DERECHO DE PERNADA 3
Capítulo 3
Nos dice el P.Feijó, uno de los clérigos del medievo que más noticias da sobre el asunto nos ha legado un escrito en el que dices textualmente que: una mujer casada "e preñada ya", le había confesado que durante la noche que folgó con el señor conde, gozó más veces que durante todos los meses que llevaba casada con su marido. La noticia, aún sin análisis psiquiátrico, demuestra el cambio de percepción como violación acompaña en la Baja Edad Media al desplazamiento de la acción del señor a sus subordinados condiciona el problema femenino a otros ámbitos.
El forzamiento de mujeres del común por parte de los hombres del señor, especialmente los soldados de las fortalezas, será uno de los grandes tipos de agravios que desencadenan la ira justiciera y antiseñorial de los irmandiños en 1467. La propagación en los escalones inferiores del poder señorial de un derecho de pernada en decadencia, incrementa el número de violaciones y la violencia con que éstas se producen. El guerrero del castillo, a diferencia de nuestro todavía sutil granjero de Carballotorto, tomará sin más por la fuerza a la doncella que encuentra con el ganado en el monte o trabajando las viñas, violándola in situ: el envés del preciso ceremonial que fija el rol sexual del señor como parte de la casamiento de una pareja de vasallos.
El clima de polarización social y mental en la segunda mitad del siglo XV contribuye no poco a sumar mujeres violadas a los múltiples agraviados del reino de Galicia. Todavía veinte años después de la revuelta irmandiña, en uno de los intentos más tardíos, e inútiles, de volver a la dorada situación anterior a 1467, Nuño Gómez de Puga, alcalde de la fortaleza de Allariz por Juan Pimentel, hermano del Conde de Benavente, es denunciado por los vecinos de la villa ante la justicia real, bajo la siguiente acusación, entre otras: "tenia consigo en la dicha fortaleza algunos criados e parientes suyos y les consentían que matasen hombres y llevasen mujeres casadas e que matasen después aquellos que las llevaban a sus maridos e por aquella causa en la dicha villa se han destruido ocho o nueve casas de oficiales".
El señor aparece ante el pueblo como responsable de lo que hacen sus hombres, y éstos necesitan matar a los artesanos para llevarse a sus mujeres, prueba de la tremenda resistencia que, después del levantamiento general de la Santa Irmandade, tenían que afrontar los pequeños "señores" para seguir ejerciendo el derecho degradado de pernada, que a estas alturas, insistimos, desaparecido todo asomo de consenso de vasallo sobre él, y puesto en práctica por simples campesinos vestidos de soldados, respondía a una imagen elemental de forzamiento de mujer.
Si hay un silencio bastante general sobre el derecho de pernada en las fuentes escritas (salvo las excepciones que más adelante nos van a servir para aproximarnos a su perfil social, mental y simbólico). Tampoco las fuentes orales se libran totalmente de la tendencia a ocultar las prácticas feudales del sexo, lo acabamos de ver en el discuro de los campesinos de Aranga. Es preciso interrogarse por qué dicho uso señorial entra con tanta frecuencia, en Galicia y en Castilla, en el terreno de lo no-dicho, de lo que se hace pero no se dice y menos aún se escribe.
Sabemos que los usos y costumbres de transmisión oral raramente se transcriben. Y que cuando la difusión de uno de dichos usos podría ser causa de mala fama para el señor y para los vasallos implicados, también éstos se repliegan a cierta cómplice intimidad que vela y llena de ambigüedades los hechos (las mujeres yendo silenciosamente dos veces al año a Carballotorto a no se sabe qué servicio). ¿Guarda esto alguna relación con el silencio otorgante con que las mentalidades de la época encubren la libre vida sexual de tantos clérigos y seglares antes de la reforma y del Concilio de Trento? Es posible, pero precisamente las prácticas sexuales que se toleran no se ocultan alevosamente. El encubrimiento es índice de mala conciencia y, en el peor de los casos, de temor a la justicia.
La privacidad de la práctica de la pernada señala el grado de su deterioro como derecho consuetudinario. En su origen consiste en la invasión pública, exigiendo su derecho e exhibiendo su poder, por parte del señor del cuerpo y de la privacidad del espacio de la mujer, de los novios y de la casa familiar, el mismo día y en el mismo lugar en que parientes y amigos y vecinos se reúnen para festejar dicho casamiento y visitar a los recién casados.
La clandestinidad trastoca el derecho señorial en abierta violación, en pecado contra la honestidad, en violencia privada con fines sexuales que cualquier hombre, sea vasallo sea señor, puede ejercer sobre cualquier mujer.
Llega un momento en que, perdido todo sentido para la comunidad del ritual sexual de la primera noche, las mujeres y los vasallos asienten y callan por miedo al señor, sienten impotencia frente su poder, caen en un consenso fatalista que admite las prestaciones corporales y actúa, en casos extremos, como un especie de servilismo del buen vasallo que busca quedar bien con su señor prestándose al uso de la hija, la hermana o la esposa como objetos sexuales.