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El Superdotado (03)

en Grandes Relatos

EL SUPERDOTADO. DIARIO Nº 3

AÑO 1.925

Mi séptimo cumpleaños se celebró aún más alegremente que el del año anterior. Megan me enseñó a bailar el charlestón y aproveché la juerga para besarla en los labios a poco que se descuidara. Parecía no darle importancia. Su cinturita y su carne, dura y tibia bajo el vaporoso vestido, la sentía en mi mano quemándome como una brasa. Tuve que irme al baño y sujetar mi falo bajo el cinturón, pero, aún así, en los giros del baile, al atraerla hacia mí era forzoso que notara contra su vientre la prominencia del duro miembro y supe que lo notaba pues, disimuladamente, me miraba, sonreía y procuraba apartarse.

Todo hubiera sido perfecto sin el recuerdo siempre presente de mi padre. Es cierto que nunca le vi ni le oí reír, ni siquiera sonreír, ni gritar, ni reñir a nadie. Pero también es cierto que a todos nos bastaba con una mirada y que nadie era capaz de discutir una orden suya. Nunca, jamás.

Aquellos enormes ojos glaucos, casi transparentes e impenetrables, lo decían todo. Nunca me cogió en brazos, ni me besó; simplemente, yo no existía para él. Sólo me pegó una vez y estuvo a punto de matarme y lisiar a Nere. Le tenían todos un miedo cerval, cosa que no me ocurría a mí que lo odiaba con todas mis fuerzas, no sólo por la paliza que estuvo a punto de matarme, sino porque siempre sentí hacia él una instintiva aversión.

Ni Nere ni yo podíamos salir de la casa si no era con él. Esto ocurría una sola vez al año, cuando nos llevaba en el gran Hispano Suiza, que se guardaba en el garaje, al chalet de Sanjenjo para pasar el verano.

Aquel año, el chófer, Teo, el enorme cubano aún más alto y fornido que mi padre y negro como el carbón, ya se había llevado al chalet de Sanjenjo a toda la servidumbre un par de días antes.

Todas las mujeres habitaban en el ala norte del Pazo, mientras nosotros ocupábamos toda el ala sur. Cuando marchábamos de veraneo a Sanjenjo las cosas cambiaban y durante los días previos a la marcha, la casa parecía un jubileo.

Sanjenjo, un pueblecito costero de las Rías Bajas cercano a Pontevedra, no tendría más de cien habitantes en aquella época y en todo el verano los únicos visitantes de la playa, de varios kilómetros de larga, éramos nosotros. Estábamos tan aislados del mundo como en el Pazo de Quiroga. Pero se rompía la monotonía de vivir encerrados, podíamos correr por la playa, bañarnos y hacer toda clase de juegos, excepto cuando nos acompañaba mi padre. Su sola presencia bastaba para coartar nuestras ansias de diversión.

Recuerdo que, el primer día, Megan, al quitarse el albornoz apareció con un bañador tan moderno y tan ajustado que se le marcaba todo el cuerpo como si estuviera desnuda. Nere abrió los ojos como platos y miró en dirección a mi padre que, afortunadamente, leía el periódico. Oí a mi hermana decirle presurosa y asustada:

-- Ponte el albornoz, Megan, póntelo rápida.

--¿ Por qué? - preguntó Megan tapándose otra vez, pero sin comprender qué sucedía

-- Ven conmigo, te dejaré un bañador mío.

-- Pero ¿ por qué? - volvió a preguntar mirando con disgusto el bañador de mi hermana.

-- Ven, rápido - urgió Nere mirando otra vez en dirección al ogro - ya te explicaré.

Las vi desaparecer camino del chalet y tardaron un buen rato en volver. Cuando de nuevo Megan se quitó el albornoz, llevaba uno de los trajes de baño de Nere que le tapaba el cuerpo desde el cuello hasta las rodillas. ¡ Con lo excitante que estaba con el otro! Fue una pena. Pero así eran las normas del negrero.

Aquel mes era para nosotros esencial y lo esperábamos durante todo el año como espera el campo al agua de mayo. Y, cuando el mes de Agosto finalizaba, regresábamos al Pazo de Quiroga más tristes y apenados que los no agraciados con el Gordo después del sorteo.

Mi padre tenía cincuenta y un años cuando se mató, mejor dicho cuando lo mató Trueno. Ocurrió una madrugada del mes de julio, cuando el sol comenzaba a salir por el horizonte difuminando la bucólica arboleda del parque entre jirones discontinuos de neblina y se oía el trinar de los pájaros al despuntar el nuevo día mientras cruzaban veloces entre los árboles.

Aquel día me levanté al oírlo caminar por el pasillo, bajar las escaleras y cerrar de golpe la puerta de la calle. Me acerqué al balcón y, oculto tras la entornada contraventana, le vi salir de la cuadra llevando de las riendas a Trueno, su caballo preferido. La escopeta en la funda, sujeta en el arzón con la culata hacia arriba, al estilo americano, como siempre. Le vi subirse al mojón de madera de cortar la leña, estribar el pie y saltar sobre la silla de golpe. En el mismo instante el caballo pegó un salto en el aire encorvando el lomo, relinchó, dio otro saltó impresionante, se levantó sobre los cuartos traseros casi en vertical desmontando al jinete y salió disparado al galope arrastrándolo por el suelo a toda velocidad con el pie enganchado en el estribo. Su cabeza rebotó sobre las piedras varias veces antes de que el caballo tomara la curva de los arriates y la fuerza centrifuga le llevara a chocar de cabeza contra los bordillos de piedra. Vi saltar un trozo de cráneo por el aire, elevarse un géiser de sangre que volvió a caer enrojeciendo las piedras y dejando detrás de sí un reguero sanguinolento y humeante.

Volví de puntillas hacia mi habitación, me acosté, tapándome hasta las cejas, e intenté dormir. Cuando casi lo había conseguido oí las estentóreas voces de Teo y de Margot gritando a los de la casa. Teo fue el que logró detener al caballo y traer a la casona el cuerpo medio destrozado de mi padre. Se armó un revuelo enorme.

Recuerdo que el juez y el comandante de puesto de la Guardia Civil de Lalín, llegaron aquella mañana acompañando a una ambulancia de la Cruz Roja para llevarse el cadáver. Por lo visto, el forense tenía que hacerle la autopsia, aunque, dado que le faltaba media cabeza del lado izquierdo, para mí, las causas de la muerte estaban muy claras. El juez levantó las diligencias oportunas y se marchó en la ambulancia, pero el sargento de la Guardia Civil se quedó haciendo preguntas a todos los de la casa. Nadie había visto nada. Todos dormían porque el señor Quiroga tenía la costumbre de salir de caza al rayar el alba y, a hora tan temprana, todo el mundo estaba en la cama todavía. Tomó declaración a todos menos a mí, que no me llamaron hasta última hora.

Yo tenía siete años y Nere veinte.

