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Incesto por fatalidad (6)

en Hetero: General

INCESTO POR FATALIDAD – 6 –

De espaldas en la cama con los muslos separados, Laura arrastró con las dos manos la gruesa y larga erección de Tony quien se dejó caer sobre la mujer desnuda, con los brazos extendidos y las palmas apoyadas en el colchón a cada lado del cuerpo femenino, dejando que ella guiara su miembro hasta su vagina que ella misma se abrió con dos dedos para encajar la cabeza del descomunal capullo a la entrada. Tony empujó suavemente notando que, pese a que ella estaba bastante húmeda, le costaba penetrarla más de lo que había imaginado. Tenía unas tetas caprinas que, aunque algo caídas, todavía resultaban excitantes y sin rastro de cirugía. Ella comentó:

-- Métemela despacio, Tony, o me harás daño con esta verga de cuadrúpedo que tienes.

-- ¿Por qué no te pones tu encima y te la metes tu misma?

-- No, ahora no, luego. Primero quiero sentir tu cuerpo encima del mío y como me taladras. Vuelve a empujar despacio, y párate cuando te lo pida.

Empujó las nalgas tan despacio como pudo mientras el capullo se hundía poco a poco en la humedad ardiente del coño de Laura. Con todo el capullo dentro, la mujer le pidió que se detuviera y él lo hizo sintiéndose tan apretujado como si aquella vagina fuera un torniquete de carne ardiente y húmeda que le producía ramalazos de placer casi tan grandiosos como los que le producía su hermana Irene cuando la penetraba. Cuando de nuevo le pidió que se la metiera un poco más, antes de llegar a la mitad de la verga de nuevo le pidió que se detuviera.

-- Tengo la impresión de que esto debe ser como lo que se siente cuando una embarazada está pariendo, aunque, claro, mucho más dulce y delicioso - – comentó la mujer después de besarlo y meterle la lengua en la boca que él chupó suavemente.

-- No sé, yo no he parido nunca.

-- Ya me lo imagino – respondió ella riendo de buena gana – Ni yo tampoco he parido. Lo que no me explico es que tu hermana, tan jovencita, pueda metérsela entera.

-- La primera vez y al principio también le costaba metérsela – respondió, y quedando pensativo unos segundos, preguntó -- ¿Has dicho… mi hermana?

-- Sí, eso he dicho – respondió, contrayendo la vagina sobre el trozo de la potente erección que tenía dentro.

-- ¿Desde cuando lo sabes?

-- Antes de entrevistaros a los dos. Métela un poco más Tony, pero con cuidado. Así, párate ya. Cada vez es más gorda. ¡Qué barbaridad de miembro tienes, nene! Ni siquiera los negros mandingos que ruedan las películas porno la tienen tan gruesa.

-- ¿Antes de entrevistarnos? – preguntó, metiéndole la lengua en la boca para acariciar la suya.

-- Hum, hum – nasalizó Laura, para comentar luego con voz pastosa – Métela más, nene… así, despacio… uy, uy… ¡párate, párate ya! – exclamó, cuando dos centímetros más de polla se hundieron en su concha.

-- ¿Y por qué no nos has dicho nada? – preguntó, antes de sorberle con fuerza un pezón duro como una canica de cristal.

-- Porque en cuanto miré la foto de tu miembro erecto dentro del coño de tu hermana, enseguida pensé que Irene tenía que ser para mí.

-- Pero ella no es lesbiana y, además, yo estoy enamorado de mi hermana – cortó el hombre procurando controlar su enojo.

-- Pues tendrás que compartirla conmigo, ella también me gusta incluso mucho más que tú. Es preciosa, y tan encantadora y tierna, que es imposible no desearla desde el primer momento.

El placer que sentía follando a Laura, casi desapareció. Tony a duras penas lograba contener la ira que sentía. De buena gana la hubiera estrangulado. Con un esfuerzo extraordinario de voluntad logró concentrarse para que su erección continuara bobeándola con la misma fuerza que hasta entonces. Notaba que ella estaba a punto de correrse. Sentía unos incontenibles deseos de hacerle daño y de un solo golpe le encajo la descomunal verga hasta las bolas.

