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El orgasmómetro (7)

en Confesiones

EL ORGASMÓMETRO 7

Me despertó el teléfono cuando escasamente hacia dos horas que dormíamos. Era Sor Paulina que llamaba muy agitada desde su habitación. No podía abrir la puerta. Tenían que regresar al convento. Noté en su voz que estaba muy preocupada. No sabía como disculparse ante la Madre Superiora por haber pasado la noche fuera, circunstancia que nunca había ocurrido y que ahora la tenía en ascuas. Quería hablar con la novicia Angélica para ponerse de acuerdo. La chiquilla no parecía tan preocupada. De hecho, seguía a mi lado desnuda y durmiendo a pierna suelta. La dije a Sor Paulina en voz baja que esperara un momento que le abriría dentro de unos minutos y colgué suavemente, levantándome despacio para no despertar a mi preciosa Angélica.

Ellas habían regresado del convento después de comer y nos habíamos pasado la tarde y la noche follando y durmiendo sin pensar que ellas tenían que regresar antes de que anocheciera. Los afrodisíacos nos habían producido a los tres mas efecto del que había imaginado. Tanto que, entre dormir y follar, se nos pasaron las horas sin darnos cuenta. Ni siquiera nos acodamos de cenar. Solo teníamos hambre de sexo; un hambre feroz.

Ahora, mientras me duchaba, sentía un apetito de lobo estepario y tantas ganas de follarlas de nuevo, como gana tenía de comer algo sólido.

Bajo el agua fría se me ocurrió la idea. Era arriesgada, indudablemente muy arriesgada pero no encontraba otra salida. Abrí la puerta despacio y volví a cerrarla mirando como mi novicia seguía durmiendo tranquilamente. La dejé sin seguro para que, si despertaba, pudiera salir tranquilamente sin pensar que estaba encerrada contra su voluntad.

Cuando abrí la puerta comprobé sorprendido que Sor Paulina, sentada en el sofá con las manos en el regazo, ya estaba vestida de monja incluida la toca.

-- No puedes volver al convento – le dije, sentándome a su lado.

-- Podías haberte vestido – respondió, mirando mi entrepierna – y no andar con

el miembro al aire. ¿No te parece?

-- No te gusta mirarlo?

Dejó de mirarlo y me miró a mí. Quizá por aquellos hábitos que llevaba se me había empinado hasta el ombligo. Comentó:

-- Estoy preocupada por lo que dirá la Madre Superiora, Toni. No sé que disculpa ponerle. Pasar una noche fuera del Convento no sé cómo explicárselo, ni encuentro una disculpa convincente. Puede costarnos un disgusto tremendo.

-- Eso no tiene que preocuparte. Ya tengo pensado lo que vamos a hacer.

Me miró con cara de sorpresa, y pregunto:

-- ¿Qué quiere decir que lo tienes arreglado?

-- Desnúdate y te lo explicaré mientras follamos.

-- Pero ¿Es que nunca te cansas? – preguntó sin moverse

-- Yo no ¿y tu? No me dirás que no te gusta.

-- Claro que me gusta Toni, pero yo soy monja y nunca me había ocurrido nada igual.

-- Venga, Paulina – comenté sonriendo – No me cuentes una del oeste. Recuerda que mentir es pecado.

Soltó una carcajada moviendo la toca de un lado al otro. Tenía una risa contagiosa y me reí con ella antes de comentar:

-- Algún viejo fraile te la meterá de vez en cuando. Claro que no creo que tú lo disfrutes como él. ¿O me equivoco? Anda, mujer sé sincera.

-- Eres un sinvergüenza, Toni ¿Por qué te interesa saberlo?

-- Porque quiero saber si me dices la verdad.

-- ¿Y cómo sabrás que te la digo?

-- Eso te lo diré luego de oírte.

-- ¿Y si fuera así, que pasaría?

-- No pasaría nada, pero sabré si me mientes o no y si puedo tener confianza en ti.

-- Está bien – comentó suspirando – Si, hay un sacerdote que entra en mi celda, alguna noche.

-- ¿Es joven?

-- No, es mayor ya, tiene cincuenta y nueve años.

-- ¿Y te hace disfrutar?

-- Con la boca, el pobre padece de eyaculación precoz y como no quiero que me deje embarazada, hago que eyacule fuera. ¿Ya estás satisfecho?

-- ¿Y como se llama ese santo varón?

-- Se dice el pecado pero no el pecador.

-- Es igual, ya sé quien es.

-- ¿Ah, si, quien?

-- El padre Damián.

