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El Superdotado (08)

en Grandes Relatos

AÑO 1.931

Cumplí los doce años enfermo en la cama durante una semana. Días antes de mi cumpleaños estábamos en el jardín jugando al críquet, Nere, Megan y yo. Megan, como buena inglesa, nos ganaba siempre. De repente, cuando iba a golpear la bola, lo vi todo negro y perdí el conocimiento. Lo que me ocurrió me lo explicaron unas horas más tarde, al recuperar la consciencia.

Me vieron caer sobre la hierba, hiriéndome en la cabeza con la bola. Comencé a sangrar con la abundancia típica de las heridas del cráneo. Se asustaron tanto que las dos comenzaron a chillar como locas. Nere me colocó la cabeza sobre su regazo, lamiendo la sangre que me corría por la mejilla. Total, que se puso la falda blanca como si la herida la tuviera ella.

Fue Manuela la única que supo lo que había que hacer. Nela fue la única que tuvo serenidad, quizá por ser la mayor de todas ellas. Fue un remedio casero pero que me cortó la hemorragia rápidamente. Me puso una compresa de agua fría y vinagre bien apretada contra la herida y, entre todas, me subieron a mi habitación.

Llamaron al médico de Lalín por teléfono que llegó en su Fotingo negro al cabo de dos horas. Dijo que estaba sin conocimiento y, como estaba tiritando aseguró muy convencido que tenía fiebre. Después de auscultarme con el fonendoscopio, según su diagnóstico yo había contraído una pleuresía, lo que era mucho menos grave que si hubiera contraído matrimonio. Como la pleuresía estaba en sus principios, sería cuestión de guardar cama durante quince días o tres semanas si no se complicaba. El hombre no estaba muy seguro del tiempo que tardaría en curarme. Recetó unos medicamentos para diluir en agua, unas inyecciones para pincharme el culo y muchas aspirinas para la fiebre. Me dio dos o tres tortazos a ver si me despertaba. Dijo que volvería dos días más tarde. Nere le dijo que si lo necesitábamos ya lo llamaríamos y quería pegarle a él también; Megan lo evitó acompañándolo al Fotingo que salió del Pazo entre un concierto de ladridos que se oían en la capital de provincia.

La que menos estuvo de acuerdo con el diagnóstico fue Nela. Ella aseguraba a quien quisiera escucharla que aquello no era más que otro arrechucho de crecimiento. Y tuvo razón.

Me puso mantas encima y dos bolsas de agua caliente. Al cabo de diez minutos había dejado de tiritar. Entonces echó a todo el mundo de la habitación. Aún no me explico como logró que Nere le hiciera caso.

Al día siguiente cuando me desperté de madrugada, allí estaba Nela con la cabeza apoyada en mi almohada y dormida. Por aquel entonces Manuela debía rondar los cuarenta años, pero aún conservaba toda la belleza de sus años mozos. Yo me notaba la fiebre, porque me dolían los ojos cuando miraba hacia el techo, siempre me ocurría lo mismo en estado febril. Pero de todas formas mirando como dormía, y como se alzaban rítmicamente sus tetas al compás de su respiración, tuve una erección mayúscula. Cogí su mano apoyada en la colcha y poco a poco la llevé hasta colocarla encima de mi verga congestionada.

De momento no ocurrió nada, solo notaba su mano más fría que mi caliente erección. Luego noté una contracción de los dedos, quizá involuntaria, que poco a poco se cerró completamente aunque sin lograr abarcar todo el grosor del mástil. Lo apretó más, pero estaba tan duro como un trozo de granito. Volvió a aflojar y a soltarlo un par de veces. Vi que parpadeaba y abría los ojos. Se enderezó y tomó conciencia de lo que pasaba. Me pegó un tiró que a poco más me lo arranca. Movió la cabeza, apretando los labios pero sin soltar la verga.

-- Este gran carajo tuyo nos va a meter a todos en un buen lío. Como Teo se entere te matará sin remedio. Prométeme que dejarás de ir a verla.

Me quedé estupefacto. Creí que nadie estaba enterado de mis visitas a la mulata, y aunque ya duraban seis meses, siempre había procedido con gran sigilo. Mi sorpresa fue tan grande que no supe ni siquiera negarlo. La miraba con la boca abierta. Se rió de mi asombro y comentó:

-- Sabe más el diablo por viejo que por diablo, rapaz. Escúchame con atención y hazme caso. Deja de ver a Margot. Si no tienes suficiente con dos, búscate otra entre las que hay en la casa porque...

-- ¿ Cómo? - pregunté más asombrado aún. Su mano apretó mi miembro con más fuerza.

