Las falacias políticas
El mundo anglosajón ha dado grandes personalidades del pensamiento político. Quizá este hecho tenga algo o mucho que ver con la realidad de que todos los países anglosajones disfrutan de un alto nivel de bienestar. En este artículo prestaremos nuestra atención al filósofo del Derecho Jeremy Bentham (1748-1832) y a una de sus obras llamada Political Fallacies (Falacias políticas).
Jeremy Bentham es el creador del pensamiento llamado utilitarismo, que parte de la creencia de que la felicidad de una sociedad es la suma de la felicidad de sus individuos, de manera que el buen gobierno debe consistir en promover el mayor bienestar del mayor número de gente. En concordancia con esta orientación, en las Falacias políticas, Bentham presenta una relación de las falsas argumentaciones con las que los detentadores del poder pretenden justificar prácticas que perpetúan su beneficio particular en detrimento del bienestar de la gran mayoría de la sociedad a la que gobiernan.
Bentham establece cuatro categorías de falacias: de autoridad, de peligro, de dilación y de confusión. Al leer la exposición, las descripciones y ejemplos de las falacias, llama la atención la familiaridad que se siente, por la coincidencia con los mensajes que el catalanismo institucional está lanzando continuamente a nuestra sociedad.
Empecemos por uno de los casos que aparecen dentro de las falacias de autoridad, que es la falacia del que se ensalza a sí mismo. Esta falacia consistiría en afirmar que una medida es buena, no por ella en sí, sino porque está respaldada por la probidad y respetabilidad de quien la dicta. Todos los que hemos prestado cierta atención al debate político español desde que se inició la etapa democrática pudimos observar desde los inicios como la figura del único presidente del gobierno autonómico de Cataluña que hemos conocido, ha sido tratada por propios y extraños con un tono de elogio ciertamente desmesurado, resultando llamativo el hecho de que uno de los elementos consustanciales a la democracia, como es la crítica o la parodia al poderoso, que todos nuestros líderes han sufrido, realizaba una excepción ante el líder máximo del catalanismo político. Todavía son constantes las alusiones al buen sentido, la moderación, prudencia, y toda clase de virtudes que se le encuentran a esta persona, que producen el efecto de eximirle de la necesidad de explicar y justificar su política.
Entre las falacias llamadas de peligro, aparecen las descalificaciones personales, que representan otra triste coincidencia con el ambiente político que presenciamos. Todos podemos recordar cómo fue tratado el único político que se ha enfrentado con un buen nivel de solvencia intelectual al catalanismo. Tratamiento que culminó con el aprovechamiento de una posición negociadora favorable para, sencillamente, desterrarlo de la política de Cataluña. Pero el catalanismo no ha actuado de manera puntual contra los individuos que le han resultado molestos. La descalificación personal ha sido lanzada contra toda la sociedad a la que pretende asimilar culturalmente, difundiendo la sospecha de que todo el que manifieste una fidelidad cultural coherente y actúe en consecuencia con ella es un nostálgico o casi colaboracionista de un régimen que hace tiempo que quedó muerto y enterrado.
Bentham señala entre las falacias de peligro el "nada de innovaciones". Ésta es la falacia que está aduciendo el catalanismo cuando se acusa a los que proponen debatir sobre la política lingüística, de atentar contra la convivencia. Cuando desde el catalanismo se reclamaba respeto hacia la lengua catalana en forma de cooficialidad y posibilidad de ser enseñada, todos admitimos que era un deber democrático atender esta petición. Pero cuando el catalanismo ha tenido el poder suficiente para invertir la situación, creando otra igual de injusta, entonces ya hay que considerarlo tema cerrado, con el temor de que su reapertura entrañaría los peligros más indeseables. Mientras tanto, la exaltación nacionalista catalana forma parte indiscutible del paisaje propagandístico en que vivimos.
Seguimos encontrando situaciones que nos resultan familiares cuando aparece la falacia consistente en decir que quien ataca al promotor de una medida que se juzga errónea está atacando al gobierno. Aquí, el catalanismo dispone de una extensión de esta falacia que era desconocida para Bentham: quien critica a uno de los miembros de la clase política catalana, está atacando a Cataluña.