El sargento quiso ver al caballo que aún seguía ensillado. Piafaba nervioso, asustadizo y, al quitarle la silla, vieron que la manta de fieltro estaba empapada de sangre. En la base interior de la silla se había incrustado el estrecho cepillo de hierro dentado con que le limpiaban las pezuñas. Nadie supo explicar como pudo llegar allí y por qué mi padre, al ensillarlo, no se dio cuenta. La única explicación razonable fue que el cepillo, después de usarlo, había quedado sobre la parte superior de la media puerta donde mi padre tenía por costumbre colocarla al desensillar el caballo. Un cúmulo de imponderables que provocaron el desgraciado accidente. No tuvo otra explicación Se llevaron a Teo a Lalín, aunque al día siguiente volvió acompañando el ataúd con el que lo enterramos.

Nere lloró durante el entierro como una Magdalena y yo también. Por supuesto que lloré de verla llorar a ella, porque la verdad es que no sentía ningún pesar. Al contrario, tuve la sensación de que me habían quitado una losa de encima.

Nos vestimos de luto e igual hicieron todos los de la casa. Nere estaba guapísima con su traje negro y su pamela con velo de tul. También Megan estaba preciosa con su traje negro. Vi como descolgaban el féretro con cuerdas a un profundo hoyo hecho en la tierra y como lo cubrían después. Regresamos en procesión y a la puerta de la casa se despidió el duelo. Aparte de la gente de la aldea y la servidumbre del Pazo escasamente había diez personas, a ninguna de las cuales conocía.

Está enterrado cerca de La Fuente del Indiano, al pie de un enorme roble, casi en medio del Pazo, bajo una lápida de granito cercada por una verja de hierro, que nunca visito.

Desde entonces, mi vida varió por completo. Porque, después del entierro, se me había ocurrido una idea fabulosa. Pensando en ella, la tarde se me hizo larguísima, la cena insoportable y silenciosa como corresponde a un día de duelo, puesto que delante de Megan no podíamos hablar como si nos alegrara lo ocurrido. Nos despedimos poco después de cenar y cada uno se fue a su habitación.

Por supuesto no dormí. Le daba vueltas y vueltas a la idea dentro de mi cabeza, perfilándola, dándole forma, de manera que resultara verosímil y, cuando por fin tuve amarrados todos los cabos, me levanté, me fui al baño y abrí el grifo mojándome ligeramente el pelo y salpicándome de agua el rostro y el cuello. Me miré al espejo y me pareció que estaba bastante bien conseguido el efecto para mis propósitos. Entonces me fui hasta la habitación de Nere y abrí la puerta. Se ve que tampoco ella dormía porque la luz se encendió inmediatamente. Me miró asustada al ver mi tiritera y el sudor de mi rostro.

--¿Qué te pasa, cariño? Dime, ¿ qué tienes, Toni?

-- No sé, me pareció... lo he visto, creo... - susurré con voz temerosa y simulando la tiritera.

Se levantó de un salto acercándose a mí, me besó, secando mi simulado sudor con un pañuelito.

-- No digas tonterías, cariño. Olvídate de él de una vez. Esta muerto y no volverá. Anda, vamos a la cama. Estás, tiritando criatura.

Me arropó, se acostó a mi lado acunándome como a un niño pequeño contra su cuerpo deliciosamente tibio. Poco a poco dejé de simular la tiritera. La verdad es que sintiendo su cuerpo casi desnudo pegado al mío, se me estaba empinando más deprisa de lo que yo había calculado. De modo que, acompasando mi respiración y suspirando profundamente, me di la vuelta para no delatarme.

Cuando comprendí que estaba dormida, volví a girarme e, inconscientemente, también ella se giró dándome la espalda. Me acerqué a su cuerpo hasta que mis muslos rozaron los suyos. Creí que estaba desnuda al notar la carne tibia de su liso vientre bajo mi mano y el frescor de su cadera contra mis muslos. Era tan suave como el raso. Por un momento creí que no respiraba, pero sí que lo hacía, aunque tan suavemente que resultaba casi imperceptible. Mi mano ascendió poco a poco hasta que toqué su camisón arrugado casi hasta la cintura.

Me quedé quieto temiendo despertarla. Cada vez era más fuerte mi excitación, la notaba como un garrote animado de vida propia, palpitando incontrolable contra su nalga. A poco, mi mano siguió ascendiendo bajo el camisón. Cuando toqué su pecho, redondo y firme como un pomelo, mi erección palpitó varias veces contra su carne. Con la mano en su cálida teta, sentí la necesidad de aprisionar su desnudez contra mi congestionado miembro.

No sé como lo hice, pero conseguí quitarme el pantaloncito corto del pijama. Al contacto de su piel contra mi verga, la sangre se me puso en ebullición y creí que me desmayaba. Palpitaba contra ella cada vez más violentamente. Deseaba evitarlo por temor a despertarla, pero no podía controlarla. La verga palpitaba por su cuenta, latiendo cada más vez violentamente.

Mi mano siguió acariciando su delicioso seno y sentí bajo mi palma la areola y el pezón. Lo acaricié con la yema de los dedos tan suavemente como pude. Me excité aún más cuando se endureció, irguiéndose duro y firme bajo mis dedos. Según mis lecturas, cuando el pezón de una mujer se yergue y se endurece es por que está sintiendo placer, pero desconocía que pudieran sentirlo dormidas.

Deslicé la otra mano por la suave curvatura de su liso vientre. Me detuve cuando rocé el pelo y seguí acariciándola por encima de los suaves rizos. Noté la hendidura entre los gordezuelos labios de la vulva y la abrí con dos dedos acariciando suavemente y muy despacio su carne húmeda y tierna. Cada vez más excitado los hundí en ella. Seguí bajando los dedos profundamente en la maravillosa herida que me excitaba hasta límites inaguantables. Estaba literalmente pegado a su carne tibia, con mi verga palpitando cada vez más rápida. Mis dedos se hundían en su viscosidad caliente y terriblemente excitante.

Y, de repente, ella se movió como un relámpago y encendió la luz. Quedó sentada en la cama, me apartó la mano de su coño, y se bajó el camisón.

-- Pero... ¿ qué haces? - Preguntó. Luego exclamó mirando mi erección - ¡ Jesús, qué barbaridad pero... si no es posible!

Comprendí que tendría que llorar si quería seguir durmiendo con ella, y así lo hice vertiendo agua a lágrima viva, pero no había manera de que mi erección disminuyera de tamaño. A través de las lágrimas vi su carita de pena y comprendí que tenía media partida ganada. Con ella siempre me daba buen resultado llorar, era un truco infalible. Sus ojos no se apartaban de mi dura verga. Yo había crecido, era casi tan alto como ella, y mi falo había crecido conmigo. Pero la conocía, la había visto bien tiesa cuando estuve enfermo. Era una verga impresionante según le decía a Megan cuando creía que no las oía. Ella era una mujer, ¿por qué no iba a tener ganas de probarla? Todo era cuestión de conseguir que la idea entrara en su pensamiento.

--¡ Oh, Dios mío! - exclamó abrazándome y besándome -, no llores criatura. No lo entiendo, solo tienes siete años ¡ Señor! ¡ Señor! Por favor, cariño, no llores, no estoy enfadada. Ya sabes que te quiero mucho.

