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Crímenes sin castigo

en Confesiones

CRÍMENES SIN CASTIGO

El 10 de julio de 1.898 y en la localidad francesa de Tarbes, la señora Dominique Cirogue, de cuarenta y ocho años, apareció asesinada en su domicilio. Le habían rabanado el cuello de oreja a oreja. El cadáver lo descubrió su hija de dieciocho años, Laura Betancourt, a las nueve de la mañana cuando entró en la habitación de su madre para servirle el desayuno. Ante el espectáculo que se presentó a sus ojos, la bandeja se le fue al suelo y salió corriendo de la habitación dando alaridos. La señora Cirogue se encontraba sobre la cama en decúbito supino, con el camisón y las sábanas empapadas de sangre. El cadáver no presentaba otros signos de violencia

Se avisó a la Gendarmería y dos inspectores de la Brigada Criminal se hicieron cargo del caso. En una primera inspección se vio que una de las ventanas estaba mal cerrada, pero no tenía signos de haber sido forzada desde fuera. Quizá la señora Cirogue se había olvidado de cerrarla. La joven Laura aseguró que faltaban el joyero de la madre y diez mil francos que la madre guardaba dentro de uno de los cajones de la cómoda. Al no haber otros signos de violencia dentro de la habitación, la policía dedujo que alguna persona de la casa había indicado al asesino en donde guardaba la señora las joyas y el dinero. Por lo tanto, alguno de la casa estaba complicado también.

El forense dictaminó que la señora Cirogue había muerto entre las tres y las cuatro de la mañana mientras dormía. Una cosa era indudable, la persona que la había asesinado sabía utilizar el arma a la perfección. El enorme corte de la garganta había sido propinado de un solo tajo, con un cuchillo o estilete tan afilado como una navaja barbera. No había dejado ni una sola huella, ni siquiera en la ventana, si es que entró por la ventana.

Nadie había oído ruido alguno. En la casa sólo dormía la hija en el otro extremo de la vivienda, y tampoco ella había oído nada extraño. La servidumbre dormía fuera de la casa, en las dependencias anexas a ella por una puerta de dos hojas. La puerta de entrada la cerraba todas las noches el ama de llaves que era la única persona que dormía en la planta baja y que tampoco había sentido nada sospechoso.

Se descartó pronto a la servidumbre porque todos ellos, además de llevar muchos años al servicio de los señores, ninguno tenía motivo ni móvil para cometer el asesinato. Las declaraciones de los domésticos llevaron a los investigadores hacia el único y posible asesino.

Pierre Cirogue, un atractivo hombrón de treinta años, había sido en vida del anterior marido de la víctima, Alfred Betancourt, el capataz de la finca, de las bodegas y el palafrenero de las famosas cuadras Betancourt. Era un experto tanto en viñedos como en caballos, yeguas y cría caballar.

Tres años después de la trágica muerte de su anterior marido en un accidente de caza, Dominique Betancourt, de cuarenta y un años, se había casado con su capataz y palafrenero de veintitrés.

La policía averiguó que, la casa y las cuadras de los Betancourt, valoradas en varios millones de francos, pasaban a manos del señor Cirogue. Un fideicomiso, encomendado a su madre, dejaba heredera a la hija de dieciocho años, las bodegas y las tierras, herencia que recibiría al cumplir los veintiún años. Ella declaró a los inspectores que su padrastro era un hombre de carácter fuerte pero no tenía ningún motivo para creer que fuera el asesino de su madre. Sin embargo, la servidumbre atestiguó que el señor Cirogue, poco después de su matrimonio con la señora Dominique, llevaba la propiedad con mano de hierro y tenía atemorizada a todo el personal, incluidas su esposa y a su hijastra, pues era violento y despótico. Laura declaró todo lo contrario, que ni ella ni su madre tenían temor alguno de Pierre Cirogue, pues era amable, trabajador y honrado sin la menor duda.

Por otra parte, el padrastro, hacía dos días que había hecho preparar su equipaje para salir de viaje hacia Foix, pero, como siempre, sin dar explicación alguna del motivo del viaje. Por supuesto, el señor Peirre nunca daba explicaciones de sus actos a nadie. Era un hombre, adusto, alto y fuerte como un monolito, de ojos glaucos, casi transparentes, que imponían respeto y hasta miedo cuando le miraban a uno fijamente. Pierre Cirogue era el más beneficiado con la muerte de su esposa, pues heredaba todo el patrimonio de la esposa incluido el fideicomiso de la hija. Según el inspector de policía que llevaba el caso, Charles Junot, todo apuntaba al marido como la única persona con móvil suficiente para ser el asesino de la señora Cirogue y sobre él se centraron las investigaciones.

