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El viejo bergantin

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EL VIEJO BERGANTIN

El té estaba todavía caliente en la mesa; todos los botes salvavidas se hallaban en su lugar y, sin embargo, la tripulación del Mary Celeste había desaparecido." Esto no es más que una leyenda. ¿Qué sucedió en realidad?

No tardó mucho en nacer el mito en torno a la desaparición de la tripulación del Mary Celeste. De hecho, podría afirmarse que empezó en Gibraltar en 1872, cuando Solly Flood intentó en vano achacar la culpabilidad al capitán Morehouse y a la tripulación del Dei Gratia. Pero la historia atrajo la atención de escritores y periodistas, y pronto cautivó la imaginación del público.

El primer relato importante en torno al barco fue publicado en enero de 1884 por el prestigioso Cornh ill Magazine, once meses antes de que Gilman C. Parker destruyera el barco deliberadamente. Era una sensacional novela corta titulada El relato de J. Habakuk Jephson, y guardaba escasa relación con los hechos reales. Pese a ello, los periódicos norteamericanos la recogieron y publicaron como si fuera verídica, provocando la indignación de Solly Flood y de Horatio Sprague, el cónsul estadounidense en Gibraltar, los cuales escribieron cartas condenando el relato.

Una tromba marina, es una de las explicaciones posibles por la cual, la tripulación del Mary Celeste decidió abandonarlo súbitamente.

Aparte de su valor literario, El relato de J. Habakuk Jephson es interesante por una razón: constituía uno de los primeros pasos literarios de un joven médico inglés llamado Arthur Conan Doyle, que para mi, como decía el historiador ruso Tarle, es un "Cabeza Hueca", propia de un beneficiaro de provincias. Aquel fue el primero de los muchos relatos de ficción publicados en el curso de los años (la última versión es de 1980). Algunos de ellos han sido presentados como pura ficción, otros como hechos medio falseados (aunque proponiendo una explicación seria), y otros muchos han sido creados con la intención de pasar por hechos reales.

A finales de los años veinte, el Chamber's Journal publicó un artículo de Lee Kaye que pretendía ser un relato verdadero de lo que pasó a bordo del Mary Celeste, contado, al parecer, por un superviviente llamado John Pemberton (uno de los muchos "supervivientes" que han aparecido a lo largo de los años, pero cuyos nombres, curiosamente, no figuraban en la lista de la tripulación).

La historia de Pemberton fue hinchada y publicada en forma de libro por Laurence J. Keating en 1929 con el título de El gran engaño del Mary Celeste. Fue un best-seller a ambos lados del Atlántico; John Pemberton se convirtió rápidamente en el personaje de moda. Muchos periodistas le persiguieron para entrevistarle, pero Pemberton huía de ellos, hasta que "un corresponsal especial" del Evening Standard londinense consiguió encontrarle y obtuvo, no sólo la codiciada entrevista, sino también una fotografía.

Sin embargo, una de las pocas afirmaciones verdaderas del libro de Keating era su título: la historia era un engaño; lee Kaye, Laurence Keating y el "corresponsal especial" del Evening Standard eran todos una misma persona, un irlandés llamado Laurence J. Keating. John Pemberton fue una invención de la rica imaginación de Keating, y la fotografía de "Pemberton" era del propio padre de Keating.

Mientras que la mayoría de las teorías que explican el abandono del Mary Celeste constituyen generalmente una variante del tema del asesinato -cometido por la propia tripulación del Mary Celeste o por los hombres del Dei Gratia- existen también otras versiones, a menudo bastante extrañas. Hacia 1900 surgieron historias acerca de un "monstruo de las profundidades", y en ellas el Mary Celeste se veía atacado por un enorme pulpo hambriento que capturaba a toda la tripulación. Aunque esta teoría resultaba atractiva para los ilustradores, también presentaba una serie de defectos. Aún cuando existan animales de enorme tamaño, es muy poco probable que todos los tripulantes del Mary Celeste estuvieran en cubierta en aquel momento, o que hubieran permanecido inmóviles allí mientras el monstruo los agarraba uno por uno. También debemos suponer que por alguna razón este animal deseaba adueñarse de la yola, del cronómetro, del sextante y de los documentos del barco.

Otra teoría de la desaparición de la tripulación es que todos se hayan caído por la borda.