Ella gritó cuando la verga se hundió de golpe en su coño. Él no supo si era de dolor o de placer, pero comprendió que era por ésta última causa cuando ella se estremeció ante la fuerza devastadora de su propio orgasmo, cuya tibia emisión roció deliciosamente la turgente y satinada piel de su amoratado capullo. Los dos, encajados profundamente uno en el otro, se corrieron al unísono girando sus cuerpos entrelazados alocadamente sobre las sábanas. Cuando finalizó el orgasmo masculino, ella estaba encima de él contrayendo aún involuntaria y violentamente los anillos vaginales en los últimos estertores del prolongado y potente éxtasis que la granítica y descomunal erección le había provocado.

-- Aún estás duro – comentó ella, cuando recuperó el aliento.

-- ¿Qué hora es? – preguntó él.

-- La que sea. No tengas prisa.

-- Irene se enfadará, si pasa de dos horas mi ausencia que es lo que acordamos.

-- Tendrá dos trabajos – respondió Laura, chupándole una tetilla y produciéndole una reacción instantánea en su miembro que vibró dentro de la dilatada vagina como un diapasón.

-- ¿Cómo que dos trabajos?

-- Sí, hombre, dos, Uno enfadarse y otro desenfadarse.

-- ¿Y si me niego a que venga? – preguntó, procurando disimular sus deseos de romperle la cara a puñetazos.

-- Si te niegas, tú verás lo que haces; puede que os quedéis sin trabajo los dos.

-- Recuerda, Laura, que tenemos un contrato de trabajo firmado y sellado por la empresa.

-- Con el cual se os puede reclamar judicialmente el anticipo entregado, si la empresa considera que no dais la talla para el trabajo. Tony, muchacho, no es necesario llegar hasta esos extremos. Además, debí proponérselo a Irene que seguro lo hubiera aceptado sin problemas.

Eso es lo que tú crees, putón de mierda – se dijo el muchacho – nos estás chantajeando y puede que nos chantajees toda la vida. Si se ha mostrado tan amable la muy zorra es porque, en realidad, desea follarse a mi preciosa mujercita. Eso no voy a consentírselo. Ya está bien que tenga que tirármela yo una vez, tal como le dijo a mi esposa pero, en realidad, a quien desea follarse es a Irene y no me extraña. Pero te vas a joder, hija puta, porque a mi dulce Irene no te la vas a tirar, es un bocado demasiado exquisito para ti, putón desorejado. Ella comentó lamiéndole los labios:

-- Estoy encharcada, nene, tendría que lavarme, así sentiré mejor tu leche cuando te vuelvas a correr. Sácamela despacio, quiero sentir como sale.

-- Si cariño, tienes razón, mejor que te laves, a mi también me producirá más placer volver a llenarte el coño de leche.

Tapándose la concha con una mano para que el abundante semen acumulado no cayera sobre la moqueta del dormitorio, Laura se levantó cuando la verga destaponó la vagina. Al quedarse solo, Tony también se levantó para mirar la hora en su reloj de pulsera colocado sobre su bóxer y éste sobre los pantalones al desnudarse. Pasaban de las once y media y estaba seguro de que aquella ninfómana bisexual de Laura no se daría por satisfecha con un nuevo polvo. Seguramente desearía retenerlo hasta quedar totalmente complacida aunque tuviera que follarla tres o cuatro horas más.

Imaginaba el disgusto y la intranquilidad de su mujercita cuando pasaran las horas y él no se presentara a la hora indicada.

Pensó en llamarla por teléfono para avisarla que tardaría más tiempo del acordado, pero esto Irene podía interpretarlo como un deseo suyo de permanecer con Laura más tiempo del acordado. No, no era buena idea llamarla. ¿Por qué no la llamaba Laura?

-- ¿Laura? – preguntó en voz alta.

-- Sí, dime, Tony.