-- Ya me has oído y sabes de qué te hablo. Aunque cualquier hombre daría un brazo por tener esta gran herramienta tuya, no pienses con esto - y me la sacudió bajo las sabanas - piensa con la cabeza y nos evitarás a todos un gran disgusto. Cuándo lo necesites habla conmigo, ¿ me prometes que lo harás?

-- Ahora lo necesito, Nela - respondí rápido, haciendo saltar mi verga en su mano.

-- Estás enfermo y necesitas todas tus fuerzas para reponerte - se rió mientras se levantaba para darme un beso en la frente.

Aproveché su proximidad para meter la mano rápidamente bajo las faldas y apretarle los abultados labios de su coño. Me apartó la mano, pero sin enfado, mientras su otra mano apretaba mi verga con toda su fuerza. Levantó las ropas de la cama para cubrirme bien y de paso echar una rápida mirada a mi tremenda erección.

-- Se ve que has mejorado mucho - comentó apartándose mientras se alisaba el pelo - anda, tienes que tomar un poco de leche y una aspirina. Luego será mejor que te vuelvas a dormir, es muy temprano todavía y dormir te hará bien.

No sé si la esperanza de follarme a Nela cuanto antes influyó en mi pleuresía, lo que sí sé es que al cabo de una semana estaba recuperado totalmente. Manuela había tenido razón, medía cuatro centímetros más, los trajes y los zapatos me quedaban pequeños y era más alto que Megan y Nere. Se pusieron muy contentas, no sé si porque estaba sano o porque ya era mas alto que ellas. Nunca he comprendido la manía de las mujeres por los tipos altos.

Desde entonces, cuando alguien se ponía enfermo en casa, en vez de llamar al médico llamábamos a Nela, y que yo recuerde nunca falló en su diagnóstico.

También mi verga aumentó de tamaño. Aún no había alcanzado su máxima dimensión, cosa que no ocurrió hasta cinco años más tarde, pero Nela, que todo lo sabía, me dijo que medía veintiséis centímetros de largo y veinte de grueso. Por supuesto, fue ella quien primero probó su nuevo tamaño y, como la manoseó a su gusto y tenía buen ojo para las medidas, no tengo por qué dudarlo.

El día que la follé, aunque más justo sería decir que me folló ella a mí, estábamos solos en la casa. Teo se había llevado en el Hispano Suiza a Megan y a Nere porque necesitaban comprar ropa interior en Vigo, y eso sólo podían hacerlo ellas en persona. Las acompañaban Marisa y Elisa. Cuando entré en la cocina para desayunar Pepita estaba pelando patatas y Manuela preparando carne de cerdo para hacer chorizos y empanadas. Nela, al verme entrar, se lavó las manos y comenzó a prepararme el desayuno. Al poco rato le dijo a Pepita que ya tenía bastantes patatas peladas y que fuera a la aldea, a casa de los Garrido, a buscar levadura para las empanadas de hojaldre.

Cuando nos quedamos solos le dije que no había vuelto a ver a Margot desde que se lo había prometido pero, por lo visto, ya lo sabía y nunca quiso decírmelo como lo supo. Eran sus secretos, lo sabía y con eso bastaba. Tampoco me importaba mucho. Sólo le recordé su promesa de que me dejaría follarla cuando la necesitara. No me contestó. Me puso delante el desayuno, me dejó que le tocara el chumino y las tetas, apartándose después para que pudiera desayunar.

Luego se quitó el delantal y me dijo que no me diera prisa, pero que cuando terminara fuera a su habitación. Procuré no darme prisa, pero mi verga, tiesa como un garrote, no sabía de esperas, así que en diez minutos me planté en su habitación. Cuando abrí la puerta, no había nadie dentro y pensé que me había tomado el pelo. Nos encontramos cuando yo salía. Ella venía del baño envuelta en una bata hasta los pies. Me tomó del brazo, cerró la puerta con cerrojo y sin más preámbulos comenzó a desnudarme. No opuso resistencia cuando le quité la bata y su cuerpo desnudo quedó ante mis ojos.

Tenía la carne tan blanca como la leche, estaba rellenita y las tetas algo caídas pero fabulosamente bien hechas, con unos pezones marrón claro dentro de unas areolas rosadas muy apetitosas. Su coño, que hacía años había visto, no me pareció tan peludo al tenerlo cerca, lo tenía abundante y rizado y algo húmedo, pues se ve que se había duchado recientemente. Su carne era tibia y maciza y no tenía una sola arruga en todo el cuerpo. Los muslos eran gruesos pero muy bien proporcionados y las piernas en proporción a los muslos torneadas desde los tobillos hasta las corvas. Las nalgas eran tan prominentes como las de Margot, tal como me encantaba agarrar y magrear mientras follaba.