Pero el gigantesco y adusto marido tenía una coartada imposible de atacar. La gerencia y los empleados del Hotel Bretaña de Foix, ciudad a casi doscientos kilómetros de Tarbes, testificaron que el señor Cirogue estuvo hospedado durante tres días en el hotel y que la noche en que ocurrió el asesinato, el señor Pierre Cirogue se encontraba cenando en el Hotel con dos importantes hombres de negocios de la localidad que, a su vez, testificaron que Pierre Cirogue estuvo con ellos, no sólo la noche del crimen, sino también el día anterior y el siguiente. El señor Cirogue se había desplazado a Foix para comprar unos terrenos en los que existían fuentes de aguas medicinales. Deseaba construir un balneario. Los personajes con los que había permanecido en conversaciones durante aquellos tres días era gente tan importante como el Alcalde, el Notario y los propietarios de los terrenos por los que se interesaba el señor Cirogue. Durante aquellos tres días no se había movido de Foix. El inspector Junot, descartado el señor Cirogue, siguió con las investigaciones durante un tiempo, pero no encontró pista alguna que les llevara a la detección del asesino.

Después de la muerte de su esposa el señor Cirogue no compró los terrenos ni construyó ningún balneario en Foix, pero siguió desapareciendo de la hacienda Betancourt de cuando en cuando y algunas veces acompañado de Laura. Cuando salía de viaje con su hijastra, Pierre se convertía en otro hombre completamente diferente. Era amable, simpático, generoso, y siempre dispuesto a complacerla. Alto y atractivo, Laura se daba cuenta de que las mujeres la miraban con envidia cuando la veían cogida de su brazo creyendo que era su marido. Se sentía complacida y orgullosa de que lo creyeran. Lo conocía desde que tenía seis años, cuando su padre lo contrató en París como capataz y palafrenero de sus bodegas y cuadras. Aún no había cumplido los veinte años y ya era un hombre alto y atractivo por el que se sintió atraída desde el primer momento. Cierto que tuvo un gran disgusto cuando se casó con su madre, aunque comprendió que a los once años era demasiado niña para que Pierre se casara con ella.

Pero ahora, transcurrido un año de la muerte de su madre, y con diecinueve recién cumplidos, estaba segura de que Pierre la pediría en matrimonio. Era guapa, joven y las tierras y las bodegas que recibiría dentro de dos años la convertirían en una de las mujeres más ricas de la comarca.

Pasaba el tiempo sin que Pierre se decidiera a casarse con ella pese a las veladas insinuaciones de Laura. Lo que Pierre hizo una noche, cuando ya todos dormían en la hacienda, fue ir a su habitación completamente desnudo, encender la luz y pasar el cerrojo. Ella se incorporó mirándolo extrañada. Al bajar la vista y ver su erección creyó que se desmayaba. La congestionada verga era casi tan larga y gruesa como la del semental cuando se apareaba con las yeguas en la cuadra. Incluso daba sacudidas contra el vientre igual que hacia el semental antes de copular con la yegua.

Él le quitó el camisón si decirle ni una palabra, le separó los muslos abriéndole el sexo con dos expertos dedos, para apuntalar la gigantesca erección a la entrada de su vagina. Supuso que difícilmente podría poseerla, pero siguió expectante y deseosa en espera de poder sofocar sus gritos. Cuando la gigantesca verga comenzó a hundirse creyó que la partiría en dos y le pidió sofocada que fuera despacio, pero él siguió desflorándola sin miramientos, hundiéndole la descomunal herramienta con fuertes golpes de caderas y tapándole la boca con la mano para sofocar sus gritos, mordiéndole los pezones y dejando en sus senos, casi adolescentes, las señales de sus dientes de lobo. Se quedó atrancado sin poder seguir adelante. La cogió por las nalgas apretándola contra su pene con sus fuertes manos de gigante para hundírsela hasta la raíz de un furioso golpe. Se desmayó de dolor cuando el grueso y duro glande golpeó salvajemente el útero en el fondo de su desgarrada vagina.

Cuando despertó estaba encima de él, encajado hasta la gruesa raíz, sus grandes manos apretaban sus nalgas contra la erección, como si quisiera atravesarle todo el cuerpo con su gigantesco falo. Sintió los abundantes borbotones golpeando violentamente en el fondo de su vientre dolorido y, pese al dolor, disfrutó con él, bañándole con sus zumos. El intenso y delicioso orgasmo que experimentó fue como un bálsamo para su dolorido sexo.