El fallecido Morris K. Jessup, que estuvo implicado en el experimento de Filadelfia, sugirió que la tripulación del Mary Celeste fue secuestrada por un OVNI, y los que han escrito acerca del Triángulo de las Bermudas las incluyen entre las víctimas de la fuerza inexplicada que opera en la zona (suponiendo que esta fuerza fuera extrañamente selectiva, y que la zona se extendiera hasta las Azores). Una teoría a primera vista aceptable -fue propuesta por una serie de personas sensatas- decía que la comida o el agua para beber debían de estar contaminadas, y esto hizo que la tripulación sufriera alucinaciones y trastornos mentales que les llevaron a lanzarse por la borda. Pero Oliver Deveau y otros miembros de la tripulación del Dei Gratia consumieron la comida y el agua que encontraron a bordo del Mary Celeste y no enfermaron.

Ninguna de las soluciones que se han ofrecido hasta ahora parecen explicar todos los detalles, pero podemos enumerar algunos de los hechos más destacados que podrían ofrecer unas cuantas pistas: el Mary Celeste fue abandonado por su capitán y su tripulación; quienes abandonaron el barco, lo hicieron en la yola. Esta pequeña embarcación habría sido sobrecargada y, por consiguiente, volcó, lo cual hace que el final de la tripulación no sea por completo inexplicable. El barco fue abandonado a toda prisa, sin tiempo para coger ropa de repuesto y, por lo que se sabe, tampoco comida ni agua; sin embargo, la tripulación no abandonó el barco en un completo estado de pánico, ya que se preocuparon de recoger el sextante, el cronómetro y los documentos del barco (aparte de la corredera provisional). Puesto que no existe ninguna evidencia de que el Mary Celeste sufriera daño alguno, las razones que llevaron a la tripulación a abandonarlo fue algo que temieron que hubiera pasado o fuera a pasar, pero que finalmente no sucedió.

El copropietario del barco, James H. Winchester, sugirió que el cargamento de alcohol desnaturalizado del Mary Celeste había desprendido gases que se acumularon en la bodega y formaron una mezcla explosiva. Esta, según especuló Winchester, se encendió con una chispa que saltó tal vez debido a una fricción de las tiras de metal alrededor de los barriles, o a una linterna utilizada durante la inspección del cargamento. Quizá los tripulantes vieron los gases y creyeron que el barco estaba a punto de estallar.

Los expertos han señalado que no podía haber habido ningún vapor "visible", pero que sí podría haberse formado una mezcla explosiva. Sin embargo, esto no hubiera causado una pequeña explosión, sino que hubiera convertido al Mary Celeste en un montón de astillas.

La teoría más acertada la ofreció en parte Oliver Deveau durante el juicio sobre el salvamento. Afirmó que creía que la tripulación sufrió un ataque de pánico creyendo que el barco se estaba hundiendo. Esta opinión no ha impresionado a muchos comentaristas, y la mayoría de ellos la han calificado de estúpida (el mismo calificativo ha sido aplicado al propio Deveau). Pero para ser justos con Deveau, es conveniente que situemos su versión dentro de un contexto. Durante la visita, se le hizo una pregunta muy directa y la contestó sin pensar demasiado la respuesta. Sin embargo, los investigadores posteriores han intentado interpretar su significado.

El doctor James H. Kimble, que fue director del Departamento de Meteorología de Nueva York, y el escritor Gershom Bradford, han sugerido que el Mary Celeste fue azotado por una tromba marina, por un tornado de mar; por un remolino de viento y agua que puede aparecer sin avisar, durar hasta una hora y después disolverse con la misma velocidad con la que apareció.

A primera vista, esta teoría no parece muy verosímil, principalmente porque no se suelen producir trombas marinas fuera de los trópicos. Pero la verdad es que la aparición de éstas no está totalmente limitada a aquella zona: por ejemplo, en diciembre de 1920 el buque British Marquis tropezó con nada menos que 20 trombas en pleno Canal de la Mancha.

El señor Bradford y el doctor Kimble creen que un estrecho surtidor de agua, relativamente pequeño e inofensivo, que se desplazara inclinado podría haber golpeado el barco sin causarle mucho daño; de hecho, habría dejado el barco en condiciones no mucho peores que si se hubiera topado con una tempestad. Todo esto está en consonancia con el estado en que se encontraba el Mary Celeste cuando el Dei Gratia lo divisó por primera vez. Sin embargo, hay que apuntar que dentro de una tromba marina la presión barométrica es muy baja, y que, al pasar sobre el barco el surtidor de agua, la acusada diferencia de presión entre la parte interior del barco y la de fuera podría haber hecho que saltaran las tapas de la escotilla -del mismo modo que las paredes de un edificio estallan hacia afuera cuando son azotadas por un tornado.

La catástrofe ha sido atribuida también a monstruos marinos.