-- ¡ Jesús, que mango muchacho ! - susurró cogiéndolo con la mano entera.

La empujé hacia la cama, chupándole un pezón. Se tumbó arrastrándome por la pinga entre sus muslos separados, llevándoselo al chumino. Sentí su calor cuando mi capullo le abrió los gruesos labios de la vulva. Ella misma lo llevó con la mano hasta la entrada vaginal.

-- No la metas de prisa, me harías daño, niño - volvió a susurrar sobre mi boca. Su aliento olía a pasta dentífrica y su lengua sabía a mentol.

Apreté intentando meterla, no conseguí más que hincarle la cabeza y no toda. Encogió las piernas hasta que sus talones casi tocaron sus nalgas. Volví a empujar y, para hundir todo el capullo en su coño, tuve que hacer más fuerza que para partir leña. Me detuve para preguntarle incrédulo:

-- Pero Nela ¿ es la primera vez ?

Me besó levantando las caderas para hundírselo más, supe que se estaba haciendo daño por sus gestos de dolor y sólo consiguió levantarme a mí también, pero la verga no pasaba adelante. Suspiró profundamente.

-- No, niño - ella siempre me llamó así - pero casi.

-- ¿ Qué quieres decir ?

-- Que hace dieciocho años que no me toca un hombre y que el que me tocó dos o tres veces, tenía un pizarrín y no este cabezal de carro.

-- Te voy a hacer mucho daño, y no quiero hacértelo. Si quieres lo dejamos.

-- No, no quiero. Tu cumpliste y yo también. ¿ Es que no te gusto ? - y me apartó la cara para mirarme.

-- Claro que me gustas, a rabiar, pero.......

-- Espera. Déjame hacer a mí.

Me puso las manos sobre las nalgas y comenzó a apretar mientras levantaba las caderas. Lo malo era que como se hacía daño, me mordía la tetilla y también me lo hacía a mí. Se detenía, aflojando la presión y de golpe y porrazo levantó las caderas apretando mis nalgas con todas sus fuerzas y la hundió hasta la mitad mientras sus dientes rechinaban de dolor. Si llega a cogerme la tetilla me la arranca del mordisco. Estuvimos lo menos cinco minutos sin movernos, con la verga a mitad de su camino, tan apretada como si me la hubieran cogido con un torniquete.

-- ¡ Jesús, niño, es tremenda ! ¡ Qué barbaridad ! No me extraña que...

Se detuvo y pregunté curioso:

-- ¿ Qué es lo que no te extraña, Nela ?

-- Nada, no me hagas caso, niño.

-- Vamos, dímelo, anda, por favor Nela...

Suspiró antes de responder escondiendo la cara en mi hombro.

-- No me extraña que le cueste tanto entrar.

-- Esta bien, no me lo digas, si no quieres - respondí, porque aquello no me convenció.

Volvió a presionar mis nalgas y empujé despacio, fue entrando lentamente. Me detenía para preguntarle si le dolía, negaba con la cabeza y volvía a apretar. Llegué al fondo de su vagina, mi congestionado glande tropezó con la cerviz del útero y me detuve aunque me faltaban más de dos centímetros para tenerla toda dentro.

-- Bueno, ya está - dijo besándome suavemente - Niño, me parece que soy la primera mujer que desvirgas ¿ verdad?

-- Pero. ¿ En qué quedamos? ¿ Eres virgen o no ?

-- Claro, niño, era virgen, pero ya no lo soy. Te lo has llevado tu con tu gran aparato. ¿ No te parece bien ?

-- Nela... Nela. Cariño. no lo sabía... tu dijiste...

-- Oh, Dios mío, qué niño eres.

La besé con toda la boca abierta sin atreverme a bombearla por temor a lastimarla. Mi verga se estremeció de placer dentro de su apretado estuche. Me cogió la cara con las manos, mirándome al tiempo que alargaba sus piernas cruzándolas sobre mis muslos. Su calor lo sentía en toda la longitud de mi mástil y comencé a temblar entre sus brazos al empezar a correrme. Quise besarla, pero quería mirarme mientras me corría y sostuvo mi cara frente a ella durante todo el orgasmo. Cuando terminé de jadear me soltó la cara y me derrumbé sobre sus poderosas tetas. Siguió quieta, besándome, metiendo toda su lengua dentro de mi boca, metiéndola y sacándola como si me estuviera follando. Luego se quedó quieta, totalmente quieta, igual que si estuviera muerta. Casi ni respiraba.