Durante dos horas la estuvo amando sin parar ni un solo momento, haciéndola gozar con orgasmos profundos e intensos cada vez que sentía dentro de su cuerpo las calientes emisiones de semen inundándola bestialmente. Cinco veces lo sintió eyacular sin que disminuyera su potencia viril y otras tantas lo inundó ella a él. No podía evitarlo, cada vez que sentía sus potentes y algodonosos golpes, disfrutaba con delirio a su compás.

Aquella noche debió de haberlo odiado para toda la vida, pero, cuando se marchó tan en silencio como había llegado, se durmió plácidamente sobre la humedad de su propia sangre y del semen que chorreaba de su tumefacto sexo. Cuando él se marchó se admiró que siguiera tan erecto como al principio y tuvo la impresión de que le habían arrancado un trozo de carne de su vientre.

Al día siguiente, casi de madrugada, tuvo que cambiar las sábanas, manchadas y acartonadas a causa de su salvaje desfloramiento y del abundante semen que chorreó durante toda la noche de amor desenfrenado.

Esperaba impaciente la hora de volver a verlo y bajó a desayunar esperando encontrarlo, pero él no apareció. Quien sí apareció fue el inspector Junot preguntando por el señor Cirogue. Pero el señor Cirogue no estaba en casa y el coche de caballos tampoco. Había marchado de viaje y, como siempre, sin dar explicación alguna.

Aquel día los inspectores de la policía le explicaron que, un mísero hampón de lo más bajo del barrio chino marsellés, apodado "Tranchoir" que, durante un tiempo había desaparecido de los bajos fondos, regresó de pronto a la ciudad haciendo alarde de una prosperidad impropia de su condición de chulo de tres al cuarto. La policía se interesó por la súbita prosperidad del hampón.

Las investigaciones llevaron a los policías hasta la casa de un conocido perista donde "Tranchoir" había vendido joyas por valor de varios miles de francos. Le presentaron las joyas que ella reconoció como pertenecientes a su madre. En el registro llevado a cabo por la policía en el domicilio de " Tranchoir" se encontraron otros cincuenta mil francos escondidos dentro del colchón. La deducción era lógica, alguien había pagado al hampón de Marsella para asesinar a la señora Cirogue. Sólo se necesitaba la declaración del hampón para detener a su cómplice. Aunque la policía creía que el señor Cirogue tenía mucho que decir para ayudarles en sus investigaciones, Laura les dijo que estaban completamente equivocados si creían que el señor Cirogue tenía algo que ver con el asesinato de su madre; él se encontraba en Foix cuando la asesinaron. Eso ya lo sabían los policías pero necesitaban hablar personalmente con el señor Cirogue. Debía presentarse en comisaría en cuanto regresara de viaje para prestar una segunda declaración. Laura prometió decírselo en cuanto volviera a verlo.

Regresó una tarde, al cabo de cinco días, pero no pudo hablar con él hasta la noche. Durante la cena ella le explicó todo lo que la policía le había dicho. Pese a que le habían sugerido que él sabía mucho sobre el asesino de su madre, aunque se encontrara en Foix la noche que la asesinaron, ella comprendió que no le preocupaba la opinión de la policía. Él la escuchó en silencio, sin interrumpirla ni una sola vez, hasta que ella preguntó anhelante:

-- ¿Tú conoces al asesino de mamá?

La miró con ojos inexpresivos y preguntó a su vez:

-- ¿Crees que si lo conociera estaría vivo?

-- ¿Qué quieres decir? No te entiendo.

-- Que si supiera quien es ya estaría muerto.

-- ¿ Lo habrías matado?

-- Por supuesto - respondió tranquilamente.

-- No puedes tomarte la justicia por tu mano. Te enviarían a la cárcel ¿ No lo comprendes?

-- Seguramente, ¿y qué?

-- Yo no podría soportarlo, Pierre. Me moriría sí...

-- ¿Tanto me quieres?

-- Ya sabes que sí.

-- ¿Tanto como para casarte conmigo?

-- ¡Oh, cariño!, creí que no me lo ibas a pedir nunca - respondió ansiosa.

-- Aquí no podemos casarnos, Laura. Tendríamos que venderlo todo y empezar en otra parte.

-- Pues vendámoslo todo, y vámonos a donde nadie nos conozca.

-- ¿Te gustaría vivir en Cuba?

-- Con tal de estar contigo, cualquier sitio me gustará.

-- De acuerdo. Pero no hagas ningún comentario hasta que llegue la hora. Empaqueta lo que quieras llevarte, pero sin que se den cuenta ¿comprendes?

