La monja y las dos chicas lesbianas, del internado (1).
Dos chicas, se sienten atraídas y tienen pasión. La falta de cariño, estar internas en el "Sta. Inés de Braganza", bastante aisladas del mundo, salvo vacaciones y ocasiones especiales. Se gustan, juegan, se descubren y se tocan. Y una monja, joven, se siente atraída irremisiblemente por esas criaturitas.
Mi vida y mi forma de pensar, son contradictorios con lo que siento. Tengo la formación católica del colegio de monjas, con su moral y su escala de valores de una sociedad hipócrita y conservadora.
Donde todo los deseos quedan ocultos en la privacidad, con la doble moral. Vivía mi sensualidad, con una carga angustiosa y me sentía reprimida, con demasiadas reglas que cumplir.
A veces la mente me martillaba de ganas de tocarme y ser tocada, y tener sexo con mis compañeras. Y pensaba en esas noches, en que veía a algunas de ellas moverse
Síiiii .. y sentía unos gemidos "parcialmente ocultados", en los que llegaba el goce entre sueños o con dos compañeras meditas en una misma cama.
Y eso, me hizo estar en un constantemente actitud de espía, y derritiéndome en el "deseo de disfrutar con alguna de ellas" (las otras chicas) y sentirme a gusto y vivir la satisfacción del placer entre mujeres.
Vi a una de la vigilantas, que había sentido la atracción. Era aquella misma falta de experiencia y curiosidad mezcladas, algo que no me dejaba estar.
Me levanté, y al pasar por el pasillo, yendo al lavabo vi la puerta abierta, y por la luz de la ventana las vi a las dos: con los mismos ojos abiertos, no se dejaban de tocar todo su cuerpo desnudo.
Cada cual se tocaba a la otra. Y yo allí, con mi boca seca y respirando entrecortada, sin hacer ruido y con mi corazón a mil.
Y vi a la vigilante con su conchita toda jugosa. Se movía, se agita y luego se acomodaba mejor y la mano de la otra chica, pese a su edad se movía sin contemplaciones.
La vigilanta, recibia esa "artificial polla" y la tomaba en todo su recorrido largo consolador, empujándose a si misma contra ella y apretándose sus tetas con ganas y desespero.
La vigilante, ponía cara de angustia y de placer. Y mis dedos entraron dentro de mi braguita. No supe ni quise dejar que mi calentura, se reservase para tener que aliviarme en la soledad de mi propia cama.
La vigilanta, era una monja jovencita y se comportaba como la más caliente de las mujeres. Estaba salida y se ve que se encaprichó de mi compañera, su preferido.
Yo, por mi parte me tocaba mi cosita y movía un dedo por fuera y por dentro y con la otra mano me tocaba mis tetas. Me latía el vientre.
Notaba el olor a sexo de mujeres, me saturaba de su olor y del mío mezclados. Y mis dedos resbalaban entre los jugos que no paraban de salir y que bajaban por mis mulos.
Ya me había retirado de lado mi braga y me tocaba "más excitada que nunca".
Todo se mezclaba juntamente, mis ganas de sexo, mis sueños calientes y fantasías y la visión de la monja (Sor Emilia) y Candy, metiéndole la polla artificial y desnuda. Sus ropas caídas junto a la silla. Vi a Candy, con sus tetas duritas y ella afiebrada, sin bragas y sin siquiera calcetines.
Luego, cuando se corrió la monja, ella se abajó y se puso a lamerle los labios de la conchita de monja, mientras con su mano se hacía un rico dedo, corriéndose.
Yo, no aguanté más y me vine fuerte.
Con el miedo a ser descubierto, y la calentura de hacer algo prohibido y tan caliente.
Y me mojé, me toque más que nunca. Y metí dentro uno de mis dedos. Con tanta fuerza, que me rompí un poco mi himen (mi virgo).
Me di cuenta, de que podía tocarme, sin hacerme daño, pues hice el hueco suficiente para que entrase uno dedo bien dentro de mi coñito.
Y así, entró esta primera vez, mi mano. Me puse a temblar de gusto y de calentura. Sentía esa corriente de placer en mi vientre.
Y mi otra mano me tocaba las tetas, salvo al final, cuando tuve que ponerla en mi boca y morderla para no hacer más ruido.
En realidad si me hubiesen visto, me habrían hecho más feliz, de los que podía hacerme yo sola.
Pero, con 14 años aun tenía reparos. Y con todo mezclado, me vino ese placer como mirona y como chica consciente del placer entre mujeres. Eso me formó como lesbiana (desde ahí, quede marcada para siempre).
Puede que antes mirase a las otras chicas, pero a partir de entonces, empecé a hablarles y galantearlas, como si fuera un chico. Y no me ha ido mal
Siendo internas, en el colegio de monjas, nos repartimos en grupos y tenemos amistades.
Yo me hice amiga de Candy. E iba con ella a todos lados, tanto es así que nos unimos mucho y llegué a contarle lo que supe de ella, con sor Emilia.
Ella, se hizo más atenta conmigo, por comprender eso y decirle que me gustó lo que vi (además de por gustarle, yo a ella como mujer).
Y en eso que a ella y a mí se nos subieron las ganas, nos tomábamos de la mano, comíamos juntas y entrábamos juntas a los lavabos y a la ducha.
Ella y yo ante todas éramos solo amigas, pero Candy se prendó de mí, y una vez en el aseo se quitó la bata y se bajo de espaldas a mí, sus tan diminutos calzoncitos de chica.