-- ¿Por qué no llamas tú a Irene y le dices que venga?

-- No.

-- ¿Por qué no?

-- No me gustan los tríos y menos con Irene.

¡Me cago en tus muertos! – pensó el muchacho cada vez más cabreado – tengo que deshacerme de ti como sea.

Descalzo y desnudo se acercó hasta la puerta del baño. Laura estaba a horcajadas sentada en el bidet de espaldas a la puerta. Tenía en una mano una pera de goma con una cánula de baquelita negra del tamaño de un pequeño pene en la punta que se metía en la vagina apretando de cuando en cuando la goma para que la solución espermicida le bañara interiormente la vagina. Sus pies descansaban sobre una alfombrilla de goma con ventosas para que no resbalara sobre el suelo. La idea se le ocurrió de repente y no lo pensó dos veces.

Cuando ella recogió la pequeña toallita del bidet colocada a la derecha, él avanzó silencioso, rápido y encogido. La mujer se levantó dando un paso atrás de espaldas a la puerta y colocando los pies casi en el extremo de la goma de la alfombrilla, mientras separaba los muslos para secarse el coño.

Él se agachó entonces y rápido como una centella estiró con fuerza de la alfombrilla por el otro extremo. Ella dio un grito al caer hacia delante con los brazos extendidos sosteniendo todavía la toallita, las manos cayeron sobre el fondo del bidet, pero la cabeza chocó antes con un golpe sordo con el mando cromado del agua fría incrustándose en el ojo izquierdo de la mujer que saltó disparado de su cuenca rebotando sobre las baldosas blancas de la pared al tiempo que un violento chorro de sangre salpicaba de rojo la blancura alicatada, deslizándose hasta el suelo.

El agua del bidet se tiño de rojo espumoso. Los regueros de sangre llegaban ya a la alfombrilla y él, procurando no pisarlos, se acercó despacio hasta el cuerpo femenino. Tuvo un sobresalto cuando el cuerpo femenino se estremeció. Se repuso pronto comprendiendo que era el último estertor de la agonía del cuerpo desangrado.

Tuvo que dar un salto considerable para no pisar el gran charco de sangre y desde la puerta se giró a mirarla. El cuerpo, al que ya habían abandonado las fuerzas vitales, estaba derrengado, sosteniéndose la cabeza por el mando del grifo incrustado en la cuenca del ojo y el resto doblado en una posición inverosímil que daba la impresión de no tener columna vertebral. El último pensamiento de Tony cuando la sangre comenzaba a empapar la moqueta fue que aquella ninfómana bisexual ya no podría engolfar a su preciosa mujercita en el amor sáfico. Sólo entonces comenzó a vestirse sin ponerse la camiseta imperio que dejó aparte para limpiar sus huellas de todo lo que recordaba haber tocado, utilizándola como guante.

Recordó, asimismo, que tenía que encontrar la ropa del ensayo y comenzó a buscarla en el armario y los cajones de la cómoda del dormitorio, procurando no cambiar de sitio ninguna prenda. No logró encontrarla. De pronto se detuvo pensativo. No era lógico que la ropa del ensayo desapareciera del piso. Lo más lógico era que con la excusa de la ropa, Laura hubiera convencido a Irene para que él acudiera a follarla y a su vez, convencerlo a él, para que consiguiera que su preciosa y joven mujercita hiciera el amor lésbico con ella. Convencido de que ésta era la verdadera causa, dejó de preocuparse por buscarla.

Utilizando la camiseta imperio como guante, abrió el pomo de la puerta del piso para mirar por una rendija si en el rellano había alguna persona. Estaba vacío y no se sentía ni el ruido del ascensor. Pulsó llamada esperando impaciente escondido tras la puerta del piso. Cuando oyó que se detenía en el rellano apretó el botón de apertura del portal situado tras la puerta y salió rápido, cerrando suavemente. Luego abrió la puerta del ascensor al comprobar por el esmerilado cristal que estaba vacío. Sólo entonces guardó la camiseta en el bolsillo de la chaqueta.

