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La duquesa del coño insaciable (2 de 4)

en Parodias

15 DE DICIEMBRE 2012 PACIENTE: Cristina de Austria sesión nº 1

—Doña Cristina. Para poder estudiar mejor su caso necesitaré grabar nuestras sesiones. Nada de lo que se diga aquí, amparado en el secreto profesional, saldrá al exterior.

—Sí. Y además está la cláusula de confidencialidad que mis abogados le han hecho firmar…— A pesar de la baja calidad de la grabación,  se puede palpar la arrogancia y prepotencia en su voz— Puede grabar y por favor, si quiere que me sienta cómoda no me llame Doña Cristina, llámeme Cristina o si lo prefiere Kit.

—Lo dejaremos en Cristina…

—Pues entonces no nos tutearemos…

—De acuerdo… Quiero que se relaje, que esté lo más cómoda posible, que se sincere conmigo y que olvide todos los formalismos sociales—El armonioso sonido de mi voz, no tiene otro objetivo que su comodidad—.  ¿Sabe usted que, para poder solucionar los problemas que le ha acarreado el secuestro, deberemos hablar de él?

—Vaaaaale .

—Sucedió a finales de noviembre, pocos días después de que el juez la absolviera de toda culpa, ¿no?

—Sí, pero eso usted lo debe saber porque, desde que los negocios de mi marido fueron sacados a relucir por la maldita prensa, no ha habido un día en que los medios de comunicación no hayan bombardeado a la gente  con datos sobre el dichoso caso. Si hubiera sido el marido de  una cajera de un supermercado en vez de un miembro de la nobleza, no se le hubiera dado tanto bombo —Hace una inflexión al hablar, como si se creyera sus palabras—. Ya sabe usted, son los inconvenientes de ser una persona  súper conocida, que la envidia se ceba con nosotros…

—Debería entender que el marido de la cajera de un súper no hubiera tenido acceso a tanto dinero.

—Ya…—permanece en silencio como contrariada, para proseguir con más ímpetu— No es que intente justificar lo que hizo mi marido, pero como ya dije una vez y otra vez  ante el juez, no es que yo no supiera nada, sino lo siguiente.

¿Cómo pude ser tan necio? Su forma de alternar vocablos propios de la persona culta que era, con los de una pija descerebrada debió darme que pensar sobre lo que verdaderamente pasaba allí, pero estaba tan ensimismado con la majestuosidad de su persona, que demostré ser poco profesional y lo obvié por completo.

—Cristina, debe sincerarse conmigo pues, como sabe, nada de lo que diga saldrá de aquí…

—Bueno, no creo que decir que supiera o no lo que Fran estaba haciendo, vaya a solucionar el problema que me han acarreado los puñeteros  yayo flautas.  O sea, que no creo que valga para nada.

—¿Por qué utiliza ese término peyorativo hacia sus secuestradores?  ¿Qué sentimientos tiene hacia ellos?

—Odio, mucho odio —Aunque intenta sacar una voz lastimera, le es imposible pues no está dispuesta a  perder su perenne “saber estar” —.No solo me apartaron de mis hijos y de mi familia durante dos largas semanas, sino que además contrataron a aquel psíquico estúpido para que me hiciera aquello…

—¿Qué recuerdos guarda usted del día del secuestro?

—Todo está tan mega confuso… Solo recuerdo que fui de shopping a aquellos grandes almacenes intentando evadirme de la realidad. Intentando olvidar que Fran se quedaría en la cárcel por mucho tiempo y que cuando saliera de allí, sería un añejo cincuentón. Que perdería los mejores años de su vida entre delincuentes…

—¿Fue usted sola?

—Pues claro. Y aunque lo de despistar a mi escolta, vestirme con ropa barata, ponerme una peluca´, unas gafas y pagar en efectivo, no era nuevo para mí pues, tanto para pasar desapercibida como para divertirme, ya  lo había hecho en otras ocasiones con mi ex–mejor amiga Mamen Meiras, pero como desde que pasó lo de Fran, no solo me ha retirado la palabra, sino que  me ha borrado hasta de su grupo de WhatsApp… O sea, que no tuve más remedio que ir sola.