Noté en la punta del capullo batir su leche sobre mi glande y me extrañé de su inmovilidad. Cuando la miré, sus ojos color castaño oscuro había cambiado al color avellana. Ahora, había dejado de respirar totalmente aunque nada demostraba que estaba teniendo un orgasmo y soltando leche a chorro. Parecía muerta, no movía ni una pestaña y aquellos ojos extrañamente claros me asustaron.

Me sorprendí, casi me asusté de aquella parálisis orgásmica. En ninguna parte había leído yo semejante comportamiento, ni siquiera Martín de Lucennay explicaba algo parecido. Casi todas las mujeres con las que había tenido experiencias se comportaban de forma completamente opuesta. De pronto, suspiró tan profundamente como si regresara del otro mundo, parpadeó varias veces seguidas, el color avellana de sus ojos fue volviéndose más oscuro por momentos. Sonrió levemente, mordiéndose al tiempo los labios con suavidad.

-- Ha sido maravilloso, mi niño - musitó con media sonrisa de felicidad - Pero... creí que tu...

-- Si, yo tuve un orgasmo.

-- Pero, todavía sigues tan duro como.....

-- Volveremos a hacerlo otra vez.

-- Tú si, yo no creo que pueda.

-- Si, podrás, ya lo verás, tú déjame hacer.

Comencé a sacársela despacio y me fui deslizando por las redondeces de su macizo cuerpo, mamándolo de arriba abajo hasta quedar entre sus robustos muslos y entonces vi la sangre manando de su coño desgarrado. Protestó cuando le pasé la lengua, no quería que le lamiera el chumino y siguió protestando avergonzada de que mis ojos contemplaran su intimidad con toda claridad mientras le lamía la sangre con suaves lengüetazos, tragándomela mezclada con la rosacea leche de su orgasmo. Ni siquiera se movió cuando aspiré su vagina, sorbiéndole la esperma de sus entrañas. Tenía el coño molledo y pequeño con un ligero y agradable olor almizcleño y su rosada y brillante carne íntima, un suavísimo y exquisito sabor de fruto marino. Lamí con suavidad los finos labios, ligeramente flácidos, de su desgarrada vagina sin que tampoco diera muestras de placer alguno. Me sorprendí de la pequeñez de su clítoris cuando lo chupé, aspirándolo y pasando tenuemente la lengua por el precioso botón que se endureció dentro de mi boca al poco tiempo, extrañándome nuevamente que tampoco entonces mostrara signos de complacencia..

Bajo aquella amorosa mamada noté que, al poco tiempo, se quedaba rígidamente inmóvil, dejé de sentir su respiración y al levantar la mirada hacia su rostro volví a ver sus ojos desmesuradamente abiertos, cambiando de color casi de repente. Noté en mi barbilla como sus pequeños labios vaginales, antes flácidos, se erguían ahora congestionados adquiriendo la tersura de un suave raso carmesí. Supuse que estaba a punto de llegar al clímax, aunque por ningún otro síntoma lo demostrara. Estaba seguro de que los chupeteos sobre el clítoris la llevarían al orgasmo muy pronto.

De no haber estado atento me hubiera sorprendido, pero noté en mis mejillas como la rigidez de sus opulentos muslos aumentaba y bajé la boca hasta su vagina justo en el momento en que el primer borbotón de leche, espesa y tibia, caía sobre mi lengua. Coloqué mi boca abierta sobre su entrada vaginal, aspirando el esperma que fluía a borbotones de sus entrañas, saboreándola antes de tragármela. Su orgasmo fue tan prolongado que manaba leche cada vez que aspiraba y, cuando dejó de salir, los labios vaginales perdieron su tersura y la oí suspirar aún más profundamente que la primera vez como si regresara de la eternidad.

Su cuerpo perdió poco a poco la rigidez y la monté de nuevo, metiéndole mi congestionado mástil lentamente en la viscosidad de su vagina. Me entraba la verga muy apretada, pero se deslizaba sin tanto esfuerzo. La miré mientras la penetraba despacio, sus ojos recobraron su color natural y volvió a cogerme el rostro entre las manos para besarme profundamente. Seguí hundiendo mi porra en ella y apreté cuando mi glande tropezó con su útero, deseaba enterrarla hasta la raíz. Se quejó:

-- Me haces daño, niño. No aprietes tanto.

-- ¿ Te ha gustado, Nela ?

-- Claro que me ha gustado, pero no me gusta que me hagas gozar así, es asqueroso.

-- No tiene nada de asqueroso. Tu leche sabe a ambrosía, creo que es la que me da tantas ganas de follar continuamente.

-- Ya lo noto, ya. Pues sigue, mi niño, yo ya no puedo más.

