Nota: Todas las personas que aparecen en el relato, así como los hechos narrados son fruto de la imaginación del autor, y cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.
Cristina Dorotea Ernestina Faustina Gertrudis Herminia Ignacia Jacinta de Austria y de todas las Francias. Cada vez que leo el nombre completo de mi paciente, no puedo evitar pensar en las absurdas costumbres de la nobleza española y en que hay pocos días al año que no sean onomástica de la Duquesa.
Al coger el abultado expediente de los cojones, soy consciente tanto del estupendo estudio científico que encierra, como del poco partido terapeútico que le estoy sacando. ¡Tengo ante mí el caso clínico de mi vida y ni siquiera, me he tomado la molestia de compartirlo con mis colegas de la profesión!
A mí, a Tomás Torres, licenciado en Psicología por la Universidad de Granada, me ha tocado soportar, durante el último año, horas y horas las quejas y lamentos de la adinerada dama, escuchar lo mal que la había tratado la vida y, ¡encima!, tener que ser educado con ella ¡Tanto estudiar para tener que oír los gimoteos de una niña de papá! Menos mal que como todo esfuerzo, este también está teniendo su recompensa… ¡Y la recompensa está siendo la leche en bote!
Que la “pobre” Duquesa de Sotomayor tenía problemas era, de sobra conocido por todos, pero si su interminable apelativo le había llegado impuesto por su noble estirpe, el resto de cruces con las que estaba lidiando se las había buscado ella solita y, entre todas ellas, su mayor penitencia: el sinvergüenza de su marido.
Cuando su hombre de confianza contactó conmigo para contratar mi servicio, me lo estuve pensando. No obstante, aunque no me apetecía mucho incluirla en mi lista de pacientes, mi amor por el dinero era inmenso y, como el hecho de que subiera mis honorarios bastante más de lo normal no la hizo desistir de su capricho, me vi en “la obligación” de llevar su caso. Todo fuera porque la ropa de marca, las cenas caras, los coches de lujo y demás, siguieran siendo compatibles con mi cartera.
Como lo desconocía casi todo de la jodida Duquesa, antes de su primera sesión de “que desgraciada soy”, me tuve que empapar de toda su vida pública y para ello no había mejor archivo que la versión digital de las revistas del corazón.
Así que para saber un poco más de mi acaudalada paciente, decidí navegar por internet. El primer artículo que me encontré fue uno de unos diez años antes que decía: “Cristina de Austria mantiene una buena amistad con Fran Muñoz”.
Fran Muñoz era un famosillo torero de poca monta, que vivía del renombre de su fallecido padre y de las exclusivas de la prensa del corazón por sus constantes amoríos. Por eso cuando a Cristina, la Duquesa de Sotomayor, una chica que había llevado una vida bastante discreta, se la comenzó a ver en compañía del atractivo diestro, el que sus idas y venidas fueran objetivo de los paparazzi y que los cronistas de la vida ajena empezaran a especular sobre un posible romance, fue todo uno.
Así la atractiva Duquesa pasó de ser un personaje anónimo a alguien de quien todo el mundo tenía algo que opinar en la cola de la carnicería.
En los últimos meses, una pregunta ha sonado insistentemente en mi cerebro: ¿Por qué se fijó la Duquesa en Fran? Cristina no solo es rica, culta y atractiva, sino que tiene don de gentes y una elegancia que ya quisieran para sí algunas de las anoréxicas modelos de la pasarela Cibeles. Y el jodido Fran Muñoz no pasaba de cateto monillo y poco más. ¡Cómo coño iba a saber yo cuál era la excepcionalidad del novillero? Ni la Universidad, ni cientos de libros te preparan para considerar una circunstancia de esa índole.
La peculiaridad del torero hizo que la relación se consolidara rápidamente y al poco tiempo de dar a conocer su relación, anunciaron a bombo y platillo una boda que terminó siendo portada de todas las revistas de cotilleo. Fue un enlace mediático cien por cien, no recuerdo tanto trasiego de curiosos, periodistas y cámaras de televisión por la ciudad de Sevilla, desde la boda de la Infanta Elena. Fue una celebración opulenta a más no poder, con el despilfarro como seña de identidad y todo el mundo pendiente de unos completos desconocidos, a los que, por su aparente cercanía y popularidad, creían conocer.
Tras el idealizado “Sí quiero” de la pareja, me tocó recolectar los reportajes del viaje de novios, todo fuera por conocer mejor a mi cliente, poder curarla de su trastorno y la publicidad que esto supondría para mi consulta.
La única exclusiva de la luna de miel que el afamado novillero no vendió a la prensa rosa fue la consumación del acto marital. Porque a excepción de cuando estaban en plena faena, no había un momento del día que no tuvieran un fotógrafo pendiente de todos y cada uno de sus movimientos.