»Sí, sé que debí de haber hablado con alguno de mis guardaespaldas y que me vigilara en la distancia, pero estaba tan obsesionada en convencerme de que nada había cambiado, que opté por hacerlo como siempre lo había hecho.  Si hubiera sido más precavida, nada de aquello habría pasado.

»Por lo que pude saber después, hacía días que los yayo flautas  me tenían súper  vigilada y seguirme  a los  grandes almacenes fue de lo más megafácil. En los aparcamientos y  con la excusa de pedirme ayuda para cargar unas bolsas en el coche (¿quién iba a  desconfiar de unos débiles e inocentes viejecitos?) me dieron a oler cloroformo y el resto ya lo conoce.

—Conozco lo que ha salido en la prensa, pero no lo que usted vivió de primera mano.

—¡Lo flipo en colores…!¿Tengo que revivir ese momento para poder curarme?...

—Aunque no sé si podré revertir el proceso, si usted no acepta plenamente lo que pasó aquellos días y lo comparte conmigo. Difícilmente estaré yo en situación de ayudarla.

—De acuerdo, pero le tengo que decir que mis recuerdos no es que sean vagos, sino lo siguiente.

—Pero siempre serán mejor que nada.

—Lo primero de lo que fui consciente fue de lo oscuro del lugar y  de mi imposibilidad de movimientos —Sus palabras suenan con firmeza, como si todo estuviera en su cabeza y no tuviera que hacer esfuerzos por recordar —.Estaba atada de pies y manos, una mordaza cubría mi boca y aunque las ligaduras eran suaves, no por ello dejaban de ser incómodas. Un inconmensurable terror se apoderó de mí, pues no sabía ni dónde estaba ni quién me había llevado allí. No sé cuánto tiempo pasé allí sola, lo único que recuerdo es que tenía tanto miedo que hasta me oriné encima. Fue súper espantoso sentir cómo el caliente líquido empapaba mi trasero y resbalaba por mis piernas. Es la mayor abyección a la que puede ser sometida una persona, y más una de mi  categoría y clase social.

»De pronto la luz de una linterna me dio de pleno en la cara, cegándome por completo. Sentí cómo el lugar donde estaba se llenaba de gente. El primero en hablar fue un hombre, por la forma de arrastrar sus palabras y lo ronca que era su voz, supuse que era un señor de avanzada edad. Nunca olvidaré lo que me dijo: —La Duquesa sorprendentemente, cambia su tono de voz e imita la voz áspera del hombre —“Cristina, usted y su marido se han llevado la seguridad de nuestra vejez, los ahorros de toda una vida. Su marido ha acabado con los huesos en la cárcel, pero usted ha conseguido eludir la Justicia por ser quien es. ¿Cree que se puede ir de rositas después de ser cómplice de nuestra ruina? Por su culpa, nuestra vida ha cambiado por completo. Nosotros haremos que la suya cambie para siempre”.

»Dicho esto se marcharon y me volvieron a dejar sola. Un terror incontrolable atenazó mi pecho, la angustia fue mi compañera durante largas horas, hasta que recibí  la  única visita de una mujer mayor que venía a traerme la comida. La  muy odiosa vieja cubría su rostro con un pasamontañas y me dio de comer  sin decir palabra alguna.

—¿No intentó hablar con aquella señora?

—¿Me lo dice o me lo cuenta?... — Al gritarme pierde la compostura —¡Pues claro que sí!,  pero ella me ignoraba y me metía el alimento en la boca del mismo modo que se hace con  una bestia. ¡No me había sentido tan  híper  humillada en la vida!

—¿Qué pensamientos pasaron por su cabeza ante el desprecio de aquella mujer?

—Si hubiera podido moverme hubiera reventado su cabeza contra la pared, ¿quién se había creído aquel vejestorio que era para tratarme a mí así? ¡A mí, a la Duquesa de Sotomayor!