-- Claro que sí, cariño. Pero deberías hablar mañana con los inspectores de Marsella, creo que se han quedado en Tarbes sólo para entrevistarse contigo. ¿Irás a la comisaría?

-- ¿Para qué? Ya saben en donde vivo. Anda, vámonos a dormir.

-- Eva se dará cuenta, no sería mejor...

-- No te preocupes por Eva, duerme abajo y no se atreverá a entrar en mi habitación. ¿Qué té pasa ahora? ¿Por qué pones esa cara?

-- Es que en la cama de mi madre...

-- La cama de tu madre es mi cama. Si no quieres venir, dejémoslo estar.

-- No es eso, es que me da no sé qué.

-- Tonterías, Laura. Mi cama es más ancha que la tuya. Vamos.

Ella le siguió dócilmente, se dejó desnudar mientras él le lamía la carne que iba descubriendo. La acostó en la cama y, mirándola con ojos de hambriento, comenzó a desnudarse.

La erección aún le pareció mayor que la de la noche anterior, no se explicaba como pudo entrar dentro de su pequeño sexo. Sin embargo, cuando le separó los muslos y creyó que iba a poseerla él metió la cabeza entre sus mulos. Lo que siguió la hizo barritar de placer a los pocos minutos. Se desmayó al segundo orgasmo. Volvió a despertarse ante la enervante caricia. Cuando finalmente la enorme virilidad quedó a la altura de su boca, él le dijo lo que deseaba. No pudo meterse en la boca más que el grueso glande que lamió con la lengua mientras sentía en su sexo la caricia de la lengua masculina, sorbiéndole el clítoris. Nunca hubiera imaginado que le diera tanto placer aquella caricia; tanto, que gozó abundantemente sintiendo como él aspiraba sus zumos, tragándoselos furiosamente. Estuvo a punto de ahogarse cuando el primer borbotón le llenó la boca. Tuvo que tragarlo porque al siguiente borbotón fue tan rápido que le corría por la barbilla. No le gustó el amargo y salado sabor, pero como él se tragaba el suyo sin dar muestras de asco, hizo de tripas corazón y siguió tragando los abundantes y espesos borbotones hasta que dejó de manar.

La poseyó de nuevo furiosamente, clavándole en la viscosa vagina la mitad del tremendo mástil de un solo golpe. Se quejó y de nuevo le pidió que fuera más despacio, pero, al igual que la noche anterior, se lo encajó hasta la gruesa raíz al segundo golpe. Luego se giró en la cama arrastrándola sujeta firmemente por las nalgas, con el pene hundido en su vientre hasta golpearle el útero con sus roja y dura cabeza. Comenzó a bombearla con largos y feroces embestidas que la transportaron rápidamente al clímax, inundándolo con son sus zumos, mientras ella gemía de placer entre sus brazos. Casi al instante sintió en el fondo de su vientre, mezclándose con su néctar, los copiosos borbotones del espeso y tibio semen del orgasmo masculino, los labios del hombre sobre los suyos mientras eyaculaba, la mordían furiosamente hasta hacerle daño.

Después de dos orgasmos creyó que se detendría para recuperarse. Sin embargo, el hombre siguió sacando y metiendo en su vientre la gigantesca y dura barra de carne, aunque con un vaivén más lento.

Al igual que la noche anterior se mantuvo dentro de ella duro como el granito, bombeándola sin parar ni un minuto, gozándola cinco o seis veces más y haciéndola gozar a ella otras tantas veces con su potencia casi demoníaca.

A partir del sexto orgasmo, él se detuvo tan excitado y duro como al principio y ella se durmió encima de él, completamente exhausta y desmadejada, pero feliz y contenta por el doble motivo de que pronto sería su esposa y de que él la deseara con tanto ardor.

Al día siguiente Pierre Cirogue no acudió a la policía, tal y como le había advertido ella el día anterior. Pero la policía si volvió a la hacienda Betancourt y se lo llevó esposado bajo la acusación de doble asesinato. Laura quería seguirlo pero él le indicó con una calma que impresionó a los mismos policías que se mantuviera tranquilamente en casa; dentro de unos días, una vez aclarado el malentendido, regresaría para siempre.

Desgraciadamente, la policía no consiguió encontrar al "Tranchoir" en todo Marsella. En los círculos por donde se movía el hampón nadie sabía nada, y aunque lo supieran tampoco se lo dirían a la policía. La policía había detenido a su principal sospechoso, el señor Cirogue, al que detuvieron no sólo como presunto culpable de haber pagado al "Tranchoir" para que asesinara a su esposa, sino también de haber asesinado al hampón para evitar verse implicado.

