MARISA .Epílogo.
El sol despuntaba en el horizonte y espejeaba espléndido sobre las aguas de la blanca arena de la caleta. Giró la cabeza al oír como abría la puerta y sonrió suavemente. Se inclinó la esposa para besarle el rebelde mechón de pelo. Se sentó en sus rodillas pasándole sus ebúrneos brazos de seda alrededor del cuello, besándolo suavemente en los labios y, como cada mañana, la mano del hombre acarició bajo la bata la sedosa tersura de sus muslos comprobando que estaba desnuda. Le acarició el vientre, firme y suave como el de una muchacha. Se preguntaba cada mañana como era posible que se mantuviera tan terso, tan sin mácula, después de dos gestaciones. Le apretó suavemente el sexo. Ella sonrió.
-- Buenos días, grandullón - musitó en su oído - ¿Aún te apetezco?
-- Buenos días, siempre me apetecerás, princesita. ¿Y Sharon?
-- Duerme como un ángel.
--¿Tomy también?
-- También, amor mío. Están abrazados, como siempre.
-- No sé si hacemos bien permitiendo...
-- No seas tonto, amor mío - le interrumpió ella acariciando bajo el bañador al poderoso Príapo - No pueden dormir uno sin el otro, que disfruten. Tú y la genética haríais buena pareja, ya los ves, más sanos imposible. Anda, vamos a desayunar. Celia ya lo tiene preparado.
-- No te he oído bajar - le musitó, mirando con ojos risueños hacia la playita.
-- Soy muy silenciosa, ya lo sabes - murmuró sobre sus labios, pasándole la lengua suavemente sobre los suyos - ¿Es que nunca acabará de escribir?
-- Ya he acabado. Además, no puedo estar en la cama despierto, cariño, si no es para... ya sabes - sus manos acariciaron las duras copas y los erectos pezones.
Ella recostó su pecho sobre el suyo, murmurándole mimosa al oído:
-- Anda, vamos a desayunar. Luego bajaremos a la playa, tus toqueteos me están poniendo como para tener tu gran pene dentro de mí toda la mañana. ¿Sí, mi amor?
-- Tus deseos son órdenes, y sobre todo éstas - musitó apretándole de nuevo el sexo.
Ella se levantó cogiéndolo de la mano y él la siguió. Se quitó el batín dejándolo sobre el sofá. Llevaba el bañador puesto, un bañador bermudas de amplias perneras que disimulaban su gran excitación. Desayunaron en la cocina, saliendo después al jardín. Cousillas abrillantaba el reluciente Rolls Royce negro y crema. Saludó con una sonrisa amable:
-- Buenos días, señores.
-- Buenos días, Pepe - respondieron al unísono
-- Tengo que cambiarle el aceite al Lamborghini de la señora. Si no me necesitan iré antes de comer, porque también debo traer las semillas que me encargó la señora ¿no sabe?
-- Los bulbos, Pepe, los bulbos. Son tulipanes, recuérdalo sonrió ella.
-- Lo tengo anotado, señora, no me olvidaré, serán bulbos, como usted dice, pero también son semillas ¿o no?
-- Claro que si, Pepe - sonrió el marido - claro que son semillas, en forma de bulbo.
-- Si va a bañarse la señora, vaya con cuidado. Hay mar de fondo y resaca, ¿no sabe? Y eso es muy peligroso. Y cierren la verja, porque voyme a marchar.
-- Sí, Pepe, lo tendré en cuenta. Hasta luego.
-- Hastra luejo, entonces respondió, siguiéndolos con la mirada.
Abrieron la puerta de la verja y volvieron a cerrar con llave. Aquella playita era para uso exclusivo de los señores Gorribar.
-- Este hombre está en todo - comentó la mujer, tomado de la mano al marido.
-- Siempre ha sido igual, ya lo sabes, y más fiel que un perro. Pero le da cada patada al español que lo funde - respondió riendo el marido.
Caminaron cogidos por la cintura hasta las rocas, ella le hizo la misma pregunta de todos los días:
--¿Me bajas a caballito, amor mío?
-- Claro, princesita - contestó, acuclillándose para que ella subiera.
Sus manos acariciaron los tibios muslos, hundiéndose en su húmeda intimidad. Lo mordió en el cuello, quizá demasiado fuerte:
-- Cariño, me haces daño, caray ¿quieres que te muerda yo a ti? Verás el gusto que da.
-- Muérdeme... pero ya sabes donde, amor mío.
Extendieron las toallas tumbándose al sol, completamente desnudos. Ella se giró hacia él, pegando su cuerpo de alabastro al musculoso cuerpo del hombre y su mano pasó sobre el excitado Príapo, arriba y abajo una y otra vez, mientras lo besaba en el hombro.
-- Es preciosa, creo que es la más bonita y grande del mundo - rió, separándose ligeramente para moverla como un péndulo - ¡Magnífica, amor mío!
-- Pero ¿tú que sabes? ¿Es que has visto muchas? preguntó, mientras ella seguía jugueteando y apretándola de cuando en cuando con toda su fuerza.