Caminó cuatro manzanas hasta encontrar una boca de metro e hizo trasbordo en le Plaza de Cataluña donde tiró disimuladamente la camiseta en una papelera, cogiendo allí la línea uno que le llevó hasta la calle Urgell. Cuando abrió la puerta del piso se encontró a Irene sentada en el recibidor esperándolo con cara enfurruñada.

-- Has tardado media hora más de lo que te he dicho.

-- Cariño, he tenido que venir en metro y caminar casi un kilómetro. No he encontrado ni un taxi – la tomó en brazos y la besó ardiendo de deseo mientras le acariciaba el delicioso y depilado coñito con suavidad. Ella comentó:

-- Menos mal que ésta será la última vez.

-- Sí, mi amor, la última vez – respondió metiéndole dos dedos en la vagina.

-- Déjame, no me pongas nerviosa, Tony. Tenemos que ensayar la prueba de mañana rápidamente. Te vas a llevar una sorpresa cuando sepas de qué se trata.

-- ¿Ah, sí? ¿Y de qué se trata?

-- De desnudarnos bailando "Devórame otra vez" a ritmo de lambada.

-- ¡Pero si eso ha pasado de moda hace años!

-- Ya lo sé, pero es lo que dice el libreto y la música que tiene el Cd. ¿Has traído la ropa?

-- No había tal ropa, cariño. Ha sido una trampa para conseguir que la follara.

-- ¡Que zorra! – exclamo ella, preguntando --¿Cuántas veces le has hecho el amor? Y dime la verdad.

-- Sólo se lo he hecho una vez, y tuvo bastante.

-- No me extraña. Pero bueno, se acabó y ya está satisfecha, así que vamos a bailar la lambada hasta quedarnos en cueros.

Irene tenía un sentido del ritmo mucho más desarrollado que Tony, o quizá éste estaba más pendiente de ver como se movía el delicioso cuerpo de su mujercita y como se desnudaba al mismo tiempo, que de lo que él tenía que hacer. Al quitarse Tony la camisa, Irene, que ya estaba en bragas y sostén, se dio cuenta de que no llevaba camiseta y se detuvo para preguntarle:

-- ¿Y tu camiseta?

-- No me la puse.

-- Pues yo juraría que sí la llevabas.

-- No, nena, estás confundida – indicó él desabrochándose el cinturón y dejando caer al suelo los pantalones; la gigantesca verga sobresalía totalmente congestionada varios centímetros por encima del ombligo. Ella comentó:

-- Ahora si que me creo que sólo la has disfrutado una vez.

-- O sea, ¿que no me habías creído cuando te lo dije? – preguntó adusto.

-- Si que te he creído, vida mía, pero tu miembro me lo ha confirmado. Está que revienta y yo tengo una cosita para él que aún lo pondrá más duro si eso es posible – comentó ella despojándose del sujetador y dejando al aire sus preciosas y firmes tetas en forma de copa.

Él metió los pulgares en el elástico de la cintura del bóxer y ella hizo lo mismo con el elástico de las braguitas de encaje y satén. Los dos, al ritmo de la música, comenzaron a bajarse la última prenda que les cubría el cuerpo, acercándose para entrelazar sus muslos en un ritmo con remedo de cópula. Él era treinta centímetros más alto que ella y la gigantesca y congestionada verga le llegaba desde el ombligo hasta casi el mentón. Ella aprovechó la oportunidad para inclinar la cabeza y meterse en la boca la amoratada punta del capullo lamiéndolo con la lengua. Él protestó y ella deshizo el abrazo comentando:

-- Espera un momento, cariño mío. Tengo que ponerme zapatos de tacón de aguja porque a tu lado parezco una enana.

