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Memorias de un orate (6)

en Confesiones

HE DORMIDO HASTA LAS DOCE; la noche fue movidita hasta las siete de la mañana. Sin embargo, Cristina está tan fresca como una lechuga recién cosechada y no da muestra alguna de cansancio pese a los múltiples orgasmos que tuvo durante seis horas. Se desbordaba como el Ebro después de la gota fría. Las mujeres son de hierro porque, si no, no se explica. Pero hoy le toca el turno a las MEMORIAS DE UN ORATE, así que retomo el hilo en donde lo he dejado.

Fue una sorpresa para mí comprobar hasta que punto puede perder la cabeza un hombre por culpa de una mujer. Un hombre que, cómo el fiscal, tenía fama de duro, serio y atravesado que, además, estaba casado y era padre de tres hijos. Se encoñó con la Demi Moore más de lo que el notario lo estaba con La Collares. Se empeñó en retirarla y como ella no estaba dispuesta a perder el buen negocio que tenía conmigo, le dio largas durante un tiempo, pero la insistencia del "jurisprudente" llegó al extremo de comprarle un piso, amueblárselo con toda clase de electrodomésticos y regalarle un Renault Clio, aparte de prometerle un sueldo mensual bastante decente. Al final la Demi claudicó y se fue de mi lado con gran dolor de mi corazón. Aquello me hizo pensar que, o los fiscales ganan una millonada cada mes, o aquel tenía negocios que le rendían tanto dinero o más que a mi el Motel. Fuera como fuese me quedé sin encargada y sin una de las mujeres más vistosas del negocio que, por entonces, disponía de un elenco de dieciocho entre las dos categorías. Para mayor desgracia, La Collares falleció poco después de marcharse la Demi Moore.

Se cayó del solario cuando tomaba el sol, estrellándose contra el suelo del aparcamiento. Nadie la vio caer, solo sintieron el ruido que fue como la explosión de una bomba que nos hizo salir a todos corriendo para averiguar que había ocurrido. Tenía la cabeza destrozada y el cuerpo descoyuntado nadando en un charco de sangre como si hubiera caído del último piso de un rascacielos cuando en realidad la altura del solario hasta el suelo era de once metros. Se la llevaron en una ambulancia a la capital para practicarle la autopsia. Al día siguiente el cadáver lo recogieron los padres que habían venido desde Almendralejo con un coche fúnebre para enterrarla en su pueblo. Al parecer, según comentaban las chicas, eran los dueños de una funeraria.

Por primera vez se abrió una investigación en toda regla que no condujo a ninguna parte porque no había un solo testigo que hubiera presenciado su caída, pero como la autopsia demostró que estaba drogada cuando se mató, registraron el motel de arriba abajo en busca de barbitúricos lo que me originó bastantes molestias. Estaba seguro que toda aquella investigación la había promovido el notario removiendo cielo y tierra, esperando encontrar algún indicio o prueba que me incriminara y también es muy probable que fuera él quien le proporcionó la droga. Tenía un mal enemigo en el notario que, de no ponerle remedio, seguiría dándome problemas en lo sucesivo a poco que me descuidara. Pero de nuevo la suerte vino a aliarse conmigo.

Poco tiempo después de la muerte de La Collares publicaron en una revista del corazón un artículo sobre corrupción con fotografías en las que se veía al notario completamente desnudo practicándole sexo oral a una muchacha que no era otra que La Collares. En otra de las fotografías, se veía al notario de rodillas con un collar de perro en el cuello cuya correa sujetaba la misma chica vestida de domadora con un látigo que levantaba sobre el trasero desnudo del notario. El escándalo fue mayúsculo y a tal extremo llegó el cachondeo popular que el notario desapareció de la ciudad de la noche a la mañana. Yo, desde luego, nada tenía que ver con todo aquel escándalo. Quien fuera el que envió las fotos a las revista tenía muy mala leche o algún resentimiento contra el notario y, aunque indirectamente me hizo un favor, no se lo agradecí al anónimo remitente, primero porque no es mi estilo sacar a relucir la vida particular de las personas, y segundo porque perdí un buen cliente. A mi me afectó bastante la desgracia del notario porque lo apreciaba, y sobre todo, a tan corta distancia de la muerte de La Collares, muerte de la que aún no me había repuesto.

