A mis pies te pones y de ello gozas.
Vienes de tu trabajo, entras con cuidado y dejas tu bolso, cuidadosamente, te sacas tu jersey y bajas tu falda, las colocas en la percha y te refrescas con una esponja. Te sacas tus zapatos y te pones unas zapatillas, de goma: notas, la sujeción que entra entre los dedos pulgar e índice de ambos pies. Y vienes dispuesta, refrescada a verme. Estoy sentado, viendo un documental, te arrodillas, mansamente.
Y te acercas para lamer mis rodillas, las cuales lames y ensalivas; para volver a secar, con sorbitos de tus labios. Me miras, y notas mi aroma. Notas la suela de tus sandalias de goma, tipo chanclas y notas que tu braga se te va introduciendo en tu vagina. Notas que te abres, que tu boca habla, mudamente; diciendo quiero más sigue cuidando a quien amas.
Bajas, con tus manos y acaricias mis pies. Bajas la posición de tu cuello y me lames las pantorrillas. Masajeas un pie, dedo a dedo, cada falange, cada uña. Recorres la suela del pie y lames con tu boquita la parte superior de mi pie, como si fuese el paso elevado de un puente (y en cierta forma eso es).
Tus pechos se sienten aprisionados, tu respiración y ganas de mí los inflan máximamente. Pero, aunque me miras y me haces entender que quieres liberarte de tu prenda íntima, esa hamaca, que sujeta tus dos pechos, que semejan ser dos mitades de cocos "muy sensibilizados". Te digo, que te entiendo, con el lenguaje de nuestras dos dialogantes miradas. Siento que, con una de tus manos, te acaricias los muslos: vas empezando desde la rodilla y subiendo hacia arriba, noto que estás apretando y limando mínimas porciones de tu piel recién humedecida (primero por la esponja, ahora por tu transpiración).
Lames esforzadamente entre mis pies. Te tenso, el tirante de tu sujetador "por tres veces". La primera, es para ti una caricia, la segunda es aprobación y la tercera es la autorización a que lo aflojes. Liberas, la sujeción y tus pechos cuelgan rebosantes, con tus aureolas y pezones levantados osadamente. Te agachas, y rozas con ellos una de mis piernas y luego la otra. Te excitas, y humedeces el rizoso tejido que cubre tu braga y que parchea tu vagina. Tu humedad va empapando tu flujo, y sigues lamiendo mis pies, sin cansarte de cumplir con tu devocional atención.
Te dejas caer en el suelo, desde donde ves que aflojo mi pantaloncito corto. Me lo bajo, y lo dejo en la parte baja de mis piernas. Tu tomas el pantalón, lo deslizas, y dejas que pase un pie hacia arriba y luego el otro. Lo tomas, lo besas y lo doblas. Al poco, me lo colocas de un lado. Es tal tu maestría y el conocimiento de tus manos, que puedes dejarlo en estado de perfecta inspección. Y te tumbas miras hacia arriba, ves mis muslos y miras entre las piernas. Ves el estoque, apretando el envoltorio del slip, que le sirven de vestido. Dentro, están los dos escuderos de esa lanza de carne.
Te vas arrimando, tu pubis a uno de mis pies y te rozas con los dedos: primero, sientes los cinco apéndices quietos sobre tu muslo e ingles y paseando por encima de tu braga. Luego, muevo los dedos sobre el borde lateras y entro un poco dentro. Rozo un rato, toco tus femeninas carnes, tan alargables y extensibles (que son tus labios íntimos). Estiro y muevo, y me hundo en el hoyo de tu humedecida feminidad. Siento tu calor y te indico que sigas quieta y así te masturbo, mientras tu te enriedas con tus manos a mi y acaricias, especialmente a ese pie.
Yo goloso, con mi pie palpo tu intimidad, rozo y entro. Salgo, muevo por encima, y siento como te dejo de lado la tela. Con ayuda de tu mano, tu braga, queda apartada, y froto por encima los montecitos de tu vulva. Paseo por tu valle, llego a la cordillera. Y siento, como conduces al triangulo formado por mi pie, para que tome posesión de ti. Ahí, ya eres sentida por mi, siento tu calor y tus temblores, veo tu cara. Noto como te revuelves, y gozas. Pataleas, sobre el suelo, usas tus pies como aspas de una barca, y me miras. Veo la expresión de tus ojos y se que gozas.
Te quedas rendida. Luego, te sacas la braga y el sujetador también -que estaba medio suelto-.
Quieres mostrarte completamente natural. Tus pechos suben y bajan sensualmente, te pones a mi lado, me enlazas con tus brazos y me besas incontables veces, siempre tiernamente. Hasta que al final, muerde mi labio inferior y siento que ahora gozas de otra manera, mientras tomas mi mano y te masturbas con ella.
Es como si me dieras cuerda, me recuerdas que quieres más y así te hago gozar. Te remueves y te juntas. Te friegas conmigo y me doy cuenta que tu placer, rebosante y como una marea que sube pasa entre mis dedos y moja la cubierta del sofá sobre la que nos sentamos.
Siento como gozas, acompasadamente. Metes tu mano dentro del mi slip y lo masajeas. Tras tus atenciones, mi placer se mueve y late entre tus manos. El calor húmedo de mi fluido sexual y de mi semen disuelto, están entre tus dedos. Lo sientes, lo quieres esparcir por mi. Así, gozamos los dos. Te quedas parada un momento, una porción de eternidad. Miras tu mano y me miras a mí.
Yo tengo tu néctar, tu tienes el mío. Y nos quedamos parados, sentidamente entregados y recibidos. Y veo tu cara de felicidad, y dentro de ellas tus ojos, en los que me reflejo y veo que sonrió enamoradamente agradecido, por tenerte a ti "mujer maravillosa"