Indirectamente la forma de gestionar aquel momento tan íntimo de Fran y la postura de su recién estrenada esposa, me dieron las claves para entender muchas de las cosas que sucedieron tanto antes, como después de lo acontecido con el caso Vox.
Estaba claro que la pareja, con el inmenso patrimonio que había heredado la Duquesa, no necesitaba de los cheques de aquellos reportajes, pero si la ambición del torerillo era grande, más lo era su afán de notoriedad y, con tal de ser el más guapo del baile, no le importó empujar a su esposa hacia el precipicio de las exclusivas, que crecieron como la mala hierba: hoy porque cambio los muebles de sitio, mañana porque nos vamos de compras a Milán… Si a eso le sumamos sus dos embarazos, partos y presentaciones de los niños a los medios, la verdad es que era raro el mes que no protagonizaban un extenso reportaje tanto para deleite de las largas esperas en peluquerías, dentistas y demás, como para engrosar la cartera del recién estrenado duque.
A pesar de su escasa preparación, demostró ser bueno en los temas empresariales, comenzó a tomar parte en los consejos de administración de las empresas de su esposa. Incluso empezó a tomar decisiones, la primera fue la creación de una empresa de energía renovable en la costa gaditana. Para conseguir el capital necesario para dicho proyecto, no tuvo más remedio que lanzar una emisión de obligaciones cuya campaña publicitaria iba dirigida preferentemente a los jubilados, recuerdo que el lema del spot era: “Ayuda a Fran Muñoz a dejar un mundo con menos polución para tus nietos”.
La popularidad del matrimonio Sotomayor, unido a la alta rentabilidad de la inversión y lo ecológico de la misma, hizo que mucha gente mayor pusiera sus ahorros en sus manos, sin pensárselo demasiado. ¿Quién iba a imaginar que personas tan simpáticas y cercanas iban a engañarlos? Fue tal el éxito alcanzado, que su nombre no paraba de sonar entre los círculos empresariales como si fuera una especie de gurú de los negocios.
Fuera como fuera, Francisco consiguió ser alguien a tener en cuenta en la jet set nacional y, amparándose en ello, fundó Vox, una especie de ONG para ayudar a los niños con enfermedades raras. Gracias a su multitud de contactos y su popularidad, los eventos para recaudar dinero para esta causa se fueron multiplicando a lo largo y ancho de todo el territorio nacional.
Hoy en perspectiva, al analizar todas y cada una de las apariciones mediáticas de los Duques de Sotomayor, no puedo evitar pensar que el otrora novillero era un puto sociópata y que todos sus movimientos respondían a un plan perfectamente trazado y con un único objetivo: su enriquecimiento personal.
Si de la etapa “Disneylandia” de Vox tuve que consultar una amplia hemeroteca, en el momento en que el verdadero rostro del esposo de Cristina salió a la luz, nadie pudo callar a una prensa harta del despotismo de Francisco Muñoz. Eso sí, si los antiguos titulares parecían salidos de “Sissi emperatriz”, los nuevos recordaban a “Los soprano”.
Todo se inició con una primera plana en un diario conservador: “El Duque de Sotomayor, bajo el punto de mira de Hacienda por blanqueo de capitales”. Ni qué decir tiene que el periódico agotó su tirada y todos los jodidos tontulianos de las distintas cadenas aprovecharon para dar su versión sobre la insólita noticia, intentando explicar a través de complicadas teorías algo de lo más evidente, pues simplemente pasó lo que pasa siempre, que el dinero llama al dinero y que la ambición y la legalidad pocas veces se dan la mano. Y en el caso de mi paciente y su esposo, es que no se vieron ni de lejos.
Las noticias sobre las presuntas actividades ilegales del atractivo noble se fueron sucediendo y lo que en principio era un delito menor fue aumentando en progresión geométrica, como una especie de bola de nieve al descender desde la cima. Un alud que terminó evidenciando que el guapo torero era un estafador “sin todas las de la ley”.
Tras el presunto blanqueo de capitales, se supo de su saqueo de las arcas públicas mediante el cobro desorbitado de servicios inexistentes a través de la ONG Vox, también de que el préstamo masivo que consiguió de los jubilados era una especie de trampa, pues no se trataba de depósitos a plazo fijo, sino de deuda subordinada cuyo período de amortización superaba los cincuenta años. Y lo peor, cómo a través del entramado de empresas de su esposa, consiguió apropiarse indebidamente de unos fondos para el desempleo y para cursos de formación para los más necesitados. Por lo visto, el ex novillero consideraba que aquellos millones de euros eran más necesarios en su cuentas de los paraísos fiscales, que en la casa de las personas en peligro de exclusión social.
Dada la mala situación que pasaba el país (un desempleo muy alto, desahucios a la orden del día y una clase política corrupta), el valiente juez Monzón le echó cojones y se atrevió a imputar al matrimonio Sotomayor.