En este contexto, el método por el cual fue sondeado el Mary Celeste puede ser muy significativo. Esto se realizó lanzando una cuerda en la pompa para medir el agua de la bodega, de la misma forma que un automovilista comprueba el nivel del aceite con una varilla. La disminución de la presión barométrica podría haber hecho subir el agua de pantoque por la pompa, donde una válvula hubiera impedido que volviera inmediatamente a la bodega. Aunque esto habría representado meramente un fallo de funcionamiento, la tripulación podría no haberse percatado de él.

Supongamos, pues, que cuando aparece la tromba marina cunde el pánico entre la tripulación y se crea un estado de confusión. Alguien va a sondear el barco para ver si ha sufrido algún daño por debajo de la línea de flotación y, aterrorizado, comprueba que el Mary Celeste tiene una vía de agua a razón de 2 a 2,5 m de agua en menos de un minuto (esto es lo que el marinero piensa después de comprobar la cuerda). El capitán Briggs cree que el Mary Celeste se está hundiendo muy deprisa y, temiendo por la vida de su esposa e hija, da órdenes de abandonar el barco.

Quizá fue esto lo que Oliver Deveau quiso decir con su misterioso argumento. Nunca lo sabremos; sin embargo, la teoría de la tromba marina parece encajar con la mayoría de los sucesos relatados, y también explica el aspecto más misterioso del caso: ¿qué monstruoso acontecimiento amenazó a los que se encontraban a bordo del Mary Celeste y les obligó a abandonarlo a toda prisa, aunque con el tiempo suficiente para tomar el sextante, el cronómetro y los papeles del barco?

Un comentarista ha calificado el caso del Mary Celeste como "la pesadilla de un escritor de historias de detectives: una situación perfectamente confusa sin ninguna solución lógica; una intriga que no puede ser resuelta de forma convincente".

El 16 de mayo de 1873 el Daily Albion de Liverpool informaba que unos pescadores habían encontrado dos balsas en un puerto de Asturias, en España. En una de las balsas llevaba sujeto un cadáver, y tenía izada una bandera americana. En la segunda balsa había cinco cuerpos en descomposición. Curiosamente, este asunto no fue investigado, así que nadie sabrá nunca quiénes eran aquellas personas, o a qué barco pertenecían. ¿Podrían haber pertenecido al Mary Celeste?

Hasta aquí lo que se sabe del Mary Celeste. El resto me ha ocurrido a mí. Los marinos y marineros testigos del hecho siguen viviendo en España.

 

*************************

 

 

Zarpamos de Norfolk el 25 de noviembre de 1.999 después de cargar en las bodegas ocho mil toneladas de trigo con destino a Génova. Pese a la época del año, el tiempo bonancible y el mar relativamente en calma permitieron a nuestro granelero, El Almudena, navegar al tope de sus máquinas; dieciséis nudos. Era un buque a cinco años de su botadura matriculado en Panamá, propiedad de una naviera española que aún tiene su Sede Central en la calle Orense de Madrid. Había conseguido el mando del buque tres añoa después de salir de los astilleros.

Una singladura apacible y tranquila, sin mayores problemas que los habituales, me concedió el suficiente tiempo libre para dedicarme a mi afición favorita: escribir, y eso estaba haciendo cuando sonó la chicharra en mi camarote. Aparté la mirada de la pantalla mirando al teléfono con cierta extrañeza. Antes de descolgar comprobé la hora: las 12:54 pm. y pude distinguir asimismo por el ojo de buey que, aproximadamente, a media milla de distancia y paralelo al Almudena un banco de espesa niebla parecía seguir nuestro rumbo sin aproximarse. Esa fue mi primera impresión. Descolgué:

--¿Si?

-- Capitán, suba al puente, por favor, tenemos barco a la vista – comentó, Saavedra, el oficial de guardia.

-- ¿Es que se acerca a nosotros? – pregunté, ligeramente molesto por la interrupción.

-- No, capitán, al parecer sigue nuestra misma derrota desde hace media hora y el velero se encuentra justo en el extremo del banco de niebla, pero parece encontrarse en apuros. Sería mejor que le echara un vistazo.

-- Ahora subo – respondí, y grabé todo lo escrito antes de subir al puente.

Al entrar en la cabina de mando me sorprendió encontrar a los tres oficiales de puente mirando con sus prismáticos hacia el banco de niebla. Miré en la misma dirección sin distinguir al barco. Recogí mis prismáticos del armario y los enfoqué hacia la masa nubosa.

-- Vea usted, capitán – me advirtió Saavedra -- está justo a dos millas de nuestra proa.

