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El orgasmómetro (10)

en Confesiones

Aquella mañana después de desayunar les pedí que se depilaran los coñitos. Me miraron las dos con los ojos como platos a causa del asombro.

-- Pero depilarnos ¿por qué? – quiso saber Paulina mientras Angélica esperaba atenta mi contestación.

-- Primero porque no tendré que escupir rizos cada dos por tres y segundo porque el coñito os quedará mucho más lindo.

-- ¿Y con que nos vamos a depilar? Supongo que no pensarás que vamos a afeitarnos con una navaja barbera.

-- No, Paulina, nada de barberas que son peligrosas. Mi amigo Carlos Fuentes ha inventado una pasta que frotándola unos minutos se lleva todo el pelo y os dejará los coñitos limpios como patenas.

-- ¡¡Por Dios, Toni, no blasfemes!! – exclamó Angélica.

-- Yo no he blasfemado, jovencita.

-- La patena es cosa sagrada, Toni – insistió mi rubita.

-- Por eso está tan limpia, Angélica, y sólo a eso me refería.

-- Si es como depilarse con cera, olvídalo, Toni, por ahí no paso – comentó Paulina con voz firme y decidida.

No me quedó más remedio que explicarles que no era cera. Se trataba de otro invento de mi amigo Carlos, una pasta especial que sólo tenían que frotarla y en menos de cinco minutos se llevaba todo el pelo dejándoles tan lisos los chuminos como el cristal. Era una pasta que ya se vendía en las farmacias, pero que resultaba muy cara y no todas las mujeres podían comprarla. Al final comenté:

-- Por ser la primera vez, será mejor que os depile yo, veréis como tengo razón.

-- Pero ¿estás seguro de que no es peligrosa esa pasta? – preguntó Angélica tímida.

-- ¿Tu crees que si fuera peligrosa la usaría contigo?

-- No, no lo creo – dijo procurando no mirar a Paulina que comentó:

-- A mi déjame la crema esa que ya me la pondré yo. Si quiere Angélica que se le pongas tu, pues pónsela.

Subimos de nuevo a las habitaciones y del armario del cuarto de baño saqué dos tubos uno de los cuales se lo entregué a Paulina que de inmediato se largó a su habitación. Así que cogí de la mano a Angélica, la hice tumbarse en la cama con los muslos bien separados y, acostado a su lado mientras me entretenía en besarla y chuparle los pezones le fui untando la pasta por toda la entrepierna. Se irguieron los pezones de inmediato bajo la caricia de mi mano y de mi boca.

Se arqueaba su sedoso cuerpo con ansia y esperé durante unos minutos a que la pasta hiciera efecto mientras besaba y lamía de arriba abajo el satén de su cuerpo casi virginal. Sentí como se estremecía bajo mi boca y supe que se estaba corriendo cuando comenzó a temblarle el vientre con violentos espasmos.

-- ¿Te estás corriendo, mi vida? – le susurré al oído.

-- Si, cariño, si, estoy… gozando. ¡Oh, Dios cuánto te quiero! – y se me echó encima para besarme apasionada en los estertores del orgasmo.

Esperé. Esperé con la verga dura como el mármol, palpitando contra la marfileña carne de su vientre. Cuando comprendí que había acabado de correrse, me levanté y la llevé hasta el baño.

-- Siéntate en el bidé, cielo, yo te limpiaré todo el coñito.

-- No, Toni, por favor. Ya me lo haré yo, por favor Toni -- suplicó

-- Vale, princesa, pues lávate bien a fondo para que desaparezca toda la pasta porque luego quiero comértelo para verte gozar otra vez.

-- Por Dios, Toni, mi amor, eres incansable.

-- ¿Es que ya no me quieres?

-- Tu sabes que si, Toni – Comentó levantándose y secándose con la toallita de bidé.

-- Pues yo tengo ganas de follarte, Angélica. Así que vamos a la cama y ponte encima de mí y te la metes hasta donde quieras.

Gemía Angélica de gozo cuando empezó a correrse y no pude contenerme más y la inundé con abundantes borbotones de semen y en ese preciso momento en que nos estábamos corriendo, entró Paulina.

--¡Vaya! Si que he llegado en mal momento – exclamó, y volvió a salir de la habitación.

Acabamos sofocados, comiéndonos las bocas como lobos hambrientos. Calmados ya Angélica se fue al baño con los muslos apretados para no manchar de semen la moqueta y yo me duché mientras ella se lavaba en el bidé.

 

********

 

Una hora después aparcaba el BMW en el garaje de mi amigo Carlos Fuentes con el que, previamente, había hablado por teléfono para indicarle que se arreglara porque tenía que hablarle durante la comida. Subimos los tres hasta su piso. A las monjitas no les expliqué nada sobre el orgasmómetro porque aún no lo consideraba oportuno.

Tampoco Carlos sabía que me acompañaban Sor Paulina y Sor Angélica, así que cuando abrió la puerta, descalzo, con una toalla envolviéndole la cintura, la mitad de la cara llena de espuma de afeitar y las vio detrás de mí vestidas tan elegantemente me miró extrañado pero hizo ademán de que pasáramos a la vivienda. Le vi que seguía con la mirada los rotundos muslos de Sor Paulina. Mi obligación era hacer las presentaciones y como me pareció que Sor Paulina le había hecho tilín, comenté:

-- Aquí Sor Paulina y Sor Angélica, dos amigas mías. Este es Carlos Fuentes el amigo del que os hablaba por el camino.