Pero la acusación tenía que probar los asesinatos para sentarlo en el banquillo y llevarlo a la guillotina. Todas las pruebas se basaban en suposiciones, no pudieron probarle nada y su abogado defensor consiguió el sobreseimiento del juicio por falta de pruebas.

No fue hasta un mes mas tarde que apareció el cadáver del "Tranchoir" flotando en el muelle de Marsella con una cuerda de piano en torno al cuello.

A finales de 1.900, Laura Betancourt y Pierre Cirogue vendieron la hacienda Betancourt fijando su residencia en París durante un tiempo. A principios de 1.901, estando Laura en avanzado estado de gestación, desaparecieron de París sin dejar rastro.

Los capítulos que siguen darán cumplida cuenta de la vida íntima de Antonio Diego de Quiroga y Ossorio. Son tan increíbles como pornográficos, por lo que aconsejo a los lectores demasiado sensibles se abstengan de leerlo y regalar el libro a personas de sensibilidad poco desarrollada y de moral tan elástica como las ligas que antiguamente utilizaban las señoras en sus rollizos muslos para sujetar las medias, antes de que se descubriera el liguero.

Me parece una chorrada larga como una estalactita del plioceno que un hombre y una mujer, por ser madre e hijo o padre e hija, si lo desean y se gustan, no puedan follarse a placer. ¿O es que la especie humana se multiplicó por generación espontánea? ¿Qué hizo la primera pareja de homúnculos, primates o lo que sea, de donde descendemos, para multiplicarse? Por fuerza tuvieron que follarse padres e hijas e hijos y madres, hermanos y hermanas sin más trabas que su propia necesidad fisiológica. ¿Que engendrar entre personas con parentesco de primer grado lleva a la degeneración de la raza? Ya se ve por los resultados a que han llegado los descendientes de aquel primer homúnculo de hace ochocientos mil años.

Comprendo que no es normal que se enamoren, hermanos y hermanas, padres e hijas y madres e hijos. Es antinatural, pero cuando ocurre ¿por qué cojones tenemos que meterlos en la cárcel y anatematizarlos si los dos están realizando lo que desean? Si están enamorados, si se quieren y los dos se gustan ¿por qué no pueden follarse si el cuerpo se lo pide?

Imaginemos por un momento que clonamos dos seres humanos, hombre y mujer. Que se conocen y que se enamoran sabiendo que son clonados de su padre y de su hija, o de la madre y de su hijo. ¿Qué pasa si estos dos clónicos se gustan y desean hacer el amor, tener hijos, fundar una familia? ¿Pueden o no pueden hacer el amor? ¿Los meterán en la cárcel por incesto, o los dejaran en libertad de hacer los que les apetezca? That is the question.

Quizá quien me lea crea que estoy loco, que mi moral es del pleistocénico, o que soy un pervertido y un degenerado. Puede ser. Pero yo creo que todo se reduce a no seguir las llamadas aberraciones que condenan las leyes morales de algunas sociedades. Porque, en definitiva, moral es un árbol moráceo de flores verdosas y cuyo fruto es la mora. Aunque también, según otra acepción, es la ciencia del bien apreciada por el entendimiento. ¡Coño! Pero esto será para algunos individuos, no para todos. El asesino múltiple, no tiene la misma moral que el cura follador de feligresas ansiosas que, al fin y al cabo, si no se pone un condón, está cumpliendo un mandamiento divino: ¡Creced y multiplicaos!

La ley coránica, en su Sura IV, por ejemplo, no condena que un hombre tenga cuatro mujeres, siempre que las pueda mantener, y si no obedecen las órdenes del marido éste puede sacudirles una somanta que la deje baldadas, siempre que les pegue, sobre todo si está en España, sin dejarles señales, según escribe un sacerdote mahometano residente en el Sur de España. Me parece muy justa dicha ley, porque hay mujeres que no hay cristiano que las aguante.

En algunas islas de la Polinesia, la poliandria, todo lo contrario de la poligamia, es perfectamente legal. Esos isleños polinesios, son mucho más inteligentes que todos los filósofos occidentales que, como Shopenhauer y otras vainas de tal jaez, ponen a la mujer como chupa de dómine, sea cual sea su condición sin parar mientes en que son hijos de mujer.

El prócer católico de comunión diaria tiene, cuando menos, dos o tres de amantes, siempre que sepa disimularlas y guardar las formas de la sociedad en que vive.

¿Qué cura, obispo o cardenal no pasó a cuchillo a unas cuantas feligresas de su grey en cuanta ocasión se le presentó?