Me miró escrutadora, antes de comentar con enojo:

-- Te lo ha dicho Angélica, vaya con la mosquita…

-- No ha sido Angélica – corté rápido -- ella no me ha dicho nada ni yo se lo he preguntado. Me lo has ratificado tú ahora mismo. Angélica solo me dijo que vuestro confesor es el padre Damián. Anda, desnúdate y vamos a follar.

-- ¿Pero es que nunca te cansas? – volvió a preguntar.

-- No, y si me canso ya me la chuparás para que se ponga tiesa otra vez y seguir follando.

-- ¡¡Jesús, qué escándalo!! – exclamó sin hacerme caso – Eres un depravado.

-- Déjate de remilgos y desnúdate, tengo ganas de hacerte correr. Vamos, Sor Paulina ¡muévete, hermana! – exclamé sonriendo y levantándome.

La tiesa polla quedó a la altura de sus labios, la miró con deseo y esperé a ver si se animaba a metérsela en la boca y a chupármela, pero no se movió hasta que la tomé de un brazo y la levanté del sofá. Comencé a desnudarla y cuando la tuve completamente desnuda no supe como quitarle la toca de la cabeza, parecía un tricornio con alas, así que la levanté por la cintura hasta que su cuerpo desnudo quedó pegado al mío y la besé profundamente en la boca, separó los muslos abarcándome por las caderas y la dejé caer despacio sobre la ardiente y excitada polla.

El duro cipote fue entrando suavemente en su húmeda vagina con gran placer por parte de los dos. Me mordió el labio inferior, metiéndome la lengua para jugar con la mía. No creí que estuviera tan excitada y caliente, pero lo estaba y mucho, tenía el coño ardiendo y chorreando y así empalada la llevé hasta la cama colocándola encima de mi con la polla hundida casi hasta la raíz. Se quitó la toca con tanta facilidad que no tuve tiempo de ver como lo hacia y no por ello dejaba de besarme en el cuello mientras le mamaba uno de sus erectos pezones lamiendo una después de otra sus tetas sedosas y tiernas.

El vaivén de sus nalgas entrando y sacando mi cipote desde la punta hasta la raíz me estaba llevando al orgasmo sin remedio, tuve que contenerme pensando en algún hecho fúnebre, pero era imposible dejar de sentir en mi polla la dulce y ardiente caricia de su húmedo coño. Cuando comenzó a correrse y sentí las contracciones de su vagina sobre mi cipote ya no pude contenerme más y le solté el primer borbotón de ardiente leche que la alcanzó con fuerza en el útero, se estremeció tan violentamente de placer que tuve que sujetar su cuerpo contra el mío con una mano en la espalda y otra en sus nalgas notando como su argolla me oprimía contrayéndose y expandiéndose en una sístole y diástole maravillosa sobre mi dura polla que expulsaba semen a borbotones con un placer inaudito.

Respirábamos los dos sofocadamente besándonos con pasión loca, mordiéndonos y acariciándonos como salvajes mientras nos corríamos profundamente. Sin dejar de besarnos fuimos calmándonos y acabó ella con su cabecita apoyada en mi pecho, y sus hermosas tetas de duros pezones clavados en mi tórax.

Le expliqué lo que había pensado para que no tuvieran problemas con la Madre Superiora, cuando acabé de exponerle mí plan, se levantó sobre los brazos y preguntó mirándome fijamente:

-- ¿No lo dirás en serio, verdad?

-- Si, muy en serio. Creo que es la única manera de que acepten sin hacer comentarios.

-- Tu no conoces a la Madre Superiora, cariño, lo primero que hará será llamar a la policía. ¿Y este plan lo conoce Angélica?

-- Aún no, luego se lo explicaré.

-- Mejor no le digas nada porque del susto se muere.

-- No será para tanto. Hará lo que yo le diga.

-- Definitivamente estás como una cabra, Toni. Con ese plan conseguirás que nos metan a todos en la cárcel.

-- No te lo creas, Sor Paulina. Anda, vete a lavar el coñito que tengo que hablar por teléfono. Luego despierta a Angélica, bajar a la cocina y entre las dos preparáis un buen desayuno. Tengo un hambre de lobo.

-- No me extraña – comentó sacándose la verga de coño y apretando los muslos para no manchar la moqueta con el semen de la vagina – Has gastado tantas energías que es lógico que tengas hambre.

Cuando ya estaba a punto de entrar en el cuarto de baño, exclamé:

-- ¡Ah, y no se os ocurra vestiros!

Se giró a mirarme llevándose el índice a la sien y girándolo varias veces, antes de comentar:

-- Desde luego, Toni, a ti te falta un tornillo.

Cerró la puerta y me levanté al oír correr el agua de la ducha, pensando que había disfrutado de un buen desayuno pero que no calmaba mi hambre canina.

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