Miré en la dirección indicada. Bordeaba al banco de niebla casi justo en la línea divisoria a causa de lo cual parecía nimbado de una aureola fantasmal. Aunque nuestra velocidad era muy superior a la suya no estaba parado, quizá navegara a un nudo o dos que calculé originada por la mitad de la velocidad de la corriente del Golfo y la suave brisa que abombaba sus velas rotas colgando en jirones de las jarcias y de sus palos. Navegaba ligeramente escorado a babor.

-- Máquinas a velocidad de gobierno – ordené sin abandonar la observación. Estaba intrigado por el mal estado del velero.

Indiscutiblemente se trataba de un bergantín, con dos palos y velas cuadradas, amén de una cangreja mayor, es decir, una vela áurica llamada a veces cangreja de popa, y ésta se hallada en la zona de proa, pero el trinquete y el trinquete superior habían volado de las vergas y se habían perdido. El foque, la vela de estay del palo mayor y la gavia inferior estaban izadas. El resto de las velas se hallaban plegadas. Algunas jarcias se encontraban enmarañadas; otras habían sido arrancadas por el viento y colgaban destrozadas. La driza superior -una soga rígida de unos 90 m de longitud, usada para izar la vela cangreja- se había roto, y faltaba la mayor parte. Lo más asombroso es que no se veían tripulantes, ni en cubierta, ni al timón cuya rueda se mantenía inmóvil y, sin embargo, no estaban desplegadas las señales de socorro. Los jirones de la bandera de popa me indicaron que el bergantín era norteamericano que, por las formas de su construcción, pertenecía... ¡al siglo XIX! Imposible – me dije - pero lo tenía ante mis ojos y no podía dudarlo.

-- ¿Qué te parece? – me preguntó Gálvez, mi primer oficial.

-- ¿Qué día es hoy? – pregunté a mi vez, sin dejar de observar al bergantín.

-- 5 de diciembre.

-- Lo sé, pregunto por...

-- Miércoles – respondió rápido.

-- ¿Marcación de derrota? – volví a preguntar

-- 14 millas al NO de Madeira – contestó, para preguntar a su vez – ¿Estás pensando lo mismo que yo?

-- Supongo que sí, pero eso ocurrió hace más de un siglo. Así que...

-- Así que – cortó Javier Gálvez – cuando el capitán David Morehouse describió el encuentro a esta misma hora, el mismo día y en la misma marcación, la visión que tuvo coincide exactamente con la que estamos viendo nosotros.

-- Si hace más de un siglo es imposible que sea el mismo barco – comentó Ansede, el segundo oficial, con cierto enfado – por mucho que coincidan las circunstancias, el velero, la hora, el día y la madre que lo parió.

-- Deberíamos enviar la Zodiac y ver que les pasa – apuntó Saavedra, el tercer oficial, persona menos irascible que su inmediato superior.

Aunque lo indicado por Saavedra era nuestra obligación, ordené primero tres toques de sirena para advertir nuestra presencia antes de detener el buque. Esperamos durante tres largos minutos alguna respuesta. Nadie salió a cubierta en el bergantín para responder.

Nuestro andar se había reducido al máximo que permitía la gobernabilidad del buque pese a lo cual estábamos ya casi a su altura, separados tan solo por no más de media milla. Si tenía que enviar la Zodiac era preciso detener el buque y no me gustaba tener que tomar aquella decisión.

Sin embargo, ningún marino dejaría abandonada a la tripulación de un barco en peligro y aunque el estado del bergantín no se encontraba en situación óptima, tampoco podía decirse que se encontrara en situación alarmante, máxime teniendo en cuenta lo bonancible del tiempo y de la mar.

Dejé colgados los prismáticos del cuello y me giré hacia mis oficiales para preguntar:

-- Bien, señores, ¿alguno de ustedes ha podido leer el nombre del bergantín?

Los tres movieron la cabeza negativamente, pero todos sabíamos que era imposible que aquel barco fuera el que imaginábamos. También sabíamos que si se trataba de dicho bergantín su nombre figuraba con letras de teca en la popa del velero y, sin embargo, ninguno de los cuatro pudimos leerlo.

Asimismo, no ignorábamos que de ser el velero en el que todos pensábamos, a esté lo había hecho zozobrar deliberadamente su último capitán, Gilman Parker, de Wintrhop, Massachusett, en 1.884, estrellándolo en un arrecife de coral cerca de Haití, en las Indias Occidentales, con la idea de cobrar el seguro. No le sirvió de nada porque se descubrió el ardid y fue sometido a juicio, pero no ingresó en prisión debido a tecnicismos legales. Parker murió hecho una piltrafa humana en 1.891. Nadie le otorgó el mando de un barco a partir de aquel juicio.

