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Una vida apasionante (2)

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UNA VIDA APASIONANTE 6

1774

 

 

Muere Luis XV de viruelas, y es coronado rey de Francia su nieto, Luis XVI. El nuevo soberano era un hombre retraído, apacible, con deseos de llevar a cabo reformas internas importantes, acordes, en la medida de lo posible, con las demandas sociales. De Córcega le llegaban noticias de la brutalidad con que las autoridades francesas se conducían.

El gobernador de Córcega, Marbeuf, fue llamado a Versalles por el rey para dar cuenta de la situación isleña. Oigamos a Stendhal:

Había entonces en la isla dos generales franceses que estaban en desacuerdo: el conde de Marbeuf, suave y popular, y el señor de Narbonne-Pellet, altivo y violento. Éste último, de estirpe y crédito superiores, era peligroso para su rival; se dice que Carlos Bounaparte, así como la Diputación de Córcega, fueron favorables al señor de Marbeuf; el hecho es que la corte le dió la razón.

El marqués no tuvo mayor dificultad en convencer al rey de que la situación de la isla era todo lo satisfactoria que, dadas la circunstancias, podía esperarse, pero aconsejó se concediera a los corsos los mismos privilegios que gozaba la nobleza francesa con escasos recursos económicos. Ello representaría poner en un plano de igualdad a la isla con la metrópoli, atrayendo hacia el partido francés a los corsos aún indecisos, al tiempo que se premiaba a la pequeña nobleza creada recientemente que era adicta, casi en su mayoría, a la causa de Francia. El rey acogió con agrado las ideas de Marbeuf, sugeridas a éste, en buena medida, por Carlos María Bonaparte. Ya había comprendido éste que sus intereses debían navegar a favor del viento francés y tomó la decisión de considerarse en adelante, tanto él como su familia, tan franceses como los del continente.

Unos meses más tarde el nuevo rey francés hizo saber a la nobleza corsa que sus hijos podían cursar estudios en Francia gratuitamente, con los mismos derechos y obligaciones que la nobleza francesa.

Como respuesta al privilegio concedido, la nobleza corsa eligió a Carlos María Bonaparte para que, en su nombre, se encargara de visitar a Luis XVI para agradecerle la deferencia. Se votó un presupuesto extraordinario de 80 libras como dietas de viaje, que fueron entregadas al padre de Napoleón.

Viajó a Versalles, fue presentado al rey y a la reina, conoció a los ministros y todos ellos le dispensaron una favorable acogida. Se interesaron, además, por los planes de fomento agrícola que el abogado supo exponer con fácil palabra, consiguiendo que se efectuaran en la isla la plantación de tres grandes bosques de moreras y una industria dedicada a la fabricación de seda. Estas concesiones de la Corte de Versalles, decía el abogado, influirían favorablemente en el pueblo corso, aminorando sus deseos independentistas al ver que Francia se interesaba por su economía. Supo hacerse adjudicar una de estas plantaciones de moreras, si bien se acordó en el contrato que sólo percibiría el importe de los gastos cuando las moreras estuvieran plantadas.

A su regreso a Córcega informó a su mujer de la decisión que había tomado: Su hijos estudiarían en Francia. En contra de lo que esperaba no encontró oposición alguna por parte de Leticia, muy al contrario, la esposa le encareció que consiguiera el mismo beneficio para su hermanastro José Fesch.

 

SEPTIEMBRE

15:

Se sabe que a la edad de cinco años y un mes, ingresó en un colegio de monjas de Ajaccio, instalado, según algunos biógrafos, en un antiguo convento franciscano y, según otros, en una antigua casa de jesuitas.

Era un colegio donde estudiaban niños y niñas y allí, por primera vez y a tan temprana edad, había de enamorarse el futuro emperador.

La niña se llamaba Giacominetta (Jacobita) y, al parecer, causó mucha impresión en el niño que comenzó a darle muestras de su inocente sentimiento.

Su madre se da cuenta de que el niño siente un amor precoz y, comprensiva e indulgente, espera que ese sentimiento sirva para apaciguar el díscolo carácter de su hijo.

El niño tenía la costumbre de llevar las medias caídas y no tardó en recibir las cuchufletas de las otras condiscípulas por su "enamoramiento", cantándole para hacerlo rabiar:

Napollione di mezza calcetta

Fa l'amore a Giocaminetta.

Hasta que, harto de tanta guasa, se tomó la justicia por su mano de forma contundente y, las burlonas jovencitas, terminaron por dejarlo tranquilo.

Napoleón, según el mismo ha confesado:

"....era un niño pendenciero y travieso, al que nada le detenía. Se hizo temer de todos. Con su hermano José era con quien más se peleaba. Le insultaba, le pegaba, le mordía, no tenía miedo a nadie. Claro que debía tener cuidado, pues mamá Leticia no hubiese consentido sus travesuras y habría castigado severamente su carácter agresivo. Su madre se lo tenía todo en cuenta y, acertadamente, castiga el mal o recompensaba el bien."