Me acunaba contra su pecho y yo notaba sus duros senos contra mi cara y el maravilloso olor de su cuerpo, excitante como un afrodisíaco. Me gustaba tanto sentir su cuerpo medio desnudo pegado al mío que seguí llorando cada vez más fuerte. Me besó muchas veces, sus labios, mezclados con las lágrimas de mis mejillas ya no tenían sabor dulce, sino salado. Me estuvo consolando y besándome hasta que calculé que ya estaba bien de agua.

Luego, cuando se separó, volvió a mirar mi excitada verga que seguía aún más tiesa que al principio. Creo que la tenía muy preocupada, o quizá fascinada y supuse que por primera vez la veía con ojos distintos a como me la había visto siempre. Era una verga mayor que la de muchos hombres y de la que podía disfrutar sin peligro alguno. Siguió acunándome durante un buen rato, con la punta de mi verga rozándole el muslo desnudo, unos muslos preciosos y deslumbrantes, tan bien torneados que los hubiera lamido como el perro de Ganímedes lamía el sexo de su ama. De aquella guisa era imposible que mi erección languideciera, al contrario, cada vez estaba más dura, no podía controlarla y palpitaba desaforadamente por su cuenta y riesgo y ella lo notaba. Me pareció que hasta le agradaba sentirla palpitar contra su carne.

Ya he dicho que su cuerpo olía maravillosamente, olía a flores y a fruta, como el campo durante el mes de mayo y ese olor corporal también me excitaba considerablemente. Seguíamos abrazados, moviéndonos adelante y atrás y supuse que estaba calculando como proceder y yo comprendí que debía dejarle a ella la iniciativa. Pero pasaba el tiempo y yo estaba cada vez más excitado con la proximidad de su cuerpo que me encendía de deseo.

Al final debió de tomar una determinación y quizá recordando la ducha de tres años antes, me hizo acompañarla al cuarto de baño, me metió en la bañera y con la ducha y el agua fría intentó rebajar la empinada barra de carne. No hubo manera y eso que estuvo un buen rato bañándola. Finalmente, me duchó todo entero, pero el miembro seguía enseñándole el congestionado carmesí del glande con toda insolencia. Se cansó y cerró la ducha y me secó aprovechando con mucho disimulo para tocármela repetidamente. De repente me vino a la memoria cierta escena de uno de los libros del desván y gemí con voz lastimera, doblándome por la cintura:

-- Me duele mucho, Nere

-- Claro, me lo imagino, pero eso te pasa por ser tan... en fin - se llevó la mano a la frente - No sé que podemos hacer, cariño.

Volví a insistir, gimiendo más dolorosamente y tocándome las hinchadas bolas.

-- Esto me duele aún más... me duele Nere, me duele mucho, no lo aguanto.

Intentando calmarme me tocó suavemente con la yema de los dedos el escroto y los testículos, duros como bolas de billar. Ante la suavidad de su caricia la erección saltó ante sus ojos como un muelle, golpeándome el vientre con un sonido opaco claramente audible. Se asustó echándose hacia atrás, como si temiera ser golpeada por el garrote. Volvió a mirarme perpleja.

--¡ Jesús, Dios mío! No sé que puedo hacer, cariño - su voz sonaba dudosa e intranquila, como si tuviera miedo de sus pensamientos. Se quedó pensativa mirándola palpitar y, a poco, la oí murmurar ensimismada – en fin, si tiene que ser...

Me doblé por la cintura gimiendo, simulando un dolor terrible, mi cara se posó sobre sus torneados muslos, tibios, soberanos y esculturales. Su olor me enloquecía. Se le había subido el camisón hasta las ingles y pude verle el pequeño coñito, pues dormía sin bragas.

Estuve a punto de estropearlo todo por mi ansiedad en comérselo, pero justo entonces enderezó la espalda acercándome a ella. Volvió a abrazarme y la congestionada barra quedó aprisionada entre su vientre y el mío, pues la verga había arrastrado la tela subiéndola hasta la cintura.

De pronto me apartó para mirármela otra vez pensativamente. Estaba claro que, al revés que yo, ella tenía un problema de conciencia. Si podían más sus prejuicios que sus ansias de follar y su preocupación por mi salud, que siempre fue su constante desvelo, ya podía despedirme de cumplir mis ardiente deseo de poseer su soberano cuerpo con el que había soñado desde que, por primera vez, lo vi desnudo por el ojo de la cerradura del baño. Yo no podía forzar más la situación, so pena de descubrir mis verdaderas intenciones.

Estando yo de pie y ella sentada mi cabeza quedaba bastante más alta que la suya, me incliné apoyándola en su hombro, quejándome con una voz tan lastimera que hubiera ablandado al mismísimo Herodes. La besé en el cuello, lamiéndoselo suavemente, y chupándole el lóbulo de la oreja con suavidad. Sentí que se estremecía, y dejó que la verga palpitara desaforadamente contra su vientre sin apartarme.

Lo cierto es que debió de ponerse tan cachonda que, finalmente, me besó y me acercó más a su cuerpo. Me agaché ligeramente y mi verga quedó sobre su sexo. Notaba en mi imberbe pubis el cosquilleo de sus rizos y ella tenía que notar por fuerza como palpitaba mi berroqueño cipote sobre su deliciosa vulva.

De repente, me cogió de la mano, se levantó y, sin mediar palabra, me llevó hasta la cama y me hizo acostar, tapándome con la sábana al tiempo que me besaba susurrando:

-- Espera un momento, cariño, tengo que lavarme.

Oí correr agua y el chapoteo que hacía al lavarse por lo que supuse que estaba sentada en el bidé lavándose el sexo y la escena imaginada me puso frenético de deseo. Mi preciosa hermana ignoraba que mis ansias de su cuerpo eran tales que le hubiera comido el sexo aunque estuviera menstruando.

Salió del baño con el camisón puesto y tuve una fugaz visión de su maravilloso cuerpo bajo la transparencia de la tela antes de que apagara la luz al acostarse. Sin embargo, cuando me abracé a ella estaba completamente desnuda con sus gloriosos y satinados pechos acariciando el mío. Mi verga quedó aprisionada de nuevo entre nuestros vientres y la oí susurrar contra mi boca:

-- Debo de estar loca, mi niño.

-- Lo que estás es cachondísima – susurré a mi vez

De pronto noté su mano cogiendo mi verga con dos dedos, separó los muslos y colocó mi congestionado miembro entre ellos, aprisionándolo sobre los gordezuelos labios de su vulva. Comenzó a mover las nalgas en suave vaivén rozándome deliciosamente el glande desde la vulva hasta la conjunción de los hermosos globos de sus nalgas. Pero no era aquello lo que yo quería, ni mucho menos. No obstante, la dejé hacer en espera de que ella misma se exaltara lo suficiente como para que deseara ser penetrada. Me besó con los labios cerrados sin cesar el suave vaivén y los apartó cuando mi lengua quiso introducirse en su boca. Coloqué una mano sobre sus nalgas, oprimiéndola hacia mí mientras con la otra sujeté su nuca para volver a besarla e introducirle la lengua y jugar dentro de su boca con la suya, dulce como el almíbar. Se la chupé con suavidad pese a lo muy ansioso que estaba de aspirarla entera. Durante unos segundos me dejó hacer sin corresponder, pero luego fue ella la que chupó la mía cada vez con mayor energía.