¿Qué mujer, aún la más honesta, haciendo el amor con su marido, no lo ha engañado con el pensamiento con otro hombre alguna vez mientras realizaban el coito? Lo mismo podríamos decir, corregido y aumentado, del hombre

¡Qué mentirosos somos todos, y que hipócritas! ¡Cuántas sorpresas si pudiéramos leer los íntimos deseos y pensamientos de las personas!

Tengo para mí que tan perversa es la hipocresía de la moral establecida por la sociedad, como hipócrita es su transgresión por aquellos que juzgan execrables el amor entre parientes de primer grado, segundo, tercero o décimo. Porque... díganme: ¿Es el autista culpable de su autismo? ¿Es el homosexual de nacimiento culpable de su inversión sexual?

Menos mal que, por no citar nombres, en algún país por lo menos, empiezan a darse cuenta de que las leyes morales vigentes hasta después de mediado el siglo XX, resultaban anacrónicas. En dicho país, casar a los invertidos no es un delito; dejarles adoptar hijos tampoco, que las hembras del género humano sean ordenadas sacerdotisas no debe escandalizar a nadie más que a los que, hasta ahora, tienen el privilegio de perdonar nuestros pecados en nombre del Ser Supremo y de enterarse de nuestros pecados más íntimos, aprendiendo de paso posturas y modos de hacer el amor que nunca se les hubieran ocurrido. Estoy seguro de que, las sacerdotisas, pueden perdonarnos nuestros pecados, e incluso remediarlos, mejor que los sacerdotes, pues que éstos no tienen vagina. Incluso, los del mismo género, podrían consolar a los gays y a las lesbianas.

Porque, al fin y a la postre ¿Qué es el pecado?

Dice nuestro diccionario de la Lengua Española que pecado es, en sus varias acepciones, lo siguiente:

1º.- Hecho, dicho, deseo u omisión contra la ley divina. (Ahí queda eso)

2º.- Cosa que se aparta de la recto y justo o que falta a lo debido. (Como, por ejemplo, no pagar las multas de tráfico, ni el IRPF, ni el IVA. Etc.)

3º.- Exceso o defecto en cualquier línea. (En una Escritura Notarial, por ejemplo)

4º.- Figurado y familiarmente: El Diablo. (Casi nada)

En otro Diccionario Enciclopédico de 1.962 puede leerse lo siguiente:

1º.- Transgresión de algunos de los preceptos de la ley de Dios, por pensamiento, palabra u obra. (¡Nada menos que por pensamiento!)

Y según ésta ínclita enciclopedia, existen los pecados siguientes:

1º.- Pecado actual.-2º.- Pecado contra natura.-3º.- Pecado de bestialidad.- 4º.- Pecado de comisión.- 5º.- Pecado de omisión.- 6º.- Pecado habitual.- 7º.- Pecado material.- 8º.- Pecado mortal.- 9º.- Pecado nefando (Igual que el 2º) - 10º.Pecado original (Y encima con el que todos nacemos por culpa de Adán ¡Casi nada!) - 11º Pecado venial etc. No continúo porque hay tres páginas de pecados diferentes.

¡¡Vamos, que Dios se ha entretenido durante millones de años en buscar pecados a diestra y siniestra para hacernos la vida imposible!!

Pero yo me pregunto: Si con suficientes millones de euros se pueden transgredir, como se transgreden, el sacramento del matrimonio, (como, por ejemplo, la anulación eclesiástico con varios hijos en dicho matrimonio) de los que son depositarios absolutos todos los papas y repapas de todas las religiones, ese Dios al que se ofende pecando sobre alguno de sus mandamientos, resulta ser un mercachifle que se está haciendo archimillonario contraviniendo sus propias leyes.

Si existe un Ser Supremo, está ciego y sordo hace tiempo pues de lo contrario ya hubiera remediado las atrocidades cometidas en Biafra, Sudán, Chechenia, Los Balcanes, Venezuela, el 11-S y el 11-M, (por citar sólo las más recientes), entre otras mil calamidades que padecen sus hijos, sobre todo los que no tienen un puto duro.

Así, pues, las almas pudibundas de conciencia extra sensible, dejen los siguientes relatos antes de continuar con su lectura y quémenlos en la hoguera como se quemaba a las mujeres acusadas de brujas durante el medievo que, amarradas de pies y manos, si no lograban flotar en el agua, se ahogaban sin remedio; lo cual demostraba de forma palpable su brujería.

Mas de Jotaene

La niña de mis ojos

Así somos los gallegos

El fondo del alma

Edad media y leyes medievales

¡Oh, las mujeres!