Así las cosas, no me quedaba más remedio que buscar otra encargada pues de las que tenía en el elenco ninguna me parecía suficientemente preparada, excepto para la práctica diaria la vida horizontal, para la que no es necesario estar en posesión de títulos universitarios. El trabajo me atosigaba y, aunque estaba acostumbrado a dormir tan sólo cuatro o cinco horas, me faltaba tiempo para atenderlo todo, con el agravante de que cuando estás cargado de sueño, ni siquiera haces el amor como mandan los cánones. A mi me ocurrió que, del mucho trabajar y el poco dormir, me quedaba roque a media función y si la ponía encima, aún era peor porque roncaba antes. Tenía que tomar una decisión y la tomé: Puse un anuncio en el periódico solicitando una encargada con experiencia en el control de un internado de señoritas masajistas. Buenos ingresos, casa y comida. Al día siguiente la cola de aspirantes llegaba a la playa y estaba formada por todas las razas del planeta. Hice una primera selección a ojo de las chicas con mejor presencia y que me parecieron más espabiladas. A las demás les di puerta muy amablemente. Las que seleccioné fueron quince y tenía suficiente trabajo hasta bien entrada la noche.

La primera a la que entrevisté, muy guapa, muy bien maquillada, alta, de melena lisa y rubia hasta la cintura, veintiún años, se llamaba Silvia. Estudios secundarios, según dijo. Tenía buena letra lo que ya era un punto a su favor, y me dispuse a averiguar cuanta contabilidad sabía porque yo estaba muy impuesto en cuestión de números al haber estudiado todos los libros de la mochila que me había encontrado en la portería de fútbol del patio del colegio, así que le pregunté:

-- ¿Cuánta contabilidad sabes?

-- Casi toda – respondió categórica.

-- Bien. ¿Siete por nueve?

-- Sesenta y dos y me llevo una – contestó sin dudar.

Disimuladamente abrí el cajón donde guardaba los libros y consulté la tabla. Casi había acertado, le faltaba sólo una, pero como se la había llevado volví a preguntarle:

-- ¿Para qué te llevas una?

-- Para ahorrar.

-- Eso está bien. Vamos a ver, ¿en donde se anotan los ingresos?

-- Si puede ser en una libreta, si no, en un papel.

-- Muy bien ¿Y los gastos?

-- Lo mismo, se suman a los ingresos, luego se restan y te quedan los ingresos limpios.

-- Cierto. Otra pregunta: DEBE, HABER Y....

-- Si no hay es porque te lo han robado.

-- Justo. ¿Has tenido alguna experiencia en dirigir algún negocio como este?

-- Como éste, no, pero he dirigido una peluquería de señoras con diez empleadas de raza negra que, si se iba la luz, no podía verlas y se escaqueaban. Me quedé sin empleo cuando cerraron el negocio.

-- ¿Por qué lo cerraron?

-- Por culpa del Bingo, la dueña era una ludópata a la que acabaron embargando hasta las pestañas postizas.

-- Lo creo, la ludopatía es una enfermedad muy grave, pero aquí sólo se juega al strip.-póquer, ¿lo conoces?

-- No, pero me lo imagino, aunque no creo que ese sea el trabajo de una encargada.

-- Pues lo es, si el cliente se empeña en jugarlo contigo.

-- ¿Y si pierdo qué pasa?

-- Tendrás que acostarte con él y la casa perderá y tú también, pero te enseñaré algunos trucos para que no pierdas.

-- Interesante. ¿Y si gano?

-- Entonces él tendrá que pagarte para recuperar la ropa.