Permanecí inmóvil sobre su cuerpo, opulento y macizo. El cuerpo de Nela me recordaba el de Las Tres Gracias, aunque ella no era tan opulenta. Me excitaba sentirla bajo mi cuerpo; mamar las magníficas redondeces de sus esplendorosas tetas y de sus preciosos pezones; acariciar sus poderosas ancas bajo mis manos; hundir mi rostro entre sus rotundos muslos y comerle a lametones su carnoso y pequeño chumino, tan pequeño como el de la emperatriz Josefina, según aseguraba Napoleón a su fiel compañero de cautiverio, el gran mariscal Bertrand.

Comencé a correrme desaforadamente y fue ella quien, para darme más placer, me apretó las nalgas para hundir más mi larga y gruesa verga en su delicado chumino. Gimió de dolor, y su rostro se contrajo en una mueca de sufrimiento, pero lo soportó hasta que notó que dejaba de estremecerme. Intenté comerle el coño de nuevo, pero no me dejó. Para ella había sido suficiente, aunque estaba dispuesta a que me corriera cuantas veces pudiera. Y lo hice dos veces en poco más de una hora. Cuando comprendió que se estaba haciendo tarde me dijo:

-- Tenemos que dejarlo, debo hacer la comida.

-- ¿ Cuándo volveremos a hacer el amor ?

Se quedó pensativa, luego sonrió para decirme:

-- ¿ Estás seguro de que deseas volver conmigo ?

-- Todos los días, Nele, todos los días.

-- Algunos días no podrá ser - respondió sonriendo de nuevo.

-- Si, ya sé, pero todos los demás si que lo haremos, ¿ verdad?

-- Si podemos. Yo te lo haré saber.

¿-- ¿ Cómo?

-- Cuando veas en el patio esa maceta de pequeñas hortensias que tengo encima de la coqueta, vienes a mi habitación sin que nadie te vea. Te estaré esperando.

Miré las pequeñas hortensias, la besé y comenzamos a vestirnos y le pedí que no se pusiera las bragas. Me miró extrañada, aunque sin hacer comentarios. No se las puso y antes de salir de la habitación tuve el capricho de levantarle las faldas, tumbarla en la cama y metérsela de nuevo. Me dejó gozarla sin protestar y salió de la habitación sin hacer más comentarios.

Después de comer me fui a la biblioteca, tenía pendiente una traducción de una parte de La Guerra de las Galias de Julio César. Estuve más de media hora con el tema, ya no recuerdo si era el decimocuarto o el decimoquinto capítulo, lo que sí recuerdo es que me levanté para consultar el diccionario y al regresar hacia la mesa, vi a la pequeña Pepita con un cesto de ropa caminando hacia el granero. Me vino a la memoria la primera vez que me cepillé a la imbécil de Elisa en ese lugar. Me dije que quizá tuviera suerte y me dejara follarla. Con probar no se perdía nada. Si aceptaba eso saldría ganado. Sólo me faltaría Marisa para convertir la casona en mi harén particular. Sonreí camino del granero pensando que si conseguía cepillármelas a todas, también se convertiría la casona en un quilombo de tomo y lomo.

La chica no me oyó llegar hasta que estuve casi detrás de ella. Pensé que siendo tan bajita la partiría en dos al metérsela. Se giró con un susto de muerte llevándose una mano sobre la teta izquierda.

-- ¡ Qué susto me has dado, Toni ! Uuuuuffff - resopló recogiendo la prenda que se le había caído al suelo. Viendo sus prominentes tetas pensé en las muchas veces que se las había pellizcado. Ella se dio cuenta y movió la cabeza.

-- Lo siento, Pepi, no era esa mi intención asustarte. Perdona.

-- Ya ha pasado, chico, pero es que caminas como un fantasma. ¿ Qué haces aquí ? - preguntó volviendo a la faena y dándome la espalda.

-- Venía a ver si querías follar conmigo un ratito - dije, mirándola con mi mejor sonrisa cuando se giró asombrada.

-- ¿ Queeé ?

-- Eso, que podríamos disfrutar juntos de un buen polvo, si quieres.

-- Pero, tu estás loco - y se echó a reír

-- Eso ya lo sé, pero estás tan buena que pensé......

-- Pues no pienses tanto - cortó rápida siguiendo con su faena.

-- Vamos, mujer, te gustará - le cogí por la cintura girándola hacia mi verga. La notó casi entre sus tetas.

-- Suéltame, que nos puede sorprender Nela.

<< Ya te tengo, pensé>>, inclinándome para besarla. Ladeó el rostro para que no la alcanzara y le mordisqueé el lóbulo de la oreja, apretando mi verga contra sus pechos.