-- Pues... no recuerdo muy bien - titubeó pícara, y por su expresión el hombre supo que iba a decir una barbaridad -, creo que perdí la cuenta cuando iba por doscientas nueve mil.
--¡No es posible! - exclamó él, simulando un asombro inmenso, y luego irónico - ¿Es que estaban en fila?
Soltó ella la carcajada antes de responder.
-- No, en escuadras - y volvió a reír feliz y contenta.
-- ¡Ah! Ya entiendo, era la Grande Armée de Napoleón que se desnudó para ti antes de cruzar el Niemen ¿verdad?
-- ¡Majadero! - carcajeó de nuevo -, no estoy segura, creo recordar que eran las hordas de Gengis-Kan. Si, eran mogoles... la tenían muy grande.
-- Los habrás confundido con los caballos, nenita - respondió muy serio.
-- No, estoy segura de que los caballos la tenían más pequeña que ésta - y tiró de ella en la misma forma con que se arranca un nabo del huerto, para decir luego - Creo que, incluso, ésta es más grande que la lanza con la que Joab mató a Absalón.
-- Te equivocas, preciosa mía - rectificó el hombre - Joab lo mató con tres dardos.
-- ¡Sopla! - exclamó ella, para comentar con guasa - No sabía yo que ya se jugaba a dardos antes de Cristo.
-- Sí... ya lo creo, mucho antes. La inventora fue Eva, por eso Adán, aburrido, se largó del Paraíso.
-- ¿Aburrido de qué?
-- De oírla todo el día: Tú dar dos, tú dar dos... y sí, le dio dos, Caín y Abel.
-- Decididamente, querido - exclamó sonriendo - los chistes no son tu fuerte. Mejor explícame como lograron perpetuarse, porque, la verdad, siempre me he preguntado si Caín, después de matar a su hermano Abel, le hizo el amor a su madre o a su hermana, ¿o es que fue Adán quien le hizo el amor a sus hijas?
-- Está explicado en el Génesis, cariño. Allí...
-- No, no, en el Génesis se explica que Fulano conoció a Mengana y nació Zutano. Zutano conoció a Fulana y nació Mengano y así, todo seguido como una noria ¿pero de dónde salieron los primeros Fulanos y Menganas? Porque Dios no hizo más que a Adán, y a Eva de una costilla de Adán. Tenemos que suponer que, además de Caín y Abel, nacieron algunas hembras a las que tuvieron que hacer el amor o bien Caín o bien Adán, porque Abel murió haciendo ofrendas. Vamos, ¿explícame eso?
-- Ya sé lo que intentas, princesita, pero no voy a caer en la trampa. Recuerda que en España hubo un rey que se llamó Carlos II El Hechizado. Y tú sabes muy bien a qué atribuyen. ..
-- Monsergas, grandullón, no atribuyen, contribuyen a... - atajó ella, mordiéndolo en la barbilla y contrayendo su sexo sobre el dios que la penetraba.
-- Contribuya, señora, contribuya - cortó él sonriendo - que lo hace usted muy bien.
Nuevas carcajadas de la mujer que se recostó mimosa sobre el musculoso cuerpo, deslizando sus pechos, firmes y duros, sobre el tórax masculino hasta que su boca alcanzó la suya y le mordió los labios suavemente. Separó los muslos para encajarse a Príapo que fue penetrándola conforme ella bajaba las nalgas poco a poco, sintiéndola en todo su cuerpo a través de las ramificaciones nerviosas de su estuche. Cuando sus pubis se unieron, ella lo miraba con sus rasgados ojos verdes inmensamente abiertos fulgurando de placer y él la miró irónicamente y, ante la guasona mirada del hombre, la mujer apretó sus músculos vaginales con tal fuerza que a ser menos potente y grande Príapo, lo hubiera expulsado fuera. El lento vaivén de sus nalgas aumentó paulatinamente de forma sibilina, conteniendo a duras penas su propio deseo de disfrutarlo para llevarlo irremediablemente a un potente orgasmo que la inundó con fuerza impresionante. Ella se detuvo, con los ojos abiertos de par en par despidiendo fulgurantes rayos verdes, para murmurar entrecortadamente:
-- No puedo... detenerme... no pue... do... ban... di... do...
-- Lo sé, princesita, lo sé - sonrió, besándola apasionado, mientras ella se estremecía sobre su cuerpo.
Permaneció la mujer en silencio, recuperándose de su profundo clímax.
-- ¿Por qué siempre me haces la misma jugarreta? Dime ¿Por qué? - preguntó, respirando todavía sofocada.
-- Tú te lo has buscado, preciosa mía. ¿Qué culpa tengo yo?
-- Lo sabes muy bien, grandullón. Eres insaciable y no quiero exponerme a que tú voraz apetito me obligue a matarte algún día. Y por cierto, ¿qué sabes de Marta y Dolores?