Hundía mi mano en la raya de sus espléndidas nalgas hasta acariciarle el tierno agujero notando al mismo tiempo el roce acompasado de mi glande en mi propia mano. Sus vaivenes se hicieron más largos cuando bajé la cabeza para meterme en la boca uno de sus enhiestos pezones, sorbiéndolo con fuerza mientras lamía pezón y areola con toda la lengua. Aquella caricia parecía enervarla cada vez más porque sus caderas se movían más rápido, su respiración se agitaba y su mano me oprimía el culo hacia ella con mayor fuerza.

--¿Te pasa el dolor? - musitó con voz entrecortada.

-- No, así no, pero me gusta ¿ a ti no?

En vez de responder volvió a besarme y ésta vez fue ella quien hundió su dulce lengua en mi boca para enroscarla con la mía. Acaricié con la mano toda la nacarada y tibia redondez de su teta rizando el duro pezón entre el índice y el pulgar. Y así, con su lengua dentro de mi boca acariciando la mía, se giró de espaldas arrastrándome encima de ella colocándome entre sus muslos sin dejar de mover las nalgas suavemente mientras mi congestionado falo rozaba casi de punta contra los gordezuelos labios de su vulva que se abrió levemente. A su calor me estremecí y ella volvió susurrar:

--¿ Sigue doliéndote?

-- Si, pero me das tanto gusto que puedo aguantarlo mejor - susurré lamiéndole el lóbulo de la oreja.

Bajé la mano hasta su sexo notando que comenzaba a humedecerse, aguantando mi rojo glande para que le abriera la vulva. Me dejó hacer quedándose quieta. Se movió a mi compás y cuando de nuevo abrí la boca para sorberle una teta presionando el pezón entre la lengua y el paladar, fue ella la que cogió la barra congestionada para colocarla entre los húmedos y finos labios de su entrada vaginal. Empujé y el capullo carmesí fue hundiéndose poco a poco hasta el resaltado reborde en que comienza el tronco, quedando fuertemente aprisionado en el húmedo calor de su estrecha y tierna vagina.

Por fin la tenía dentro de su divino cuerpo. Por fin se cumplía el sueño acariciado por mí desde la primera vez que, después de leer los libros del desván, la vi desnuda por el ojo de la cerradura del baño. Durante tres largos años, que para mí entonces representaban tres siglos, todos mis sueños giraban alrededor del escultural cuerpo de Nere, y de la imaginada delicia encerrada entre sus torneados muslos.

Bien lejos estaba ella de imaginar siquiera la ansiedad que me carcomía. Que mis continuos besos y caricias no estaban motivados por la inocencia de mi edad ni por mi cariño fraternal. Nunca, a partir del momento en que supe para qué me había otorgado la naturaleza el órgano viril, la vi como hermana ni tuve otro sentimiento hacia ella que el que tiene un hombre por una mujer a la que desea y ama con pasión.

Besándola ansiosamente, aspirando su cálido aliento, sorbiendo la dulzura de su lengua, permanecí inmóvil disfrutando el placer del inicio de la penetración, notando en mi glande la dulzura aterciopelada de su húmedo calor vaginal.

Deseaba clavársela hasta la raíz de golpe, pero no hice nada temiendo estropear lo conseguido si me apresuraba demasiado y así, palpitándome el congestionado y grueso capullo dentro de su húmeda vagina, permanecimos varios minutos. Sabía que era mejor que ella llevara la iniciativa la primera vez. Había leído en alguna parte que, por culpa de las prisas, se han perdido muchos polvos magníficos.

Ni ella ni yo hablamos. Me limité a disfrutarla con la punta de la verga, contrayéndola y expandiéndola dentro de ella, haciéndole notar mi tremenda excitación. Mi capullo estaba terriblemente aprisionado pese a que su vagina estaba lubricada; o era muy estrecha o mi verga era ya demasiado gruesa.

Permanecimos en silencio, abrazados estrechamente, pero de pronto preguntó, sin cambiar de postura:

--¿ Se te pasa el dolor, vida mía?

-- Aún no, pero me das tanto gusto que casi no lo noto.

Aprovechando su buena disposición intenté metérsela más profundamente. Pese a la humedad de su coño me costó trabajo clavársela un par de centímetros. Me di cuenta de que ni siquiera había llegado a hundirla hasta la mitad. Era como si metiera la gruesa mano de un leñador en un fino guante de señorita. Me detuve en el empuje, clavado dentro de ella, gozándola como soñaba hacerlo desde mucho tiempo atrás. Palpitaba mi verga constantemente en su apretado y caliente estuche con un placer tan desmesurado que babeaba de gusto sorbiéndole las tetas o mordiscando sus pezones para sentir como se estremecía bajo mi cuerpo.

Noté que sus manos bajaban despacio por mi espalda hasta mis nalgas desnudas. Sus finos dedos me cosquillearon suavemente la piel, y comenzó a apretarme contra ella al tiempo que separaba más los muslos. Seguí empujando con fuerza mi verga dentro de su delicioso chumino. Poco a poco se fue hundiendo en su húmedo calor hasta algo más de la mitad. Resopló suavemente y detuvo la presión. También yo me quedé quieto, aunque seguí lamiéndole toda la carne desnuda que tenía al alcance de mi boca.

-- Me da mucho gusto, Nere, ¿ a ti también? - susurré taimado, en su oído

Suspiró profundamente antes de responder entrecortadamente:

-- Sí... claro.

--¿ Te la meto más? - volví a susurrarle

Otro profundo suspiro antes de susurrar de nuevo:

-- Sí... sí... cariño mío... más... más.

Cuando menos me esperaba noté que su vagina comenzaba a palpitar al mismo tiempo que mi verga. Su respiración se hizo más agitada y la presión de sus manos sobre mis nalgas más violenta. Poco a poco mi verga fue hundiéndose en su adorable coñito, que tragó toda la tranca hasta la gruesa raíz. La sentí suspirar, me mordía suavemente los labios y comprendí que estaba disfrutándolo tanto o más que yo. Creo que se deleitaba en estarse quieta, con ella dentro, acariciándola con los músculos de su vagina y deleitándome a mí con sus contracciones, palpándola entera con las terminaciones nerviosas de su fabulosa vagina.

Ahora pienso que ella tan sólo tenía veinte años y por muchos prejuicios morales que tuviera, su cuerpo tenía las mismas necesidades fisiológicas que todas las mujeres normales y sanamente constituidas tienen a su edad, y no tardé en darme cuenta de que mi inocente treta no la había engañado ni por un momento. Quería ser engañada y se dejó engatusar.

De pronto, subiendo desde mis talones por las piernas y los muslos, una dulcísima corriente nerviosa se apoderó de mí. Supe al instante que aquel iba a ser el dichoso orgasmo del que tanto había leído. No me equivoqué. Sentí un trallazo en la espina dorsal que me hizo temblar todo el cuerpo entre sus brazos cuando comencé a correrme. Ella notó como vibraba desaforadamente mi verga dentro de su coño y siguió vibrando con una violenta sístole y diástole cuando de pronto la oí susurrar:

-- Espera... espera...