La prensa conservadora se cebó con el osado juez, intentando deslegitimar sus acciones aduciendo que estaba movido por los hilos de la izquierda y los antisistema. Sin embargo, pese a que tanto los poderes fácticos como los poderes públicos intentaron hacer desistir al magistrado de su empeño, el matrimonio Sotomayor fue imputado y, posteriormente, juzgado.
El articulo con la sentencia de Francisco Muñoz y Cristina de Austria, ocupa un lugar privilegiado en su expediente médico, entre otras cosas porque fue el detonante de su trastorno: “El Duque de Sotomayor condenado a diecisiete años de prisión, su esposa sale absuelta”.
Argumentar que no conocía nada de los negocios de su marido y que ella se limitaba a firmar los papeles que él le ponía delante, salvó a mi cliente de dar con los huesos en la trena. La ayuda especial del Fiscal General del Estado y de otros altos poderes legislativos, también tuvo su importancia.
Aquello me dejó claro que esta sociedad española nuestra puede presumir de ser moderna, igualitaria y demás zarandajas, pero sigue siendo tan machista y clasista como cuando hace cuarenta años y aún el “Gran Hermano Tito Paco” nos vigilaba. ¿Cómo no va a saber una mujer del siglo XXI cómo y dónde gana el dinero su marido? Máxime una que entre otras cosas era socia al cincuenta por ciento en la mencionada empresa Vox ¡Que por muy tonta que sea una mujer esas cosas las sabe! (Si no que se lo pregunten a la mía, que parece que la ha enseñado el mismísimo Sherlock Holmes).
Pese a que ella negó repetidas veces en el juicio que conociera o no le constara algo de las actividades y los negocios de su marido, todo el mundo concluyó que mentía y aquello la hizo caer en desgracia. Y de ser la nuera, la hija o la amiga que todo el mundo quería para sí, pasó a ser persona non grata en la mayoría de los círculos sociales.
Los aristócratas, artistas y demás gente que frecuentaba, le dieron la espalda para que su imagen no se viera dañada. Es más, a pesar de su dinero e influencia la mayoría de las puertas se le cerraron, no porque hubiera hecho algo que los demás no hicieran, sino porque había sido tan torpe como para que la pillaran.
Pero el que se dictara sentencia no trajo consigo que la pareja desapareciera de los dimes y diretes de las tertulias varias. Todo el mundo daba su opinión sobre la decisión del Juez, los había que hasta aseguraban y perjuraban que meter a un Duque en la cárcel respondía a una especie de conspiración tras la cual estaba o el cartel de la droga colombiana o la revolución bolivariana… Cualquier cosa menos reconocer que, en un estado de derecho, quien la hace la paga.
Mas cuando parecía que el tema se agotaba, una nueva noticia saltó a las portadas de los diarios: “Cristina de Austria en paradero desconocido”. Se especuló todo lo que se quiso y más sobre su desaparición, los que fueron más suaves con ella argumentaron una especie de depresión por ver su marido en prisión. Y por otro lado, los amantes de los todopoderosos, que vieron en lo sucedido una confabulación, culpando de su desgracia al Juez Monzón.
Nadie podía sospechar que la Duquesa de Sotomayor había sido secuestrada por unos ancianos damnificados por los negocios de su marido (el que no pidieran rescate ayudó bastante) y tras dos semanas sin saber de ella, se presentó en un centro comercial con una indumentaria más propia de una prostituta que de una dama de la nobleza.
No olvidaré el titular en la vida: “La Duquesa de Sotomayor reaparece en un centro comercial y es detenida por escándalo público”.
Las fotos de su regreso y lo que sucedió después acaparó las portadas de los diarios, los programas del corazón y las tertulias de sabelotodos tuvieron comidilla para unos cuantos debates. No todos los días meten a una Duquesa en la cárcel por hacerle una mamada a un tío en pleno centro comercial y mucho menos a una tan conocida y famosa como la de Sotomayor.
Entre los beneficiados de aquel estropicio, estuvo el Falote, el tío que se dejó hacer por mi paciente. El muy cabronazo, de ser un canorro sin oficio ni beneficio, pasó a ser trending topic y a desfilar, previo pago, por todas las televisiones para dar su versión de lo sucedido. El puto niñato se hizo de oro por estar en el lugar y sitio preciso.
A raíz de aquel incidente fue cuando la ilustre Dama pidió contar con mis servicios, en principio no supe por qué me eligió a mí de entre todos los psiquiatras de la capital hispalense; hoy, tras las numerosas charlas compartidas y con todo lo que he averiguado de ella, estoy en condiciones de conocer la respuesta: me escogió por ser el más joven y más atractivo…
Aún recuerdo nuestra primerísima sesión, creo que fue ahí cuando caí rendido ante sus numerosos encantos. Intuitivamente pulso el play de la grabadora para escucharla y dejo que el sonido enlatado refresque mi memoria.
La segunda parte la podréis leer en una semana.
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Hasta la próxima y procurad sed felices.