Cuando de nuevo regresó la muchacha la verga se movió automáticamente golpeando dos o tres veces el vientre masculino con sonidos sordos. Ella se mordió los labios mirando como la verga saltaba y se enlazó al corpachón del hermano-marido aprisionando la descomunal erección entre los dos cuerpos desnudos. Los muslos se cruzaron, la base del miembro masculino rozó el principio de los labios de la vulva femenina, presionándola con fuerza. Los erectos pezones de la muchacha se clavaron en el potente tórax del joven. Bajo los movimientos copulatorios de la lambada Tony perdió el compás y ella, deteniéndose sin aflojar la presión de su cuerpo sobre la congestionada polla, preguntó:

-- ¿Qué te pasa? Estás tenso como la cuerda de una guitarra.

-- Estoy a punto de correrme, corazón – respondió disimulando sus nervios apartándola cuando el primer borbotón saltó violento en el aire cayendo sobre la rubia cabeza femenina.

Irene reaccionó casi al instante abriendo la boca para chupar del capullo carmesí el segundo borbotón casi tan violento como el primero que tragó rápida y siguió tragando el tercero, el cuarto y el quinto tan abundantes que le llenaron la boca pero los deglutió con ansia. Cuando el semen dejó de manar ella aspiró arrancando de los testículos la última y abundante gleba de semen. Él se estremeció agarrado a la rubia cabeza femenina ante la intensidad del placer que la succión le provocó; un placer que nunca antes había experimentado.

Cuando acabó de correrse y ella lo miró sonriendo, la levantó por la cintura hasta colocarla esparrancada con un muslo en cada uno de sus hombros. El coño de la muchacha quedó frente a su boca. Lo abrió con los dedos para sorberle el inflamado clítoris.

-- Así no, cielo, llévame a la cama.

-- No, quiero que te corras en mi boca y quiero ver como sale de tu coño su delicioso néctar, avísame cuando empieces a correrte ¿Lo harás?

-- Si, vida mía, estoy ardiendo de deseo, no tardaré en darte lo que me pides, mi amor.

El siguió mamando y titilando el inflamado clítoris con la lengua, sorbiéndolo con fuerza hasta que poco después ella exclamó estremeciéndose:

-- Ya me viene, mi amor, ya me viene ¡Oh, Dios qué placer!

El la levantó por la cintura hasta que pudo ver la abertura vaginal contrayéndose por el placer que recibía. Más de una vez se había bebido sus orgasmos, pero nunca había visto el líquido. El que vio salir era blanco como la leche, tan blanco como su semen. El chorrito del néctar femenino se deslizó hasta su boca tan pastosa como la leche condensada. El suave sabor a mantequilla salada que ya conocía, lo encabritaba como a un semental lo encabrita una yegua en celo. Impaciente, colocó su boca a la entrada vaginal y aspiró con toda la fuerza de su deseo. Ella gritó de placer cuando la succión arrancó de golpe de sus entrañas todo el néctar que el orgasmo le había producido.

-- Mi amor, llévame a la cama y métemela, por favor – pidió con voz anhelante agarrada a la fuerte cabeza masculina.

En brazos la llevó hasta la cama acostándose de espaldas con ella encima. Impaciente, la muchacha se arrodilló a horcajadas sobre el atlético cuerpo masculino, cogiendo la erección con toda la mano para incrustar en su concha húmeda la gruesa cabeza del cipote. Despacio se dejó caer sobre la formidable polla mordiéndose los labios mientras la gruesa y larga erección la penetraba. Conforme la dilataba se inclinó sobre la boca del hermano uniéndose los dos con los labios abiertos tan profundamente como lo estaban sus sexos cuando toda la verga se hundió en el coño de la muchacha. Se apartó ligeramente para comentarle sofocada:

-- Te siento en toda mi carne, mi amor, como si tu pene me acariciara todas y cada una de las fibras de mi cuerpo. Te siento dentro de las tetas, de los brazos, de los muslos, de las piernas, los pulmones, el corazón. Te siento en el vientre, en el estómago…

-- Yo quisiera, amor mío, fundirme en tu cuerpo como se funde el oro con la plata – susurró él, apretándole las respingonas y duras nalgas como si aún fuera posible hundirse más en el hermosísimo cuerpo de la muchacha.

 

Continuará…

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