A duras penas pude contenerme casi en la cúspide del clímax. Comprendí que deseaba correrse al mismo tiempo que yo. Me incrustaba con la fuerza de sus manos contra su coño y notaba, de tan apretada como estaba mi verga por su coño, la succión de su vulva y el duro botón de su clítoris sobre la piel de mi imberbe pubis. Comenzó a estremecerse violentamente entre mis brazos.

-- Ahora... cariño, ahora... ahora... así... así... así ¡Oh Dios mío... mi niño ¡Ah!

Cuando noté su leche rociándome el capullo con su caricia cálida, batiendo con suaves y tibios golpes algodonosos contra la piel satinada y tensa del glande, de nuevo sentí un trallazo de placer. Subía desbocado desde mis talones a lo largo de mis pantorrillas, muslos y testículos. Explotó en mi pene, sacudiéndolo con espasmos profundamente intensos. Se prolongó el agudísimo placer tanto tiempo que perdí el mundo de vista, desmayándome literalmente entre sus trémulos brazos. Fue mi primer desmayo, pero no el último.

No fue menos intenso ni menos prolongado su orgasmo, pues que ni siquiera supo que yo había perdido el conocimiento. Me desperté sintiendo todavía entre en mis brazos las sacudidas de su carne trémula y en mi oído su anhelante y sofocada respiración. Ella y yo inhalábamos el aire a bocanadas, extenuados ante el prolongado y profundo éxtasis. Luego nos quedamos quietos de nuevo durante mucho tiempo.

Toda mi verga se había enterrado en ella. Los labios de su vagina apretaban la raíz de mi tranca como una argolla y los labios mayores de su húmeda vulva me aspiraban la carne imberbe del pubis como una ventosa. Me sentía en la gloria y tan duro como si no hubiera tenido dos orgasmos bestiales. Encendí la luz para mirarla. La vi tan fabulosamente hermosa con su larga melena rubia desparramada sobre la almohada que comencé a moverme intentado hundirla más, lo que era imposible. Se dio cuenta de que seguía tan duro como al principio y preguntó en un susurro:

--¿ Aún te duele?

-- Un poco - mentí - pero quiero hacerlo otra vez, ¿ tú no?

-- Si, pero has disfrutado ya ¿ verdad? -- preguntó a su vez mirándome a los ojos.

Ante mi silencio comentó suavemente:

-- No me digas que no, lo he notado.

-- Un poco - volví a repetir y añadí - tú también te has corrido.

--¡ Vaya lenguaje! - exclamó a mi oído - ¿ era el que te enseñaba Concha?

Comprendí que, pese a los tres años transcurridos, no había olvidado lo sucedido entre la chacha Concha y yo.

-- No, lo leí en unos libros - murmuré en su boca mientras le sorbía los labios metiéndole la lengua profundamente.

Se quedó callada durante unos segundos, jugando con su lengua sobre la mía, luego susurró:

-- Esto no puede volver a repetirse, lo sabes ¿ verdad?.

--¿ Por qué no?

-- Porque eres mi hermano y, aunque seas tan alto, sólo tienes siete años. Si se supiera, me enviarían a la cárcel por incesto y estupro, por eso.

-- Nunca nadie lo sabrá - murmuré mordisqueándole el lóbulo - si tú no lo dices. Además, a ti te gustó tanto como a mí, tuviste una buena corrida.

--¡ Qué palabrotas, Dios mío! Tarde o temprano se sabría. No te quepa duda. Siempre es así.

-- En nuestro caso no. Si no lo decimos ¿ quien lo sabrá?

-- Por ejemplo Elisa, o Megan o cualquier otra. Siempre están fisgando.

-- Papá tenía rigurosamente prohibido entrar en esta parte de la casa por la noche - me hubiera mordido la lengua por idiota.

No se dio cuenta de mi desliz, o si se dio cuenta lo pasó por alto pensando en que tenía a su disposición una gran verga que podía hacerla gozar sin preñarla. Sin embargo, dijo:

-- Pero Megan no lo tiene prohibido y no voy a prohibírselo ahora porque sería peor. Además, cualquier descuido por tu parte... ¿ comprendes lo que quiero decir?

--¿ Me crees tonto?

-- No, sé que eres muy inteligente, Megan está convencida de que eres un genio, cariño mío, pero no dejas de ser un niño - y me besó de nuevo con toda la boca abierta mientras mi verga palpitaba en su coño con violencia.

Hablábamos en susurros, uno al oído del otro, como si temiéramos ser escuchados por alguien, cuando en realidad estábamos al final del pasillo y a más de treinta metros de la habitación de Megan.

-- Además, si cerramos con llave tendrían que abrir la puerta con un hacha ¿ crees tú que Megan haría eso? - pregunté con voz triunfal. Aquello pareció ser definitivo.

--¿ Tienes ganas de hacerlo otra vez? - preguntó en un susurro.

-- Unas ganas locas. No la sacaría ni para hacer la mili. Te estaría jodiendo hasta reventar.

Sofocó la carcajada sobre mis labios, para decirme:

-- No digas esas palabras tan feas, cariño mío. Son horribles.

--¿ Que quieres que diga?

-- Pues... no sé, que te gusta hacerme el amor siempre, por ejemplo.

-- Eso, follaremos toda la noche.

-- Eres un inocente, Toni, no podrás aguantarlo. Además, yo tampoco puedo ¿ Por qué no lo dejamos por hoy?

<<Si podré aguantarlo a no ya lo veremos - pensé para mí coleto - tu déjame tenerla dentro, que para sacarla tendrás que llamar una grúa. >>

-- ¿Es que ya no quieres correrte más? – pregunté sacándosela y metiéndosela despacio.

-- Lo hacemos una vez más ¿ di que si, anda? - dije ansioso, y la besé en la boca, separándole los labios para meterla la lengua hasta la garganta.

Abrió los ojos y vi la risa en ellos, me la chupó mientras contraía su vagina sobre el duro barrote que la penetraba hasta el útero, sabía que era el cuello del útero al final de la vagina, pues notaba su pico en la punta de la polla.

-- Bueno, como tu quieras - suspiró cuando le lamí los labios chupándoselos como un caramelo.

Su vagina empezaba a latir de nuevo. Tenía los ojos entornados y me miró con media sonrisa. La besé abriéndole la boca con la lengua y se la volví a meter hasta la garganta. Pareció temblar mientras me la chupaba con ansia.

De nuevo llegamos al orgasmo casi al mismo tiempo, y de nuevo sentí su leche derramándose deliciosamente sobre mí congestionado capullo. Sin poder contenerme comenté:

-- Déjame chuparte el coño, Nere, por favor, déjame que te lo chupe, anda.

-- No seas guarro, Toni, estoy...

-- Quiero tragarme tu leche, quiero tragarla toda, anda, déjame.

-- Pero ¿ tú estás loco, qué clase de guarradas son esas? ¿ Quieres morirte, o qué? Que no, te he dicho.