La leyenda quiere que las monjas observasen bien pronto la disposición que aquel discípulo tenía para la aritmética. Aprendió a contar casi desde el primer día, resolviendo al poco tiempo problemas de cálculo desproporcionados para su edad. Asombradas, las monjas, acabaron por imponerle el remoquete de "El Matemático". Según la leyenda, y en recompensa por su rápidos avances en los estudios, le saciaban de caramelos y dulces, y, pese a ello, Napoleón conservará durante toda su vida una dentadura perfecta y blanquísima que, si alguna vez y ya de adulto, pareció ennegrecida, se debió a su costumbre de chupar continuamente pastillas de regaliz.

Sin embargo, todo lo anteriormente expuesto sobre sus primeros estudios no puede considerarse más que como tradición y leyenda del mito napoleónico. Muchos años más tarde, Napoleón, prisionero en su "roca volcánica", otorgará en su testamento lo siguiente:

"Veinte mil francos al abate Recco, profesor de Ajaccio, que me enseñó a leer....."

Por otra parte, Napoleón, que ingresó en el colegio de las monjas a los cinco años, pasó en la escuela del Abate Recco otros cuatro. Si ingresó el 1º de Enero de 1799, cuando tenía 9 años y medio en el Seminario de Autun, juntamente con su hermano José, se comprende que no pudo estar con las monjas más que cinco o seis meses a lo sumo.

Pero durante los cuatro años que estudió con el abate Recco, no se distinguirá en nada de sus condiscípulos, como lo atestigua las siguientes palabras de la Señora Leticia:

"De todos mis hijos, Napoleón fue el que menos esperanzas me dio al comienzo de sus estudios..."

Pese a los cinco o seis meses con las monjas, cuatro años con el abate Recco, cinco meses en el Seminario de Autun con su hermano José aprendiendo el francés y cinco años en el colegio de Brienne, regentado por la Orden de los Padres Mínimos, Napoleón no será nunca un ferviente católico. Igual hubiera sido musulmán, que ortodoxo, que budista, si las circunstancias se lo hubieran aconsejado.

Podría llamar a engaño que en cierta ocasión dijera:

"El día de mi primera comunión fue uno de los más bellos de mi vida".

Y también que el preámbulo de su testamento comience con estas palabras:

"Muero en la religión apostólica y romana, en la que he nacido".

Sin embargo, el mismo hombre comentará muy seriamente:

"A la edad de once años oí un sermón, en el que el predicador decía que Catón y César serían condenados. Me escandalizó saber que los hombres más virtuosos de la Antigüedad arderían eternamente por no haber seguido una religión que no conocían. Desde aquel momento no tuve religión".

Y suyas son también estas palabras, que muy bien podía haberlas escrito Voltaire:

"La sociedad no puede existir sin la religión. Cuando un hombre muere de hambre junto a otro que vomita de harto, es imposible hacerle admitir esta diferencia si no hay una autoridad que le diga: Dios lo quiere así, es preciso que haya pobres y ricos en el mundo; pero luego, y para le eternidad, el reparto se hará de otra manera".

Y, a mayor abundamiento, habrá de explicar sus creencias de esta forma:

"Mi política consiste en gobernar a los hombres como la mayoría quiere ser gobernada. Haciéndome católico acabé con la guerra de Vandée; haciéndome musulmán me establecí en Egipto, haciéndome ultramontano me gané los ánimos en Italia: Si gobernara a un pueblo de judíos, reconstruiría el templo de Salomón".

Para trabar conocimiento con el carácter del niño Napoleón, es interesante conocer la anécdota que cuenta Laura Junot, duquesa de Abrantes, en su Memorias:

"Un día fue acusado por una de sus hermanas de haberse comido una gran cesta de higos, uvas y cidras, regalo del huerto del tío canónigo. Hay que haber vivido intimmente con la familia Bonaparte, para entender la enormidad del delito de haberse zampado los frutos del huerto del tío canónigo: era un acto más criminal que si los higos y las uvas hubieran sido del huerto de cualquier otra persona. En fin, gran interrogatorio; y como Napoleón negara la acusación, fue azotado. Se le indicó que si pedía perdón, se le concedería, pero él insistió en que era inocente, y como no le creyeran, su pobre pompis recibió nuevo castigo. El resultado de su tozudez fue que se pasó tres días con pan y queso, que no era del mejor; sin embargo, no lloró; estaba

alicaído, pero no enfadado. Tres o cuatro días después, una amiga de María Ana Bonaparte, la futura Elisa, viene de la viña de su padre y,

al enterarse de lo ocurrido, declara que quienes se comieron las uvas y los higos habían sido María Ana y ella. El castigo, entonces, fue para María Ana. Se quiso saber por qué causa el niño no había delatado a la culpable; respondió que no sabía que fuese ella, aunque se lo imaginaba, pero que, en consideración a la amiguita, que no había participado en la mentira, no hubiera dicho nada."

¿ Dónde termina la leyenda y dónde empieza la realidad ? Difícil será conocerlo a más de dos siglos de distancia y a través de miles de relatos, apasionados unos e insidiosos otros.

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