-- Ajá, ¿y cuanto puedo ganar?

-- Lo que creas que vale lo que ha perdido. Como puedes imaginarte nadie quiere llegar a su casa desnudos. He tenido chicas que han ganado hasta veinte mil duros en una partida, que se acaba cuando el tío se queda en pelota picada. Se juega en un salón privado y no más de dos chicas y tres jugadores.

-- Vale. Acepto. ¿Y mi sueldo cuál será?

-- No hay sueldo. Tendrás el diez por ciento de todo lo que recauden las chicas en su trabajo horizontal en el que no entra el porcentaje de la casa, y el treinta por ciento de lo que se cobra por tus servicios en la cama cuando algún cliente importante se encapriche contigo, pero tu trabajo principal es controlar a las demás chicas y procurar que no haya altercados entre ellas.

-- O sea, que además de hacer de puta tendré que...

-- Aquí no hay putas – corté rápido y seco – hay señoritas de la vida horizontal.

-- ¿Señoritas de la vida horizontal? No es mal eufemismo – respondió sonriendo.

-- Si no te interesa, ya sabes, ahí está la puerta – respondí tan seco como antes a pesar de que me gustaba un montón

-- La verdad es que me interesa, parece que su puede ganar un buen jornal.

-- Depende de lo espabilada que seas y de que no intentes engañarme con la recaudación, pero hay una cláusula sin la cual tampoco puedo contratarte.

-- No hay problema por la recaudación, pero ¿qué cláusula es esa?

-- Tengo que comprobar que tal eres haciendo el amor. Mis clientes están acostumbrados a la buena calidad.

-- Vaya, con lo joven que eres y lo espabilado que estás ¿llevas mucho tiempo en este negocio?

-- Veinte años.

-- Desde que naciste, entonces, porque no tendrás muchos más de veinte.

-- Veintidós, el negocio era de mis padres – no le dije adoptivos porque no tenía mayor importancia y tampoco le interesaba la cantidad de años que llevaba al frente del negocio.

-- ¿Cuándo puedo empezar?

-- Ahora mismo, si quieres.

-- Y claro – comentó con su nívea sonrisa – lo primero que haremos será irnos a la cama, para que compruebes mi buena calidad ¿No es eso?

-- No, te equivocas, iremos a la cama cuando yo te lo diga.

-- Vale, ya tienes encargada.

-- Pues ya puedes ir a buscar tu equipaje.

-- Lo tengo en el coche, pero me gustaría que no se quedara en la calle. Acabo de comprarlo hace pocos meses y aún estoy pagando las letras. ¿No tienes garaje?

-- Ya hablaremos de eso – comenté pensando que era demasiado prematuro enseñarle mi Lamborghini – Ahora vete a la cocina, pregunta por Arosa y dile que te acompañe a la habitación de la Demi. Ella ya sabe de qué se trata.

-- Bien, pero ¿en donde está la cocina?

-- Mejor pregúntale a Yecla o a Lorca, las chicas de servicio que limpian las habitaciones, y dile a la siguiente muchacha que puede pasar.

-- Hasta luego, entonces.

-- Adiós.

Como necesitaba dos chicas más para sustituir a La Collares y a la Demi, esperé a que entrara la siguiente. Una morena bastante guapa que dijo llamarse Andrea. Veinticuatro años y a esta se lo solté de sopetón antes de que se sentara:

-- ¿Te gusta follar?

Parpadeó dos o tres veces como si no se creyera lo que acaba de oír mirándome con el ceño fruncido y supe que no valía para el negocio.

-- Creo que me he equivocado, yo venía a por lo del anuncio y...

-- Claro, pero si no te gusta este negocio, que te folle un pez que tiene la picha fresca.