Comenzó a quejarse de que le dolía la espalda. Se la saqué y me miró la erección con cara de asombro. Pero me deslicé tan rápido que no le di tiempo a reaccionar, y puse mi boca sobre su chocho rezumante aspirando toda la leche de su orgasmo y tragándomela enfebrecido de deseo. Tenía el sabor de la mantequilla salada y era casi tan espesa. Quiso apartarme, pero no hizo mucha fuerza para lograrlo, de modo que la aspiré toda la de su vagina hasta que no salió más. Gimió de placer al chuparle el clítoris con fuerza y acariciarle su dura carne con la lengua. Respingó cuando la caricia se hizo más violenta, adelantando el coñito, separando los muslos en compás para que pudiera chuparla a placer. Se corrió aún más rápidamente que antes aferrada a mi cabeza, hundiéndome toda la cara en su abierta vulva, húmeda y caliente. Paladeé de nuevo toda la leche espesa y tibia, y esta vez fue tan abundante, que casi me llenó la boca. Estaba tan excitado que le hubiera comido el coño a pedazos, la mordí demasiado fuerte en los gordezuelos labios de la vulva, lo que la hizo gritar.

-- Eres un guarro y, además, me has hecho daño, bruto - se quejó y volví a meterle la lengua en la boca para calmarla poniendo en la suya el sabor de su leche mientras le metía la polla hasta la raíz.

-- Pero te gustó, porque te has corrido más que antes. Tu leche sabe a mantequilla – comenté mientras la metía la polla hasta la raíz.

-- No sabía yo que... ¿ Sabes que eres un guarro, cariño?

-- Pero ¡ Si tu sexo es más sabroso que las almejas de Carril, Nere! - exclamé con sinceridad.

--¿Aún te duele? - preguntó, sonriendo ante mi exclamación.

-- Muy poco y me dolerá menos cuando follemos cuatro o cinco veces más - respondí poniendo otra vez en su boca el sabor de su coño.

--¡Jesús que ardor! ¿ Tanto te gusta? - contrajo varias veces la vagina sobre mi verga mientras me miraba sonriendo.

-- Ya te lo he dicho, tanto que pienso chuparte el coño hasta que no tengas más leche dentro.

--¿ Pero por qué tienes que decir esas palabrotas?

--¿Y como tengo que decirlo?

-- No sé, pero... con más elegancia, digo yo.

-- Bueno, pues te chuparé el sexo hasta que te quedes seca ¿ te gusta más así? - pregunté comenzando un pequeño vaivén de mete y saca.

-- No comprendo como puedes tener ganas todavía.

-- Porque yo te quiero muchísimo, y, además, eres tan hermosa y estás tan buena, que sólo de pensar que la tengo dentro de tu hermoso coño me enloquece.

Movió la cabeza con resignación antes de comentar:

-- No tienes remedio, vida mía.

--¿Por estar enamorado de ti?

--Pero, ¿Qué dices? -- exclamó mirándome entre asombrada y regocijada - ¿ Desde cuando, cariño?

-- Desde que te vi la primera vez... - estuve a punto de delatarme pero rectifiqué a tiempo - creo que desde que abrí los ojos por primera vez.

--¡Eres un zalamero, Toni! ¿ Lo sabías? Todo esto de la visión y del dolor te lo has montado tú para acostarte conmigo. Dime la verdad, no me enfadaré, te lo juro.

Me miraba fijamente a los ojos y yo sonreí guiñándole un ojo. Tuve que quitársela porque deseaba levantarse.

-- Lo sabía, eres un granuja, un guapísimo granuja - y me besó con toda la boca abierta aspirándome el aliento y supe que podría follarla cuanto quisiera.

--¿Sabes en lo que estoy pensando? - pregunté mientras ella se sentaba el borde de la cama, para ponerse el camisón

-- No sé, dímelo - dijo, sonriendo mientras cubría la escultura de su cuerpo maravilloso.

-- Pues pienso casarme contigo cuando sea mayor.

Se tapó la boca con las manos para sofocar las carcajadas y se inclinó para besarme mientras yo aprovechaba para estrujarle el precioso y húmedo chumino sin que protestara. Luego, me apartó la mano y se fue al baño. De nuevo, corrió el agua del bidé. Seguía empalmado como un caballo ante una yegua en celo. Cuándo volvió se quitó el camisón, acostándose a mi lado - y me pregunté - ¿por qué coño se lo habrá puesto si estamos solos? Se lo quité mientras le lamía el cuerpo de arriba abajo.

Quedé sobre su cuerpo soberano con mi verga apoyada en su delicioso chumino. Se la metí poco a poco mientras ella zureaba como una paloma ante el goce de la penetración. Me detuve con la mitad de la verga dentro de ella. Comentó risueña siguiendo la conversación en donde la habíamos dejado:

-- No podemos casarnos, somos hermanos, tonto. Pero es muy halagador que me lo digas.

-- Tu no quieres casarte conmigo, Nere ¿ verdad? No me quieres como yo a ti.

-- Nunca podrás quererme como yo te quiero, canallita mío - susurró mimosa adelantando hacia mí sus caderas.

-- Pero no te casarás conmigo.

-- Lo haría, si pudiera. Eres el chico más guapo que he visto en toda mi vida - y después de una pausa y varias contracciones de su vagina comentó muy seria - demasiado guapo, sí, demasiado guapo.

-- Eso me lo dicen todas, pero yo no quiero casarme con todas, sino contigo - dije hundiéndole de un empujón la polla hasta la raíz - tú no te casarías conmigo ¿ verdad?

-- Antes de que seas mayor te habrás cansado de mí y me dejarás por otra, cariño mío - musitó besándome suavemente.

-- Eso no ocurrirá nunca, Nere.

De nuevo sentí las contracciones de su vagina sobre mi dura barra cada vez más rápidas, su precioso culo se movía suavemente, sacando y metiendo en su coño el gran mástil que la penetraba.

-- Empiezo a correrme, Nere... ya me viene

-- A mí también, cariño, pero espera un poco y métela hasta el fondo. Así, no te muevas, ahora me vendrá, ya, ya, córrete ahora, vida mía, que sienta como palpita dentro de mí. Así, así, así... que gusto, mi vida... que gusto... ya me sale... toma... toma...

Su leche inundó de placer mi capullo y me corrí con ella salvajemente. Nos besábamos como locos. Le chupé los duros pezones amasando sus preciosas tetas con las manos mientras mi verga palpitaba una y otra vez al compás de las contracciones de su vagina. Se quedó desmadejada sobre la cama. Se había corrido tres veces abundantemente. De nuevo metí la cabeza entre sus muslos sin que esta vez protestara. Lamí su coño delicadamente, poniendo la boca abierta sobre la abertura de su vagina y aspiré con todas mis fuerzas. Una gleba de espesa leche cayó sobre mi lengua y la paladeé con fruición, notando como todavía le latían los labios vaginales sobre mi lengua en los estertores del orgasmo y aquello me puso más cachondo de lo que ya estaba.

Hundí la boca en ella lamiéndola furiosamente de arriba abajo. En cierto momento la sentí estremecer, pero seguí lamiendo el clítoris, el duro botón que sabía era la clave de todo. Chupaba su carne húmeda con ansia de lobo. Era tan agradable que deseaba metérmelo todo en la boca. Se estremecía cada vez que pasaba mi lengua sobre el botoncito de carne dura. Lo sorbí con los labios, acariciándolo con la lengua. Inmediatamente sus muslos se cerraron sobre mis mejillas y sentí sus dedos engarfiándose en mis cabellos.