Por lo tanto, esta era otra razón para convencernos de que, pese a las semejanzas y similitudes con el bergantín que teníamos delante, pese a encontrarse en el mismo lugar, a la misma hora, el mismo día ciento veinte años después de que por primera vez lo divisara a la deriva el capitán Morehause, era imposible que un barco zozobrado un siglo antes cuyos restos seguían en el fondo del mar, según pudo descubrirse posteriormente, volviera a navegar. Se trataba pues de otro bergantín. ¿Pero cuál? Esta pregunta fue la que me decidió a detener el buque. Ordené parar máquinas, lanzar el ancla de arrastre y preparar la Zodiac con su motor Evinrude de 150 CV.

Gálvez, el segundo timonel y dos marineros embarcaron en la Zodiac. Por precaución, mi primer oficial iba armado con un Colt 45 y el segundo timonel con un rifle automático. Rosendo Márquez, el jefe de máquinas, le entregó a Gálvez su walki cuya pareja obraba en mi poder.

La Zodiac, con los cuatro hombres a bordo, cortó el agua como una flecha en dirección al bergantín dejando tras de si una estela burbujeante. Nuestra primera sorpresa la originó la detención de la Zodiac a mitad de camino.

-- ¿Qué pasa Gálvez? – pregunté por el walki.

Tras una pequeña espera, recibimos una respuesta sorprendente:

-- No veo al bergantín. Ha desaparecido de nuestra vista.

-- Imposible, Gálvez – respondí – lo tienes a doscientos metros.

Otra pequeña espera mientras los hombres de la Zodiac hablaban entre ellos:

-- Ninguno de nosotros lo ve – comentó Gálvez – pero hemos decidido seguir adelante.

De nuevo avanzó la Zodiac hacia el bergantín, esta vez más despacio. Le vimos acercarse a la borda sin disminuir la velocidad. Grité por el walki:

-- Afloja marcha... ¡rápido, Gálvez! ¡Vas a chocar contra él!

No hubo contestación. Ante nuestros atónitos y horrorizados ojos la Zodiac atravesó limpiamente el casco del velero y éste y la Zodiac desaparecieron de repente.

Lo último que escuchamos por el walki, tras cuatro horas de búsqueda, fue la voz lejana de Gálvez entre múltiples interferencias:

-- Sí... es el... Mary Celeste... capitán… no podemos…

Y eso fue todo. Pese a encontrarnos bastante alejados del "Triángulo de las Bermudas", donde las desapariciones de barcos y tripulantes son frecuentes, nunca más volvimos a ver a nuestros compañeros.

 

N del A.

Todos los datos incluidos en el relato sobre el bergantín norteamericano "Mary Celeste" son reales. Lo encontró a la deriva al NO de Madeira sin tripulación el capitán del brick goleta británico "Dei Gratia", David Morehouse, el 5 de diciembre de 1.872 en las circunstancias que dejo anotadas. El primer oficial y dos tripulantes del "Dei Gratia" lograron llevarlo hasta Gibraltar navegando por sus propios medios, lo que dio lugar a uno de los mayores procesos marítimos en los que se vio envuelto el Almirantazgo inglés, proceso que duró varios años.

La tripulación del "Mary Celeste" estaba compuesta por:

Benjamín Briggs, capitán y copropietario del bergantín.

Sara Briggs, esposa del capitán.

Sofia Briggs, niña de 6 años hija del matrimonio.

Albert G.Richarson, primer oficial.

Andrew Gilling, contramaestre.

Volkerk Lorenzen, marinero de origen nórdico.

Boas Lorenzen, marinero hermano del anterior.

Adrián Harbens, marinero de origen nórdico.

Gottieb Goodshaad, marinero de origen nórdico.

1 cocinero cuyo nombre y nacionalidad se desconoce.

Estas diez personas desaparecieron si dejar rastro, igual que nuestros compañeros:

Antonio Gálvez, Sampayo, gallego. Primer oficial

Manuel Garcia Lourido, gallego. Timonel..

Severino López Barcia, gallego. Marinero.

Javier Aguirre Lastreda, vasco, Marinero.

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Carla (1)

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La Cariátide (0: Epílogo)

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La cariátide (8)

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Adivinen la Verdad

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Relato inmoral

El Superdotado (03 - II)

El Superdotado (03)

El Superdotado (02)

El Superdotado (01)