—Eso es, suelte su frustración… Le vendrá bien.

—No creo que ni en mil sesiones con usted, doctor, sea capaz de soltar todo el resentimiento que siento hacia aquellos malditos viejos. ¡Y al final dicen mis abogados que por su avanzada edad no van a ir a la cárcel! ¿Hay derecho a eso?

—Eso es justamente lo que pensaban ellos, que no era lógico que usted no pagara por lo que había hecho…Ellos la consideraban cómplice de su ruina.

—Pero… ¿Usted de que parte está?

—Yo de la de usted… Pero si no acepta su culpa en los hechos y continua mostrando ese resentimiento hacia sus secuestradores, difícilmente podremos afrontar una posible mejoría.

—¿ O sea, que me está pidiendo que los perdone?

—No, pero el odio y el resentimiento son emociones muy negativas y lejos de ayudar a revertir su estado, lo único que pueden hacer es empeorarlo.

—¿Sabe usted lo que me hicieron pasar en aquellos catorce días?¡No se lo pierda!  Cuando se marchó la mujer que me dio de comer, estuve no sé cuántas horas allí sentada, muerta de frio,  empapada y apestando a orín. Lloré y gimoteé hasta que el cansancio me venció y a pesar de lo incómodo de la postura, me quedé dormida sobre aquella asquerosa silla.

»Al despertar, estaba tendida sobre una especie de cama, me habían vendado los ojos y por la sensación de mareo que tenía, sospeché que me habían vuelto a sedar.  Por las voces, deduje que junto a mí había cinco personas distintas: tres hombres y dos mujeres. La voz cantante parecía llevarla el carcamal de la voz ronca.

»No había que ser un Einstein para deducir que estaban súper bien organizados y que llevaban mucho tiempo preparando aquello —Aunque el sonido de su voz es alto, intenta que sus palabras no sean un reflejo de su  degradado estado  de ánimo —. Hablaron delante de mí como si fuera invisible, como si nada de lo que yo pudiera hacer o decir les importara. Aunque no pillaba el sentido completo de su conversación, supe que no pedirían rescate por mí y cuando viniera alguien y me hiciera no sé qué, se entregarían a la policía. No tenía ni zorra de quién se trataba  y qué me esperaba pero, por lo que pude deducir,  el tipo no era un asesino a sueldo y lo que me haría no era nada grave… ¡Aunque sí duradero!

—Un mes  lleva padeciendo las consecuencias de lo que lo hicieron, ¿no?

—¿Me lo dice, o me lo cuenta? … ¡Sí, treinta largos días   y parece no tener fin…! Es más, creo que sus efectos en vez de mitigarse van a más…

–Bueno, pero no adelantemos acontecimientos. ¿Cuál fue su relación con sus secuestradores?— Mi tono jovial suena a entrevistador televisivo.

—¿Quiere saber si nació en mí una especie de síndrome de Estocolmo o como quiera que lo llamen?¡Qué fuerte! Pues definitivamente y rotundamente, ¡no! ¿Sabes qué hicieron para lavarme y ponerme una ropa asquerosa? Me sedaron ¡A saber quién me desnudó y el modo en que lo hizo! O sea, que uno de esos viejos me tocó y manoseó para cambiarme de ropa. Es solo imaginarlo y se me ponen los vellos de punta… ¡Fue súper horrible!

—Por lo que sé, no hubo abusos sexuales, ¿no es así?

—No, no los hubo —guarda silencio unos segundos y su voz vuelve a mostrar un tremendo enojo—. ¿Pero le parece poco lo que hicieron? No se conformaron con mantenerme en aquel repugnante sitio durante catorce eternos días, luego estuvieron las sesiones con aquel maldito psíquico… ¡Solo recordarlo y me pongo estresadisíma!