Me apretaba la cabeza contra su sexo y yo chupaba el botón y lo acariciaba cada vez a mayor velocidad, mientras mis manos amasaban sus tetas. Cuando su carne trémula vibró de nuevo bajo mi caricia, jadeaba y gemía adelantando su coño hacia mi boca, noté que su vientre palpitaba violentamente. Sentí en la lengua el primer chorro de esperma y abrí la boca para sorberlo aspirando con fuerza hasta conseguir todo el licor de sus entrañas. Al deslizarse por el húmedo canal hasta mi boca, su cuerpo se convulsionó y la oí sollozar de placer. De nuevo me lo tragué todo y todo el que pude aspirar, que no fue poco. Seguí lamiéndola sintiendo como aleteaba su sexo sobre mi lengua. Sólo cuando dejó de aletear, que tardó un buen rato, me arrastró encima de ella para que se la metiera otra vez hasta la raíz.

Me besó, mirándome fijamente y debió de notar en sus labios el sabor de su leche, porque se pasó disimuladamente la lengua antes de preguntar:

--¿Quién te ha enseñado a hacer esto?

-- El libro - contesté sin mentir.

-- Dime la verdad ¿ quién te ha enseñado?

-- Es la verdad, Nere, te lo juro, el libro lo explica todo.

--¿Cómo se titula?

-- Corrida de Coños - era la verdad.

--¡Madre mía, menudo título! Válgame Dios. En fin, qué le vamos a hacer, la culpa no es tuya, si no de quien los dejó allí.

-- Si no fuera por los libros, no sabría hacerte disfrutar tanto.

-- Supongo que sí. Si le explicas a alguien lo de esta noche, nunca más volverás a verme porque me encarcelarán por incesto. Porque esto es un incesto ¿ comprendes bien lo que te digo, cariño mío?

-- Claro, vida mía, lo entiendo muy bien.

--¿Sabes lo que es un incesto?

-- Según el diccionario es el comercio carnal entre familiares de primer grado. Pero eso a mi no me importa. Lo que a mí me importa, Nere, es metértelo en el coño cuanto más tiempo mejor.

-- No te lo tomes a broma, Toni, esto es muy serio.

Junté los dedos índices en cruz y los besé.

-- Te lo juro por esta, nadie lo sabrá jamás - dije muy serio. Era lo que había visto hacer a Elisa cuando la acusaban de algo que no había hecho.

Permanecimos, abrazos en silencio y sin movernos. Mi miembro seguía palpitando incontrolable dentro de su caliente estuche. Lo notaba porque me apretaba la verga todo lo que podía contrayendo los músculos de su vagina y ordeñándome como se ordeña el tetón de una vaca. Y de pronto noté subiéndome por las piernas y los muslos esa dulcísima corriente que me hizo estremecer encima de su cuerpo. Eran oleadas de un incontrolable deleite cada vez más intenso. Llegaron, por el interior de mis muslos hasta mí endurecido miembro, que saltó como un muelle dentro de su coño.

-- Estás disfrutando otra vez. ¿Verdad?

-- Si... me corro... me corro, Nere... me corro... mi amor.

Sentí sus manos oprimiéndome las nalgas contra su sexo con toda su fuerza mientras chupaba una de sus hermosas y duras tetas con todas mis ansias. Me estremecía de gozo entre sus brazos y perdí la noción del tiempo. Me desperté respirando a bocanadas y sintiendo las fuertes sacudidas de mi verga dentro de su divino coño. Poco después ella me comentó al oído.

--¿Te ha gustado?

-- Ha sido maravilloso, Nere. No sé explicártelo, pero creo que no hay nada más delicioso. Tu no has sentido nada ¿ verdad?

-- Te sentí y esta vez fue realmente prolongado. Disfrutaste en seco, pero todo llegará algún día. Creí que te desmayabas. Y ahora se te bajará la excitación y descansaremos.

-- Si tú lo dices...

-- Ya lo verás. Tardará un poco pero se bajará.

Permanecimos en silencio unos minutos. Hundido en su estrecho y caliente nido mi excitado pájaro comenzó a latir de nuevo.

--¿Qué te pasa?

-- Me está volviendo otra vez.

--¡Madre mía! ¿Tan pronto? Pero si ya has disfruta cuatro veces y yo otras tantas ¿ y aún quieres más? ¿ Cómo es posible? - pero en su voz notaba la complacencia de que la deseara tan ardientemente.

No la dejé continuar porque la besé con toda mi fuerza, apalancándome en sus hombros para hundir mi verga totalmente en su húmedo y caliente coñito. Me miraba con los ojos entornados otra vez. Noté que empezaba a mover las nalgas arriba y abajo, era casi un movimiento imperceptible pero que me sacaba la verga hasta la mitad para volver a hundirlo profundamente con un golpe seco. Conforme mis estremecimientos aumentaban y mi verga palpitaba violentamente en su vagina, aumentaba también el ritmo de su vaivén. Llegó un momento, justo cuando estaba sintiendo en la verga la explosión del nuevo orgasmo y le chupaba un pezón ansiosamente, empecé a oír sus gemidos. Noté en la raíz de mi polla el fuerte aleteo de su sexo sobre el mío y de nuevo sentí en la punta del capullo la dulcísima caricia de su fuerte orgasmo. Lo roció de leche tibia y espesa, mientras su sexo palpitaba contra mi raíz cada vez con mayor fuerza. Su boca me aspiraba el aliento como una ventosa, y su lengua se enroscaba en la mía con ansia loca. Mi placer, viéndola gozar de forma tan salvaje y prolongada cuando yo ya había finalizado mi orgasmo, fue mucho más intenso. Oyéndola gemir bajo el delirio del clímax, me puso la polla más dura de lo que ya la tenía. Quedó, finalmente, desmadejada sobre la cama susurrando:

-- Mi niño... mi niño... mi precioso niño... ha sido delicioso.

Despertó de su orgasmo. Notó mi dureza y abrió los ojos como platos.

-- Todavía quieres más... ¡No es posible! Yo no... no puedo más, cariño.

-- Si puedes. No me cansaré nunca de estar dentro de ti. Verte disfrutar y gemir mientras te estoy follando es lo que más me gusta.

-- Pero... ¿cómo puedes disfrutar tantas veces?

-- Porque te quiero mucho, Nere, muchísimo

-- Sabes una cosa, Toni, es la primera vez en mi vida que tengo tantos orgasmos y no lo entiendo, también es la primera... bueno ya sabes.

-- No - dije intencionadamente - no sé.

-- Sí, cariño. Es la primera vez que... no te hagas el tonto, caray.

-- Si no te explicas mejor... - mentí haciéndome el inocente.

-- Pues que es la primera vez que... practico el sexo oral.

--¿Y te gusta?

-- Si, pero sólo porque eres tú - y yo me sentí muy halagado, aunque en el fondo, allá muy al fondo, una duda comenzó a germinar en mi cerebro de la que no me di cuenta hasta mucho más adelante.

-- Pero esto ya te lo habían hecho ¿ verdad? - pregunté sacando y metiendo la polla varias veces.

