que tenía que ser algo que te dejaba muy cansado y triste pues nada más había que echarle una mirada a los padres de Francisquito para darse cuenta de ello.
Dado que sus padres no saldrían a ver las procesiones de Semana Santa, Fernando y Ernesto nos preguntaron que si queríamos ir con ellos a ver el Santo Entierro. ¡Que guay, otra vez nos llevarían al Burger!
Mientras me duchaba pensé que a lo largo del día sólo había aprendido una cosa: jamás me haría una paja por muy de moda que estuviera. Por mi cabeza pasó la imagen del Pepón, el Antoñín, el Diego y el Rafita; metiendo su cosita en el tete de la oveja que tenían guardada en la vieja ermita. ¡Puafff!... ¡Qué asco! Y lo peor de todo es que los muy guarros metían su pilila en el mismo sitio donde la habían metido ante los otros. ¡Eso sí que era guarro, cochino y asqueroso!¡Puafff! y ¡Requetpuafff!
A eso de las siete de la tarde, mi primo Francisquito y yo empezamos a ponernos guapos para ver los Santos. A la vez que nos vestíamos a mí me dio por practicar mi deporte favorito: preguntar.
—¿Cómo dijiste que se llamaba lo de rascarse el pito antes de lo de la paja?
—Masticación, lo he leído en un libro. Por lo visto los mayores cuando no pueden practicar actos sexuales...
—¿Actos sexuales?
—Es el nombre científico de los actos impuros.
—¡Ah!
—Pues eso, cuando los mayores no pueden practicar actos sexuales practican la “masticación”. Para mí que es como jugar a los médicos pero solos.
—¡Ah! Tiene que ser parecido a cuando mi padre juega al solitario en casa, los días que mi madre no lo deja ir al bar.
—Pues sí.
—¡Qué aburrido!
—¡Qué va, Pepito!.. A los mayores cuando practican la “masticación” se les queda la misma cara de felicidad que cuando están jugando a los médicos y echan los virus.
—¿Y tú cómo lo sabes, Francisquito? ¿A qué mayor has visto haciendo eso?
—A mi padre muchas veces.
Continuara en “La masticación del tito Paco”
Si has terminado de leer el relato, agradecería que dejaras tu impresión sobre él, ya bien sea en forma de comentario o valoración (Si no te ha gustado, prefiero que me digas el motivo para saber qué es lo que no estoy haciendo bien).
Si es la primera vez que lees un texto mío y te has quedado con ganas de saber de qué va la historia. Hace poco publiqué una Guía de lectura que te puede servir para seguir correctamente su cronología.
A todos aquellos que dejaron un comentario en el relato anterior (Para hacer bien el amor hay que venir al sur) muchas gracias y a modo particular: a cuco curioso, Ver de vez en cuando algún “Nick” nuevo en esta sección alegra bastante, sobre todo cuando me contáis que sois seguidores de la serie. Espero no haberte defraudado con el de hoy; a elbotiija10 Este relato del “pequeño JJ”, como habrás comprobado, no tiene la dosis de sexo a la que os tengo acostumbrado, ¿qué tal ha quedado?; a mmj Llevas razón con lo de JJ, alguien hace poco me comentaba, de manera pueril, que él al igual que Sancho Panza comenzó siendo el socias del protagonista y al final termina cayendo mejor que este; a Karl Viniendo de ti, eso de que soy “magistral” no puede más que llenarme de orgullo(Pero creo que únicamente es que tú me lees con muy buenos ojos). La pregunta te la contesté en un comentario de unos de tus relatos.; a pepitoyfrancisquito ¿Os habéis quedado ya tranquilos? ¿O acaso se creían ustedes que lo de “las pajas” era una cosa guay? No sé porque, pero creo que a partir de ahora cuando vean los dibujos de Heidi no podrán evitar pensar lo que hace Pedro con Blanquita. Ji ji… y a Rocio El ruso, que también se las trae, me suena más suave que alemán y no conté lo de la arena porque en la parte que se pusieron solo hay rocas calizas ¡Qué si no! …
Bueno, pues con esto y un bizcocho… Volveré a publicar algo en dos semanas aproximadamente, será un episodio de “Historias de un follador enamoradizo” en el que Ramón seguirá recordando cómo se fue adentrando en el sexo homosexual con su amigo Mariano. Llevará por título: “El más dulce de los tabúes”. Hasta entonces, disfrutad del sexo y sobre todo de la vida.