Dio media vuelta y se largó sin decir ni adiós. Las mujeres que no saben reaccionar con gracia, o que se muestran escandalizadas por decirles crudamente lo que ellas practican sin cobrar un duro, no me interesan. No tienen pizca de interés en la cama. Son como espantapájaros que se abren de piernas esperando que el maromo haga todo el trabajo y eso no es de recibo para un gachó que ha pagado más de mil duros por media hora de vagina. En este plan pasaron más de la mitad que ni siquiera tuvieron tiempo de sentarse. Si las entrevistas continuaban a la misma marcha, antes del almuerzo ya habría acabado. Tampoco era ningún problema porque al día siguiente volvería a tener otra cola de kilómetro, si no retiraba el anuncio. Llamaron a la puerta y entró la siguiente a la que le pedí el carné de identidad. Beatriz, veinticuatro años, sevillana, morena, muy guapa y con un tipo de guitarra española a la que sólo le faltaban las cuerdas. Le pregunta de siempre:

-- ¿Te gusta follar?

-- Vaya, qué mala suerte tienes, aún me dura la regla – un deje andaluz muy simpático y no me quedó más remedio que reír y pedirle que se sentara.

-- Beatriz ¿No es eso?

-- Bea, para abreviar, mi alma, que el tiempo es oro.

-- ¿Has trabajado en la vida horizontal?

-- Ha trabajado más en la perpendicular, soy bailaora, pero quiyo, ¿qué quieres, mi alma? La vida está mu achuchá y ya no baila nadie más que la Marujita Díaz con el cubano porque la compañía se ha ido al garete por culpa de la Carmina que se ha llevado al jefe de turné.

-- Vale, vale. Te interesa el trabajo horizontal ¿o no?

-- Depende. Si el parné es abundante por el pan baila el perro, o la perra, que para el caso es lo mismo.

-- Bueno, aquí trabajando al treinta por ciento te puedes sacar hasta trescientas al mes.

-- ¿Trescientas mil al mes? ¿Estás seguro?

-- Te lo diré más seguro cuando comprueba como bailas en la cama.

-- Ajá, tú eres el catador oficial, pues te vas a poner como la manteca colorá, porque ya te dije...

-- Sí, sí, ya me lo dijiste, Bea, sabes cuando escampará ¿o no?

-- Claro, mi alma, mañana, o pasado todo lo más.

-- Bueno, pues quedas contratada. ¿En donde tienes el equipaje?

-- En la pensión y tendré que esperar para regresar a la ciudad a que entrevistes a mi amiga Leonor, porque ella es la que tiene coche.

-- Bien, pues dile que pase y podréis marchar en seguida.

-- Muy bien, Jefe, hasta luego.

-- Adiós, preciosa.

Y, verdaderamente, lo era. Al cabo de unos momentos entró su amiga Leonor. No era tan guapa como Bea, pero también estaba muy buena. Se ve que se había corrido la voz entre las aspirantes porque de buenas a primeras me suelta:

-- Me gusta follar, y si me vas a probar aquí mismo por lo menos podías tener un colchón.

-- Por lo que se ve ya has trabajado en este negocio.

-- Pues te equivocas, pero, naturalmente, hago el amor cuando me apetece, o sea, todos los días, claro que, como mi novio está ahora haciendo cola en el INEM he decidido ponerme a trabajar.

-- Bien, entra en esa habitación – le dije señalándole la puerta de la sala de pruebas – y desnúdate. Tengo que rellenar tu ficha y entro en seguida.

Al cabo de media hora quedó contratada. Trabajaba muy bien, era muy cariñosa aunque se le notaba que era una principiante. Sin embargo, decidí contratarla porque la práctica hace maestros y a los diecinueve años no se le puede pedir a una chica que haga milagros con el su sexo.

Como ya tenía la plantilla completa retiré el anuncio del periódico creyendo que aquello terminaría con la cola de aspirantes. Estaba equivocado. A la mañana siguiente la cola era más larga que la de un dinosaurio y el parking estaba abarrotado de utilitarios. Tuve que pensar rápidamente como deshacerme de tanta fémina. Le dije a Noya, la chica del bar, que dentro de cinco minutos hiciera pasar la primera a la sala de pruebas y yo la esperaría acostado en la cama en pelota picada. Cuando entró se quedó parada mirándome sin saber qué hacer.