Me miró fugazmente para fijar la vista en el techo antes de responder escuetamente:

-- Sí.

--¿Quién fue?

-- Era muy joven. Sólo tenía doce años.

-- Quien fue, Nere.

-- Eduardo.

-- Quien es Eduardo.

-- Un novio que tuve en La Habana.

Giró la cabeza para mirar el reloj de la mesita. Eran las doce y media. Podemos seguir follando dos o tres horas más, le dije. Se rió, metiéndome la lengua en la boca mientras me besaba.

-- Tenemos que dormir, si no mañana nos despertaremos demasiado tarde y las criadas pueden sospechar algo y esto no puede saberlo nadie ¿ comprendes?

-- Si lo comprendo, pero sólo una vez más, ¿ quieres?

-- Sí, tesoro, una vez más.

Me miró sonriendo y bajé la boca para chuparle los pezones que pronto volvieron a ponerse rígidos dentro de mi boca. Comencé a moverme empujando lentamente hacia dentro cada vez que se la sacaba hasta la mitad. Esta vez comenzó a gozar antes que yo. Tenía los ojos entornados y me acariciaba la cara lamiéndomela cada vez más fuerte conforme su orgasmo se acercaba. Cuando sentí latir sobre la raíz de mi polla los labios de su precioso coño supe que se estaba corriendo. Su espesa y suave leche batió de nuevo sobre mi excitado capullo y comencé a sentir de nuevo subiendo hasta mis testículos y mi miembro las primeras oleadas del orgasmo. Explotó dentro de la vagina con fuertes latidos, estremeciéndome en una llamarada de placer infinito. Quedó de nuevo desmadejada sobre la cama respirando a bocanadas aunque yo seguía lamiéndole las hermosas tetas de arriba abajo y ella siguió estremeciéndose durante mucho tiempo después de haber acabo yo.

-- Uf, Dios mío, no sé como lo consigues, mi niño.

-- Anda, vamos a bañarnos - le dije saliendo de ella tan duro y potente como había entrado.

-- Por favor, cariño, déjame descansar un poco. No puedo más.

Cerró los ojos, pero su mano me acariciaba la espalda con ternura. Me incliné sobre su pequeño coño y metí la cabeza entre sus muslos dispuesto a lamerla por muy mojada que estuviera.

-- No... no... no - pero no se movió y de nuevo me tragué su deliciosa leche aspirándola con la misma fruición que un helado.

-- Ufff, niño mío, vas a matarme de placer. Anda, vamos a bañarnos.

Llenamos la bañera hasta la mitad con agua tibia y aproveché para besarla desde las nalgas hasta el cuello, lamiéndola como un gato lame un plato de leche. Su piel, suave y fina como el plumón tenía sabor a fruta. Una vez dentro del agua comentó:

-- No consigo entender como es posible que sigas con la misma erección después de haber disfrutado tantas veces. No lo entiendo.

-- Porque estás tan buena y cachonda que no puedo dejar de follarte. Te quiero tanto, Nere, que me hace daño tanto quererte.

-- Mi niño bonito y precioso, pero que labia más fina te ha dado Dios.

-- Sólo tengo ganas de hacerte el amor. Estaría dentro de ti día y noche. ¿ Verdad que me dejarás follarte todas las noches?

-- Pero tendrás que ser muy precavido y hacer todo lo que yo te diga sin protestar. Y no me aprietes tanto el sexo que me hace daño.

-- Perdona, ¿ te la meto otra vez?

Me miró y suspiró mientras se estiraba en la bañera. Me hizo pasar las piernas por debajo de las suyas y me atrajo hacia ella dirigiendo mi enhiesta lanza hasta la entrada de su vagina. Comenzó a entrar pero sólo logré penetrarla hasta la mitad. Entonces deslizó el culo hacia mí, sosteniéndome por las nalgas y me clavé en ella hasta la raíz. Jugué con sus preciosos globos lamiendo los pezones de nuevo. Parecía tener en ellos tanta sensibilidad como en el clítoris, pues se ponía cachonda nada más empezar a mamárselos.

-- Se te están poniendo duros otra vez - y la miré con picardía.

-- Claro, no soy de piedra - los músculos de su vagina me apretaron la verga con fuerza - Te gusta eso ¿ verdad?

-- Claro, voy a correrme sí continuas así.

De nuevo volvió a presionarme la polla con la vagina, ordeñándomela hasta que consiguió que me corriera agarrado a ella como un náufrago a una tabla.

--¿Qué, se te pasa el dolor, granuja?

-- No sé, creo que no - comenté riéndome

La verdad es que sólo de pensar en su coñito me la ponía dura. Ella estaba asombrada, más que asombrada, atónita y comentó:

-- Si no lo veo no lo creo.

Volvimos a la cama. La jodí otra vez hasta que barritó de placer como una loca. Luego, en vista de que no se me bajaba me hizo tumbar de espaldas y se metió la verga en la boca, chupándomela con tal habilidad que cada pocos minutos tenía una corrida. También yo la chupé a ella y tragué se espesa leche hasta saciarme. Siempre me ha gustado el licor que fluye del orgasmo femenino, parecido a la mantequilla salada ligeramente amarga; creo que actúa en mí organismo como un potente afrodisíaco. Recuerdo que fue a las tres de la mañana cuando, después de tragarme cuatro veces más su espesa leche, y llevarme ella otras tantas hasta el orgasmo, cuando nos quedamos dormidos.

Dormíamos juntos todas las noches, esperando yo en mi habitación durante una hora antes de irme a la habitación de mi hermana con el fin de darle tiempo a Megan para que se durmiera. Jodíamos a placer noche tras noche, incansablemente, amándonos cada día más. Estaba tan enamorado de Nere, deseaba tan ardientemente su cuerpo desnudo, terso y suave como los pétalos de las flores, que mi ansia de ella resultaba insaciable y creo que a ella le pasaba lo mismo. Me acunaba, me acariciaba y se dejaba comer el coño sin protestar ni una sola vez. Nunca desfallecía en mis ansias de follarla, pues me bastaba hundir mi cabeza entre sus portentosos muslos, mordisquearle y lamerle las ingles, chuparle uno a uno los gordezuelos labios de la vulva y sorberla el clítoris, tragarme la leche de sus orgasmos, para que mi verga estuviera siempre dispuesta y berroqueña, y yo encantado de metérsela hasta la raíz.

Y así acabó el año, sintiéndome plenamente feliz por gozar noche tras noche de la mujer con la que había soñado desde que por primera vez la vi desnuda por el ojo de la cerradura cuando tenía menos de cinco años.

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Carla (3)

Carla (2)

Carla (1)

Meigas y brujas

La Pasajera

La Cariátide (0: Epílogo)

La cariátide (9)

La cariátide (8)

La cariátide (7)

La cariátide (6)

La cariátide (5)

La cariátide (4)

La cariátide (3)

La cariátide (2)

La cariátide (1)

La timidez

Adivinen la Verdad

El Superdotado (09)

El Superdotado (08)

El Superdotado (07)

El Superdotado (06)

El Superdotado (05)

El Superdotado (04)

Neurosis

Relato inmoral

El Superdotado (03 - II)

El Superdotado (02)

El Superdotado (01)