Hetairas. cortesanas y rameras (1)

Lo potencial y lo real

La loba

Una vida apasionante (4)

Una vida apasionante (5)

Una vida apasionante (3)

Romasanta, el hombre lobro

Arthur Shawcross

Bela kiss

Poemas de Jotaene

Anuncio por palabras

Una vida apasionante (2)

Una vida apasionante

Curvas Peligrosas

El parricida sonámbulo

Relatos breves y verídicos (1)

La semana tráquea

Mujer prevenida vale por dos

Un fallo lo tiene cualquiera

La prostituta y su enamorado

Tiberio Julio César, el crápula

Caracalla, el fratricida incestuoso

Cómodo, el incómodo

Despacito, cariño, muy despacito (8)

Viene de antiguo

El matriarcado y el incesto (3)

El matriarcado y el incesto (4)

El matriarcado y el incesto (2A)

El matriarcado y el incesto (1)

Incestos históricos (4)

Viene de antiguo 2

Margarito y la virgen de Rosario

El gentleman

Incesto por fatalidad (8)

Academia de bellas artes

Un grave encoñamiento (6A)

Un grave encoñamiento (6)

Despacito, cariño, muy despacito (7)

Despacito, cariño, muy despacito (6)

Despacito, cariño, muy despacito (5)

La multivirgen

Un grave encoñamiento (7 - Final)

Un grave encoñamiento (5A)

Un grave encoñamiento (5)

Un grave encoñamiento (4)

Orgasmos garantizados

El sexo a través de la historia (2)

El sexo a través de la historia (3)

Despacito, cariño, muy despacito (3)

Despacito, cariño, muy despacito (4)

Un grave encoñamiento (3A)

Un grave encoñamiento (3C)

Un grave encoñamiento (3B)

Un grave encoñamiento (1)

Un grave encoñamiento (2)

La leyenda negra hispanoamericana (3)

La leyenda negra hispanoamericana (2)

Incestos históricos (3)

Despacito, cariño, muy despacito (1)

La leyenda negra hispanoamericana (1)

Incestos históricos (2)

Incestos históricos (1)

Incesto por fatalidad (6)

Incesto por fatalidad (5)

El dandy

Incesto por fatalidad (3)

Incesto por fatalidad (2)

Incesto por fatalidad (1)

Incesto por fatalidad (4)

Hundimiento del acorazado españa

Un viaje inútil

Como acelerar el orgasmo femenino

La máquina de follar

Placer de dioses (2)

Follaje entre la nieve

Placer de dioses (1)

Sola

Navegar en Galeón, Galero o Nao

Impresiones de un hombre de buena fe (4)

El Naugragio de Braer

La Batalla del Bosque de Hürtgen

El naufragio del Torre Canyon (1)

El naufragio del Torre Canyon (2)

El naufragio del Torre Canyon (3)

La batalla de Renade

Impresiones de un hombre de buena fe (6)

Impresiones de un hombre de buena fe (7)

Impresiones de un hombre de buena fe (7-A)

No sirvió de nada, Mei

Olfato de perro (5)

Olfato de perro (4)

Cuando hierve la sangre (1)

Cuando hierve la sangre (2)

Hundimiento del Baleares

Olfato de perro (2)

Olfato de perro (1)

Paloduro

Impresiones de un hombre de buena fe (3)

Impresiones de un hombre de buena fe (2)

Impresiones de un hombre de buena fe (1)

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Una tragedia Marítima olvidada (5 Fin)

La hazaña del Comandante Prien

Una tragedia Marítima olvidada (2)

Una tragedia Marítima olvidada (3)

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Una tragedia Marítima olvidada (1)

La Hazaña el Capitán Adolf Ahrens

Derecho de Pernada (4)

Derecho de Pernada (3)

Derecho de Pernada (2)

Derecho de Pernada (5)

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La maja medio desnuda

Oye ¿De dónde venimos?

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Misterios sin resolver (2)

Misterios sin resolver (3)

Crónica de la ciudad sin ley (10)

Tanto monta, monta tanto

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Crónica de la ciudad sin ley (9)

¿Son todos los penes iguales?

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Crónica de la ciudad sin ley (8)

El canibalismo en familia

Ana

El canibal de Milwoke

Código de amor del siglo XII

El canibal alemán

El canibal japones.

El anticristo Charles Manson

El timo (2)

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Crónica de la ciudad sin ley (6)

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Crónica de la ciudad sin ley (7)

El 2º en el ranking mundial

El carnicero de Hannover

El Arriopero anaspérmico

El vuelo 515 (2)

El vuelo 515 (1)

El carnicero de Plainfield

El petiso orejudo

La sociedad de los horrores

Don Juan Tenorio con Internet

Andrei chikatilo

El buey suelto

Gumersindo el Marinero

La confianza a la hora del sexo

El timo (1)

Los sicarios de satán

The night stalker

Barba azul

¿Serás sólo mía?