-- Lo de siempre respondió, pellizcándole suavemente una nalga - Viven en Caracas, como ya te dije, donde son propietarias de una cadena de Televisión que rueda y emite sus propios programas exportándolos a todo el mundo. Les va muy bien, las dos son millonarias. Supieron sacarle rendimiento al dinero ¿Por qué lo preguntas?
-- Hace tiempo que no sé de ellas y tú nunca me explicas nada, mi amor - se quejó, mimosa y tierna.
-- Tú ya no eres Sharon, princesita, cuanto menos sepas, mejor - amonestó el hombre cariñosamente serio.
-- Hay cosas que jamás podré olvidar, vida mía - murmuró ella, mientras sus ojos comenzaban a desorbitarse de nuevo lentamente.
-- ¿Otra vez? - preguntó el hombre mordiéndole la barbilla suavemente.
-- Sí, pero contigo... contigo... contigo, grandullón - susurró, al tiempo que sus nalgas iniciaban de nuevo un lento y sincopado balanceo.
Minutos más tarde, las rocas devolvían como un eco sus agudos y ardientes gemidos de placer al sentir en sus entrañas el orgasmo masculino. Tuvo el hombre que sujetar el cuerpo de seda, tembloroso y estremecido por una sucesión ininterrumpida de orgasmos a cuál más intenso y profundo. Sentía el hombre en su congestión la deliciosa caricia.
Respirando a bocanadas, la esposa descansó la rubia cabeza sobre el amplio pecho del marido, oyendo el rápido martilleo del potente corazón masculino que, poco a poco, fue decreciendo hasta normalizarse. Con Príapo incrustado en su interior, los brazos rodeando el cuello masculino, y con las manos del hombre sobre sus nalgas, lentamente cerraron los ojos y se quedaron dormidos. Eran las ocho y media de la mañana, la misma hora en que sus hijos despertaban.
El niño abrió los ojos y lo primero vieron fue la dormida carita de su hermana Sharon. Los brazos de la niña le rodeaban el cuello, uno de sus muslos pasaba sobre su cadera y notaba en la mejilla la suave respiración infantil. La besó suavemente en los labios mientras su mano bajaba para prodigarle la consuetudinaria caricia matutina. La niña abrió los ojos suspirando profundamente y le sonrió, volviendo a cerrarlos sin abandonar la sonrisa, pero uno de sus brazos bajó para prodigarle también ella la misma caricia llevando la erección hasta su infantil sexo y adelantó las caderas para hundírselo entero en su pequeño estuche.
--¡Tú serás mi marido, grandullón! - preguntó sin abrir los ojos.
-- Para toda la vida, Sharon - respondió, apretándole las nalgas con fuerza, deseando penetrarla más profundamente todavía en el delicioso calor del imberbe sexo infantil.
Se mantuvieron unidos y quietos durante mucho tiempo. Hasta que ella notó que él palpitaba con fuerza en su interior.
--No disfrutes todavía, Tomy, espérame.
--No puedo aguantar más, Sharon - suplicó el chico.
--Está bien, pero después ya sabes... - indicó con mirada anhelante
-- Si, si, Sharon, mi vida gimió estremecido, oprimiendo sus nalgas contra él.
Ella lo besó ávida, sorbiéndole la lengua con ansia mientras lo sentía palpitar con violentos espasmos que sacudían todo el cuerpo del niño entre sus brazos. La niña, mordiéndose los labios, miraba los verdes ojos del chico inmensamente abiertos por el placer que acababa de disfrutar y, supo, cuando comenzó a entrecerrarlos que el primer orgasmo había pasado. Contrajo sus músculos vaginales comprobando que seguía tan dura como al empezar. Se puso encima levantando las caderas ligeramente, y siguió con su vaivén durante unos minutos. Finalmente, también estremecida en los albores del placer, pegó su pubis al del chico presionando con todas sus fuerzas y comenzó a gemir sobre la boca del hermano, sorbió sus labios y chupó su lengua mientras zureaba de placer sintiendo de nuevo las fuertes vibraciones pulsátiles de la virilidad y supo que, como todos los días, alcanzarían un placer intenso, prolongado y al unísono. Se quedaron inmóviles hasta que se fueron calmando poco a poco sin dejar de besarse. Calmados ya, el chico pregunto:
-- ¿Ahora?
Ella asintió con la cabeza descabalgándolo, y de espaldas sobre las sábanas con los muslos separados, lo miró sonriendo. El niño desapareció bajo las revueltas ropas, sus pies asomaron sobre la almohada mientras hundía la cabeza entre los muslos infantiles; ella hizo lo propio. Cuando, bajo la caricia que le prodigaba, notó el comienzo de su nuevo orgasmo, pidió con voz sofocada:
-- Sube... Tomy, sube... Tomy... mi vida...
El chico la cabalgó al instante, abrazándose enfebrecidos. La bombeaba él con fuertes embestidas y gimieron de nuevo los dos a un tiempo bajo la profunda intensidad del orgasmo.
Al final, también ellos se quedaron dormidos.
La historia de la especie humana, con ciertas variantes como en el ajedrez, gusta de repetirse siglo tras siglo y milenio tras milenio.