-- Desnúdate – le dije moviendo el cirio arriba y abajo – Tengo que averiguar si aprovechas para este negocio.

-- ¡La madre que te parió! ¿Este es el empleo de encargada? Pues vete a follar con tu madre, hijoputa – comentó enfadada dando media vuelta.

Esperé que entrara la segunda, pero pasaron diez minutos y luego veinte y no entró nadie. Me levanté, me puse un batín y entré en el bar. Noya, me miró de arriba abajo comentando entre risas:

-- Como no vaya yo a la sala de pruebas...

-- ¿Qué pasa, pues? – pregunté, contento de mi estratagema.

-- Nada más salir la chica empezaron a desfilar los coches y sólo queda uno. ¿Le digo que entre? – preguntó entre carcajadas.

--¿Qué tal la ves?

-- Tu mismo puedes verla a través de la persiana.

Y sí, allí estaba sentada al volante de un Ford Fiesta, fumando un cigarrillo, mirando de cuando en cuando hacia el bar. Me pareció bastante guapa, pero no podía verle nada más que la cara y decidí acercarme en batín y chancletas. Bajó la ventanilla al acercarme:

-- ¿Vas a entrar o no? – le pregunté amablemente comprobando que tenía unas tetas y unos muslos impresionantes.

Era mucho más guapa de lo que me había parecido desde el bar. Puedo asegurarles que era una preciosidad de mujer y muy joven. Aplastó el cigarrillo contra el cenicero antes de responder con voz de niña:

-- Estoy esperando a mi marido. Queremos una habitación para una semana.

-- No admito menores de edad.

-- Estoy casada – respondió enseñándome la alianza de oro.

-- Eso no significa nada ¿Dónde está tu marido?

-- Ya tendría que estar aquí. No sé por qué se retrasa, quizá ha encontrado mucho tráfico.

-- Ya – respondí en tono de duda

-- ¿No me crees?

-- Desde luego que no. ¿Has venido conduciendo tú?

-- Claro, por lo tanto no soy menor de edad.

-- Pues lo pareces. Además, tú no eres de la ciudad, te conocería.

-- No, soy de Valencia.

-- ¿Y tu marido?

-- También, pero es Agente Comercial y viene de Barcelona.

-- ¿Has desayunado?

-- No, lo espero a él.

-- Entra a tomar un café, yo te invito, mujer. Puedes esperarlo allí.

Se quedó dudando un momento, luego, saliendo del coche comentó al cerrarlo:

-- Gracias. ¿Eres el dueño?

-- Si, ¿Por qué?

-- Pareces muy joven y por lo que decía la primera que entró debes de ser un vaina de mucho cuidado.

-- No te lo creas. Tenía que quitármelas de encima. Ya tengo la plantilla completa.

Cuando la vi caminar se me cortó la respiración. Joder, que cosa más bien hecha, pensé, encabritado. Tengo que cepillármela como sea.

-- ¿Tienes muchas chicas?

-- Veinte, ¿te interesa un empleo?

-- De momento, no, gracias -- comentó con una sonrisa Profidén.

La llevé hasta el saloncito del bar ofreciéndole uno de los sillones del tresillo e indicándole a Noya que le sirviera un café con leche y pastas mientras me cambiaba. Me di cuenta al hacerlo que estaba empalmado como un verraco. No acaba de encajarme que, viviendo en Valencia y esperando a su marido, se quedaran una semana en el conocido Motel El Palacio. Con mi mejor traje de alpaca inglesa y una loción de la misma nacionalidad, regresé para sentarme a su lado mientras esperábamos a su marido. La verdad es que no podía apartar la mirada de su rostro y de su cuerpo. Me la hubiera comido a bocados.

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