—¿Sesiones? —Lo que dice me coge por sorpresa y callo por un instante —. Eso lo desconocía, creía que la hipnosis se hizo de una sola vez…

—¡Eso me hubiera gustado a mí! Pero por lo visto o el psíquico no era tan bueno como decían o mi mente se resistía a ser controlada. Al final, seguramente porque mis defensas se debilitaron, fue oír las malditas palabras que salieron de la boca de aquel tipo y mi mundo no se volvió de revés, sino lo siguiente.

—¿Qué recuerda de aquel momento?

—En principio no sabía qué reacción buscaban con decir delante de mí aquellas tres palabras  —Por primera vez en toda la sesión, sus palabras parecen dubitativas —, pero el día que mi mente y mi cuerpo se vieron afectados por ella, lo supe.  No olvidaré jamás cómo me sentí aquel día. ¡Fue súper mega horrible! Incluso peor que  en el juicio…. ¡Aquellos malditos yayo flautas destrozaron mi vida por completo! Si me quedaran lágrimas que echar, lloraría.

—No se reprima. Suelte toda la rabia, llore si lo precisa.

—La rabia la puedo soltar pero lo de llorar prefiero hacerlo cuando no esté maquillada, por aquello del rímel y tal… ¿Por dónde iba? ¡Ah! Cuando por primera vez, las malditas tres palabras tuvieron efecto en mí. Ignoraba qué es lo que pretendían hipnotizándome y con todas aquellas sesiones de sugestión psíquica, pero aquel día lo averigüé… ¡Y bien que lo hice!

»A pesar de estar maniatada a una desdeñable silla de madera, una sensación parecida al hambre me invadió, era como si mi vientre, mis pechos, mi boca, mi culo, cada poro de mi cuerpo pidiera ser acariciado. Como si tuviera un vacío en mi interior que solo pudiera ser saciado con unas buenas dosis de sexo.

 »Y lo que era peor: no había un deseo hacia formas, olores o sensaciones. Era una necesidad impúdica de otro ser humano sin importarme su género, edad, raza o cualquier otra característica física. Una lujuria irracional se apoderó de mí y si hubiera estado libre ninguno de los allí presente se hubiera salvado de ser acosado por mí. Solo de pensar,  que de no haber estado amordazada, me habría insinuado como una cualquiera a aquellos asquerosos viejos, ¡ aiss, me entran escalofríos de solo pensarlo!

»El hipnotizador pareció darse cuenta de mi transformación y me quitó la mordaza —Cambia el tono de su voz por uno más ceremonial, tanto que parece ensayado —. Aun hoy, al recordar las frases que salieron de mi boca, siento como si hubieran sido pronunciadas por otra persona. Articulé insultos que desconocía que existieran siquiera. Toda mi instrucción religiosa quedó relegada por los ardores de mi entrepierna. Vociferé con todas mis fuerzas que me tomaran de los modos más soeces posibles. Mis pechos estaban duros como una piedra, mis bragas se mojaron de manera evidente y una sensación extraña nacía en mi trasero, como si estuviera incompleto sin algo dentro ¡Ya le digo mega mega mega espantoso!

»Tras disfrutar del lamentable espectáculo que di, me volvieron a sedar y ya, lo siguiente que recuerdo es despertarme en un banco en un centro comercial, vestida  y maquillada como una mujer de vida alegre. Fue recuperar la conciencia, alguien a mi lado pronunció las tres palabras y mi mundo se volvió de revés.

»Un deseo incontenible por disfrutar de los placeres carnales se apoderó de mis sentidos, todos los viandantes me parecían deseables y, como si mi bajo vientre gobernará mis movimientos, me fui hacia la persona que estaba más cerca de mí: un señor grueso de unos cincuenta años.

»El hombre no me reconoció,  cualquier parecido de aquella ropa y maquillaje de mercadillo con mi indumentaria habitual, con  mi particular estilo y clase, era pura coincidencia. Y es que el modelito que me pusieron los vejestorios, no molaba para nada.  Por eso cuando le metí mano a la entrepierna, el hombre me amonestó diciendo, ¡no te lo pierdas!,  que él no iba con putas.