-- Déjame, Toni, no seas loco, tendremos un disgusto si.....

Le tapé la boca con la mía, metiéndole la lengua. Se quedó quieta, dejándome hacer y, poco a poco, respondió con la suya a mis caricias. La levanté por las nalgas, sintiendo la carne tibia bajo mis palmas de la mano.

-- Toni, no seas loco, nos van a ver.

-- Detrás del heno no nos verá nadie, preciosa.

Me tumbé encima de ella metiendo la mano entre sus muslos, húmedos y viscosos hasta las rodillas. Incluso las bragas estaban mojadas. Se las quité sin protestas. Su chumino tenía un penetrante olor ácido que me disgustó tanto que por nada del mundo hubiera puesto la boca en él. Pero podía follarla porque la picha no entiende de olores y encalabrinado, me bajé los pantalones colocando mi congestionada verga contra su cenagoso chumino. Sus piernas me llegaban poco más abajo de las rodillas, pero sus muslos eran cálidos y su coño hervía de calor. Le abrí los labios de la viscosa vulva con la verga pensando en lo difícilmente que mi grueso y largó mástil podría entrar en su vagina. Me equivoqué.

Se lo tragó todo al primer envite enterrándome en su caliente viscosidad hasta los huevos. Se revolvía bajo la penetración como una lagartija, culeando como una barquita sobre las olas. De forma pasmosa comenzó a correrse casi al instante con grandes gemidos y mordiscos de los que tenía que librarme como podía. << Joder, pensé, vaya ganas de follar >>

Comencé a correrme a su compás y terminé antes de que ella finalizara su orgasmo con grandes contracciones de su efervescente vagina. Respirando a bocanadas como una locomotora preguntó con voz balbuciente:

-- ¿ Has acabado ?

-- Igual que tú.

-- Pero sigues empalmado - susurró mirándome muy sonriente - ¿ quieres hacerlo otra vez ?

-- Claro - y comencé a bombearla de nuevo con largos y pausados vaivenes.

-- Métemela hasta el fondo, Toni, hasta el fondo - murmuró a mi oído levantando las caderas y mordiéndose los labios.

Yo me preguntaba admirado donde coño tendría el fondo y como era posible que una mujer tan joven y pequeña tuviera un chumino tan ancho y profundo. Sólo cuando me di la vuelta y la arrastré encima de mí dejándola sentada sobre mi verga, noté en la punta del congestionado capullo el pico de su útero. Se relamió los labios.

-- Caray que grande la tienes, Toni. Es enorme, me llega hasta el fondo ¿ sabes ? Nunca me habían follado así - comentó mirándome con los ojos entrecerrados.

La detuve un momento en sus saltos de caballista para preguntarle:

-- ¿ Quien te ha follado por primera vez ?

Me miró mordiéndose los labios, intentando seguir con sus saltos de jinete sin contestarme.

-- ¿ Con cuantos has follado, Pepi. ? - volví a preguntar sin permitirle que se moviera.

-- Yo no follo, me follan y sólo fueron dos - pensé ¡ vaya distingos ! Estuve a punto de reírme, pero comenté:

-- Pues debían de tener un buen mango.

-- Ni la mitad del tuyo, guapo. Eres un preguntón, ¿ Es que no tienes ganas de correrte otra vez?

-- Claro que sí, dos o tres veces, Pepi.

-- Ja, ja. No podrás.

-- Ya lo verás, pero primero dime a que edad te follaron por primera vez.

-- A los ocho años, ¿ seguimos o no ?

-- Si, en cuanto me digas quienes fueron.

-- ¿ Por qué tengo que decírtelo ? Fóllame si quieres y si no......

-- Dímelo, Pepi, y lo haremos dos o tres veces más.

-- ¿ Dos o tres veces más ? ¡ Estás de broma !

-- Ya lo verás, pero primero dime quienes fueron.

-- ¿ De verdad no lo sabes ?

-- Claro que no.

-- Coño, pues debes de ser el único en esta casa que no lo sabe. Fueron mi padre y mi hermano, me follaban todas las noches.

-- ¿ Y tu madre no protestaba ?

-- ¿ Protestar? Tu estás de broma. La obligaba a follar con mi hermano, mientras miraba y me follaba a mí.

-- ¡ No puede ser ! Te lo estás inventando.

-- Jorder...¡ que no me lo invento, Toni ! Salimos en los papeles y todo. Me follaba él y me follaba mi hermano, y lo mismo hacían con mi madre, hasta que los descubrieron y los metieron en la cárcel. Luego, los del Ayuntamiento me buscaron trabajo y me vine a servir a tu casa. Pero muévete, me voy a correr sin esperarte más tiempo ¿ sabes ?