Entrando en las falacias de dilación se encuentra la falacia del quietista o "no hay queja". Quizá esta sea la falacia más usada por el catalanismo últimamente. Dicen que en Cataluña hay convivencia. Cierto. Pero imaginemos un país donde crece la inflación y el paro. ¿Qué juicio mecería un gobierno que dijera que hasta que no vea que la gente asalta los comercios porque se muere de hambre no piensa replantear su política económica? Pero es que, además, la convivencia de Cataluña se debe precisamente a que la gente, en su vida de cada día, no ejerce el radicalismo con que se pronuncian los líderes políticos del catalanismo. Y más aún, esta falacia de apelar, cuando alguien discrepa, a la convivencia existente en Cataluña, encierra la suposición de que algunos ciudadanos no están en su pleno derecho de expresar su propia opinión, y sólo se podría hacer una excepción como último recurso, permitiéndoles opinar, en caso de desastre. Y esto es falso. La crítica a la política lingüística tiene su valor por sí misma, independientemente de que haya convivencia o no. Independientemente de que sean muchos o pocos los que hayan percibido que no es lo correcto. Pero estos razonamientos no les importan. El catalanismo reacciona de una manera casi autista ante cualquier discrepancia recordando que hay convivencia, venga a cuento o no, con la intención de abortar el debate.
La última categoría es la de las falacias de confusión, consistentes en causar perplejidad cuando la discusión no puede eludirse. Por ejemplo, cuando empiezan a aludir a tu estado de ánimo. Crispado es una de las expresiones más usadas. Ha habido muchos intentos de replantear serenamente la política lingüística. Pero aún así, se puede estar crispado y tener más razón que un santo. Por esta vía es por la que en la Unión Soviética se llevaba a los disidentes a hospitales siquiátricos. Entre las falacias de confusión también aparece la falacia de los términos impostores. Normalización, integración. Esconder con palabras cuyo significado propio tiene un carácter positivo, o como mucho, neutro, una política sobre la que mucha gente podría manifestar sus reservas.
Se podría desmenuzar aún más el catálogo de falacias con las que se ha mantenido una política educativa que amputa a las nuevas generaciones de una cultura que les pertenece, encerrándolos en el monolingüismo en catalán. Pero considero importante resaltar una de las que más se ha servido el catalanismo y que es de una suma perversión. A cualquier pensamiento que no conviene se le encuentra un hilo de relación con la época franquista para deslegitimarlo. Cualquier objetivo que tengan fijado es presentado como algo opuesto a lo que había en tiempos de la dictadura, con lo que se espera que sea considerado óptimo.
Todo es juzgado en relación a la concordancia u oposición al franquismo. Poca atención se presta a las ideas por sí mismas y a los argumentos que las puedan sustentar. Lo cual nos ha conducido a considerar la democracia como una especie de dictadura de los conceptos que puedan presentarse como simétricamente opuestos a los que estaban vigentes durante la época del régimen dictatorial y a establecer un diferente derecho a opinar, según el grado de pedigrí antifranquista que se pueda exhibir, cosa que nos excluye, por ejemplo, a los que por razones de edad no tuvimos oportunidad de estar ni a favor ni en contra, puesto que dicho período nos cogió en nuestra niñez y adolescencia. De esta manera han estado aprovechando el consenso general sobre la superación de aquél régimen en el beneficio de sus proyectos particulares. Éste es el pobre concepto de democracia y el intercambio de ideas que nos ha legado el nacionalismo catalanista.
Se puede aplicar el ejemplo catalanista al resto de nacionalismos españoles, tanto los mal llamados históricos como a los de nuevo cuño. Proliferan por doquier nuevos dialectos con pretensiones de idioma y el grado de confusión lingüística que esto origina viene consentido incluso en las Cortes de la Nación por el servilismo de un Presidente de éstas que se ve obligado a seguir las consignas del Secretario General de su partido incapacitado intelectual y políticamente para dirigir los destinos de España debido al vasallaje que debe consentir a los nacionalistas que lo dirigen.
Los casi catorce años de gobierno del PSOE y sus descabellados planes de estudios, han propiciado, y propician aún más hoy en día, que la inmensa mayoría de estudiantes que no han tenido, ni tienen, posibilidades económicas para otra educación que la pública, hayan salido y salgan de las Universidades con una muy deficiente preparación académica para desarrollar una eficiente labor en cualquiera de las disciplinas que hayan escogido. Con mucho mayor motivo podemos aplicarlo a la Ciencia Política.
La prueba más evidente de lo expuesto lo palpamos hoy en la falta de preparación académica en el Presidente de la Nación, señor Rodriguez Zapatero y de todo su equipo de Gobierno.