»Uno a uno fui tanteando a los hombres y mujeres que transitaban junto a mí. Ninguno me hizo caso, es más, en algunos casos hasta me insultaron y me agredieron de mala manera. Como nadie me prestaba atención, en un gesto desesperado me desprendí de toda aquella asquerosa ropa y mostré mi hermoso cuerpo a los ojos de todos. Si al verme desnuda,  con lo divina que soy, no reaccionaban, no lo harían con nada.

—Esa parte es la que mejor conozco pues salió en todos los noticieros.

—No hay nada que más le guste a la plebe que ver a los poderosos caer en desgracia. No olvidaré nunca cómo se cebó la prensa con mi persona.

»Y lo peor de todo es que todo el mundo creyó que era una especie de depresión, consecuencia del rechazo social del que fui víctima después de que Fran entrara en prisión. ¡Me pareció súper fuerte!

»Si mi vida social anterior había sido lo más de lo más, mis fotos desnudas dieron la vuelta al mundo. Todavía hoy estoy en trámites legales para quitar los videos de  lo sucedido aquel día de la red. Pero es “híper complicado”.

—Yo creo que son muy pocos los que  no le han echado un vistazo a su momento con el Falote.

—El Falote, ¡no me lo mencione, por favor! Es solo oír su nombre y me entra repelús. O sea, ¡que me pongo malísima de la muerte!

—Pero también es algo a lo que deberá enfrentarse.

—Doctor, admito que tenga que revivir mi encierro porque desconozca los detalles, pero de lo que pasó con aquel don nadie, no hay nada que pueda añadir a lo que  se ve en el megavisitado video —Sus palabras denotan que he tocado una fibra sensible en ella.

—Sí que lo hay Cristina… Lo que usted sintió…

—Mis recuerdos son contradictorios… —Guarda silencio un instante y comienza a hablar de manera vaga —Por una parte, el placer que me dio disfrutar de aquel enorme miembro entre mis labios y por otro lado, la sensación de verme ultrajada ante los ojos de todos.

—Por lo que puedo deducir, usted cuando está en su “otro estado” lo recuerda todo perfectamente.

—Sí, pero  me siento como tuviera la mente  en arenas movedizas; cuando vuelvo a mi estado normal, aunque todo está en mi memoria, es como si lo hubiera vivido otra persona.

—¿Y cómo se siente cuando esto ocurre?

—Mal, muy mal. ¡Súper horrible. La indefensión es absoluta pues soy plenamente consciente de lo que he hecho y de sus consecuencias. O, ¿cómo cree que me he sentido cuando el Falote se ha paseado por todos y cada uno de los platós de televisión, dando detalles y más detalles de lo que pasó?

—Y lo del video porno que rodó, ¿cómo lo lleva?

—¡Súper fatal!, no solo he tenido que soportar que un odioso nini,  quien  se ha hecho famoso por tener un pene grande y que yo le practicara el sexo oral, recree una y otra vez aquel momento ante las cámaras. También he tenido que aguantar cómo una actriz porno  de tres al cuarto, maquillada y caracterizada como yo, ha llegado a hacer todas las vejaciones posibles con él, para deleite de los pervertidos de este país…

—¿Ha visto usted el video en su totalidad?

—Sí, es denigrante  a más no poder,  y lo peor que la chica que han escogido para mi papel no se me parece en nada: está más gorda, es más fea que yo y no tiene mi elegancia. ¡No me llega ni a los talones!

—Volviendo al día de los hechos, ¿Qué sintió cuando la policía la detuvo? ¿Seguía en trance?

—¿Es una pregunta con trampa, doctor?—Su interpelación es un reto en toda regla —Si ha visto usted el famoso video, en él se ve cómo la policía me tiene que despegar a la fuerza de la entrepierna del Falote, habrá visto que cuando lo consiguen, intento tener sexo con ellos y les meto mano a sus paquetes como una vulgar ramera…

»Por lo que sé, hasta que no me pusieron el sedante en la Comisaria no me calmé...

La  tercera parte la podréis leer  en una semana.

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Hasta la próxima y procurad sed felices 

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