-- ¿ Cuantos años tenía tu hermano ?

-- Diecisiete.

-- Y le gustaba follarse a su madre.

-- ¡ Joder ! Ya lo creo. Mi hermano tenía la tranca más grande que mi padre y aguantaba más tiempo que él. Al final mi madre se corría como yo, porque mi hermano era capaz de estarla follando media hora hasta que la oía gemir cuando se corría.

-- ¿ Y a ti te gustaba ?

-- Al principio no, pero luego, vaya si me gustaba

-- Anda, córrete, quiero sentir otra vez tu leche en mi verga - y la atraje sobre mi pecho.

Comenzó a levantar las ancas arriba y abajo, sacándose y metiéndose la verga con rápidos vaivenes, acariciándome la dura barra deliciosamente con su viscosa y caliente vagina. Al poco tiempo comenzó a correrse y , al sentirla, me corrí mientras su leche bañaba mi mástil con suave caricia. Siguió corriéndose con violentas contracciones de su vagina, gimiendo cada vez más fuerte hasta que le tapé la boca con la mano para que, además, no me mordiera. Le gustaba más follar que a un tonto un lápiz. Cuando se calmó volví a preguntarle:

-- ¿ Te corrías como ahora cuando te follaban ellos ?

-- Oh, no, ni mi padre ni mi hermano tenían una tranca tan enorme. La tuya es de caballo, muchacho.

-- ¿ Te gusta follar, eh ?

-- Oh, si, es lo que más me gusta ¿ a ti no ?

-- Claro, mujer.

-- Podemos seguir, si quieres.

-- Si, pero dime, ¿ cuanto tiempo te estuvieron follando tu padre y tu hermano ?

-- Hasta que tuve el aborto y los descubrieron, tenía dieciséis años. Tengo un hermano pequeño que seguramente también es mi sobrino. Bueno, ya está bien de charla. Vamos a follar en serio porque estoy cansada de tanta pregunta.

Volvimos a corrernos dos veces más. La chica era tan insaciable como yo y cuando se fue me aseguró que podía follarla cuando quisiera. Le dije que si, siempre que se lavara la kika todos los días. Me miró extrañada, pero prometió que así lo haría. Al salir del granero me pareció que los visillos de la cocina se movían levemente. << Bueno, pensé, si Nela nos ha estado espiando no creo que se enfade por que me folle a Pepita porque ella misma me aconsejó que buscara las mujeres en la casa >>

Había perdido una mujer, Margot, pero había ganado dos, Nela y Pepi y ya tenía cuatro para no aburrirme. Si Nela supo que me follaba a Pepita nunca me hizo comentario alguno y tampoco lo hizo cuando comencé a intentar follarme a Marisa. No hubiera tardado mucho tiempo en conseguirlo si no hubiera ocurrido lo de Teo y Nere. Fue a principio de verano antes de irnos de vacaciones a Carnota al año siguiente.

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Cuando hierve la sangre (1)

No sirvió de nada, Mei

Olfato de perro (4)

Hundimiento del Baleares

Olfato de perro (5)

Paloduro

Olfato de perro (1)

Olfato de perro (2)

Olfato de perro (3)

Impresiones de un hombre de buena fe (1)

Impresiones de un hombre de buena fe (2)

Impresiones de un hombre de buena fe (3)

La hazaña del Comandante Prien

Una tragedia Marítima olvidada (5 Fin)

Una tragedia Marítima olvidada (4)

Una tragedia Marítima olvidada (3)

Una tragedia Marítima olvidada (2)

Una tragedia Marítima olvidada (1)

Derecho de Pernada (3)

La Hazaña el Capitán Adolf Ahrens

Derecho de Pernada (4)

Derecho de Pernada (5)

Derecho de Pernada (2)

Derecho de Pernada (1)

La maja medio desnuda

Misterios sin resolver (2)

Oye ¿De dónde venimos?

Misterios sin resolver (3)

Mal genio

Crónica de la ciudad sin ley (10)

Crónica de la ciudad sin ley (9)

El asesino del tren

Tanto monta, monta tanto

Crónica de la ciudad sin ley (8)

¿Son todos los penes iguales?

Testosterona, Chandalismo y...

El timo (2 - 1)

El canibalismo en familia

El canibal alemán

Ana

Código de amor del siglo XII

El canibal de Milwoke

El canibal japones.

