El joven se llevó la mano al miembro erecto mientras contemplaba como el hombre mayor le metía el pene en la vagina a la mujer. Ella yacía allí, intentado resistirse, aunque no podía impedir que el largo y grueso miembro fuera introduciéndose poco a poco hasta desaparecer por completo dentro de su vagina hasta que los rizos púbicos se unieron. El muchacho vio como sudaba la joven cuando el cuerpo del marinero, grande y pesado, gravitó sobre ella.
Este empezó un vaivén lento, sacando el miembro hasta la mitad mientras el chico seguía mirando fascinado como la herida sonrosada de la muchacha se abría a cada embestida. Sacó el pene que quedó sobre el muslo de la joven y de nuevo la embistió con un gruñido. El ritmo del viejo marinero se aceleró y ella levantó las piernas colocándolas a su espalda en un abrazo y el ritmo de la chica se aceleró. Los sacos de arroz sobre los que ella estaba extendida se movieron debido al peso, y el hombre deslizó las manos por debajo de las nalgas sujetando a la muchacha contra su pubis con toda la renegrida y gruesa verga enterrada en la vagina. Ella gimió de nuevo y los dos aceleraron el ritmo de sus movimientos.
Él cambió el ritmo de las embestidas, que eran más lentas, aunque también más profundas, no exentas de cierta brutalidad. Su vientre golpeó al de la muchacha que exclamo:
-- Por favor, por favor.
El joven que los miraba no sabía si ella deseaba parar o seguir. El hombre levantó la cabeza. Su cara estaba congestionada, y parecía fuera de sí
-- Me corro, me corro - gimió
Las caderas de ambos se unieron y ella levantó la cabeza en pleno éxtasis cuando el viejo marinero eyaculó con fuerza en el fondo de su vientre al tiempo que movía el cuerpo convulsivamente. La chica le arañó en los hombros con fiereza, aunque con sus cortas uñas
no pudo dejarle ninguna marca en la piel, curtida por el sol y el viento. El viejo yacía sobre la chica como si estuviera muerto. Su gruesa y blanca barba le acariciaba el hombro. Por fin ella, con gran impaciencia, tensó la pierna. El gruñó y cayó de costado. Era del tamaño de un gigante y, a su lado, el cuerpo de la muchacha, bronceado y brillante, parecía el de una muñeca. Le pellizcó uno de los pezones de los pequeños senos, de color marrón oscuro. Ella se estiró voluptuosamente y le cogió el pene, húmedo y falto de rigidez
El viejo hizo una mueca burlona y dijo algo en voz baja que el muchacho que los miraba no pudo oír, y se levantó. Cuando hubo acabado de ponerse la ropa salió del granero. Aún podía ver la robusta figura de su padre, que se dirigía hacia el pueblo donde vivían. Entró en el establo y se acercó a la chica, que se había vuelto aponer el vestido bien ceñido al cuerpo y se estaba ajustando el cinturón a la cintura. Lo miró con sorpresa y, al percibir su mirada, sonrió con malicia.
-- ¡Y bien, jovencito ¡ ¿Disfrutaste con nuestras actuación?
El chico intentó tragar la saliva pero tenía la boca seca. Pese a sus deseos no pudo emitir palabra alguna. Sus manos saltaron como si estuvieran dotadas de autonomía propia y agarraron los pechitos de la muchacha. Los prominentes pezones le quemaban las palmas de la mano. Ella se apartó, golpeando aquellas manos inquietas.
--No, no, eres demasiado pequeño para mí. Prefiero hombres maduros.
Deslizó la mano y le agarró el pene sin querer hacerle daño. Ese movimiento sorprendió al muchacho, confundido por la lujuria e inexperiencia. Luego, ella corrió hacia la puerta.
--Cuando te hagas mayor, jovencito sonrió levantándose las faldas hasta dejarle ver los rizos del pubis Y la tengas más grande.
Emitió una risa ahogada y se marchó, dejando al muchacho solo en el estable y con una erección terrible.
***
Rosa respiraba reposadamente, a diferencia del hombre que la penetraba. Con los muslos se apretaba a él, al tiempo que con las manos trazaba dibujos sobre su fornido pecho. Lo había visto en la carretera y, al gustarle su tipo, lo había abordado. Ahora, bajo ella, respiraba agitado, arqueando la espalda. Intentó introducir la verga en el coño, pero ella se removía con tanta destreza que él no alcanzaba ese orgasmo que tanto anhelaba.
Rosa notó que aquel miembro no era capaz de darle el placer que deseaba. Se apretó contra el hombre, inclinándose hacia delante en un intento de poner en contacto su coño con el miembro masculino. Este último movimiento fue excesivo para él, que, tras unos espasmos, eyaculó, esparciendo su semen sobre la mujer, logrando introducirlo en el último espasmo.
Rosa notó con desilusión como se iba encogiendo el pene que tenía dentro. Con los músculos interiores, expulsó el miembro que tenía en el interior de su gruta, levantándose de un brinco. Él también se puso de pie al tiempo que se ponía los calzoncillos
-- ¿Qué tal, bombón? preguntó ¿Te ha gustado?
Ella rió con ironía.
-- Ha sido el peor polvo de mi vida.
Se dio la vuelta, para recoger la ropa, y se quitó la hojarasca que tenía adherida a las rodillas.
-- ¡Ah si! exclamó Ven aquí y te enseñaré lo que es bueno
-- Déjame tranquila y vete a jugar solo.
Rosa era lo bastante resuelta y dispuesta para no adoptar esa actitud de servilismo tan común en las mujeres orientales. Irritado, el hombre trató de agarrarla, pero en lugar de retroceder ella dio un paso adelante y agarró su dedo gordo y meñique. Sonó un chasquido, y el hombre gritó con todas sus fuerzas. Quedó con la muñeca colgando. Rosa, con premura, deslizó la mano sobre la bolsa del hombre. Se la arrebató y dio un paso hacia atrás. De ella extrajo tres billetes de cincuenta euros, y le arrojó la bolsa a la cara con desprecio.
Recogió la ropa, así como un bastón, y se encaminó hacia el pueblo de Miura donde tenía que embarcarse. No satisfecha con lo que había sucedido, excepto en términos económicos, se frotaba su feminidad con la mano mientras iba caminando. Un estremecimiento le recorrió el cuerpo cuando el orgasmo se apoderó de ella y tuvo que detenerse apoyada en un árbol, con el bastón apretado contra su sexo palpitante.
Poco después llegó al puerto y vio al fornido y alto marinero soltando las amarras de popa; le sonrió y él le correspondió recorriendo de arriba a bajo el flexible cuerpo de Rosa. Luego, mientras subía las escalerillas vio como él levantaba el antebrazo, con la otra mano apoyada en el codo. Sabía lo que aquel moviendo arriba y abajo del antebrazo significaba. Volvió a sonreírle y movió la cabeza en signo afirmativo mientras pensaba que aquella montaña humana tendría un miembro como a ella le gustaba, grande, poderoso e incansable. Demoró el paso hasta que él llegó a cubierta detrás de ella, cogiéndole con una sola mano las dos nalgas y la levantó en el aire como a una pluma llevándola hasta la cubierta.
Pensó que si aquel poderoso extranjero tenía el miembro tan grande como la mano, el placer de la travesía sería doble y le resultaría gratis.