De momento no supo si le estaba tomando el pelo, así que me preguntó sin apartar la vista de los muslos de Sor Paulina:

-- ¿Así que esta es Sor Paulina, eh?

-- Si – dije procurando no reírme – y esta Sor Angélica.

Cambio la maquinilla de mano y estrechó la de Sor Paulina y sin soltarla ni dejar de mirarla comentó inclinándose muy cortés:

-- Encantado de conocerla Son Angélica.

-- Igualmente – respondió Paulina – pero Sor Angélica es mi compañera

-- Si, si, ya me he enterado. Mucho gusto también Sor Angélica – repitió pero sin soltar la mana de Paulina.

-- El gusto es mío – respondió mi rubita, mirándolo extrañada.

-- Por favor, Carlos, me devuelves la mano – comentó Sor Paulina.

-- ¡Ah!, Si claro, la mano es tuya, perdona.

Estaba claro que Paulina le había causado mucha impresión, pese a que yo había imaginado que sería Angélica quien le embelesaría más, por lo guapa y jovencita que era. Y de pronto, como si no se diera cuenta de que tenía media cara llena de espuma, comentó:

-- Me estaba afeitando, y tú – me comentó sin aparta la vista de Paulina -- podrías haberme avisado que traías dos monjas. ¿Y de qué convento sois?

-- Del convento de la Virgen María de la Santa Caridad Cristiana – respondió Angélica casi escondida detrás de mí.

-- No te lo he dicho, Carlos – expliqué serio como un juez – Porque se me olvidó, lo que pasa es que las he contratado para que cuiden a mi padre que se está muriendo.

.-- ¡¡Pero si tu padre ha muerto hace diez años!! ¿Es que ha resucitado? Bueno, para el caso es igual, sentaros, por favor, mientras acabo de arreglarme. A ver si lo entiendo Toni. Has contratado a dos monjas con minifalda…

-- Que cuiden a mi padre que está moribundo y le hagan compañía, pero esa fue la disculpa que le tuve que poner a la Madre Superiora para poder contratarlas. ¿Entiendes?

-- No, pero supongo que serán para el exp…

-- No, no, -- corté rápido antes de que metiera la pata -- de momento sólo para ir a comer al Restaurante "La Almeja de Carril".

-- ¡Ah, claro, La Almeja de Carril! Y los hábitos que llevan son de los días de fiesta, supongo, porque monjitas de la Santa Virgen de la Caridad esa o como se llame…

-- Hombre, no querrás que, con el calor que hace, las lleve por el mundo con hábitos hasta los pies y la toca en la cabeza. Lo que pasa es que ellas son las monjitas que recaudan donativos para las misiones de África y vinieron a pedirme al chalet y se me ocurrió contratarlas.

-- Ahora lo entiendo ¿Y por cuanto tiempo las has contratado? – preguntó con sorna.

-- Me parece que este amigo tuyo es muy suspicaz – comentó Paulina —Y seguro que no se cree nada de lo que le decimos. Pues la verdad es que sí somos monjas. Así que, Carlos, déjate de ironías, nuestro propósito es conseguir más dinero que falta les hace a nuestras misiones. Al fin y al cabo es nuestra misión.

-- Perdona, Sor Paulina, no quise ofenderte, y lejos de mi ánimo tal pretensión – comentó levantándose – Sírveles algún aperitivo, Toni, mientras yo me acabo de arreglar.

Enseguida vuelvo.

Le seguimos con la mirada cuando desaparecía por el pasillo. Sabía que se encaminaba al cuarto de baño y que tardaría un rato porque era todo un pachorrudo cuando no estaba de servicio. Vi que Angélica me miraba ruborizada y se estiraba la corta faldita porque le estaba mirando la tanga que, quizá debido a la posición en que estaba sentada en el sillón, le apretaba demasiado y se le marcaba la rajita claramente. Sonreí ante el sofoco de mi rubita y al levantarme pregunté:

-- ¿Qué os apetece tomar?

Angélica, como siempre que debía tomar una decisión, miró a Paulina y ésta le comentó:

-- ¿Tu que quieres?

-- No sé, lo mismo que tu – y me miró como si yo tuviera que decirle lo que debía tomar.

Miré a Paulina cuya tanga celeste, aún estando yo levantado, podía verle claramente y al darse cuenta de mi mirada instintivamente se estiró la faldita. Como ninguna de las dos se decidía comenté:

-- Voy a preparar cuatro cócteles ¿Cómo os gustan, secos o dulces?


Paulina lo prefería seco y Angélica dulce. Así que preparé un San Francisco para la preciosa Angélica y tres caipiriñas de ron Havana y vodka ruso para los demás. A Paulina le pareció demasiado seco y tuve que ponerle más azúcar.

Me estaba divirtiendo de lo lindo y, por si fuera poco, tenía una rubita que valía un Perú.

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