Hasta que la muerte os separe.

¿Quién pierde aceite?

Captalesia

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El mundo del delito (8)

Encuesta sobre el orgasmo femenino

Virtudes Teologales

El sexólogo (3)

El sexólogo (4)

El mundo del delito (7)

The murderer

El sotano

El signo del zorro

Memorias de un orate (13)

Memorias de un orate (14 - Fin)

El orgasmómetro (9)

El orgasmómetro (10)

El sexólogo (1)

El sexólogo (2)

La sexóloga (4)

La sexóloga (5)

La sexóloga (3)

La sexóloga (2)

Memorias de un orate (12)

El mundo del delito (4)

El mundo del delito (5)

Memorias de un orate (8)

Memorias de un orate (9)

Memorias de un orate (11)

Memorias de un orate (10)

Memorias de un orate (9 - 1)

Qué... cariño ¿que tal he estado?

¿Que te chupe qué?

Memorias de un orate (7 - 1)

Memorias de un orate (7)

Memorias de un orate (6)

La sexóloga (1)

Memorias de un orate (5)

Memorias de un orate (4)

Enigmas históricos

Memorias de un orate (3)

Ensayo bibliográfico sobre el Gran Corso

El orgasmómetro (8)

El viejo bergantin

El mundo del delito (1)

El mundo del delito (3)

Tres Sainetes y el drama final (4 - fin)

El mundo del delito (2)

Amor eterno

Misterios sin resolver (1)

Falacias políticas

El vaquero

Memorias de un orate (2)

Marisa (11-2)

Tres Sainetes y el drama final (3)

Tres Sainetes y el drama final (2)

Marisa (12 - Epílogo)

Tres Sainetes y el drama final (1)

Marisa (11-1)

Leyendas, mitos y quimeras

El orgasmómetro (7)

El cipote de Archidona

Marisa (11)

Crónica de la ciudad sin ley (5-2)

Crónica de la ciudad sin ley (5-1)

La extraña familia (8 - Final)

Crónica de la ciudad sin ley (4)

La extraña familia (7)

Crónica de la ciudad sin ley (5)

Marisa (9)

Diálogo del coño y el carajo

Esposas y amantes de Napoleón I

Marisa (10-1)

Crónica de la ciudad sin ley (3)

El orgasmómetro (6)

El orgasmómetro (5)

Marisa (8)

Marisa (7)

Marisa (6)

Crónica de la ciudad sin ley

Marisa (5)

Marisa (4)

Marisa (3)

Marisa (1)

La extraña familia (6)

La extraña familia (5)

La novicia

El demonio, el mundo y la carne

La papisa folladora

Corridas místicas

Sharon

Una chica espabilada

¡Ya tenemos piso!

El pájaro de fuego (2)

El orgasmómetro (4)

El invento del siglo (2)

La inmaculada

Lina

El pájaro de fuego

El orgasmómetro (3)

El orgasmómetro (2)

El placerómetro

La madame de Paris (5)

La madame de Paris (4)

La madame de Paris (3)

La madame de Paris (2)

La bella aristócrata

La madame de Paris (1)

El naufrago

Sonetos del placer

La extraña familia (4)

La extraña familia (3)

La extraña familia (2)

La extraña familia (1)

Neurosis (2)

El invento del siglo

El anciano y la niña

Doña Elisa

Tres recuerdos

Memorias de un orate

Mal camino

El atentado (LHG 1)

Los nuevos gudaris

El ingenuo amoral (4)

El ingenuo amoral (3)

El ingenuo amoral (2)

El ingenuo amoral

La virgen de la inocencia (2)

La virgen de la inocencia (1)

La cariátide (10)

Un buen amigo

Servando Callosa

Carla (3)

Carla (2)

Carla (1)

Meigas y brujas

La Pasajera

La Cariátide (0: Epílogo)

La cariátide (9)

La cariátide (8)

La cariátide (7)

La cariátide (6)

La cariátide (5)

La cariátide (4)

La cariátide (3)

La cariátide (2)

La cariátide (1)

La timidez

Adivinen la Verdad

El Superdotado (09)

El Superdotado (08)

El Superdotado (07)

El Superdotado (06)

El Superdotado (05)

El Superdotado (04)

Neurosis

Relato inmoral

El Superdotado (03 - II)

El Superdotado (03)

El Superdotado (02)

El Superdotado (01)