Me gusta que me esperes
Me gusta que me esperes, que estés cerca de la puerta, cuando pongo la llave en la cerradura. A veces pienso, que en cierta forma tú misma eres como la puerta: pendiente de sentir que pongo, mi masculina llave dentro de ti, y que abro los caminos a tu placer.
Me gusta, que pienses en hacer cosas conmigo. Tu pensamiento creativo y las sorpresas y novedades son cualidades de tu discurrir. Me haces tu amor sentir, desde el primer segundo en que te aproximas a mí. Y creo, que desde antes de conocerme ya me esperabas, te preparabas y sentías la necesidad de ser totalmente de alguien. Un cuerpo sin sombra no existe, eso entendiste cuando te confesaste contigo y luego cuando supiste, que me querías como "mas que amigo".
Me gusta, que me recibas poco vestida. Si acaso, puedes llevar una bata. Y al cerrar la puerta te la has de sacar, para moverte felina y como una danzarina excitarme con tu deambular insinuante y oferente. Quiero poder mirar, cada cambio en tu vestuario y en las expresiones de tu cara. Puedes ir en zapatillas, ocasionalmente también te puedes poner unas zapatillas de ballet y moverte bailando para mí.
A veces, me has sorprendido con tus giros y movimientos, con tus cambios de voz y con la música de tu risa. Tus expresiones faciales, el brillo de tus ojos y tus manos enlazarme. Me gusta sentir, a tu cuerpo venir y apretarse y darme tímidamente dos besos. Luego, puedes añadir una docena de caricias y mimos. Todo es posible, excepto tocarme íntimamente de forma precipitada.
Varias veces te concentras, en tomarme un brazo, en la acción de desvestirme. Mientras va quedando libre, vas dándole caricias y besitos. Y te lo aprietas a ti. Pones mi mano sobre tu corazón y acaricias tus pechos, sobre la ropa. Si, no digo nada y sigues sientes que mis dedos empujados por ti entran bajo el tejido y tu piel toca, se mueven y te hacen estremecer.
Es un momento de debilidad, de esos que me gusta que te superen y me hagan saber de la fuerza de tu amor. Eres, como una planta girasol en flor, que se inclina hacia mí (como si yo fuese tu sol). Ese y parecidos gestos, hacen que mis dedos tomen vida y aprieten y hundan su presencia en tu carne, sobre tus tetitas, sobre tu vientre y sobre tu braguita. Te siento, muy atenta y mimosamente calentita, era mi gatita. Me miras, y chispeas en tus ojos y en tu corazón; ese es tu amoroso don.
Me quitas la camisa, la camiseta. Aflojas la hebilla y sacas el cinturón, presilla tras presilla, tu competencia de sumisa me maravilla. Tomás mi cinturón y lo dejas cerca. Me miras y te quedas pensativa, para ver si acepto que me saques el pantalón, cosa que autorizo a hacer, sientes renacer la pasión en tu corazón.
Te inclinas, levanto un pie y luego el otro, tu silenciosa pero tu corazón en tu interior relincha, como una yegua que espera se cubierta por "su potro". Miro sobre, el tocador y veo una bandeja con una esponja, una toalla y una flor. La flor es la que te regalé, la primera vez que contigo gocé; ese día madrugué, como pocas veces, fui a la floristería y la adquirí para expresarte algo de lo que en ese momento por ti sentía. Te enamoré, nuevamente y te cortejé durante todo el día.
Por la noche, cenamos y nos recorrimos a cuatro manos. Entre la claridad de la ventana, te desperté un placer largo y repetido, cual toques de repique de campana. Te dejé descansar, y mis manos te envolvieron, de mi amor te dijeron y sobre ti me apoye, coloque mi verga deseosa, te sentí menesterosa, y te penetre.
Empezaba, me quedaba a las puertas de tu goce y me paraba. Rozabas la felicidad y te escapaba, y finalmente te aferraste a mí, para que no me separe. Me coloque bajo tu cuerpo, te agitabas encima de mi; picaba en tu cuello, estiraba tus pezones haciendo con mis dedos pinzas, como pico de cuervo te los apretaba y tu al placer llegabas, cuando estiraba y soltaba. Fuiste dichosa, sentiste mi manera de hacerte el amor, te desbordaste fuera de tus maneras caprichosas te entregaste, te regalaste.
Con mi lanza, tu misma te empalaste. Descansabas de un placer, y reiniciabas tus acciones amorosas. Inagotable, sentías que mi placer era cual espinas de rosas, te sentía entrañable, te reconociste como nunca dichosa.
Luego, hablamos y nos miramos. Nos sellamos, para presente y futuro. Sentiste en tu mano, mi pene duro. Asida a él, dormida te quedaste y en tu sueño, conmigo te frotaste. Mi placer se desbordo, estando semidormido dentro de ti me sacudí, mi leche se derramó. Tu risa de mujer feliz, a mis oídos llegó mezclado con tu placer y con palabras de júbilo y gemidos impronunciables, sentidos de algo memorable.
Supe y supiste, que esto era distinto a todo lo sentido y que era compartido y te quedaste conmigo. La semana siguiente, trasladaste tus cosas y a mi casa te mudaste Tu cuerpo de mi no se hartaba, tu ilusionadamente de tu trabajo plegabas, para venir a estar conmigo porque me necesitas y me deseabas igual que ahora. Tu pasión te devora y te lleva a mí. Te entregas incondicionalmente, no te importa exhibirte sin nada, no te sientes indecente. Te sientes amada, comprendida, aceptada y querida. Te sientes parte de mi vida, y eres parte de mí. Sobre ti me cerní, agitándome contigo sobre tu persona y tu te sacudías sobre mí, cual un ave sacudiendo sus alas, sujetada a su persona amada.
Te subes, te pones encima de mí y te sacudes descontrolada sobre mi cuerpo. Te desbocas, cuando sientes que la pasión te toma, te sojuzga el deseo y notas que respiras nuestros olores mezclados. Nos enlazamos los cuerpos, de modo similar a como nuestros corazones se dan y se llena de amor a la persona que amamos. Nos llamamos, nos deseamos y nos disfrutamos. El amor compartido es una bendición, es una canción a dos voces, que siembra la vida común de nuestros goces.
Te hice sentir encantada, te enamoré y pronto entendía, que estaba enamorado de ti Y cada día, contigo siento y te hago sentir parecidamente, este fuego inextinguible que te llama a ti, y me lleva contigo, a ser más que tu amigo: soy tu marido, soy parte de ti.