El timo (2)

El 2º en el ranking mundial

El anticristo Charles Manson

Crónica de la ciudad sin ley (6)

El vuelo 515 (3)

Crónica de la ciudad sin ley (7)

El bandido generoso

El carnicero de Hannover

El Arriopero anaspérmico

El vuelo 515 (2)

El vuelo 515 (1)

El carnicero de Plainfield

El petiso orejudo

La sociedad de los horrores

Don Juan Tenorio con Internet

Andrei chikatilo

El buey suelto

Gumersindo el Marinero

La confianza a la hora del sexo

El timo (1)

Los sicarios de satán

The night stalker

Barba azul

¿Serás sólo mía?

Hasta que la muerte os separe.

¿Quién pierde aceite?

Captalesia

El barco fantasma

El mundo del delito (8)

Encuesta sobre el orgasmo femenino

Virtudes Teologales

El sexólogo (3)

El sexólogo (4)

El mundo del delito (7)

The murderer

El sotano

El signo del zorro

Memorias de un orate (13)

Memorias de un orate (14 - Fin)

El orgasmómetro (9)

El orgasmómetro (10)

El sexólogo (1)

El sexólogo (2)

La sexóloga (4)

La sexóloga (5)

La sexóloga (3)

La sexóloga (2)

Memorias de un orate (12)

El mundo del delito (4)

El mundo del delito (5)

Memorias de un orate (8)

Memorias de un orate (9)

Memorias de un orate (11)

Memorias de un orate (10)

Memorias de un orate (9 - 1)

Qué... cariño ¿que tal he estado?

¿Que te chupe qué?

Memorias de un orate (7 - 1)

Memorias de un orate (7)

Memorias de un orate (6)

La sexóloga (1)

Memorias de un orate (5)

Memorias de un orate (4)

Enigmas históricos

Memorias de un orate (3)

Ensayo bibliográfico sobre el Gran Corso

El orgasmómetro (8)

El viejo bergantin

El mundo del delito (1)

El mundo del delito (3)

Tres Sainetes y el drama final (4 - fin)

El mundo del delito (2)

Amor eterno

Misterios sin resolver (1)

Falacias políticas

El vaquero

Memorias de un orate (2)

Marisa (11-2)

Tres Sainetes y el drama final (3)

Tres Sainetes y el drama final (2)

Marisa (12 - Epílogo)

Tres Sainetes y el drama final (1)

Marisa (11-1)

Leyendas, mitos y quimeras

El orgasmómetro (7)

El cipote de Archidona

Marisa (11)

Crónica de la ciudad sin ley (5-2)

Crónica de la ciudad sin ley (5-1)

La extraña familia (8 - Final)

Crónica de la ciudad sin ley (4)

La extraña familia (7)

Crónica de la ciudad sin ley (5)

Marisa (9)

Diálogo del coño y el carajo

Esposas y amantes de Napoleón I

Marisa (10-1)

Crónica de la ciudad sin ley (3)

El orgasmómetro (6)

El orgasmómetro (5)

Marisa (8)

Marisa (7)

Marisa (6)

Crónica de la ciudad sin ley

Marisa (5)

Marisa (4)

Marisa (3)

Marisa (1)

La extraña familia (6)

La extraña familia (5)

La novicia

El demonio, el mundo y la carne

La papisa folladora

Corridas místicas

Sharon

Una chica espabilada

¡Ya tenemos piso!

El pájaro de fuego (2)

El orgasmómetro (4)

El invento del siglo (2)

La inmaculada

Lina

El pájaro de fuego

El orgasmómetro (2)

El orgasmómetro (3)

El placerómetro

La madame de Paris (5)

La madame de Paris (4)

La madame de Paris (3)

La madame de Paris (2)

La bella aristócrata

La madame de Paris (1)

El naufrago

Sonetos del placer

La extraña familia (4)

La extraña familia (3)

La extraña familia (2)

La extraña familia (1)

Neurosis (2)

El invento del siglo

El anciano y la niña

Doña Elisa

Tres recuerdos

Memorias de un orate

Mal camino

Crímenes sin castigo

El atentado (LHG 1)

Los nuevos gudaris

El ingenuo amoral (4)

El ingenuo amoral (3)

El ingenuo amoral (2)

El ingenuo amoral

La virgen de la inocencia (2)

La virgen de la inocencia (1)

La cariátide (10)

Un buen amigo

Servando Callosa

Carla (3)

Carla (2)

Carla (1)

Meigas y brujas

La Pasajera

La Cariátide (0: Epílogo)

La cariátide (9)

La cariátide (8)

La cariátide (7)

La cariátide (6)

La cariátide (5)

La cariátide (4)

La cariátide (3)

La cariátide (2)

La cariátide (1)

La timidez

Adivinen la Verdad

El Superdotado (09)

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Neurosis

Relato inmoral

El Superdotado (03 - II)

El Superdotado (03)

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